Álvaro Bisama's Blog, page 140
July 1, 2017
El barro
Manuel José Ossandón logró hacer del debate para las primarias de Chile Vamos un verdadero tributo al deterioro que hoy recorre la política nacional; una mixtura entre odiosidad, descalificaciones personales, carencia de propuestas y demagogia estéril. Se dio incluso el lujo de lucir con orgullo su ignorancia respecto a los costos de su propio programa, atributo del que ya había hecho gala cuando afirmó desconocer el Acuerdo de París sobre cambio climático, un instrumento internacional que él mismo había ratificado con su voto en el Senado.
El debate de la centroderecha quedó al final como testimonio de un papelón vergonzoso, una puesta en escena degradada por una forma de entender la actividad política que ya no se limita solo al escarnio, sino que se extiende también a la ausencia de un mínimo sentido de responsabilidad pública. En los hechos, hoy no es infrecuente escuchar a dirigentes políticos que reconocen no haber leído los programas de gobierno que apoyaron o los proyectos de ley que votan, como tampoco es extraño que parlamentarios presenten y apoyen mociones sabiendo de antemano que son abiertamente inconstitucionales.
El deterioro de la política se ha vuelto un fenómeno baladí, y “el barro” al cual consiguen arrastrarla ciertas lógicas de campaña es solo uno de sus síntomas. En efecto, tanto o más delicado que el discurso tóxico es el impacto que este deterioro genera en la calidad de las políticas públicas, un activo por el cual Chile tuvo durante muchos años un valioso reconocimiento pero que, en el último tiempo, se ha convertido en un bien cada vez más escaso. En la actualidad no es raro encontrar proyectos de gobierno diseñados en función de caricaturas ideológicas, con escasa densidad técnica y sin ninguna base para construir acuerdos amplios que aseguren su estabilidad en el tiempo.
Así, no resulta extraño que el país exhiba hoy una legislación tributaria que nadie entiende, que debió ser corregida antes de entrar en vigencia y que, tarde o temprano, tendrá que serlo de nuevo. Tampoco es sorpresivo que la nueva estructura impositiva ya esté golpeando el ahorro y desincentivando la inversión, para generar finalmente niveles de recaudación menores a los proyectados. O que la legislación laboral recientemente aprobada ya empiece a afectar la contratación, a aumentar el trabajo informal y el riesgo de judicialización de los conflictos.
Ahora el país espera resignado que por primera vez en la historia nuestra clasificación de riesgo crediticio sea rebajada, mientras la deuda pública se encamina ya al 25% del producto interno. En paralelo, el gobierno renunció a cumplir el compromiso de converger al equilibrio fiscal durante este período, un objetivo que también estaba escrito en el sacralizado y “no leído” programa. En rigor, todo parece indicar que a futuro el país dispondrá de recursos cada vez menores en términos relativos, teniendo la necesidad de financiar programas sociales y políticas públicas cada día más ambiciosas.
En síntesis, lo observado esta semana en el debate presidencial de la centroderecha no puede entenderse al margen del contexto general que lo hace posible. Al final del día, es precisamente este contexto el que está ayudando a políticos como Manuel José Ossandón a imponer sus términos, a batir el barro en el que finalmente consiguen que se revuelquen todos los demás.
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Políticos descolocados
Con todos los cambios que ha experimentado la sociedad chilena en el último tiempo, sería injusto no reconocer las adversidades que están enfrentando los políticos. Se dirá que antes el gremio las tenía demasiado fáciles y eso seguramente es cierto. Pero el tablero cambió, entre otras cosas porque no se ha vuelto un incordio tratar de leer al país en su voluntad y aspiraciones más profundas. Lo más probable a estas alturas, incluso, es que ya no haya nada parecido a eso. Hay aspiraciones, claro, de distintos sectores y grupos. Pero son múltiples, son diversas, muchas veces se contradicen y a menudo se tornan del todo excluyentes. Así las cosas, en la planilla de cálculo donde antes entraban tres o cuatro variables, hoy día hay que meter 20 o 100.
Los datos de tendencias, de identidades y climas anímicos, que en otra época parecían ser parte del paisaje, en corto tiempo parecieron licuarse o gasificarse. Después de que los jóvenes en los años 90 se marginaran por distintas razones del sistema político y luego de que el Congreso estableciera el voto voluntario, por ejemplo, cada elección se ha vuelto un poco un salto al vacío. Es verdad que actualmente hay encuestas para todo. Pero, como entre otras cosas no hay series largas, los sondeos con frecuencia entregan más dudas que certezas. Lo que ocurre es que no está fácil interpretar de buenas a primeras al país de hoy y a lo mejor eso podría explicar, al menos en parte, la brecha que existiría entre las conversaciones y los discursos políticos que se escuchan por aquí y por allá y las demandas mayoritarias o emociones predominantes del país real, del país de todos los días, del país que -en la imagen prototípica, consabida y por supuesto falsa- sale por la mañana a trabajar y vuelve a casa por la noche a comer y a dormir.
No hay duda de que las sensaciones de desconcierto, de descolocación, provienen del proceso transformador en que está la sociedad chilena y cuyo desenlace no solo es difícil de anticipar, sino además inútil, puesto que se trata de una dinámica que no se detendrá. Obviamente, no todo es nuevo. El país de hoy es una mezcla rara e inestable de pulsiones arcaicas que se combinan con tendencias, costumbres y aspiraciones muy recientes. Ninguna muy barata, hay que decirlo. Era cosa de verlo esta semana en las imágenes que entregó la televisión de “la marea roja” que acompañó a la Selección a Rusia. Todo un fenómeno. En todo caso, el ascenso de los nuevos sectores medios definitivamente cambió el mapa y reconocerlo, dimensionarlo, procesarlo e internalizarlo son cuestiones que, por cierto, toman tiempo.
