Álvaro Bisama's Blog, page 178
May 13, 2017
Balaceras
SE CALCULA que Winston Churchill sobrevivió cerca de 50 balaceras en su vida, pero para ello tuvo que irse lejos de casa, a lugares exóticos. A Cuba, donde tuvo su primera experiencia en plena guerra insurgente, luego a la India, Sudán y Sud África donde se haría famoso como corresponsal de guerra, y paremos de contar.
A las balaceras que quisiera referirme son de índole distinto, domésticas, nada de gallardas, más bien criminales si no mafiosas; el tipo de fuego cruzado que se estila entre nosotros aunque se supone que no somos exóticos (de hecho, dudo que al joven Winston le hubiésemos parecido gente excitante).
En donde vivo en Providencia, a la fecha, me han tocado dos. Una, en los años 90, de la que me salvé porque estaba en una comida y llegué cuando se había acabado todo (mi señora e hija, sin embargo, tuvieron que tirarse al suelo mientras volaban las balas en dirección a la casa). La segunda vez fue a fines del 2015, cuando unos ladrones de auto se enfrentaron a carabineros en mi calle, tras darse cuenta que es sin salida (fue un alivio saber que, al menos, los maleantes no eran vecinos). Volví a perderme la función este verano cuando una banda de asaltantes de banco (seis en dos autos) se agarraron a balazos con la policía en Bilbao a pasos de la plaza de Pedro de Valdivia, mi barrio otra vez. Y, de nuevo la semana pasada en que nos libramos del tiroteo en avenida La Marina de Viña del Mar, por donde solemos transitar a diario a esas mismas horas, encontrándonos cerca en nuestro departamento ubicado en la misma arteria al otro lado del Cerro Castillo.
¿Coincidencias o porque vivo en barrios de mala muerte? Ni uno ni lo otro. Lo de Viña fue justo debajo del palacio presidencial. Es más, si viviera en Vitacura o La Dehesa, podría referirme a los portonazos, tan frecuentes que qué sería nuestra televisión sin ellos. Me dicen que en Valparaíso, donde el otro día murió una persona, no se puede estar en el plano pasada la hora que cierran las oficinas. Lo que es en poblaciones marginales, ahí las balaceras están al orden del día, y no es que solo maten. Suenan las balas y es porque ha llegado la droga o mercadería (la policía, no). Según Ciper, en barrios bravos de Quilicura, La Pintana y Puente Alto, dominados por narcos, es como si se estuviera en tierra de nadie, fuera de toda ley y alcance estatal, la de ellos la única autoridad.
De “churchilliano” no tengo nada, pero acumulo una seguidilla de “coincidencias” que me dejan pensando. Viví mi infancia en el Barrio Cívico donde, el 46, antes que naciera, fuerzas policiales mataron a seis obreros. Ya adolescente, viví en Managua bajo Somoza, donde me tocaron balazos. Recuerdo los que se oían en los años 70 bajo toque de queda. Como también la anécdota de mi padre de que, al lado de su finca en Medellín, en época de Pablo Escobar, su vecino puso un letrero que decía “Por favor NO depositar cadáveres”. Lo diría Borges en su famoso poema sobre nuestro “destino sudamericano”: “Zumban las balas en la tarde última”.
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Hablar de plata
PIÑERA, UN poco aburrido por tanta pregunta acerca de su patrimonio, señaló que su madre le dijo que era de mal gusto hablar de plata. La frase me recordó a mi abuelo, porque siempre decía lo mismo. Y no es porque fuera rico. Por el contrario, era una persona de buen pasar, pero sin fortuna alguna. La cosa es que hoy, hablar de plata, es un deporte obligado. La mayoría, porque les falta. Unos pocos, porque les sobra.
Por otra parte, ahora sabemos más. Como para ciertos cargos es obligación declarar ingresos y patrimonio, sabemos quienes son los alcaldes, parlamentarios y candidatos más ricos y más pobres. Todo por la sana trasparencia, se dice. Para saber si la gente que postula a cargos públicos tiene algún conflicto de interés, o prevenir que se haga rico usando su influencia. Pero también es cierto que, detrás de todo esto, hay un cierto morbo. Nos encanta saber cuánto tiene el otro y hacer rankings de todo tipo al respecto.
