Álvaro Bisama's Blog, page 191
April 24, 2017
Domingo en la ciudad
CIERTAMENTE la calidad de vida está estrechamente relacionada con el acceso a espacios públicos de calidad, a una densidad apropiada que justifique transporte público y servicios sin deteriorar la vida personal o familiar en hacinamiento, a la calidad del aire, al acceso a trabajo y educación, etc. Sin embargo, el descanso también es fundamental en la calidad de vida de la personas, especialmente en la ciudad, donde prácticamente hoy no existe diferencia entre el lunes, el miércoles y el domingo. Los tacos son los mismos, los comercios permanecen abiertos, la jornada laboral para muchos no termina, etc. Esta reflexión ocupó parte importante de lo que experimenté el 19 de abril, día del Censo. Ese miércoles fue, como se lo comenté a un amigo, “como los domingos antiguos”. Sin duda nos hace falta tener al menos un día a la semana donde todo esté cerrado y no exista más tarea que estar en la casa con la familia, amigos; o bien en un parque caminando o haciendo deporte. ¡La ciudad nos debe esa pausa vital!
Aunque con algo de nostalgia, pero por ello no con menos valor, miro hacia atrás con simpatía y gozo esos domingos, también llamados “fomingos”, cuando no había más que esperar el “glorioso” lunes escolar, o salir a aprovechar las últimas horas de distracción andando en bicicleta o jugando a la pelota. La convención social de ese momento, hace unos 20 años al menos, era que en domingo las cosas no funcionaban como era habitual en la semana. Era momento para hacer otras cosas o simplemente no hacer nada. Era momento para encontrarnos con nosotros mismos y con los demás. Era un momento sagrado luego de la “vorágine” de la semana. Hoy no hay tal. El restaurant abierto, el mall abierto, la ferretería abierta, el almacén de la esquina abierto (abre para poder subsistir frente al mall), la heladería abierta, etc. Todas actividades relacionadas con “consumir” y no con “ser y estar”.
En la misma línea de mi columna anterior, inspirada en una charla de un filósofo y en la polémica de los guetos verticales en Estación Central, considero que un gesto genuino y potente de volver a una ciudad a escala humana, como reflejo de una sociedad más humana, tiene que ver justamente con estos aspectos. Un domingo a la antigua es ciertamente mucho más benigno para las personas y para la familia, antes que la vida siga igual, sin parar, sin pausa, sin bajar las cortinas. “La ciudad que nunca duerme” es una frase que suena bien como marketeo para Nueva York, pero ciertamente no es lo mejor para la calidad de vida de las personas. Un domingo realmente feriado es volver a la escala humana.
Más que alardes populistas de agregar feriados para las distintas audiencias, propongo formalmente que al menos un domingo al mes sea realmente día feriado irrenunciable donde “todo cierre”. Para los preocupados del desarrollo, les aseguro que la productividad de ese día lunes siguiente será muy superior. Ese domingo, la ciudad llenará los parques y avenidas con actos tan simples como caminar, contemplar, conversar, ejercitar, dormitar… simplemente ser y estar. ¡No necesitamos más que eso para un domingo en la ciudad!
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La heroína Bachelet
Si algo tienen en común el reciente censo y el caso de Nabila Rifo, es la presencia de una injusticia que provoca vergüenza de manera transversal. Y ambas historias también comparten la presencia de la Presidenta Bachelet como personaje clave. Umberto Eco, que solía estudiar por qué las novelas, películas y series de televisión se volvían masivas en las audiencias, escribía que eran exitosas si seguían lo que llamaba la receta aristotélica. Esto consistía en un drama que se extiende más allá de todo límite inimaginable, de tal manera que el espectador sintiera piedad y terror al mismo tiempo, sin una solución fácil. De repente un héroe o heroína, mediante un poder o acto no posible para los comunes, volvía las cosas a una solución coherente con el orden natural de los acontecimientos humanos.
La Presidenta Bachelet se convirtió en ambos casos en una heroína. En el caso del Censo, la distorsión piñerista del mejor censo de la historia llevó a una de las mayores vergüenzas a un país que siempre dio ejemplos en América Latina de la certeza de sus cifras nacionales.
El nuevo censo fue distinto: amable y con aprobación transversal de todos los sectores. Los casos aislados de una comunidad que se negó a ser censada y las críticas del ex presidente y candidato fueron la excepción que confirmó el éxito del gobierno, y en especial de la Presidenta, en ropa de calle, formulario en mano y recibida por un atónito vecino en ropa de cama.