Así como a la derecha, en un abrir y cerrar de ojos, prácticamente se le desapareció el Chile fáctico que a través de redes visibles e invisibles de influencia le permitían reclutar a la elite, controlar el poder y gobernar la opinión, a la izquierda se le esfumó el proletariado urbano, que había sido su gran fragua y hábitat natural, y luego la caída del muro la enfrentó a un dilema perentorio de renovación. La secularización del nuevo Chile, a su turno, junto con quitarles piso a los sectores más conservadores, cerró muchos de los ductos a través de los cuales la DC, el partido que durante décadas copó el centro político, había mantenido un grado de interlocución razonable con la clase media más tradicional.
Quizás ninguno de los sectores políticos se ha repuesto enteramente de lo que significaron estos golpes. Pero han tenido que asimilarlos, así sea parcialmente. Quizás los dirigentes de partidos no se dan cuenta, pero es impresionante, por ejemplo, el sesgo individualista que adoptó la política chilena. Esto ya no se discute. Lo que fue siempre el registro de la derecha, ahora también lo es el de la izquierda. Por eso, este sector desmanteló su discurso de las colectivizaciones y abrazó el de los derechos sociales, un tanto más congruente con lo que el Estado pueda acarrear en términos de beneficios al metro cuadrado en que se mueve de cada cual.
Hoy, la política chilena no pasa por grandes colectivos. Pasa por individuos muy autónomos: trabajadores, vecinos, profesionales, vendedores, transportistas, comerciantes, jefas de hogar. En Chile cae el empleo formal y se dispara el empleo por cuenta propia. La gente no se queda esperando que el Estado la salve. Sale adelante por sí misma, a enormes costos muchas veces. Pero ahí está, poco expresiva y con el ojo puesto en las oportunidades del día a día. Muy orgullosa de sí misma y de lo que consigue, por lo visto. Nunca tan contenta, a lo mejor, como muestran los spots publicitarios de los supermercados, las gaseosas o el retail, pero quizás nunca tan indignada y sufriente, tampoco, como vienen suponiendo desde hace años los profetas del Chile resentido y lloroso.
Las próximas elecciones no resolverán los problemas del país, pero al menos permitirán dimensionar cuánto pesa uno y otro.
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Respetable público
De los mismos autores de la inscripción automática y el voto voluntario: ley de primarias y pertenencia a los partidos.
Por senderos misteriosos y métodos silenciosos, cargando sacos de buenas intenciones, un conjunto de instituciones con variado pelaje y prestigio ha venido convirtiendo en un pequeño infierno el solemne pero sencillo acto de elegir a las autoridades del país. Esta no es una afirmación baladí: que votar sea sencillo es la condición esencial para que sea democrático, dadas las asimetrías de información que existen en toda sociedad, especialmente de información política.
Pero he aquí que entidades como el Ministerio Secretaría General de la Presidencia -donde se originan las leyes-, el Congreso, los partidos políticos, el Registro Civil, el Servel, el Tricel, en conjunto con los ingenieros de la participación y la transparencia, parecen haber concordado en convertir el admirado sistema electoral chileno en un parque de juegos con montañas rusas, palacios de la risa, casas del terror y carpas de magia.
Mucho de esto parte de la inscripción automática y el voto voluntario, que además de quitar todos los incentivos -sí, incluyendo los punitivos- para participar votando, mantuvo las obligaciones más discutibles, como la de ser vocal de mesa. Este absurdo llega al paroxismo en elecciones como las primarias de hoy, que por definición están libremente reservadas a los que tienen interés o adhesión en las agrupaciones que las organizan.
No es necesario dar explicaciones por no votar por Chile Vamos ni por el Frente Amplio, pero hay que ofrecer especiosas y fundadas justificaciones por no concurrir a ayudar a esas organizaciones a ordenar y contar sus votos, y aun así se puede ser penalizado. Para qué decir en las elecciones generales: la voluntad de abstenerse -que antes se expresaba en un claro voto blanco o nulo- opera ahora por simple omisión…, excepto que esté uno obligado nuevamente a facilitar el servicio personal de ocho horas en eso mismo que no le interesa.
Una vez que se han superado estos escollos, las malas noticias continúan: tampoco se puede salir a comprar, porque los centros comerciales están obligados a cerrar. Queda la alternativa de salir a almorzar, pero ha de ser sin la más ligera bebida espirituosa, porque ese día hay ley seca hasta dos horas después del cierre de las mesas de votación. La decrépita ley deja una excepción: los hoteles, aunque hay que haber pernoctado en ellos.
Y todo esto, si es que no ha tenido el infortunio de requerir nuevo carné o pasaporte después del 2014, porque en este caso puede tener esta obligación en un lugar del territorio completamente inimaginado. Ah, y siempre que no esté muerto, porque también en este caso puede figurar en el padrón. Regalos del Registro Civil, para servirlo.
Luego están las primarias mismas, lo que ya no tiene que ver con las normas de votación, sino con su obligatoriedad. Hay buenas razones para pensar que después de las recientes experiencias de Chile Vamos y el Frente Amplio -con sus franjas televisivas y sus debates para el olvido-, los conglomerados del futuro querrán más bien evitar estos procesos penosos, donde se hacen tan estridentes los recursos al insulto (no sólo contra el adversario, sino sobre todo contra la inteligencia del público). Quizás se trate sólo de un fenómeno propio de las elecciones de este año, las peores desde 1989, y se necesite un poco más de paciencia. El caso es que hasta aquí, las únicas primarias exitosas como ejercicios cívicos han sido las de la Concertación en 1999 y el 2013. Una sin ley, la otra con los 44 artículos ingeniados en el gobierno de Piñera.
