Álvaro Bisama's Blog, page 134
July 10, 2017
Cultura y remuneraciones
En 1980, los gerentes generales de las 100 compañías más grandes listadas en la Bolsa de Londres tuvieron remuneraciones 25 veces superior a las que recibía el empleado promedio. En 2016 -sumando sueldos, fondos de retiro, programas de salud, primas por contratación y desvinculación del cargo de gerente general- esa diferencia era de 130 veces. La justificación de esta bonanza -así lo señalan los directores- fue el criterio de contratar a sus gerentes en el mercado abierto, remunerándoles según su valor de escasez. Esto es, por su aporte a la organización valorizado en salarios de mercado.
Pero la realidad es distinta. Por una parte, la mayoría de los gerentes generales son personas que escalan en la misma compañía hasta alcanzar esta posición de privilegio. Por otra, los resultados: entre los años 2000 y 2008, el índice de precios de las acciones británicas cayó 30%, mientras la remuneración de sus gerentes generales subió en promedio 80%.
Lo anterior alienta el actual debate referido a la forma de compensar a los altos ejecutivos. Tal decisión, hasta ahora considerada una facultad exclusiva y excluyente del mundo directivo y, específicamente, de su Presidente o del controlador, se abre hoy a un escrutinio más amplio que incorpora nuevos actores. Es lo que promueve, por ejemplo, la nueva legislación en los Estados Unidos al recomendar que el acuerdo sobre estas compensaciones tome en cuenta el parecer de los inversionistas institucionales, tanto en lo que se refiere al paquete de remuneraciones de los altos ejecutivos, como a la diferencia entre ellas y la del común de los empleados.
La trasparencia es un valor que las compañías u organizaciones de cualquier naturaleza consideran en sus códigos de buenas prácticas. Bajo este sano e ineludible predicamento, es necesario que los gobiernos corporativos fundamenten con claridad los mecanismos que usan para fijar la compensación de sus altos ejecutivos y el rango que hay entre esas remuneraciones y las que reciben los demás empleados. Tales fundamentos han de servir para defender estos acuerdos, tanto al interior de la empresa como frente a los accionistas e interlocutores externos.
Lo que hacía grande a una empresa en el pasado descansaba principalmente en las competencias y habilidades de quien la lideraba. Hoy, en un mundo más complejo y diverso, las competencias residen en los equipos.
El ser humano tiende por naturaleza a rodearse de similares. Nuestra cultura, en la que aún predomina el tipo “one man show”, hace que quienes comparten la cúpula del poder se relacionen, comparen y compitan entre ellos por ser los mejor remunerados. Esta lógica de “club” que induce a una escasa movilidad y a privilegios que se entrecruzan y comparten, es cada vez menos sostenible. Las empresas deben transitar a una cultura de colaboración y trabajo en equipo que les permita atraer, desarrollar y retener talento.
En una cultura colaborativa, la equidad de dar a cada cual lo que aporta, y donde el esfuerzo y el éxito es del equipo, el diferencial de remuneraciones es un factor crítico que valida modelos de negocios sumando habilidades y compromisos. Es, en definitiva, una cultura empresarial sustentable.
Parte del descontento de muchos jóvenes con el modelo de desarrollo que tanto éxito, progreso y bienestar ha traído a la humanidad, obedece a este comportamiento anacrónico de “club”, conducta que debe dar paso a una cultura colaborativa, donde la trasparencia y el mérito prevalezcan.
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Las equivocaciones de la ministra de Educación
HACE UNOS días, la ministra Adriana Delpiano aseguró que los sostenedores de colegios subvencionados que pasen a particular pagado en 2018, están cometiendo un abuso con las familias, debido a que la ley de inclusión no disminuye los recursos que hoy reciben estos establecimientos.
La ministra tiene razón de reaccionar frente al problema que significa para las familias de casi 60.000 estudiantes, darse cuenta de que ya no tendrán derecho a ninguno de los beneficios que aseguraba la ley de inclusión. En efecto, una parte de ellos, en vez del derecho a la prometida gratuidad, cancelarán mensualmente el doble o triple de lo que cancelaban como escolaridad y aquellos que no puedan hacerlo, pierden el derecho de continuar en el proyecto educativo que los padres habían escogido para sus hijas e hijos, con la dificultad adicional de encontrar una alternativa similar. Esto principalmente está ocurriendo en Antofagasta, Copiapó, Serena, Coquimbo, Ovalle y Puerto Montt.
Pero, se equivoca al señalar a los sostenedores como responsables del problema y calificar injustamente como un abuso su proceder. También cuando les atribuye que el cambio de sus colegios a particulares pagados lo hacen exclusivamente debido a la disminución de recursos de la subvención. Veamos los hechos indesmentibles regulados por la ley de inclusión, que han impulsado a los sostenedores a esta lamentable decisión. Primero, se disminuye progresivamente el recurso que aportaban los padres, sin que exista un retorno real peso a peso, mientras se mantengan en el financiamiento compartido cuyos montos, en más de un 60%, han sido destinados a incrementar remuneraciones y planta docente para mejorar la gestión pedagógica, asumiendo el carácter de gastos fijos. Esto genera en el corto y mediano plazo graves problemas financieros.
