Álvaro Bisama's Blog, page 192

April 23, 2017

Funeral anticipado

Esta semana Mariana Aylwin afirmó que un sector del electorado DC simplemente no está dispuesto a votar por Alejandro Guiller, y que de no tener otra alternativa optará por el candidato de la oposición. Un pronóstico demoledor, que ilustra el grado de desafección que hoy recorre a un segmento del partido. También, una señal contundente de los costos internos que está pagando la Falange, luego de una experiencia de gobierno donde su irrelevancia política no ha dejado de aumentar.

La reciente votación sobre el proyecto de educación superior fue, nuevamente, una confirmación dolorosa. La negativa del PC a aprobarlo en primera instancia lo dejó al borde del fracaso y el gobierno tuvo que ceder sin siquiera atreverse a cuestionar el chantaje. Al final, los comunistas se llevaron el botín para la casa, confirmando una vez más la enorme asimetría de fuerzas que el Ejecutivo acepta y también promueve, ya que la presión del PC se ha convertido en la mejor garantía para que la agenda presidencial pueda imponerse.

La DC tuvo que resignarse al pie forzado sin derecho a queja. Una situación que se ha vuelto rutina y que en buena medida explica por qué dicho partido está hoy tensionado al máximo a raíz de su decisión presidencial. Forzado por sus socios a someterse a una primaria en la que está derrotado de antemano, ahora un sector de la propia DC también dejó en claro que no está dispuesto a correr riesgos, dando inicio al sacrificio público de Carolina Goic. Así, sin eufemismos ni sutilezas, la declararon en ‘interdicción’ para participar en las tratativas presidencial y parlamentaria del oficialismo, una degradación sin precedentes que operó como un crudo anticipo de lo que ese sector del partido considera ya la única opción: el apoyo a la candidatura de Alejandro Guillier.

Pero no fue todo: en paralelo, un masivo coro de parlamentarios salió al ruedo para cuestionar la decisión de su candidata de llegar hasta la primera vuelta, acusándola de buscar anteponerse a las resoluciones que debe tomar la próxima Junta Nacional y de arriesgar la continuidad de la Nueva Mayoría. Una crítica insólita que, en caso de aprobarse finalmente el escenario de las primarias, dejaría a la candidata y presidenta DC como ya derrotada por su propia colectividad.

En rigor, después de lo observado en los últimos días, cabe preguntarse cómo Carolina Goic podría remontar en las encuestas si está siendo sometida a este nivel de trato público por sus propios camaradas. Es simplemente imposible. Más bien, lo único que queda es asumir que hay un segmento no menor de la dirigencia partidaria que ha preferido resolver esta disputa con un grado de descalificación inédito, que empieza a parecerse al abandono sufrido por Claudio Orrego en la elección pasada.

En definitiva, la DC ha ilustrado esta semana hasta dónde puede llegar la necesidad y la obsesión por mantener los espacios de poder. A estas alturas, la discusión sobre si se va a primarias o a primera vuelta está dejando de ser relevante. Más bien, pareciera que la Falange simplemente decidió realizar un funeral anticipado de su opción presidencial, en una puesta en escena descarnada que Carolina Goic no se merecía.


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Published on April 23, 2017 01:55

Yo levanto la mano

“QUE LEVANTE la mano quién no dio una boleta a un familiar o amigo”, fue el desafío que nos planteó ni más ni menos que la exresponsable de un organismo estatal de fiscalización. Pero qué descaro. Yo la levanto, señora. Y estoy seguro que somos millones los chilenos que podemos hacerlo, porque no lo hacemos ni tampoco vemos esto como algo normal ni tenemos la más mínima intención de engañar al sistema. Simplemente, porque comprendemos que ello constituye una forma muy indecorosa de beneficiarse a costa del resto de los contribuyentes.

Por eso, aunque comprendo que Impuestos Internos califique el actuar de un montón de políticos como meras faltas tributarias, confieso que me cuesta digerir su falta de consideración hacia lo que muchos percibimos como un sistema reiterado y planificado para defraudar al Estado (o sea, a todos nosotros), vulnerando las leyes de financiamiento de la política (que ellos mismos redactaron) y que permitió a algunos empresarios convertirse en los principales mecenas de diputados, senadores y partidos completos y, obviamente, no a cambio de nada.

Al amparo de este sistema los señores de Penta tomaron el control de la UDI, como bien lo reflejó la serie de correos electrónicos donde los candidatos no escatimaban en adulaciones con tal de conseguir un par de luquitas. El mecanismo incluía a secretarias y asistentes de prensa que debían contribuir con sus boletas personales a cambio del margen de devolución de impuestos que, oh sorpresa, aparecía en sus respectivas cuentas corrientes sin que ellas conocieran ni sospecharan de su origen indebido.

Por favor. La excusa de la ignorancia adquirió ribetes de comicidad cuando el ex director de un canal de TV confesó que le daba “un poquito de vergüenza” el haber emitido boletas para SQM a cambio de un bono negociado con su verdadero empleador. Pero tranquilos ciudadanos, el sistema lo castigó… aunque por un ratito. Solo lo suficiente para que a la opinión pública se le olvidara este bochornoso incidente.

Así, mientras a Velasco lo allanaron en su casa, con plena cobertura televisiva en directo, el exministro Peñailillo declaró entre gallos y medianoche y el señor De Aguirre terminó de director ejecutivo del canal estatal. Sorprendente.

Y eso es lo que me cuesta digerir de la decisión del SII de no querellarse en varios de estos casos, porque nos deja una percepción de inequidad que no hace nada bien a esa promesa de igualdad ante la Justicia a la que todos aspiramos.


