Álvaro Bisama's Blog, page 183

May 7, 2017

Tres son multitud

El actual es el único escenario para el cual la Nueva Mayoría nunca se preparó: que le apareciera una alternativa más a la izquierda y que ahora  amenaza con desplazarla como segunda fuerza política del país. Esa posibilidad nunca estuvo ni en el libreto ni en el radar de la antigua Concertación, pero ahora que el oficialismo se ha dividido en dos candidaturas presidenciales -la de Alejandro Guillier y la de Carolina Goic-, la amenaza del Frente Amplio, junto con encender las alarmas, pone a la Nueva Mayoría ante dos desafíos que jamás se planteó. El primero es el de marcar sus límites, para establecer hasta dónde está dispuesta a llegar. El segundo es reconocer que sus adversarios no solo están en la derecha, sino también en el que sentían que era su propio lado.


Los jóvenes idealistas e insatisfechos de ayer, que hasta aquí el oficialismo miraba con ternura y simpatía de abuelos, porque estos chicos eran capaces de decir lo que muchos dirigentes de la coalición gobernante les hubiera gustado decir, pero no se atrevían, ahora tienen dientes y están probando que son capaces de morder. Por de pronto, les han dado una lección sobre cómo hacer las cosas. Mientras la Nueva Mayoría, por culpa de una larga carrera de errores a la cual no es ajeno el propio gobierno, ha quedado debajo de la mesa de las primarias previstas para el próximo 2 de julio, el Frente Amplio fue capaz de reunir en cosa de días las firmas necesarias para participar de esa instancia electoral, con todas las ventajas que eso comporta, en términos de exposición pública para sus candidatos y de la posibilidad de comenzar la campaña desde ya.


Lo que ocurre es que ahora sí que se está acabando un largo ciclo de la política chilena. Pero no es porque esté emergiendo el Frente Amplio. El verdadero cambio es que 20 años después de haber abandonado la escena pública, y a más de 10 de su muerte, Pinochet está dejando de ser la piedra que dividía todas las aguas de la política chilena. Dejó de dividirlas por de pronto en la derecha, porque en la actualidad convive en este sector gente que simpatizó y que se opuso a su gobierno, y está dejando de dividirlas en la izquierda, porque el solo hecho de haberse opuesto a la dictadura no confiere a los ojos del Frente Amplio la autoridad necesaria para representar los ideales de izquierda.


Para una coalición como la Concertación, que siempre dijo que no podía ir más allá porque la derecha y los amarres institucionales de la dictadura no se lo permitían, y para una Nueva Mayoría que quiso cambiarlo todo y que se articuló a partir del sentimiento de vergüenza con que la centroizquierda miró de un día para otro el proceso de la transición que había liderado, el proceso de sinceramiento al que ahora se expone es complicado. Ya no le basta como justificación ser una alternativa política para que la derecha no gobierne. Ese argumento dejó de convencer a la izquierda más radical. La disyuntiva ya no es entre dos, sino entre tres. Y tres son multitud. El oficialismo necesita ahora tener un proyecto, pero un proyecto de verdad que, más allá de definirse por la pura oposición a lo que la derecha quiere, sea capaz de marcar sus diferencias con la izquierda extrema. Proyecto, en realidad, es lo que la Nueva Mayoría nunca tuvo. Pudo haber tenido una candidata poderosa, cuyo carisma se desvaneció al primer contacto con la realidad, y no cabe duda de que tuvo un programa que ha estado llevando al país de fracaso en fracaso. Pero eso está claro, no da mucho pie para saber cómo continuar.


Para quienes creen como el jurista alemán Carl Schmitt que es de la esencia de la política la capacidad de identificar con claridad a tu enemigo, la actual coyuntura de la Nueva Mayoría no es auspiciosa. Su enemigo siempre fue la derecha, pero -vaya sorpresa- por donde en realidad se está desangrando es por la izquierda. Por eso, el PS se corre a la izquierda y descuida su relación con la DC. Por eso, también, por un tema de soledad, la DC decide ir directamente a primera vuelta y no a primarias. Por lo mismo, el oficialismo ve con pavor la idea de no llegar con uno de sus candidatos –Guillier o Goic- a segunda vuelta. De acuerdo: al día de hoy, tal escenario es improbable y un tanto apocalíptico. Sin embargo, es de pesadillas así que se alimenta la política. Sin el miedo, sin factor temor, la política sería otro más entre los muchos juegos de salón.


Si bien a la derecha le convendría que la elección se polarizara entre Piñera y Beatriz Sánchez, eso significa que su verdadero enemigo sea el Frente Amplio. En realidad, el verdadero enemigo es quien te pueda vencer y eso obliga quizás a mirar más las cifras electorales que la retórica de los discursos. En sí es razonable pensar que un gobierno frenteamplista llevaría a cabo mucho de lo que el actual gobierno quiso, pudo y no supo hacer del todo: desmontar el modelo, quitarle a la empresa privada el protagonismo de la actividad productiva, igualar para abajo. Y aunque todavía no está claro en qué términos se vaya a definir el bloque, la erótica protagónica a ese lado del espectro político es tal, que es muy posible que para estos jóvenes sea mucho más importante fulminar en esta pasada a la centroizquierda, que está agónica y pasando por su peor momento, que evitar un triunfo de la derecha.


Nadie sabe para quién trabaja. Justo en momentos en que el país va a la primera elección parlamentaria sin el corsé del binominal que le permitía al oficialismo ocultar todas sus grietas y matices y obligaba al electorado a opciones extremas, justo cuando el país desencantado por Bachelet vuelve a los ejes de la moderación y la sensatez, la Nueva Mayoría toma conciencia de varias cosas: de estar dividida, de tener candidatos frágiles, de tener poco que ofrecer en el centro, de haberse farreado la oportunidad de las primarias y de no tener muy claro contra quién se enfrentará. Escogió a sus amigos y los amigos la tienen actualmente en el piso. Está por verse a quién identificará ahora como enemigo.


