Álvaro Bisama's Blog, page 124
July 23, 2017
El museo
EL CANDIDATO Sebastián Piñera tiene una nueva iniciativa: fundar un Museo de la Democracia, que se dedicaría a resaltar la “transición” y el consenso político que caracterizó a ese período. Hay que suponer que la transición por fin acabó, ya que ahora se erigiría un hito para recordarla.
Se ha dicho que la exposición incluiría referencias al plebiscito de 1988, la conformación de la Comisión Rettig y las reformas políticas que se tradujeron en la supresión de los senadores designados. Y material audiovisual como la película “No”, cinta que refleja la campaña de esa opción en el mentado referendo. No se ha aclarado si esto lo permitirán los titulares del derecho de autor del film, pero –en fin- será cosa de llegar a un buen acuerdo económico, que se pagará, por cierto, con fondos de todos. Una cosa es estar en desacuerdo con el modelo neoliberal y otra regalar lo que es propio.
En una palabra, el museo no contendrá ni un símbolo, sílaba escrita o exhibida, u objeto que huela a derecha; o para ser más exactos, del modelo que le cambió la cara a este país, generando un nivel de bienestar y oportunidades sin precedentes en nuestra historia. No, se trata una vez más de cortejar y tratar de agradar a la izquierda, y creer que con eso caerán seducidos y se declararán dispuestos a colaborar con el flamante nuevo gobierno. Esto demuestra que Sebastián Piñera y su círculo no han cambiado: se niegan a ver cómo les “negaron la sal y el agua” durante la pasada administración, a pesar que dieron cabida a quienes no votaron por él en diferentes cargos y marginaron a los propios partidarios, sin que obtuvieren nada de ello. Y se las volverán a negar.
De hecho, personeros de La Nueva Mayoría ya han rechazado la idea, calificándola de oportunista y señalando que si piensan que por eso alguien de izquierda va a votar por Piñera, están muy equivocados. Pero son declaraciones –a su vez- oportunistas, porque a la larga se van a plegar a la idea del museo, no solo porque generará pegas y asesorías, sino porque terminará siendo según ellos quieran, como ocurrió con el Museo de la Memoria, que contiene una visión totalmente parcial. No hay ninguna alusión a cuál fue el sector político que trajo el odio y la violencia a Chile como método de acción política. Y como ya sabemos que el anterior gobierno de Piñera no se caracterizó por ponerse firme ante nada, la iniciativa terminará transformada en otra cosa. Por ejemplo, en el “museo de los cómplices pasivos”. Propongo una ubicación: el cerro Chacarillas; los que estuvieron ahí con antorcha no se podrían negar.
Pero hay una dimensión doméstica del asunto que preocupa más: la próxima administración encontrará el presupuesto público en grave déficit y una economía en decadencia. Ello justificaría reconocer desde ya que habrá que limitar los gastos fiscales, pero en cambio se anuncia un nuevo gasto público: la construcción de un museo cuando menos superfluo. Y si bien su costo dentro del hoyo fiscal será casi irrelevante, denota la ninguna voluntad de pagar costos y tener la determinación política de llevar adelante las rectificaciones que el país requiere.
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Al Constitucional
EL PRÓXIMO paso a una comisión mixta del proyecto de aborto en tres causales, fue un revés para el gobierno. Con todo, la aprobación del Congreso no preocupa al Ejecutivo, sino la posterior resolución que adopte el Tribunal Constitucional, especialmente después de que la oposición anunciara que recurriría a dicha instancia en caso de no contar con los votos para rechazar dicha iniciativa. Una vez más, y como ya ha ocurrido en innumerables ocasiones, se abrirá un debate en torno a la función y roles de este tribunal superior, escuchándose opiniones más al calor de una coyuntura, que de las razones que justifican o hacen necesarias una institución de esta naturaleza.
En principio, y más allá del interesante debate académico entre juristas y académicos, parece razonable –tal como ocurre en muchas democracias del mundo, con ese u otro nombre- que exista un cuerpo colegiado que limite el ejercicio de la soberanía popular, me refiero a las leyes dictadas por el parlamento, cuando éstas entran en colisión con las normas básicas que organizan nuestra convivencia y muy especialmente cuando se trata de derechos fundamentales. Así por ejemplo, y valga la exageración, si una determinada mayoría política determinara –en el marco de la lucha contra la delincuencia- que debe legalizarse la tortura como un mecanismo de investigación judicial, probablemente pocos se escandalizarían si una ley semejante fuera declarada inaplicable por una instancia superior de carácter constitucional.
El problema, sin embargo, estriba en otras dos dimensiones. La primera apunta a los problemas de legitimidad de nuestra Constitución, la que pese a sus innumerables reformas, es todavía percibida como un traje a la medida impuesto por un sector político que temió ser minoría en el futuro. De esa manera, nuestra Carta Fundamental no solo plasmaría una particular visión del mundo y la sociedad, sino que también consagró una gran dificultad para su futura modificación. Lo anterior no solo limita el espacio de la deliberación política, generando un desfase respecto de los profundos cambios experimentados por nuestra sociedad, sino que también acrecienta la idea de injusticia y ajenidad hacia muchas de las normas que consagra.
La segunda, es que tampoco el Tribunal Constitucional es percibido como una institución que, de manera preferente, haga una interpretación jurídica, rigurosa y desinteresada del texto. Desde la forma de elegir a sus miembros, pasando por el sorprendente nombramiento de algunos jueces, y culminando con la evidencia de cómo han votado sus miembros, se instaló la idea de que se trata de una institución demasiado permeable y funcional a los intereses políticos de uno u otro sector.
