Álvaro Bisama's Blog, page 136
July 7, 2017
G20: el camino hacia Argentina
El grupo de países industrializados y los llamados emergentes (G20) reviven en Hamburgo su encuentro anual, pero esta vez con una variante no menor: por Estados Unidos se ha sentado a la mesa Donald Trump.
Su voz es distinta a la de sus predecesores, instalada en la trinchera del proteccionismo y en dura confrontación con el orden multilateral que ha simbolizado el G20. Llega diciendo, entre otras cosas, que ahora Estados Unidos rechaza las decisiones de la Organización Mundial de Comercio y amenaza con ignorar sus fallos. México hace poco logró que la OMC lo autorizara a imponer sanciones a Estados Unidos por discriminar al atún mexicano. Pero, de un informe conocido recientemente se desprende que Trump pretende ignorar los fallos de la OMC que él considere una afrenta a la soberanía de Estados Unidos.
Por eso habrá tensiones y la tarea no será fácil para la canciller Angela Merkel como anfitriona. El G20 nació tras irrumpir la crisis económica de 2008 y fue el propio George W. Bush que, dejando de lado sus convicciones, asumió que el G7 de los países industrializados no tenía capacidad suficiente para encontrar salidas ante la catástrofe.
Había que sumar a otros como China, India, Corea del Sur, Sudáfrica y las tres economías latinoamericanas más grandes: Argentina, Brasil y México. La idea era tener un foro de cooperación y consulta para llevar adelante políticas en favor del crecimiento y de los mercados abiertos, teniendo en cuenta los alcances sociales y políticos de tales medidas. No es que se hayan dado consensos fáciles, pero nunca se ha pensado impulsar el proteccionismo como fórmula de reordenamiento económico mundial. Es lo que no entiende Trump y allí está el origen de las tensiones.
Ya en la reunión de las organizaciones financieras internacionales y los ministros de Finanzas del G20, en marzo se notó el cambio en la Casa Blanca. En esencia allí se negó el concepto de comunidad global. Para el gobernante norteamericano y sus colaboradores directos, el mundo es un campo de batalla, una arena internacional, donde los intereses políticos, económicos, sociales, culturales, morales y religiosos se enfrentan unos a otros.
¿Con estas dos visiones, tan distintas de las relaciones internacionales, cómo avanzar hacia una comunidad global, aquella que busca compartir valores fundamentales para el ser humano y construir mejores condiciones de vida para todos?
El anuncio del retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre Cambio Climático es sólo un botón de muestra, pero es allí donde está el meollo de la cuestión. En Hamburgo, con la dureza que se presume, tendremos una discusión preliminar de muchas tensiones a registrarse en 2017 y el 2018, para dar forma a una estrategia de avance desde la cual dar gobernabilidad a la comunidad global.
Todo esto cabe mirarlo con el máximo interés desde la América Latina, ya que la próxima Cumbre del G20 tendrá lugar en Argentina. Y por eso fue tan significativa la reciente visita de la canciller alemana por este país y México. Es cierto que en 2012 el encuentro tuvo lugar en el país azteca, pero este salto al sur y ahora con una confrontación tan evidente entre la primera potencia mundial y los demás países del escenario económico global, hacen que la presidencia de Argentina del G20 ocurra en un momento particularmente crítico en el orden internacional.
Por una parte, será importante como Argentina, en tanto país anfitrión, más México y Brasil, generan una reflexión conjunta con otras economías de la región para avanzar en una cierta mirada común del orden mundial que queremos. Se trata de buscar lo mejor para nuestros propios intereses. Pero también es el momento de acercarse más a otros socios.
¿Qué piensan los líderes africanos que están en el G20? ¿Cuál es la posición de los países asiáticos, cada vez más integrados en ASEAN? ¿Cómo debería evolucionar nuestra relación, especialmente la del Mercosur con la Unión Europea, para una mayor integración económica con valores compartidos? ¿Es posible explorar también una mayor convergencia con China, cada vez más convocada a llenar el vacío que deja Estados Unidos, si sigue con la política Trump?
Para los países de economías emergentes es esencial defender el sistema acordado con la OMC: tener donde llevar las quejas, presentar pruebas y lograr arbitrajes cuyos fallos sean obligatorios. Trump amenaza con salirse de la OMC, no cumplir los fallos y aplicar aranceles cuando le parezca. Argentina, como conductora del G20 a partir de ahora, tendrá que fortalecer la vigencia del sistema OMC con mucha energía.
