Óscar Contardo's Blog, page 89

September 9, 2017

La caja chica

El control preventivo de identidad fue impulsado por la mayoría de los parlamentarios a contrapelo de los numerosos estudios que advertían justamente lo que esta semana se verificó: Que sirve de poco y nada. El proyecto unió a legisladores de izquierda y derecha en la tarea de dar la imagen de que algo se estaba haciendo para disminuir la delincuencia. Vulnerar las libertades civiles era un detalle, llevar los prejuicios de clase y raciales hasta el control policial, también. El objetivo era mostrarse audaces e implacables.


Quienes apoyaron esta nueva versión de la detención por sospecha, no lo hacían con argumentos surgidos desde la racionalidad de los informes de los expertos y las experiencias internacionales, porque todo eso contradecía el objetivo. Preferían citar un refrán que no se cansan de repetir cuando se trata de suspender las libertades de aquellos que están más allá de su cuota de poder: el que nada hace, nada teme. Sembraron la idea de que quienes eran contrarios al proyecto, estaban defendiendo a los ladrones.


Así fue como lograron instalar el control preventivo de identidad. A la vuelta de un año están los resultados. Un informe de la Fundación Paz Ciudadana presentado esta semana en la Comisión de Seguridad de la Cámara de Diputados, muestra que el control de identidad no resolvió su principal objetivo. El estudio asegura que “los policías privilegian los controles preventivos por sobre los investigativos” y que “los controles preventivos son menos efectivos para pesquisar órdenes de detención pendientes”. Añade también que “una de las razones que justificaba la implementación de esta norma era que podría ser útil para poder pesquisar órdenes de detención pendientes. Sin embargo, cuando hacemos el análisis de los casos nos damos cuenta que la norma nueva tiene la mitad de efectividad que la norma antigua”. Era más importante dar la sensación de que se estaba resolviendo un problema a través de una medida efectista, de corto plazo, con una retórica tramposa, que hacerlo realmente. Es el modo en el que la mayoría de los parlamentarios ha decidido enfrentar la profunda crisis de credibilidad que enfrentan como institución: Con señales de artificio.


Parte del Congreso ha transformado su labor en una factoría de gestos sin mucho contenido que sirve como escaparate. Una especie de vitrina acicalada que se monta para mostrársela a la opinión pública, pero que termina desplomándose cada tanto cuando nos enteramos de lo que ocurre en la trastienda. El último vistazo de las bambalinas de esta semana, por ejemplo, nos ha revelado una industria fantasma de asesorías chapuceras encargadas a profesionales vinculados al partido de ocasión. Senadores y diputados pagaron por informes que eran poco más que el tijereteo de sitios de internet impreso en un par de papeles por los que se pagaba con la asignación especial de la que disponen los parlamentarios para esos efectos. Usaban dinero público para costear informes que evidentemente no leerían. Esa necesidad era una pantalla. La asignación era, a la larga, una especie de caja chica para un enjambre de allegados políticos necesitados de fondos.


¿Qué respuesta nos dieron frente al hallazgo? En el mayor de los casos, el silencio o el ataque. Con la excepción de la diputada Vallejo -que asumió su responsabilidad- la respuesta ha consistido en desprestigiar al Ministerio Público y cavar trincheras para evitar una investigación. Eso es lo que ha hecho el senador y candidato presidencial Alejandro Guillier, disparando contra la fiscalía y respondiéndole con sarcasmos a la prensa. Justo en la oportunidad en la que pudo marcar una diferencia ética con su mayor contendor, demostró que en todas partes se cuecen habas.


En tanto, Andrés Zaldívar, el presidente del Senado, se ha preocupado de educarnos. Zaldívar ha sugerido públicamente que el solo hecho de rendir cuentas significa una especie de agravio para la institución. De su lógica se desprende que el buen nombre del parlamento depende de que se mantenga la opacidad en el uso que los congresistas le dan a los recursos que la ley les provee. Eso es lo que importa. El que los chilenos ahora tengan una razón más para menospreciar la labor de sus representantes políticos, alejarse de las urnas y acabar debilitando nuestra democracia, es lo de menos. Hay que proteger al club, el lugar en donde quien nada hace, nada tiene que temer.