Más allá de aquello, la pregunta es si la riqueza o la pobreza determinan las posibilidades electorales de uno u otro candidato. Nada parece indicar que ello suceda. No lo es así en el mundo, tampoco en Chile. Pensemos solo en los presidentes. Aylwin, Lagos y Bachelet son personas que no tienen o tenían riqueza importante. Frei y Piñera, sí. Aunque este último, bastante más que el primero.
Tampoco creo que ser rico sea un activo para conseguir votos. Lo que sí importa, es que sean personas que han hecho cosas importantes en sus vidas, pero sabemos, muchas de ellas no generan riqueza. Lo que está en juego entonces es la capacidad de llevar adelante proyectos, más que la capacidad de generar riqueza.
Piñera declaró esta semana un patrimonio de 600 millones de dólares. Algunos dicen que aquello no es real, porque su fortuna alcanza a 2.400 millones, estimación realizada por la revista “Forbes”. Y aparecen las discusiones técnicas de cómo se mide la fortuna de cada cual. Pero, ¿qué importa? Ya sabíamos que era rico, muy rico. Son todas cifras que escapan al análisis cotidiano. Hablar más de aquello es de mal gusto. Y tampoco parece ser un tema relevante.
Es cierto que con esto, algunos sectores intentan revivir una suerte de lucha de clases, ricos versus pobres, pero la realidad prueba que aquello no prende. Claro, a nadie le gustan las platas mal habidas y las malas prácticas. Pero, descartado aquello, el resto no es un gran asunto. Está también el tema de la desigualdad, pero yo soy de los que siguen creyendo que el problema no es que unos tengan más que otros, como les gusta decir a algunos. El punto es que algunos tengan muy poco, al punto que les impide vivir dignamente. Eso es lo que hay que enfrentar. Para eso, no necesitamos ser todos iguales.
La prestigiosa economista, y experta en estos temas, Deirdre McCloskey, en su visita a Chile, lo expuso con claridad. “A mí no me importan los ricos; me preocupan los pobres”, dijo. Y tiene razón. Los ricos, ni cuántos yates tienen, no son la explicación de la pobreza, sino las malas políticas públicas que aplican aquellos que siempre andan hablando de platas.
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En vez de la derrota
REINA EL pesimismo en el campo de la centroizquierda. No son pocos los que piensan que las elecciones presidenciales están perdidas. Se equivocan. La presidencial está todavía abierta. Las adhesiones son blandas y los indiferentes mayoría. El riesgo de derrota es grande, pero ésta no es inexorable.
La Nueva Mayoría (NM) ha sido una muy mala sucesora de la Concertación. No ha sido capaz de respaldar con solidez y coherencia el gobierno de Bachelet y su valoración ciudadana es mala. Lo que constituye una verdad del porte de una catedral es que como tal, la NM no está en condiciones de ganar una nueva elección. Necesitamos cambiar de estrategia. Esto requiere audacia, lucidez y rapidez.
Hasta solo unos meses atrás, varios pensaban que la historia podía repetirse. Alejandro Guillier, una figura nueva, no contaminada con la actividad política irrumpía con fuerza en el escenario nacional. Su ascenso parecía imparable. Varias encuestas sugerían que el senador era lo que se andaba buscando: la figura providencial que aseguraría una victoria allí donde existían grandes posibilidades de derrota.
A poco andar comenzaron a surgir las dificultades. La experiencia de Bachelet el 2013 es irrepetible.
Políticamente, el epicentro de los problemas de la NM se sitúa en la DC. En el 2013, la amplia adhesión popular a Bachelet resultó irresistible para los sectores incluso más conservadores de la Falange. La DC se plegó en masa a la candidatura de Bachelet. Solo comenzó a plantear sus críticas una vez en el gobierno y cuando la popularidad de la Presidenta comenzó a declinar. Como culminación de su distanciamiento, una Junta Nacional viene de desestimar la idea de ir a primarias para competir directamente en primera vuelta.
Las formas han sido lamentables. Hay mucho de portazo y de ruptura unilateral. Si la opción de Goic no prende en la ciudadanía, la decisión de la Junta de la DC quedará para la historia como una gran deslealtad que le infligió una herida mortal a la NM y de paso aceleró su propia declinación.
Podría sin embargo, darse un escenario distinto: que Goic logre estructurar una campaña que permita perfilar una opción de centro, resueltamente democrática. Una alternativa de este tipo podría recuperar una parte de la votación que se ha vaciado hacia la derecha acercándola hacia su tercio histórico. Si la DC alcanza, digamos, a un 15% y lleva a Piñera por debajo del 40%, la segunda vuelta es perfectamente ganable. Para ello, la DC debe poder afirmar sin complejos sus posiciones más moderadas y las diferencias que en varios planos mantiene con la izquierda.
