Álvaro Bisama's Blog, page 195
April 19, 2017
Si la ley no lo prohíbe, tampoco lo obliga
La opinión pública se ha visto conmocionada en los últimos días por la “denuncia” hecha por el Intendente de Santiago, Claudio Orrego, en torno a las edificaciones que se han emplazado en Estación Central, en el sector de Alameda con General Velásquez. En una ciudad que busca ser el soporte para la vida de la mayor concentración de personas a nivel nacional, se erigen sin mayores complejidades administrativas o legales espacios para la residencia de miles de familias en espacios que no superan las tres o cuatro cuadras, con todas las externalidades negativas que ello implica. Las empresas constructoras se escudan señalando que no existe un plan regulador que prohíba este tipo de construcciones, con estas enormes dimensiones y falta de medidas de mitigación o disponibilidad de servicios básicos proporcionales a esas enormes poblaciones sumamente condensadas.
En una opinión públicamente emitida, el representante de la Cámara Chilena de la Construcción señaló que “si está permitido, hay que hacerlo” desatando la ácida crítica del intendente quien apela al sentido ético de las empresas. El intendente esgrime la autorregulación que les impida la construcción de edificios que a todas luces no respetan ni el más mínimo estándar de calidad de vida, en una ciudad que debiese aspirar a poner en el primer lugar de sus prioridades a sus habitantes. Las ciudades inteligentes se planifican para brindar espacios de calidad a quienes las habitan y esto implica acceso a los servicios, tales como transporte, comercio, servicios de salud, policías, entre otros, que por la ubicación de estas moles habitacionales parecen estar disponibles, pero que descuidan de manera abrumadora la calidad de vida intra-familiar.
Un testimonio de una habitante de uno de esos edificios y publicado recientemente en un medio electrónico se refiere al estrés causado por los ruidos molestos por las noches, o el tener que hacer filas de 20 minutos para subir a los ascensores, la existencia de torniquetes para entrar y salir del edificio comparables con el acceso al metro.
Sin duda, estas condiciones son inaceptables cuando hablamos de la “vivienda”, un espacio que debiese ser un “oasis” de confort dentro de lo agresivo que muchas veces son las urbes. A esto sumemos el caos vehicular en cuanto a la circulación de automóviles como también de estacionamientos, la evidente falta de áreas verdes, la saturación del comercio, el colapso de la estación de metro Padre Hurtado, de los sobrepoblados paraderos del Transantiago, entre otros.
Estamos ante un escenario que por un lado resulta accesible para estar en medio de la ciudad, pero con un costo no monetario incalculable, de estrés, agotamiento y deterioro de la calidad de vida intra-familiar. Se ha argumentado que la carencia de un plan regulador comunal ha permitido este tipo de edificaciones, pero sin duda que la ley permita (o no prohíba) una acción, no implica que obligue a ejecutarla. Y es entonces cuando las empresas deben tener en cuenta no solo el lucro por venta, sino la necesidad de estar conscientes de que también son actores sociales que deben contribuir al bienestar general. Nos referimos precisamente a la ética empresarial tan defendida por algunos gremios, pero también cuestionada en los últimos años en la prensa con la sucesión de diversos casos de colusión, que muchas no converge con las acciones cotidianas. Que la ley no nos impida a ser poco gentiles, no nos obliga a serlo.
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Siria y las dimensiones del conflicto
Existen muchas dimensiones sobre las cuales podría discutirse la profunda crisis que ha destruido gradualmente la estabilidad política de Siria contemporánea. Esto, en particular desde los inicios de la denominada ‘Primavera Árabe’ hace ya más de seis años. Una de ellas, y por lo demás la más gráfica de todas, se refiere a la catástrofe humanitaria que ha resultado de una cruenta guerra civil, seguida por la emergencia de una diversidad de poderosos grupos islamistas radicales (entre ellos el, autodenominado Estado Islámico de Siria y el Levante, originado en Irak y consolidado en Siria a partir de contextos bastante particulares). La tragedia de la emigración forzada, traducida en el tránsito itinerante de miles de refugiados en busca de auxilio en gran parte de Europa y el mundo, es un ejemplo vivo del sufrimiento cotidiano al cual ha sido sometido gran parte del pueblo sirio.
Así además, existe una dimensión geoestratégica que determina -obviando muchas veces este constante sufrimiento humano- la acción práctica no sólo de actores políticos regionales, sino que también de los grandes poderes involucrados en la constante inestabilidad geopolítica de Oriente Medio. Sabemos, por lo tanto, que la guerra civil siria es mucho más que una crisis interna. Esta es, por el contrario, un eje central en la mantención o modificación total de los equilibrios de poder entre una diversidad de actores internacionales. Sería apresurado, por lo tanto, afirmar que la guerra civil siria es un mero reflejo de una tortuosa relación política entre Estados Unidos y la Federación Rusa en Oriente Medio; o bien que ésta sólo se entiende a partir de la pugna permanente entre Irán y Arabia Saudita por el control de esferas políticas, ideológicas, económicas y religiosas en gran parte del Levante. En efecto, si cometiéramos el error de centrar nuestro análisis en visiones limitadas, perderíamos de vista la multiplicidad de causas de este conflicto y, por lo tanto, una comprensión más completa de sus múltiples efectos.