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Published on May 07, 2017 02:10

Cuentas alegres

El voto político de la asamblea decé decidiendo ir a primera vuelta presidencial con Carolina Goic ha inspirado en algunos ciudadanos una tímida tendencia a sacar cuentas alegres porque creen ver una fisura por la cual el candidato de la oposición pudiera ganar aun más votos desde el centro. La ilusión también la alimenta la vigorizada candidatura de Beatriz Sánchez. Promete, creen, la división de la izquierda, única manera de derrotarla. Dicho sea de paso, con “oposición” nos referimos a esa masa heterogénea de chilenos que por las más distintas razones están a disgusto con el gobierno de Michelle Bachelet, pero que la izquierda, amiga de concebir el mundo como campo de batalla de un perpetuo conflicto entre el Bien y el Mal, prefiere denominar con un sólido y sonoro epíteto, “la derecha”. La diferencia verbal puede parecer poca cosa, pero manifiesta una cuestión de fondo. “Derecha” es término que niega la existencia de  una ciudadanía transversal contraria al régimen; “derecha” menta un ente homogéneo y reaccionario, cómplice de crímenes, sin merecimientos para gobernar, ni siquiera respirar. En la visión maniquea de la izquierda y el oficialismo quien se opone a Bachelet no es sencillamente un opositor, sino un homúnculo “de derecha” cuya postura carece de legitimidad. De ahí el profuso uso de la expresión “hay que derrotar a la derecha” pronunciada con el mismo tono de belicosa inquina con que los talibanes dicen “hay que derrotar a los infieles”. No hay inocencia en el lenguaje.


Aun apoyada en ese fiero artilugio semántico y decidida a todo para vencer “a la derecha”, las filas del progresismo y el oficialismo no han podido contener un estremecimiento ante la Goic y últimamente ante la Sánchez. Bendita no será la NM entre todas las mujeres. Los aficionados a la Biblia (Daniel 5:18, 22) recordarán el pánico del déspota babilonio cuando una mano sin cuerpo pero alfabeta escribió en la pared “mene mene tekel urparsin”, esto es, “has sido pesado y hallado falto”. La decisión decé no reverberará por los laberintos de la historia como atronador anuncio del desplome de imperios y dinastías, pero algunos creen oír el rumor del deslizamiento por el tobogán que conduce de regreso a una opaca y mucho menos próspera vida privada. Por esa razón o ese temor desde ese sector se ha oído abundantemente el siguiente y agorero dictamen: “La NM se ha acabado”.


No es susto nuevo. Desde antes de la asamblea de la decé hubo en el “progresismo” preocupación por lo que podría pasar si un espasmo de independencia -muy ayudado y casi obligado por el empujón de los NO incumbentes- los llevaba a esa decisión. La decé había ya protagonizado innumerables pataletas que siempre terminaron en nada, pero la repetición de los ciclos es engañosa; no asegura una eternidad de lo mismo sino a veces prepara gradualmente las condiciones para que la última interacción termine por modificarlo todo, incluyendo la existencia del ciclo. Tal sería el caso, según opinan no pocos observadores. La repetición de una humillación tras otra habría llevado a este irascible invitado de piedra a un pináculo de indignación, a un afán postrero de vedetismo rabioso, al estado de ánimo que tienta a dar un golpe en la mesa “para que vean”; a ese furor levantisco se habría sumado la ilusión de que es posible reencender “el sol de nuestras juventudes”, reconquistar el centro político, recolonizar dicho territorio y obtener un título de propiedad exclusivo en el Conservador de Bienes Raíces. En fin, la decé se habría lanzado a una aventura tan pasmosa como la de ese 6 de agosto de 1789, en la asamblea constituyente, cuando la nobleza francesa, en una interminable noche de frenesí político, procedió al haraquiri de sus propios intereses. Hasta ahí llega la fantasía a la moda…


Un poco de historia


En esto como en todo la historia es maestra y guía, aunque, como le sucedía a Casandra, profetisa maldita por los dioses, nadie suele darle bola. Ya lo dijo Hegel: “La única lección que enseña la historia es que nadie aprende las lecciones de la historia”. En este caso la lección nos dice que la izquierda chilena ni se evapora ni es vencida porque así ocurra con sus diversos y multifacéticos avatares. Es entidad de mucho más fondo emocional y doctrinal que sus aderezos como tal o cual coalición. Se funda en la entera historia de Chile tal como las religiones se fundan en la entera y desgraciada historia humana. Las coaliciones progresistas van y vienen de acuerdo a las contingencias del momento, las modas culturales y las “condiciones objetivas”, pero el trasfondo es el mismo, siempre vivo, poderoso como lo que representa, avasallador como los tremendos impulsos que canaliza.