Por su parte, la izquierda podría con mayor libertad actuar de acuerdo a sus propias convicciones. Mucha gente que hoy día se ha replegado hacia el abstencionismo podría recuperar entusiasmo frente a una oferta más diversificada. El proceso de bifurcación creciente con el Frente Amplio podría detenerse.
Un acuerdo en segunda vuelta en torno a: nueva Constitución, nuevo sistema previsional, fortalecimiento de la educación pública, defensa de la gratuidad y reforma de la salud pública, puede generar una mayoría claramente ganadora. Piñera no es Le Pen, aunque varios de los que lo apoyan se le parecen. Su proyecto es claramente reaccionario: busca retrotraer las reformas. Nadie debiera ser indiferente frente a una ofensiva conservadora que de imponerse implicaría una severa derrota para el conjunto de las fuerza progresistas.
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La dictadura de Maduro
LA DEGRADACIÓN de la democracia y los derechos humanos en Venezuela es tal que Nicolás Maduro ha optado por abandonar incluso su fachada democrática. Los hechos hablan por sí solos.
En Venezuela la absoluta concentración de poder le ha permitido al ejecutivo cometer todo tipo de abusos sin rendir cuentas a nadie.
El Tribunal Supremo, un apéndice del Presidente, valida rutinariamente sus decisiones y sostiene expresamente que no cree en la separación de poderes. Desde que la mayoría opositora asumió el control de la Asamblea Nacional, el tribunal se dedicó a despojarla de sus facultades y declarar inconstitucional toda ley que le disgustara al gobierno.
En un momento de gran descontento popular, no parece haber interés en organizar comicios que el gobierno vaya a perder. El Consejo Nacional Electoral-con cuatro de cinco miembros chavistas-no ha organizado elecciones de gobernadores, previstas en la Constitución para el 2016, y dilató la realización de un referendo revocatorio sobre la presidencia de Maduro para asegurar que el régimen permaneciera en el poder.
De todas formas, por las dudas, dejaron fuera del juego político a emblemáticos líderes de oposición. La Contraloría General de la República inhabilitó a Henrique Capriles a ejercer cargos públicos por 15 años, mientras que Leopoldo López fue condenado arbitrariamente a casi 14 años de prisión y sigue estando preso en una cárcel militar. Hoy, hay casi 200 presos políticos.
La prensa está sujeta a un acoso cada vez mayor. Periodistas extranjeros han sido expulsados del país, detenidos, o retenidos en el aeropuerto. Algunos que cubren las protestas son atacados o les roban sus equipos. Canales de cable que reportan sobre la crisis que se vive fueron sacados del aire. Todo esto ocurre en un país donde el hostigamiento a los medios de comunicación independientes ya había llevado a que no quedara prácticamente ninguno de ellos y a niveles altísimos de autocensura.
Decenas de civiles detenidos en las recientes manifestaciones están siendo juzgados por tribunales militares, una práctica típica de las dictaduras de los ’70. Las audiencias se realizan en salas improvisadas dentro de cuarteles militares, ante jueces que son militares que responden al jefe del Ejército y en presencia de uniformados armados. Los delitos por los cuales estas personas son procesadas incluyen el de “rebelión”. Los detenidos denunciaron todo tipo de abusos, incluyendo golpizas y que los obligaron a comer excremento.
Por todo esto, por los altísimos niveles de inseguridad, y por la dramática crisis humanitaria que afecta al pueblo venezolano, cientos de miles de personas han salido a las calles casi a diario. La respuesta ha sido una represión brutal por las fuerzas de seguridad y los colectivos –delincuentes armados que colaboran con las autoridades– dejando al menos 38 muertos y cientos de heridos graves. Más de 1.900 personas han sido detenidas.
Ante las legítimas demandas del pueblo venezolano que se establezca un calendario electoral, se libere a los presos políticos, se reestablezca la independencia judicial y los poderes de la Asamblea Nacional y se permita ayuda internacional humanitaria, el gobierno se inventó una constituyente bajo su control.
Una de las mejores respuestas a esta iniciativa ha venido de la Conferencia Episcopal venezolana, que sostuvo que el pueblo necesita “comida, medicamentos, libertad, seguridad personal y jurídica, y paz” y que todo ello se logra respetando la Constitución Política vigente. Además, los obispos exhortaron al pueblo a no resignarse y a levantar su voz de protesta pacíficamente.