Por otro lado, el fallo que declaró culpable al ex conviviente de Nabila Rifo fue el final de una tragedia transmitida por televisión, que en varios momentos volvió a castigar a Nabila con el retorcido argumento de que su propia conducta podría hacerla cómplice del suplicio. La foto de la Presidenta acogiendo a la víctima es también el consuelo hecho por la heroína, como se refería Eco al fin de las historias novelescas. Ocupando una frase muy común en televisión, era el abrazo de Chile.
Estos escenarios donde Bachelet, por sí misma, es comprensiva con el desamparo y corrige injusticias es su espacio ideal. La naturalidad con que actúa en estos casos es su fortaleza y la razón por la que logró esa conexión tan propia con la gente que la llevó dos veces a ser Presidenta. Lo que en otros políticos sale forzado o patético, en ella es natural.
Pero también su virtud es una trampa. La coalición de gobierno pasa por una crisis, donde la Presidenta aparece distante, en buena parte por el diseño de su equipo, que busca aislarla y con ello mantenerla lejos de los conflictos. Ha habido en el último tiempo más de un entredicho entre ministros, con impacto en su liderazgo.
Un buen cambio podría ser ocupar su rol de heroína en el último año. Existen dos compromisos de la propia Presidenta cuando era candidata. Una de ellas es asegurar, mediante un cuerpo legal, la gratuidad universitaria, y una segunda tarea es aprobar la despenalización del aborto en tres causales. En ambas podría nuevamente ser una heroína. En el primer caso, sería la respuesta al movimiento estudiantil de 2011 que conmovió al mundo y, en el segundo, no solo un derecho de las mujeres sino la derogación de una ley de la dictadura, hecha a horas de transferir el poder.
Para un futuro gobierno de derecha será muy difícil devolver ambas leyes, pese a su fiebre de contrarreforma. Además, la Presidenta podrá proyectarse más allá de las dificultades de su coalición y de las debilidades del más probable candidato del oficialismo.
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Giovanni Sartori: Tres lecciones para Chile
Acaba de fallecer (el 4 de abril recién pasado) el eminente politólogo italiano Giovanni Sartori, dejando como legado una inmensa obra en el campo de la ciencia política, entre la que se cuenta una teoría democrática y de los sistemas de gobierno y de partidos. Por ello, no pretendo en esta columna dar cuenta de toda su obra, lo que sería imposible; sin embargo, quisiera subrayar tres lecciones que, a la luz de los tiempos que corren, podrían iluminar el camino de las disyuntivas a las que hoy se enfrenta nuestro país.
La primera se refiere a la idea de Constitución. Sartori realza el hecho que, desde el siglo XX, se comenzó a llamar Constitución a cualquier documento que, más que limitar el poder en favor de las personas, simplemente lo organice. De esta manera, sostiene que las constituciones, antes que sustantivas (porque no garantizan los derechos individuales), se han vuelto nominales y tramposas. Nominales, porque de constituciones tendrían el puro nombre. Y tramposas, especialmente por la falsa promesa según la cual el Estado, por la vía de los llamados “derechos sociales”, aseguraría el bienestar material de la población, lo que casi siempre —agrega el italiano— no pasa de ser letra muerta.
Aunque sea cierto que los conceptos políticos evolucionan con el paso del tiempo, ¿puede pensarse realmente en una Constitución, si se le da carta blanca al Estado para atentar contra el derecho de las personas a perseguir sus propios fines o proyectos vitales, tal como sucedería de aplicarse la visión constitucional —estatista y maximalista— que se ha tornado hegemónica en la Nueva Mayoría y en el Frente Amplio? La respuesta de Sartori es que las constituciones líricas, amén de instaurar la primacía del Estado (de los políticos y burócratas) sobre las personas, llevan al engaño y a la consiguiente frustración de los países.
La segunda lección da cuenta de la desprestigiada política de los consensos. En torno a este tema, Sartori sostiene que la democracia es el gobierno de la mayoría, pero con respeto de las minorías, al punto que eliminar a las segundas supone “suprimir la soberanía del pueblo”. Y que, en torno a las reglas del juego fundamentales —como lo sería hoy en Chile la reforma en materia de educación superior— es necesario que operen consensos entre las fuerzas políticas mayoritarias, que negocian y deliberan en el Congreso. Esto es necesario, no sólo porque los gobiernos requieren de mayorías circunstanciales para aprobar sus proyectos legislativos, sino también para darles legitimad en el largo plazo. El problema es que, cuando la retórica de moda cuestiona la búsqueda de los acuerdos en todo ámbito —sin distinguir si se trata de reglas del juego o de políticas específicas—, la negociación tiende a hacerse mucho más a puertas cerradas que a la luz del sol.