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Published on April 23, 2017 01:50

Los festines de la prens

Hace dos semanas, en el Palacio de Gobierno, Bruno Villalobos, el general director de Carabineros, interrumpió al ministro del Interior durante una conferencia con los periodistas y se dirigió a ellos con el rostro encendido. Estaba ofuscado, tanto, que hablaba de él mismo en tercera persona. El general Villalobos levantó el dedo índice -como lo podría haber hecho un inspector de colegio cabreado por el mal comportamiento de los alumnos- y advirtió: no hagan un festín de la situación que estamos viviendo. Se quejó de los medios de comunicación y dijo algo sobre la mala costumbre de lanzar barro sobre la institución que él dirigía.

A lo que el general director de Carabineros se refería era a un fraude anunciado por él mismo a principios de marzo, en una causa iniciada en Punta Arenas. En esa fecha, el propio Villalobos citó a una conferencia de prensa para informar de un desfalco en Magallanes que involucraba a Carabineros. Como consecuencia del hallazgo del fraude les pidió el retiro a nueve oficiales. En ese momento, Villalobos no anunció el monto del robo, pero la cifra deslizada a los periodistas fue inicialmente de 600 millones de pesos.

Lo que en un principio se juzgó como un gesto de transparencia de parte del alto mando de la institución, con los días fue matizado por los antecedentes que surgían. Ciper informó que durante siete años, de distintas maneras, se dieron a conocer indicios de fraudes en Carabineros. El sitio de investigación periodística aseguraba que hubo más de 40 alertas “que nadie quiso escuchar”.

La prensa había encontrado contratos y licitaciones que no cuadraban, muchas grietas por la que los fondos se perdían en compras y licitaciones de todo tipo a lo largo del país. Dinero público que iba a parar por las razones más insólitas -como contratación de televisión por cable premium- a cuentas corrientes de privados.

En cosa de días el monto estimado del fraude difundido a principios de marzo por el general director de Carabineros trepó de los 600 millones de pesos que originalmente se había informado extraoficialmente, a más de mil millones. A la vuelta de la semana ya eran 10 mil millones y a principios de abril se acercaba a los 20 mil millones de pesos. Los nueve oficiales inicialmente destituidos sumaron compañía: van más de 40 expulsados de la policía uniformada. Por último, el desfalco tampoco era un asunto radicado en la lejana Región de Magallanes como inicialmente se sugirió, sino una trama nacional que comenzaba en Santiago.

Un par de días después de que el general director de Carabineros reprendiera a los medios desde La Moneda, el programa Informe Especial, de TVN, transmitió una entrevista a Patricio Morales, teniente coronel en retiro imputado por el caso. Morales aseguró que el desfalco era parte de la cultura de ciertas áreas de la institución, un asunto conocido por muchos desde hacía años, que el dinero incluso se sacaba en maletines, que era una red tupida de personas la que lo sostenía y que las hebras alcanzaban a funcionarios de la Contraloría General de la República.

Según Morales, durante su trabajo en Carabineros pudo observar que “había toda una estructura para cometer ilícitos y para proteger al alto mando”. Frente a esta información, Jorge Bermúdez, contralor general de la República, contestó expulsando a los funcionarios de la Contraloría involucrados según los antecedentes internos y de prensa: “Si la Contraloría fue 39 veces a auditar a Carabineros y no encontró lo que pasaba, yo exijo una explicación”, dijo Bermúdez, quien está desde el año 2015 en el cargo.

A diferencia del contralor Bermúdez, el general Villalobos no ha aceptado entrevistas. Sólo ha declarado que cuando él era jefe de inteligencia -durante el tiempo en el que ocurrieron los desfalcos encontrados hasta ahora- nunca supo nada de los fraudes que se extendían como manchas de aceite. Una explicación que si bien lo puede exculpar de responsabilidades, habla muy mal de la calidad del trabajo de una unidad que justamente debiera prevenir que estas cosas sucedan. Lo único que podría concluirse de la respuesta del señor Villalobos es que, además de los robos, deberíamos lamentar la ineficiencia de los encargados de contrainteligencia que estaban bajo sus órdenes y que nunca supieron que bajo sus narices estaban robando a manos llenas; organizando una celebración privada con dinero público, una orgía de millones que no fue ideada por la prensa, sino planificada por obra y gracia de una banda conformada por maleantes con rango y uniforme.

Hasta ahora, los medios no han hecho ningún festín, sólo han hurgado en los rastros de la resaca, buscando la verdad de los hechos, la misma que muchos querrían dar por sepultada.


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Published on April 23, 2017 01:46

La conexión externa

No es muy aventurado decirlo así: la política chilena está enferma. Enferma de cortoplacismo, de provincianismo (fue cosa de verlo en las patéticas imágenes del censo) y enferma también de paranoia: no hay hecho político tras el cual no se advierta una amenaza o un complot.

No es raro, siendo así, que leamos la contingencia noticiosa desde el prejuicio y el sesgo. Lo más fácil es culpar a algo o a alguien de aquello que no aprobamos. Fueron los socialistas los que traicionaron a Lagos. Es el PC el que está estirando la cuerda al conversar con partidos ajenos al oficialismo. Es la bancada estudiantil la que está chantajeando al gobierno. Son los guatones de la DC los que están forzando al partido a ir a primera vuelta. Es el triunfalismo de Piñera el que quiere impedir la discusión de las ideas en la centroderecha. Son los parlamentarios apitutados los que quieren impedir que la DC recupere su identidad.

¿Será? ¿Habrá alguien que se quede tranquilo con estas explicaciones? ¿No serán los temas algo más complejos? ¿No habrá un problema más general que tiene que ver con la desconfianza, con la confusión, con la polarización, con la crispación e incluso con rechazo a los mecanismos propios de la democracia representativa?