¿El panorama que he descrito es propio de una democracia o de una dictadura?
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Venezuela soberana
A 17 AÑOS del inicio de la Revolución Bolivariana y la recuperación del petróleo para ponerlo al servicio del pueblo, Venezuela enfrenta momentos difíciles: crisis económica, polarización social y la violencia que se ha tomado las calles, como recurso de desestabilización.
Pero ¿cómo el país más rico de América Latina, con la reservas de petróleo más grandes del mundo puede llegar a esto? La respuesta es una: hay boicot económico, tal como en Chile en los 70 con Allende, de lo cual existen pruebas en los archivos desclasificados de la CIA.
Sin embargo, Venezuela no es Chile del 73; su Constitución cuenta con las herramientas democráticas para enfrentar la crisis. No cabe duda de que quienes deben resolver su futuro son las y los venezolanos haciendo uso del Poder Constituyente.
Por ello es que en virtud de los artículos 347, 348 y 349 de la
Constitución, se convocó una Asamblea Constituyente, en busca de un acuerdo nacional por la paz. Para esto, se deben elegir 500 asambleístas a través de voto directo, lo que garantiza participación de toda la diversidad política, social, empresarial, demográfica y étnica. ¡Ya quisiera para Chile una Asamblea Constituyente como la de Venezuela!
Sin embargo, existe una guerra mediática impulsada por quienes buscan apoderarse del petróleo. Dicen que no hay libertad de expresión y que el gobierno ha monopolizado los medios, cuando en realidad, el 70% de los medios son privados y diariamente están a la venta cinco periódicos de oposición y solo tres oficialistas; mientras que la TV abierta se reparte por igual: 6 canales de oposición y 6 pro gobierno.
Se dice que es una dictadura, pese a que se realizan elecciones de forma periódica, más de 19 en 15 años. La más reciente, legislativa, donde la oposición se adjudicó 109 escaños por sobre los 54 del oficialismo, prueba de un sistema democrático que funciona. De hecho, el propio Jimmy Carter, catalogó el proceso electoral venezolano como “el mejor del mundo”.
Llama la atención, que los mismos que dicen que es una dictadura, nada dijeron de Pinochet, de los más de 3 mil detenidos desaparecidos, de los 40 mil exonerados y torturados. Nada, sobre los 6.500 presos políticos en Palestina, los miles de muertos en Siria, de la aniquilación del pueblo mapuche o de la represión hacia los estudiantes.
En Venezuela hay ejercicio pleno democrático y un estado de derecho con instituciones autónomas y equilibradas; el 80% de la población participa en las elecciones, sus autoridades se eligen vía elección popular, los indígenas son reconocidos y tienen representación en el Congreso, hay Referéndum Revocatorio, Consulta Popular, Cabildo abierto, Contraloría Social, Defensor del Pueblo y tienen una Constitución elaborada por medio de Asamblea Constituyente y legitimada por referéndum, a diferencia de Chile, que fue hecha en dictadura.
Lamentablemente, estas herramientas no han sido usadas por la oposición, en una clara actitud de que no están por la vía democrática. Prueba de esto, es que pese a que desde 2013 venían exigiendo Asamblea Constituyente, ahora la rechazan; o las 600 mil firmas falsas que ingresaron para convocar al Revocatorio en un intento de fraude democrático.
Es por eso que UNASUR, CELAC, el Papa Francisco y el ex secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, han dicho que la única solución es el diálogo y la resolución pacífica de los conflictos, y la Asamblea Constituyente va en esa línea.
Se acabó el tiempo del injerencismo y los golpes de Estado en América Latina. Porque seamos francos, la fijación por Venezuela, obedece a que, tal como lo fue Chile en los años 70, hoy en día Venezuela es para el mundo ejemplo de dignidad, de que el socialismo democrático y la real soberanía es posible.
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Discursos abstractos y crisis política
Distintas señales permiten advertir que nos encontramos pasando por una crisis política. De esta no saldremos rápidamente. En sus causas se parece a la del Centenario: de un lado, hay nuevos grupos emergentes -entonces el proletariado, hoy sectores medios- que no encuentran acogida pertinente en el contexto económico-social. El modelo productivo del país muestra, además, síntomas de agotamiento. Por el otro lado, nos hallamos, como en el Centenario, con élites políticas y económicas que acusan serios visos oligárquicos y lucen incapaces de darle cauce a los anhelos populares.