En este marco, es importante asumir una secuencia de foros que, de una u otra forma, traen a esta región del mundo el debate y la búsqueda de un ordenamiento global serio, participativo y con visión común ante los grandes cambios del siglo XXI.
En enero de 2018 se reunirán en Chile los Cancilleres del Foro CELAC-China; en julio de 2018 G20 en Argentina; en noviembre de 2019 Cumbre de APEC en Chile. Y todo ello cruzado por nuestras propias definiciones políticas presidenciales. Vienen tiempos de grandes desafíos donde lo local y lo global estarán inter-relacionados como nunca antes.
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La nueva “guerra” del Golfo
Sigue viento en popa el enfrentamiento entre Arabia Saudita y Qatar en el Golfo Pérsico. Una disputa feroz entre dos potencias aliadas de Estados Unidos que ponen a Trump en un disparadero. Es el acontecimiento más importante desde la “Primavera Árabe” en aquella zona del mundo.
En teoría, Arabia Saudita, secundada por sus cercanos aliados árabes –Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Yemen, Libia y las Maldivas—, ha emprendido un boicot comercial y diplomático contra Qatar, el país con las mayores reservas de gas del mundo, por apoyar el terrorismo islamista, tener estrechas relaciones con Irán y desestabilizar a sus vecinos a través de la cadena de televisión Al Jazeera. En realidad hay una lucha de poder entre Arabia Saudita, la potencia aplastante en el Golfo Pérsico y líder del mundo árabe contra Irán, y Qatar, un minúsculo país que ha irrumpido con fuerza en el vecindario gracias a su riqueza natural tiene ínfulas de competir en influencia con Riad.
Se creyó, inicialmente, que Washington apoyaba a Arabia Saudita, pues el anuncio del boicot ocurrió poco después de la visita del Presidente norteamericano, que produjo una venta de armas de Estados Unidos a su aliado por 110 mil millones de dólares. Pero Washington tiene en Qatar la mayor base militar de la zona (alberga a once mil norteamericanos) y una cercana relación con Doha (la capital) que, entre otras cosas, pasa por la libertad con que Al Jazeera opera hoy en Estados Unidos, sede sus transmisiones en inglés.
Si algo no conviene, además, a Estados Unidos es echar a Qatar en brazos de Irán y Turquía, dos países con los que Doha tiene relaciones básicamente porque le sirven para protegerse del hegemonismo saudita pero no porque lo una a ellos una alianza estratégica antiestadounidense.
Es un enfrentamiento donde no hay “buenos”. Ambas partes son dictaduras. La diferencia es política. Arabia Saudita lidera a las monarquías fundamentalistas a las que los grupos yihadistas, igualmente fanáticos, quieren tumbar para establecer su califato; Qatar apoya a los Hermanos Musulmanes, también fundamentalistas pero ferozmente antimonárquicos. Es una lucha de poder por el liderazgo del mundo sunita, por oposición al shiíta, que encabeza Irán. Dentro de esa dinámica cabe todo, incluso esporádicos y tácticos acercamientos de Qatar a Irán.
La acusación principal de Arabia Saudita contra Qatar –que apoya el terrorismo de Al Qaeda y otros grupos— es hipócrita, pues Riad ha sido durante décadas una fábrica de islamistas fanatizados en mezquitas financiadas por ese Reino. La segunda acusación importante –que pretende desestabilizar el mundo árabe— es interesada. Qatar financia Al Jazeera, que dio amplia cobertura a la “Primavera Árabe” en 2011. Hoy esa ilusión se ha desvanecido, en parte porque Arabia Saudita financió y promovió las contrarrevoluciones que han devuelto a Egipto, Libia y Yemen a la “estabilidad” de dictaduras férreas, y provocó una división violenta en la oposición a Assad en Siria que ha dificultado mucho la tarea de acabar con ese dictador.
Dicho esto, a quienes Qatar apoya contra Arabia Saudita o Egipto no es a las minorías liberales que trataron infructuosamente (salvo en Túnez) de que la “Primavera Árabe” democratizara parcialmente a esos países. Lo que apoya son organizaciones opositoras que de llegar al poder se convertirían a su vez en dictaduras fundamentalistas. De allí que no haya “buenos” en este enfrentamiento entre aliados de Washington.