De esa manera, no es su existencia teórica, sino su práctica y realidad cotidiana, la que lo convierte en una tercera instancia revisora de carácter político, por un órgano desprovisto de cualquier atributo de la soberanía popular, y que ha sido funcional para el veto de quienes no han sido capaces de imponer democráticamente sus términos.
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Política y convicciones
No puede negarse que la discusión sobre el aborto enfrenta visiones difícilmente conciliables. Por un lado, hay quienes creen que, bajo ciertas circunstancias, es legítimo poner fin deliberado a la vida que se gesta en el vientre materno. Por otro, algunos pensamos que tomarse en serio la dignidad humana implica no hacer excepciones: al fin y al cabo, la vida no admite ser respetada “a veces” ni “por grados” (ya lo sabía Bartolomé de las Casas). Se trata de un problema que toca el fundamento último de la vida social, y eso debería obligarnos a ser muy rigurosos con los argumentos.
Por lo mismo, llama la atención la aseveración de la Presidenta, quien se manifestó extrañada por el contraste entre el apoyo que las encuestas brindan al proyecto de aborto, y el voto en contra de la oposición. El argumento es bizarro, por decir lo menos, porque parece llamar a los parlamentarios a mirar únicamente las encuestas a la hora de legislar, cuestión que ella misma ha rechazado en otras ocasiones. En su mejor versión, el razonamiento podría formularse así: un parlamentario no debería votar según sus convicciones, sino según la opinión (supuestamente) mayoritaria.
Aunque el argumento parece persuasivo, esconde varios peligros. En efecto, ¿qué tipo de política tendríamos si nuestros parlamentarios decidieran solo según encuestas? ¿No reside precisamente la virtud del político en saber oponerse a veces al viento y las modas intelectuales? ¿Qué tipo de conformismo ramplón está propiciando Michelle Bachelet? En rigor, un mundo de políticos subyugados por sondeos no permite ninguna deliberación auténtica. Ésta supone la confrontación honesta de puntos de vista distintos, no el silenciamiento de quienes disienten. La democracia no es solo ni principalmente contar los votos al final de la sesión, sino que consiste sobre todo en el tipo de discusión que se da previamente. Más allá del aborto, lo que menos necesita Chile son políticos pusilánimes, incapaces de tomar la menor decisión sin consultar la última encuesta. El argumento de Michelle Bachelet implica, en el fondo, la muerte de la representación política (y es paradójico que lo esgrima alguien cuya popularidad anda por los suelos).
Pero el razonamiento tiene otro riesgo implícito, tanto o más peligroso que el anterior: es la idea según la cual las “convicciones personales” deberían ser dejadas de lado en el debate público. Es una exigencia curiosa que, además, opera de modo selectivo. En efecto, nadie le pide que deje de lado sus convicciones a quien defiende fervorosamente los derechos de la mujer, ni al que aboga por mayor igualdad social, ni menos al que busca abolir la pena de muerte. Como fuere, una discusión pública libre de “creencias personales” (el imposible sueño rawlsiano) es un lugar vacío, en el que nada relevante es debatido. Michael Sandel mostró hace muchos años que hay cierto tipo de discusiones que no admiten ser abordadas desde la neutralidad, pues todas las posiciones implican convicciones sustantivas (aunque, naturalmente, éstas deben ser formuladas de modo racional). Los partidarios del proyecto de aborto -Michelle Bachelet incluida- deberían ser capaces de tomarse en serio el desafío de argumentar sin recurrir a ese tipo de falacias. Las convicciones que dicen defender se merecen algo más que esa consigna.
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Derivada constitucional
La tramitación del proyecto sobre despenalización del aborto en tres causales está teniendo un desenlace insólito: una verdadera carrera contra el tiempo, para lograr que el requerimiento al Tribunal Constitucional (TC) ya anunciado por la oposición, sea revisado antes de su cambio de presidente. De modo transversal, todos asumen que la viabilidad de la iniciativa dependerá, al final, del criterio jurídico y la orientación valórica de una sola persona -el actual o el próximo presidente-; una situación completamente absurda que se agrega a las evidentes señales de deterioro del proceso legislativo y al permanente abuso que los parlamentarios hacen de dicha institución.
En estos días, Alejandro Guillier ha propuesto disolver el TC, sin plantear una alternativa respecto a cómo se resolverían a futuro las controversias sobre la constitucionalidad de las leyes. O será necesario asumir que, para el candidato de la Nueva Mayoría, los eventuales riesgos de inconstitucionalidad de las normas jurídicas dejarían simplemente de existir, con todas las delicadas implicaciones que ello trae de la mano.
En el fondo, lo que comienza a anticiparse es la centralidad que en el contexto de las próximas elecciones va a adquirir otra vez la controversia constitucional. Un desacuerdo que, más allá de la intensidad que asume en distintos momentos, tiene sin duda una base permanente, asociada al cuestionamiento que un importante sector de la sociedad mantiene sobre la legitimidad de origen de la carta magna y en diversas zonas de su diseño institucional.
Luego de la derrota electoral en 2010, la centroizquierda decidió poner el desafío de una nueva constitución en el centro de su programa de reformas. Ello profundizó las divisiones e hizo más difícil abordar con altura de miras la necesidad de hacerse cargo de los verdaderos disensos, algo a lo que la histórica resistencia de la centroderecha tampoco ha contribuido. Lamentablemente, hoy el cambio constitucional corre el riesgo de convertirse otra vez en un caballo de batalla electoral, lo que impedirá abordar con responsabilidad y sentido de Estado las reales diferencias que sobre él existen.