Por lo demás, la anterior debería ser también una lección histórica para nuestro país. El politólogo chileno-estadunidense Arturo Valenzuela sostiene que el quiebre de la democracia en Chile de 1973 se debió, principalmente, a la fuerte polarización a la que se llegó como consecuencia de la transformación de un centro político pragmático en uno ideológico, impidiendo, así, el acomodo y la transacción, y, finalmente, el respeto mayoritario por las reglas del juego democrático.
Y la tercera lección de Sartori apunta a la distinción entre acción política racional y razonable. “Cuando están tirantes las relaciones entre marido y mujer o entre padres e hijos, es raro que se escuche decir: ‘sé racional’. Corrientemente decimos: ‘sé razonable’, o también ‘tratemos de ser razonables’”. No es que la una sea superior a la otra, sino que operan en niveles distintos: mientras la primera dice relación con la teoría, la segunda se refiere a la práctica.
La acción racional supone aplicar al pie de la letra una determina filosofía política, muchas veces escrita de manera simplemente especulativa y no tomando en cuenta sus condiciones de posibilidad. Esta es una gran lección para moros y cristianos en Chile. En efecto, tanto en la izquierda como en la derecha existen sectores maximalistas que piensan la política como la aplicación a rajatabla de sus ideas políticas, sin considerar su grado de practicidad. La izquierda representa esta visión con la ya célebre retroexcavadora de Jaime Quintana, que aspira a destruir los cimientos del denostado “modelo neoliberal”. Y cierta “derecha”, normalmente identificada como libertaria, cuando condena toda corrida del cerco hacia el liberalismo, si no da cuenta de un rechazo radical al Estado, entendido como ilegítimo per se.
Es de esperar que las fuerzas políticas mayoritarias en Chile recojan estas tres simples lecciones del gran Giovanni Sartori. Lecciones que, es importante recordar, se aplicaron exitosamente durante los 20 años de la ex Concertación. Y aunque no quepa, ahora, creer en el retorno a un pasado ya perdido, sí podría pensarse que estos cuatro pésimos años de la Nueva Mayoría en el gobierno no fueron más que una mala noche, de la que será posible despertar. No sólo para que la derecha retorne al poder (mirada superficial), sino sobre todo para que vuelva la sensatez, reflejada en estas tres lecciones de Sartori.
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Sobre guetos verticales y estigmatización
El connotado arquitecto y académico Fernando Pérez dijo en una entrevista que densificar no significa construir monstruosidades, refiriéndose al revuelo que ha causado un edificio en la comuna de Estación Central, cuya imagen fue posteada por el intendente Claudio Orrego en su cuenta de Twitter. De inmediato proliferaron un sinfín de otros twitteos, fotos, columnas y entrevistas radiales sobre los tristemente bautizados guetos verticales. Pues bien, se podría agregar que construir monstruosidades no se condice con la idea de gueto.
Muchos de los edificios en altura construidos en las comunas centrales de la ciudad de Santiago han permitido la vuelta masiva de los grupos medios y medios-bajos al centro, probablemente la de aquellos que han experimentado movilidad económica reciente. Esto es una buena noticia. Por primera vez en décadas, familias que usualmente hubieran sido beneficiarias de un subsidio para comprar una vivienda en los extra muros de la ciudad, pueden optar por vivir mejor localizados.
Indudablemente hay un límite. Estación Central es el mejor testimonio. Densificar a cualquier costo sacrificando la calidad de vida de residentes nuevos y antiguos, y la sustentabilidad ambiental, urbana y económica del entorno, es a todas luces reprochable. Sin embargo, otra cosa muy distinta es hablar de guetos. Al referirse de esta manera a los edificios de departamentos en la comuna de Estación Central, no solo hay una falta de precisión, sino que se está contribuyendo a reforzar la realidad que condena con la estigma social.
Los guetos urbanos aparecen y se consolidan tras una doble operación. La primera es la excesiva concentración de pobreza (y en muchos casos también racial o étnica). Cuando ésta supera el umbral de 40 por ciento, se alcanza una suerte de punto de inflexión donde los problemas sociales aumentan y se complejizan, entrando en un espiral negativo, generalmente asociado a embarazo adolescente, abandono escolar, consumo y trafico de drogas, desempleo y violencia, cuya experiencia transmite a sus habitantes un sentimiento de desesperanza aprendida, difícil de romper. La segunda es la estigmatización. Esto es, cuando el resto de la sociedad identifica un determinado territorio como un lugar cargado de problemas sociales, imputándole a todo aquel que habita en dichos sectores todos los problemas sociales mencionados. Sus habitantes cargan por lo tanto no solo con la realidad que viven, sino con el estigma que el resto de la sociedad les atribuye.
