Álvaro Bisama's Blog, page 103
August 20, 2017
Ultimátum para el reencuentro nacional
Me interesa dejar por escrito un testimonio. La última gran crisis del país fue la del 73. Fue dramática, costosa en vidas, y generó nuevamente una gran división, como en la guerra civil. En esa crisis falló la clase política completa, y todos tenemos algo de responsabilidad. Nadie puede alegar superioridad moral hoy. Cuando vuelve la democracia, guste o no, lo hace organizada impecablemente por la “dictadura” en un comportamiento inédito donde el dictador deja el poder por las urnas. En la nueva etapa desde el 90, casi todos los actores políticos del momento habían vivido en carne propia la crisis y sabían que no se debería repetir nunca más. La Concertación buscó la convivencia y los acuerdos. Empezó a sanar las heridas, con la idea de que vamos todos en el mismo carro con ideas muy diferentes que no se pueden imponer a los demás. Un 45% de la población votó por Pinochet, es decir, representaba un porcentaje muy relevante de la población. Es parte de la historia que las nuevas generaciones no quieren reconocer.
Bajo esta premisa de los acuerdos y la sanación de las heridas, el país se siguió desarrollando como nunca en la historia. Literalmente llegamos a ser los primeros de América Latina en casi todos los indicadores, respetados e imitados. Eso fue así, hasta que volvió la ideología del avanzar sin transar, el rechazo gutural y taxativo a los acuerdos, la necesidad de refundación del país usando la retroexcavadora, de modo que no quedara nada del pasado. Tras cuatro años de ese tipo de gobierno nuevamente la polarización trae lo peor de todos nosotros, y como es su tradición histórica, deteriorando seriamente la economía, las cuentas fiscales y la convivencia. La necesaria convivencia como objetivo se abandonó, y se transformó en sed de venganza. A las generaciones jóvenes les contaron una visión de la historia absolutamente unilateral, idealizada y sesgada de modo que acusaron a sus padres de traidores de la causa, de vendidos. Ellos terminarían la “noble” tarea de Allende que, según dicha historia, creen que fue un gran gobernante destruido por el imperialismo.Mi testimonio es para señalar que aún estamos a tiempo de buscar una convivencia nacional, de practicar la tolerancia y el respeto mutuo. Hay que mirar al futuro sin olvidar el pasado, que debe entrar al trabajo minucioso de los buenos historiadores. De hecho es quizás la última posibilidad antes de que el odio entre los chilenos sea demasiado grande. Por cierto, muchos dirán que es una exageración, pero no lo es. Es cosa de observar lo que está ocurriendo en Venezuela en este momento usando las mismas ideas anquilosadas.
La gran responsabilidad sin duda la tienen los líderes políticos de hoy, y en especial los candidatos que buscan acceso al poder. Todas las candidaturas deben hablar de alguna manera de la búsqueda de unidad nacional y sana convivencia democrática. Pensar diferente es maravilloso cuando hay tolerancia y lo peor cuando hay totalitarismo. Hasta el momento solo Piñera y Goic hablan de la unidad nacional. Guillier dice que la misión es evitar que salga elegida la derecha. El Frente Amplio llama nuevamente a una refundación real del país, pero solo con su visión. El centro encabezado por Ciudadanos es por esencia la premisa de los acuerdos y unidad, pero no tienen candidato.
Dejo escrito este testimonio, porque no creo que sea escuchado. Ama la paz aquel que conoce la guerra. Busquemos paz entre los chilenos antes de que sea tarde.
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Boomerang
A finales de la década de los ochenta, un escándalo sexual terminó con la carrera del pastor evangélico Jimmy Swaggart. Hace sólo cuatro años, la reputación y posibilidades electorales de Andrés Velasco se vieron duramente golpeadas con motivo de que se revelara el pago de 20 millones de pesos por un almuerzo con los ejecutivos del grupo Penta. Esta semana el Frente Amplio enfrentó su primera crisis política, a propósito de una disputa de poder interno, cuyo desarrollo se ventila profusamente por la prensa.
Guardando las debidas proporciones, los casos descritos tienen dos elementos en común. Primero, se rompe el aura de sus protagonistas, a resultas de un discurso publico que choca con la realidad de los hechos privados. Segundo, el juicio de reproche hacia ellos se torna especialmente ácido y virulento, como correspondiéndoles por la dureza con que, esos mismos que ahora son sorprendidos, antes se deleitaban apuntando con el dedo a los demás.
Presa de esa vanidad que desatiende la experiencia, adornado de un adolescente mesianismo puritano, y quizás genuinamente compenetrados de los propios personajes que se construyeron; lo que debió ser una habitual disputa de poder al interior de una coalición política, termina convertido en una histérica teleserie. En los hechos, no sólo han quedado como uno novatos; sino peor, que dicha condición no deviene precisamente de su atribuida pureza y candidez.
Y lo que queda en las imágenes no resulta muy alentador. La competencia no es para todos, como pareció querer imponerse por segunda vez. La participación y la asamblea es para los militantes, pero los dirigentes y controladores siempre pueden cocinar en reuniones de media noche. Bien la democracia y deliberación interna, salvo para expulsar a un adversario. Para dos situaciones similares, como por ejemplo manejar bajo influencia del alcohol, se puede reprochar éticamente a una y justificar legalmente a la otra. Tratándose de la campaña, que importa hacer rimbombantes declaraciones sin haber escuchado el audio, y ridículamente catalogarlo de una agresión machista, si total siempre se puede cambiar de opinión 24 horas después. Me gusta twitter para divulgar mis ideas de manera breve e ingeniosa, pero me duele cuando me critican de forma tan injusta. Y cuando no se está en el grupo chico, importa poco que se ayudara a inscribir el partido o se facilitara la primaria.