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Published on September 09, 2017 22:30

El revés de la trama

Los gobiernos no solo dependen de la calidad de sus políticas públicas o de la buena fe de su inspiración. Entre otros factores, también dependen del tipo de oposición que enfrenten. Y por lo mismo la pregunta sobre qué ocurrirá con la izquierda chilena en un eventual gobierno de la centroderecha -cuál será su mapa, quiénes sus líderes- cobra especial relevancia.


La gran incógnita no es si vayamos a ver una izquierda de matriz tradicional y orgánicas partidarias más o menos fuertes enfrentada a otra izquierda más joven, más hipster y rupturista en cierto sentido, porque eso ya existe y a estas alturas se da por descontado que seguirá existiendo. Están los partidos de izquierda de la Nueva Mayoría -el PS, el PPD, el PRSD y el PC- y está el Frente Amplio. De momento se ve difícil que a corto plazo puedan converger en un mismo bloque porque, al margen de sus diferencias en planteamientos de fondo, existen brechas generacionales que hasta aquí aparecen insalvables. Es más: hay razones para creer que el surgimiento del Frente Amplio responde en buena medida a dos factores a los cuales la izquierda tradicional les prestó poca atención en su hora. El primero concierne a la esclerosis de sus partidos, a la falta de renovación de sus dirigencias y a la obstinación de los viejos tercios por eternizarse en las posiciones de poder. El segundo, muy ligado al anterior, apunta a la debilidad, al abandono y al desprecio incluso del trabajo político de los partidos tradicionales entre la juventud.


Cuando la Presidenta Bachelet hizo la observación generacional que tanta réplica mereció en su momento, reconoció un hecho que es evidente: buena parte de los hijos de la dirigencia de la izquierda tradicional, los hijos de la nomenklatura por decirlo así, terminaron en el Frente Amplio. Ahí radica la fuerza que tiene esta coalición en términos de energía, de renovación de pensamiento y de estándares de las prácticas en su acción política, aunque a esta misma matriz están conectadas muchas de sus debilidades. Son limitaciones respecto del trabajo político en poblaciones, en sindicatos y en regiones del país donde la densidad de los movimientos universitarios, que fueron la cantera de sus actuales dirigentes, es mucho menor.


Es obvio que la pugna entre estas dos izquierdas será por la primacía y es iluso pensar que la próxima elección dirimirá el conflicto. Por lo visto, este asunto va para largo. La izquierda tradicional, que inicialmente miró, más que con benevolencia, con un cierto orgullo de abuelo beatífico y senil la acción radicalizadora de estos muchachos comprometidos y arrojados, ha ido modificando sus percepciones en la medida en que comenzaron a verlos ya no como mascotas, sino como amenaza. Dejaron de ser regalones y pasaron a ser competencia. Desde el prisma de la dirigencia izquierdista histórica, nada sería más humillante y revelador de su fracaso, por ejemplo, que fuera Beatriz Sánchez y no Alejandro Guillier quien pasara a segunda vuelta en noviembre próximo. Aunque esa posibilidad, que en un momento pareció probable tanto por los vaivenes de la opinión pública (¿no sería más exacto hablar de emoción pública?) como por los retrasos logísticos de la candidatura de Guillier, que parece haberse debilitado en las últimas semanas, seguirá representando el mayor riesgo para la izquierda oficialista de aquí al día de la elección.


Con todo, la pugna por el protagonismo es solo una variable que intervendrá en esta ecuación. Hay varias otras. Llegará ciertamente el momento en que la izquierda tradicional tenga que definir con mayor claridad sus posiciones, no ya frente a la derecha, porque ante este sector mal que mal ya las tiene, sino ante el Frente Amplio, con el cual quiso convivir paternalmente hasta que los niños se fueron de la casa. Hasta aquí el discurso de los derechos sociales ha permitido a una y otra izquierda plantear crecientes demandas de educación, de salud, de pensiones, de subsidios, de resguardos, de beneficios…. pero es dudoso que este elástico pueda estirarse hasta el infinito. En algún momento habrán de definir un modelo de sociedad que sea viable con el peso de ese nivel de demandas. La experiencia del gobierno de Bachelet demostró que subirlas a dedo o indiscriminadamente no era tan gratis como parecía. Y aunque ni La Moneda ni el oficialismo parecieran haber tomado nota del efecto, la ciudadanía sí reparó en el detalle y es por eso que actualmente el sector mejor posicionado para triunfar en noviembre es la centroderecha.


