Álvaro Bisama's Blog, page 130
July 16, 2017
Una derecha más diversa
Hoy la derecha -o centroderecha, como prefiere presentarse el sector- está probablemente más cohesionada de lo que nunca lo ha estado en los últimos 20 años. El fenómeno responde con seguridad a varios factores. La desastrosa gestión cumplida por el actual gobierno no es el menos importante y es muy posible que, entre otras variables, también haya contribuido a la recuperación del liderazgo contenido que viene ejerciendo Sebastián Piñera a este lado del espectro.
Lo curioso, sin embargo, es que tal vez nunca como ahora la centroderecha fue más diversa. A diferencia de hace 10 o 20 años, donde con suerte era posible distinguir una errática y poco articulada facción liberal del tronco conservador ampliamente dominante, hoy reconoce filas en el sector un abanico de sensibilidades más amplio. Actualmente, en la centroderecha conviven conservadores persistentes con liberales clásicos; católicos con agnósticos; libertarios de fibra un tanto anárquica, creyentes del Estado mínimo, con tecnócratas, unos más eclécticos y otros que siguen tributando a las verdades de Chicago; intelectuales jóvenes que están reivindicando la discusión política frontal con la izquierda con políticos ya no tan jóvenes de cuño nacionalista y que se formaron en sectores populares; gente que sigue creyendo que el mercado resolverá todos o casi todos los problemas del país con gente que tiene muchas dudas al respecto y que, por lo mismo, piensa que la política debiera tratar de responder a los problemas de desigualdad que tiene la sociedad chilena.
Esta diversidad no solo es enriquecedora desde una perspectiva pluralista. También es un factor fundamental para cualquier grupo político que quiera llegar al gobierno. La diversidad es un dato que pasó a ser parte del país y todo indica que la fantasía de tener gobiernos completamente monolíticos es en la hora actual, más que extemporánea, una estupidez. Los tiempos ya no están para eso. Se dirá que una derecha menos heterogénea que la actual ya consiguió el objetivo del gobierno el 2010. Pero fue en circunstancias muy especiales. La centroizquierda llegó a esa elección con quien, habiendo sido un presidente discreto, demostró en la campaña ser un mal candidato. La convocatoria que tuvo Marco Enríquez-Ominami en esa oportunidad, que capturó alrededor del 20% de los votos, fue además un factor muy desequilibrante para la antigua Concertación. La verdad es que la derecha entró a La Moneda un poco por descarte, por fastidio, por la sensación de siesta que se había adueñado del país tras cuatro gobiernos consecutivos del mismo signo, y no en último lugar, porque, de todos los líderes de la antigua Alianza, Sebastián Piñera era por lejos el de perfil más centrista.
Ahora el desafío para el sector es distinto. Y lo es tanto porque el Chile de hoy no es igual al del 2010, cuando el país parecía haber sorteado relativamente bien la crisis mundial de dos años antes, sino también porque la sociedad chilena, incluida la propia derecha, en la actualidad está mucho más politizada que entonces. Algo importante ocurrió en estos tres últimos años que la política dejó de ser un juego de máscaras. La elección del 2013 quizás fue la última que el país decidió en función de mistificaciones, de imágenes salvíficas y de la confianza que inspiraba una candidata acogedora y buena onda que prometió mayor igualdad y pronto entregará un país deprimido, sobregirado, con empleos de poca calidad y un aparato público desfinanciado y que hace agua por todos lados. Hoy el escenario político podrá parecer a muchos una chacra -está bien: lo es-, pero hay que reconocer que en sus aguas subterráneas está bastante más cruzado que antes por dilemas sustantivos y cruciales. ¿Adónde queremos ir como país? ¿Vamos a tomar o no en serio el crecimiento? ¿Vamos a confiar en los mecanismos de la democracia representativa o queremos apostar al asambleísmo caótico y perpetuo? ¿Vamos a atender o no con bienes públicos tangibles las demandas de protección que vienen planteando los sectores medios emergentes? ¿Cuál es la idea, mentirle a la gente diciéndole que el Estado se hará cargo de su bienestar, cosa que jamás podrá hacer, o plantearle que se concentrará en despejar mejor la cancha para facilitar la superación y el ascenso meritocrático?
Aparte de estar más preparada para participar de esta discusión, hoy la centroderecha está también interesada en provocarla. Donde antes eludía el debate, ahora lo busca. Su cambio de actitud coincide con la crisis de la centroizquierda. Muchas dudas y malos diagnósticos, múltiples confusiones y reiterados desencuentros internos terminaron dividiendo al oficialismo en dos candidaturas presidenciales que, cuál más, cuál menos, siguen hasta el día de hoy sin encontrar su destino. Presionada, además, desde la izquierda por una coalición nueva, el Frente Amplio, que por la vía de las asambleas y de la expansión de los derechos sociales quiere sacar al país a la brevedad de las órbitas del capitalismo, la Nueva Mayoría probablemente sabe lo que no quiere -que gobierne la dere- cha-, pero aún no se pone de acuerdo en lo que quiere.