En fin, y pese a que la lista es más larga, ya parecen haber superado, más temprano que tarde, este primer y tan comentado impasse. Y aunque entre más alto se cae más fuerte, esto es menos grave de como les parece a sus protagonistas. Se van de este episodio con el ego herido, un poco aturdidos y probablemente bien avergonzados, pero siguen de pie para la próxima batalla. ¡Bienvenidos a la política!
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Ni por la prensa
La noticia que el informe de productividad que acompaña a la tardía reforma previsional del gobierno prevé que el alza prevista de 5% de las cotizaciones puede significar una pérdida de hasta 394.000 empleos y una rebaja en el sueldo líquido cercana al 3%, se tomó la agenda. En una entrevista radial se consultó sobre esto a la Presidenta Michelle Bachelet, quien sorprendió al decir que “desconozco esos estudios, cuán serios son. Hoy día no tuve tiempo para leer el diario y no conozco el estudio en general”.
La Mandataria no solo desconocía el informe, que acompaña un proyecto de ley suyo, y puso en duda su seriedad, sino que ni siquiera se enteró por la prensa, como al menos ha sucedido con otros temas. Otras autoridades salieron en su auxilio y dijeron que si bien ella no tuvo acceso al informe, lo conocía en “su alma”. ¿Cómo hace una persona para desconocer en general un informe, pero a la vez conocer su alma? Difícil precisarlo.
Lo cierto es que desconocía totalmente las consecuencias de la reforma que se enviaba al Congreso. Pero eso tiene una explicación: simplemente porque no importan. ¿Cómo es eso posible? Porque se persiguen dos objetivos que las hacen secundarias. Por un lado, obtener un impacto político de cara a las elecciones al “sacar a la derecha al pizarrón”. Y que esto enturbie más el ambiente económico y social no es relevante; sí lo es aferrarse al poder. Por otro, hacer las reformas solo por darse la satisfacción ideológica de haberlas impulsado como legado político, sin que cuenten los detalles ni los costos de hacerlas, como sucedió con los cambios a la legislación laboral, tributaria y educacional. El fin es dejar el país más a la izquierda, lo que se piensa irreversible, y eso sí que se ve como un logro.
Pero hubo otra cosa sorprendente en la entrevista radial, ya que la Presidenta comparó su gobierno con el anterior del expresidente Sebastián Piñera, sentenciando que “cuando yo comparo lo que hemos hecho nosotros versus lo que él hizo en esas mismas áreas, nosotros lo hemos hecho mucho mejor”. Una desconexión total con la realidad, negándose a reconocer las derivaciones negativas que muchas de las políticas que ha emprendido han tenido sobre la inversión, que ha bajado persistentemente en los últimos cuatro años, el empleo real (los que más se crean son trabajos por “cuenta propia” o en servicios públicos) y el crecimiento económico. No en vano su aprobación como mandataria se ha desplomado, según todos los sondeos.
La pretensión de la Presidenta de haber tenido una mejor gestión será sometida a fines de año a un “test de audiencia”. Al comenzar su gobierno nadie pronosticaba que su antecesor sería su sucesor, como ahora sugieren las encuestas. Si acontece, habrá una sola causa y no es otra que el pobre desempeño de su administración. Ella podrá sostener lo que quiera, pero el público será el que decida.
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Giorgio,el bueno
Giorgio nunca utilizó los pasajes que le pagaba el Congreso para promocionar la formación de su partido político. Giorgio nunca ha pretendido manipular la candidatura de la Bea.
Giorgio no tuvo ninguna relación con la bajada de Yerko Ljubetic ni la de Javiera Parada.
Tampoco estuvo detrás del grupito que armó el desastre de reforma educacional y que luego huyó del ministerio.
Giorgio nunca pidió que la Nueva Mayoría lo blindara en la elección parlamentaria.
Giorgio se abstuvo de votar en contra de la dictadura de Maduro porque no participa de acuerdos que se discuten “en cinco minutos”. Giorgio se pela, cual Luca Prodan, “por el asco que da tu sociedad, por el pelo de hoy, ¿cuánto gastaste?”.
Camila fue tremendamente injusta con Giorgio cuando lo acusó de “mansplaining”.
Giorgio nunca ha tomado lujosas vacaciones en Marbella. Giorgio considera “desinformados o derechamente malintencionados” los comentarios que vinculan alguna protección hacia su candidatura.
A Giorgio le da vergüenza ganar cerca de 9 millones de pesos al mes. Giorgio y Camila incluso devolvieron los viáticos de un viaje a Finlandia.
Giorgio criticó a Guillier por preferir el asado y la siesta antes que cumplir con el deber cívico de votar en las primarias.
Giorgio le paró los carros a Bonvallet, porque alguien tenía que hacerlo alguna vez.
Giorgio asegura que “nunca le prometimos lealtad al gobierno” y que si algunos “revolucionarios” se consiguieron peguitas en el Estado, solo se trató de “servidores públicos” que quisieron aportar en agendas específicas.
Y, por supuesto, Giorgio nunca, pero nunca, pretendió bajar la candidatura de Mayol, porque -como él mismo señaló alguna vez- “cumple con los requisitos mínimos para poder ser un candidato dentro del Frente Amplio”.
¿A qué viene, entonces, tanta polémica?
Giorgio nos ha obsequiado su tiempo y sus esfuerzos para protegernos de esa “política añeja que tan mal le ha hecho a Chile”, como dijo su amigo Boric. Giorgio ha relegado sus propios sueños e intereses para entregarse por completo a esta obra magnánima de limpieza y restauración. Giorgio no busca el poder, ¡por favor!
Giorgio, afortunadamente, es resiliente.
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August 19, 2017
La sangre derramada
El terrorismo fascinó siempre a Albert Camus y, además de una obra de teatro sobre el tema, dedicó buen número de páginas de su ensayo sobre el absurdo, El mito de Sísifo, a reflexionar sobre esa insensata costumbre de los seres humanos de creer que asesinando a los adversarios políticos o religiosos se resuelven los problemas. La verdad es que salvo casos excepcionales en que el exterminio de un sátrapa atenuó o puso fin a un régimen despótico –los dedos de una mano sobran para contarlos- esos crímenes suelen empeorar las cosas que quieren mejorar, multiplicando las represiones, persecuciones y abusos. Pero es verdad que, en algunos rarísimos casos, como el de los narodniki rusos citados por Camus, que pagaban con su vida la muerte del que mataban por “la causa”, había, en algunos de los terroristas que se sacrificaban atentando contra un verdugo o un explotador, cierta grandeza moral.