La buena noticia, para consuelo de los que somos más tontos, es que esto que está ocurriendo aquí está ocurriendo también en otros lados. La mala es que eso no nos libra de tener que discurrir algún plan de salida a la crisis, un plan que intente depurar el lenguaje político, que vuelva a reacreditar las instituciones y permita llegar a nuevos equilibrios entre la realidad y las aspiraciones ciudadanas.

Decirlo así es fácil. Lo complicado es hacerlo. Sobre todo ahora, cuando a los problemas políticos se suman los institucionales. Los analistas dicen que desde los años 30 del siglo pasado nunca la democracia había estado tan presionada como ahora. Es cosa de verlo en lo que ocurrió en Estados Unidos, en lo que pasó en Gran Bretaña con el Brexit, lo que podría pasar hoy en Francia. En Chile, las cosas no son muy distintas y nos recuerdan que la política chilena está más conectada al mundo de lo que una mirada pueblerina nos haría creer. No somos ínsula. Somos parte de un todo mayor.

Siempre ha sido así, por lo demás. La crisis de los 30 golpeó nuestro escenario político con tanta fuerza como en Europa. La desconfianza en la democracia se tradujo en fragmentación de los partidos tradicionales, en movimientos pronazis, en una acelerada expansión de la izquierda marxista y, para contener las decepciones del capitalismo, en una creciente intervención del Estado en la economía. A pesar de no haber emergido de modo tan súbito, de la noche a la mañana los temas de la cuestión social, de la irrupción del proletariado y de la pobreza cambiaron los temas de la agenda pública y lo cambiarían por décadas hasta llevar al país al derrumbe del sistema político del 73.

Ahora no es el proletariado ni son los pobres los que están haciendo crujir el sistema. Los más descontentos son los sectores medios. No porque sientan, como sienten en Estados Unidos o en Europa, que están marcando el paso o se estén empobreciendo, porque la verdad es que aquí no han hecho otra cosa que progresar, sino porque se forjaron expectativas, infladas por los propios partidos, que ni el Estado ni el mercado han estado en condiciones de cumplir. El Estado, dicen, porque fue capturado por los poderosos y los desconocidos de siempre. La economía, porque no avanza todo lo rápido que debiera para cubrir con tranquilidad las cuentas de fin de mes y porque, además, hay muchos abusos.

Las fuentes de la desafección son básicamente esas dos y es sobre este tablero de hechos, de sentimientos y percepciones que la modernidad avanza a trompicones y dando palos de ciego. Desde que el descontento se convirtió en un insumo decisivo, todo se licuó y las agujas electorales se han vuelto muy volátiles en medio mundo. Guardando las distancias, con la misma lógica que Bachelet volvió a La Moneda para desmontar la maquinaria productora de la desigualdad (respuesta de izquierda), el sistema político estadounidense instaló a Trump en la Casa Blanca (solución de derecha), para reparar el orgullo nacional y rescatar a los que se quedaron rezagados.

Desde luego, el asunto no termina ahí. A Bachelet no le fue bien: aumentó la desconfianza y no redujo el malestar. Las posibilidades de que pueda hacerlo el próximo gobierno no parecen muy auspiciosas, entre otras cosas porque es difícil que consiga un mandato robusto y porque, además, la polarización persistirá. El problema en que está Chile es parecido al de varias otras democracias en el mundo. Afuera todavía no le han encontrado solución. Adentro, menos, pero habrá que ver. Si el próximo gobierno consigue al menos volver a poner la economía en movimiento, a lo menos habrá quitado una de las tantas cuñas que tiene el actual descontento.

Por algún lado hay que empezar.


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Published on April 23, 2017 01:42

¿Se viene la Tercera Guerra Mundial?

Se ha puesto de moda hablar de una Tercera Guerra Mundial. La búsqueda de “World War 3” (sic), según informó esta semana la prensa estadounidense, se ha disparado en Google.

¿Estamos ante semejante riesgo?

Distintos analistas de política exterior han explorado esta cuestión en semanas recientes.

Nigel Ferguson, por ejemplo, propuso en “The American Interest” que Trump hiciera una alianza (“condominio”) con Rusia y China para mantener la paz mundial, repartiéndose áreas de influencia y compartiendo soluciones puntuales (por ejemplo, en Siria, donde su idea es que Estados Unidos y Rusia opten por una balcanización del país, como se hizo con Bosnia). Se trataría de un arreglo nostálgico del “equilibrio de poderes” del siglo XIX y que permitió muchas décadas de paz (aunque estalló en mil pedazos con la Primera Guerra Mundial). En el actual contexto, piensa él, puede estallar un conflicto mundial sin un esquema de esta naturaleza.

Kissinger, en su libro Orden Mundial, ya había esbozado una tesis más o menos parecida que no sorprende demasiado en él. El ex secretario de Estado cree que el mundo de hoy se parece a la Europa del final de la Guerra de Treinta Años, que desembocó en la paz de Westfalia (1648). Había una multiplicidad de unidades políticas caóticas, ideologías incompatibles, culturas disímiles: nadie tenía poder suficiente para imponer su orden a los demás. Así, optaron por el sistema del Estado-nación, reemplazando el mundo de los imperios por otro más modesto, en el que cada Estado decidía sus asuntos y formas de gobierno, respetando la soberanía del otro. Un equilibrio hacía que nadie pretendiera obtener una hegemonía sobre los demás.

Desde un punto de vista muy distinto, Robert Kagan ha escrito en Foreign Policy que esa visión es ingenua y que acabaremos envueltos en conflictos mundiales graves si no entendemos la necesidad de que Estados Unidos afiance su poder a través del sistema que nació tras la Segunda Guerra Mundial y que sobrevive hasta hoy.