Hace bien Estados Unidos en no tomar partido abiertamente. Acabar con Qatar puede provocar enfrentamientos con Irán y Turquía, temerosos de que Riad aumente su poder de forma desequilibrante. El statu quo es malo pero la alternativa puede ser peor.
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Las primarias y la voz de la clase media
Muchas interpretaciones pueden realizarse respecto de los resultados que arrojaron las elecciones primarias llevadas a cabo el pasado domingo. Sin embargo, hay un resultado que no resiste discusión, y es que en estas elecciones se manifestó con claridad y contundencia la preferencia de un número importante de chilenos que hoy día se inclinan por una opción de sociedad libre, con énfasis en el sector privado, por sobre una opción de sociedad estatista con énfasis en el Estado como proveedor de bienes sociales.
En efecto, los resultados fueron categóricos. Más del 80% de los casi dos millones de chilenos que fueron a votar prefirieron la opción del conglomerado de derecha por sobre la del de izquierda. Más aún, la derecha aumentó su poder de convocatoria con más de un millón cuatrocientas mil personas que la fueron a votar, comparado con las ochocientas mil personas que la votaron en 2013, es decir, un 75% más de personas se movilizaron y adhirieron a sus propuestas, quedando de manifiesto que la invitación de Chile Vamos a retomar la senda del crecimiento económico, el esfuerzo personal, y el rol subsidiario del Estado, venció a la invitación del Frente Amplio a estatizar una parte importante del aparato productivo nacional, nacionalizando el sistema de pensiones, el sistema de salud y la educación.
Las explicaciones para estos resultados son múltiples.
Una primera interpretación es que la clase media, que ha crecido en forma importante durante los últimos años, pasando de un 47% del total de los chilenos, en el año 2009, a un 60% en el año 2015, entendió que el crecimiento económico la afecta de manera directa, y por tanto decidió premiar a aquella opción que más se lo garantizaba. Esto resulta especialmente cierto si se considera la exitosa historia de crecimiento que había experimentado nuestro país durante los últimos 20 años, con una tasa de crecimiento promedio anual de 4,8% (1994 – 2013), la que contrasta con el 1,8% anual (2014 – 2016) alcanzado durante el actual gobierno con su incansable espíritu refundacional.
Una segunda explicación, en tanto, es que el actual gobierno, con su marcado énfasis en el agradamiento del sector público, no estaría entregando los resultados esperados. Basta con recordar que una de las primeras medidas de este gobierno fue echar pie atrás en la concesión de hospitales, determinando que fuese el Estado quien construyera dichos establecimientos, y comprometiendo la construcción de veinte hospitales de los cuales a la fecha sólo se han levantado cinco. Lo más dramático, no obstante, es que la inversión pública en infraestructura y concesiones ha caído durante este mandato en promedio en un 6%, pasando ésta de 3.100 millones de dólares anuales, entre los años 2010 y 2013, a 2.900 millones de dólares anuales entre los años 2014 y 2016.
Sea cual sea la explicación, las cifras de estas elecciones parecen haber sido elocuentes en indicar que mientras las elites intelectuales y el Congreso siguen consagrando demasiado esfuerzo y dedicación a debatir sobre Asamblea Constituyente, matrimonio igualitario, aborto, y tantos otros temas de interés social, la ciudadanía decidió premiar a aquellos que se abocaron a encontrar propuestas de soluciones creíbles a sus problemas más cotidianos.
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The best of Harris
Tras leer En el mismo río, surge un anhelo, una ilusión, una esperanza, en fin, dejémoslo tal vez sólo en una idea: todos los poetas, digo todos los poetas talentosos con décadas de oficio, podrían darse el tiempo de articular una antología personal, es decir, elegir con ojo agudo el material que estimen trascendente, algo así como lo mejor de sí mismos. Eso precisamente hizo Thomas Harris, dueño de una obra maciza y potente, compuesta de 15 poemarios publicados entre los años 1985 y 2015. El resultado es un libro insoslayable, cautivante de principio a fin, ello debido a que, entre otras gracias, la lectura invita a apreciar la evolución y los sucesivos quebrantos de una voz segura, a reparar en algunas ideas fijas del autor, a trasladarse con velocidad inaudita por distintas épocas, y sí, a sentarse, aunque sea por un instante, en lugares bastante siniestrones.