No es el caso, ciertamente, de quienes, como acaba de ocurrir en Cambrils y en las Ramblas de Barcelona, embisten en el volante de una camioneta contra indefensos transeúntes –niños, ancianos, mendigos, jóvenes, turistas, vecinos- tratando de arrollar, herir y mutilar al mayor número de personas. ¿Qué quieren conseguir, demostrar, con semejantes operaciones de salvajismo puro, de inaudita crueldad, como hacer estallar una bomba en un concierto, un café o una sala de baile? Las víctimas suelen ser, en la mayoría de los casos, gentes del común, muchas de ellas con afanes económicos, problemas familiares, tragedias, o jóvenes desocupados, angustiados por un porvenir incierto en este mundo en que conseguir un puesto de trabajo se ha convertido en un privilegio. ¿Se trata de demostrar el desprecio que les merece una cultura que, desde su punto de vista, está moralmente envilecida porque es obscena, sensual y corrompe a las mujeres otorgándoles los mismos derechos que a los hombres? Pero esto no tiene sentido, porque la verdad es que el podrido Occidente atrae como la miel a las moscas a millones de musulmanes que están dispuestos a morir ahogados con tal de introducirse en este supuesto infierno.
Tampoco parece muy convincente que los terroristas del Estado islámico o Al-Qaeda sean hombres desesperados por la marginación y la discriminación que padecen en las ciudades europeas. Lo cierto es que buen número de los terroristas han nacido en ellas y recibido allí su educación, y se han integrado más o menos en las sociedades en las que sus padres o abuelos eligieron vivir. Su frustración no puede ser peor que la de los millones de hombres y mujeres que todavía viven en la pobreza (algunos en la miseria) y no se dedican por ello a despanzurrar a sus prójimos.
La explicación está pura y simplemente en el fanatismo, aquella forma de ceguera ideológica y depravación moral que ha hecho correr tanta sangre e injusticia a lo largo de la historia. Es verdad que ninguna religión ni ideología extremista se ha librado de esa forma extrema de obcecación que hace creer a ciertas personas que tienen derecho a matar a sus semejantes para imponerles sus propias costumbres, creencias y convicciones.
El terrorismo islamista es hoy día el peor enemigo de la civilización. Está detrás de los peores crímenes de los últimos años en Europa, esos que se cometen a ciegas, sin blancos específicos, a bulto, en los que se trata de herir y matar no a personas concretas sino al mayor número de gentes anónimas, pues, para aquella obnubilada y perversa mentalidad, todos los que no son los míos –esa pequeña tribu en la que me siento seguro y solidario- son culpables y deben ser aniquilados.
Nunca van a ganar la guerra que han declarado, por supuesto. La misma ceguera mental que delatan en sus actos los condena a ser una minoría que poco a poco –como todos los terrorismos de la historia- irá siendo derrotada por la civilización con la que quieren acabar. Pero desde luego que pueden hacer mucho daño todavía y que seguirán muriendo inocentes en toda Europa como los catorce cadáveres (y los ciento veinte heridos) de las Ramblas de Barcelona y sembrando el horror y la desesperación en incontables familias.
Acaso el peligro mayor de esos crímenes monstruosos sea que lo mejor que tiene Occidente –su democracia, su libertad, su legalidad, la igualdad de derechos para hombres y mujeres, su respeto por las minorías religiosas, políticas y sexuales- se vea de pronto empobrecido en el combate contra este enemigo sinuoso e innoble, que no da la cara, que está enquistado en la sociedad y, por supuesto, alimenta los prejuicios sociales, religiosos y raciales de todos, y lleva a los gobiernos democráticos, empujados por el miedo y la cólera que los presiona, a hacer concesiones cada vez más amplias en los derechos humanos en busca de la eficacia. En América Latina ha ocurrido; la fiebre revolucionaria de los años sesenta y setenta fortaleció (y a veces creó) a las dictaduras militares, y, en vez de traer el paraíso a la tierra, parió al comandante Chávez y al socialismo del siglo XXI en la Venezuela de la muerte lenta de nuestros días.
Para mí, las Ramblas de Barcelona son un lugar mítico. En los cinco años que viví en esa querida ciudad, dos o tres veces por semana íbamos a pasear por ellas, a comprar Le Monde y libros prohibidos en sus quioscos abiertos hasta después de la medianoche, y, por ejemplo, los hermanos Goytisolo conocían mejor que nadie los secretos escabrosos del barrio chino, que estaba a sus orillas, y Jaime Gil de Biedma, luego de cenar en el Amaya, siempre conseguía escabullirse y desaparecer en alguno de esos callejones sombríos. Pero, acaso, el mejor conocedor del mundo de las Ramblas barcelonesas era un madrileño que caía por esa ciudad con puntualidad astral: Juan García Hortelano, una de las personas más buenas que he conocido. Él me llevó una noche a ver en una vitrina que sólo se encendía al oscurecer una truculenta colección de preservativos con crestas de gallo, birretes académicos y tiaras pontificias. El más pintoresco de todos era Carlos Barral, editor, poeta y estilista, que, revolando su capa negra, su bastón medieval y con su eterno cigarrillo en los labios, recitaba a gritos, después de unos gins, al poeta Bocángel. Esos años eran los de las últimas boqueadas de la dictadura franquista. Barcelona comenzó a liberarse de la censura y del régimen antes que el resto de España. Esa era la sensación que teníamos paseando por las Ramblas, que ya eso era Europa, porque allí reinaba la libertad de palabra, y también de obra, pues todos los amigos que estaban allí actuaban, hablaban y escribían como si ya España fuera un país libre y abierto, donde todas las lenguas y culturas estaban representadas en la disímil fauna que poblaba ese paseo por el que, a medida que uno bajaba, se olía (y a veces hasta se oía) la presencia del mar. Allí soñábamos: la liberación era inminente y la cultura sería la gran protagonista de la España nueva que estaba ya asomando en Barcelona.