Por lo tanto, señalar como guetos verticales a los edificios de departamentos construidos en Estación Central y otras comunas del centro de la ciudad es poco acertado. Primero porque no existe tal cosa como una concentración excesiva de pobreza. Más bien en su mayoría son hogares de estrato medio y medio-bajo que con esfuerzo han optado por vivir en espacios más pequeños a fin de contar con los beneficios de una mejor localización (probablemente sus familiares, amigos o ellos mismos ya experimentaron la decepción de la casa propia en la periferia). Y segundo, porque al hacerlo, se estigmatiza sin ninguna base a todos sus residentes, y sabemos de sobra cuán complejo y lento es cambiar el parecer de las personas cuando éstas ya se ha hecho una idea, un juicio o una imagen, aún cuando éstas sean equívocas (ver carta de Rodolfo Fuente, uno de los residentes de estos edificios dirigida al intendente Orrego).
El aumento radical en las densidades, el deficiente diseño arquitectónico y rápida obsolescencia urbana de los edificios construidos, sumada a la falta de equipamiento y de obras de mitigación y, la nula contribución al entorno de este tipo de proyectos residenciales, puede fácilmente calificarse como negligencia pública. La causa: falta de planificación a nivel comunal y regional y, un muy obsoleto set de herramientas de regulación, negociación y de financiamiento urbano con el que cuenta los gobiernos locales y regionales. Afortunadamente las propuestas de políticas de suelo para la integración social desarrolladas por el Consejo Nacional de Desarrollo Urbano y los avances hacia un empoderamiento de los gobiernos regionales y metropolitanos, colaborarán en corregir las actuales deficiencias. Ojalá la centralidad que ha adquirido este tema en las últimas semanas sirva para acelerar tanto la implementación de las medidas sugeridas por el CNDU como la aprobación de la Ley de transferencia de competencias en discusión desde el año 2005 en el Congreso.
No estigmaticemos a quienes optaron por vivir en el centro. Que el caso de Estación Central sirva para acelerar los cambios necesarios y fortalecer los instrumentos de regulación, planificación y gestión del desarrollo urbano de manera que la densificación sea de calidad, sustentable en el tiempo y pueda seguir acogiendo a familias de orígenes sociales, étnicos y económicos diversos, esencial a la vida urbana.
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El peligroso ajedrez entre EE.UU. y Norcorea
En los últimos días, varios medios internacionales han publicado ilustraciones similares, en las que Donald Trump y Kim Jong-un aparecen como un par de vaqueros a punto de batirse a duelo, mientras el resto del pueblo observa expectante.
Más allá de la metáfora, lo cierto es que tanto Estados Unidos como Corea del Norte están sosteniendo un verdadero “gallito”, mientras el mundo aguanta la respiración, esperando ver cuál de los dos hará el primer movimiento. O no.
El escenario es complejo. Los recientes bombardeos en Siria y Afganistán, más allá de la justificación oficial entregada por el Pentágono, fueron una muestra de la voluntad del actual gobierno estadounidense de usar la fuerza militar cada vez que lo estime conveniente, y sin esperar la autorización de organismos como Naciones Unidas. Frente a eso, el régimen norcoreano condenó dichos ataques y advirtió a EE.UU. que no intente una acción similar contra ellos.
Hasta la fecha, Pyongyang ya ha realizado cinco ensayos nucleares y según Washington, se prepara para un sexto. Un acto que —sumado a sus constantes pruebas con misiles balísticos de distinto alcance— buscará demostrarle al mundo su poderío y que por lo mismo, no acepta ningún tipo de presión política o económica. Aunque, se supone, Norcorea aún no ha perfeccionado un proyectil capaz de transportar una ojiva nuclear.
Además de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EE.UU., Rusia, China, Francia y Reino Unido) —que durante décadas conformaron el exclusivo club nuclear—, hoy existen otros países que tienen arsenales de este tipo (aunque mucho más pequeños), como India y Pakistán. Sin embargo, es Norcorea el país que le quita el sueño a Trump y que, además, se ha transformado en la piedra en el zapato de China.
La preocupación estadounidense por Corea del Norte no es nueva. George W. Bush lo incluyó dentro del llamado “Eje del mal” —junto a Irán e Irak— en un discurso de 2002, precisamente debido a su desarrollo de misiles balísticos y por su programa nuclear. Posteriormente, Barack Obama buscó detener ambas iniciativas impulsando nuevas y mayores sanciones sobre Pyongyang. Y ahora la pregunta es hasta dónde estará dispuesto a llegar Trump.