Así, de nuevo estamos frente al mismo escenario, en un país que lleva ya demasiado tiempo alimentando en esta materia los fantasmas y los traumas del pasado. En efecto, convertir a la Constitución en un recurso para saldar cuentas con los adversarios es una mala alternativa, contraproducente además, que solo dificulta el imperativo de hacerse cargo de los desacuerdos reales y sustantivos que en la actualidad cruzan a los actores políticos y a un sector de la sociedad.
Sin ir más lejos, en el actual debate sobre el proyecto de aborto hay implicaciones constitucionales evidentes, entre las cuales está decidir si el texto constitucional debe seguir amparando la vida “del que está por nacer”, o privilegiar más bien los derechos reproductivos de la mujer. De mantenerse las cosas como están, discusiones de esa trascendencia deberán seguir siendo saldadas por una sola persona, el presidente de turno de una institución que el candidato del oficialismo hoy considera mejor eliminar.
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July 22, 2017
Solo Lavín supera a Lavín
No me vengan con cuentos. No hay nadie más folclórico, despierto, ágil y proactivo que Lavín para sintonizar con el sentir popular. Qué farmacias populares ni ciclovías, el alcalde de Las Condes los supera a todos cuando se trata de implementar medidas rápidas, efectistas y mediáticas.
Solo Lavín es capaz de esperar que caiga la lluvia, paraguas en mano, en el techo del municipio. Solo Lavín maneja un par de drones con parlantes para combatir la delincuencia. Sólo Lavín crea pistas de esquí populares, piscinas con playas de arena, cruces de calle en diagonal y un extenso etcétera que le permite mantener activa presencia en los medios sin necesidad de involucrarse en debates muy elevados o complejos.
Solo Lavín elimina las tareas para la casa, crea el “botón antiportonazo”, arma a sus vigilantes con gas pimienta, abre canchas para patinar en hielo y, para no quedarse corto, a la idea de las farmacias populares responde con la “farmacia popular 2.0”.
Y por supuesto, solo Lavín convierte al mítico Hotel Ritz, la meca de los cinco estrellas de Santiago, en un albergue de emergencia para los vecinos de la comuna afectados por el corte de energía eléctrica.
¡Te pasaste Lavín!
Lástima que el normal de los mortales no podamos seguir tus consejos. “Alcalde, ¿quién pagará la cuenta del hotel?”, pregunta un sagaz periodista. “Pues la misma Enel porque se los voy a descontar del pago que les hacemos todos los meses”, responde el edil.
¿Se da cuenta? Ganas no nos faltarían de hacer lo mismo cada vez que falle un servicio. Si se atrasó el vuelo de Latam (lo que no sería ninguna novedad, por cierto), entonces en el próximo pasaje les voy a pagar menos. No tengo señal en el celular, lo descontaré de la cuenta que me llegue. Me salió mala una lechuga, ya verán los del Líder la próxima vez que compre.
¿Parece poco probable, cierto? Pero al amigo Lavín eso no le importa. Sabe que tiene a Enel agarrada del cuello y que la eléctrica no tendrá más alternativa que aceptar su descuento. Son las consecuencias de la débil y tardía reacción que tuvieron ante una emergencia híper pronosticada.
Lo que no me queda claro de este Lavín repotenciado es su objetivo. Porque siempre estuvo claro que su anterior paso por la alcaldía representaba una suerte de trampolín a La Moneda (y que le falló por muy poco). El “cosismo”, en ese contexto, no era cualquier cosa. Representó una nueva visión de la política y, de paso, de una nueva derecha, más focalizada en las preocupaciones concretas de los electores que en las divagaciones ideológicas.
¿Pero qué pretende ahora Lavín? Me cuesta pensar que su sueño sea concluir su vida política siendo un recordado alcalde de Las Condes. El apetito político no se satisface así tan fácil.
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El espectro del malestar
El ex Presidente Sebastián Piñera ha sacado de la chistera una propuesta muy singular: crear un tejido de medidas para proteger a la clase media de los peligros de retroceso derivados de lo inefable. Clase media es hoy la mayoría del país, y una gran parte de esa mayoría llegó hasta allí hace muy poco y está expuesta a perder tal logro con un mínimo cambio en sus condiciones de vida.
Esto es exactamente lo que estuvo haciendo la Presidenta Michelle Bachelet en su primera administración, cuando desarrolló la “red de protección social”, por la cual probablemente será mejor recordada. La dejó incompleta, por supuesto, porque una red como esa es tan amplia, que en cierto modo siempre está abierta a nuevas necesidades. Eso fue antes de que ella misma decidiera que todo eso era muy largo, muy poco y muy lento y se embarcara en un proyecto más “estructural”.
Este último proyecto construyó la Nueva Mayoría y también la destruyó: hizo el ciclo completo. La raíz intelectual de esa destrucción se encuentra 19 años atrás, cuando el primer informe de desarrollo humano del PNUD vino a alimentar la primera discrepancia importante dentro de la entonces Concertación, la que enfrentó a “autoflagelantes” con “autocomplacientes”. En forma resumida, los primeros eran los que creían que lo que hacía la Concertación era poco y lento, mientras que los segundos estimaban que el rumbo y el ritmo eran correctos. Los gobiernos de Frei y de Lagos no dieron protagonismo a los “autoflagelantes”, pero su herencia regresó encarnada en plenitud en la Nueva Mayoría.
Durante todo ese período, el PNUD ha mantenido la idea central del informe de 1998, aunque ya han pasado casi dos décadas. Esa idea sostiene que en Chile existe un alto malestar social y una tensión subyacente que podría estallar en algún momento, todo ello debido a la desigualdad. Como ha hecho notar Eduardo Engel en estas mismas páginas, a pesar de que todas las formas de medición indican que Chile ha logrado reducir la desigualdad, el PNUD ha conservado su tesis inicial con una tenacidad sin requiebros (y con un tono parecido al de “un fantasma recorre Europa…”). El PNUD ha llegado a ser con la desigualdad como un instituto de medicina especializada: sólo diagnostica una enfermedad. Su último reporte se llama, cómo no: Des-iguales. Y es un bestseller.