¿Era precisamente ese símbolo el que los terroristas islámicos querían destruir derramando la sangre de esas decenas de inocentes al que aquella furgoneta apocalíptica –la nueva moda- fue dejando regados en las Ramblas? ¿Ese rincón de modernidad y libertad, de fraterna coexistencia de todas las razas, idiomas, creencias y costumbres, ese espacio donde nadie es extranjero porque todos lo son y donde los quioscos, cafés, tiendas, mercados y antros diversos tienen las mercancías y servicios para todos los gustos del mundo? Por supuesto que no lo conseguirán. La matanza de los inocentes será una poda y las viejas Ramblas seguirán imantando a la misma variopinta humanidad, como antaño y como hoy, cuando el aquelarre terrorista sea apenas una borrosa memoria de los viejos y las nuevas generaciones se pregunten de qué hablan, qué y cómo fue aquello.
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Los ángeles caídos
El Frente Amplio debería tener un gesto con todos -con la prensa, la opinión pública- y elaborar un manual de instrucciones para entenderlos. Una especie de Biblia que nos indique cómo reaccionar adecuadamente a sus torpezas, impericias y ansiedades mal administradas, sin que como respuesta tengamos una eterna monserga en torno a nuestras malas intenciones y sesgos, o peor aun, nuestra incapacidad para comprender que detrás de una maraña de imprudencias no hay otra cosa que un hervidero de virtudes que los impuros somos incapaces de apreciar.
Necesitamos un documento preventivo que nos ayude a entender cuáles son sus estilos, las maneras de relacionarse y los pulsos temporales en los que trabajan. Quizás así podríamos entender con nitidez la razón para que una persona, Alberto Mayol, a quien hasta hace un mes ellos mismos presentaban a la ciudadanía como un digno representante suyo como candidato presidencial, en un lapso de semanas se haya transformado en un monstruo manipulador, ególatra y misógino, que ahora han desenmascarado. Porque eso han hecho. Exhibir un relato al estilo Gremlins, la película ochentera que mostraba cómo unos bichos importados mutaban de peluches mimosos a engendros del demonio si se los alimentaba después de la medianoche. Lo dijeron tan tranquilos y lo que esperaban era que todos acatáramos -sobre todo el propio Mayol- sin que surgiera una erupción de dudas y una sorna monumental.
Si despejamos la chimuchina -los audios, declaraciones, la comisión funeraria de medianoche que va a anunciar la sentencia- y nos quedamos con el nudo argumental, tenemos un relato básico: el del Gremlin o Señor Hyde súbitamente descubierto. Frente a esa historia -que tomaremos como real para estos efectos- nos caben al menos dos explicaciones. La primera es que realmente hayan sido engañados desde un principio y desconocieran totalmente el desarrollo conductual del personaje. Esa posibilidad no sólo los deja como ingenuos, sino también como irresponsables. ¿Qué hubiera sucedido si Mayol gana la primaria? ¿Lo apoyan a pesar de todo? ¿O estaban tan seguros de que no ganaría y que sólo serviría para darle visibilidad al proyecto y a la candidata favorita? La segunda opción es que junto con apoyar a Alberto Mayol hicieran vista gorda a las aspiraciones que el candidato de ocasión -y subrayo de “ocasión”, porque lo mismo que Beatriz Sánchez, la candidatura de Mayol no surgió de la militancia del Frente Amplio- tendría una vez finalizado el proceso. Lo que ambas opciones tienen en común es la falta de previsión, un regusto instrumental en donde los medios se ajustan a los fines y a una ansiedad de poder similar a la del monstruo que nos acabaron describiendo durante esta semana.
En el camino se arregla la carga, dicen en el campo. Un dicho tradicional, agrario, al ritmo de la yunta de bueyes que poco se ajusta a la imagen modernosa y cosmopolita que muchos dirigentes del Frente Amplio insisten en difundir; un atributo luminoso que le suma encanto al boceto de monjes guerreros semilaicos, redentores comprometidos con una causa a la que adhieren de puro justos. Allí dentro nadie tiene intereses personales, sólo el deseo de hacer el bien sin mirar a quién. El inconveniente es que mientras insisten en proyectar esa imagen de pastoral juvenil de universitarios burgueses que ocupa sus feriados visitando miserias ajenas, lo que vemos desde acá afuera son las pugnas habituales a cualquier coalición política, que es justamente lo que son. El error de origen ha sido asumirse como santos antes de que se les conociera milagro.
“No somos ángeles”, dijo un distinguido dirigente del Frente Amplio, candidato a diputado, en una entrevista en televisión, luego de las bochornosas jornadas de esta semana, cuando empapelaron a los medios con comunicados públicos explicando una teleserie que a nadie, excepto a ellos, les concernía mantener bajo control. Lo dijo como si realmente creyéramos que habían caído del cielo y no bajado en bici desde el oriente de Santiago hasta las marchas de la Alameda. Como si realmente hubiéramos pensado que eran algo diferente. “No somos ángeles”, dijo el candidato, añadiéndole un nuevo elemento a una lista que suelen repetir los dirigentes del flamante Frente Amplio: no somos la Concertación, no somos la Nueva Mayoría, no somos el duopolio, no somos izquierda. Ya sabemos lo que no son. Espero que en el manual de instrucciones para comprenderlos en sus infinitos recovecos venga la respuesta clave a algunas preguntas que sospecho nunca han querido enfrentar: ¿Qué son? ¿Qué es realmente el Frente Amplio?