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Posverdad y verdades a medias
Confieso que el término posverdad no me gusta, todos los “post” suenan atractivos, y se ponen de moda intelectual y periodística rápidamente, pero son facilistas, sólo señalan algo que viene después, pero que no se define, sin embargo, este concepto apunta a un fenómeno real que ha cobrado fuerza en la política.
El término posverdad no es tan nuevo, fue usado por primera vez por Ralph Keyes en el año 2004, en su libro La era de la post verdad, teniendo como subtítulo “Deshonestidad y decepción en la vida contemporánea”, sin embargo, su uso extendido sólo data de hace pocos años.
Su éxito es tal, que ha entrado muy recientemente como neologismo en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, con la definición que sigue: “Toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos públicos”. Tal definición es muy cercana a la del Diccionario de Oxford, que la eligió como la palabra del año y la define como un adjetivo que “señala circunstancias en las cuales los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y las creencias personales”.
Estas definiciones tienen un cierto parentesco con el viejo dicho que algunos le atribuyen a Stalin de que “si la realidad no calza con mis ideas, tanto peor para la realidad”.
En el debate sociológico, el concepto de posverdad aparece algo más complejo.
El sociólogo francés Michel Wieviorka señala que “lo importante no es solo que hay gente que miente, sino que hay gente que quiere escuchar mentiras. La posverdad no es únicamente las creencias sin base o contraria a los hechos objetivos, sino que implica un acuerdo entre quienes hacen un discurso basado en mentiras y los que quieren creer en esas mentiras”.
Sobre todo, pienso yo, porque se sienten cómodos con ellas, los interpretan, coinciden con sus prejuicios, sus preferencias, sus deseos o sus broncas y poco importa si ese discurso se encuentra muy lejos de una visión razonada y de los datos que entrega el análisis de la realidad.
En eso se basó el encuentro de muchos estadounidenses de la América profunda, aquella que no habita en las costas, detesta lo cosmopolita y piensa que Darwin era un peligroso terrorista, con el discurso guerrero, de supremacía nacional y antielitista de Trump.
También eso es lo que hizo creer a una mayoría inglesa y galesa de que Gran Bretaña ganaría mucho con el Brexit. Comulgaron con ruedas de carreta de tamaño XXL, creyendo en estulticias tales como que Gran Bretaña pagaba 400 millones de dólares cada semana a Bruselas a cambio de nada.
Esa cifra nunca existió, era un invento producido por una cierta prensa. Lo que sí existe realmente hoy es una Gran Bretaña con profundos problemas, donde incluso las entidades financieras de la city se están trasladando a Frankfurt.
Vale decir, la posverdad funciona y permite ganar elecciones en el mundo de hoy, donde predominan las malas noticias, una economía mundial que tiende a crecer lentamente, un aumento en muchas regiones de las desigualdades sociales, conflictos bélicos cruentos donde se mezclan fanatismo religiosos e intereses terrenales con efectos desastrosos a nivel humanitario. Un aumento del temor a los cambios y un repliegue hacia las emociones más atávicas, sobre todo el miedo.
La posverdad que surge de la mano del populismo nos conduce, sin embargo, a un mundo más fragmentado y peligroso.
Desde una perspectiva democrática y de progreso, la respuesta no puede ser otra que defender nuestro patrimonio de civilidad, de derechos individuales y sociales, el universalismo y la democracia representativa.
Es en ese sentido que genera esperanza la Francia, que dijo no a Marine Le Pen y apoyó a Macron, y la Alemania tanto de Merkel como de Schulz.
Hay también una forma más sofisticada de la posverdad que no niega por entero los hechos y los datos objetivos, pero “tortura las cifras hasta que ellas hablen” y digan lo que se quiere oír.
Muy recientemente en nuestro país ha sido presentado por el PNUD un informe llamado “Desiguales”, que trae una valiosa información sobre la desigualdad, a través de diversas metodologías y aspectos multidimensionales que incluyen importantes visiones en la subjetividad de las brechas sociales.
Por cierto, hay una parte interpretativa y propositiva con la cual se puede estar más o menos de acuerdo, pero en su conjunto es serio y equilibrado.
Lo curioso es que refiriéndose al mismo documento, la extrema izquierda saca conclusiones que nos acercan a un apocalipsis inevitable, producto de que habitamos una suerte de infierno social casi esclavista, y la derecha más doctrinaria concluye que los avances sociales ya alcanzaron su zenith y las reformas a la realidad actual son innecesarias. Ni lo uno ni lo otro.
El documento, al mismo tiempo, que analiza la larga raíz histórica de la desigualdad y señala que lo avanzado es aún insuficiente para alcanzar un desarrollo inclusivo, plantea que en las últimas décadas Chile, “de la mano de un crecimiento económico relativamente acelerado y siempre positivo, ha mejorado su infraestructura, ha ampliado notoriamente su cobertura educacional, ha profundizado la oferta de servicios sociales, ha profesionalizado la labor estatal y muy centralmente ha incrementado el ingreso de las familias y ampliado el acceso a bienes, signos evidentes de una transformación de las condiciones de vida. A todo ello hay que sumar una notoria reducción de la pobreza. Esto es cierto tanto en términos absolutos como en comparación con el resto de los países de América Latina”, y más allá de América Latina, agregaría yo.