En segundo lugar, quedan reducidos al rol de administradores de los recursos financieros que reciben del Estado, con estrictas regulaciones y sujetos a la fiscalización de la Superintendencia de Educación, hecho que dificulta la gestión administrativa, financiera y pedagógica de los establecimientos, afectando severamente la calidad del proceso educativo.
En tercer lugar, la exigencia de ser propietarios de la infraestructura de sus establecimientos, los obligará a una compleja toma de decisiones que requerirá asesoría jurídica y financiera con los costos consiguientes. Ella no estará exenta de dificultades, especialmente en los casos que dicha propiedad pertenezca a terceros no relacionados. La posibilidad de acceder a créditos bancarios con aval de la Corfo para acceder a la propiedad, de acuerdo a la información de la banca, prácticamente es inviable para todos aquellos establecimientos educacionales que cuentan con menos de 600 estudiantes, los que son cerca del 90% del total.
Estas son algunas de las razones que explican la decisión ya prevista por tantos sostenedores, muchos de los cuales no la hicieron efectiva para el 2018, confiados en que teniendo a la vista los desastrosos efectos de la legislación aprobada, un futuro gobierno pueda realizar las correcciones que sean pertinentes. Esto, con el fin de garantizar el derecho a una educación de calidad, inclusiva e integradora, con un régimen de provisión mixto público y particular diversificado, que permita a los padres escoger libremente el proyecto educativo que desean para sus hijas e hijos.
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Norcorea: un desafío inmanejable para el mundo
El régimen de Kim Jong-un lo hizo de nuevo. Con el reciente lanzamiento de un misil balístico intercontinental (ICBM, por su sigla en inglés), el régimen norcoreano no solo ha vuelto a poner en alerta a Estados Unidos, sino también a toda la comunidad internacional.
En apenas 39 minutos, el proyectil Hwasong-14 (o KN-14) alcanzó una altura de 2.800 kilómetros y recorrió una distancia de 993 km antes de caer en el mar, al oeste de Japón. Un “regalo” para “los bastardos estadounidenses”, habría dicho Kim, considerando que su lanzamiento se concretó precisamente el pasado 4 de julio.
Además, según la agencia norcoreana KCNA, este proyectil sería capaz de transportar una cabeza nuclear.
Hace años que Washington y aliados asiáticos como Corea del Sur y Japón, miran con preocupación los avances del programa nuclear norcoreano, responsable de cinco ensayos subterráneos comprobados hasta hoy, así como de numerosas pruebas que ha realizado con misiles balísticos (este año ya van once).
Todo misil capaz de superar los 5.500 kilómetros de alcance es considerado un proyectil intercontinental. Y en esas condiciones, se calcula que el KN-14 podría llegar incluso hasta los 10.000 kilómetros, lo que le permitiría atacar territorio de EE.UU., específicamente, Alaska.
En este punto es que surgen un conjunto de interrogantes respecto del futuro. Por ejemplo, si Corea del Norte efectivamente atacara con un ICBM a EE.UU. —tuviese carga nuclear o no—, ¿acaso cree que no habría una respuesta de parte de Washington? ¿El régimen de Kim ha calculado realmente las consecuencias de un acto de este tipo? Porque no solo se activaría el escudo antimisiles estadounidense, lo que teóricamente permitiría interceptar el misil norcoreano en vuelo, sino que además sería esperable una respuesta militar demoledora.
En ese sentido, ¿cuál sería la actitud de China? ¿Beijing intentaría evitar ese ataque, aunque eso le significara bombardear a su aliado histórico? Después de todo, Kim está apostando a que el hecho de ser un país fronterizo con China, ubicado dentro de la esfera de influencia de este gigante asiático, le otorga una condición casi intocable frente a EE.UU.
Desde que llegó al poder en 2013, el Presidente Xi ha intentado avanzar en la desnuclearización de la península. Sin embargo, hasta ahora la posición de Pyongyang se ha resistido a cualquier gestión que implique perder su capacidad nuclear (tendría entre 8 y 10 ojivas), que además es su garantía de permanencia en el poder.
Sin embargo, a pesar de la amenaza que Norcorea representa para la región y que es el tema que permanentemente tensiona la relación Washington-Beijing, China sabe que la permanencia de la dinastía Kim representa una ventaja estratégica para sus intereses.
Es que la eventual caída de los Kim abriría de manera casi inevitable un escenario de reunificación entre las dos Coreas. Y que llevaría a Norcorea a ser absorbida por su vecino del sur, dando nacimiento a una Corea democrática, pro occidental y abierta al libre mercado. Pero sobre todo, esta Corea reunificada seguramente mantendría la presencia de los 30.000 efectivos estadounidenses desplegado actualmente en zona sur de la península. Un escenario que China no ve con buenos ojos.