Por lo tanto, ¿qué rol asume en esta crisis el discurso irredentista de la Turquía de Erdogan? ¿Debe ser el problema del Kurdistán y sus vinculaciones con la inestabilidad fronteriza entre Siria y Turquía un elemento esencial a considerar? ¿Qué papel juega en este contexto la crisis climatológica y el control de los recursos hídricos en Irak y Siria? ¿Cómo entender, bajo esta óptica, el papel de Hezbollah, su apoyo ideológico-militar al régimen de Bashar Al-Assad y la tensión casi insoportable generada entre el autodenominado ‘Partido de Dios’ y el Estado de Israel en la frontera sur del Líbano? ¿Cómo entender el gradual debilitamiento territorial del Estado Islámico de Siria y el Levante bajo la óptica del combate internacional frente al terrorismo jihadista global? ¿Qué rol juega en todo esto la reestructuración de al-Qaeda en Yemen y su presencia en Siria? ¿Cómo ponderamos el rol de la República Islámica de Irán y su Guardia Revolucionaria en la estabilidad regional de Oriente Medio?
Desafortunadamente, muchas de las respuestas a estas preguntas podrían avizorar un conflicto supra-regional, sobre todo en un escenario de marcada incertidumbre en las relaciones internacionales, bajo el foco de lo que pareciera ser una reacomodación de los paradigmas de política exterior estadounidense de la mano de Donald Trump. Ahora bien, ¿cómo se ha definido la historia del Oriente Medio contemporáneo en contextos similares a este? Tomemos para ello un solo ejemplo.
Existe un cierto grado de acuerdo en el análisis historiográfico respecto a que la Guerra de los Seis Días en 1967 –enfrentamiento que posicionara a Israel frente una confederación de Estados árabes liderados por el Egipto de Nasser- fue un conflicto que todos los actores involucrados intentaron evitar a toda costa. En una era nuclear y en plena Guerra Fría, ni Washington, Moscú, Jerusalén, El Cairo, Damasco o Beirut podían ver en un conflicto militar una posible solución a una escalada insostenible de tensiones políticas. En principio, el sentido estratégico imperante planteaba que un conflicto militar no sólo podía precipitar una crisis regional que afectaría la precaria estabilidad geopolítica del Levante (sobre todo después de la crisis de Suez de 1956), sino que se podría desencadenar el inicio de un enfrentamiento global entre Estados Unidos y la Unión Soviética; ambos alineados con Israel o una variedad de países del mundo árabe, respectivamente.
Hoy sabemos que las tensiones regionales y el rol de las dos superpotencias en este conflicto culminaron con una operación militar que se resolvió en menos de seis días, eclipsando un eventual enfrentamiento global entre Washington y Moscú, y con la consolidación de Israel como el actor militar más importante de Oriente Medio. También sabemos que la guerra de junio de 1967 representó la culminación de una escalada gradual de tensiones particulares, mal manejadas por los actores involucrados en ella y que explicitó el papel esencial de ‘lo imponderable’ en los conflictos internacionales.
¿Estamos entonces en un escenario similar al de 1967? Creo que más allá de las particularidades de cada contexto, es necesario comprender que tal como en aquel conflicto, la sucesión constante de problemáticas puntuales permite, desafortunadamente, profundizar la desconfianza entre los actores involucrados y legitimar la acción militar como un signo de prestigio. El reacomodo de la política exterior estadounidense para con Oriente Medio, el revisionismo ruso de Putin, el alcance del poder regional de Irán, el discurso irredentista turco y la permanente justificación ideológica radical de las insurgencias islamistas, permiten comprender esto con mucha mayor claridad.
Luego del último bombardeo con armas químicas sobre decenas de inocentes, la consiguiente reacción militar de Estados Unidos y las posteriores advertencias rusas e iraníes a Washington, se han vuelto a dibujar líneas rojas que, de cruzarse, podrían significar una escalada militar sin precedentes en nuestra historia reciente. La sobrevivencia del régimen de Al-Asad infiere, por lo tanto, mucho más que un problema regional; representa una posible redefinición de intereses en una diversidad de actores con agendas propias. El problema, como siempre, es como controlar las fronteras de lo impredecible. Hoy por hoy, todo está por verse.
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April 18, 2017
Nueva Constitución
POR MUCHO que se ha insistido en la necesidad de discutir ya los contenidos que debiera abordar una nueva Constitución, lo cierto es que no hemos podido ir mucho más allá de los mecanismos para la reforma. Resulta natural que solo sea posible justificar el cambio a partir de las deficiencias de fondo del texto actual y que su sola ilegitimidad de origen no resulte suficiente. Sin dudas, la crítica más certera a la Constitución, apunta a las variadas restricciones que incorpora al libre juego democrático al establecer quórums muy altos para legislar en determinadas materias o al entregarle al TC la posibilidad de controlar preventivamente las decisiones del Congreso, limitando con ello la posibilidad de que sean las mayorías las que efectivamente decidan las cuestiones más trascendentales.