A todo esto, se agrega un problema de calado. El país se mueve, desde hace décadas, en lo que Mario Góngora llamó las “planificaciones globales”, o sea, discursos que se desentienden de las características concretas de la población. La izquierda enarboló un relato revolucionario que pretendía lograr un hombre nuevo. La derecha implementó, tras el golpe, otro modelo abstracto, el neoliberal. Opuso al abstracto hombre nuevo marxista un abstracto hombre nuevo consumista.
El país aumentó su riqueza. Y con la riqueza advino un descontento enconado.
¿Qué se plantea como camino de salida? Nuevamente: discursos abstractos. Desde la derecha, retomar el crecimiento, mejorar la administración. Volver a la idea abstracta del consumidor. ¿Y desde la izquierda? Otra vez abstracciones: el avance hacia la consecución de una sociedad con seres humanos incrementadamente generosos, por la vía del desplazamiento del mercado y la deliberación en asamblea.
Decía William Blake: “Generalizar es ser un idiota, particularizar es la distinción propia del mérito”. Del malestar no se sale con discursos abstractos, sino con comprensión concreta. “Descubrí un bello barrio en Santiago de Chile”. Así se inicia un poema donde Mauricio Redolés reivindica la pletórica densidad de carne y hueso de la vida cotidiana e histórica. El pueblo quiere un bello barrio. Que su existencia real resulte reconocida en las conformaciones sociales e institucionales a las que pueda pertenecer.
Lo concreto se deja advertir en el rostro de cada persona. El rostro revela una exterioridad que irrumpe ante nuestra mirada. Pero no es sólo exterioridad, sino unos ojos, que miran esa mirada nuestra y delatan una interioridad. De la cara hacia dentro, de la cara hacia fuera se desenvuelve nuestra vida.
se despliega en vínculos comunitarios, sociales, políticos, en espacios de participación y confianza. Aquí se alcanza una forma de plenitud y reconocimiento mutuo. El neoliberalismo tiende a desconocer este aspecto.
Hacia dentro, en las profundidades de su mente, el individuo tiene experiencias de sentido de las más intensas que puedan vivenciarse; allí imagina, contempla, trata consigo mismo. Pura publicidad deliberativa, solo asambleísmo, el hombre nuevo post-institucional, terminan deviniendo superficialidad. Es lo que olvida la izquierda.
Nación y república son los dos principios que se siguen del rostro concreto. Se hallan en tensión, la nación vela por la integración, la república por la libertad individual. Sin integración nacional, sin entramados comunitarios estables y densos, la existencia se empobrece, la confianza se debilita, el país no es capaz de superar crisis graves, no es esperable que se desaten olas de solidaridad. No hay bello barrio, sino esos horribles conventillos verticales. Es lo que tienden a soslayar los neoliberales.
Sin división del poder -entre el Estado y el mercado, al interior del Estado y al interior del mercado-, la libertad individual sucumbe. No hay bello barrio, con piezas burguesas nuestras y patios burgueses nuestros a los que podamos retirarnos a pensar y mirar callando el infinito del firmamento. Es lo que se inclinan a preterir los revolucionarios.
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Fondo de infraestructura
Hace unos días nos enteramos por la prensa que el gobierno de Australia planea invertir US$ 55 mil millones en los próximos años en un plan de infraestructura pública, el que incluye carreteras, ferrocarriles y otras obras, con el fin de estimular la economía y el crecimiento de los salarios, así como mejorar productividad de cara a la competencia que representa China en toda la región de Asia y Oceanía.
En Chile no andamos tan lejos en cuanto a necesidades de inversión en infraestructura crítica para el desarrollo. Según cálculos de la Cámara Chilena de la Construcción (CChC), se requerirían US$ 58 mil millones en el período 2016-2015 en los mismos ítems contemplados en el plan australiano, y si sumamos aeropuertos, espacios públicos, hospitales y agua, la cifra se empina a casi US$ 78 mil millones. Es decir, US$ 7.800 millones por año. La realidad dista mucho de lo que eventualmente se necesita. Entre el presupuesto del MOP y los desembolsos de concesiones, en los últimos años se ha invertido cerca de US$ 3.000 anuales, menos de 40% de lo que se requeriría en forma crítica.