Sin bien la tendencia positiva es clara, su futuro no está garantizado en el actual cuadro político.
En el debate presidencial, si bien nadie encarna por entero una posición de posverdad, se presentan muchas verdades a medias y visiones distorsionadas.
Desde la visión oscura e ideologizada del Frente Amplio hasta la visión de la derecha, que naturalmente aprovecha los errores abundantes y frecuentes de la gestión del gobierno para desprestigiar la necesidad de las reformas sociales.
En verdad, la visión de un cambio reformador, gradual y razonado hoy “no tiene quién le escriba” con una centroizquierda dividida.
La izquierda tradicional aparece desmejorada y liviana, incapaz de defender su propia obra y débil en la propuesta, mirando con ojos tiernos a un neopopulismo que la ignora con desprecio y el centro socialcristiano está atrapado quizás injustamente en el “laberinto de su soledad”.
Ojalá la situación actual no se eternice y se retome el camino que permitió avanzar, teniendo como norte el porvenir.
Chile no requiere de regresiones conservadoras, ni de neopopulismos polarizadores. Más igualdad requiere al mismo tiempo crecimiento, un esfuerzo productivo innovador y diversificado, el cual, a la vez, necesita una sociedad más inclusiva.
Justo lo que hoy no parece estar, por lo menos en letras destacadas, en el menú que se nos está presentando.
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July 15, 2017
Villa San Luis
NO HAY nada más enredoso y poco confiable que la memoria. Es selectiva y cree que no puede haber si no una. Suele ser tosca y compulsiva -mendiga a menos que exija nuestra compasión-, y si se la excita suficientemente provoca conflictos que no logran resolverse. ¿Cuántas vidas se han sacrificado discutiendo a cuál religión en pugna le pertenecería Jerusalén; importará si el Huáscar sea de Chile o de Perú; disminuirá la altura de Colón porque a cierto folclorismo histórico le ha dado por eliminar sus estatuas (ofenden la “memoria de los vencidos)”?
Según nuestro autoproclamado guardián de la memoria averiada -el Consejo de Monumentos Nacionales- la Villa San Luis (lo poco y nada que queda) merece ser declarada monumento nacional, entendiéndose por eso hoy día, una capilla o sagrario donde recogerse a fin de permitir a los chilenos “recordar lo que ahí pasó”. ¿Y qué fue lo que pasó? En realidad, no solo lo que pregona el relato compasivo tipo “Machuca”, la única versión que recogió el CMN: el “hubo aquí, una vez, una población de pobres en medio de un barrio de ricos, luego vino el Golpe, los desalojaron, y hasta hace poco pretendían borrar todo vestigio de ésta, nuestra memoria, fuera que vale oro el terreno, así que si ahora los ricos se quedan con cuello, algo se compensa”.
La historia en toda su extensión es más complicada. Desde fines de los años 60 a nuestros días se han ido sucediendo, no una sino tres historias o proyectos, todos trancados, o como siempre ocurre en Chile, empatados. Uno lee lo que han escrito los dos principales arquitectos a cargo y comienza a captar lo que ha estado en juego.
La propuesta inicial de Miguel Eyquem aspiraba a construir una ciudad dentro de la ciudad (centro cívico con municipalidad, museo, oficinas, tiendas, conjuntos habitacionales, huertos y estadio) concordante con el inmenso espacio ambiental que abarcaría Vespucio-Kennedy-Rosario Norte-Los Militares. Lo de Miguel Lawner durante la UP, focalizado en una pura reivindicación de clase, pretendía atacar la segregación haciendo viviendas sociales en medio de uno de los barrios burgueses más conspicuos, propósito que la dictadura paró, imponiendo su ideal mercantil no menos tendencioso.
Los resultados están a la vista. Terminaron por primar intereses inmobiliarios conscientes del valor del metro cuadrado (el Ejército uno de los favorecidos), quedando en el camino la visión utópica planificadora y el “foquismo” urbano-revolucionario-social. Lo que no se dice, sin embargo, es que estas tres fases obedecen a un mismo patrón zigzagueante de un Estado que manda a hacer e impone sus términos aun cuando, después de un tiempo, se vuelve amnésico, echa marcha atrás, y borra con una mano lo que con la otra, ya antes, suscribiera (el CMN es un ente estatal y su vicepresidente el otro día se abrazó con Lawner).
La suerte de la Villa San Luis, además de resumir la historia nacional, hace patente que el problema es el Estado, errático, ahora dedicado a consagrar “altares de la patria”.
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July 14, 2017
Guillier, el galán
QUE LA cosa no anda, es claro. Pasar de héroe a villano en tan pocos meses, es un récord mundial. Porque Guillier no solo se cae en las encuestas; también en sus filas cunde la decepción, las peleas y la desafección. La sensación de que se equivocaron al elegirlo parece evidente. Lo dicen casi todos.