Entonces, ¿queda alguna opción? Considerando que las numerosas sanciones de la ONU sobre Norcorea llevan años sin dar los resultados esperables, y que Kim Jong-un no parece dispuesto a facilitar una transición hacia un modelo democrático las opciones se ven reducidas.
La idea de un levantamiento similar al de Siria resulta poco probable, considerando lo difícil que sería que un grupo opositor lograra acceso a armas de guerra. Salvo, obviamente, que las fuerzas armadas norcoreanas se fracturaran, lo que hasta ahora se ve poco factible.
Otra opción es que finalmente el régimen norcoreano —ya sea Kim o un sucesor— acepteun cambio del modelo, promoviendo una mayor apertura económica, aunque conservando el régimen de partido único, similar al de China.
Un tercer escenario —más difícil, por cierto— es que finalmente Corea del Norte sea aceptada por la comunidad internacional como un actor nuclear más, al igual que India, Pakistán o Irán. Y sobre la base de eso, establecer las condiciones para una convivencia relativamente civilizada, bajo la tutela de países como China o Rusia.
De momento, todo indica que el mundo deberá seguir tolerando las bravuconadas de Kim, con el costo que eso implica para la estabilidad mundial. Sobre todo, considerando la impulsividad del actual inquilino de la Casa Blanca.
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¿Es inevitable una guerra entre Estados Unidos y China?
Tucídides, un ateniense que vivió aproximadamente 400 años antes de Cristo (a. C.) fue un mal general y un buen historiador. Su Historia de la Guerra del Peloponeso, relata la conflagración que estalló entre Esparta y Atenas en el siglo V antes de Cristo. Muchos consideran este libro el primer intento de explicar hechos históricos recurriendo al análisis y a los datos y no a los designios de los dioses.
Basándose en su estudio de las causas que llevaron a Atenas y Esparta a la guerra, Tucídides mantiene que es difícil que una potencia en pleno auge, en ese caso Atenas, coexista pacíficamente con la potencia dominante, que en ese caso era Esparta. Graham Allison, profesor de la universidad de Harvard, ha popularizado este concepto llamándolo “la trampa de Tucídides”. Allison estudió 16 situaciones ocurridas en los últimos 500 años en las cuales surge una nación con la capacidad de competir con éxito con la potencia dominante. En 12 de estos 16 casos el resultado fue la guerra.
Todo esto tiene profundas implicaciones para nuestro tiempo y ese es el tema del reciente libro de Allison: Destinados a la guerra: ¿Pueden América y China evitar la trampa de Tucídides? Según él, “de continuar el rumbo actual, el estallido de una guerra entre los dos países en las próximas décadas no solo es posible, sino mucho más probable de lo que se piensa”.
El libro del profesor Allison no es el único que alerta sobre las consecuencias del auge del Oriente y el declive de Occidente. Gideon Rachman, periodista de Financial Times ha escrito un libro titulado Easternization, refiriéndose a la orientalización del mundo. Su mensaje central es que está llegando a su fin la ascendencia internacional que han tenido por varios siglos las potencias occidentales, concretamente EE UU y Europa. Según Rachman el centro de gravedad del poder mundial residirá en Asia y, más concretamente, en China. A Bill Emmot, ex editor de The Economist, también le preocupa el destino de Occidente y así titula su nuevo libro. Según Emmott, “Occidente es la idea política más exitosa” y aclara que no es un lugar sino una serie de conceptos, valores y condiciones sociales y políticas guiadas por la preservación de la libertad individual, la apertura económica y la búsqueda de igualdad y justicia para todos.
Naturalmente, el aumento de la desigualdad económica que están sufriendo los países de Occidente y los problemas políticos que esto ha acarreado preocupan a Emmott.
Los pronósticos de una China que logra convertirse en una potencia hegemónica a nivel mundial subestiman las debilidades del gigante asiático. También suponen que las dificultades que limitan la influencia internacional de Estados Unidos y Europa son taras insolubles y, por tanto, permanentes. Pero ni los problemas de Occidente son insolubles ni los de China son insignificantes. La realidad es que si bien el crecimiento económico de China es asombroso, su progreso social indiscutible y la modernización de sus Fuerzas Armadas intimidante, sus problemas son igualmente abrumadores. Ian Buruma, un experto en asuntos asiáticos, mantiene que de todos los libros recientes sobre el auge de esa región, el peor es el del profesor Allison. Según Buruma, el profesor evidencia una gran ignorancia sobre China y minimiza los problemas que plagan a ese país. A pesar de su acelerada expansión, la economía china es frágil y está llena de desajustes y distorsiones.
La desigualdad económica se ha disparado y en las zonas rurales persiste una generalizada miseria. Militarmente, China sigue estando muy por detrás de Estados Unidos, país que además tiene una amplia red de aliados en Asia que ven a China con temor.