Primarias que, a todo esto, no podrían haber hecho Ciudadanos y Amplitud, porque el Servel mantuvo a los militantes de Ciudadanos en el limbo de la inexistencia durante dos meses, hasta que esta semana el Tricel decidió que una declaración jurada es algo en lo que se debe confiar, con lo que convirtió a Ciudadanos en un nuevo partido. Sólo que el Servel le hizo perder dos meses en un año electoral que dura menos que 12.
La decisión del Tricel suena muy bien, si no fuera porque, en paralelo, hay casi 500 mil ciudadanos que no son ni militantes ni independientes, sino unos nonatos resultantes del proceso de refichaje -otro bulo en el saco de las buenas intenciones-, porque para renunciar a un partido hay que seguir un procedimiento peor que el de inscribirse, y además debe pasar un tiempo antes de que uno pase a ser independiente. ¿Quién estableció esto? Bingo: el Tricel. El mismo tribunal que les ha devuelto la necesaria fe pública a las declaraciones juradas en el caso de Ciudadanos.
Por otro lado, los partidos políticos parecen haber hecho un charquicán de su militancia. Los mayores recordarán las carpas naranjas del Partido Humanista, con Florcita Motuda invitando a inscribirse contra la dictadura en las postrimerías de los años 80. Los más de 100 mil militantes surgidos de eso eran una pura evanescencia, pero muchos de ellos siguen apareciendo en unos registros que parecen tallados en piedra.
Entre los trasladados por el Registro Civil, los suspendidos por el Servel, los refichados y los militantes nuevos se ha constituido una tal melaza, que por primera vez desde la restauración democrática resulta indispensable cerciorarse de la situación personal antes de aventurarse a votar.
En el Chile de la ingeniería electoral está resultando más difícil ser independiente y más fácil abstenerse, dos cosas clamorosamente contradictorias, y es un milagro que en todo esto no se divise la huella de una manipulación parcializada del padrón electoral -a la mexicana- o de las instituciones que lo resguardan -a la venezolana-, aunque sí se han creado todos los incentivos para el regreso triunfal del cohecho. Lo que se ve es una maraña de huellas que, siguiendo el empedrado de las buenas intenciones, han convertido al acto de votar en un verdadero desvarío.
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Dudas, certezas, creencias
Óscar Guillermo Garretón anhela certezas pero no las encuentra o no al menos en “su” sector, si acaso aun es el suyo. Incluso es probable que su única certeza sea que no va a encontrarlas allí, pero quizás por cortesía a sus viejos camaradas prefirió recientemente expresar su escepticismo de un modo indirecto, de sesgo, como si sus dificultades consistieran no en su falta de fe en el credo sino en su carencia de confianza en el predicador de turno, el actual paladín de la épica proletaria. Y para eso había necesidad de expresarse en tono distinto al del renegado Kautzky y más bien similar al del ilustre Hamlet. Es lo que hizo el domingo pasado en entrevista a este medio, donde confesó sus muchas dificultades anímicas para alinearse con la NM. “Uno no vota por dudas sino por certezas”, dijo, refiriéndose a la sinuosa candidatura de Alejandro Guillier. Manifestó que podría preferir a Carolina Goic, todavía en carrera en esa fecha.
Y quién sabe si dicha preferencia por una dama con elegante perfume a progresismo moderado, “comme il faut”, es solo un saludo nostálgico a su antigua vida, a su vieja militancia, a sus ideas e ilusiones de otrora, en breve, no una decisión racional sino un conmovedor gesto de despedida a las sonrosadas mejillas de su pubertad política. Esa época suya revolucionaria de puño en alto, ojos en blanco y la escopeta de corcho al alcance de la mano -“Voto + Fusil” predicaban y proclamaban con no poca presunción, arrogancia y vanidad los ultras de la época- tal vez es hoy, para Garretón, viñeta de un remoto pasado que recuerda con cierto asombro ante tanta necedad y equívocos tomados como verdades reveladas; por eso no sería tan extraordinario que en realidad esté decidiendo darle su voto a Piñera. Mal que mal Garretón es de los pocos que auténticamente sacó lección de lo que significaba no solo el “socialismo con vino tinto y empanadas” sino el socialismo como tal, “sans phrase”, desnudo de adorno marquetero. O su actual y bastarda versión, el populismo. Pero estas enormidades no se dicen. Sería de mal gusto. Una cosa es ser apóstata y otra escupírselos en la cara a los beatos.
Dudas existenciales
Pero aunque haya muchos que como Garretón centran sus dudas en los dichos y hechos de tal o cual personaje, desde los de la Presidenta a los de los actuales candidatos de la izquierda o “progresismo”, no por eso el número le da peso a lo que es un pecado de ingenuidad; los vacilantes dan muestras menos de aguda observación que de tardía prevalencia de reliquias de optimismo y voluntarismo adheridas a sus espíritus desde sus años mozos. En efecto, las incoherencias del programa de Guillier, los párrafos que aparecen o desaparecen según si se “colaron” o no, las frases de hoy que se desmienten mañana, etcétera, todo eso solo marginalmente tiene que ver con desórdenes derivados de la desprolijidad, con ignorancia y/o con el oportunismo y demagogia estándar que los políticos de todos los tiempos se permiten cuando se está en campaña y la tarea no es gobernar sino embaucar. Ese factor está presente, sin duda; de hecho es el que se manifiesta como fenómeno perceptible y llena las portadas de la prensa.