Para avanzar en el cierre de esta brecha, el gobierno tramita actualmente en el Congreso la creación de un Fondo de Infraestructura (FI), bajo la figura de una sociedad anónima estatal. A pesar de lo atractivo que aparece a primera vista el concepto, existen muchas interrogantes por enfrentar. La primera es por qué no se recurre a relanzar un plan de concesiones que eleve los actuales desembolsos de US$ 700 millones al año a un número más cercano a los US$ 1.500 millones habituales a comienzos de la década pasada, en obras que puedan financiar su operación con recursos levantados de los usuarios (e.g. peajes) o con subsidios que reemplacen los desembolsos de gastos que haría el Estado si operara directamente las obras construidas (e.g. hospitales). Este eventual relanzamiento está trabado hoy no por la falta de interés y recursos financieros de eventuales interesados, sino más bien por debilidades institucionales del MOP, incluyendo la falta de proyectos evaluados y priorizados, y por lo enrevesado que se ha puesto la tramitación de las etapas regulatorias medio ambientales y sus crecientes aristas judiciales. La resolución de estos problemas es una condición necesaria también para el éxito que pudiera tener un FI.
Es claro que el objetivo cuantitativo del FI es ambicioso. Contaría con un patrimonio entre US$ 3.000 y US$ 9.000 millones (el valor presente de los flujos de peajes de las obras que retornan al Fisco y de las que son construidas directamente por él), que se usaría para apalancar en el mercado de capitales una suma que podría llegar a 10 veces ese patrimonio. Pero la verdad es que esos recursos son una forma de deuda cuasi fiscal que, de llegar a su máximo, sería mayor que toda la deuda pública actual. Aunque no alcanzara esos extremos, de igual forma podría haber un impacto negativo en la clasificación de riesgo país, encareciendo eventualmente el costo de financiamiento de proyectos de inversión. Esto no es baladí cuando la forma de gobierno corporativo que se ha propuesto para el FI no da plena garantía de una administración independiente del gobierno de turno, lo que es muy relevante considerando que los proyectos de infraestructura trascienden en su estudio y ejecución a un período presidencial.
En síntesis, es loable el interés por acrecentar la inversión en infraestructura de uso público que inspira al gobierno pero el proyecto de FI en trámite parlamentario conlleva una cantidad importante de riesgos económicos y políticos. Parece preferible remover previamente trabas burocráticas, regulatorias e institucionales que inhiben actualmente la construcción de esta infraestructura, sea en la forma de obras concesionadas o abordadas directamente por el Estado. Segundo, realizar algunas modificaciones legales facilitadoras de las concesiones (como aumentar el premio por iniciativas privadas). Y tercero, crear un fondo con los recursos que se vayan paulatinamente generando con las relicitaciones de obras que expiran contrato u otras que pasen de administración estatal a concesionada. Este fondo, más acotado que el propuesto por el gobierno, puede ser una empresa pública, pero configurada de un modo que la haga inmune a las presiones políticas oportunistas.
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Un gay sumamente conservador
Marco Orezzoli, el protagonista y narrador de Desastres naturales, ha sufrido mucho, se diría que toda la vida, debido a su condición de homosexual. Proveniente de una clase media acomodada, aspiracional y católica, el hombre está tan centrado en sí mismo que al momento de componer un cuadro familiar desde la perspectiva que le otorgan los 50 años de edad, falla, puesto que el intento de reconstruir su juventud en el Chile precario y oscuro de los años 70 y 80, y posteriormente su madurez durante las décadas que siguieron, se ve siempre disminuido por cierto infantilismo sentimental tendiente a insistirle al lector en que no hay cosa más importante –ni peor maldición– que ser gay. Curiosamente, teniendo todo para revelarse en contra del entorno que lo asfixia (educación, dinero, amoríos), Marco Orezzoli termina por adoptar, tal vez sin darse cuenta, buena parte de las costumbres y ritos conservadores de esa tribu que tanto lo ha maltratado.
Desde que era un muchacho (“[…] me arrodillé ante la cama y le pedí a Dios que me quitara el deseo por los hombres”), hasta el presente de la novela (“Pudimos estar unos momentos a solas con él, mientras rezábamos el rosario”), Marco demuestra ser un sujeto piadoso, lo cual no representaría tropiezo argumental alguno si es que el narrador no atacase con frecuencia a ese mismo credo que lo oprime. En vez de otorgarle profundidad al personaje, las contradicciones que afectan a Marco Orezzoli –simples, demasiado simples– hacen de él un personaje prescindible. Y cuando surge la oportunidad de entrar en un tema que sí podría resultarle llamativo al lector (“A su lado se hallaba otro tipo que había conocido hacía diez años a través de la última polola que tuve”), el narrador opta por no profundizar en el asunto.