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Las reglas dela democracia
El ambiente puede resumirse como sigue: Guido Girardi insta al Tribunal Constitucional a no convertirse en “operador político de los sectores conservadores”; Fernando Atria afirma que, de no validarse la ley de aborto, Chile quedaría en ridículo “a nivel internacional”; la misma Presidenta Michelle Bachelet espera que el Tribunal acoja “la voz de la mayoría”; y, para no ser menos, Beatriz Sánchez pega autoadhesivos en la sede del Tribunal, acusándolo de ser autoritario y representativo de la “vieja política” (ya sabemos que el Frente Amplio carece de vicios).
Uno podría pensar que estas declaraciones forman parte de la rutina: diversos actores ejercen presión para inclinar la balanza de su lado en un tema especialmente polémico. Sin embargo, y más allá de la opinión que nos merezca el proyecto en cuestión, hay en el tono de estas afirmaciones algo inquietante. En el fondo, ellas son sintomáticas de un compromiso extremadamente débil, por no decir instrumental, con la democracia y sus mecanismos más básicos; como si el respeto por las reglas del juego dependiera del resultado obtenido.
La dificultad estriba en que la democracia no es solo el gobierno de mayorías, sino que es también conjunto de procedimientos. Éstos pueden parecernos engorrosos o innecesarios, pero son fundamentales para limitar el poder y proteger derechos. En ese sentido, como bien lo notaba Kelsen, el control de constitucionalidad no tiene por finalidad realizar un juicio definitivo sobre la bondad o maldad intrínseca de una norma, sino simplemente indicar si ésta es compatible con el orden constitucional (que, desde luego, puede ser modificado siguiendo ciertas reglas). El oficialismo está lejos de ignorar todo esto, pues ha recurrido muchas veces al TC; y, más aún, fue bajo el gobierno de Ricardo Lagos que sus atribuciones se vieron reforzadas. ¿Por qué extrañarse entonces de que una ley que afecta el derecho a la vida pase por un control de esta naturaleza? ¿Acaso no es al menos plausible pensar que una norma que permite atentar directamente contra la vida de un feto está en abierta tensión con el mandato constitucional que brinda protección al que está por nacer?
En tiempos de crispación política, resulta fundamental cuidar las instituciones que tienen la difícil e indispensable misión de arbitrar nuestras diferencias. Si esos mecanismos se desgastan y pierden legitimidad, la vida pública puede degradarse de modo acelerado, como lo saben algunos de nuestros vecinos latinoamericanos. Por lo mismo, resulta peligroso e irresponsable, antes de siquiera conocer el fallo, calificar al Tribunal de operador político de tal o cual sector, de autoritarismo, o de exponernos al ridículo si no obedece a nuestros deseos. Tampoco es serio suponer que su función es refrendar mecánicamente lo dispuesto por la mayoría. La auténtica prueba del demócrata es precisamente la contraria: debemos respetar las instituciones sobre todo cuando el resultado no nos agrada. Sin embargo, como bien sabía Aristóteles, los peores enemigos de la democracia suelen ser aquellos que más gárgaras hacen con ella.
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El día de la pataleta
Lo único sorprendente de los incidentes recientes en el Frente Amplio es que alguien se sorprenda. ¿No es esto lo que pasa en todas las inscripciones parlamentarias? ¿Es novedosa la disputa por un cupo en una lista de candidatos? Es verdad que el lenguaje de algunas personas -no de los directamente involucrados- ha sido un tanto excesivo, ¿pero no es a esas modalidades rabiosas, viscerales, pataleteras, a las que mejor se adecua el estadio actual de las llamadas redes sociales?
El origen del incidente son unas grabaciones -¿por qué se graban, por qué necesitan registrar una conversación privada y, además, irrelevante?- en las cuales el exprecandidato presidencial y ahora aspirante a diputado Alberto Mayol maltrataría verbalmente a otra candidata al Congreso. Nadie insultaría a Mayol tratándolo de moderado y las cosas que ha dicho de figuras relevantes de la política chilena, en su cara o en ausencia, no calificarían de gentilezas ni en un mundo al revés. En relación con ese estándar, lo que se oye en esas grabaciones no se parece ni vagamente a un maltrato.
Pero la verdad es que no se parece a un maltrato en relación con ningún estándar. La queja de la supuesta maltratada tiene el aire de un berrinche, el enojo de alguien que no entiende bien en qué se está metiendo. O de alguien que realmente cree que la fantasía adolescente de la “nueva política” es algo distinto de la política a secas, es decir, ejercicio de poder.
El caso es que en la conversación tan dramáticamente denunciada Mayol trataba de obtener un espacio para competir en el mismo distrito donde compite Giorgio Jackson, que no sólo es el líder de Revolución Democrática, sino una de las figuras principales del Frente Amplio. La exclusión de Mayol de la lista parlamentaria de ese distrito -y en algún momento, de todos- fue leída como una decisión dirigida a evitar la competencia contra Jackson. No terminará este diputado de sufrir por aquella elección -la única que ha tenido- donde la Nueva Mayoría se omitió para que pudiese ser elegido, y por supuesto que será inútil su alegato de que salió con votos propios. La figura de “niño protegido” ya se instaló y será utilizada por quienquiera sea su adversario. Allí sí que ha habido maltrato.
Jackson se queja de que ha tenido poco que ver en el caso Mayol. Mmmmm. Pero, bueno, quizás en verdad no le importa que sea candidato en su mismo distrito. Quizás está seguro de superarlo. Quizás no le teme. Pero, con su desafío, Mayol completa el circuito que inició compitiendo en las primarias (que la dirigencia del Frente Amplio no deseaba): meterse entre el binomio Jackson-Gabriel Boric, quebrar su “duopolio” y estrechar el firmamento del Frente Amplio. Mayol no acepta dar por sentada la hegemonía de los dos diputados, ni tampoco que sean los únicos con vitrina parlamentaria por los próximos cuatro años.