Pese a que algunos plantean que cargar con la mochila de este gobierno es una tarea imposible, o que la división de la Nueva Mayoría ayuda poco, la verdad es que la idea de que el centro del problema es el propio Guillier, cunde por todas partes. De alguna manera, su figura es la mejor descripción del anti candidato.
Es cierto que no tiene muchas ideas, que se equivoca mucho, que ha sido incapaz de mostrar liderazgo. Pero, lo que más inquieta es su apatía, una que disfraza con una tranquilidad que desespera, casi al punto de caer en la frivolidad.
Para él, nada malo ha pasado. Todo se derrumba a su alrededor, pero el candidato no pierde la calma y la sonrisa. Ni siquiera se despeina. Da la impresión de que, incluso, lo sigue pasando bien. Es cierto, todas estas son cosas pueden verse como virtudes, esto es, que es capaz de enfrentar la adversidad con templanza. Pero lo suyo cae más bien en la despreocupación, la apatía, como si perder fuera algo que no tiene importancia.
Tiene algo de galán. De esos que creen que pueden conquistar a todos, o todas, con su sola presencia. Le dicen una y otra vez que no, pero el hombre no ceja en su intento, mostrando un optimismo que solo tienen los verdaderos galanes. Algún día, alguien caerá, pensará, cuando en la práctica el único que cae es él mismo.
Ahora, para ser justos, Guillier no ha cambiado. Siempre ha sido así. Nunca engañó a nadie y los conquistó así. Por eso, es consecuente. Y lo defiende con carácter, como cuando esta semana le pidieron tener un generalísimo y él, con mucha soltura, dijo que no le gustaban los liderazgos verticales. Lo suyo es lo horizontal.
Pero, bajo esa excusa, no soluciona problema alguno. Se hace el lindo, navegando en las aguas turbulentas, como si nada pasara. O, peor, nada importara. Frente a esto, algunos, los más radicales, piensan en sacar otro candidato. Los más, saben que ya es tarde. Es lo que hay, repiten con no poca angustia.
Al final, entonces, parece ser que el sueño de Guillier era ser candidato. Ser presidente nunca estuvo en su radar. Por eso no tiene programa, equipos ni estrategia alguna. Lo suyo es simplemente buscar firmas para estar en la papeleta de noviembre. A estas alturas, ni siquiera sabe si estará en la segunda vuelta. Lo que sí tiene claro es que, de ser así, no votará por Piñera, como dijo esta semana, aumentado las dudas en torno a su figura.
Si es así, el hombre ya ganó. Lo suyo era solo competir, tener cámaras, ser el elegido. Si pierde, como es probable, es problema de los otros, los que lo eligieron. Él seguirá durmiendo como siempre, sin mayores preocupaciones, porque esa es la esencia del galán. Lo de él es un juego, que no va más allá de coquetear con la fama, algo que ya consiguió en un nivel que nunca antes en su vida imaginó.
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El Tribunal Constitucional
CONSUMADAS LAS primarias voluntarias y simultáneas, qué duda cabe que terminaron siendo una muy buena noticia para la alianza de derecha y una mala para el Frente Amplio, y para quienes no competimos, ello más allá de las razones plausibles, que se tuvieran a la vista para tal decisión.
Ahora comienza la tierra derecha, los hípicos sabemos que es allí donde las carreras se deciden, es en esta etapa donde las candidaturas definitivas salen primero a convencer a los ciudadanos para que voten, y conseguido aquello hoy más dudoso que antes y luego que lo hagan por la opción promocionada.
Para lo anterior se convertirá cada vez más necesario que en convencimiento surja de un debate de ideas, de propuestas, no de meras descalificaciones, que terminan constituyendo en un clima de crispación, del que jamás resulta fácil escapar.
A propósito de un debate, permítanme alguna líneas sobre el Tribunal Constitucional (TC), allí el debate parece instalarse entre aquellos que quieren mantenerlo intocado (lo quieren para todo el texto de la actual Constitución) y aquellos que lo quieren hacer desaparecer (la retroexcavadora presente también aquí, todo de nuevo, de fojas cero.
Diremos que un TC es un órgano autónomo, con forma judicial, al que se le entrega la facultad de validar o invalidar los proyectos de ley y las leyes vigentes, según su grado de conformidad con los principios y reglas de la Constitución.
Obviamente, una institución de estas características es objeto de fuertes controversias, que incluyen la conveniencia de que ella exista. Entre nosotros, la propia historia del TC ilustra, a la vez, la necesidad de su existencia así como la complejidad y riesgos de su implementación práctica.
De partida, contra una afirmación frecuente, es falso que el surgimiento de este órgano haya sido obra de la Constitución de Pinochet. Nació en democracia, en 1971, siendo el primero en América Latina.