La banda de amigotes y viejos conocidos que acompaña a Harris En el mismo río resulta ser heterogénea, seductora y cuantiosa: Barquero, Genet, Duchamp, Orompello, Bataille, Wenders, Pasolini, The Doors, Valéry, Rimbaud, Conrad, Horacio, Brecht, Paul Newman, Kafka, Vallejo, Cioran, el Aduanero Rousseau, Benjamin, Omar Cáceres, Goya, Blake, Magris, Lowry, Chejov, Poe y el mismísimo Diablo. Cada vez que figuran en un poema, cada vez que en buenas cuentas son invocados, los personajes recién mencionados cobran vida, sea a través de las triangulaciones ingeniosas que propone Harris, sea a través del poder evocador de su palabra.
Durante los años 80, el hablante de los libros que corresponden a esa época se pasea mayoritariamente por Concepción: “(…) yo soy una mendiga, una puta / sin más perlas que mis dientes, / mis dientes, hermanos, que atesoro a lo Divine de Genet / en la bolsita de raso / del humo de muerte / de los 80”. Al que escribe le obsesionan los cuerpos, muchos cuerpos, los muros, los neones y un erotismo entre salvaje y desconcertante. En aquel entonces, sugiere alguien, “Sólo el arte que conmueve nos era permitido”.
Entre las obras que Harris publicó en la década de los 90, específicamente en Los 7 náufragos (1995), figura una especie de declaración de escritura en “Asidos a un madero en forma de cruz”: “(…) por eso narramos / por el gusano en el madero / por el viento en el madero / por el semen en el madero / por el polvo en el madero / por la corrupción en el madero / por la sangre en el madero / sólo por eso / vamos a narrar”. En ese mismo poemario está “Elevación y caída del Mercado Municipal”, un poema que revela el uso grandioso de la imaginación sarcástica.
Otras virtudes estilísticas de Harris: la disposición frecuente de imágenes fuertes y distinguibles, la ostentación de la palabra exacta, un dramatismo sangriento y al mismo tiempo comedido, el control que el autor ejerce sobre la musicalidad y los ritmos de sus escritos. Todo esto se deja ver en “Violación y parto enamorados” (Tridente, 2005), un poema notable que el hablante dedica a su madre. El humor, dicho sea de paso, no está ausente de las composiciones de Harris. En “Renuncias” (Lobo, 2007), un cura catete increpa a un integrante del “Rat Pack del demonio”: “¿Renuncias al coito per angosta viam?”. “Seguir poblando el Mundo es el único pecado”, responde el interrogado. En La Batalla del Ebr(i)o (2014), el lector aficionado al humor negro encontrará una buena cantidad de material de regocijo.
Harris explica en el prólogo el sentido de este libro que compila 30 años de oficio: su obra es parte de un río, “siempre el mismo, del cual ofrezco fragmentos y trizaduras, ventanas y pórticos, absolutamente subjetivos, de lo que se me dio por, ya sea por destino o voluntad, escribir. Un río a veces torrentoso, otras, calmo, pero que sé que va a dar a la mar que es el morir”. En el mismo río no sólo es una excelente antología, algo que por lo demás ya está dicho; es también una manera muy distinguida de entrar a la colección canónica de la poesía chilena.
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Oídos Sordos, por favor
Ya de vuelta en Santiago habrá que partir diciendo otra vez, pero más convencidos que nunca tras lo vivido recientemente en Rusia, que no existe razón alguna -racional, emotiva o futbolística- para enredarse de nuevo con la tonterita del “recambio”. No era tema antes ni es tema ahora pese al alarmismo histérico en el que han vuelto a caer algunos brutos.
No es necesario. Punto. Desde luego no se necesita, de modo alguno, para las clasificatorias… que vuelven en menos de dos meses. Y si tenemos éxito en ese empeño, probablemente tampoco sea una urgencia real para el Mundial del próximo año. La actual selección chilena de fútbol, ese exitoso equipo admirado y valorado en todo el mundo, no está para hacer experimentos ni para moverse por intuiciones o “potenciales mejorías” que asoman, por lo demás, dudosas e infundadas.
¿A alguien le parece, de verdad, que hoy Chile juega mal, que tiene graves defectos, que la elección de los protagonistas está mal hecha, que hay gente en las fronteras nacionales igual o mejor que Bravo, que Isla, que Medel, que Jara, que Beausejour, que Aránguiz, que Díaz, que Vidal, que Sánchez, o incluso que Vargas, Hernández, Silva, Gutiérrez o Puch, quienes hoy están un escalón más abajo?