No olvidamos que las constituciones se justifican precisamente para garantizarles a las minorías que sus derechos no se verán avasallados por las mayorías. Pero ello cobra sentido tratándose de los derechos esenciales de la persona humana y en ningún caso puede extenderse a cuestiones en que la política y, por ende, las mayorías, son las que debieran decidir. Por lo mismo, las buenas constituciones debieran limitarse solo a establecer cómo se organiza y se ejerce el poder público y a un catálogo de tales derechos esenciales.
Pero lamentablemente no es eso lo que generalmente sucede. Los momentos constitucionales son vistos como una forma de imponer una cierta visión de cómo debe funcionar la sociedad. Buen ejemplo de ello es la Constitución brasileña del año 1988, la que en sus 245 artículos regula cuestiones tan variadas como los sistemas previsional y tributario o la política urbanística, haciendo todo ello con un increíble nivel de detalle. De seguir ese camino podríamos terminar en una situación peor a la actual, reduciendo enormemente el juego democrático. Hay que recordar que las mayorías que se exigen para cambiar las constituciones son extremadamente altas, más elevadas que las que hoy requieren las leyes orgánicas constitucionales y de quórum calificado. Es decir, nuevas mayorías podrían verse más frustradas que las actuales. A lo anterior habría que sumar los riesgos de eterna judicialización que conlleva la transformación de las políticas públicas en una cuestión de derechos.
Pero no todo es negativo, varias de estas nuevas constituciones han profundizado la participación ciudadana desarrollando, entre otras, la institución de la revocatoria de los mandatos populares que, lealmente utilizada, puede ser un eficaz instrumento para resolver crisis políticas. En esa línea una nueva Constitución debiera avanzar en acrecentar los niveles de control y transparencia en el ejercicio de los poderes públicos, dirección contraria a la que se ha venido imponiendo en el último tiempo, en que se han creado organismos constitucionalmente autónomos, es decir, irresponsables políticamente, como se hizo con el Servel y como se ha postulado hacer con el SII, el INE y la Defensoría Penal Pública.
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¿Un Estado compasivo?
CONTRA LA voluntad de sus padres, Charlie Gard, un niño inglés de siete meses, deberá cumplir una orden judicial: ser desconectado.El menor sufre una extraña enfermedad genética, que se traduce en que no se obtiene energía para los músculos, riñones y cerebro, entre otros efectos. Los médicos aseguran que tiene un daño irreversible y que se debe dejar de proporcionarle apoyo vital, para pasar solo a cuidados paliativos. Como los padres se oponen a desconectar a Charlie, el centro médico recurrió a la justicia para que tomara la decisión final.
Los padres de Charlie -que ven con horror la decisión del juez- recibieron desde EE.UU. una oferta para seguir una terapia experimental de un costo superior a US$ 1.5 millones, nunca aplicada a un paciente en fase terminal. La conmoción de este caso hizo que esta historia entrara en el corazón de los británicos. El dinero se recaudó, pero la decisión del juez no cambió. Sus fundamentos fueron científicos y también basados en la compasión que dijo sentir por el niño sin posibilidades de sobrevida.
El caso plantea un complejo panorama ético legal. ¿Hasta qué punto se extiende el contenido del derecho a la vida? Y principalmente, ¿quién es el titular de la decisión, cuando Charlie ni siquiera puede expresar su sentir? Quizás la única seguridad que ofrece el caso, atendido lo terminal del diagnóstico, es que no estamos frente a una situación de eutanasia activa.
Si Charlie hubiese nacido en Chile, ¿podría el Estado forzar un tratamiento médico paliativo destinado a desconectarlo, contra la voluntad de sus padres? Es muy probable que nuestros jueces hubiesen fallado en forma diferente al magistrado de Londres. Nuestros tribunales han profundizado sobre el contenido del derecho a la vida, consagrado en el artículo 19 Nº 1 de la Constitución, y sobre los límites de la intervención del Estado en relación a un tratamiento médico.
El derecho a la vida no se limita a la mantención de las funciones biológicas. Se extiende también al derecho de llevar una vida digna y humana, bajo parámetros determinados libremente por cada uno. Es por ello que un paciente adulto podría, legítimamente, rechazar un tratamiento médico en condiciones similares a las del pequeño Charlie.
Sin embargo, Charlie en este momento, no tiene posibilidades de “hacer o decidir la vida”. Son sus padres quienes deben decidir cuáles son esos parámetros de humanidad que quieren para su hijo. No existe racionalidad posible en que al Estado le quepa, aun movido por los motivos más nobles, sustituir su voluntad e inmiscuirse dentro de ése ámbito esencial para la dignidad humana.
Frente a una situación así, son los padres quienes deben decidir la forma en que transcurrirá lo que queda de vida al hijo sin que pueda el Estado desviar su decisión con el uso de la fuerza, ni ordenar su desconexión. Bajo esas circunstancias, cobran pleno valor las creencias personales de los padres. Por algo el nacimiento se llama dar a luz. No será el Estado quien la apague ni a quien le competa el sentimiento de la compasión.