No queremos una Constitución “partisana” abanderizada con un programa o sector de la política, tampoco podemos aceptar que exista un TC habilitado para arbitrar en materia de opciones políticas contingentes, u opinables.El TC no puede transformarse en lo que desde hace décadas algunos constitucionalistas han motejado como una “tercera cámara”, a la que se acude para definir cuestiones de mérito u oportunidad.
El gran tema que rodea el diseño y la instalación de todo TC es cómo hacer para que, siendo eficaz en el cumplimiento de sus funciones, no las exceda. Si esos jueces están encargados de evitar que se aprueben leyes contrarias a la Constitución, ¿quién asegura que ellos no se vayan a dejar arrastrar a la misma falta, pero esta vez por la vía de hacer imposible la aplicación de leyes que sean constitucionalmente no objetables?
De importancia fundamental es determinar quiénes – y el modo – en que se designa a los magistrados.
“Entendiendo que las opciones en esta materia son limitadas, creemos que debe propenderse a que los elegidos para integrar el Tribunal Constitucional respondan a la convergencia de varias voluntades”. Concordamos con Correa Sutil en que “la designación autónoma de los tres poderes solo ha funcionado medianamente en la Corte Suprema”.
Siguiendo la regla republicana según la cual nadie está por encima del orden jurídico, postulamos incluir a los ministros del TC en la lista de autoridades acusables en juicio político. Entendiendo la necesidad de blindar a estos magistrados contra acusaciones constitucionales de una mayoría “vengativa” que simplemente quiere domesticar al contralor de la constitucionalidad, sugerimos explorar la incorporación de un quórum de aprobación especial, por ejemplo, de los tres quintos del Senado.
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Resolver conforme a derecho
AL MODIFICAR parcialmente la condena del tribunal oral en el caso de la brutal agresión cometida por un hombre contra su exconviviente, la Corte Suprema no hizo más que mantener el criterio que ha venido aplicando en muchos otros casos jurídicamente similares. Según este criterio, no sería posible condenar por un delito no consumado de homicidio sin que el autor haya tenido la intención directa de matar a la víctima al momento de agredirla.
Esta opinión es compartida en nuestro país por la mayoría de los penalistas, y va de la mano con la idea, también ampliamente compartida, de que no existiría un solo tipo de “dolo”, sino que habría un dolo directo -la intención de provocar la muerte-, un dolo de las consecuencias seguras -se prende fuego a una casa en la que, lamentablemente para el pirómano, está encerrada una persona-, y un dolo eventual, donde no se busca la muerte de otro pero se acepta la posibilidad de que se produzca. Al menos esta última forma de dolo sería incompatible, se dice, con la figura del delito frustrado y, por lo tanto, si no se acreditó algo más en el proceso, solo cabía condenar por lesiones graves.
Personalmente no estoy de acuerdo con las opiniones anteriores, pues me parece que no es posible ni útil distinguir jurídicamente -otra cosa puede valer para las ciencias psicológicas- entre distintas clases de dolo, y menos aún restringir la tentativa a los casos en que existe intencionalidad. También podría criticarse la forma en que la redacción del fallo expresa su doctrina, pues se afirma que “el autor en el segundo momento de la agresión había abandonado la intencionalidad homicida inicial”, lo que equivale a reconocer la presencia del dolo directo que después se pasa a negar. Incluso cabría decir que el fallo podría haber mantenido el criterio mencionado y no obstante haber resuelto este caso en forma diferente interpretando de otro modo los hechos o distinguiendo dos figuras que la ley también distingue, la tentativa y el delito frustrado, para aclarar luego que la exigencia de intención solo es aplicable a la primera.
Sin embargo, y con independencia de todo lo anterior, el fallo es valioso y positivo para el Estado de Derecho, pues uno de los principales valores que éste debe garantizar es la igualdad ante la ley y el control racional de las decisiones judiciales. Es muy grande la tentación de adecuar las decisiones a las presiones del momento, al clamor popular, a una causa que logra movilizar a muchas personas.
Existe el riesgo de que el juez actúe de cara a ese público y que al hacerlo abandone los criterios aplicados en otros casos jurídicamente similares. Cuando esto ocurre, la justicia se vuelve imprevisible y se entra en un mundo en el que todo podría suceder o, peor aún, donde ya no prima lo que dice el derecho sino la opinión que en ese momento aparece con más seguidores. Semejante falta de consistencia en las decisiones sería lo más parecido a la ley de la selva.
Lo anterior no significa que los jueces no puedan cambiar de opinión, sobre todo cuando un caso particular les presenta de un modo muy claro las desventajas de cierto criterio. Pero estos cambios de opinión han de obedecer a razones jurídicas -no a un contexto político o a situaciones singulares-, guardando la debida armonía con un sistema donde cada decisión se inserta en un programa coherente.
La víctima de estos horribles delitos y toda la sociedad están mejor protegidas cuando los tribunales hacen su trabajo sobriamente, procurando edificar con sus decisiones una praxis consistente y previsible, que se renueva a partir de sí misma en lugar de responder apresurada y directamente a las injerencias externas. Un juez probablemente hace bien en inspirarse en Salomón, pero no debería tratar de imitarlo, pues, en el Estado moderno, los jueces ya no son reyes. Así lo entendió en este caso la Sala Penal, que no encontró razones para abandonar su criterio, ni estuvo dispuesta a hacerlo utilizando una argumentación ad hoc. Esta es una buena noticia para todas las personas.