Peor aún: Marco a veces también se empeña en alardear que es un adelantado a su época, alguien mundano, incluso revolucionario, y ahí el fracaso de su testimonio es francamente vergonzoso: “José se acuerda hasta el día de hoy de que yo andaba de chaqueta de cuero, polera blanca y jeans rasgados en las rodillas, una tenida inusual para el Chile de esos tiempos”. El año de tal arrojo fue 1989. La superficialidad manifiesta y el exceso de clichés a la hora de tratar el gobierno de la Unidad Popular, el golpe militar y la dictadura se condice con la fijación del autor por recrear épocas y circunstancias a través del pobrísimo recurso, quizás un poco siútico, de mencionar a diestra y siniestra marcas de autos, de vinos y de prendas de vestir: “Había venido de sport, con un cortavientos rojo en el que flotaba un caballito verde, un binomio ecuestre, para ser preciso”. En su opinión, supone uno, basta con ello para establecer los principales atributos del personaje en cuestión o para delinear por completo una personalidad.
Otras taras típicas de la escritura de Pablo Simonetti que aquí abundan: falta de pericia en los diálogos, ya que en vez de aportar información útil o velocidad al relato, los parlamentos tienden a desmedrar el contexto, a entregar aclaraciones nimias, o a sobre explicar tal o cual hecho, ofendiendo así la sagacidad del lector; fascinación por el uso estratégico de ciertas frases que, bajo la percepción del autor, ayudan a consolidarlo como un escritor culto: “dedos coyunturosos” (tal adjetivo no existe en nuestra lengua), “luz glauca”, “la ubertosa dueña de casa” (otro adjetivo misterioso), “la hesitación ante las puertas”, “su acantilada vista sobre el lago” (homenaje a Lemebel) y, finalmente, una joya de un culteranismo grotesco considerando las características ya destacadas de esta novela: “Nosotros mismos habíamos acarreado un gran peso, como en La divina comedia deben hacerlo los soberbios del primer círculo”.
Desastres naturales es una obra desastrosa por otras razones de peso: el largo viaje al sur de Chile narrado al principio de la obra tiene el encanto y la profundidad de la guía Turistel; el tan anunciado recuerdo del padre queda opacado con la fascinación que al protagonista le provoca su propia persona y aquí llegamos, para ir poniéndole fin a todo esto, a un punto crucial: Marco Orezzoli estima que su vida es mucho más interesante de lo que el lector es capaz de percibir, y en ello, a través de esa convicción flagrante, el narrador deja ver una falta de inteligencia enervante.
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Cuestión de tiempo
Artistas que han disfrutado la combinación éxito masivo + favoritismo de la crítica como Radiohead y Blur se desmarcaron de la urgencia en la adultez, así el núcleo duro de seguidores envejece con ellos. Ese proceso lo vive también Café Tacvba, una banda que en la esfera latina es parangón a esas instituciones inglesas. Jei
Beibi, el octavo álbum, desecha la efervescencia para recorrer sus caminos habituales con pausa y detalle.
Un acto de fe en tiempos de singles por goteo: el cuarteto mexicano aún confía en el formato disco, en el orden de las canciones y la configuración del relato. Incluso piensan, lo declaró en reciente entrevista el guitarrista Joselo Rangel, en esa vieja lógica del LP y el casete, de la cara A y B. La trama aquí adquiere un cariz zigzagueante entre cortes alusivos al brillo de antaño, otros taciturnos y reflexivos.
El elemento rítmico resulta crucial, una vez más cortesía de los excelentes arreglos en batería en un grupo que formalmente no alinea el instrumento, mientras la voz de Rubén Albarrán, que suele ser chillona y a veces algo irritante, se expande en texturas más graves.
Arranca 1-2-3, un corte de doble filo, efectiva pieza de synth pop cruzada por una guitarra funk y letra romántica con alcances a la desaparición de los 43 estudiantes en Ayotzinapa: “cómo te pido que no seas una más, de las historias que se cuentan a diario, no quiero que seas sólo un número más (…) 1-2-3 cuéntalos bien, y si sigues tal vez llegues a 43”. Matando pulsa un ritmo con sabor a folclor argentino -por cierto, produce una vez más Gustavo Santaolalla-, que crece como un torbellino irremediable.