Ya en 1998, José Joaquín Brunner -uno de los líderes intelectuales de los “autocomplacientes”- puso en duda ese diagnóstico y vio en los estudios en que se basaba “un cuadro matizado y complejo de percepciones y opiniones”, con “un señalamiento claro y concordante de problemas prioritarios, los cuales tienen que ver, principalmente, con acceso a servicios esenciales y con las condiciones de vida en la esfera privada”. La palabra clave aquí es “complejo”. La complejidad de los asuntos sociales siempre aconseja huir de las explicaciones sencillas.
Pero, al revés de eso, en 2013 la candidata presidencial Michelle Bachelet hizo el tránsito conceptual desde la inseguridad, pasando por el malestar, hasta el enojo. La sociedad chilena sería una sociedad enojada. Y esto, dijo, “se manifiesta como desconfianza en las instituciones”. Hay que recorrer un largo y enrevesado camino psicológico para igualar la desconfianza con el enojo. Pero así se hizo, y esa fue la base intelectual de la Nueva Mayoría.
A la larga, el predominio de esa interpretación está en la base de la destrucción de la Nueva Mayoría. La causa inmediata, desde luego, es la decisión de la DC de separar aguas en la candidatura presidencial. Pero el motivo de fondo de la DC, que comparten dirigentes o grupos que han perdido la hegemonía de sus partidos, como es el caso del laguismo, es la discrepancia sobre el ritmo, los alcances y los énfasis que se imponen al proceso de reformas sociales, decisiones que parten de un supuesto sobre el estado de la sociedad.
Las tesis del PNUD, con sus silenciosos pero extensos implícitos, terminaron por dinamitar al único grupo con peso político que podía hacerse cargo de ellas con cierta simpatía, aunque también -todo hay que decirlo- con bastante poco espíritu crítico.
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Nuestras mujeres olvidadas
A pesar de haber elegido Presidenta, en dos oportunidades, a una mujer, casi ninguna universidad chilena es dirigida por una rectora; el número de ministras de la Corte Suprema es mínimo; los esfuerzos de las distintas administraciones por tener un gabinete paritario no han sido exitosas; ninguna empresa de peso es dirigida por una mujer; ningún canal de televisión tiene una directora; las actrices ganan menos que sus colegas hombres en las telenovelas del momento, y en el Parlamento el porcentaje de mujeres está muy por debajo de la paridad.
Ante este cuadro desolador, no es sorprendente que las mujeres se sientan desplazadas. Esto se hizo patente durante el debate del proyecto del aborto por tres causales. Un número enorme de mujeres de distintas tendencias doctrinarias han comentado que el rechazo a esta (tímida) iniciativa por parte de la derecha y de un contingente de la Democracia Cristiana refleja la desconfianza que estos individuos sienten por ellas.
Muchas mujeres aseveran, con razón, que se trata de sus vidas, sus cuerpos, su futuro y, por tanto, de su decisión. El que el aborto sea despenalizado no significa, desde luego, que nuestras mujeres vayan a abusar de este derecho. Al contrario, todo sugiere que esa prerrogativa será usada en forma sabia y con enorme mesura.
Pero el maltrato no está restringido al tema legislativo y legal. También está presente en la vida diaria, y en la manera en cómo nuestra historia es transmitida a través del tiempo. La “historia oral” del país, aquella basada en anécdotas y leyendas que van siendo traspasadas de generación en generación, ha tendido a ignorar el rol de muchas de nuestras mujeres.
Una de las chilenas olvidadas es Clara Saint, una muchacha que a una temprana edad le hizo una enorme y desinteresada contribución al mundo del arte. Gracias a Clara, el ballet y la danza cambiaron radicalmente en 1961. Su acción también causó una crisis política y diplomática de envergadura, y tuvo un importante efecto en la forma en que se desarrolló la Guerra Fría durante la década de los 60. Y, sin embargo, prácticamente nadie en Chile sabe de su existencia.
El bailarín que saltó a la libertad
Rudolf Nureyev fue uno de los mejores bailarines en la historia del ballet. De origen tártaro, nació en la Unión Soviética en 1938, y hacia el final de los años 50 ya se había transformado en un mito en el mundo de la danza.
En 1960, el famoso ballet Kirov inició una larga gira por los países de Occidente, y entre sus bailarines, el que causaba mayor expectativa era, justamente, Nureyev. Sus actuaciones en París fueron descollantes y los críticos lo llenaron de alabanzas. Después de cada función el joven Rudy (como lo conocían sus amigos) se volcaba a la noche parisina sin ninguna restricción, y con un nuevo grupo de amigos deambulaba de boite en boite, de bar en bar, de cabaret en cabaret. Llegaba a su hotel a la madrugada, y nuevamente esa noche volvía a danzar maravillosamente. Los comisarios políticos del Kirov empezaron a hostigarlo y a prohibirle sus escapadas nocturnas. Pero Rudy no les hizo caso, y siguió con una vida en que combinaba el vértigo y el escándalo con la danza y las actuaciones sublimes.
Tres días antes de que el Kirov de dirigiera a Londres para una serie de presentaciones, el más alto funcionario de la KGB en el ensamble -un tipo llamado Vitaly Strizhevsky- decidió que Rudy no sería de la partida. Al llegar al aeropuerto le dijo que en vez de ir a Londres viajaría a Moscú, donde bailaría en una función para altos dignatarios en el Kremlin.