Es real, pero de una realidad derivada de un fondo al que la inmensa mayoría de los personeros del sector, tanto viejos como nuevos, se niegan a mirar, aunque luego, contra su voluntad, la expresan en lo que dicen y aun más en lo que NO dicen. Ese fondo es la completa, total e históricamente probada hasta la saciedad falencia teórica e inoperancia práctica del socialismo en cualquiera de sus sabores o encarnaciones, ya fuese a la soviética, a la RDA que paladeó Bachelet, a la yugoslava de Tito, a la bolivariana de Chávez y Maduro, a lo progresismo sin pronunciar la palabra socialismo, a la “socialdemocracia” que tan bien suena y tan poco significa, a la “normalidad” predicada por Mayol con expropiaciones en cómodas cuotas, a la nórdica que nunca ha existido, a la griega en quiebra o a la española con un Podemos que ni siquiera puede constituir gobierno. La vacilación, los zigzagueos del sector, los cantinfleos descarados, la confusión, contradicciones e idiotismos surtidos no son simplemente efecto de la corta inteligencia y larga sinvergüenzura de algunos de los hechores, sino de la inexistencia de un fondo sólido y coherente que los apoye, de un basamento para sus ideas, aun de las malas, de una “infra” capaz de sostenerlos aunque sea solo con un catálogo de frases hechas. Sin dicho fondo esas frases hechas se deshacen y se vienen al suelo como volantines cortados.
Desazón
Y sin embargo los feligreses de dicho culto deben perseverar. ¿Qué hace, qué puede hacer un creyente si un día descubre que el Dios en que creía no existe? Se cuenta que Luis XVI negó su apoyo a la candidatura papal de un cardenal de Francia porque, dijo, “ni siquiera cree en Dios”. Nada de raro: el creyente de la calle puede aunque con dificultades confesarse a sí mismo su descreimiento y optar por otra fe o por ninguna, pero no un cardenal. Un cardenal -y su equivalente en política- es menos un devoto que un hombre comprometido con una carrera. La carrera eclesiástica no lo es menos que la carrera funcionaria en la Contraloría General de la República. Cuando se lleva toda una vida sumido en ella, cuando se ha invertido un gran capital en años, un volumen de esperanzas, de ambiciones y posición social no es cosa de echar todo eso por la borda por el simple detalle de no creer en Dios o no creer en el contralor. ¿Va Teillier a despojarse de su dieta, su posición y su cómoda vida como corredor de propiedades si acaso se dio cuenta hace ya mucho tiempo que el “comunismo, etapa superior del socialismo”, es un cuento de hadas?
Tampoco, por lo demás, es preciso mirar cara a cara la verdad. No es necesario ser totalmente honesto consigo mismo y decir “ya no creo”. No se requiere reconocer abiertamente que la evidencia fáctica y el raciocinio nos han apartado de la creencia. Basta un grado intermedio, módico, barato de honestidad para lo cual basta decir “tengo dudas”; es la actitud que prevalece en muchos socialistas. Mejor aun, más fácil todavía es no mirar ese abismo; es la postura que prevalece en los comunistas. Puede uno toda la vida seguir siendo cardenal sin hacerse preguntas sino haciendo prosternaciones.
De tal palo…
De tal palo tal astilla. O de tal credo tal hipocresía y fingimiento. No importa cuánto colabore uno mismo con la ambigüedad, el silencio acomodaticio y el uso hasta el hartazgo de las prosternaciones, la verdad, la cual en su raíz equivale a la realidad, tarde o temprano se manifiesta aunque sea torcidamente tal como una represión inconsciente nos lleva, según Freud, a alguna conducta sintomática extraña, absurda e incomprensible. En este caso el colapso del devocionario de izquierda, el derrumbe de su ideología y sus referentes, el desplome del llamado socialismo real al que hoy se suma el fracaso de los “populismos reales” o de las “democracias ciudadanas” a cargo de expresar la voluntad de energúmenos a sueldo del régimen, como en Venezuela, es la fuente emponzoñada de la cual brota la confusión al borde de la farsa de los múltiples discursos que vienen desde el polifacético sector autoproclamado como progresista; de ahí surgen las cantinfladas de la NM, las del Frente Amplio, las de la decé y hasta de los resucitados radicales. No habiendo doctrina sólida y creíble, no hay referentes; no habiendo referentes, todo queda al arbitrio de los golpes de efecto, las “coladas”, los “ya vuelvo”.
No es entonces, el de Garretón y tantos otros sumidos en la duda, un problema originado por un Guillier vacilante o cambiante. No es cuestión de personas, sino el efecto de invocar porfiadamente el espectro de una fallecida visión del mundo y con ese desvaído e impotente fantasma insistir década tras década en el combate contra el modelo capitalista, el cual, al menos, cumple con el requisito básico de todo orden social exitoso: sobrevivir, crecer y recrearse una y otra vez.
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Codelco en perspectiva
Una gestión deficiente de los ingresos provenientes de los recursos naturales y la corrupción pueden dilapidar lo que muchas veces constituye la principal fuente de riqueza para un país; administrar estos recursos en beneficio de todos los ciudadanos probablemente sea uno de los desafíos más formidables para el desarrollo.
Por eso es tan importante la publicación, esta semana, del Indice de Gobernanza de los Recursos Naturales (IGRN), índice que mide la calidad de las instituciones, las reglas y las prácticas que determinan cómo los ejecutivos y los funcionarios gubernamentales del sector toman decisiones que afectan a los ciudadanos, las comunidades y el medioambiente. El índice evalúa 81 países que, en su conjunto, producen alrededor del 80% del petróleo, gas y cobre del mundo, y se construye a partir de las respuestas de 150 investigadores a 149 preguntas, respuestas que se sustentan en casi 10.000 documentos de apoyo.