En el que vaya a ser el balance final de la izquierda chilena para los próximos años, uno también diría que algún rol debiera jugar la izquierda socialdemócrata. Mal que mal fue un eje central de la antigua Concertación. Después del rechazo a Lagos por parte del comité central del PS, esa vertiente, que en algún momento fue la espina dorsal del llamado “partido transversal”, quedó muy debilitada y prácticamente fue expulsada de la escena política. Quedó disminuida incluso por contagio en la DC, que había sido su gran compañera de ruta. Es un legado que, bueno o malo, hoy nadie está reivindicando y que de hecho tiene en la actualidad mejor cotización en la derecha que en la propia izquierda. Es verdad: la derecha no tiene mucho título para reivindicar ese legado, pero vaya que tiene ganas de hacerlo. Ciertamente esta es una rareza de la política chilena, pero en un escenario de derrota de los bloques que integraron la Nueva Mayoría, donde el proceso de autocrítica será inevitable, es difícil suponer que el tronco socialdemócrata, varias veces agraviado, no entre a cobrar las cuentas que tiene pendientes.


El mapa de la izquierda chilena se ve muy difuso para los próximos años. Son muchas las definiciones pendientes. Y como la izquierda las eludió cuando fue gobierno, no tendrá más remedio que afrontarlas cuando sea oposición.


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Published on September 09, 2017 22:28

La ideología de la mala suerte

El periodista venezolano Ibsen Martínez recordaba hace algunos meses una entrevista concertada muchos años atrás con el ya Presidente Hugo Chávez, en la que éste lo esperó en un pequeño jardín, de pie y de espaldas, ensimismado y mirando hacia lo alto de un cerro. Martínez entendió que el comandante quería componer para él el cuadro de “la soledad de los imprescindibles” que es parte de la hagiografía revolucionaria.


Esta soledad acompaña al fracaso y la mala fortuna dentro de la cacharrería bolivariana, e Ibsen Martínez rememoraba también que, poco antes de morir, Chávez leyó en televisión los pasajes favoritos de la novela de García Márquez sobre Bolívar, un verdadero autorretrato proyectado: soledad, fracaso, infortunio, una épica del líder filantrópico que no está equivocado, sino que se le han dado mal las cosas.


Unos meses antes de concluir el gobierno al cual ha servido desde múltiples posiciones, el nuevo ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, ha propuesto esta idea: la administración actual, dice, ha tenido “mala pata”, porque le tocó el ciclo más malo del precio del cobre y justo ahora comienza a subir, con lo cual también se han elevado las estimaciones sobre crecimiento para el 2018, a un nada despreciable rango de entre 2,5% y 4%. Tendría que haber agregado que el cobre empezó a subir en noviembre del 2016, por lo que al terminar el gobierno habrán pasado 15 meses de buenos precios por encima de los 2,6 dólares. Y que el primer ministro de Hacienda del cuatrienio, Alberto Arenas, tuvo precios más cercanos a los 3 dólares.


Con todo, se entiende: las cosas no se dieron bien y se darán mejor, pero para otros, los otros que, según se desprende del tono del ministro, serán los de la oposición. Este sería sólo otro de los ramalazos verbales de Eyzaguirre, si no fuera porque corona una extensa serie de quejas con que el oficialismo ha explicado su desempeño desde fases muy tempranas. Las primeras se remontan a abril del 2014 -cuando llevaba menos de un mes-, a propósito del terremoto que golpeó a Iquique.


En el 2015 el repertorio fue mucho más nutrido: las erupciones de los volcanes Villarrica y Calbuco, los aluviones del norte, las marejadas de invierno y el terremoto de Illapel. En alguno de esos puntos la Presidenta hizo pública una sentencia que ya circulaba en su círculo más cercano. “Cada día puede ser peor”.