Una emboscada
Nureyev de inmediato entendió que se trataba de un castigo y una emboscada, y sintió que jamás volvería a viajar a Occidente. Se desesperó y trató de convencer al director de que lo dejase ir al Reino Unido. La respuesta fue un no rotundo. El próximo avión a Moscú salía tres horas después del vuelo a Londres. Esas tres horas lo salvaron, y su salvadora fue nada menos que Clara Saint.
Varios de sus amigos franceses, compañeros de farras y festejos, habían ido a despedirlo al aeropuerto de Le Bourget. Cuando Rudy supo lo que le aguardaba, les pidió que lo ayudaran, pero nadie se animó. Todos pertenecían al pequeño mundo de la danza y no querían enemistarse con el establishment soviético. De pronto, y cuando todo parecía perdido, alguien tuvo la idea de llamar a Clara, quien a pesar de su corta edad tenía amplios contactos en los círculos políticos franceses. Había sido novia del hijo de André Malraux, quien unos meses antes había muerto en un accidente automovilístico en la Rivera, manejando el auto de Clara.
Lo más importante para Rudy fue que Clara era una mujer valiente.
Al llegar al aeropuerto lo encontró en el bar, rodeado por tres agentes de la KGB. Preguntó si podía despedirse y, al verla tan joven y delgada, tan inofensiva y frágil, le dijeron que estaba bien. Nureyev le dijo que lo estaban reteniendo contra su voluntad y que quería exiliarse.
De inmediato, Clara buscó a la policía del aeropuerto y les explicó la situación. Le dijeron que Nureyev era quien debía pedir asilo; sólo entonces podían actuar y protegerlo. Clara les dijo que los agentes no se despegaban de él ni por un segundo, y que no le permitirían dirigirse a la pequeña oficina. Entonces, y gracias a su insistencia, el jefe de la policía de Le Bourget decidió que dos de sus hombres de civil irían al bar y pedirían café. Todo lo que Rudy tenía que hacer era acercarse a ellos y decirles que quería quedarse en Francia.
Clara regresó al bar y con su mejor cara de inocencia pidió hablar con él. Los agentes volvieron a decirle que estaba bien. Le habló al bailarín al oído, le explicó la situación y le dio un beso en cada mejilla. Nureyev se puso de pie y con lentitud, sin apuros ni nerviosismos, dio los seis pasos que lo separaban de la barra y de los policías. Al llegar, los agentes de la KGB ya convergían sobre él. Pero era tarde. Les dijo a los franceses cuál era su voluntad y lo llevaron a la prefectura. Al cabo de una hora había iniciado su exilio.
Mirado desde una perspectiva fría, todo fue muy simple. No hubo ni las carreras, ni los saltos de murallas, ni las persecuciones en el tarmac de los que habló cierta prensa sensacionalista en ese año 1961. Fueron seis pasos y un puñado de palabras. Eso fue todo. Luego una nueva vida al otro lado de la valla. Pero este episodio fue esencial para crear conciencia sobre el yugo bajo el que vivían los artistas e intelectuales en la Unión Soviética y el resto del mundo comunista.
Clara Saint no es nuestra única mujer olvidada. Hay más, muchas más. Y eso es horrible. Quizás alguno de los candidatos a la Presidencia tendrá la visión de fomentar, dentro de su programa de cultura -si es que alguna vez llegan a tener programa de cultura-, un proyecto que busque recuperar y recordar las contribuciones de tantas mujeres en tantas esferas durante tantos años. Mujeres a las que hemos olvidado. Pioneras en las ciencias, pioneras en la aviación, en el deporte, en las artes plásticas y la literatura, en la diplomacia, en la educación, en la defensa del medioambiente, en el mundo de las organizaciones no gubernamentales, en los esfuerzos por lograr la paz en el mundo, en la academia internacional y en tantas otras esferas. Lo merece el país, lo merecen estas mujeres hoy olvidadas, lo merecen nuestras hijas y, desde luego, nuestros hijos y nietos también.
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En lo salvaje yace la preservación del mundo
En la primera entrevista que Douglas Tompkins trató el tema de su ideología, la ecología profunda, me dijo que Henry David Thoreau representaba para él “una figura seminal”. La admisión no tenía nada de espectacular, por cierto, puesto que en Estados Unidos Thoreau es venerado hace décadas como el padre del movimiento conservacionista. El asunto iba por otro lado: en Walden, el más famoso de sus libros, Thoreau afirmaba lo siguiente: “No hay olor tan fétido como aquel que emana de la bondad infectada. Es humano, es divino, es putrefacto. Si supiera con certeza que un hombre viene a mi casa con la intención consciente de hacerme el bien, saldría corriendo por mi vida”. Thoreau incluso se mofaba de un filántropo imaginario que viajaba hasta la lejana Patagonia para esparcir su bondad. Tompkins, un tipo inteligente, se rió con ganas y esquivó el golpe con astucia y arrojo (en el año 2001 su situación era tambaleante en Chile): “Thoreau era irónico. Cínico en su manera de apreciar el concepto de amabilidad humana. Quizás ésa sea la actitud chilena ante lo que estamos haciendo. Puede que aquí sean más thorovianos de lo que yo pensaba”.
El miércoles se cumplieron 200 años del nacimiento de Thoreau. La conmemoración pasó bastante inadvertida entre nosotros. Y como no hay un pensador más atrayente que Thoreau, más provocador, más simple, más sabio (sus arengas en contra del trabajo son notables; el ensayo Desobediencia civil debiera ser lectura obligatoria en los liceos y colegios), para mí es evidente que su relativa invisibilidad se debe a que casi todos sus libros han sido pésimamente traducidos. De tanto en tanto, las trasnacionales dejan caer versiones repletas de españolismos. Y, claro, nadie aquí tiene tiempo que perder en una lectura que suena demasiado ajena. Alguien debiera hacer algo, al menos con Walden, o la vida en los bosques, esa obra maestra que Thoreau publicó sin pena ni gloria en 1854.