¿Qué lugar ocupa Chile entre los 81 países considerados por el IGRN? Tómese su tiempo, aunque su respuesta no sea más que una adivinanza, juéguese por un número entre 1 y 81.
La respuesta correcta es el segundo lugar. El primer lugar lo ocupa Noruega; el tercero, el Reino Unido, y el cuarto, los Estados Unidos. Sorprendente, ¿verdad? En una muestra de colegas y amigos, las adivinanzas anduvieron entre los lugares 10 y 40.
Sigamos con las adivinanzas. La publicación del IGRN también incluye un ranking de las 74 empresas estatales de recursos naturales más importantes del mundo. Adivine ahora qué tal lo hace Codelco en el concierto mundial. Esta vez elija un número entre 1 y 74. Vamos, atrévase, solo usted sabrá cuán cerca (o lejos) anduvo. La respuesta correcta es que Codelco ocupa el primer lugar.
Algo no calza, ¿verdad? El contralor ha hecho una serie de acusaciones graves contra la empresa estatal por falta de transparencia y deficiente gobierno corporativo. Entre ellas, el pago de indemnizaciones millonarias a ex ejecutivos y la existencia de contratos cuantiosos con empresas donde trabajan parientes de funcionarios de la estatal. Varios parlamentarios y más de un líder de opinión se han hecho eco de las acusaciones del contralor, ¿qué está pasando?
Codelco tiene una historia de más de 40 años, donde efectivamente hubo episodios poco transparentes, reñidos con la ley y las buenas prácticas corporativas. Pero el año 2009, con la promulgación de la Ley de Gobierno Corporativo (LGC), la cuprera inició un camino hacia el buen gobierno corporativo, con una batería impresionante de reformas, que la ha llevado este año al sitial de la empresa pública del sector de recursos naturales mejor evaluada del mundo. El 2013, con un índice menos sofisticado que el actual, ocupaba el décimo lugar.
A partir de la LGC, Codelco se parece mucho más a una sociedad anónima que a una repartición pública. Ese era, precisamente, el objetivo de esta ley y esa es la vara con que debe evaluarse. La Superintendencia de Valores y Seguros supervisa a Codelco al igual que a una sociedad anónima, los directores de Codelco responden con su patrimonio al igual que los directores de sociedades anónimas, de hecho, en temas penales sus responsabilidades son aun mayores que aquellas de sus contrapartes en sociedades anónimas.
Partiendo el 2009, Codelco ha puesto en marcha una serie de reformas que han llevado a mejoras importantes en su gestión y su gobierno corporativo. Se estableció una línea de denuncias anónimas que procesa alrededor de 300 denuncias anuales; se creó un sistema de fiscalización de empresas contratistas; se reguló la asignación y uso de recursos destinados al funcionamiento del directorio; se transparentaron y regularon las solicitudes de trabajo; se implementó una política que limita a un mínimo compatible con consideraciones de eficiencia las asignaciones directas y licitaciones privadas, y se definieron normas estrictas para restringir y transparentar el lobby sobre la empresa.
Mención especial merecen las regulaciones que exigen que la contratación de toda persona políticamente expuesta, lo cual incluye parientes de parlamentarios y dirigentes políticos, sea aprobada expresamente por el directorio, al igual que las contrataciones con ex funcionarios de la empresa. La presión de parlamentarios para que Codelco contrate a sus operadores y familiares ha sido un riesgo histórico de la corporación que requería de regulaciones estrictas y controles severos como los que ahora existen.
Volvamos a las objeciones del contralor. Las transacciones con personas relacionadas que presentó como un hallazgo ante el Parlamento, en realidad eran información pública que la propia Contraloría había aceptado en el pasado reciente sujeto a las obligaciones de las sociedades anónimas y que, por lo mismo, se encontraban disponible en las memorias anuales de la empresa. De hecho, la política de prevención de Codelco en esta materia es tanto o más exigente que aquella de mineras privadas de tamaño similar y ese es el patrón relevante.
Respecto de los planes de retiro que Codelco ha ofrecido a grupos de funcionarios, lo que hacen las empresas privadas y lo que uno quisiera que haga Codelco al ofrecer estos planes es sopesar costos y beneficios. ¿Cuál es el beneficio de que se retiren anticipadamente grupos de trabajadores cuyos servicios se han vuelto poco atractivos para la empresa? ¿Cómo se compara este beneficio con el costo de un paquete de retiro atractivo para los trabajadores en cuestión? Es evidente que responder las preguntas anteriores es particularmente difícil, también que la Contraloría no tiene los elementos para hacer esta evaluación. Es Codelco, con un gobierno corporativo como el que la rige desde 2009 y que se debe seguir perfeccionando, quien mejor puede tomar decisiones en esta materia.
Las reparticiones públicas que fiscaliza la Contraloría no operan con gobiernos corporativos cercanos a las sociedades anónimas como Codelco. Por eso, en ellas se justifica el control de legalidad que realiza la Contraloría, aun cuando aquel debe ejercerse siempre manteniendo un oportuno y delicado equilibrio que no dificulte la toma de decisiones, ni rigidice los procesos más de lo necesario. Pero el caso de Codelco es distinto al de un servicio público común. Codelco puede generar recursos cuantiosos para todos los chilenos, participando en mercados sofisticados y competitivos, donde se deben tomar decisiones complejas propias de sociedades anónimas de nivel mundial, que la Contraloría no puede evaluar correctamente, porque no cuenta con la capacidad técnica para hacerlo.