Efectivamente, el Mandatario estadounidense podría ordenar un bombardeo convencional preventivo sobre territorio norcoreano, pero eso no garantizaría la destrucción de todas las instalaciones nucleares y de misiles del régimen de Kim. Es más, su destrucción podría incluso acabar causando una versión moderna del accidente de Chernobyl.
Por otro lado, bastaría con que Kim pudiera disponer efectivamente de solo una de sus bombas —se presume que tendría entre 8 y 10— para poner en peligro real a Corea del Sur o a Japón, lo que más allá de las miles de víctimas que podría causar un ataque así, generaría un profundo descalabro de la economía mundial.
A su vez, el hecho de que Corea del Norte limite con China, lo vuelve casi intocable; y Kim lo sabe. Beijing considera a Pyongyang como un aliado que está dentro de su esfera de influencia, de modo que un ataque estadounidense sería como entrar al patio delantero de China. Algo que obligaría al gobierno de Xi Jinping a responder de manera clara y contundente (y que no desea hacer, considerando sus lazos económicos con EE.UU.). Salvo, obviamente, que Washington se comunicara previamente con Beijing y le diera ciertas garantías.
Al mismo tiempo, en el plano diplomático, Norcorea es un dolor de cabeza constante para China. Porque cada vez que realiza un ensayo nuclear o dispara un nuevo proyectil, Estados Unidos exige a China que utilice su influencia para detener a Kim. Algo que cada vez se hace más difícil, a pesar de que la economía de Corea del Norte depende casi en un 80% del mercado chino.
Pero hay otros elementos en esta compleja ecuación. Para el régimen norcoreano, tener armas nucleares representa una especie de garantía de que ni EE.UU. ni otra potencia mundial intentará atacarlos. Y de esa manera, Kim Jong-un evitaría —al menos en teoría— correr la misma suerte de gobernantes como Saddam Hussein o Muamar Gadafi.
Para China, la eventual caída de la dinastía Kim también abre un escenario no deseado. Porque el fin del actual gobierno posibilitaría —más temprano que tarde— un proceso de reunificación entre ambas Coreas. O mejor dicho, la desaparición de Norcorea (tal como ocurrió con la República Democrática Alemana), que pasaría a formar parte de un nuevo país, cuyo gobierno estaría en Seúl y no en Pyongyang. De esta forma, esa nueva Corea sería democrática, pro occidental y abierta al libre mercado. Pero sobre todo, un país que contaría con la presencia de 30.000 efectivos estadounidenses, que es el contingente actualmente desplegado en la mitad sur de la península.
Me momento, se impone el status quo en la península coreana, una de las regiones más importantes en términos económicos y tecnológicos, pero también una de las más volátiles del mundo. Solo queda esperar a ver quién hará el primer movimiento.
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Un espejo sucio
Hay historias con las que cargaremos hasta el fin de nuestras vidas. Se metieron debajo de nuestra piel sin que advirtiéramos del todo la fuerza que anidaba en ellas. Para los que nos apasionamos con el fútbol, muchas de esas historias tienen su origen en una cancha y giran alrededor de la pelota. Hay historias lindas, emotivas, que incluso recordándolas vuelven a estremecernos. Por ejemplo, el gol de cabeza de Marcelo Salas a los italianos en la Copa del Mundo de Francia 98. Otras nos siguen doliendo, por lo que en su momento significaron. ¿Se acuerdan de la selección que fue al Mundial de España? Creíamos en Luis Santibáñez y en sus jugadores como los católicos pudieron creer en Jesús y los doce apóstoles. Pensamos que la derrota ante Austria en el debut había sido un paso en falso, pero cuando al Gato Osbén -el súper arquero chileno- los alemanes le hicieron cuatro supimos que habíamos vivido engañados. Otro momento futbolero que no tengo dudas seguiremos recordando por mucho que el tiempo pase es el palo de Pinilla; ese remate que pudo cambiar la suerte de Chile en la última copa del mundo. Probablemente, con los años, la frustración habrá de atenuarse, pero seguirá latiendo, ahí, agazapada.
Con todo, hay una historia a la que difícilmente podríamos adosar algún adjetivo, porque hasta ahora no la entendemos del todo. Ocurrió el 3 de septiembre de 1989, en el estadio Maracaná, y significó no sólo la sanción a perpetuidad de Roberto Rojas, el arquero de esa selección, sino también la suspensión de Chile para participar en las eliminatorias de la Copa del Mundo de 1994. Sobra decirlo, quizá, pero también ha sido uno de los hechos más vergonzosos de los que se tenga memoria en la historia del fútbol profesional.