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El magnífico libro de Alejandro Guillier
EN EL prólogo de De cara al país, el recién publicado libro de conversaciones entre Alejandro Guillier y Raúl Sohr, el entrevistador nos entrega un dato biográfico de Guillier que a él le resulta grandilocuente y anticipador de todo lo que vendría luego: “Las inquietudes políticas lo asaltaron desde temprano. Fue presidente del Centro de Alumnos de su liceo antofagastino”. Un poco más adelante, Sohr da fe del impecable manejo del candidato presidencial del PS para enfrentar y vencer la adversidad: “En una oportunidad en que él conducía el noticiero y yo abordaba un tema internacional, se presentaron imágenes ajenas a la materia en cuestión. Al percatarse de la situación pasó a entrevistarme con absoluta naturalidad. Las cámaras se enfocaron en nosotros”. Y si se trata de probar el coraje y el arrojo de Guillier ante los poderosos, no hay como la frase que sigue: “Digamos las cosas como son. En este país los empresarios se coluden hasta con los pañales”.
Es tal la admiración que despierta en Sohr la figura de Guillier, tal la amabilidad que manifiesta con sus preguntas obsecuentes (hay momentos en que incluso el entrevistador le completa las frases al entrevistado), que lo que pudo haber sido un libro serio, no digo iluminador pero medianamente serio, termina siendo un documento que debiera estudiarse en las facultades de Comunicación como modelo de entrevista farsesca. Curiosamente, los dos son enfáticos en defender la objetividad en el periodismo, un concepto bastante pasado de moda y mediocre que no es del caso discutir ahora, aunque, bajo estas circunstancias, es imposible no reparar en algo que salta a la vista: ambos no han leído ni una sola página del excelente periodismo que se ha escrito en el mundo durante los últimos 50 años.
En octubre del año pasado, en una columna publicada aquí mismo, me pregunté quién es Alejandro Guillier. Sobre la base de la información disponible no fue muy difícil concluir que el hombre ama el poder y que, valiéndose del oportunismo, y muchas veces de la mentira y del abuso de esa objetividad dudosa que tanto pregona defender, ha conseguido grandiosos objetivos. De cara al país aspira a responder la misma pregunta y, tal vez involuntariamente, entrega datos que ayudan a completar el retrato siempre difuso de Alejandro Guillier. Un ejemplo: la falta de opinión del comunicador, su notable explotación de lo melifluo y lo acomodaticio, quedan muy bien explicadas con la siguiente declaración: “Lucía Castellón, mi jefa en la universidad, dice de mí (incluso lo dijo en El Mercurio en una entrevista) que le encanta que sea así, porque siempre que había una sesión de trabajo todo el mundo opinaba y yo sólo tomaba nota. Una vez que todos habían hablado, yo recogía y hacía la síntesis”.
Más datos del libro: Guillier le tiene mucho cariño a Juan Emilio Cheyre, militar acusado de violaciones a los Derechos Humanos. Guillier, el candidato presidencial del Partido Socialista, sostiene ser un hombre “no tan vinculado a la cultura de izquierda”. Guillier relata que llegó a vivir a Santiago en calidad de Carmela de San Rosendo (“No tenía abrigo. Me acuerdo de que me ponía como tres suéteres para ir a trabajar; después me conseguí un chaquetón viejo”), lo que hace que el lector se pregunte: ¿desde cuándo que el provincialismo quejica es una virtud? Guillier pretende descentralizar Chile (Raúl Sohr estima que su propuesta al respecto “es modesta pero bastante ambiciosa”). Guillier asegura que en Chile no existen ni el Estado ni el mercado. Y en cuanto a la representación política del pueblo mapuche, nuestro hombre admite que “todavía no me atrevo a tener ninguna opinión”.
Releo lo recién escrito y me doy cuenta de algo grave: he sido sumamente mezquino con De cara al país. Sin que siquiera lo pidiésemos, todo lo que nos faltaba saber acerca de Alejandro Guillier está entre sus páginas. Pero ya es tarde para enmendarme, razón por la que, al menos, le haré justicia al documento con el título de esta columna.
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April 17, 2017
Hilos conductores
POCAS VECES uno participa en momentos históricos con conciencia de que lo son. La renuncia de Lagos el lunes pasado tiene algo de eso. No solo es un problema de la mayoría de la dirección del PS que sepultó su candidatura. Todos debemos sopesar sus consecuencias.
Si hay un hilo conductor de esto, es que una forma de entender la unidad de la centroizquierda da muestras de crisis terminal. Partió hace ya tiempo, se extremó en los últimos años. Podrán seguir escuchándose invocaciones líricas a “programas” o discusiones sobre listas parlamentarias; pero, más que una “alternativa de centro izquierda”, queda solo una suma de partidos en busca de no perder. Percibo a la Nueva Mayoría como postrera y decadente versión de los decenios concertacionistas.