Basta retroceder sólo medio siglo o algo más en la historia política chilena y la prueba de eso aparece con toda claridad. En los años 50 la izquierda se articuló como el Frap, Frente de Acción Popular, el cual galvanizó a miles de compatriotas para conducirlos al túmulo de tres derrotas consecutivas con Allende. No por eso pereció, sino que se reorganizó bajo otro nombre, otro discurso y otros aliados con la razón social de Unidad Popular, la UP, la cual al fin, con Allende, ganó las elecciones y perdió al país al conducirlo al desastre. Y tampoco por dicho “traspié” la izquierda, ferozmente perseguida por Pinochet, hizo mutis por el foro; apenas acabado el régimen militar reapareció convertida y rebautizada como la Concertación, esta vez algo contrita por los estropicios y más moderada en sus objetivos. Con ella llegó al poder produciendo dos períodos muy buenos y dos períodos de mediocre a malo que causaron la derrota a manos de Piñera. ¿Desapareció, al fin, por eso? En absoluto: reapareció convertida en NM, Nueva Mayoría, con un discurso esta vez más radical, más revolucionario y con una congregación de colectividades incluyendo al PC. Su gestión ha sido calamitosa, como suelen serlo siempre las gestiones “populares”, pero no ha llegado ni jamás llegará el momento de sacar las cuentas alegres del Gran Capitán. Otra coalición se está preparando. Otra promesa se redacta. Otra sonrisa se lava los dientes.


Nuevo avatar


Esa porfía vital no niega la existencia de accidentes históricos. Siempre son posibles. Ni siquiera la izquierda, la cual cuenta con el apoyo de la mayoría porque siempre es mayoría aquella parte de la población que NO pertenece a la elite, tiene atornillada la rueda de la historia. Pero los accidentes son precisamente eso, transitorias interrupciones de una norma. Si en vez de medio siglo alargamos a un siglo el lapso bajo observación, se hace evidente que desde al menos 1920 es la izquierda en cualquiera de sus sabores la fuerza política que da el tono, que instala los temas y los códigos y a menudo incluso se hace del poder o al menos lo acompaña. Y en cualquier caso aun en la derrota sigue respirando.


¿Cree alguien, entonces, que la primera vuelta de Goic, si acaso se llega a eso, cambiará dicha ley histórica? ¿Supone el cándido de turno que el fin eventual de la NM entraña por necesidad la derrota de la izquierda? ¿Imagina algún fantasioso que NO sabrá dicho sector rearticularse bajo otro nombre si es preciso, así como ya supo hacerlo alrededor de Guillier asesinando a la pasada a sus líderes históricos? La Democracia Cristiana no tiene adónde ir como colectividad sino hacia la izquierda, les guste o no, y por mucho que busquen repavimentar esa vía con calificativos tales como “centroizquierda” para hacer parecerla cosa diferente y hasta novedosa. Y la izquierda, por su parte, con su rica tradición de cambios de nombre, con su flexibilidad para botar y elevar paladines, con su talento para el palabreo, las promesas y si es necesario hasta los reconocimientos -“hemos aprendido que hay que hacer las cosas gradualmente” acaba de decir un caballero del sector- no tendrá muchas dificultades en “reinventarse” o más bien rebautizarse y re-prometer que esta vez es la vencida, ahora aprendimos, no se preocupen compañeros que la revolución va, pero quizás ahora en cámara lenta. Y puede resultarles.


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Published on May 07, 2017 02:05

Autopsia de la Nueva Mayoría

La Nueva Mayoría murió en la noche del sábado 29 de abril. Pero atención, que los organismos políticos, como las personas, se aferran a la vida más allá de lo que aguanta su conciencia e incluso su dignidad. La Unidad Popular fue visiblemente masacrada el 11 de septiembre de 1973, pero siguió aleteando en el exilio por lo menos hasta que se dividió el Partido Socialista, que debía haberse dividido mucho antes. El PS vuelve a ser protagonista ahora. Ya lo veremos.


La Nueva Mayoría seguirá viviendo en el gobierno hasta marzo próximo, y quizás como un recuerdo personal de la Presidenta para sus cuarteles de invierno. Es casi imposible que siga vigente más allá.


La primera razón emerge de la observación superficial: es irrisorio seguir llamando “mayoría” a un grupo político que ya no lo es, incluso aunque tenga algunos éxitos electorales. Cuando empecemos a considerar los 30% como “mayorías” habremos vuelto a los años 60. Siempre será un mal nombre aquel que suponga la inmutabilidad de las circunstancias, y este es uno de los peores de las últimas décadas.


Un segundo elemento es el fin de su raison d’être, que fue seguir a (y beneficiarse de) Michelle Bachelet en una segunda aventura presidencial y acompañarla a gestionar un programa que sólo existía en unas pocas cabezas, y que en todas las demás no era mucho más que una entelequia de ideas discrepantes, formuladas a partir de un diagnóstico de aficionados, que nadie tuvo gran interés en escuchar.


Para los creadores de la Nueva Mayoría será naturalmente ingrato aceptar esta descripción y su conclusión. Entre esos creadores se debe conferir especial protagonismo a Rodrigo Peñailillo y sus boys, que hicieron todas las operaciones de hilado fino para agregar grupos, grupúsculos y colgajos al cuerpo de la antigua Concertación (también estuvo en algo de eso Alvaro Elizalde). Siempre se podrá decir que el bebé sufrió de abandono y malos cuidados porque fue prematuramente separado de sus padres. Pero la verdad es que la Nueva Mayoría no se apoyaba en una teoría de la política, sino en una del poder, y cuando éste se fue licuando, el bebé perdió toda inmunidad.


Pero si el bisturí entra aún más internamente, lo que encontrará es que la creación de la Nueva Mayoría no es otra cosa que la integración del Partido Comunista a la coalición de la que fue enemiga por 23 años. Para los efectos que importan, el PC vino a reforzar a un sector específico de la Concertación -no a todos-: aquel criado en el ambiente “autoflagelante”, crítico con su obra previa y en especial con la transición. La cultura del PC podría agregar una visión discrepante del relato de la historia del Chile reciente y una definición hasta entonces no aceptada de la noción de “izquierda”.