¿Y la candidata? Con perdón, es lo que menos importa. Fue seleccionada por Boric y Jackson como la mujer de paja para el año fundacional, no para el futuro. Si no se ha enterado, si no se lo han dicho, si nadie lo admite, es justamente porque se trata de política y no del juego de la oca. La subordinación de la candidata a sus dos padrinos no ofrece ningún indicio de que vaya a tener un peso relevante en el futuro del Frente Amplio. Mayol sí: su conducta apunta a obtener cosas que Beatriz Sánchez no ha llegado a soñar.
La candidata halla una extraña salida a la extraña posición en que la deja el debate entre Mayol y uno de sus mentores: aprueba sin ambages la exclusión de Mayol, pero luego retrocede y exige arreglar el problema. Y, además, se entiende, hacerlo sin personalismo, una palabra que usa con frecuencia como acusación contra la derecha. ¡Pero si de eso se trata! Sin personalismo no hay Frente Amplio, porque el carisma es el pegamento en la naturaleza movimientista de la coalición. Sin líderes que puedan representar y proteger al colectivo, el movimiento deja de existir, se disgrega y se fulmina; las fuerzas centrífugas que operan en todo grupo humano quedan sin contención: la gente se va.
En el mundo frenteamplista, tan proclive al eufemismo como todos los otros mundos de la política, se denuncia el “personalismo” como un pecado, pero se suele exaltar el “liderazgo” como una virtud. Son dos atributos diferentes, desde luego, pero hablando de dirigentes políticos, la diferencia es tan mínima, que cuando alguien se proclama “gran líder” es casi seguro que se trata de un dictador. Hay que atribuir a las imperfecciones del ser humano la imposibilidad de ser uno y muchos al mismo tiempo.
Esta es una mejor perspectiva para ver el alcance del debate entre Mayol y Jackson. El retador cree tener un carisma más fuerte y más nítido que el incumbente, o a lo menos igual. Todavía no es necesario pronunciarse sobre tal afirmación. Pero por mucho menos que eso, el líder de Podemos (el espejo español del Frente Amplio), Pablo Iglesias, fulminó y mandó al escaño trasero a su proverbial mano derecha, Iñigo Errejón.
El desafío de Mayol puede ser desilusionante para quienes han creído que desde la ideología estudiantil se podría refundar la política chilena, pero en verdad inaugura la existencia del Frente Amplio como una fuerza política y no como la simple entelequia de un grupo de partidos con nombres excéntricos.
Tampoco se trata de que esta inauguración asegure una larga y buena vida, porque para eso hay que esperar las elecciones de noviembre. ¿Lo afectará esta discusión en ese torneo? Es improbable: después de todo, se trata de una discusión marginal, la disputa de un cupo electoral, que sólo puede ser amplificada con la lupa distorsionada de la moralina. El Frente Amplio no será más ni menos que lo que los electores quieran que sea.
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El castillo de la pureza
Ocurre siempre y en la escena política local ha ocurrido ya dos veces en menos de un mes. Cada vez que se levanta el discurso ético como base de la acción política los resultados, que en principio deberían ser mucho más sanos y clarificadores, terminan siendo claramente decepcionantes. Le ocurrió a la abandera democratacristiana, la senadora Carolina Goic, que en tributo a sus profundas convicciones morales amenazó con bajar su candidatura si su colectividad, a raíz de la repostulación de un diputado condenado civilmente hace años por un caso de violencia intrafamiliar, no establecía estándares éticos superiores a los legales en su plantilla parlamentaria. Al final, la ética operó solo para el caso del diputado; todo el resto siguió igual, y tanto el partido como la senadora, dimensionando seguramente que el proceso podría transformarse en una caza de brujas, prefirieron llegar hasta ahí. Ahora el espectáculo se trasladó al Frente Amplio, donde de nuevo en nombre de los altos valores de la ética, de “cosas que no se pueden dejar pasar”, de límites que la política no puede cruzar so pena de transformarse en otra cosa, en algo turbio, sombrío y repulsivo, la mesa electoral del conglomerado resolvió, en una verdadera noche salvaje de furor y lealtad a principios inclaudicables, vetar el nombre de Alberto Mayol de su lista parlamentaria, quien, por lo demás, también estaba haciendo su propio juego. Su juego político, desde luego.
Una de las tantas razones que hacen recomendable no mezclar literalmente la ética con la política estriba en que la primera opera en el plano normativo de la virtud y la política, en cambio, lo hace en un terreno mucho más infestado por conveniencias, intereses, circunstancias históricas, posibilidades y márgenes concretos de acción. Si bien una política enteramente disociada de la moral puede convertirse en una cloaca, entenderla desde el castillo de la pureza como un puro aterrizaje del discurso virtuoso en el ámbito público puede llegar a convertirla en una suerte tiranía del púlpito.
La verdad es que a eso estuvieron jugando los damnificados de este mes. Se han dado muchas explicaciones sobre lo ocurrido: exceso de puritanismo, exceso de entusiasmo, falta de experiencia, una cuota no menor de oportunismo, bajezas puras y duras, falta de sentido común y, peor, falta de sentido de realidad. Puede ser. Faltó carácter, también. El carácter es esa serenidad que se espera de los políticos a la hora de resistir un poco -solo un poco, algo, digamos- las dinámicas compulsivas y excluyentes que se apoderan de algunos colectivos cuando sienten estar librando una guerra en nombre de los valores absolutos, de la pureza o de la moralidad. Suponiendo que era eso lo que los movía, porque también cabe la posibilidad de que la ética estuviera encubriendo cosas bastante más pedestres que eso, puesto que lo que estaba en juego era solo un cupo parlamentario -un miserable cupo-, aquí los líderes no solo se plegaron a la jauría, sino que además la espolearon y justificaron. Unos invocando pinches argumentos procesales. Otros impostando un fuerte sentido de alarma ante lo que consideraban un escándalo imperdonable. La candidata, por su parte, con una lapidaria falta de perspectiva, respaldando al día después la condena desde donde siempre habla: desde su más profunda indignación.