¿Piensan de verdad que hay que estar preocupados, que hay que cambiar con urgencia, que hay que renovar la piel y los nombres cuanto antes? ¿En serio? Pues intérnense luego. Por favor. O que alguien les quite de una vez el teclado y el micrófono. Digo: así como se hizo evidente que la petición de recambio tras la partida de Sampaoli era absurda, así como resultó un fiasco la sola petición de apostar por los jóvenes en la Copa Centenario o en la pasada Confederaciones, que haya gente que aún hoy insista en la burrada feroz de dinamitar todo resulta abismante, intolerable. ¿Recambio?
¿Para qué? ¿Por qué? ¿Por quién?
Desde luego no existe hoy en el medio chileno jugador alguno que esté a la altura de los que todavía son titulares. No necesitamos, ni de casualidad, sacar a ninguno de los once (o quince) que siguen siendo número puesto en la Roja. Primero porque el equipo actual sigue rindiendo a gran nivel ante los mejores del mundo, al punto de ser aplaudida y valorizada aun perdiendo (ejemplos claros son las derrotas ante Argentina en Buenos Aires y Alemania en San Petersburgo). Pero, aparte, porque recambio ya hubo. Salieron del equipo varios que iniciaron la carrera en los años de Bielsa y la extendieron incluso hasta Sampaoli y Pizzi: Waldo Ponce, Contreras, Carmona, Estrada, Suazo, Droguett, Junior Fernández, Angelo Enríquez, Mark González, Albornoz, Valdivia, Paredes, Matías Fernández, Pinilla y Orellana dejaron poco a poco, en diversas etapas y por distintas razones, el grupo de los elegidos. Aunque, si me apura, un puñado de ellos podría reintegrarse al club mucho antes de que cualquier “promesa” del torneo nacional aparezca por Pinto Durán.
¿Se necesita más gol? Es obvio. Pero eso no significa necesariamente un nueve de área. Puede ser Castillo. Tal vez Mora. Pero no pasa de un quizás. Prestar oídos a quienes repitieron y repiten aún hoy tonteras como que es imperioso tener centrales más “altos” (en vez de mejores), o que Medel pase al mediocampo (¿se acuerda cómo se insistió con esa sandez por años?) es perder el tiempo. Son improvisaciones que, por suerte, nadie tomó nunca en cuenta desde adentro.
Hay tanta cosa mala en el fútbol chileno que apostar a cambiar casi lo único que hoy resulta bien, sería absurdo. Dejen tranquilita a esta selección, que harto orgullo y triunfos le ha traído al fútbol chileno los últimos años pese a los “sabios consejos” en pro de la renovación. Hasta que alguien no resalte con fiereza -primero en los entrenamientos y luego en los partidos amistosos- hasta que no aparezca alguno con el mismo talento y personalidad de los que hoy llevan el buque, seguir esperando es la mejor receta. Más que un problema, de hecho, es una bendición.
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July 6, 2017
Clasificación de riesgo de Chile, un logro que debemos cuidar
Desde fines del año 2012, Chile ha tenido una clasificación de riesgo de AA- en la escala de Standard & Poor’s que considera la deuda de largo plazo denominada en moneda extranjera. Esta clasificación de riesgo refleja que la capacidad de Chile para cumplir con sus compromisos financieros es muy sólida. De acuerdo a Standard & Poor’s, Chile tiene mejor capacidad de pago que países como España (BBB+), Italia (BBB-) e Irlanda (A+). Este es un gran logro que refleja años de disciplina fiscal y un buen manejo económico.
El reciente crecimiento de la deuda pública en Chile ha llamado la atención de las principales agencias clasificadoras de riesgo y una parte considerable del mercado pronostica un recorte en la clasificación de riesgo del país. Si bien las palabras del Ministro de Hacienda durante el cierre del Chile Day 2017 indicaron que existe cierta probabilidad que dicho recorte no se materialice, no deberíamos estar indiferentes frente a un potencial deterioro en nuestra clasificación de riesgo.