Esto es lo que en efecto ha ocurrido, y más encima el PC ha tenido la mala suerte de asistir al deterioro salvaje de algunos regímenes (los Castro, los Kim, Maduro) a los que apoya según una vieja tradición inercial de defender malas causas de Guerra Fría, desde la invasión de Hungría en adelante. El PC puede tener un complejo con ser “revolucionario” (porque nunca lo fue), pero esas adhesiones muestran una rémora conservadora y la mentalidad acrítica que hace parecer que en realidad no habita en Occidente.


La primera causa de muerte de la Nueva Mayoría es la decisión de la DC de no competir en las primarias de esa coalición e ir directamente a la primera vuelta presidencial. Esta decisión puede verse profundizada por la competencia en una lista parlamentaria separada y agravada si es que, además, no hay un acuerdo de apoyo mutuo al candidato de la centroizquierda.


Pero la DC es la causa superflua. La más profunda está en el PS, cuyas opciones recientes confirman a lo menos dos cosas: a) que sus nuevos grupos hegemónicos decidieron resepultar a la Concertación, ya no en términos de mero cambio de nombre, sino como concepción política, y b) están anunciando el fin de la llamada “alianza histórica” con la DC. Ambas cosas fueron las que simbolizó la liquidación de Lagos.


Nadie en ese comité central ignoraba que, si ratificaba a Lagos como su candidato, habría primarias con la DC y los demás; si Lagos desistía por falta de apoyo, era obvio que para la DC no quedaría más camino que la primera vuelta. Los nuevos grupos hegemónicos piensan que la alianza modelada en la Concertación agotó sus frutos y se inclinan por énfasis políticos en una dirección más a la izquierda, no hacia el radicalismo intelectual de Fernando Atria -a quien parecen no entender-, sino a una idea más simplona de coalición, posiblemente más cerca de las ideas fundantes de la Unidad Popular o el Frente Amplio de los años 30.


La Nueva Mayoría duró unos meses más que la UP, y su memoria se disipará mucho más rápidamente que la de aquella. La Nueva Mayoría se urdió en torno a un liderazgo, la UP en torno a un programa sin líderes. Fue la dirección del PS la que eliminó a sus propios líderes históricos e instaló al menos votado de ellos, Salvador Allende. Después le hizo la vida imposible. Las primeras ideas autocríticas del socialismo empezaron a oírse, en la clandestinidad, recién alrededor de 1977. En torno a la oficina de Ricardo Lagos.


La historia puede tomar a veces el aspecto de autopsia, y viceversa.


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Published on May 07, 2017 02:00

El dinosaurio Anacleto

La historia de la canción infantil es simple. Un dinosaurio llamado Anacleto, sin saber por qué, sobrevive a la extinción de sus congéneres, su rareza lo transforma en una atracción, pero la compañía que le brindan sus admiradores no lo conforman. Extraña a los suyos, pertenece a otro tiempo y a otro lugar, se siente solo. Una querida amiga, siempre interesada en la política, me escribió esta semana que no sabía por quién votar en las próximas elecciones. “Me siento como el dinosaurio Anacleto”, me dijo.


Es época de dinosaurios abandonados. Hubo un cataclismo de baja intensidad, en cámara lenta, y apenas percibido. Lo que podría haber sido un proceso de cambio progresivo, en algún momento acabó como mutación inesperada que rompió antiguos vínculos, arrasó con el paisaje y abusó de las confianzas hasta extinguirlas. No desaparecía una especie, lo que se acababa eran las antiguas lealtades, el modo de mirar a quienes representaban el establishment. El imperio de la negación les impedía ver a quienes estaban en el poder que había comenzado para ellos una pequeña edad de hielo.


Primero fueron los líderes. En el nicho ecológico progresista, el niño terrible perpetuo, el que jamás guardaba silencio, el que se jactaba de haberse adelantado a todos los reclamos, el eslabón perdido de la izquierda insatisfecha, acabó hundido en la insignificancia luego de darse el gusto de hacer campaña en jet privado a cuenta de un conglomerado extranjero que coimeó a la mitad de los gobiernos de Sudamérica. En el extremo liberal del hábitat, el candidato predilecto del barrio El Golf apenas logra sacar la voz después del almuerzo más caro de la política reciente.


Asimismo, quien era tenido como el más sabio de la manada terminó rodeándose de admiradores que en lugar de atraer a los escépticos y convocar a los más jóvenes, los aleccionaban o derechamente se burlaban de ellos, como si menospreciándolos lograrían alzar al viejo líder y traerlo de vuelta. Modularon su voz y su imagen a la medida de las conferencias de los happy few -aquellos que miraban el cataclismo desde un palco protegido- y acabaron llevándolo, con eficiencia y racionalidad de paper académico, al sacrificio público a la hora del té.


El imperio de la negación había soportado los escándalos de corrupción y financiamiento ilegal, pero no contaba con las cualidades como para trastrocar la imagen de su propio reflejo: eso ocurrió durante el período de refichaje, un proceso tristísimo en su forma, una especie de teletón sin épica, en donde acabó desnudándose el cuerpo macilento de un puñado de partidos que hasta hace algunas horas querían convencernos de que tenían un lugar ganado para conducir nuestros destinos gracias a la cantidad de militantes con los que contaban. Durante meses se los vio rogando por atención en las calles. Nuestra firma era su sueldo.


Esta semana ha quedado definida la siguiente etapa en el camino a la extinción. El partido de la moral híbrida proclamó una independencia manejada, como es tradicional en esa agrupación, en el lenguaje de las medias tintas. La candidata ofrece una mirada de centro, lo que en jerga chilena quiere decir no quedar mal con nadie, menos con el arzobispado, y asegurar escaños y directorios para los apellidos de rango de la aristocracia de la falange. En el progresismo moribundo, en tanto, sostienen un candidato inesperado, cuyas principales intervenciones durante la semana han sido para desdecirse de las declaraciones anteriores.