Quienes crean en una gobernabilidad moderada y progresista para Chile, tienen el desafío de crearla. Una fuerza sólida de diversidad abarcadora y cohesionada por una lógica compartida; para así volver a dar gobernabilidad de calidad, hoy perdida. No es reconstrucción de lo preexistente. El mundo post industrial, sus valores y culturas, no son aquellos donde nacieron la socialdemocracia y el socialcristianismo. Estos son cantera, pero el progresismo moderado debe construir su siglo XXI. Claves sociales son, un país y un mundo distintos al de los años 90, crisis de confianza en pilares ineludibles de la sociedad como son el estado democrático y una economía social de mercado, fin del monopolio de la izquierda tradicional sobre el mundo social de izquierda, amenaza a la continuidad de la hegemonía cultural de centro izquierda o moderada en la sociedad, vértigo de cambio científico, tecnológico y político que sacude el mundo.
Con todo, hay demandas insoslayables de esta coyuntura crítica, aunque solo motiven a los involucrados. Forzar las cosas con amenazas apenas veladas, no preludia una coalición más sólida mañana. José Miguel Insulza desdramatizó la existencia de dos candidatos a primera vuelta, buscando salvar otros puntos de unión y la directiva del PPD concurrió a obsequiar a Carolina Goic las bases programáticas preparadas por Ricardo Lagos. Ambos demuestran entender mejor que el senador Guillier, que el abandono del PS al eje DC-PS, cimiento de la alianza por decenios, genera un vacío muy grave.
Los fines de ciclo son tiempos revueltos. Gane o pierda la Nueva Mayoría, siendo lo primero más improbable, hace de la construcción de un nuevo progresismo moderado la ocupación prioritaria para las fuerzas políticas y personas, que se sientan convocadas a la tarea. En el más optimista de los escenarios, el ciclo actual solo puede prolongar su agonía pero no revertirla.
Por todo lo dicho, queda otro hilo conductor por reconocer. Podemos opinar y colaborar, pero son sobretodo nuevas generaciones, distintas a la de Lagos, o a la mía, y personas también distintas a las de la actual dirigencia sin norte, que dio mala gobernabilidad a la centro izquierda, a quienes toca el peso principal de esta tarea. Constato esa fuerza emergente en la sociedad, me entusiasma y me alisto a colaborar con ella.
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Banalidad política
EL RECHAZO del Partido Socialista a la candidatura del expresidente Lagos ha generado distintos y profundos análisis políticos acerca de su significado y los nuevos espacios que se abren.
Pero hay un punto que ha quedado olvidado. Un aspecto que se deriva de la más rústica naturaleza humana y que cada vez está marcando más a la NM: el temor a perder la pega y los privilegios del poder.
En el portazo a Lagos hay tres actitudes muy evidentes. Más que decisiones respecto de proyectos o ideas sobre el futuro de la izquierda, presenciamos el simple ejercicio -acomodaticio y pragmático- de cómo tratar de no perder el gobierno.
La primera fue anterior a la votación. ¿Voto secreto o público? Cuando se busca definir caminos de un proyecto político y social lo único que no se quiere, ni se debe hacer, es que ese proceso sea secreto. ¿Alguien conoce las intervenciones, los discursos más relevantes, los fundamentos e ideas de una u otra opción? Secreto y silencio, la antítesis de la vida política y pública. ¡Y se estaba discutiendo ni más ni menos que una candidatura presidencial!
Esto solo se entiende como un mínimo sentido de pudor respecto de lo que se estaba haciendo. No era un debate de ideas ni de proyecto país, sino simplemente el intentar cuidar la pega. Las motivaciones reales, pero poco presentables, sin duda requieren secreto.
La segunda fue una vez elegido Guillier. El ex presidente del partido, diputado Osvaldo Andrade, dice una frase para el bronce sobre el candidato que revela lo que de verdad él y muchos piensan: “Tendremos que dotarlo de contenidos, cuando yo hablo de dotarlo, estoy pensando en un conjunto de aspectos en que todavía no está claro en lo que está pensando”. Tal cual. ¡El PS eligió a Guillier como su candidato presidencial sin tener claro lo que piensa!
Debe ser un caso único en la historia política del país. El máximo esplendor de la banalidad de la política. Lo elegimos porque nos puede convenir para intentar mantener el gobierno y nuestras pegas, aunque aún no tenemos claro lo que piensa. ¿Algo más que agregar?
Pero faltaba aún un episodio. Este candidato presidencial, presentado y analizado como fruto de una nueva generación y visión del socialismo futuro, recibió esta trascendente misión en una simple reunión con la directiva del PS al día siguiente de su proclamación. Solo una notificación y apretón de manos. El “contrato” estaba listo: no eres militante ni parte del mundo socialista, ni siquiera sabemos cómo piensas, pero apareces algo mejor en las encuestas (16%), ayúdanos a conservar las pegas y privilegios.
Qué curioso. Parece haber más consternación por la bajeza que le hicieron a Lagos que motivación por haber elegido a Guillier. Eso lo dice todo.
Una estatua a la banalidad política, su oportunismo y vacíos, su dramática ausencia de convicciones e ideales, olvido de sus épicas y motivaciones y desprecio a sus historias, luchas, líderes y mártires. Cómo se pretende gobernar un país cuando lo único que se muestra es la peor y más insignificante expresión de la política: mantener el poder por el poder e intentar no perder las pegas y privilegios. Eso es hoy la Nueva Mayoría. La banalidad no solo no obtiene triunfos sino que, peor aún, conduce a la nada.