Las clasificaciones de riesgo soberano son un determinante importante de las calificaciones otorgadas al sector privado y, a través de este canal, recortes en las clasificaciones de riesgo soberano aumentan el costo del financiamiento privado en los mercados internacionales. Existe, además, evidencia que indica que los recortes de la clasificación de riesgo soberano tienden a reducir la oferta de crédito bancario. En consecuencia, si los malos augurios se hacen realidad el sector privado podría enfrentar una reducción en su abanico de oportunidades de inversión y en sus perspectivas de crecimiento.
Debido a que la clasificación de riesgo de Chile se encuentra varios escalones por sobre el umbral de grado de inversión, el alza en el costo de financiamiento de empresas chilenas en los mercados internacionales y la reducción de la oferta de crédito bancario debiesen ser acotadas. Sin embargo, estos efectos no son transitorios, ya que recuperar la clasificación de riesgo va a tomar tiempo y, en consecuencia, los efectos de un recorte podrían significar un costo importante para el país y sus ciudadanos en el mediano y largo plazo.
Chile ha conseguido un número importante de logros históricos en los últimos años. Estos logros nos enorgullecen, ya que han sido alcanzados gracias a nuestra disciplina, esfuerzo y perseverancia. Sin ser el más importante, nuestra clasificación de riesgo ha sido un activo importante; uno que no debemos subestimar y que debemos cuidar.
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Hasta dar la vida
CADA 9 de julio, miles de jóvenes chilenos juran a la bandera, desde Arica a Punta Arenas, y en ese juramento se comprometen a dar la vida si fuese necesario para defender al país.
En solemnes ceremonias a lo largo de todo el territorio, los soldados conscriptos juran ante sus autoridades y muchas veces en presencia de sus orgullosas familias.
Pero es más que un acto militar, es un acto republicano, porque ese juramento implica el pleno respeto a la institucionalidad vigente, a sus autoridades, y al pleno cumplimiento de las leyes y reglamentos. Resalta este compromiso de vida, en medio del clima de individualismo predominante en ciertos sectores de la vida nacional.
La fortaleza institucional es uno de los principales capitales que tiene Chile, es uno de los pilares esenciales para una convivencia civilizada. Es también una condición esencial para el desenvolvimiento del país. Los elementos constitutivos del Estado: población, territorio y soberanía, requieren de una capacidad estratégica que garantice el adecuado cuidado de estos tres elementos básicos. Siempre es necesario tener estos principios básicos claros, en especial cuando producto de academicismos o visiones idealistas, surgen voces que sostienen que Chile ya no requeriría de una defensa clásica.
Si algo caracteriza al nuevo escenario estratégico global, es la proliferación de zonas de incertidumbre y conflicto. Si Chile apuesta en su desarrollo a la más plena inserción internacional, ello conlleva el compromiso y la necesidad de contribuir, en la medida de sus recursos, a la gobernabilidad global, empezando por la del barrio.
Por cierto, como decía Benito Juárez, la paz es el respeto al derecho ajeno, y en materia internacional, la ley asume la forma de tratados. Por eso nuestra diplomacia tiene marcado a fuego el respeto irrestricto de los tratados y su correspondiente intangibilidad.
Pero sería un error entender que el potencial de un país es solamente el estratégico. Los chilenos entendemos que la defensa es nacional, es decir, es un esfuerzo de toda la Nación. Por ello, cultivar y proteger una adecuada relación civil militar es además de una base de convivencia democrática, un requisito indispensable para potenciar nuestra propia seguridad. Esto es válido en especial luego de que en el pasado reciente, viviéramos profundas divisiones.
Por cierto, la seguridad es también una condición indispensable para el desarrollo nacional y recíprocamente, este desarrollo permite darle un sustento sólido al esfuerzo en seguridad, en sus inversiones y en la preparación del personal.
Por todas esas razones, el Juramento a la Bandera que se realiza cada 9 de julio, constituye un eslabón más en la construcción de nuestra Nación; en esta ceremonia se funde una común voluntad por construir el mejor futuro para nuestro país.
En las principales avenidas y plazas de nuestras ciudades, resonará este domingo el compromiso de miles de jóvenes que se juramentarán a ser honrados, valientes y amantes de su Patria.
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La disputa del centro
SEBASTIÁN Piñera recibió el respaldo de 827.347 electores en la primaria de la derecha, lo que constituye un capital muy estimable con vistas a noviembre. Tiene sin duda una gran posibilidad de ganar la Presidencia. Por cierto que su fuerza está correlacionada con la alta desaprobación al gobierno de la Presidenta Bachelet y el rechazo que despierta la Nueva Mayoría (o lo que resta de ella). El dato duro es que la mayoría de los chilenos no quiere la continuidad del experimento de estos años, ni tampoco algo que se le parezca.