Hacia la derecha la oferta es reelegir a un expresidente que, en su nueva versión, ofrece orden y deberes en una campaña que parece dirigida a satisfacer a los oficiales en retiro del Ejército. Llamó “extremistas” a sus adversarios más jóvenes, emulando los discursos del general que puso de moda los adjetivos triples cuando hablaba del “marxismo-leninismo-ateo”. En el horizonte de este candidato hay promesas de crecimiento que detalla flanqueado por sus edecanes ultraconservadores. Sus declaraciones son básicamente críticas al actual gobierno, las que suele formular entre sus visitas a líderes evangélicos y su declaración ante la fiscalía para explicar la naturaleza de sus negocios durante su anterior mandato.


Los representantes de la mutación de 2011, finalmente, han demostrado tener músculos para desplegarse en las calles y capturar a los descontentos con la ventaja que da la pureza de espíritu de los recién llegados. El pasado para ellos, más que historia, es un archipiélago de eventos ocurridos desde el golpe de 1973 en adelante, salpicados de imágenes de héroes desgajados de su entorno y su época, transformados en íconos de esténcil callejero: un perfil de Salvador Allende, una frase de Pedro Aguirre Cerda, alguna foto de Clotario Blest que se cuelga en el Facebook. Es la generación que quiere verse nueva, pero que conserva la tendencia de la izquierda a fragmentarse y a elevar liderazgos surgidos de la burguesía con tendencia al paternalismo. ¿Es lo mismo darle cauce al descontento que gobernar? ¿Es posible que una coalición de identidad difusa -no son de izquierda, dicen, porque incluyen a liberales- sostenga un liderazgo importado del periodismo? ¿Un like de Facebook equivale a un voto?


Habrá que buscar algo viejo, algo nuevo y algo amarillo para recibir la época que se avecina, la de los deshielos.


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Published on May 07, 2017 01:58

May 6, 2017

¿Qué fue de la DC?

UN AMIGO de universidad, dirigente DC, me decía, hacia fines de los años 70, que se subía a una micro y podía identificar cuáles pasajeros eran democratacristianos, así de fácil, habiendo cantidades todavía entonces, pese a la dictadura (y no todos opositores). Otro amigo, no militante pero afín a ellos, hasta no hace mucho me insistía que, de haber salones parroquiales, el PDC no podía desaparecer. Obviamente, el panorama actual no es el mismo.


No tener un presidente DC desde el 2000, les ha resultado fatal. Cientos de miles cuando no un millón o más de votantes menos en municipales y parlamentarias, los han dejado en la estacada. La Iglesia, por su parte, se ha vuelto más plural, su poder político, además, ya no el mismo.


El Partido Radical, que sufriera un declive similar, en cambio, ha revivido con Guillier. Vaya con qué crueldad azota el destino, otra daga más que soportar, impensable cuando mi amigo se subía a la micro y sentía ese entrañable calorcito humanista cristiano camarada. Todo lo cual, para un conglomerado con alguna vez pretensiones de partido hegemónico (tipo PRI mejicano), debe ser peor que humillante. Su triste historia reciente podría titularse: “De un pasado todopoderoso y soberbio a un pasado reciente malherido”. La alianza de los años 90 con socialistas -“la mejor coalición política de la historia de Chile”- sabemos en qué está. Su reputación por los suelos y, ni nos acordemos de los guarisapos que los DC han debido tragarse estos últimos años, fraternizando con comunistas; todo porque había que seguir sobreviviendo como fuera. Lo de “el poder desgasta solo a quien no lo posee” lo aprendieron de Andreotti.


A esta historia, sin embargo, se la puede contar algo distinto. Porque, quizá, sigue habiendo cantidades de DC aunque hace rato no militen en sus filas. En el PS y PPD los hay, y no pocos. Entre los jóvenes también. ¿De dónde si no de la Juventud DC, el Mapu e Izquierda Cristiana, y antes de la Falange, proviene esa veta chascona, progresista, mesiánica, efebocrática, y aspiracional que uno pareciera percibir en RD y sus (hasta ahora) aliados autonomistas? Incluso, la principal carta presidencial de la derecha, posiblemente de nuevo presidente en marzo, es un DC purasangre, intachables sus credenciales bebidas en la leche materna, y de quien nadie ha pedido fideicomiso ideológico alguno que nos proteja.


Una vez DC, siempre DC: estoy seguro que comunistas y socialistas como Bachelet, radicales, gremialistas, y liberales auténticos, me podrán dar la razón. Es que la DC podrá desaparecer como partido, o verse reducida de nuevo a ese mítico 5% (que luego los catapultara a mayoría absoluta el 64), pero seguirá persistiendo cuan gen indeleble, como el peronismo. De seguir intacto ese afán tan suyo por congraciarse con la clase media ascendente, fomentar ansias reformistas (coqueteo mediante con el revolucionismo) -para luego, frenar en seco y sumarse a la derecha si la dinámica desatada se arranca-, es porque gozaría aún de buena salud.


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Published on May 06, 2017 02:30

¿Ya ganó Piñera?

ES UNA pregunta que está prohibida en el comando del expresidente. Y viene la arenga. Hay que evitar la sensación de triunfo. La gente puede dejar de ir a votar si sienten aquello. Lo importante es seguir trabajando. La carrera recién comienza. Y, ojo con Beatriz Sánchez. No den por muerto a Guillier. En fin, la lista es larga, pero la pregunta queda: ¿Ya ganó Piñera?