Automático es lo más parecido en todo el álbum a los primeros años del conjunto con máquinas de ritmo, sintetizadores colorinches y mensaje directo: “de corbata y celular, solo me quieren explotar”.
Las fusiones en Enamorada implican un nivel de virtuosismo que no se relaciona con acrobacia sino el buen gusto para maridar, sostenida entre un tiempo acompasado, rasgueo en clave reggae, pinceladas de tango, y retoques de bolero en la interpretación. Resolana de luna eleva el espíritu con magnífica arquitectura de guitarra y batería. El mundo en que nací, canción de amor filial de carácter nocturno, tiene ecos de Revés/Yo soy (1999). Nuevamente percusión y guitarra protagonizan Disolviéndonos con aires progresivos -pasajes etéreos, cortes, métricas ajustadas-, camino que Café Tacvba explora desde Sino (2007). Jei Beibi, editado por lo demás de manera independiente, representa un triunfo como síntesis de géneros y ejemplo de maestría musical, sólo posible de alcanzar tras décadas de ejercicio e inquietud artística.
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Algo se mueve en Brasil
Es difícil, aturdidos como estamos todos por el culebrón de Lava Jato, perder de vista que empiezan a ocurrir en ese país otras cosas importantes. Importantes, quiero decir, para Brasil pero también para América Latina, donde pesa mucho y pesaría más si no hubiese estado tan mal gobernado.
El gobierno de Michel Temer cosecha ya algún éxito económico y, lo que es más pertinente, impulsa reformas que cualquiera que fuese Presidente de Brasil tendría que llevar a cabo si tuviera un mínimo de lucidez sobre las causas del fracaso del modelo imperante.
Temer llegó a Planalto tras la polémica destitución de Dilma Rousseff y bajo cuestionamientos éticos dirigidos tanto a su Partido del Movimiento Democrático Brasileño como a él. Por ahora lo único que se sabe a ciencia cierta es que Temer pidió y recibió donaciones de empresas que están en el ojo del huracán, pero no está claro que fuesen ilegales ni que él haya correspondido a esos donativos con tratos de favor. Esas investigaciones deben seguir su curso y tener el desenlace que corresponda, incluyendo, si fuera necesario, la destitución del Presidente. Pero mientras no esté claro que ha tenido responsabilidad o culpa en un acto delictivo, su Presidencia debe seguir hasta que las urnas decidan, el próximo año, quién lo sucederá en el cargo.
Temer está haciendo lo que dijo al asumir la Presidencia. ¿Qué dijo? Dos cosas que son una misma porque sin la primera la segunda sería inviable: primero, que no optará a la Presidencia en 2018, con lo cual su breve gestión se limitará a completar el mandato de Dilma; segundo, que en este “interinato” breve dedicará su energía a empezar unas reformas -en los campos fiscal y tributario, previsional, educativo y laboral- indispensables para liberar a Brasil de la tela de araña del modelo estatista/populista actual. Un modelo que ha provocado un desbarajuste monumental.
Gracias a una mayor disciplina monetaria y fiscal, la inflación ya ha caído a su nivel más bajo en 10 años e incluso se ha situado por debajo del 4,5% que el Banco Central tiene como referencia. Además, el Congreso ha aprobado un límite que impedirá que el presupuesto pueda seguir creciendo en el futuro; la Cámara de Diputados ha cambiado una legislación laboral de inspiración corporativista que data de 1943, reduciendo el poder monopólico de los sindicatos sobre la negociación colectiva y bajando los costos del empleo, y se espera que el Senado dé su aprobación en pocas semanas; la comisión clave de Diputados ya ha dado luz verde a la reforma de las pensiones, que devolverá algo de racionalidad a un sistema en el que la gente se jubilaba con 54 años en promedio y beneficios imposibles de financiar a mediano plazo, y que cuesta el equivalente al 10% del PIB (los compromisos totales ascienden a cuatro veces el tamaño de la economía); se anuncia, por último, la reforma educativa para desapolillar un sistema que ha dado pésimos resultados.
Esto sucede con un Temer impopular (su aprobación roza el 15%), con la sombra de Lava Jato planeando sobre la cabeza del gobierno y con los poderosos sindicatos y movimientos de protesta social, cercanos aliados del PT, convirtiendo las calles en una batalla campal. Si Temer sobrevive, lo que está por verse, su sucesor o sucesora se beneficiará de que él esté pagando el costo político de unas reformas (todavía tímidas) que alguien tenía que empezar.
La entrada Algo se mueve en Brasil aparece primero en La Tercera.
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