El rostro de la continuidad, Alejandro Guillier, bajó de 12% a 9% en la encuesta semanal Cadem, y de 21% a 15% en la mensual de Adimark. Su declive está a la vista, y el factor determinante han sido sus falencias, confusiones y zigzagueos en un rol para el cual carece de atributos. Es ilustrativo leer su programa para hacerse una idea de adónde iría a parar el país en un hipotético gobierno suyo.
En todo caso, tenemos la obligación de recordar que las elecciones no deben darse por ganadas ni por perdidas antes del conteo de los votos. Faltan cuatro meses y todavía pueden pasar muchas cosas, por ejemplo que un candidato experimente una crisis vocacional, o que crezca el interés por votar entre aquellas personas que hasta hoy no marcan preferencia o incluso dudan de la utilidad del sufragio. Si aumenta sustancialmente el número de votantes, el paisaje puede variar.
La encuesta CEP de abril/mayo pidió a los consultados que se ubicaran en una línea en la que 1 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha. El 16% se ubicó entre 1 y 4 (izquierda); el 32% entre 5 y 6 (centro); y el 12% entre 7 y 10 (derecha). Otros sondeos han descrito un cuadro similar. En consecuencia, no es aventurado afirmar que la elección presidencial se definirá en el espacio del centro, que se asocia con equilibrio, moderación y recelo hacia las posturas extremas. Abundan los indicios de que la mayoría del país no quiere cambios espasmódicos y de efectos dudosos, sino graduales y bien pensados.
Hoy no existe una clara alternativa de centro. Esto ofrece una oportunidad a Carolina Goic, pero la condición es que la DC se juegue a fondo por esa perspectiva. En otras palabras, que sus dirigentes y parlamentarios se convenzan de que el futuro no pasa por la reunión de los lunes en La Moneda. Ello implica establecer otro eje de referencia y articular un discurso diferenciador, que apueste fuerte por la gobernabilidad, el crecimiento económico, la inclusión social y las reformas de ancha base. Si la candidata DC encarna eso, puede interpretar a mucha gente que, luego de la experiencia de estos años, siente fastidio por los proyectos desmesurados y valora en cambio las propuestas realistas, que mejoren efectivamente las condiciones de vida. Se trata de los chilenos que demandan progreso real, no castillos en el aire. Solo la candidata DC puede disputarle a Piñera el espacio del centro. Por supuesto que ello no se relaciona únicamente con la elección, sino con la siembra para el futuro.
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Escribir o ahogarse
EN UNA entrevista publicada en estas páginas, el historiador Gabriel Salazar lamentaba que no existiera un think tank de izquierda. Cuando señalaba que se ha perdido el espíritu que tenían las ONG, inmediatamente uno recuerda que solo en la Flacso trabajaban Brunner, Garretón y Moulian. Este último, recordemos, escribió el libro más influyente de la transición: Chile actual, anatomía de un mito. Hoy los intelectuales, aunque estén en una universidad del Cruch, dejaron de ser públicos. Están consumidos en una carrera personalísima, cuyo campo de batalla es el de las revistas indexadas.
En la derecha han aparecido un par de centros de pensamiento en los últimos años, pero basta escuchar a su candidato presidencial para saber el peso que las ideas tienen en el sector. Para Piñera todo se reduce a la dimensión económica, como si los temores y sueños que cada uno anida en lo más íntimo fueran siempre una cuestión de crecimiento o productividad. La política vista como la encargada de darle forma a las expectativas y deseos de la gente es algo por completo ajeno a su discurso.
Leyendo En el café de los existencialistas, un libro excepcional de Sarah Bakewell sobre el movimiento filosófico más influyente del siglo XX, es imposible no maravillarse con la pasión con que Camus, Sartre, Simone De Beauvoir, Arthur Koestler, Hannah Arendt o Raymond Aron discutían en los medios de comunicación y en coloquios universitarios sobre conceptos como libertad y compromiso.
Sartre, el más radical de todos, llegó a decir que había que “escribir o ahogarse”, expresión que cristaliza buena parte de sus ensayos contingentes. La revista Les Temps Modernes fue el escenario de un debate álgido producido desde mediados de los años 40, cuando Europa estaba en el suelo y, por lo mismo, estaba todo por hacerse (y pensarse). Pero las polémicas se sucedieron en el tiempo, a propósito de la guerra de Corea, de la independencia de Argelia o de las invasiones soviéticas a Hungría y Checoslovaquia.