El constata que Rusia y China tienen pretensiones hegemónicas. Moscú quiere llevar su área de influencia mucho más allá de Georgia y Ucrania (que invadió en 2008 y 2014), hasta abarcar Europa oriental y central, así como Asia central (donde ya pesa). Pekín pretende mucho más que hacerse fuerte en el Mar del Sur de China; su verdadera ambición es extender un área de influencia a toda el Asia oriental, donde Estados Unidos ha mantenido alianzas con países como Japón y Corea del Sur.

Según Kagan, el nuevo nacionalismo aislacionista surgido en Estados Unidos y Europa atenta gravemente contra el orden mundial que ha predominado desde la Segunda Guerra Mundial: al minar el prestigio y la solidez de la democracia liberal, debilita el orden mundial basado en ese ideal del que Washington y la OTAN han sido pilares. Mientras mayor sea la percepción en Rusia y China, pero también en países menores bajo sistemas autoritarios con ambiciones propias, de que Estados Unidos y Europa se repliegan en lugar de asumir sus responsabilidades, mayor será el aventurerismo de los gobiernos que buscan aumentar sus áreas de influencia.

En ese contexto, cualquier incidente grave puede llevar a una conflagración o simplemente a que la democracia liberal vaya encogiéndose en el mundo aceleradamente, lo que provocará que los países autoritarios que se sientan fuertes se engullirán a los que perciban como presas fáciles.

Como la historia no es previsible en lo fundamental, ninguna teoría o análisis, por autorizada que sea su autoría, es infalible. Un aspecto que vuelve aun más difícil hacer pronósticos es que Estados Unidos no tiene una doctrina de política exterior. No la tuvo Obama y no la tiene Trump. Obama llegó al poder ofreciendo la visión de un Estados Unidos interesado en abandonar el unilateralismo y apostar por el multilateralismo. Pero en momentos importantes no pudo ser fiel a esta visión; los acontecimientos lo obligaron a adoptar políticas contradictorias. Trump ofreció un eslogan: “America First”, que tomó prestado de un movimiento aislacionista opuesto al ingreso de su país en la Segunda Guerra Mundial, pero ya vemos que a él también los acontecimientos lo han llevado a hacer cosas imprevistas, como bombardear la base aérea de al-Sharyat, en Siria y, ahora, enviar una “armada” a la península coreana, incluido un portaaviones con reactores nucleares, el USS Carl Vinson, que transporta casi un centenar de aeronaves.

La ventaja de Estados Unidos y Rusia en el número de ojivas nucleares sigue siendo impresionante. Según la Asociación para el Control de Armas, Estados Unidos tiene desplegadas, en sus misiles y bombarderos, unas 1.411 y almacenadas otras 2.800, mientras que Rusia tiene desplegadas 1.765 y almacenadas 4.500. China posee unas 260 ojivas en total y se sitúa incluso por debajo de Francia, con 300.

Pero si nos fijamos en el poderío militar en general, la ventaja de Estados Unidos, cuyo presupuesto militar es 10 veces superior al de Moscú, es enorme incluso en relación con Rusia. Hay unas 800 bases militares norteamericanas alrededor del mundo contra no más de 12 de los rusos. Estados Unidos tiene casi un millón y medio de uniformados contra unos 800 mil rusos y su superioridad tecnológica es evidente, por ejemplo, en los bombarderos furtivos de quinta generación (que ningún otro país tiene).

Esta ventaja, sin embargo, es académica si tenemos en cuenta la capacidad de destrucción que tiene el arsenal nuclear ruso, cuyos misiles balísticos, por lo demás, pueden llegar a cualquier ciudad estadounidense. Por tanto, la realidad es que todavía sigue vigente la famosa doctrina MAD (Mutually Assured Destruction) de los tiempos de la Guerra Fría que se basaba en la disuasión: ningún país con armas nucleares tiene un incentivo para atacar a otro país con armas nucleares porque una guerra con el uso de dicho arsenal arrasaría a ambos.

Por eso, las guerras entre las potencias ocurridas durante la segunda mitad del siglo XX eran vicarias: se libraban a través de terceros. La irracionalidad del Kremlin tenía limitaciones racionales: los líderes comunistas, a pesar de su fanatismo ideológico, siempre se frenaron cuando se estuvo al borde de un conflicto nuclear. La crisis de los misiles de los años 60 se resolvió porque Rusia percibió que llevar la provocación a Kennedy hasta límites excesivos podía poner en riesgo a la propia URSS. Negoció con Washington un acuerdo para retirar sus misiles a cambio de que la OTAN hiciera lo propio con los que tenía en Turquía.

Aquí, creo, reside la razón por la cual, a pesar de las teorías inteligentes de muchos pensadores, es muy improbable una Tercera Guerra Mundial. La dinastía de los Kim lleva un cuarto de siglo tratando de desarrollar un programa nuclear. En el caso de Irán, el programa de energía nuclear fue introducido por Estados Unidos en los tiempos del sha y después de la Revolución de Khomeini los mullahs empezaron a diseñar una estrategia para desarrollar su dimensión militar.

¿Puede confiarse en el instinto de autopreservación de estos dos regímenes como para suponer que, si logran desarrollar plenamente sus programas nucleares, se frenarán a la hora de provocar un ataque estadounidense? No se puede confiar nunca en un fanático, pero el propósito de estas dictaduras tiene más que ver con el hegemonismo y las áreas de influencia de ciertas zonas que con la guerra con Estados Unidos.

Corea del Norte quisiera conquistar Corea del Sur y Teherán pretende volver a ser el poder dominante del mundo musulmán. Para ellos, la democracia liberal es un enemigo y Estados Unidos, su portaestandarte mundial, una amenaza. Pero ninguno de estos dos regímenes ignora que si pretendieran emplear un arma nuclear en zonas cercanas, serían inmediatamente objeto de un ataque devastador por parte de Washington.