Pero quizás la objeción más importante a la visión de una China convertida en líder del mundo es que su modelo autocrático es cada día menos seductor y difícil de sostener. Mantener a cientos de millones de personas subyugadas a los designios de un dictador es una ruta que en estos tiempos conduce a la inestabilidad política. Y un país políticamente inestable no es un buen candidato para prevalecer en las conflagraciones que pronosticó Tucídides.
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July 9, 2017
Y al final éramos todos malos
UNA COSA es estar equivocado, otra muy distinta es ser “malo”. En el primer caso podemos debatir y ver si unas ideas son mejores que las otras. En el segundo caso no hay nada que hacer, solo destruir al “malo”. Al parecer, la única conclusión que podemos sacar del lamentable estado de la política actual es que todos somos malos, por cierto desde la mirada del adversario y nos estamos tratando de destruir unos a otros una vez más. Veamos cómo nos descalificamos unos a otros en base a eslóganes, generalizaciones y absurdas caricaturas.
Las FF.AA. son malas porque participaron en el golpe militar. Además, les han encontrado algunos negociados. Los curas son malos porque los han pillado reiteradamente en cuestiones inmorales. Los carabineros son malos porque los pillaron robando. La izquierda es mala porque destruyó el país intentando instalar un régimen socialista a la mala. La derecha es mala porque apoyó el golpe. Los empresarios son malos porque son explotadores y abusadores. Los funcionarios públicos son malos porque hacen huelgas ilegales y trabajan poco. Gendarmería es mala porque paga honorarios extraños y jubilaciones truchas.
La Concertación fue mala porque se vendió al modelo neoliberal. Los dos partidos grandes de izquierda son malos porque son millonarios y genios de los negocios. Bachelet es mala porque ha hecho un pésimo gobierno. Piñera es malo porque es rico. Guillier es malo porque es flojo. Mayol es malo porque cree que nadie entiende nada, salvo él. Parisi es malo porque incluyó los calzoncillos en las cuentas de campaña. Teillier es malo porque mandó a matar gente. Eyzaguirre es malo porque era ministro de Educación y quiso igualar hacia abajo. La Javiera Blanco es mala porque le sacó el parte a Girardi, hizo la vista gorda en el Sename y Gendarmería, y se ganó un jubilazo primordial en el CDE. M. Rincón es mala porque apretó un entrevistado. Paulsen es malo porque habla demasiado.
El PC es malo porque tenía una rama armada y siempre quiere expropiar todo. Los socialistas son malos porque llamaron a la revolución armada. La DC es mala porque apoyó el golpe o porque se corrió después, o porque nunca se define. El PR es malo porque “lo pusieron donde había”. Los masones son malos porque persiguen a la iglesia y ésta es mala porque no soporta a los masones. Los americanos son malos porque son imperialistas, igual que los rusos. La UDI es mala porque apoyó a Pinochet. RN es mala porque son latifundistas. Amplitud es mala porque está L. Pérez. La justicia es mala porque es sesgada.
Los narcos y delincuentes son malos porque esos sí que son malos. Las AFP son malas porque no regalan plata. Las isapres son malas porque lucran con la salud. Toda la educación privada es mala también porque lucra. Una gran cantidad de chilenos son malos porque evaden el Transantiago, otros porque no respetan las leyes, escupen en la calle, lanzan basura hasta desde los autos, en fin. Los políticos son malos porque son todos corruptos. Navarro… Bueno, ese sí que es malulo, como Arenas. Peñailillo es malo por usar el SII para perseguir adversarios. Dávalos es malo por borrar su computador. Luksic es malo por dar un crédito aunque se pagara. Los bancos son malos porque cobran intereses. Las concesiones son malas porque cobran. Los conservadores son malos por ser conservadores y los liberales son malos por liberales.
En fin, es cosa de poner atención a nuestras conversaciones cotidianas y veremos con cuánta facilidad se nos sale el malo del otro, por cierto dando a entender que cada uno de nosotros sí que es bueno. Todos reclaman superioridad moral. La pregunta es si en realidad habrá alguien que tenga esa altura moral en nuestro país. Todos quieren imponer sus valores sobre los otros, en vez de vivir en base a los suyos. Todos tenemos doble estándar en alguna parte. Todos somos imperfectos y no lo queremos asumir. Creemos que crecemos porque el otro se achica.
¿No será tiempo de ser más tolerantes y acuñar el “está equivocado” en vez de que es malo? ¿No será tiempo de debatir ideas en vez de tratar de descalificar al otro? La pregunta es quién lideraría ese movimiento, porque todos somos tan malos. El secreto es partir de lo que somos, no de lo que nos gustaría ser, pero para tratar de llegar ahí se necesita mucha evolución. Para cambiar al mundo debemos cambiar nosotros primero.