Existe mucho que se puede hacer para seguir mejorando la gobernanza de Codelco, complementando nuevas reformas que lidere la estatal con iniciativas que no dependan exclusivamente de ella. Una alternativa interesante entre estas últimas es que Chile suscriba la Iniciativa de Transparencia en Industrias Extractivas, conocida como EITI por su sigla en inglés, que ya ha sido suscrita por más de 50 países, entre ellos Noruega, Reino Unido, Estados Unidos y Alemania. Al suscribir esta iniciativa, Chile podría hacer valer su liderazgo mundial en la materia y seguir fortaleciendo la gobernanza del sector de recursos naturales. Concretamente, la suscripción del EITI obliga a que representantes del gobierno, las empresas privadas y la sociedad civil definan una agenda de trabajo, la cual debiera incluir medidas para seguir fortaleciendo la gobernanza de la minería, no sólo las grandes empresas como Codelco y las privadas agrupadas en el Consejo Minero, sino también las medianas y pequeñas, además de promover relaciones más transparentes y constructivas entre empresas y comunidades. Toda iniciativa que contribuya a que Codelco genere mayor valor para todos los chilenos es bienvenida, el tipo de control que quiere ejercer Contraloría no parece ser una de ellas.
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El último patroncito
El orden autárquico de la hacienda dominó Chile por 400 años, hasta que desapareció. La imagen del patrón vuelve hoy a nosotros satanizada por las teleseries. Y, sin embargo, no hay registro alguno de rebeliones campesinas. Y eso es porque la hacienda fue un lugar de encuentro, de dominación legítima, no de opresión arbitraria. El patrón ejercía el poder en el plano de la presencia cotidiana y la reciprocidad clientelar. La desigualdad de estatus entre él y el inquilino, eso sí, era total. El primero encarnaba, a vistas del segundo, todo lo bueno y lo honesto. Era el pulcro espejo en el cual se reflejaba la precariedad propia. Era el patroncito.
Cuando las familias patronales devinieron urbanas, ya nadie quizo capitanear los campos. Se dejaba al mando, muchas veces, al más bruto entre los hermanos.
Manuel José Ossandón Irarrázabal es el último de esos brutos. El que a pesar de haber pasado por el Tabancura, terminó estudiando, sin más opciones, un oficio para administrar los campos heredados. Toda su vida ha sido mantenido por la plata antigua de una poderosa tribu que fue dueña de Pirque y de casi todo Zapallar. Todo lo contrario al mérito. Pero logró convertir sus defectos en algo valioso: se puso la capa de vicuña de su bisabuelo y se convirtió en un gran alcalde de los antiguos predios familiares. En un patroncito atento, responsable y leal con los suyos, y ladino, pendenciero y macuco con los de afuera y con los que no le agachan el moño.
Algunos piensan que Ossandón representa una renovación política. Nada más ingenuo. Ossandón no tiene ideología ni doctrina. Desprecia las ideas, al igual que todo lo que no entiende. Ha quedado claro que jamás ha leído un libro, un proyecto de ley o su propio programa (que es bastante bueno). Lo suyo está en “la calle”, en ser el campeón de los que le entregan lealtad a cambio de protección. Es pura presencia y nada de reflexión. Y su enemigo son los nuevos ricos, los ricos de nuevo, los tiburones bursátiles, los recién llegados, los afeminados, los inmigrantes, los indios y los siúticos. Todo ese gran “afuera” al que, en última instancia, le correría bala.
Otros creen que Ossandón entiende los problemas de la gente, y podría solucionarlos como presidente. Nada más equivocado. Ossandón es un parlante por donde se cuela el murmullo y la queja desordenada de las ferias. Repite lo que escucha, pero no comprende lo que repite. Además, su lógica política, basada en la confianza personal, aunque funcione en una alcaldía, es incompatible con la democracia republicana y sus instituciones representativas. Mal podría el populismo salvarnos del populismo.
Ossandón debería ser entendido, al igual que Trump, como un síntoma y no como la enfermedad. Una inflamación antimoderna que no basta con sacar de la carrera presidencial, sino que debe ser analizada con atención. Y su mensaje, el de quienes legítimamente lo apoyan, debe ser comprendido y procesado. Si erramos en esto, la desesperada revancha de la lógica patronal -es decir, del populismo- en contra de nuestra modernidad llena de problemas, puede ser implacable. Y no será culpa del último patroncito.
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Arrepentimientos
CUESTA SOPESAR la reciente declaración de Bachelet, pidiendo perdón al pueblo mapuche por “errores y horrores” pasados, cometidos o tolerados por el Estado. La primera impresión que produce es que estaríamos ante un hecho capital; los actos de contrición suponen un dolor y temor profundos: angustia por haber pecado y miedo a condenarse para siempre de no reparar el daño causado. Podría creerse también, que con esto, por fin, la historia cambió, habiéndose hecho justicia, poniendo las cosas en su debido lugar, salvándonos.
Un mínimo de realismo hace aconsejable, sin embargo, aterrizar el asunto. Nada hace pensar que este gobierno, de repente, se ha vuelto piadoso. Las distintas partes en el conflicto no se van a contentar con que les ofrezcan conmiseración. Ninguna de las fuerzas en contienda ha alabado a nuestros gobiernos por su capacidad y voluntad para solucionar el problema en juego. Los dos de Bachelet, para nada una excepción, y menos este último en retirada, obsesionados en La Moneda con hacer aparecer a la Presidenta haciendo algo, cualquier cosa. Lo más probable, marcando la cancha futura en caso de quedar fuera, se les cobre cuentas, y tengan que inventarse alguna causa para seguir avivando el proceso de “reformas”, supuestamente su contribución histórica. Lo vimos el 2011 con la educación, también un nudo ciego, pero ¿a la escala inflada en que terminó?