La respuesta parece tenerla mucho más clara la Nueva Mayoría, o lo que queda de ella. Ellos dicen que sí. Piñera ya ganó. O al menos actúan como si fuera así. Porque el caos en que está sumida la candidatura de Guillier es total. Tanto que, ahora, ni siquiera se sabe si será candidato. Resulta que tiene que conseguir firmas para aquello, y si bien es probable que lo logre, será un triunfo de pichanga de tercera división en comparación a sus contendores.

Pensemos solo en lo que pasó esta semana. Piñera tiró toda la carne a la parrilla. El martes, se inscribió en las primarias. El miércoles, lanzó las bases de su programa de gobierno. El jueves, definió el mecanismo que utilizará para la administración de su patrimonio. Un vendaval que solo habla de lo bien pensada que está la campaña del expresidente. Agotador.


Al otro lado, por la izquierda, están los chicos de Revolución Democrática, también muy articulados. Su candidata, Beatriz Sánchez, sube como espuma en las encuestas. Por otra parte, en una jugada magistral, lograron las firmas para inscribirse en las primarias, dejando en ridículo a la Nueva Mayoría. Con todo, ellos saben que no ganarán. Lo suyo es una apuesta a futuro, aunque como van las cosas, incluso podrían dejar fuera a Guillier de la segunda vuelta. Algo inédito para el conglomerado de gobierno, pero merecido. Por lo mal que lo han hecho ellos y para qué decir su candidato.


Con todo, un amigo que sabe de estas cosas, me dice que mejor escriba acerca de ¿qué le falta a Piñera para ganar? Y me da la lista: tiene que empezar a moverse para el centro. Sortear la primaria sin un rayón de pintura. Cerrar el fideicomiso. Un par de iniciativas novedosas. Bueno, puede ser, pero ahí no hay nada grave. No me convence, prefiero apostar a mi pregunta: ¿Ya ganó Piñera?

Otros me dicen que sí, que hoy gana, pero que el gran peligro es el propio Piñera. Que se equivoque; que le pillen algo. Pero eso es como sumar dos más dos. Primero, porque tendría que ser un error muy grande para dar vuelta las cosas. Claro, el hombre se puede equivocar, pero meter las patas a fondo, es muy difícil. La cosa parece bien pensada y armada para ello. Respecto a que le pillen algo, bueno ese es un temor hasta ahora muy infundado. Lo único que hay hoy bajo investigación, el caso Exalmar, es muy débil. Un invento. Lo saben todos y lo reconoció ayer el propio fiscal de la causa, al decir que no ve delito alguno.


En suma, por primera vez, pienso como la izquierda: Piñera ya ganó. O está muy cerca de ello. Solo falta que los que lo apoyan vayan a votar. Pero ese es un problema que tienen todos. Entonces, tampoco es un asunto mayor para cambiar la apuesta.


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Published on May 06, 2017 02:25

¿Cuántos y cuáles derechos?

UNO DE los temas más complejos a la hora de debatir sobre un cambio constitucional, es la determinación del número de derechos y la cualidad de los mismos.


En cuanto al número de derechos, la norma debe ser, no muchos; pues la inclusión de un listado demasiado amplio los desvaloriza a todos, banalizando la propia idea de Carta Fundamental. En este sentido es pertinente la advertencia de un grupo de juristas de no “pretender transformar la Constitución en un gigantesco árbol de Pascua donde cada chileno podría encontrar todo lo que ha estado buscando, pidiendo o soñando en las últimas décadas” (Grupo de juristas DC, 2016).


Planteada la necesidad de una actitud de cautela frente al número de derechos, ¿cuáles derechos fundamentales deben ser incorporados?


La clasificación de derechos es un asunto complejo que excede los propósitos de esta columna sobre todo si se atiende a la variedad de sus clasificaciones. Una de ellas los agrupa en cuatro categorías. Uno, derechos individuales propiamente tales como, por ejemplo, la libertad de conciencia, la propiedad privada. Dos, derechos de la libertad del individuo en relación con otros como, por ejemplo, la libertad de opinión. Tres, derechos políticos, eso es, del individuo en cuanto ciudadano: sufragio, acceso a cargos públicos, organización de partidos. Y cuatro, derechos económicos y sociales como el derecho al trabajo, la educación, la salud. A ellas se agrega, más recientemente, una quinta que son derechos colectivos, como los derechos de los pueblos indígenas.


De estas categorías, una especial preocupación por la cuarta ha alentado una nueva caracterización, que es aquella que distingue entre “derechos negativos” y “derechos positivos”. Los primeros serían aquellos garantidos por una “no acción” del Estado: esta es mi propiedad y el Estado no tiene que decirme cómo hago uso y goce de ella; en la forma como ejerzo mi libertad de expresión el Estado no puede intervenir y lo mismo en mi derecho a profesar la religión que yo decida; o a elegir la educación de mis hijos, o a organizarme en partidos políticos. En cambio, los “derechos positivos” suponen acciones y políticas proactivas del Estado especialmente en los ámbitos de la educación, la salud, el trabajo y la previsión social.


Esta distinción, siendo válida, si no se maneja con cuidado, puede conducir a falacias. La primera es que casi todos los derechos tienen una dimensión “negativa” y otra “positiva” y, derivado de los anterior, casi ninguno deja de tener un costo fiscal. La ilustración de esto la podemos hacer refiriéndonos al derecho de propiedad, al que los conservadores suelen proyectar como el ejemplo de un “derecho negativo”, esto es, uno en que ni el Estado ni un tercero pueden interferir y que no irrogaría gastos para la sociedad. No es efectivo. Garantizar el derecho de propiedad tiene costos muy altos.