En 1845 Thoreau se retiró a vivir a un bosque cerca de Concord, su pueblo natal en Nueva Inglaterra, a orillas de una laguna llamada Walden. El propósito del joven -tenía 28 años- era meditar acerca de la paradójica situación de la humanidad. Discípulo y jardinero del filósofo Emerson, quien siempre lo miró a huevo, Thoreau intentaba demostrar en carne propia que mientras menos trabajara el hombre, mayores serían los beneficios para él y su comunidad. Al bosque llegó con lo puesto y un hacha prestada, que le sirvió para construir la diminuta cabaña que habitó por los siguientes dos años. Durante ese tiempo vio a muy poca gente pero escribió mucho. Sus confidentes -así lo expresó- fueron los árboles, las bestias, los pájaros y los peces. Y si bien hay chismosos que aseguran que de vez en cuando nuestro hombre bajaba a pueblo para que su mamá le lavara los calzoncillos, lo cierto es que Walden es uno de los más hermosos tratados sobre la contemplación que se han escrito.
Tres años antes de publicar Walden, Thoreau dio una conferencia en el Lyceum de Concord que hoy en día es famosa. El tema que trató fue la relación entre Dios, el hombre y la naturaleza. Las palabras con que cerró su arenga ayudaron a preservar millones de hectáreas de bosque nativo en el mundo. Los maravillosos parques nacionales de Estados Unidos, por dar un ejemplo, constituyen uno de los legados más vistosos de nuestro hombre. En Los bosques de Maine (1864), Thoreau habló por primera vez de “reservas nacionales”. El concepto fue atesorado por el gran naturalista John Muir, quien propuso en 1890 al Congreso estadounidense una ley que salvaguardara la zona que llegaría a convertirse en el Parque Yosemite, el primero de su especie. Más cerca de nosotros, cabe suponer que sin el chispazo inicial de Thoreau gente como Douglas Tompkins jamás hubiese llegado a proteger lo nuestro. Un mes después de la muerte de Thoreau, en mayo de 1862, The Atlantic publicó el ensayo Caminar, y allí, en un párrafo destacado, figura la frase que hizo historia: “En lo salvaje yace la preservación del mundo”.
Hace 17 años, la cofundadora de Burt’s Bees comenzó a comprar la tierra del estado de Maine por la que su ídolo, Thoreau, había alguna vez caminado. Y cuando adquirió la cantidad suficiente, cerca de 35 mil hectáreas, la donó al gobierno. Poco antes de concluir su presidencia, Barack Obama decretó la protección de esos mismos bosques, los bosques de Katahdin. Así pasaron a ser el más reciente parque nacional de Estados Unidos (en 2016 se festejó el centenario de la creación del Servicio de Parques Nacionales de ese país). La inspiración thoroviana sigue promoviendo la preservación del mundo. Aunque la depredación, claro está, también cuenta con sus paladines: la administración de Donald Trump está estudiando en este minuto la posibilidad de permitir la tala y la caza en Katahdin.
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El Perú encalla
El Perú es una buena prueba de que el progreso, esa noción que inauguró la era moderna a partir del siglo XVIII en política (en las ciencias lo había hecho un siglo antes), no es rectilíneo ni está predeterminado. Porque si un país latinoamericano parecía, en las últimas dos décadas, haber despegado de forma definitiva y haberse constituido en modelo para la región, ese era el Perú, pero de un tiempo a esta parte ha dado un paso lateral o quizá sea mejor decir un paso atrás.
Cualquiera que eche un vistazo a lo que allí sucede concluirá que su clase política está entre las más devaluadas de América Latina: todo en ella parece una astracanada, una representación lúdica hecha para entretener a la galería. No habita en ella, con honrosas excepciones, un sentido de lo que importa ni una capacidad para confinar sus enconos dentro de límites razonables y consolidar los avances notables que el país había realizado en términos políticos y económicos.
El Presidente Kuczynski cumple un año de gobierno y parece que cumpliera 10 o 15 por el esfuerzo desgastante que él y su gabinete ministerial deben hacer cada día para sobrevivir al ambiente asfixiante en el que tienen que maniobrar. El gobierno recibe, con aire de desconcierto, un embate cotidiano de los partidos políticos, la prensa, ciertas instituciones de la sociedad civil y hasta organismos estatales en los que sus adversarios han colado “topos” como si se tratara de un gobernante ilegítimo o de un enemigo del Perú.
El resultado de todo esto es el agravamiento del clima en el que se desarrolla la vida política, institucional y, en parte, económica. Ese clima ya estaba afeado por cuatro factores antes de intensificarse el asedio reciente contra el debilitado gobierno.
Un factor era la parte baja del ciclo de las materias primas, que afecta a buena parte de América Latina, pero especialmente a países como el Perú, cuya dependencia es desproporcionadamente alta (como otros países dependientes de materias primas, muchas industrias no necesariamente vinculadas a ellas se ven menguadas por la reducción del dinamismo que supone atravesar la parte baja del ciclo).
El segundo factor es el entrampamiento que tiene paralizados proyectos de inversión, muchos de ellos vinculados a la infraestructura, por cerca de 20 mil millones de dólares. Ese entrampamiento viene de la ineptitud burocrática, la judicialización de la vida política, el caos que es la descentralización inaugurada a inicios del nuevo milenio y la inseguridad jurídica por los constantes vaivenes normativos de las últimas administraciones.