Escribo esto porque el jueves pasado fui a ver una obra de teatro que vuelve sobre el tema -El último vuelo del cóndor, dirigida por Andrés Céspedes, en Matucana 100-. En escena, los personajes de Roberto Rojas y del utilero Nelson Maldonado dialogan en uno de los camarines del Maracaná poco antes de que se inicie el encuentro que debía definir la clasificación de uno de los dos equipos a la Copa del Mundo de Italia 1990. En la obra, ese momento permite reflexionar sobre la memoria, sobre quiénes somos y sobre cómo nos comportamos ante situaciones adversas como la que vivió todo ese grupo humano en esa particular coyuntura de la eliminatoria mundialista.
Sigo sin entender demasiado bien qué fue exactamente lo que ocurrió. La confesión de Rojas echó luz sobre una parte de la historia, pero sin duda hubo otros elementos que gatillaron el hecho y que quizá ni el propio Rojas alcanza a dimensionar en su explicación. Yo me pregunto, ¿por qué Rojas y todos los otros que participaron del engaño tenían la convicción de que había que ganar al costo que fuera esa llave eliminatoria?, ¿por qué los hinchas y buena parte de la prensa no dieron crédito a la versión de los otros, los que postularon desde el inicio que aquello había sido una farsa?, ¿más allá de la confesión de Rojas, existe todavía un pacto de silencio para no transparentar toda la verdad?
En la obra dirigida por Céspedes, hay cruces entre lo que ese episodio significó y los estertores de la dictadura. No es, en absoluto, una lectura antojadiza. Hay momentos en los que me parece irrefutable el hecho de que ese episodio, del que hoy todos renegamos, obre como espejo de la sociedad que en su momento fuimos. Y si me apuran un poco, podría decir como espejo de la sociedad que todavía somos, por mucho que nos pese.
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El drama del chivo
Paulo Garcés lleva las últimas semanas en el ojo de la tormenta. La lesión de Justo Villar le dio una nueva oportunidad de adueñarse del arco de Colo Colo, una posición soñada que nunca ha podido hacer suya, ya sea por defectos propios, virtudes ajenas o lesiones inoportunas.
El error en el Superclásico lo colocó nuevamente en entredicho, justo en los días en que comenzaba a cerrarse su extensión de contrato. En el plantel cerraron filas con él e, incluso, un grupo de barristas lo respaldó.
Las cifras y el timing de ese acuerdo que estaba a punto de firmar han sido utilizados como chivo expiatorio en la lucha de poder que estalló entre los grupos controladores de Blanco y Negro, entre Aníbal Mosa y Leonidas Vial, que tienen en entredicho el futuro institucional del club.
En esas circunstancias, con esa mochila a cuestas, obviamente que no es fácil colocarse los guantes de Garcés en estos días.
Y el portero hace su aporte, también.
El gol de San Luis nace de una nueva falla suya, una equivocación que golpeó a sus compañeros, que sobre el pasto sintético de Quillota se mostraron incapaces de sacar una idea para evitar una derrota que vuelve a dejar al portero a merced de sus críticos y que, esta vez, tiene una consecuencia caliente: Universidad de Chile, el archirrival, alcanzó al Cacique en el liderato, a cuatro fechas del final del torneo.
No son muchas las veces en la historia que los dos equipos más populares y exitosos del país disputan la corona nacional mano a mano. Pasó en 1959, 1963, 1998, 2006 y 2014, con tres títulos para los albos y dos para los azules.
El componente anímico le da cierta ventaja a la U en esta lucha, que después de años malos y un inicio plagado de dudas vino desde atrás para disminuir una diferencia que llegó a ser de 6 puntos, con un derrotero que incluye un invicto de ocho partidos, el arco menos batido del certamen junto al de Everton y al dulce goleador del certamen, Felipe Mora.
Colo Colo, en cambio, viene de recibir un duro golpe. Pestañeó y perdió la ventaja que levantó con la complicidad de Iquique y Everton.
Pero no está noqueado. Su calendario, al igual que el de los universitarios, es variopinto. Además, ni el equipo ni Garcés tienen tiempo de quedarse a lamentar en el suelo. En juego hasta el orgullo y la misión de impedir que lo supere el archirrival.
Ha comenzado un torneo aparte.