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¿Una “grosería jurídica”?
LA COMUNIDAD nacional ha quedado atónita ante el fallo de la Corte Suprema que restó 8 años de castigo para el cuasi femicida Mauricio Ortega, aduciendo que no tuvo intención de causarle la muerte a su pareja Nabila Rifo, al golpearla repetidamente con dos pedazos de concreto en el cráneo, dejándola abandonada en la acera a merced de una fría noche de Coyhaique.
Se trata de un hombre de físico robusto que solía apremiar a Nabila, madre de sus dos hijos, con palabras amenazantes, además de hachas y armas blancas.
Que los jueces, con la excepción del ministro Milton Juica, hayan declarado que “no lograron hacerse la convicción” de que esa madrugada del 14 de mayo de 2016, Ortega salió en búsqueda de Nabila para arrebatarle la vida, ha sido entendido como carente de la más mínima empatía con el rechazo de la ciudadanía ante el brutal hecho, ofendiendo a la población. “Ha sido una grosería jurídica”, se pudo leer en las redes sociales.
La sentencia emanada del Tribunal Oral de Coyhaique enumera las lesiones ocasionadas por Ortega y que provocaron en una Nabila de 28 años, “compromiso de conciencia y riesgo vital”, aparte de la “pérdida total e irreversible de la vista”.
Para el Ministro Juica, la secuencia de hechos constituye una intención de quitar la vida a una persona, aprobando así la sentencia del tribunal austral y respetando la independencia de este.
Por su parte, el Fiscal de Alta Complejidad Oriente, declaró que el hecho acreditado es efectivamente lo que dice Juica, y que claramente hay dolo en el hecho de golpear a Rifo de la manera en que ocurrió. El fiscal Gajardo agrega que el dolo de matar se infiere, y que golpear reiteradamente en la cabeza causando fracturas, es intención de matar. Esto queda confirmado también en la declaración de la propia víctima, cuando dice “traté de hacerme la muerta”, para detener la violenta agresión.
La profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile Rocío Lorca considera extraño interpretar la intencionalidad de Ortega al golpear a la víctima con violencia extrema, basándose en un acto futuro, constituido por el regreso inmediato del agresor con una herramienta para arrancarle los ojos.
Lo más grave no es la rebaja de la pena, sino el mensaje que transmite el tribunal a hombres y mujeres que construyen sus vidas en nuestro país. Ese mensaje contradice todos los esfuerzos realizados para elaborar políticas públicas de acuerdo con los tratados internacionales suscritos por Chile, y para realizar un trabajo legislativo en consonancia con ello, todo lo cual también significó gasto para el erario nacional.
Como estableció Alf Ross, filósofo del Derecho, “perfeccionar la idea de justicia inherente a él, privilegia la norma jurídica”.La ciudadanía ha asistido, ya no a un intento de perfeccionamiento, y en cambio, a una interpretación rebuscada que para algunos no perseguía un mejor acto de justicia, sino la fijación de una pena que se deseaba rebajada.
¿Estamos asistiendo a una demostración de que el Derecho no ha sido capaz de generar sus propios ajustes frente a las necesidades de justicia material?
¿Se está defendiendo una igualdad jurídica, una justicia, que tiene solo lo masculino como referente?
¿Es el criterio jurídico, fragmentario?, ¿o tiene la capacidad de interpretar los hechos con integralidad en su mirada?
Los tribunales son parte del Estado, y así como la administración de este tiene el deber de escuchar la voz del pueblo, integrado por mujeres y hombres, los demás poderes también deben hacerlo.
Y hacer propuestas en línea con las demandas de más y mejor democracia y el deseo de creer en la justicia del propio país.
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La sombra de Putin en EE.UU.
Para destituir a un Presidente de Estados Unidos que no está incapacitado física o cerebralmente, se necesita que haya cometido un delito o que haya obstruido la justicia. Por eso es tan difícil que la conexión rusa de Trump y su entorno desemboque en un “impeachment”.
Lo revelado esta semana tiene la apariencia escandalosa del delito, pero no lo es. La reunión del hijo del Presidente, Donald Trump Jr., con la abogada rusa Natalia Veselnitskaya, en junio pasado, en campaña electoral, que el primero aceptó porque creyó que la segunda le entregaría información contra Hillary Clinton, constituye un asunto gravemente político, pero todavía no un delito. Porque la Constitución y la norma que la codifica son muy puntuales en su definición de la traición, que tiene que ver con hacer la guerra a los Estados Unidos o asistir al enemigo. Tampoco es una colusión porque ese delito está reservado para los acuerdos oligopólicos, ni es obstrucción de justicia porque las investigaciones que encabeza el fiscal especial, Robert Mueller, sobre las relaciones del entorno del Presidente con Moscú son muy posteriores a la reunión de junio pasado entre el hijo de Trump y la abogada rusa.