Un tercer factor que de por sí complicaba las cosas era la naturaleza, que se ensañó hace unos meses, mediante el fenómeno bautizado “Niño costero”, con algunas regiones del Perú pero muy particularmente con la costa norte, una de las zonas de mayor empuje empresarial de los nuevos tiempos.
Por último, el caso “Odebrecht”, que afecta a varios gobiernos anteriores y sólo tangencialmente a este, había dado recientemente pie a una incertidumbre que en nada ayudaba a reconstruir la confianza necesaria para que los “espíritus animales” se pusieran en marcha. La caza del jabalí, antes que la búsqueda de la verdad y la justicia, es lo que ha prevalecido a raíz de las revelaciones de la corrupción peruana vinculada a las empresas brasileñas.
Este era el contexto en el venía operando Kuczynski, con paciencia y buen humor, durante meses. Pero a todos los factores mencionados hay que sumarles, desde hace algunas semanas, con pequeños respiros tácticos que nada cambian hasta ahora, la campaña destructiva que ha llevado a cabo el fujimorismo, la fuerza que controla el Congreso y que tiene a varios de los principales medios de comunicación muy cerca, para hacer fracasar al nuevo gobierno. Desde que la alianza entre los seguidores del dictador Odría y el Apra frustró el primer gobierno de Fernando Belaunde en los años 60 (y propició en cierta forma el golpe del general Velasco), no se veía algo igual. Tumbar ministros, revertir medidas ejecutivas, coludirse con personajes de la Contraloría empeñados en paralizar proyectos, convalidar escuchas ilegales sin ninguna importancia real, amenazar a los adversarios, devaluar el lenguaje político y hacer un populismo de derechas camuflado bajo sofismas morales parece ser lo primordial para la oposición fujimorista y sus aliados, el Apra y una parte de Acción Popular, el antiguo partido de Fernando Belaunde.
La razón es fácil de entender. El fujimorismo estaba a las puertas del poder el año pasado cuando su candidata obtuvo alrededor de 40% de los votos en la primera vuelta y el actual Presidente apenas la mitad de ese respaldo. Durante la campaña de la segunda vuelta, sin embargo, como tantas veces en las últimas dos décadas, las fuerzas democráticas, que cubren un espectro que va de la izquierda a la centroderecha, se movilizaron para cerrarle el paso con éxito y otorgar el triunfo a Kuczynski. El fujimorismo colaboró intensamente con sus adversarios, hay que decirlo, por tener en puestos prominentes a un personaje investigado por la DEA por lavado de dinero y a un sujeto sin escrúpulos que manipuló audios para tratar de torcer el testimonio de un testigo de la DEA en coordinación con un programa de televisión nostálgico de los años de Vladimiro Montesinos.
La composición del nuevo Congreso, sin embargo, refleja el resultado de la primera vuelta, no de la segunda, pero de un modo desproporcionado, por obra del sistema electoral imperante. Así, los herederos y seguidores del ex dictador obtuvieron 73 de 120 escaños, es decir tres cuartas partes del Congreso. Aunque han perdido dos parlamentarios por el camino, hay que sumarle a esa bancada el voto de los apristas y, sorprendentemente, de una parte de Acción Popular, que tampoco perdona a Kuczynski haberlo desplazado de la segunda vuelta.
La representación parlamentaria de Kuczynski, para colmo, suma apenas la sexta parte del Congreso, carece de un liderazgo claro y hay en ella algunos náufragos de otras aventuras políticas que restan bastante más de lo que suman.
El gabinete de Kuczynski, compuesto por técnicos del mejor nivel en gran parte, se ha visto impotente para impedir que el Congreso se lleve de encuentro a varios de sus ministros a pesar de contar con armas legales y constitucionales contundentes para asegurar la gobernabilidad. Una de ellas es la posibilidad de plantear una cuestión de confianza ante la posibilidad de que un ministro sea censurado, haciéndola extensiva a todo el gabinete. Si la oposición les negara la confianza a dos gabinetes seguidos, el Presidente podría disolver el Congreso y convocar nuevas elecciones parlamentarias.
Esta opción era un clamor entre las fuerzas democráticas responsables de haber impedido el regreso del fujimorismo al poder en las últimas dos décadas cuando la oposición tumbó al ministro de Educación, que venía del gobierno de Ollanta Humala y gozaba de un sólido prestigio. El Presidente hubiera recibido el apoyo masivo de una ciudadanía indignada con la labor vengativa del fujimorismo, además de que el aura de triunfo da siempre a un Presidente recientemente electo una ventaja en las urnas. Pero para evitar confrontaciones e inestabilidad, Kuczynski prefirió sacrificar a su ministro. El resultado fue que el fujimorismo le ganó la moral al Poder Ejecutivo y ha acabado con varios ministros más desde entonces, le ha bloqueado o frustrado distintas iniciativas y le ha impuesto a figuras de debatibles credenciales democráticas en instancias estatales desde donde se dedican a hacer política menuda en lugar de ocuparse de sus funciones.
El rol de la prensa supérstite de la década negra de los años 90 ha sido especialmente nefasto, sirviendo de caja de resonancia al fujimorismo en lugar de tratar de frenar esta campaña lesiva para el país y abonar en favor de un mejor clima institucional y económico. Con pocas excepciones y a veces con hipocresía, muchos medios o periodistas que estuvieron cerca del fujimorismo tratan a Kuczynski como si fuera Belcebú a pesar de que tienen coincidencias con él en materia de orientación económica.