Sólo en la eventualidad de que Corea del Norte e Irán pudieran contar con respaldo de China y Rusia, respectivamente, en un conflicto, podrían competir con Estados Unidos en condiciones verdaderamente amenazantes. Pero ni Rusia ni China tienen interés en desafiar la doctrina MAD porque la disuasión, que fue efectiva durante la Guerra Fría, lo sigue siendo hoy. El fanatismo de los Estados no es autodestructor desde el punto de vista de la política exterior: busca más bien la perpetuidad del poder establecido. A veces calcula mal, pero su pretensión no es la destrucción mutual en una guerra.

Rusia ha criticado severamente el bombardeo de Estados Unidos a Siria. Pero, en la práctica, ¿ha tomado represalias militares? No. En el caso de Corea del Norte, lo que se ha visto es que China ha perdido la paciencia con Pyongyang en lugar de una disposición de Pekín a ir a la confrontación con Trump para proteger a Kim Yong-un. Si algo han revelado los últimos días es una tensión creciente entre China y Corea del Norte. Los chinos perciben el germen de su propia inestabilidad en cualquier conflicto que pudiera desatar Kim Yong-un.

Este dictador, como su padre y su abuelo, utiliza de tanto en tanto la bravata exterior como herramienta política interna. Pero ¿está seriamente dispuesto a exponerse en una guerra contra potencias muy superiores? Nada de lo que sabemos de los regímenes comunistas apunta en esa dirección. Lo que sabemos es, más bien, que, aunque algunos Estados comunistas están dispuestos a llevar el “bluff” hasta la zona de peligro real, su instinto es la autopreservación.

¿Significa esto que no hay peligro de Tercera Guerra Mundial? No, significa que ese peligro no viene, a mi modo de ver, en lo inmediato, de los lugares donde está fijada al atención en estos días. Viene, más bien, de esas organizaciones terroristas no estatales en las que el suicidio sí es un arma de lucha para alcanzar la gloria. Pero ¿cuáles son las posibilidades de que los terroristas no estatales se hagan con un arsenal nuclear importante?

Evitar que ello ocurra es una necesidad imperiosa, un objetivo compartido por las grandes potencias nucleares enemistadas entre sí. Estados Unidos, Rusia y China tienen exactamente el mismo interés en evitar que el terrorismo suicida se apodere de armas nucleares. Esto no garantiza que una organización terrorista no pueda obtener un arma nuclear, pero sí implica que los países que tendrían que enfrentarse entre sí para que se diera una Tercera Guerra Mundial actuarían para atajar el riesgo conjuntamente.

El mayor peligro en el corto o mediano plazo no es la guerra mundial. Es más bien la erosión de la democracia liberal, el auge de los autoritarismos bajo la cobertura del nacionalismo y el populismo. Y en un mundo, todavía lejano, en que la democracia liberal dejara de ser el paradigma líder, el peligro de una conflagración planetaria crecería.


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Published on April 23, 2017 01:38

La mundanidad y la DC

La Democracia Cristiana se prepara para uno de los fines de semana más dramáticos de su historia. Más largos también: podría haber unas 72 horas entre los resultados de la junta nacional del sábado 29 y el fin de la jornada del 2 de mayo, último plazo para inscribir candidaturas a las elecciones primarias nacionales, es decir, el acto final que confirma quiénes participarán en primarias y quiénes no.

Pero, por cierto, el momento decisivo es la junta nacional. Todos los insiders coinciden en que será un encuentro difícil. No repetirá ese instante mágico y tumultuoso del 11 de marzo, cuando la junta decidió por unanimidad la candidatura presidencial de Carolina Goic y las lentejuelas de la fraternidad democratacristiana volvieron a iluminar, como en los viejos tiempos, la ilusión de la unidad perfecta. Aquel día, es cierto, todas las pandillas enfundaron los puñales. Esta vez no.

Pero aquella jornada convirtió a Goic en la voz más fuerte de su partido. Sin haber sido una de las figuras mayores de la DC, la senadora quedó en una de esas raras encrucijadas donde se exhibe, de manera ostentosa y desafiante, la mundanidad del mundo. Esa mundanidad se llama primarias, y los mundanos socios la han convertido en la puerta de Babilonia: sin primarias no hay pacto parlamentario.

La junta nacional de la DC tiene una ventaja conceptual sobre el comité central del PS: hay en ella pocos parlamentarios en ejercicio, lo que hace menos probable que repita esa danza de intereses electorales que tanto contribuyó a abatir a Ricardo Lagos. Tampoco está la directiva distante (o en contra) de la candidatura, el otro factor crucial en la secreta coalición antilaguista del PS, que se cuidó de eliminar primero a otros aspirantes, para que no fuese a parecer lo que al final pareció. En este caso la mundanidad se vistió con las encuestas.

Quedan los funcionarios públicos. Muchos de ellos creen, como los trabajadores con empleos precarios, que un cambio en la estructura de mando les quitaría sus trabajos, lo que ha de ser cierto en la mayoría de los casos. Pero es algo mezquino reducir este problema a la defensa del sueldo: a veces, algunas veces, hay también proyectos, ideas, sueños de un país mejor al que se puede contribuir desde un pequeño escritorio público. Distintos cálculos cifran la integración de la junta en unos dos tercios de empleados fiscales, con sueños o sin ellos.

El caso es que hace justo una semana, en este diario, Goic desechó las primarias y en buena medida condicionó -como se quejaron algunos de sus contradictores internos- el resultado de la junta. Porque ¿qué puede hacer ahora la junta? Una de tres cosas: a) apoyarla; b) adoptar una decisión ambigua o condicionada, con menos de 72 horas de vigencia; o c) desautorizarla y quedarse sin candidata, ni primarias, ni pacto.