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La casa de los espantos
La punta de la hebra fue una niña muerta que acabó conduciéndonos a una madeja abandonada en un pozo de desechos. La muerte de Lissette Villa en un hogar del Sename en 2016 obligó a que las autoridades respondieran unas preguntas para las que parecían no estar preparadas: ¿Cómo murió? Primero contestaron que fue por una rabieta, luego que por un medicamento equivocado, con el correr de los meses se habló de maltrato, de abuso y de tortura. Entonces surgió otra duda para la que las autoridades tampoco estaban listas: ¿Cuántos niños han muerto? Entonces fuimos testigos de una contabilidad chapucera y despiadada. Hablaron de niños como si se hablara de ganado. En un momento lograron dar con una cifra, nos enteramos de que hubo 1.313 muertos en 10 años. Habían muerto ahorcados, quemados, asfixiados, atropellados y muchos otros sin una clara causa de muerte. Ahora leo en el informe de la comisión de la Cámara de Diputados que la falta de precisión era posible, porque el sistema no exigía detalles. Me entero que el engranaje burocrático parece estar diseñado para acallar los reclamos, ahogar las denuncias, proteger a fundaciones y hogares de menores de investigaciones que puedan desembocar en acciones legales. Todo indica que maltratar, abusar, torturar y matar allí dentro es un asunto fácil. Leo sobre niños heridos, con el cuerpo cubierto de hongos y la cabeza llena de piojos. Leo cifras de adolescentes explotadas sexualmente y el caso de un chico que fue violado en siete ocasiones, sin que nadie buscara culpables. Leo que los informes y procedimientos de las instituciones que el Sena subvenciona suelen estar manipulados, que no hay seguimiento, que no hay registro pormenorizado de lo que ocurre con los muchachos que pasan por ellas y que hasta hace algún tiempo ni siquiera se sabía a cuántos niños y adolescentes atendían. Leo la historia de una mujer que en su juventud debía recorrer a pie una hora entre la escuela y el hogar en el que estaba interna y que sólo sobrevivía con una comida al día; me entero de un adulto que de niño debía soportar que una monja lo golpeara y lo obligara a usar un nombre que no era el suyo, porque a ella no le gustaba el que le habían dado sus padres. Leo que hay niños que viven con VIH, pero sin tratamiento, y constato que hasta hace un año no existía ni siquiera la obligación para que los centros del Sename denunciaran la muerte de los niños y niñas que atendían. Un sistema de protección que no es más que un escaparate, una vitrina que en el fondo esconde una casa de espantos.
Esta semana, sin embargo, lo que vimos fue eficiencia y celeridad. Hubo un despliegue del gobierno para rechazar el informe de la comisión de la Cámara de Diputados que detallaba el escándalo; un ministro célebre por sus ironías y metáforas desafortunadas, desplegando todo su encanto para dar vuelta una votación; fuimos testigos de cómo las instituciones funcionan para proteger a ciertos elegidos a costa de la verdad; notamos cómo los dirigentes de un partido político que por décadas tuvo en el Sename un coto de empleos, guardaron un silencio que ojalá sea por vergüenza; escuchamos al ministro de Justicia, ni más ni menos, explicar que lo que ocurría dentro de la casa de los espantos no era un asunto de derechos humanos, que no nos fuéramos a equivocar; vimos cómo el ministro de Hacienda vapuleaba el informe y degradaba el asunto a una discusión entre escolares inmaduros.
También hemos sido testigos del modo en que la derecha ha visto en la desgracia una oportunidad, buscando entre los jirones de miseria una presa que sirva de chivo expiatorio para un escándalo que también les compete. Alardean preocupación, cuando al mismo tiempo buscan incluir a los mismos niños pobres en su política de control de identidad y aumentar las subvenciones para los hogares privados gravemente cuestionados en su funcionamiento.
La muerte de Lissette Villa nos ha mostrado de qué estamos hechos. Su triste historia no fue más que reflejo de nuestra propia imagen, haciéndonos señas desde la oscuridad de un foso al que nadie se atreve a bajar. Allí dentro están los cadáveres de las víctimas de nuestra orgullosa solidaridad hecha de jingles y lentejuelas; son los castigados por un destino que, por fortuna, no fue el nuestro; los niños, niñas y adolescentes sepultados por la historia y por nuestras conciencias.09
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¿Error tipo I?
LA AUTOCRÍTICA que asumió el Frente Amplio por la baja movilización de su electorado en la última elección primaria, sumado a la ausencia de la Nueva Mayoría, y la escasa adhesión ciudadana que ostenta hoy el gobierno, volverán a centrar el debate en torno a si estos resultados son la consecuencia de un diagnóstico equivocado o, como algunos instalaron, si la explicación debe rastrearse más en un mal diseño e implementación de las reformas que se llevaron adelante. Y aunque probablemente pudiéramos enumerar un extenso listado de desaciertos, improvisaciones y vulgaridades en la elaboración de la política pública, me interesa volver una vez más sobre lo que pudo ser una sobreinterpretación de determinadas coyunturas y malestares -reales y legítimos, por cierto- pero que nos condujeron a decisiones que chocaron con el sentir de muchos ciudadanos.