El impacto de este clima enrarecido ha dañado la economía, que este año no crecerá mucho más de 2%. La inversión privada, que está en caída desde 2014, ahora se ha estabilizado, pero eso sólo significa que este año crecerá en el mejor de los casos 0,5%. Ciertos sectores vitales para la demanda interna, como la construcción, están ya en recesión.
Para reanimar al capital privado, Kuczynski ha intentado sacar adelante alguno de los proyectos emblemáticos que requieren concesiones del Estado al sector privado o distintas modalidades de colaboración, como asociaciones público-privadas. Todos los intentos se han visto frustrados por el sabotaje de la oposición, al que la impericia política de un gobierno de técnicos que carece de grandes reflejos defensivos no ayuda precisamente a obtener victorias en ningún frente.
Naturalmente, viendo la debilidad del Presidente, un sector del fujimorismo ha vuelto a la carga para tratar de forzar a Kuczynski a indultar al ex dictador Alberto Fujimori, preso (en unas instalaciones cómodas en comparación con las cárceles comunes) por graves violaciones de los derechos humanos, secuestro agravado y corrupción. Otro sector del fujimorismo, vinculado a la hija de Fujimori que fue candidata presidencial, prefiere que el ex gobernante no salga por ahora de la cárcel porque teme que le arrebate el partido y en las próximas elecciones construya una lista parlamentaria con sus favoritos. El hermano de la ex candidata, también congresista, junto con una parte minoritaria de la bancada fujimorista, tiene en cambio como prioridad absoluta sacar al padre de la cárcel, a diferencia de la hija, cuyo propósito inmediato es destruir a Kuczynski y llegar al poder.
Esta división, que la prensa peruana exagera más de la cuenta, añade leña a fuego, enviando a los agentes económicos señales de caos, imprevisibilidad y confrontación disuasorias para la inversión. Como si no hubiera ya bastante incertidumbre en el hecho de que varios ex presidentes están en problemas (Alejandro Toledo está prófugo y el gobierno intenta extraditarlo, Ollanta Humala y su mujer están en la cárcel mientras se los investiga, aunque podrían salir en libertad muy pronto, y Alan García no parece enteramente libre de riesgos), el presidiario Fujimori sigue enrareciendo la política peruana. Kuczynski gana algo de tiempo, mientras tanto, entregando a un grupo de médicos la responsabilidad de evaluar la salud de Fujimori antes de tomar una decisión sobre el indulto, que jurídicamente resulta harto dificultoso.
La política peruana se empeña en seguir impidiendo la consolidación de las instituciones y de dar a la vida económica y social un marco estable y previsible. A pesar de los mejores esfuerzos de Kuczynski.
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Tejado de vidrio
NO SÉ qué molesta más. La apatía de Enel o la foto de Lavín en el Hotel Ritz donde alojó a algunas familias afectadas por el corte de luz. Que la empresa eléctrica no estuvo a la altura, es un hecho de la causa. Lo reconocen ellos mismos. Pero, que hay mucho aprovechamiento político de todo esto, también es cierto.
Enel tiene razón al decir que ninguna empresa puede estar preparada para un evento que sucede cada 50 años. Pedirle aquello sería irracional. Pero también es claro que el tiempo de reacción superó todos los límites. Para qué hablar de su nula estrategia de contención de la situación. Porque la nevazón estaba súper anunciada. Se dice que los daños que provocaron la caída de árboles fueron superiores a los del terremoto del 2010, pero la diferencia es fundamental: ese fue un evento inesperado. El de ahora, por el contrario, era esperado, por lo que hubo tiempo para prepararse mejor. No hay excusas para ello. Y Enel pagará la cuenta de aquello, en términos de imagen y eventuales multas y demandas.
Pero dicho lo anterior, el tema de la luz no da para sacar muchas conclusiones más. Aquí lo que está en cuestión es la capacidad de una empresa para enfrentar crisis, que es importante, pero nada más. Y habrá que proceder al respecto. Por eso, está bien la indignación, pero todo debe tener una proporción.
En el caso del gobierno esto es claro. Dicen que toda empresa que entrega servicios básicos debe actuar con responsabilidad. Y tienen razón. Pero la cosa es que esa es una vara que parece que no corre para ellos. Por ejemplo, esta misma semana se informó que la lista de espera en los hospitales, por primera vez, se acerca a los dos millones de casos. Y nadie dice nada.
¿Qué es peor? ¿Estar una semana sin luz, o esperar 400 días para una operación? La comparación no pretende justificar a Enel, pero digamos las cosas como son: si nos queremos poner exigentes, seamos consecuentes. El gobierno tiene mucho tejado de vidrio para andar tirando piedras a granel.
También resulta curioso, por decir lo menos, que algunos temas escalen a nivel de escándalo público y otros no. Porque, en el caso de la salud, nadie dice nada. Y lo peor es que, a diferencia de la luz, que es un tema que hace crisis pocas veces, el de la salud es permanente. Siempre es así. Es como si siempre dos millones de personas estuvieran por más de un año sin luz. Y nunca se ha visto a un alcalde llevar a los enfermos a una clínica privada para solucionar el problema.
Algunos dicen que hay una diferencia fundamental. Que a las empresas privadas se les paga por entregar el servicio, mientras el Estado no cobra o subsidia, por ejemplo, la salud o la educación. Bueno, ese es otro error. Al Estado le pagan todos los chilenos mediante impuestos cada vez mayores. Nada es gratis. Ni siquiera la tan debatida gratuidad universitaria. Por algo se subieron lo impuestos para financiarla. Visto de esta manera, las exigencias deben ser las mismas para todos. Entonces, seamos duros con Enel, pero también con todos aquellos que prestan servicios, sean los privados o el Estado. Y veamos de paso quién está más al debe en todo esto.
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