Lo que queda, más allá de lo erradas que hoy se ven algunas posturas, es la pasión por captar la densidad de la vida y la voluntad de formular las preguntas que incomodaban al poder y que, sin duda, inquietaban a los ciudadanos en lo más profundo de su ser. Interrogarse, por ejemplo, qué somos y qué deberíamos hacer. O preguntarse qué efecto tiene una determinada política pública para los menos favorecidos. O si es justificable una guerra en nombre de un ideal (llámese comunismo o democracia).
Son preguntas que están a la base de la libertad individual y que trascienden el contexto histórico en que se desplegó el debate de los existencialistas. La noción de privacidad, por ejemplo, nunca había sido tan vulnerable como ahora. Lo mismo ocurre con la necesidad de tener el control de la propia vida más allá de las alternativas de consumo. Sería bueno escuchar a nuestros intelectuales referirse a fenómenos a los que nos vemos enfrentados día a día y que, desde luego, también debieran formar parte del gran relato político de las fuerzas en pugna.
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No es un trámite
Hace unos días la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados comenzó a tratar el proyecto de ley de Educación superior, luego de la aprobación de sus pares de la Comisión de Educación.
La Comisión presidida por el diputado José Miguel Ortiz recibe un proyecto a lo menos problemático. Su extensa tramitación, con varios tropiezos, y múltiples indicaciones de lado y lado no han cambiado su esencia, la gratuidad universal. Esto demuestra que, a pesar de lo que el Ministerio de Educación ha tratado de argumentar, este no es un proyecto sobre educación propiamente tal, sino sobre financiamiento estudiantil. Por lo tanto, la Comisión de Hacienda se encuentra con la misión de, al fin, enfrentar el verdadero centro del proyecto, algo que su símil de educación prefirió evadir.
Este centro es el mecanismo mediante el cual se pretende establecer un sistema de financiamiento a la docencia de pregrado en educación superior que, mediante el control estatal, político y centralizado de aranceles y vacantes, reemplace lo que hoy aportan las familias por aportes fiscales. ¿Qué problemas debiera abordar la comisión?
Primero, el significativo gasto fiscal que este proyecto implica, y la dificultad de calcular seriamente los costos. Las estimaciones disponibles indican que, en régimen, la gratuidad universal podría costar entre 3.000 y 4.000 millones de dólares adicionales al presupuesto de educación. El Ministerio de Hacienda estima el valor en 1.2% del PIB incremental, con el supuesto de que la cobertura no aumente, esto es, que no ingresen significativamente más estudiantes que los que están matriculados hoy. La comisión de Hacienda debe dedicar tiempo en revisar los supuestos y proyecciones realizados por el Ministerio de Hacienda, antes de comprometer al país con una carga importante que deberán llevar al menos 15 futuros gobiernos.
Segundo, y a pesar de los altos montos anteriores, el informe financiero que acompaña el proyecto está incompleto. Debe incorporarse, por ejemplo, los costos que implicará el cierre masivo de instituciones, principalmente las que no logren acreditarse. Asimismo, aún no se han publicado los nuevos aranceles regulados que pagará el Estado a las instituciones (que serían entre un 3 y 12% mayores a los de 2016), por lo que no es posible hacer una chequeo externo mínimamente responsable de la estimación del Ministerio. Es cierto que los informes financieros no tienen que ser totalmente exactos, pero si deben cubrir y considerar todos los elementos que implicarán gastos al fisco. En esto el informe está al debe, y la Comisión de Hacienda debiera hacer ver este punto al gobierno y abrirse a perfeccionar el informe.
Estos antecedentes, entre otros, son los que deben llamar a la Comisión de Hacienda a discutir el proyecto de ley de Educación Superior en profundidad, sin dejarse presionar por la premura del ejecutivo. Se trata de un proyecto complejo y extenso, sobre el cual los diputados están llamados no solo a pronunciarse sobre la creación de un par de reparticiones estatales, sino de la estructura, naturaleza y futuro del sistema de educación superior. Los errores que se deriven de un trabajo innecesariamente acelerado, contribuirán a seguir deteriorando la calidad de las políticas públicas en Chile.
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