Si algo hemos aprendido de esta última administración es que importa más quien maneja la agenda de discusión que quien gobierna. No existen los gobiernos cien por ciento políticamente correctos, a no ser dictaduras, algunas solapadas (e. g. Venezuela).
Sí existen, en cambio, fuerzas vivas políticamente correctas que dicen ser portavoces de hacia dónde va la historia, aunque en un mundo tan confundido y sin sentido, no atinen a otra cosa que a un cambio, cualquier cambio, en la línea ésa de “yo prefiero el caos a esta situación tan charcha” que le venimos escuchando a Mauricio Redolés desde hace 30 años. Por tanto, de no “posicionarse” según esta lógica algo desesperada, se queda fuera uno de toda pista política biempensante; el progresismo radicalizado de estos años lo confirma.
Por tanto, lo de Bachelet cabe tomarse en serio en un plano estrictamente contingente. No vaya a creerse que sentó cátedra histórica con sus dichos, tampoco es que haya sido especialmente valiente. Según el historiador John Lukacs, haber sostenido que un negro era igual a un blanco en un mitin del Ku Klux Klan en 1915 no es lo mismo que haberlo afirmado en marchas antirracistas de los años 1970. Por cierto, a la historia le importa la verdad, pero la sabe esquiva. La tentación de imponer una versión única de lo verdadero es más propia de afanes clericales o políticos que de la historia (Paul Ricoeur). Tratándose de una disciplina tentativa que trabaja con huellas y residuos (Marc Bloch y Georges Duby), aspiraría, a lo sumo, a poder comprender y explicar. Y, ¿a hacer justicia? En materias históricas nunca se cierra el debate.
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June 30, 2017
Planeta fútbol
CHILE VAMOS vs. Vamos Chile parece ser el verdadero partido de este domingo. En un país donde ya cuesta que la gente vote, el que la Selección juegue la final de la Copa Confederaciones el mismo domingo le agrega un problema adicional. Es cierto, teoría, una cosa no impide la otra. Uno perfectamente puede votar y ver el partido. Pero, en la práctica, sabemos que no pocos van a despertar ese día en “modo fútbol”, una patología que impide hacer dos cosas al mismo tiempo.
“Primero está Chile”, dijo alguien justificando su negativa a votar el domingo. Claro, la razón indica que lo que se juega en las primarias es mucho más importante para Chile que un partido de fútbol, por muy final que sea. Pero, la pasión indica otra cosa. Porque si fuera un partido político, la “marea roja” sería por lejos el más grande del país. Competir con ella es muy difícil.
Tampoco hay que ponerse grave. Éste no es un tema que solo afecte a Chile. Por algo no hay país en el planeta que se atreva a hacer competir una elección con una final de fútbol. Solo el azar provocó una situación que parece contradictoria en sí misma. Porque el partido no solo amenaza la convocatoria a las primarias. También al protagonismo. Los medios de comunicación, por ejemplo, tendrán que dividirse. En un día normal, las elecciones coparían la agenda noticiosa. Ahora tendrán dos frentes. Pero saben que el dueño del rating será el fútbol. Y si Chile gana, el titular principal ya sabemos cuál será. Y, de seguro, habrá más espacio dedicado a aquello que al resultado de las elecciones.
Tampoco ayuda en todo esto, frases célebres como la de Alejandro Guillier -algo que ya es tradicional de él-, cuando llamó a sus adherentes a que preparen bien el asado y después duerman siesta. Es cierto que su sector no participa de las primarias, pero es un comentario que no corresponde a un político. Primero, porque él era el principal defensor de las primarias y a él le hubiera encantado estar en la papeleta. Segundo, porque se espera de una persona que aspira a ser candidato presidencial una cierta visión país, que ya sabemos Guillier carece. En suma, si él va estar durmiendo siesta ese día, quiere decir que entiende poco o nada. Lo que suceda el domingo en las primarias es fundamental para sus aspiraciones. No hay que ser muy listo para entender aquello.
Bueno, pero si uno quiere ver el vaso medio lleno, el fútbol puede ayudar a las primarias de Chile Vamos y el Frente Amplio. Si vota poca gente, podrán tener como excusa el partido. Nunca sabremos si ello fue verdad, pero al menos servirá para protegerlos de una baja convocatoria. Pero si sucede lo contrario, es decir, la gente sale a votar igual en cantidades significativas, entonces será un doble triunfo. Podrán decir que su capacidad de convocatoria es tal, que incluso pudieron superar la adversidad de un partido de fútbol.
Y todo esto habla de una sola cosa: en cualquier escenario, el gran perdedor del domingo sigue siendo la Nueva Mayoría, que se farreó las primarias. Ello son los únicos que, como Guillier, parecen estar en una siesta sin fin.
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Paraísos inexistentes
CON OCASIÓN de un discurso pronunciado por el director del diario El País, Antonio Caño, en la inauguración de los cursos de verano de la universidad del país vasco, citaba al historiador norteamericano Timothy Snyder: “Abandonar los hechos es renunciar a la libertad. La posverdad es el prefascismo”. Caño agregaba:“Estamos probablemente ante la mayor amenaza que existe contra las democracias en estos momentos. Porque la negación de los hechos o la creación de relatos que satisfacen los prejuicios y el sectarismo, tiene un propósito que siempre está ligado con el control del poder”.
Hay que hacer reales esfuerzos para evitar que tal peligroso fenómeno se instale en nuestra sociedad, evitar que la oferta de paraísos inexistentes, como una fórmula para nada inocente, de acceso al poder, termine constituyendo un camino, más bien en atajo, aceptable para una mayoría relativa aunque transitoria. Ese entusiasmo peligroso puede surgir entre otros factores de un “relato al gusto del consumidor”.