Es mi impresión, que las externalidades negativas de nuestro modelo de desarrollo, donde afloró con mucha fuerza el tema de la desigualdad, los abusos y las promesas incumplidas de la movilidad social -siendo la cuna el factor que todavía determina de manera predominante el futuro de las personas- pudo alentar la ilusión de que la única manera de corregir estas injusticias consistía en alterar las bases fundamentales de nuestro sistema económico y social. Sin embargo, dicha solución pareció obviar, o al menos subestimar, las otras importantes bondades del sistema para una parte significativa de los ciudadanos -diremos de manera provisoria la emergente clase media- las que no solo son valoradas por las personas, sino que también incorporan como un activo en el propósito de conseguir mayor bienestar personal y familiar.
Entonces, ¿era correcto que la mayoría de los ciudadanos quería que se terminara la fiesta o, por el contrario, más bien anhelaban ser parte de la misma? De la respuesta a dicha pregunta devienen consecuencias muy diferentes. Por de pronto, impacta al sentido y propósito de la política pública, especialmente en la dirección y profundidad de los cambios que se pretenden implementar. Para ser más gráficos, y siguiendo con nuestra metáfora, una manera de manifestar nuestra indignación por la injusticia que significa excluir a tantos de la fiesta, es terminar con ésta, sea quemando el local o reventando el generador. Otra forma de proceder, siempre intentando interpretar el anhelo de esos no invitados, es justamente garantizar su ingreso a la misma, asegurándonos que sean tratados con dignidad y que puedan disfrutar en igualdad de condiciones con los otros asistentes.
Asumiendo que para estas elecciones el discurso y relato de la derecha irá por la “restauración”, la definición clave de las fuerzas de centroizquierda -o un parte de ella- es si, en la correcta interpretación de sentir ciudadano, el esfuerzo es de “sustitución” de nuestro modelo económico y social o, cosa distinta, de “inclusión”; promoviendo cambios para que sus frutos se distribuyan de manera más justa e igualitaria.
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El día después
LAS ENCUESTAS presidenciales hasta ahora planteaban un escenario más bien hipotético: “¿Quién le gustaría que fuera presidente?”. A partir de las primarias, tendrán que preguntar la preferencia entre candidatos que efectivamente estarán en la papeleta. Aunque todavía puede haber algún movimiento, ya se conoce la mayoría de los que son y hay una mejor idea de cuánto pesan, y también quienes han sido descartados. Es la realidad que se decanta y que marca una diferencia al momento de pronunciarse.
¿Qué dejaron las primarias a cada sector? Partiendo por el Frente Amplio, se ratificó lo que los recientes sondeos habían anticipado: no son una alternativa real, y que la candidatura de Beatriz Sánchez está en su techo y sobrevalorada: no se advierte cómo pudiera pasar a la segunda vuelta, lo que en algún momento se creyó posible. Algunos ven al Frente como una alternativa de futuro, pero ni eso quedó claro, con una convocatoria que no alcanzó las expectativas.
La centroderecha generó una convocatoria de más de un millón cuatrocientos mil votantes, que siquiera se soñó. Sin duda es un resultado políticamente potente, pero el problema es qué proyección tiene, cuando es un dato que la movilización se produjo por el temor a que vuelva a salir un gobierno de izquierda de corte “retroexcavadora”, no por la motivación de promover principios o defender un modelo de sociedad. Algo así como una potencia sin quilla. Si las bases de la centroderecha fueran capaces de hacer un switch y convertir esa capacidad de movilizarse en voluntad positiva de actuar para que prevalezca su visión de sociedad, otro gallo le cantaría al sector. Y vaya que falta un líder que active ese switch.
El resultado para Sebastián Piñera fue bueno, pero no le garantiza mucho. Objetivamente, lograr un 58,4% en una elección competitiva es excelente, pero esta primaria no lo fue. Se trató de la explotación del temor a la izquierda y ello es reconocido off the record. Entonces, la pregunta es qué movilizará a los votantes que faltan para ganar en noviembre y que no los determina esa ansiedad. Además, cuando no se cumplieron las expectativas del candidato, que esperaba un millón de votos para sí, con un 70% del total.
Hay que agregar que durante demasiado tiempo descalificaron a Manuel José Ossandón y dijeron que su postulación se basaba únicamente en atacar a Piñera. Si fue así, hay que convenir entonces que el grueso de la votación del primero -un no despreciable 26,3%- tiene un sesgo contra Piñera y no será fácil que se le pliegue. Por otra parte, no es el candidato único llamado a representar al sector, pues queda todavía otro en competencia: José Antonio Kast, al que no podrán seguir negando visibilidad. Los encuestadores tendrán que preguntar por él como opción real, y habrá que invitarlo a los debates y otorgarle espacio en la franja.
Lo único que no se decanta es la situación de la Nueva Mayoría. Después de las primarias presidenciales, la conclusión más importante es que todo dependerá de lo que suceda en el conglomerado oficialista, que guste o no, sigue siendo uno de los dos actores principales y sin el cual la película no está completa.
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¿De qué se trata?