La centroizquierda vive una fase depresiva con propensión al suicidio, por lo que ningún resultado está asegurado. Sin embargo, la lucha más dura se libra entre la izquierda de la Nueva Mayoría y su retador, el Frente Amplio. No parece que la DC pueda tener mucha voz en ello, ni menos en una elección sin binominal, con sistema proporcional, donde nada valen los acuerdos de omisión ni los intercambios de distritos.

Estas serán las parlamentarias peor aspectadas para todos los partidos que hoy integran la Nueva Mayoría, que han basado sus buenos resultados en la generosidad y la solidaridad. La proporcionalidad liquida, por definición, tales valores, precisamente porque reivindica la primacía de la pluralidad.

Este solo hecho, mecánico, automático, ya ha disuelto una parte de las bases de la Nueva Mayoría. Sobrevivirá otra parte, la lealtad al gobierno, pero con una fecha de término de 10 meses. De modo que la persistencia o la desaparición de la Nueva Mayoría carece de relevancia. Las dos cuestiones de real importancia están en otro lado: ¿Son las primarias consustanciales a la existencia de una coalición de centroizquierda? Y ¿son las primarias consustanciales a una lista parlamentaria común?

La respuesta a ambas preguntas es no, pero a condición de que las partes actúen con prudencia, con calma y sin generar dichos o hechos que puedan tornarse irreversibles. A fin de cuentas, después del 19 de noviembre puede haber segunda vuelta presidencial.

El voto político de la junta anterior, que es el que está vigente, declaró el propósito de la DC de participar en las parlamentarias en una de dos listas “de centroizquierda”. La cuestión de las dos listas (o pactos) no es ideológica, sino instrumental: las condiciones y los candidatos son tantos, que es muy difícil integrarlos en una sola lista. Dado que dentro de una lista se produce chorreo desde los candidatos fuertes hacia los débiles, muchos aspirantes se sienten mejor amparados dentro de un pacto que si van en solitario. Sin embargo, esto tiene su reverso: los candidatos fuertes de la DC ofrecen buena protección a sus socios, cualesquiera que ellos sean.

Pero este análisis no considera la importancia de la debilidad subjetiva: a la siga del máximo de seguridades, los candidatos invocan también la protección de la candidatura suprema, la presidencial. Aquí reaparecen las encuestas. El retorno de la mundanidad.

En una cosa hay acuerdo: nadie espera que estas puedan ser elecciones exitosas para la DC. Se trata, en el mejor de los casos, de salvar los muebles: algo cercano a los 21 diputados y seis senadores que están en juego. Competir en conjunto o en solitario plantea riesgos muy parecidos, excepto que un desempeño desastroso de Goic desde ahora hasta noviembre pudiera producir severos daños colaterales. Si es al revés, la DC hasta podría mejorar su performance parlamentaria.

Pero esto es difícil. Todo es difícil. Es difícil la mantención de la Nueva Mayoría con una niñez enfermiza de cuatro años y es difícil su extinción sin una muy abrupta sensación de fracaso. No hay salida fácil, ni para la DC ni para sus aliados.


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Published on April 23, 2017 01:30

¿Por qué a los dictadores les gusta parecer demócratas?

Una interesante paradoja de la política mundial en estos tiempos son las contorsiones que hacen algunos autócratas por parecer demócratas. ¿Por qué tantos dictadores montan elaboradas pantomimas democráticas a pesar de que saben que, tarde o temprano, se revelará la naturaleza autoritaria de su régimen?

Algunas de las razones son muy obvias y otras no tanto. La más obvia es que, cada vez más, el poder político se obtiene -al menos inicialmente- por los votos y no por las balas. Por ello, los aspirantes deben mostrar gran devoción por la democracia, aunque esa no sea su preferencia. La otra razón es menos evidente: los dictadores de hoy se sienten más vulnerables. Saben que deben temerle a la potente combinación de protestas callejeras y redes sociales. La mezcla de calles calientes y redes encendidas no le sienta bien a las dictaduras. Quizás por eso, guardar las apariencias democráticas les tonifica.

La democracia aporta el ingrediente más preciado por los tiranos: legitimidad. Un gobierno que se origina en las preferencias del pueblo es más legítimo y, por lo tanto, menos vulnerable que un régimen cuyo poder depende de la represión. Así, aun cuando sean fraudulentas, las democracias generan algo de legitimidad, aunque sea transitoria.

La Rusia de Vladimir Putin es un buen ejemplo. Los trucos a los que ha recurrido para que su gobierno parezca democrático son insólitos. Rusia hoy cuenta con todas las instituciones y rituales de una democracia. Pero es una dictadura. Por supuesto que en Rusia periódicamente hay elecciones. Y estas vienen acompañadas de costosas campañas mediáticas, de mítines y debates. El día de los comicios, millones de personas hacen cola para votar. El pequeño detalle es que siempre gana Putin. O a quién él designe para guardarle el puesto.

Eso pasó en 2008 cuando Dmitri Medvedev, el primer ministro del gobierno presidido por Putin, ganó las presidenciales e inmediatamente le dio a su ex jefe el cargo de primer ministro. Cumplido su periodo presidencial, hubo elecciones y, por supuesto, el “nuevo” Presidente electo fue… Putin. Así, el poder de la Presidencia y el poder real volvieron a coincidir. Obviamente, mantener las apariencias de que, en el Kremlin, el poder se alterna es muy importante para Putin. Pero, ¿por qué? ¿Por qué en vez de hacer tantos esfuerzos, Putin no se quita la careta y sincera la situación?