No se incluían en estos recuentos -¿por no ser fenómenos naturales?- ni la reforma tributaria, con la que cayó el primer ministro de Hacienda; ni el caso Caval, que se llevó al gabinete Peñailillo; ni los primeros impactos de la reforma educacional, que también hicieron que un ministro se cambiara de lugar. Todos estos hechos no tuvieron ninguna relación con la suerte, pero han sido ellos, y no las desgracias telúricas, las que han hundido la popularidad del gobierno. Bien por el contrario, parece posible que la Presidenta se haya mantenido arriba del 20% gracias a su obstinación por hacerse presente en cada desastre, transmitiendo su sentido de la resistencia y su coraje personal.


Tampoco es la mala suerte la que hizo saltar al equipo económico hace dos semanas, ni la que explica que este gobierno vaya a tener el peor nivel de crecimiento desde el primer decenio de Pinochet. Ni será la mala suerte la que explique que las reformas “estructurales” queden inconclusas y al borde del fracaso, ni la que ilustre por qué quedarán pendientes los proyectos de ley enviados a última hora para cumplir con el programa. La suerte no tiene ninguna intervención en que la deuda se haya duplicado, el empleo público haya aumentado casi cuatro veces y el presupuesto del 2018 vaya a quedar estrangulado. Tampoco ha participado -por el lado luminoso- en el control de la inflación y en evitar el al alza del desempleo.


Pero cada uno puede creer en lo que le parezca. ¿Qué importancia tiene, entonces, que el gobierno culpe de sus resultados a la “mala pata”?


La suerte tiene la fuerza intelectual para suplantar a la autocrítica. La suerte puede ser una ideología, un sistema para contemplar al mundo y -aún mejor- para evitarlo.


Cuando un grupo humano, una institución, atribuye al azar las cosas que han fallado, es porque no quiere ser examinado bajo la luz de lo que hizo mal. Esto tiene especial relevancia para la centroizquierda, que no sólo se apresta para perder el gobierno, sino que ha quedado en un estado de destrucción política como no se veía desde los años 70. Quizás venga después de noviembre, como algunos creen, la noche de los cuchillos largos. Quizás no. Pero la recomposición no será nada fácil.


Lo que el golpe de Estado de 1973 le enseñó a la izquierda, dolorosa, incluso cruelmente, fue esto: sin autocrítica no volvería jamás a ser una opción real de poder. Y si lo fue, desde el 90 en adelante, es porque ese proceso debió ser profundo, descarnado, a fondo. No todos los misterios quedaron resueltos por el ejercicio autocrítico, pero al menos fue posible que la izquierda supiera qué cosas de los 70 no tenían que volver a ocurrir.


Por fortuna para todos, no hay ninguna similitud entre lo que ocurrió en los 70 y lo que pasa hoy. Los únicos que quizás no sepan eso son algunos grupos del Frente Amplio, para los cuales no existen el pasado ni la historia.


Pero a todo el resto del centro y la izquierda no le bastará con esperar que a la derecha le vaya mal o que le venga la buena suerte: tendrá que examinarse dejando el azar a un costado, renunciando a la épica del fracaso, rechazando el consuelo de las buenas intenciones. Y en ese análisis sólo dos cosas no podrán estar ausentes: la constitución de la Nueva Mayoría y la gestión del actual gobierno. Son los dos elementos que la han convertido en minoría.


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Published on September 09, 2017 22:25

El cuento de nunca acabar

El caso Dominga, proyecto minero cuyo desplome arrastró consigo al entero equipo económico del gobierno, es el ejemplo más reciente de caída brutal en la calidad de gestión de la política, del deterioro de su conceptualización, de la torpeza de su enmascaramiento como lo que no es -en este caso con una supuesta “sensibilidad ambiental”- y de patética mala comunicación por parte del gobierno.