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April 23, 2017
Carolina Goic
MUCHOS parecen tener miedo de que la historia se repita. Sea en una primaria o en la primera vuelta electoral, comienza a rondar el fantasma de otra derrota por parte de la Falange. Pero cómo entender que varios de los mismos que hace semanas aplaudían efusivamente a la candidata después de su discurso en la última Junta Nacional, duden ahora de lo que con entusiasmo promovieron y alentaron, e incluso tomen distancia, como intentando desentenderse de las consecuencias por las decisiones comunitariamente adoptadas.
Es cierto que la política no es una actividad donde florezcan las virtudes, aunque su hipocresía a ratos espanta hasta al más curtido en sus veleidades. Todo andaba bien hasta que el escenario puso en riesgo el pacto parlamentario con la DC, dejándose ver lo único que realmente les importa a la mayoría de los representantes de la Falange en el Congreso. No es para espantarse, mal que mal, la política consiste en las estrategias y métodos para alcanzar el poder. Sin embargo, y he aquí la diferencia, no es lo mismo perseguirlo como un fin en sí mismo, que como un instrumento para alcanzar fines más nobles, que de paso puedan también disculpar las miserias cotidianas de la actividad política.
De hecho, el enfrentamiento que parece hoy tener Carolina Goic con varios de sus colegas en el Congreso, quizás tiene su raíz justamente en esta distinción. Esta asistente social, hija de inmigrantes y con una vocación pública cuyos orígenes están fuertemente arraigados en sus convicciones religiosas, pareciera creer que todavía es importante darle un contenido a la acción política, dotarla de sentido, y expresarlo en un ideario por el que valga la pena correr riesgos y así defenderlo con coraje, incluso al punto de arriesgar las actuales posiciones de poder.
No se trata, como algunos han querido motejar, de un afán testimonial que desconoce la importancia de ganar las elecciones en política, sino más bien de incluir la respuesta a la pregunta del para qué. Por lo demás, si por desempeño electoral se trata, creo que hay pocos que podrían igualar sus resultados. Fue elegida diputada con la primera mayoría, lugar que repitió para su reelección, y que mantuvo para su salto al Senado; todo sin mencionar que ganó con mucha holgura su puesto como presidenta de la DC.
De esa forma, supongo que ella mejor que nadie entiende la importancia de viabilizar una fórmula que permita la mejor representación de su partido en las próximas elecciones. Pero también pareciera creer que sin un explícito y renovado proyecto político, que dé cuenta de otro estándar ético y público, el simplemente triunfar para mantener o cuidar, es un inevitable camino a la derrota.
No estoy seguro de si este era su momento y tampoco de si será mi candidata, pero reconozco que admiro el coraje: ese con que arriesga su capital político por una convicción; ese con el que habla fuerte y claro sobre su camarada Rincón y ese con el que enfrenta hoy a muchos quienes olvidaron las razones para ganar.
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Indecisión costosa
EL DILEMA de la Democracia Cristiana de si ir primera vuelta o a primarias será resuelto por la fuerza de los hechos, más que por una determinación fundada en los argumentos que esgrimen los partidarios de una u otra opción: es que el tiempo apremia. En efecto, en menos de una semana se tendrá que pronunciar su Junta Nacional y tras cartón inscribir los candidatos a primera vuelta, cuando ya las cosas no tengan vuelta atrás. Y nada se ha resuelto, y las dudas y debates internos lo corroen todo.
Hace no tantos meses la DC no tenía otra alternativa que ir a primarias, porque carecía de candidato presidencial. Pero desde que pronunciara un sentido discurso en el funeral del expresidente Patricio Aylwin y, más tarde, obtuviere una sólida victoria en las elecciones a la presidencia del partido, se perfiló la opción de Carolina Goic. Muchos vieron en su candidatura un gesto sin otro destino que negociar cuotas de poder. Discutible, porque Alejandro Guillier no era tan firme como parecía, ya que tiene mucho de “flor de un día” germinada en las encuestas, en las que incluso aparece ahora algo marchito.
Pero las oportunidades hay que aprovecharlas y cuando son cuesta arriba, hay que tener arrojo para capitalizarlas, que es lo que le ha faltado a la candidata DC. Era menester decidirse ir a primera vuelta y, a más tardar, el 1° de marzo lanzarse con todo. Porque se trataba de una ventana estrecha, cuando el tiempo apremiaba. No obstante, en un karma que persigue a la DC desde siempre, las aguas fueron tibias y se dejó a la próxima Junta Nacional la determinación de lo que se haría. Dos meses de cavilaciones, debate interno y declaraciones contradictorias. Tiempo precioso perdido, que ha desdibujado la oportunidad. Las encuestas lo evidencian: Goic no logra despegar en las preferencias.