Es por lo anterior que resulta imprescindible salir al paso y denunciar a aquellos que en la búsqueda de las preferencias para noviembre próximo se empeñan en un relato catastrofista, como base esencial de justificación del paraíso inexistente que ofrecen.
Digámoslo, hoy en Chile la economía está funcionando si se atiende a la coyuntura regional y mundial, hay turbulencias qué duda cabe, pero no indicadores característicos de una crisis económica, inflación desatada, crisis cambiaria, desabastecimiento, recesión. Es cierto que se requieren mayores certezas y esfuerzos para retomar un ritmo de crecimiento inclusivo, perdido en el último tiempo, pero ese momento virtuoso jamás surgirá de propuestas populistas o poco rigurosas, como por ejemplo aquella que propone suprimir el Tribunal Constitucional o en una versión menos tajante, sustituirlo por una Corte vagamente definida.
A propósito de ofertas populistas, eso es la causa de lo que sucede hoy en Venezuela. En nuestra sociedad las instituciones funcionan, los fiscales cumplen su papel, también lo hace el poder judicial, la Contraloría, las FF.AA., las policías, el Banco Central, la prensa, etc. El debate existente no ha salido fuera de las instituciones, no ha tomado un carácter violento. Es cierto que a veces aparece marcado por ese tono de crispación o exageración, pero no llega a ser destructor del tejido social.
No hay justificación real, ni datos serios para intentar comenzar a fojas cero, ni mucho menos para programas o propuestas destinadas a destruir lo mucho avanzado. Sin ir más lejos, la semana pasada la prensa informaba – destacaba sería mucho decir-, que Chile seguía liderando el Índice de Progreso Social (IPS) en América Latina, varios puestos más abajo era posible encontrar al país que lo sigue, Uruguay.
Qué duda cabe que tenemos problemas y algunos gruesos, podremos destinar otras columnas a conversar sobre ellos; crisis de confianza en los políticos, empresarios, desigualdades persistentes. Sin embargo, creemos que nada justifica, que sería una muy mala noticia, triunfara la tesis que nada bueno ha pasado en Chile en las últimos tres décadas, los datos objetivos no dicen eso, por más empeño que pongan los vendedores de ilusiones, de paraísos inexistentes, aquello no es que suela terminar mal, siempre termina mal.
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Rol del Servel en la inscripción de partidos
LAS NUEVAS leyes reglas sobre probidad y transparencia para los partidos políticos, implicaron una limpieza de sus registros de afiliados por la vía de la reinscripción de los partidos antiguos o el incremento del número de afiliados y regiones para los más nuevos.
Ellas fueron aplicadas por el Servicio Electoral (Servel) bajo un criterio de uniformidad y consistencia para todos los partidos por igual. La gran mayoría cumplió dentro de los plazos con los requisitos y formalidades, que eran diferentes según se tratara de la reinscripción o la extensión de los partidos a nuevas regiones.
El reciente fallo del Tribunal Calificador de Elecciones (Tricel) hace una nueva interpretación jurídica sobre la revisión que el Servicio Electoral debe hacer al cumplimiento de requisitos legales en las inscripciones de nuevos partidos o de su extensión a nuevas regiones.
Ella modifica los criterios que el Servel ha venido aplicando por cerca de 30 años, desde la dictación de la ley de partidos políticos.
El fallo no se pronuncia si la revisión hecha por el Servel en el caso del Partido Ciudadanos fue incorrecta, simplemente niega que dicha revisión proceda jurídicamente, a pesar de que se trata de requisitos legales que el Servicio Electoral puede comprobar con los datos de los registros que custodia.
El fallo establece que los requisitos de no estar afiliado a otro partido y el de estar habilitado para votar en la región donde se está inscribiendo el partido, no deben ser revisados por el Servel en cuanto a su cumplimiento, aceptando simplemente como válidas las declaraciones juradas de los electores, a pesar de que al Servicio Electoral le conste, según los datos de sus registros, que ellas son invalidas, incorrectas y tienen una falsedad ideológica ya sea por error involuntario del elector o por una actitud dolosa.
Las consecuencias de lo anterior son graves. El Tricel permite que un afiliado ya inscrito en un partido pueda concurrir a la formación de otro, sin renuncia escrita al primero y a pesar de que la ley declare nula la nueva afiliación.
Se impide al Servicio Electoral revisar y rechazar un acto evidentemente nulo, permitiendo la doble militancia, algo que la ley también prohíbe.
El fallo también impide al Servel poder revisar si el nuevo afiliado está realmente habilitado para votar en la región donde el partido está inscribiéndose. Permitiendo que los partidos se puedan inscribir en nuevas regiones con electores que no votan en ellas.
Se le impide al Servicio Electoral rechazar estas inscripciones incorrectas.
El fallo no se condice con el espíritu de probidad y transparencia que la nueva legislación pretendió establecer, constituyendo nuevos registros de partidos políticos que fueran veraces y correctos y con afiliados reales. Se posibilita la inscripción de nuevos partidos con declaraciones juradas viciadas, incorrectas, inválidas o falsas, que el Servicio Electoral no podrá revisar y que sabiendo de su incorrección tampoco podrá rechazar en el futuro, permitiendo que ellos puedan acceder a recursos fiscales para financiar su operación.
El mismo vicio podría ocurrir respecto de los patrocinios para inscribir candidaturas independientes.
La interpretación del Tribunal Calificador de Elecciones debiera ser corregida mediante una modificación legal, que le devuelva al Servicio Electoral la facultad de revisar el cumplimiento de los requisitos legales para afiliarse a un partido y poder rechazar aquellas que no los cumplan.
Solo así podremos tener en el futuro registros de partidos políticos con afiliados reales y correctos.
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