¿De qué se tratan las elecciones de este año? ¿Qué es lo que el país puede esperar de sus resultados? ¿Qué se juega el ciudadano en el momento de ir a emitir el voto? O, en la línea más baja, ¿se tratan de algo realmente?
Esta es la pregunta esencial de cualquier elección presidencial. Como es altamente probable que un ciudadano no llegue a conocer nunca al Presidente, votar por alguien para que ejerza ese cargo supone entregarle una confianza robusta. Hoy, la mitad de los chilenos mayores de 18 años no quiere dar esa confianza a nadie -cualquiera sea su razón- y, por lo tanto, no vota. Al diablo el Presidente.
La otra mitad se enfrenta a la pregunta sustantiva: ¿De qué se trata? Siempre se puede responder con frivolidad, pero eso no disminuye el peso de la pregunta. Y lo que pasa este año es que, apartada la frivolidad, las respuestas a esta pregunta todavía son inocultablemente pobres, razón por la cual estas elecciones tienen el doble aire de la baja calidad y la ausencia de emoción.
La última elección apasionante fue la que enfrentó a Ricardo Lagos con Joaquín Lavín en 1999-2000, cuando se midieron dos interpretaciones contrapuestas respecto del modo en que Chile había sido impactado por el progreso. Con la frase mágica del cambio, Lavín arrastró a Lagos a la primera elección de la historia de Chile con segunda vuelta. El conjunto de las acciones de Lavín decía: estas elecciones se tratan de impulsar el cambio, porque el cambio ya está aquí. Los mensajes de Lagos respondían: se trata de seguir adelante, porque el cambio lo hemos producido nosotros.
La frase “no da lo mismo quién gobierne” debutó en esa elección, como un angustiado argumento para detener la hazaña de Lavín. Después de eso se ha vaciado de épica y contenido. Hoy puede significar cualquier cosa, incluso un sarcasmo contra el propio gobierno. Hoy se la escucha en boca de los funcionarios de la Nueva Mayoría, pero, en su debilidad de convicción, parece una desagradable confirmación de que simplemente procuran proteger sus empleos.
No siempre es así, pero entonces, ¿de qué se tratan las elecciones para la Nueva Mayoría? Un entusiasta dirá que de profundizar el proceso de cambios, continuar con las reformas estructurales y apuntar sostenidamente contra la desigualdad. Acto seguido, agregará que sí, que hay que corregir los defectos de las reformas -que serán muchos o bastantes, depende del interlocutor- y que no, que no se trata de retroexcavadoras y patines, que esos fueron tropiezos verbales, palabras fuera de contexto y así, ad nauseam. El entusiasta ha de tener problemas naturales para defender a un gobierno con más del 70% de desaprobación, donde la única indemnidad está reservada para la Presidenta.
Y el entusiasta, que hasta hace dos semanas fustigaba a la DC por la decisión de llevar candidata propia, ahora dirá que la competencia es refrescante y que lo que importa es reunirse todos “contra la derecha”, por lo menos en la segunda vuelta. Este cambio de discurso lo produjeron las primarias, que con el millón y medio de votantes de Chile Vamos expandieron la tembladera por la Nueva Mayoría.
Nunca se sabrá si una primaria en la Nueva Mayoría habría sido positiva o negativa para sus participantes. Pero podría haber sido un lujo frente a lo que se vio en las de Chile Vamos y el Frente Amplio: por ejemplo, Guillier, Lagos, Goic, Teillier. Los cortitos ojos del actual PS segaron esa posibilidad, y la Nueva Mayoría siente los escalofríos de dos meses de ausencia. En 1999, Lagos gastó tres meses en su agotadora primaria con Zaldívar, y Lavín los aprovechó en un intenso activismo territorial que le permitió cubrir el país con su “Viva el cambio”. ¿Qué estarían haciendo Guillier y Goic mientras sus adversarios bailaban sobre el escenario?
Y a todo esto, ¿de qué se tratan las elecciones para la DC? De recuperar la identidad, frenar la fuga de votos del centro, parar la aplanadora de la izquierda, dirán los militantes del grupo hegemónico. Cosas menores, pero si se va más al fondo: rescatar el espíritu de la Concertación antes de que fuera asaltada por los “autoflagelantes”. Y al día de hoy, se trataría también de dar la sorpresa, lo que significa lograr que la antiépica Goic, más que marcar en las encuestas, represente algo. Después de todo, la DC es dueña de cerca de un 12% que no se ha exhibido alrededor de Goic.
Curiosamente, por esta vez, para la derecha es mucho más fácil decir de qué se tratan estas elecciones: de frenar el rumbo irresponsable en que va el Estado, corregir las reformas mal hechas, reimpulsar el crecimiento (¡qué mal le cae esta palabra a la parte flagelante de la izquierda, qué endemoniada resistencia ha opuesto a incorporarla en su repertorio político!) y mejorar las expectativas de empleo. Son ideas simples, pero encajan con las ansiedades comunes: empleo, salario, estabilidad. Lo que compone el horizonte del “precariado”, que hoy por hoy es la mayoría del país (incluyendo a la submayoría de quienes trabajan para el Estado). Materias que la Nueva Mayoría dejó de comprender y ha tendido a despreciar.