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Densidad sin hacinamiento
LA MAÑANA del 6 de abril, el urbanista que por más de tres décadas ha liderado la planificación de Singapur, Liu Thai Ker, presentó al Intendente Orrego y a las autoridades regionales, su visión de una “planificación urbana inteligente” para Santiago. Para Lui la ciudad es un sistema complejo, donde proyectos públicos y privados no pueden tener sus propias reglas sino más bien respetar dicho sistema, basado en un plan urbano y de transportes claro para la ciudad, y un gobierno metropolitano con poder para implementar y fiscalizar, bajo el principio de anteponer los intereses de la comunidad por sobre los del individuo.
Una vez terminada la exposición, el Intendente Orrego compartió con Liu sus aprehensiones respecto a las carencias y vacíos de la planificación en Santiago, y le mostró las fotos de los megaedificios de departamentos en Estación Central. Sorprendido y sin mayor conocimiento del caso, Liu respondió que Santiago, así como Singapur y muchas otras ciudades, pueden y deben densificar en torno a sus centros urbanos y ejes de transporte, siempre y cuando los proyectos logren densidad sin hacinamiento y los territorios cuenten con los servicios y equipamiento adecuados. Orrego agradeció la presentación y partió raudo junto a sus asesores a la conferencia de prensa donde denunció los “Guetos verticales”.
La reacción de los medios y especialistas no se dejó esperar, acusando faltas de ética y autorregulación de la industria inmobiliaria, así como incapacidad de las autoridades para impedir estas moles. El término “Guetos verticales” no es nuevo, de hecho fue acuñado hace dos años en el libro “Infilling”, paradojalmente publicado por la inmobiliaria Socovesa, donde sus autores, Poduje, Martíez y Jobet denunciaron y advirtieron los problemas que tendrían ese tipo de edificios a futuro.
Sin duda, el caso de Estación Central presenta varios dilemas éticos, pero no podemos generalizar o estigmatizar a toda una industria por las malas prácticas de una minoría. Efectivamente hay arquitectos y desarrolladores dispuestos a diseñar edificios que maximizan la constructibilidad, aprovechando vacíos normativos y eludiendo condiciones mínimas para mitigar sus impactos. Pero detrás de esa acumulación de departamentos, hacinados y sin luz de día, hay también personas dispuestas a gastar los pocos ahorros que tienen para vivir cerca de sus trabajos y los beneficios de la vida urbana en el centro.
El problema de los “Guetos verticales” es que la industria y los reguladores no hemos sido capaces de generar modelos de densidad sin hacinamiento como los que propone Liu, que permitan a familias de grupos medios-bajos acceder a los beneficios de vivir en zonas cercanas a los centros urbanos. La misma regulación urbana, cuyos vacíos permiten atrocidades como las de Estación Central, tampoco ha sido capaz de ofrecer viviendas bajo las 1.000 UF al interior del anillo de Américo Vespucio, condenando a cerca de 10 mil familias al año a no tener otra opción que ser expulsados a las periferias.
Espero que esta polémica, más que generar un veto a la vivienda en altura, movilice a industria y reguladores hacia la promoción de modelos más adecuados de densidad habitacional en sano equilibrio con la calidad de vida urbana, como lo han hecho Barcelona o Singapur.
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La amenaza de las primarias
A finales de noviembre del año 2012 el entonces presidente Sebastián Piñera, con “enorme satisfacción” (como suele haberla en estas instancias), realizó un acto de promulgación de una ley que permitía el desarrollo de primarias legales. Sería una ley que “mejora la calidad de la política y la calidad de la democracia de nuestro país” y que contribuiría a generar “mayor confianza” en política que ya se veía, en esos momentos, enfrentada a serios cuestionamientos. En palabras del propio presidente: una “política enferma”.
Hoy, a poco tiempo de las primarias legales, y cuando ya han pasado 5 años de aquel acto republicano de promulgación esas palabras, que hablaban de esperanza en la generación de nuevos instrumentos para acercar la política a las personas, devinieron en el pragmatismo que ha defendido el ex ministro del Interior Andrés Chadwick: hay que volver a repensar si las primarias son “funcionales” para construir un Chile mejor.
Hace rato que se “olía” el poco interés del comando del ex presidente por la realización de las primarias: en definitiva, sería un desgaste innecesario porque el triunfo está asegurado. El problema es que demuestra una incomprensión absoluta del problema de fondo que aqueja a nuestra política en general y a la derecha en particular.
En primer lugar, y quizás en el sentido más obvio, la política se construye a partir de confianzas y la palabra propia ahí tiene un valor absoluto. Se comunicó, se actuó y promovió la realización de primarias y, por lo tanto, esa palabra –que en los hechos ya fue empeñada- se pone en duda y por lo tanto la misma credibilidad política. ¿Por qué creer lo que se diga a futuro si la palabra cambia cuando el escenario ya no resulta conveniente?