Quitarse la careta no le sería difícil. A nadie sorprendería que si Putin convocara un referéndum para prorrogar indefinidamente su mandato, lo ganaría (y por abrumadora mayoría, como siempre). Tampoco sorprendería que el Parlamento y la Corte Suprema respaldaran esa maniobra. Después de todo, ambas instituciones son elementos clave de la artificiosa fachada democrática detrás de la que se esconde la autocracia rusa. En 17 años ni una sola vez han impedido que Putin haga lo que quiera.

Rusia no es la única dictadura que quiere parecer democracia. Recientemente las autoridades chinas indicaron su preferencia respecto al destino de Siria: “Creemos que el futuro de Siria debe dejarse en manos del pueblo sirio. Respetamos que los sirios escojan a sus líderes”. Es curioso ver a una dictadura aconsejar a otra que deje que el pueblo decida su destino. De hecho, como señala Isaac Stone-Fish, un periodista que vivió siete años en China, “uno de los eslóganes favoritos de Xi Jinping, el presidente de China, se refiere a ‘los 12 valores socialistas’ que deben guiar a su país, siendo la democracia el segundo de estos”. Stone-Fish también cuenta que en una conferencia a la que asistió, varios líderes del PC chino le insistieron que, igual que con EE.UU., es perfectamente adecuado definir al sistema político chino como una democracia”. Lo mismo mantiene el gobierno sirio, mientras Corea del Norte se autodefine como República Popular Democrática. Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Raúl Castro también sostienen que sus represivos regímenes son democracias.

Evidentemente, la democracia es una marca que se ha puesto de moda. No siempre fue así. En los años 70, por ejemplo, los dictadores de Iberoamérica, de Asia y de Africa no se preocupaban mucho por aparentar ser demócratas. Quizás porque se sentían más seguros que los dictadores de ahora.


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Published on April 23, 2017 01:25

April 22, 2017

Censo y Estado

DE TODOS los aparatos ideológicos con que se sirve el Estado para hacer visible y ejercer su propósito de poder monopólico, los censos deben ser los más anacrónicos. Escribo esta columna para que se lea días después de nuestra última jornada censal, de modo que a nadie se le pase por la cabeza que mi intención es sabotear el “operativo”, que fue como el ministro de Economía, algo policial si no militarmente, describió lo del otro día a su cargo. Es que eso es: el Estado si quiere ser soberano no puede dejar de hacer sentir su peso, y qué mejor manera que empadronar, hacer todo tipo de registros, inquirir sobre asuntos personales, algunos íntimos, no vaya a ser que se diga que en Chile no hay una cabeza que rige y ordena.


A más de alguien puede resultar sorprendente que trate así de sospechosamente una institución de la “República”. Pero, veamos, suele usarse el término república cada vez que se quiere dar cierta validez sacrosanta a actos de Estado que lejos de ser religiosos, son burdamente intrusivos. Y no exagero. El otro día, al país entero se le paralizó con una mera orden administrativa territorial (eso sí que es poder, más potente que terremoto o sanitaria haciendo arreglos) y no es que estemos produciendo a toda máquina como para darnos el gustito de otro “feriado” caro más. Se nos obligó, también, a no movernos de nuestras casas mientras no fuésemos censados so pena de ser multados, y se enviaron una serie de mensajes a extranjeros, vagos y transeúntes. Para empezar, el “todos contamos” que, en verdad, es una manera farisaica de dar a entender que a todos se nos cuenta y computa. No hay Estado que no tenga complejo de panóptico y pierda la oportunidad de vigilarnos. Todo censo aspira a ser un plan cuadrante en grande, gusto de “dirigistas” sociológico-planificadores. En las distintas agencias de Naciones Unidas van a estar encantados con los resultados; esa gente está por empadronar a medio mundo si puede, y conste que Chile es siempre un “test case”, tan “petite”, fácil de auscultar y, en lo posible, rediseñar.


Se suele afirmar, en buena onda, que el propósito que anima los censos es mejorar las políticas públicas. ¿Y no también medir riquezas a fin de redistribuirlas y saber con qué se cuenta? Suponer que los censos no tienen que ver con impuestos o con querer saber con cuánta fuerza de enganche militar se dispone, es no entender qué es, qué ha sido, y a qué el Estado no está dispuesto nunca a renunciar.


La duda que salta a la mente es qué Estado tenemos y queremos. ¿Un Estado añoso, vestigio de absolutismos pasados, asistido por voluntarios y ni tanto (funcionarios públicos conminados por primera vez a censar en nuestra historia)? ¿O instituciones de gobierno que podrían recabar igual información que ya tienen o pudieran conseguir vía otros medios, online desde luego, y no por $50 mil millones? A no ser que la autoridad haya tenido que volverse híper presente porque no se está haciendo respetar como debe, en cuyo caso se entiende, están complicados.


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Published on April 22, 2017 02:30

Lección de desarrollo

POR MUCHO que a uno le digan que Chile es un país que está -o estaba- “en vías de desarrollo”, hay veces que se hace patente con demasiada claridad lo lejos que estamos de aquello. Y no me refiero a las cifras o indicadores, muchas de las cuales advierten que todavía nos queda mucho por recorrer. Se trata de ejemplos que, si bien pueden ser puntales, incluso pequeños, dan cuenta en forma dramática de aquello.


Me pasó algo así con la reciente visita al país de la directora del Tate Modern de Londres, Francis Morris. Su charla, no fue solo una lección de arte, sino también de cómo un país ha logrado incorporar un elemento esencial para el desarrollo, como es la cultura. Pero no esa cultura reservada para unos pocos, sino como un factor vital en la vida de las personas.


El Tate Modern, inaugurado recién el año 2000, es hoy el museo de arte contemporáneo más importante del mundo, siendo visitado por más de seis millones de personas al año. A primera vista, uno podría pensar que ello sucede por su extraordinaria colección de arte. Y eso es verdad. Pero hay mucho más. La clave, dice Morris, está en cómo el museo se inserta en la ciudad, en la sociedad. Cómo se convierte en un actor vivo y no es una suerte de mausoleo que preserva objetos de arte.