La propuesta de que una Carta debe considerar derechos civiles y políticos, pero no derechos sociales no es aceptable. Siendo cierto lo anterior es necesario establecer que los derechos económicos y sociales no deben conducir a una judicialización de la vida económica y social.


La idea de “judicializar” la satisfacción de los derechos económicos y sociales destruye el concepto de políticas públicas. Quienes se definen como partidarios de un “Estado social y democrático de Derechos” son claros en señalar que la Constitución “no prejuzga ni determina cuáles han de ser, en concreto, las prestaciones específicas a que tendrían derecho las personas ni tampoco confiere a los tribunales algún poder para configurarlas autónomamente”. Lo anterior lleva a plantear uno de los temas más importantes en el debate constitucional.


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Published on May 06, 2017 02:20

Ocaso de la Nueva Mayoría

DESDE SU nacimiento la Nueva Mayoría (NM) ha tenido una débil gobernabilidad interna y ha mostrado una escasa efectividad en el gobierno del país. Ahora se encuentra en una encrucijada.

Nacida como una alianza sin historia, a pesar de estar conformada por algunos de los partidos más tradicionales de la política chilena -el PR, el PS, el PC y el PDC-, echó por la borda asimismo su memoria inmediata, la exitosa experiencia democrática, modernizadora e integradora de la Concertación de Partidos por la Democracia.


Buscó sustituir la falta de raíces con el carisma del liderazgo presidencial. Pero éste comenzó a desvanecerse prontamente dejando expuesta a la NM a las tensiones ideológicas de su propio programa. Nacieron matices que luego se transformaron en contradicciones. La NM quería estar con un pie en La Moneda y el otro en la calle. Pasar la retroexcavadora discursiva sin anticipar las consecuencias. Ser autónoma a la vez que depender de la administración del Estado. Insuflar un espíritu refundacional a la sociedad mediante prácticas puramente burocráticas.


Pronto la alianza se enredó en sus propias confusiones. Su relato de sí misma, influido por socialistas de cátedra, era el de una épica ideológica sin correlato alguno con su acción práctica ni en las percepciones de la sociedad.


Empleaba un lenguaje de alta intensidad -como cambios estructurales, nuevo ciclo histórico, sustitución de paradigmas, desmercantilización, etc.- pero solo como mera retórica. Pues esa narrativa, para poder concretarse, suponía una eficaz gobernabilidad de las múltiples reformas anunciadas.


La NM creyó poder garantizar esa gobernabilidad a través de la administración Bachelet. El despertar a la realidad ha sido traumático.


Efectivamente, el gobierno y la NM carecían de adecuados diagnósticos, no tenían un plan operacional, no contaban con prioridades claras ni disponían de una carta de navegación. Al contrario, quedaban entregados a las corrientes de la historia, a los vaivenes de la opinión pública encuestada y a las fuerzas dispares y desordenadas de sus propios partidos. Adicionalmente, NM y gobierno fueron golpeados -junto con la oposición- por la ola de escándalos cuyos ecos aún no cesan.


Tampoco lograron dinamizar la economía, Y debieron enfrentar un contexto internacional adverso.

En breve, la NM prometió en exceso, tuvo déficit de gestión y, en general, exhibe un desempeño técnico, político, ideológico, comunicacional y cultural errático e insuficiente en todos esos planos.


Dado este balance, no sorprende que la NM esté provocando ahora su propia terminación mediante sucesivos errores. El calculado defenestramiento de Ricardo Lagos por el PS. El acorralamiento de la DC hasta forzar su separación del conglomerado. La designación en el vacío del candidato Guillier para recién después comenzar a llenarlo de contenidos.


Todo esto, conjugado con el abandono del electorado que aspira a continuar un ciclo de integración, modernización y democratización por la vía de un reformismo bien diseñado e implementado.


Estos errores ponen a la NM en una suerte de limbo político electoral. Presionada desde la izquierda por un proyecto alternativo de carácter juvenil antisistémico, ha quedado sin espacio de maniobra también hacia aquel otro electorado de clases medias populares emergentes cuyas aspiraciones de movilidad no entiende racionalmente ni valora emocionalmente.


En este momento, por tanto, no tiene más opción que refundarse. ¿Pero cómo podría hacerlo en medio de su confusión ideológica? O bien, será empujada a completar su proceso de terminación.


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Published on May 06, 2017 02:18

El futuro proyecto político de la Nueva Mayoría

HAY UNA dimensión positiva en el hecho de que la Democracia Cristiana haya decidido llevar su candidato presidencial hasta la primera vuelta. La separación de la candidatura de la Democracia Cristiana y la de la Nueva Mayoría permitirá hacer explícito el proyecto que cada una de ellas ofrece al país. En vez de documentos redactados con ese lenguaje característicamente evasivo y ambiguo de los acuerdos políticos, o de compromisos que son fácilmente desahuciados diciendo que no fueron leídos y que no representaban lo que alguien “genuinamente” quería, ahora tenemos la oportunidad de que cada uno explicite lo que ofrece al país. Ahora sabremos si la plataforma presidencial del candidato de la DC será una plataforma transformadora o una defensa del statu quo neoliberal; y si el contenido programático de la candidatura de Alejandro Guillier asumirá o no el desafío de profundizar la ruta transformadora iniciada por este gobierno, corrigiendo lo que deba ser corregido.


Lo primero es importante porque saber si la Democracia Cristiana se entiende a sí misma como defensora del modelo neoliberal es determinante para decidir si tiene sentido la convergencia de la “centroizquierda” de la que la transición se preciaba. Porque si el precio de esa convergencia es renunciar a la transformación antineoliberal, entonces no es convergencia, es rendición.