Van a aprender, se dice. Aprender qué, se pregunta uno. ¿Aprender que no se puede hacer nueva política sin caer en los denostados códigos de conducta de la vieja politiquería, cosa que sería lamentable, porque equivaldría a una claudicación? ¿Aprender que hay decisiones que más vale tomar con la cabeza fría? ¿Aprender que en política, como en la guerra, bien vale dejar abierta una vía de escape por si el ataque no resulta, cosa que a los maximalistas siempre les ha gustado poco? ¿Aprender que el espacio público de discusión es algo un poco más complejo que las guerruchas de Twitter, cosa que ciertamente les haría bien tener en cuenta? En fin, ¿aprender que no puede hacer política desde la altanería de la superioridad moral, cosa que obviamente ellos mismos alimentaron y que es de suyo una pretensión estúpida?
Estos episodios finalmente son sanos. Sanos, porque son clarificadores y por aquello que prescribe un antiguo proverbio según el cual la medida de los hombres -y también de las mujeres, por cierto- no la da el tamaño de sus ideales, que puede ser formidable, sino la que le permiten alcanzar sus debilidades y flaquezas, cosa que, por cierto, es bastante menos heroica.
El saldo político que dejan las ordalías éticas siempre es deprimente. Las resacas tienen algo de vergonzosas. Hay que echar pie atrás, hay que esconder la toga del inquisidor y vestir el hábito de la fraternidad, hay que comerse las palabras duras y aprender a decir las que sean benévolas y acogedoras. Y hay que presentar como normal y positivo lo que antes se execró.
La primera parte de la representación por lo general es épica. La segunda, invariablemente cómica.
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Argentina se enrumba
Lo que acaba de suceder en la Argentina reviste una importancia superior a la que sugiere el hecho de que se celebraran unas primarias abiertas para decidir quiénes serán los candidatos a las elecciones legislativas de octubre. Se trata, nada más y nada menos, que del Rubicón que Mauricio Macri debía cruzar para que él y algunos millones de compatriotas suyos puedan dar a su país un vuelco hacia la modernidad tras siete décadas de populismo y autoritarismo intermitentes, y de deterioro institucional.
Las PASO, como se denomina al proceso de primarias abiertas, son un invento muy extraño que no viene al caso explicar en detalle, pero tienen una virtud: permiten anticipar lo que sucederá en las elecciones reales. En otras partes, las primarias sólo sirven para dirimir las rivalidades internas y definir las candidaturas de los distintos partidos. En la Argentina, sirven para eso pero también para dirimir las disputas entre candidatos de distintos partidos. Por tanto, se trata, en la práctica, de unas elecciones generales anticipadas. Precisamente por ello, las conclusiones más importantes de lo que sucedió el domingo pasado son de alcance nacional. En este caso, no sólo permiten medir al gobierno y la oposición de cara a las elecciones parlamentarias, sino también proyectar escenarios presidenciales.
La conclusión principal de las PASO es que Mauricio Macri obtuvo una victoria determinante para el futuro de su gobierno y, más trascendentalmente, para el modelo de país que él y algunos millones de compatriotas suyos, hastiados del declive de tantos años, tienen en la cabeza.
Macri (Cambiemos) obtuvo 36% de los votos y su principal contrincante, Cristina Kirchner (Unidad Ciudadana) logró 21%. Por detrás quedaron el justicialismo (del que Kirchner se separó), el disidente peronista Sergio Massa (Frente Renovador) y otros.
El triunfo de Macri es significativo por muchas razones. La primera es su amplitud nacional. Hasta hace poco el bastión de Macri era la capital. Contaba con alguna presencia en el interior, en las grandes ciudades, insuficiente para hablar de un proyecto nacional. Su situación en la provincia de Buenos Aires, donde se concentra buena parte del clientelismo tanto kirchnerista como peronista, era precaria. Su triunfo angustioso contra Daniel Scioli en las presidenciales de hace dos años no le daba una base sólida, en suma, que permitiera pronosticar su supervivencia en el cargo a la hora de enfrentar la inevitable batahola política de la oposición.
Es cierto que en esas presidenciales se había producido un fenómeno extraño. María Eugenia Vidal, del partido de Macri, había ganado las elecciones para la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Pero esto era considerado un hecho aislado y coyuntural, sólo explicable por el desprestigio del gobierno de Cristina Kirchner y las denuncias graves contra el candidato oficialista de entonces.
Para colmo, conspiraba contra Macri el “ajuste” económico que debió realizar al llegar al poder, con el fin del “cepo” cambiario, el aumento de las tarifas y el recorte de algunos gastos. También le estaba haciendo la vida difícil lo mucho que tardaba la inversión privada en volver al país. Ni Durán Barba, el asesor ecuatoriano que lo ayudó a ganar las presidenciales, creía que Macri estaba en condiciones de obtener en estas PASO un resultado como el que ha obtenido. En un país donde el populismo es una característica cultural antes que una corriente política, la impaciencia popular por lo mucho que estaba tardando en llegar la recuperación, sumada a la agitación social del kirchnerismo contra el gobierno “hambreador”, auguraba unos resultados pobretones o, en todo caso, insuficientemente victoriosos.
Si ese resultado se hubiera dado, el escenario se habría tornado peligroso para Macri, pues sería casi imposible articular una mayoría parlamentaria que votara por las reformas pendientes -sobre todo la laboral, la fiscal y la del Estado-. Sin esas reformas, la posibilidad de transformar el país e impulsar el despegue habría quedado cancelada. La consecuencia sólo podría haber sido el crecimiento del populismo opositor y, como tantas veces ha sucedido con gobiernos no peronistas, la caída prematura del gobierno.
Pues bien: Macri ha ganado en casi la mitad de las provincias argentinas, sumando a las que ya tenía consigo (o al alcance de la mano) otras que ni el más esperanzado macrista hubiese creído posibles: distritos electorales como La Pampa, San Luis, Neuquén y nada menos que Santa Cruz, el bastión del kirchnerismo, ahora han votado mayoritariamente por los candidatos del gobierno federal. Una verdadera hazaña.