Por otra parte, la derecha tiene sobre su cabeza la sombra de un déficit político a la hora de comunicar y convocar a su proyecto, y por lo tanto descartar instancias que permiten precisamente es un lujo en tiempos de escasez. La unión, que se ve representada en la realización de una primaria, es en este sentido fundamental y por lo tanto quienes decidan descartarla tendrán que hacerse cargo de la fragmentación. Ya no será Ossandón o Kast los díscolos, sino el ex presidente quien no estuvo dispuesto a someterse a un ejercicio democrático y enriquecedor como una primaria. Y la política, si es que es necesario recordarlo, se hace con símbolos, y el símbolo quedaría bastante claro.
Quizás el mayor atractivo de evitar una primaria está en que dado el escenario de la izquierda y la probable participación de la candidata DC, Carolina Goic, en primera vuelta, resulta sensato pensar que Manuel José Ossandón perderá mucho voto de centro en desmedro de Goic y así se asegura una aún mejor posición del ex presidente Piñera en la primera vuelta. Pero esta observación pasa por alto que Ossandón ya compitió, y salió victorioso, en un escenario parecido cuando fue candidato a senador y se enfrentó a Laurence Golborne (a su derecha), a Soledad Alvear (al centro con él) y Carlos Montes (en la izquierda). Ossandón resultó primero, Golborne segundo, Montes tercero y Alvear cuarta.
Cuando se quieren evitar las primarias es bueno recordar, además de lo simbólico y lo político que se encuentra comprometido, algo tan pedestre como que el Senador Ossandón ya recolectó las firmas necesarias para llegar a primera vuelta y por lo tanto esa competencia no se podrá evitar. Quizás el cálculo de la “funcional” en este caso sea distinto y simplemente no de para inventar la rueda.
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Guillier y el PS: ¿Una errada decisión?
El domingo 9 de abril pasará a la historia como el día en que el Partido Socialista desconoció las órdenes de aquellos que siempre estructuran el partido, y optó por el senador Alejandro Guillier como su abanderado presidencial para disputar el sillón presidencial al candidato de la derecha Sebastián Piñera.
¿Qué lectura puede hacerse de este capítulo de la historia del longevo Partido Socialista de Chile? ¿Estamos al borde de la debacle republicana y del fin de la Nueva Mayoría? ¿Es responsable la nueva generación de dirigentes del PS de esta “absurda” decisión?
En primer lugar, es preciso analizar los factores de contexto. La contienda presidencial se desarrollará en un ambiente turbulento. Los partidos políticos como nunca antes, presentan los peores niveles de confianza institucional, particularmente quienes han detentado el poder durante los últimos 25 años, por lo que las propuestas que emanen de éstos públicamente, van a ser cuestionadas por la ciudadanía y por los nuevos actores políticos emergentes, quienes fueron los primeros en criticar duramente la decisión de apoyar a Guillier, como el Diputado Gabriel Boric, cuya ácida crítica a través de twitter demuestra su desconocimiento del momento político que vive el PS, y su falta de experiencia de lidiar con una compleja estructura partidaria de masas, la historia, cultura y tradiciones del socialismo chileno.
En segundo lugar, es necesario desdramatizar lo ocurrido. Si bien el Pleno del Comité Central del 9 de abril, ha sido por lejos uno de los más difíciles de la historia reciente del PS, no es la primera vez que se debe recurrir a una votación secreta. Recordado es el acontecimiento del año 2009, cuando se debió decidir quién competiría como candidato a senador por la VIII región costa, si Alejandro Navarro o José Antonio Viera-Gallo.
En un tercer punto, hay que hacer referencia a las implicancias generacionales de la decisión, de las cuales poco se ha ahondado, pero que sin duda marcarán un antes y un después en las formas de hacer política del socialismo chileno.
El encono del laguismo con la decisión junto a los amedrentamientos públicos y privados que ha recibido la directiva del PS encabezada por Álvaro Elizalde, demuestran una reacción delirante de la élite laguista (como conceptualizó la Periodista Patricia Politzer), que intentó a través de los medios de comunicación imponer a su candidato.
Las amenazas de los antiguos “barones” socialistas, no eran sólo privadas, sino que también fueron públicas. Versaban desde el fin de la Nueva Mayoría como unión del centro con la izquierda democrática, una posible aventura DC en las elecciones parlamentarias, bajando el rendimiento electoral de la coalición, pues existiría la tentación de competir en dos listas, lo que significaría una disminución en términos porcentuales de la Nueva Mayoría en el Congreso Nacional con la aplicación del nuevo sistema y mapa electoral, y los peores males que podrían avecinarse para la ciudadanía chilena.
Demasiado se ha criticado a esta nueva generación política de su pragmatismo, al apoyar a un candidato “sin ideas ni programa” y sólo por su rendimiento en las encuestas. Críticas que provienen tanto de la derecha como de la totalidad del Frente Amplio. Sin embargo, cuando la respuesta es que se desea realizar un programa con la ciudadanía, se le acusa de populista (pero a la candidata Beatriz Sánchez, que plantea lo mismo, no recibe el mismo trato). Mientras que el candidato Lagos-Escobar, ofrecía una serie de medidas, construidas con un equipo técnico de alto nivel, pero que al parecer no fueron suficientes en el actual escenario.
¿Qué hay detrás de esta generación de barones socialistas y su ferviente opción por el candidato Lagos?