Por último, ambas partes han dicho que ella no entregó información alguna sobre Hillary Clinton a Trump Jr.. Esto tampoco habría sido un delito, pero agravaría el escándalo considerablemente en caso de que se descubriera que mienten. Podría suceder, por ejemplo, si se revelara que la información “hackeada” al Partido Demócrata en plena campaña y divulgada por Wikileaks fue originalmente entregada por la rusa a Trump Jr..
Lo que sí está hoy más claro que ayer es que la Rusia de Putin y la campaña de Trump entablaron contactos políticos porque compartían un objetivo: la llegada del empresario al poder. Buscar información contra el adversario en una campaña es el ABC de la política, pero hacerlo con la expectativa de ayuda de un país hostil tiene una connotación política grave, y más aun en un líder nacionalista. “America First”, slogan que define al gobierno, se ha cargado de ironía cruel.
Lo que Trump había logrado a duras penas -relegar el “Russiagate” al segundo plano- va a ser un imposible durante cierto tiempo. La investigación de Mueller, que estaba muy venida a menos por las victorias del Partido Republicano en cuatro elecciones especiales y la ausencia de delitos, va a arreciar. Como arreciarán las investigaciones del Congeso, que estaban igualmente debilitadas y que ahora cobrarán lozanía haciendo desfilar a Trump Jr, y a los otros dos allegados al Presidente, el ex jefe de campaña Paul Manaford y su yerno, Jared Kushner, también presentes en la reunión con la rusa.
Todo ello tendrá un efecto paralizante en lo que a Trump más importa: el destino de su reforma sanitaria y su reforma tributaria en el Congreso. Ambas cosas están detenidas porque los republicanos no se ponen de acuerdo entre ellos. Hasta esta semana cabía la posibilidad de que el aura de invencibilidad de Trump -a pesar de su popularidad baja- los obligara a aprobar las leyes de alguna forma para evitar que en las legislativas parciales del próximo año los demócratas aprovechen un fracaso. Ahora, los republicanos que arrastraban los pies tendrán razones poderosas para seguir haciéndolo y los que no, se lo pensarán mejor.
El problema es que los republicanos tienen atado su destino a Trump, les guste o no. Por eso, no seré yo quien apueste a que estas nuevas revelaciones son el fin de Trump. Es un gato con más vidas de las que se creía.
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Medios de pago, Servel y Banco Estado
Esta es una columna en tres actos que se concatenan al final.
Primer Acto. El Banco Central de Chile acaba de emitir su normativa para que por fin en Chile puedan existir medios de pago no bancarios, las llamadas tarjetas de prepago. La iniciativa de la parte final del gobierno del Presidente Piñera se convirtió en ley en este gobierno y el instituto emisor hizo su pega con una buena normativa. Si las cosas se hacen bien en el próximo gobierno, debiéramos ver en dos años una importante inclusión financiera en los segmentos de menores ingresos y una mayor inclusión de los comercios pequeños, lo que permitiría ir dejando atrás el efectivo y reemplazarlo por transacciones electrónicas en todos los niveles. Los bancos están también preparándose para el nuevo escenario de competencia, invirtiendo en billeteras electrónicas. Si la Superintendencia de Bancos también hace bien su pega y facilita el desarrollo de las transacciones digitales, el impacto social puede ser muy significativo.
Segundo Acto. La nueva ley de partidos políticos eliminó el aporte de las empresas y la política solo puede financiarse con aporte de las personas. El Servel es el servicio llamado a interpretar las leyes y implementarlas, algo que hasta ahora ha hecho en forma restrictiva. En el mundo digital de hoy es difícil entender la forma en que el Servel ha implementado el aporte a los partidos políticos. Solo con efectivo, transferencia electrónica entre bancos o cheque; y se exige la firma del Tesorero en talonarios de papel timbrados por el Servel. Además, lo más insólito, se prohíbe el aporte con tarjeta de crédito porque el dinero no va directo a la cuenta del partido sino que al adquirente (por ejemplo Transbank), y luego al partido cuando Transbank deposita al partido. Si los bancos no abren la transferencia digital a sus cuentas corrientes desde las nuevas tarjetas de prepago, tampoco será posible aportar al partido político desde las nuevas tarjetas. Urgente que Consejo del Servel reinterprete el artículo 21 de la ley 19.884 de partidos políticos y permita las transferencias desde las tarjetas de crédito y permita a los partidos entregar un repositorio digital con la individualización de las transferencias en lugar del anacrónico talonario cuadriplicado y timbrado.
Tercer Acto. Es destacable el Banco Estado haya sido el único banco disponible para abrir cuentas corrientes a los partidos políticos. Sin embargo es muy reprochable que mantenga el muy abusivo cobro que realiza cuando recibe una transferencia electrónica. En el sistema chileno, el banco originador de la transferencia debe pagar el banco receptor un pago que en el caso de Banco Estado es de $ 700. Lo mismo ocurrirá con las transferencias desde las nuevas tarjetas de prepago a las cuentas del Banco Estado. Esto no tiene explicación. Banco Estado ha rehusado sumarse al acuerdo que alcanzaron todos los bancos privados para compensarse las transferencias electrónicas a $ 70. La Fiscalía Nacional Económica debiera tomar cartas en el asunto e investigar a Banco Estado por esta situación.