Lo que da la ventaja a Chile Vamos no es el resultado de su primaria, sino la ausencia de razones para seguir apoyando a la Nueva Mayoría, una entelequia de Michelle Bachelet que, bueno es recordarlo, sólo nació para que ella le arrebatara el gobierno a quien se lo había entregado, la misma persona a la que quizás deba devolvérselo, en lo que sería la más sardónica jugarreta de toda la historia de Chile.
¿Y qué son las elecciones para el Frente Amplio? Un entusiasta diría: un paso para la renovación de la política, la introducción de la tercera fuerza contra el duopolio, el comienzo de la construcción de la nueva hegemonía, el primer día del resto de nuestras vidas. Sobre todo, de las vidas de Giorgio Jackson y Gabriel Boric. Ah, y desde luego, la radicalización de todos los cambios, que hasta ahora han sido sólo cosméticos, incluso aquellos que quemaron las pestañas de un par de generaciones.
09De pronto, la política parece haberse desplomado, no porque carezca de épica -a veces esa es la madre de los peores desastres-, sino porque ha perdido aliento, respiración, aire de futuro. La política se consume en los problemas de firmas, comandos, listas y voceros, que es lo que con toda justicia no debe importar un comino. Los supuestos jóvenes hablan de cosas viejas y los manifiestos viejos intentan dar lecciones de juventud. El país del 2022, el que resultará de esta competencia, permanece como un hoyo negro. Quizás se trata de eso.
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La nueva izquierda y la intimidad
Nueva izquierda se llama a los grupos fraguados en disputa con la Concertación, al calor de las movilizaciones estudiantiles y a partir de una actualización discursiva significativa. Esa izquierda es novedosa, y su consideración pertinente exige una atención a lo que tiene, precisamente, de nuevo. En especial, porque posee potencial de crecimiento.
Si las primarias del domingo mostraron que el Frente Amplio no es movimiento de masas, no hay que olvidar que la nueva izquierda tiene bases también en la Nueva Mayoría. Unidas, las fuerzas de allá y acá son una porción relevante del espectro político.
El discurso de la nueva izquierda es variado. Lo nutren diversos autores y no se alcanza aquí a tratar todas sus fuentes. No es tampoco necesario, pues ha venido a cuajar en postulados que asoman con nitidez en las palabras de sus ideólogos principales. Postulados de base son dos. Primero, que el mercado es ámbito de alienación, en el que prima el interés egoísta. Allí no se considera al otro como otro, él vale como instrumento del propio beneficio. Segundo, se rescata la vieja idea de la asamblea política como lugar en el que es posible deliberar reconociendo a ese otro. En su operación, la deliberación permite la educación del pueblo, que se va habituando a tener a la vista el interés de los demás. El individuo se acostumbra a superar la perspectiva egoísta y a asumir una mirada generosa.
Aquí emerge, empero, un problema. El mercado, con su praxis alienante, tiene el potencial de corromper la asamblea, de transformarla en sitio de meras negociaciones.
A partir del reconocimiento del carácter alienante del mercado y su potencial corruptor, y del desplegante de la asamblea, se sigue que una acción política correcta es aquella que privilegia la deliberación y desplaza al mercado. El desplazamiento se ejecuta mediante la acción coactiva del Estado, que impide la operación del mercado en áreas enteras de la vida social. Entonces, la dinámica deliberativa logra operar sin trabas, el pueblo educarse, y producirse el avance hacia un eventual estadio en el cual no sólo el mercado, sino el Estado, devienen superfluos.
No se puede desconocer que el mercado tiene un potencial alienante y la participación y la deliberación políticas desenvuelven ciertas capacidades humanas fundamentales. El problema del discurso de la nueva izquierda es que ni el mercado es suprimible sin daño grave para la vida humana, ni la deliberación pública es -aun liberada de corrupción- tan plena como se plantea.
La deliberación pública es generalizante. En ella valen los argumentos que pueden persuadir, cuanto menos, a la mayoría. En su modo de operación, la deliberación pública es hostil a lo único, lo inusitado, lo excepcional. La peculiaridad infinita de las situaciones, la interioridad singular de cada individuo, aquella dimensión en la que cada uno experimenta teórica, estética y emocionalmente de maneras intensas, todo eso resulta subsumido y eventualmente violentado en los grandes números y las doctrinas generales.
Si la política de asamblea desplaza totalmente al mercado, esto significa, entonces, que el poder político y el económico quedan concentrados en las manos del Estado y su asamblea; una asamblea por principio -no por decadencia- refractaria a lo particular y lo singular de las situaciones e individuos. La peculiaridad única de los seres humanos, su intimidad, se ve, así, severamente puesta en riesgo de padecer ante el poder concentrado de un dispositivo generalizante, el que puede pasar por su navaja cuanto escape a su regla.
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