La respuesta no es tan difícil. Los barones socialistas dirigieron no sólo al PS, sino también al país bajo la institucionalización de acuerdos o pactos de gobernabilidad como los llamaba Boeninger, (Boeninger, 2014) entre la clase política y el empresariado. Sin lugar a dudas esta fórmula resultó exitosa para la transición a la democracia, pero generó su primera fisura el año 2011, en que la ciudadanía se cansó de esta política correcta y de salones, y se lanzó a la calle en forma masiva a pedir gratuidad en la educación en un principio, pero que acabó cuestionando la carta fundamental situado en la actualidad como el último enclave autoritario de la dictadura pinochetista, y ahora demanda poner fin al sistema privado de pensiones.
Este modo de hacer política, le otorgó privilegios a los barones (cupos en el gobierno, capacidad de incidir en las decisiones), los cuales se verían reflejados en la permanencia de un próximo gobierno encabezado por Ricardo Lagos, que en ningún caso puede desconocerse su inteligencia e impronta republicana, así como también su capacidad de pensar Chile como el gran estadista que es. Sin lugar a dudas su figura resultará ejemplificadora, para quienes deseamos conocer formas de cómo gobernar de manera exitosa. No obstante, él fue víctima de quienes impulsaron esta arriesgada apuesta, quienes omitieron información popular e interna del PS, pues ya no contaban con los apoyos necesarios. El candidato jamás pudo despegar en las encuestas, pero también su liderazgo no calzaba con la ciudadanía actual, en que su principal enemiga era su historia y su gobierno, altamente cuestionado por los acuerdos con el empresariado y las soluciones de política pública basadas en concesiones. Este detalle no puede soslayarse, pues al parecer este nuevo “ciudadano-consumidor”, ya no tolera la provisión de servicios sociales a través de privados, soluciones que Lagos hasta el día de hoy, promovía en su programa.
Esta élite socialista reaccionó de manera violenta, denostando la figura de Alejandro Guillier con argumentos clasistas, que van desde que los radicales carecen de preparación, hasta que éste es un candidato cuyas ideas están ausentes.
Lo impresionante es constatar entonces que para quienes defienden a Lagos, la política es un espacio privativo sólo para expertos, vale decir, para hacer políticas públicas es preciso tener una serie de tecnócratas que en base a “objetivos modelos matemáticos”, diseñan políticas públicas. Lo curioso de esta situación, es que la mayoría de éstas políticas han fallado rotundamente, encontrándose con una realidad diferente a la planteada en los papers académicos. Es por esta razón, que las nuevas propuestas de diseño y aplicación de políticas públicas plantean la necesaria incorporación de la participación ciudadana, para que quienes recepcionen las decisiones gubernamentales le indiquen a la institucionalidad por dónde debe ir el camino (Subirats et. al. 2007). Por otro lado, si bien la propuesta programática de Lagos, resultaba interesante, en muchos aspectos se podía apreciar la escasa capacidad de diferenciar los tipos de ciudadanía y las múltiples discriminaciones que padece el público objetivo, incorporando tibiamente la perspectiva de género. Ni pensar por cierto en hacer un análisis interseccional, necesario para el Chile actual (Crenshow, 1989).
No se trata solo de encuestas o de decidir con la calculadora. Se trata entonces de pelear un espacio político y de decisiones de una nueva generación que se cansó de recibir las directrices de los barones. Que compite no sólo contra la derecha que promete una retroexcavadora para poder terminar con derechos sociales adquiridos. Compite además con oligarquías internas que han alimentado y sustentado el tronco del Frente Amplio, posibilitando la creación de Revolución Democrática, que de un tiempo a esta parte ha terminado por satanizar el trabajo político de los partidos tradicionales, intentando ocupar el espacio histórico del Partido Socialista, confundiéndose ideológicamente, amparados en un ciudadanismo político (que ni siquiera ellos han podido definir).
Estos barones que no creen en las transformaciones profundas, pues el camino coherente resultaría realizar un par de reformas o arreglos institucionales.
La nueva generación está consciente que se necesita continuar con las reformas del gobierno actual, pero apuntando a un cambio profundo de la estructura del Estado, que no se consigue si no es con un nuevo pacto social con esta nueva sociedad, el cual debe hacerse por medio de un proceso participativo plasmado en una Asamblea Constituyente.
La invitación entonces es a poder mirar la política de otra manera, a pelear los espacios a los de siempre, invitación que se le está haciendo a los otros actores de la Nueva Mayoría, incluyendo la DC. En ningún caso esta generación quiere abolir la coalición, por el contrario, existe consciencia de la necesaria unión para profundizar la desgastada democracia chilena.
Boeninger, E. (2014). Gobernabilidad: Lecciones de la experiencia. Editorial Uqbar. Santiago.
Crashew, K. (1989). Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics. University of Chicago Legal Forum. Chicago.
Subirats, J., Varone, F., Larrue, C. (2008). Análisis y Gestión de Políticas Públicas. Editorial Ariel. Madrid.
La entrada Guillier y el PS: ¿Una errada decisión? aparece primero en La Tercera.
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