En cuanto a lo segundo, las señales iniciales que ha dado la candidatura de Alejandro Guillier son poco auspiciosas: su recientemente nombrado jefe programático no ha hecho mención a la idea de derechos sociales, ni a la de nueva Constitución, ni a la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo. Respecto de la gratuidad de la educación superior, ha enfatizado la trivialidad de que ella depende de los recursos disponibles antes que reiterar el sentido político del “cambio de paradigma”. En general, parece seguir incurriendo en la marca de la Concertación, que siempre entendió que su interlocutor político era la derecha económica, no la ciudadanía; y por eso le importaba más ser aplaudida en las reuniones de Casa Piedra o del CEP que responder a las demandas ciudadanas, esas que todavía hoy algunos ridiculizan describiéndolas como “la calle”. Es de esperar que estas primeras declaraciones reflejen más la psicología de Osvaldo Rosales que las decisiones políticas que ha tomado la candidatura de la Nueva Mayoría.


¿Cuál es, en definitiva, la posición ideológica que esta debe tomar en el momento actual?

Debe dejar de describirse como de “centroizquierda”: el Partido Socialista, por ejemplo, debe anclarse clara y decididamente en la izquierda, lo que significa asumir sin ambigüedades un proyecto de superación del neoliberalismo. Ese proyecto tiene tres dimensiones: una nueva política, es decir una nueva Constitución surgida de una asamblea constituyente; un nuevo trato social, construido sobre el reconocimiento de que la vida de los chilenos tiene una dimensión en la que todos contamos por ser ciudadanos, no solo en atención a nuestras diferenciadas capacidades de consumo; y un nuevo modelo de desarrollo económico, que nos permita superar un modelo de explotación depredatorio de recursos naturales.


Por cierto, ese proyecto transformador requiere de una mayoría política y social que lo haga viable. Asumirlo como el proyecto político que define hoy a la izquierda en general y al Partido Socialista en particular implica construir puentes hacia todos quienes estén dispuestos a sumarse a él, se trate de partidos políticos tradicionales o partidos o grupos emergentes.


Pero esos puentes podrán ser construidos no sobre la promesa de mantener el control del aparato burocrático del Estado, sino de realizar un proyecto político que responde a la demanda transformadora que surge de la ciudadanía.


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Published on May 06, 2017 02:15

Inversiones: ¡Viva el portafolio!

El largo fin de semana pasado estuvimos con mi familia visitando a “Hulk y Harry Potter” en Orlando. Se percibe ahí un aire de prosperidad. Grúas por todos lados, autopistas y hoteles en ampliación, restaurantes y centros comerciales llenos, en fin, mucha actividad, tanto de consumo como de inversión. La televisión y los diarios comentaban sobre la rebaja futura de impuestos a las empresas, y el término del Obamacare.


Esto último le aumenta el ingreso a la clase media al disminuirle el pago obligatorio del seguro médico. La bolsa subiendo, las acciones en sus máximos históricos y la tasa de interés también subiendo, lo que refleja que la Reserva Federal trata de contener el crecimiento de la economía, ya en pleno empleo. Con respecto a la rebaja de impuestos, esto  atraerá inversionistas de todo el mundo interesados en ser parte del sueño americano, desde Chile ya tenemos nuestra multinacional Copec con grandes inversiones, por lo que no me extrañaría que otros empresarios de estas latitudes dirijan sus dardos hacia ese mundo, más estable -donde no le cambian la Constitución y no le dicen que son unos tales por cuales,  sino, todo lo contrario, los aplauden y ayudan – y con menos impuestos. Mientras tanto, en Chile seguimos pesimistas: la actividad creciendo muy poco, el desempleo aumentando, las tasa de interés bajando a nuevos mínimos, mientras la bolsa sube y sube y sigue subiendo. Estamos recibiendo mucho dinero desde afuera, de los institucionales extranjeros. Dado este escenario cabe preguntarse: ¿qué hago con mis ahorros?


Los analistas de inversión están optimistas con el mundo en general. Las bolsas, tanto de Usa, Europa, China, Japón y en los mercados emergentes seguirán subiendo; dicen. Dentro de este optimista futuro, leemos que el Brexit continua, que Francia no se saldrá del Euro y que bajará sus altos impuestos a las empresas y personas, que los emigrantes, tanto de Siria como del norte de África continúan huyendo hacia Europa, que la tensión entre las Coreas aumenta y que los musulmanes  extremistas están en todo Europa. Muy enredado. Nosotros los chilenos vivimos en el traste del mundo, alejados del mundanal ruido y  siempre comparándonos con los lejanos países desarrollados a través de OCDE.


¿Qué hago con esta información? ¿Dónde invierto? ¡Qué difícil panorama! Yo imitaría lo que hacen los grandes fondos de pensiones en el mundo, que lo hacen bien en el largo plazo. Diversifiquemos: un 50% en Chile, medido en pesos, la mitad de eso en la Bolsa Chilena y la otra mitad en renta fija, bonos de largo de compañías chilenas; con el otro 50%, medido en dólares, una porción en la bolsa gringa, comprando un índice, como el Dow Jones o el “spyder” y otra porción de renta fija emergente. En definitiva, no se haga problema, no cambie mucho, diversifique sus ahorros. Tenga un poco de todo, incluyendo renta inmobiliaria en Chile o, si puede, en el extranjero también. El mundo siempre estará enredado.


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Published on May 06, 2017 02:13

Álvaro Bisama's Blog

Álvaro Bisama
Álvaro Bisama isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
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