Pero quizá más importante aun que este éxito nacional sea lo sucedido en la provincia de Buenos Aires, emblemática por donde se la vea y electoralmente decisiva tratándose del 40% del electorado. Lo que se ha producido allí es un empate técnico entre el candidato del gobierno, Esteban Bullrich, y Cristina Kirchner. Todavía están contando los últimos votos, de manera que no se sabe a ciencia cierta quién ganará, pero es probable que lo haga Cristina Kirchner por un pelo. Las encuestas vaticinaban que ella ganaría con holgura.
Este empate implica la alta probabilidad de que en las legislativas de octubre el oficialismo derrote al kirchnerismo en la provincia bonaerense, ya que la dinámica de las cosas empujará a los votantes de Sergio Massa, el disidente del peronismo que quedó muy por detrás, a votar por el macrismo para cerrarle el paso a la ex presidenta, a quien detestan.
Es cierto que también existe la posibilidad de que muchos votantes del justicialismo apoyen a Cristina Kirchner, que corrió por fuera de ese partido, en esos comicios. Pero, hechas las sumas, la probabilidad de que Bullrich supere a la ex presidenta es mayor que la probabilidad contraria. Y en todo caso lo que importa es esto: el oficialismo, que tenía cerrada a cal y canto esa provincia, bastión del peronismo tradicional y el populismo clientelista, ahora se confirma allí como una fuerza determinante. Cuenta con la lealtad de una gobernadora, María Eugenia Vidal, que es la política más popular de la Argentina. Ella será, probablemente, candidata presidencial del macrismo en 2023 (en 2019 será el propio Macri, autorizado a buscar una reelección).
El kirchnerismo ha quedado reducido, como fuerza importante, a una de las cinco secciones de la provincia bonaerense -aquella que concentra pobreza, subvenciones y clientelismo- y a otras tres provincias más (de un total de 23 más la capital federal). No significa que dejará de ser una fuerza política considerable: de hecho, aun perdiendo en la provincia, Cristina Kirchner será senadora con toda seguridad tras los comicios de octubre y dispondrá a partir de diciembre de una plataforma política de alcance nacional para seguir con su prédica opositora y agitar la calle. Pero los comicios recientes demuestran que no tiene posibilidades serias de volver a ser presidenta. Además, su capacidad de intimidación frente al peronismo, donde tiene tantos rivales, se reducirá mucho tras estas primarias abiertas.
La figura de Macri, en cambio, crece y ello será de vital importancia para la aprobación de sus reformas después de que amplíe su bancada parlamentaria tras las elecciones legislativas. Como no logrará una mayoría absoluta aun si obtiene una victoria parecida a la que ha logrado en las PASO, necesitará votos del peronismo disidente. Tal como funciona la política argentina, obtenerlos depende de tres cosas: la negociación del oficialismo con los parlamentarios peronistas, la presión de la Casa Rosada sobre los gobernadores peronistas de ciertas provincias que tienen mucho ascendiente sobre esos parlamentarios y la capacidad de los líderes peronistas nacionales, en este caso Cristina Kirchner, para intimidarlos.
Todas estas variables arrojan, tras las PASO, ventajas para Macri y desventajas para Cristina Kirchner. Si las reformas son aprobadas, Macri habrá podido demostrar que su estrategia fue la correcta desde el principio. ¿Cuál estrategia? La del gradualismo por oposición al radicalismo que le pedían muchos críticos del populismo desesperados por avanzar lo más rápido posible en el cambio de modelo y aprovechar la derrota peronista de las presidenciales de 2015 para ir desmontando la herencia kirchnerista antes de que el peronismo pudiera reagruparse.
Macri, consciente de que en siete décadas ningún presidente no peronista electo por el pueblo pudo terminar su mandato, tenía la fijación de romper el “maleficio”. Para ello optó por el gradualismo aun sabiendo que la lentitud de la recuperación podía jugar en contra suya. Más le temía a la reacción popular si aplicaba un “shock” radical de entrada y a su aprovechamiento por parte del kirchnerismo y el peronismo en general.
Hay argumentos para ambas posturas y muchos casos de reformas radicales que han logrado para quien las aplicó buenos resultados. Pero si Macri puede hacer aprobar las reformas con la nueva composición parlamentaria, desde el punto de vista estrictamente político su estrategia gradualista será percibida como exitosa, algo que, de cara a la oposición populista, representa una ventaja psicológica.
Esas reformas son indispensables. La economía por fin -después de un lustro de recesión o estancamiento- muestra indicios de recuperación. El crecimiento de este año estará entre el 2,4 y el 2,8%, el crédito está creciendo y los índices que miden la expectativa del consumidor registran cifras esperanzadoras. Lo que no hay todavía es el chorro de inversión privada que se esperaba, pero muchos empresarios nacionales y extranjeros han dejado saber que tienen planes de poner su capital a trabajar en la Argentina si Macri les demuestra que puede acabar con la tradición de presidentes no peronistas derrocados. Esa demostración se sellará con los comicios legislativos de octubre. La perspectiva de un Macri reelecto en 2019 empieza a tener un efecto anímico en el mundo de la empresa. Si Macri logra, con sus reformas, poner en marcha el entusiasmo inversor, las cifras de crecimiento recobrarán su antigua lozanía y la oposición kirhnerista lo tendrá cada vez más difícil.
Una conclusión adicional de las PASO es que los rivales de Macri han quedado muy empequeñecidos, empezando por Sergio Massa, que no superó el 7% a escala nacional, y el radicalismo, que es parte de la coalición oficialista. Los radicales fueron barridos en la capital por una Elisa Carrió -aliada complicada e independiente de Macri- cada vez con mayor peso político nacional.
El proyecto de modificar la tradición populista argentina ha dado otro paso importante. Buena noticia para América Latina.
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