Si estos tres actos se ejecutan simultáneamente, esto es: el gobierno impulsa la inclusión social de pagos y la adhesión de los comercios pequeños, el Servel reinterpreta la ley y las transacciones electrónicas convergen a costos (que son muy inferiores a los $ 70 incluso), no solo tendremos una inclusión financiera y de pagos sin precedentes en Chile, sino que además, la política chilena tendrá una nueva forma de reconciliarse con el electorado. Los partidos que cuenten con el favor de la población podrán verificarlo diariamente con masivos aportes de bajo monto de sus adherentes.
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En contra de los cielos despejados
El diseñador inglés Gavin Pretor-Pinney fundó en 2004 la Sociedad de Observación de Nubes, sin mayores expectativas, pues sólo lo animaba el tremendo amor y respeto que sentía por las formaciones nubosas y por los fenómenos que las llevan a constituirse. Sin embargo, transcurrido poco tiempo, el asunto agarró vuelo y gente de todo el mundo comenzó a enviar sus fotografías de nubes a la página web de la organización. Para cubrir gastos, el fundador cobró una cuota y otorgó membrecía a quienes la pagaban. Luego vinieron las preguntas de los socios acerca de las obras necesarias para instruirse mejor sobre el tema. Fue ahí que Pretor-Pinney se dio cuenta de que “nada acababa de satisfacer los requisitos”.
Nació entonces la Guía del observador de nubes, “donde desfilan todos los encantadores y excéntricos personajes de la familia de las nubes”. Se trata de un libro simpático y bastante útil, que puede leerse de un tirón o como manual al aire libre, ojalá bajo nubarrones dramáticos (obviamente, Pretor-Pinney detesta los cielos limpios). Además de anécdotas, buenas fotografías y gráficos explicativos, además de cruces con la literatura, la pintura y las mitologías orientales, y además, todo hay que decirlo, de varios chistecitos fomes, la guía entrega una sólida perspectiva meteorológica. Y eso no es todo: “Lo que ofrezco es algo más serio: una celebración del pasatiempo de contemplar las nubes, despreocupado, sin propósito definido e intensamente vital”.
El libro consiste en un paseo equilibrado entre la ciencia, la sorpresa ante lo desconocido y cierto fanatismo que, a la larga, termina siendo bastante convincente. Partiendo por el cumulonimbo gigantesco que en alta mar les suelta los orines a los más recios navegantes –“se ha estimado que la energía contenida en una nube de esa clase equivale a diez bombas del tamaño de la de Hiroshima”–, pasando por la nube noctilucente, iluminada por la luz solar en plena noche, hasta llegar a la Gloria Matutina, que es la formación nubosa más linda y exclusiva del firmamento, pues sólo se deja ver en un confín remoto de Australia, aquí hay material de sobra para obnubilar al lector.
Entre los casos inolvidables citados por Pretor-Pinney, está el de William Rankin, un piloto estadounidense que sufrió una emergencia a 16 mil metros de altura en el verano de 1959 y se vio obligado a eyectarse de su avión. Rankin sobrevivió a una de las experiencias más insólitas en la historia de la humanidad: atado a un paracaídas de apertura incierta, atravesó de principio a fin un enorme cumulonimbo, cuyo núcleo, sin exagerar, era lo más parecido que uno pueda imaginar a un infierno en el cielo. Bajo condiciones normales, es decir, sin cumulonimbo de por medio, la caída de Rankin debió haber tomado unos 10 minutos. Sin embargo, “Rankin se había visto zarandeado arriba y abajo por la violenta turbulencia del cumulonimbo durante 40 minutos: una mera piedra de granizo con forma de piloto en el gélido corazón del Rey de las Nubes”.
Llamativo también es el dato referido a la condensación que producen las aeronaves que de niños llamábamos aviones a chorro: aquellas nubes rectas creadas por el hombre, “nuevos hijos bastardos de la familia de las nubes”, contribuyen bastante más de lo que uno piensa al calentamiento global. Ahora bien, en cuanto a lo que de verdad nos altera, debiéramos prestar atención a los estudios de un químico chino jubilado que vive en Nueva York. Me refiero a Zhonghao Shou, quien asegura que la aparición de ciertas clases de nubes constituye “una valiosa e infravalorada herramienta en la predicción de terremotos a corto plazo”. El 25 de diciembre de 2003, el venerable profesor Shou anunció que un sismo superior a 5,5 grados Richter sacudiría Irán dentro de los siguientes 6 días. El 26 de diciembre, un terremoto de 6,6 grados derrumbó la antiquísima ciudad de Bam y mató a 26 mil de sus habitantes. Moraleja: urge aprender a mirar nubes y a subestimar los cielos despejados.
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