Las fuerzas en pugna en la DC están claras: unos, más preocupados de sí mismos, piensan en los cupos y pegas, y en lo que pasaría si se va a primera vuelta y hay dos listas parlamentarias, ya que ciertamente sería un escenario de confrontación con el resto de la Nueva Mayoría; los otros, más de principios -pero, digámoslo también, que tienen otras actividades y no dependen tanto de las pegas públicas y cupos parlamentarios-, ven que la DC puede terminar totalmente desperfilada y relegada al baúl político del olvido, si no comienza a defender ideas y valores propios, aún si con ello pierde algunos parlamentarios. Y Goic no dirime, aunque diga que está más bien por la primera vuelta, porque también ha dicho que iría a primarias si hay una discusión programática y se logran ciertas definiciones en la Nueva Mayoría sobre el camino a seguir, como también en los cupos y listas parlamentarias. Pero, ¿a qué se refiere?: si no queda tiempo ni espacio para ese debate, ni para aunar criterios o negociar con los restantes partidos del conglomerado.
De hecho, lo que obviamente deben hacer los demás partidos es continuar tramitando la causa, para que el sábado la DC tenga que pronunciarse presionada por el reloj. Y las decisiones que son resultado de la indecisión, son costosas: hagan lo que hagan, no habrán asegurado ni la candidatura presidencial ni los cupos parlamentarios.
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Ciudad desechable
LOS BLOQUES de Estación Central serán un buen negocio por un tiempo. Ya lo fueron para los inversionistas “en blanco” o “en verde”. Y lo serán para los dueños que hoy reclaman porque la autoridad critique la estructura, al ver peligrar su inversión. Pero no por respeto al inversionista podemos dejar pasar algunos hechos evidentes. Lo primero es que los abigarrados departamentos que contienen estos bloques están pensados como lugar de paso. Nadie parece considerarlos definitivos. Son un lugar transicional, por mientras se encuentra algo mejor. Y esto es obvio, porque nadie aguanta mucho tiempo viviendo en espacios enanos, haciendo filas para subir por ascensor, viviendo casi sin privacidad, silencio, luz, ni visión del cielo. No son condiciones soportables por largo tiempo sin desmoralizar y degradar a cualquiera. Nadie vive ahí sin el sueño de salir de ahí.
El punto es que la ya insuficiente infraestructura -que no es de gran calidad, pero recibe y recibirá un uso intensivo- se degradará con el tiempo. Y no todos lograrán salir de ahí. Por los avatares de la vida, los más débiles y los con peor suerte terminarán viviendo definitivamente en esos bloques monstruosos. Y como el país habrá probablemente crecido y avanzado, los inquilinos nuevos serán personas cada vez más desesperadas y pobres, pues nadie querrá ya vivir en esas condiciones, ni siquiera temporalmente. El resultado será un famoso “guetto vertical”. Una colmena de marginalidad, abandono y violencia de la que ninguno de los inversionistas originales ni de los que harán buen dinero arrendando mientras el negocio aguante se hará cargo.
Luego de un tiempo, tendrán que ser, muy probablemente, demolidos por el Estado (y ya que son vivienda privada, esto probablemente supondrá un enredo jurídico y económico infernal, que hará eterno el proceso). Así ha pasado en todos los países desarrollados que construyeron este tipo de monstruos urbanos en las décadas pasadas.
En otras palabras, estamos frente a una edificación desechable cuyas ganancias serán privadas, pero cuyas externalidades negativas futuras las tendremos que asumir todos. ¿Quién puede llamar jipismo o exceso de afectación estética el levantar la voz frente a semejante abuso? La industria inmobiliaria y los gremios vinculados a ella deberían, si quieren tener alguna credibilidad futura, tomarse muy en serio esta situación.
Tal como nos transmitió durante su visita el antropólogo y filósofo Marcel Hénaff, la ciudad nos hace a nosotros tanto como nosotros la hacemos a ella. Y es imposible que vivir en estructuras desechables no nos haga sentir, también, desechables. La ciudad debe densificarse y crecer hacia arriba, no hay duda. Es injusto e ineficiente que el acceso a los oasis de bienes y servicios públicos y privados siga siendo tan excluyente como lo es hoy. Pero esa densificación, justamente por lo delicada que es para la convivencia humana, debe hacerse poniendo por delante la dignidad y la libertad de los ciudadanos. La edificación inmobiliaria en una sociedad libre debe estar al servicio de la libertad humana, y no al revés.
La entrada Ciudad desechable aparece primero en La Tercera.
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