En ese sentido, son varios los logros de la Tate. El primero fue revitalizar una zona de Londres que estaba muy decaída y que hoy se ha convertido en uno de los espacios favoritos para vivir y trabajar. Esto pasa por conectar el museo, abrirlo a las necesidades de la gente. “Sabemos que nuestra competencia no son los otros museos, sino, por ejemplo, los centros comerciales, que hoy atraen mucho público”, indica Morris. Lo anterior significa abordar algunas cosas sencillas, como tener un buen restaurante o una buena tienda dentro del museo, por ejemplo. La gente tiene que sentir que va ir a pasar un rato agradable.


Además, el ambiente del museo tiene que ser adecuado. Un punto importante, a juicio de Francis Morris, es que tiene que ser amistoso con los niños. La idea es que sea un punto de encuentro familiar. “Nosotros incentivamos mucho el juego, como una forma de interacción y creatividad”, dice. También significa preocuparse de la entretención. La Tate, como otros museos de Londres, el último viernes de cada mes, organiza verdaderas fiesta, con música en vivo y barras de licores en diferentes lugares. Es una fiesta que dura hasta la madrugada, donde la gente lo pasa bien en torno al arte.


Finalmente significa estar presente en los temas relevantes de la sociedad. Por ejemplo, para la votación del Brexit, un grupo de personas utilizó la fachada del museo para instalar diversos objetos que llamaban al Remain. Para qué hablar de los talleres educativos, que abundan. “El arte moderno es aquel que te invita a pensar. Y eso es la Tate, un lugar donde la gente va a pensar, a pasarlo bien, a confrontar ideas”, termina Morris.


Al final, los más de 700 asistentes a la conferencia se fueron con una idea: todavía tenemos mucho que aprender para ser desarrollados. Y para eso no basta con ser ricos. También hay que ser cultos.


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Published on April 22, 2017 02:28

¿Cuántos partidos?

LA PRIMERA pregunta que hay que responder es ¿cuántos partidos debe tener el sistema político? Hablamos de partidos efectivos, esto es, que tengan escaños, posibilidades de influir y formar parte  de coaliciones.


Según Giovanni Sartori, uno de los mayores estudiosos del tema, un máximo entre cinco y seis partidos es el límite para que una democracia pueda funcionar con eficacia. Más allá de esa cifra, está lo que se llama el pluralismo extremo, que va de seis a nueve partidos, para continuar en la atomización con un número, ya poco importa, arriba de diez o veinte. Hay quienes han sostenido que el multipartidismo extremo afecta más el funcionamiento de los sistemas parlamentarios y semipresidenciales en tanto que con el sistema presidencial sería relativamente inocuo. Por el contrario, prominentes intelectuales  concuerdan en que para alcanzar una  democracia estable el multipartidismo es más inconveniente en el presidencialismo que en los regímenes parlamentarios.


En rigor, el pluralismo extremo funciona mal bajo cualquier forma de gobierno. A. Latina  es una de las escasas zonas donde no predomina el sistema parlamentario, lo que  conocemos no es propiamente un régimen presidencial sino una degeneración de él -presidencialismo exacerbado,  híper presidencialismo, monarquía presidencial, o neo presidencialismo- y que se caracteriza por el predominio sin contrapeso del poder presidencial, frente a un parlamento irrelevante y un sistema de partidos que lo es aún más. Dicho de otro modo, los presidentes de la región, enfrentados a la inagobernabilidad que les crea el multipartidismo extremo, lo que han hecho es volverse contra el Parlamento, haciéndolo un órgano carente de poder real y consecuente con ello, debilitando el sistema de partidos, propendiendo a su fragmentación y los vicios asociados a ella.


En un sistema presidencial en forma, como lo es, con todas sus fallas, Estados Unidos, un sistema bipartidista es importante para su funcionamiento; en el hiper presidencialismo, en cambio  -con cinismo-, el jefe de Estado se sentirá más cómodo con diez  o veinte partidos a los que pueda manipular, dividir y, llegado el caso, sobornar o corromper.


Es una ley universal que la extrema fragmentación  es una pesada carga, cuando no un hecho nefasto, para cualquier sociedad y en cualquier sistema político. Así ocurrió con la IV República Francesa, cuyas fallas, a la que se agregó  una extrema polarización, abrieron paso al nacionalsocialismo. A su vez, la alta fragmentación del sistema de partidos es un mal, endémico de las democracias latinoamericanas y en Chile ha sido una constante que se extiende hasta hoy, y que no solo ha dañado nuestro desarrollo sino que fue una contribución al quiebre de la  democracia en la década de los setenta.


Un número excesivo de partidos torna caótica la formación de voluntad colectiva, afecta la estabilidad de los gobiernos, dificulta la formación de coaliciones, agrava la ingobernabilidad de los parlamentos y, peor aún, hace más improbable el buen gobierno.


Cuando Chile se apronta a reorganizar sus sistema político es importante tener presente que en materia de democracia, menos partidos es más; lo mismo en gobernabilidad. Sin embargo, este esfuerzo debe hacerse teniendo presente lo que señalara Maurice Duverguer, que, en materia de legislación, hay que proceder con cautela pues “no es posible modificar directamente un sistema de partidos como se reforma una Constitución. Pero, a pesar de todo, es posible influir en la evolución de un sistema de partidos mediante reformas institucionales”. En Chile, el bipartidismo es una quimera; pero un pluralismo limitado, cinco o seis partidos, es un objetico posible y necesario.


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Published on April 22, 2017 02:25

Álvaro Bisama's Blog

Álvaro Bisama
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