La historia del estropicio, como en una farsa de los tres chiflados, acumula un episodio cómico y ridículo tras otro. Es “el cuento de nunca acabar”. En efecto, el proyecto muere y resucita por turnos: ha sido rechazado por unos, aprobado por otros, reconsiderado, revisado, replanteado, vuelto a rechazar y hasta rehabilitado como tal vez aceptable en ciertas condiciones por Girardi, apóstol del medio ambiente recién llegado de Irán donde por un momento olvidó su vocación verde y habló con el ministro de Minería para tentarlo a hacer negocios en Chile, a todo lo cual se suman las misteriosas razones dadas por la Presidenta acerca de no darle la espalda a la gente pero sí a los números, otras ofrecidas por distintos ministros, las habituales cantinfladas de la vocera, declaraciones del flamante ministro de Hacienda -“aún no está muerto el proyecto”- a 24 horas de la caída del anterior equipo que él reemplazó NO por pensar distinto, porque piensa lo mismo, pero a su vez escogido como reemplazo supuestamente porque no piensa lo mismo… salvo que S.E., quien tal vez ya hoy no piense lo mismo, desee dar una “señal” al sector empresarial ahora que varios especialistas en marketing a contrata libretean al progresismo instruyéndole para que hable de crecimiento y desarrollo. Todo eso constituye tan enredoso cuadro de ineptitud, oportunismo y conflictos políticos chocando en confusa masa y desconcierto global y transversal que su descripción y análisis no tiene cabida en ninguno de los niveles en los que usualmente funciona la comunicación, no al menos entre los seres humanos.


Los niveles

En un mundo razonablemente normal la evaluación o explicación de eventos, procesos, iniciativas y proyectos políticos puede operar en tres diferentes planos. El superior es regulado por el método científico, esto es, por la observación empírica y el uso de la lógica; es lo que se espera -y a veces se encuentra- en un texto académico.


Por debajo de aquél se ubica el discurso ideológico, el cual puede expresarse con articulación y hasta elocuencia, pero deja de lado parcial o totalmente la evidencia empírica, su lógica suele caer en falacias para forzar puntos de doctrina y el peso de axiomas no examinados o meras creencias se hace importante. Aún más abajo se encuentra el tercer nivel, el de la demagogia de frentón, artefacto verbal dominado por un parloteo que usa como punto de partida una ideología con todas sus falencias, pero a la que mutila aun más para ponerla al alcance de todas las orejas; es entonces cuando observamos el predominio de la emocionalidad más descarada, de adjetivos estrepitosos, de vociferaciones y afirmaciones gratuitas pero capaces de suscitar eco en las masas. La demagogia ya no trata de demostrar, como en el primer nivel, pero tampoco de adoctrinar, como en el segundo, sino de “movilizar”. Para arrastrar a una turba no se necesitan ni argumentos científicos ni invocaciones doctrinarias; basta despertar el instinto gregario y encender la mecha de la hormonalidad, a flor de piel en cualquier muchedumbre. Arrebatos de amor o de odio, no de comprensión, suelen ser el resultado de dichas invocaciones demagógicas y mucho más de lo último que de lo primero. Sin embargo, aun en este bastardo tercer nivel se requiere un mínimo absoluto de coherencia para que dicha masa sepa, al menos, adónde ir y a quién odiar y linchar.


Normalmente las sociedades alimentan su actividad política con material del segundo y tercer nivel, dejando al primero reposando en los estantes de las bibliotecas, pero en ocasiones el discurso puede descender todavía más peldaños y derrumbarse en una total y senil incoherencia. Es cuando se vuelve incomprensible hasta para sus actores. Dicho estado agudo de perturbación político-mental con cierto parecido al Alzheimer tiene como más notorio síntoma el momento en que el habla se convierte en ininteligible balbuceo.


Propensión

Facilita el desarrollo de ese penoso mal cierto problema genético que afecta principalmente a los sectores cuyas posturas se alimentan más de memes ideológicos que de simple sentido común, pero aun mucho más de demagogia que de ideología. Las abstracciones desprovistas de contenido preciso, las meras invocaciones de vocablos mágicos como “equidad”, “justicia”, “movimientos sociales”, “inclusión”, “calidad de vida”, “respeto al medioambiente”, etc., suelen hacer expedito el tránsito por el territorio de la vaguedad, lo que a la postre condena a los viajeros a perder toda noción de hacia dónde se dirigían y en verdad hasta del concepto mismo de haber direcciones. Llegadas las cosas a ese punto sucede con la política lo que en los ejercicios de yoga, práctica terapéutica en la que los términos que se usan y repiten en cantinela carecen de significación en el espacio semántico, conceptual y operacional, sino sólo en el fonético para suscitar determinados estados de ánimo.


La pérdida de rumbo, si acaso alguna vez lo tuvo, es lo que llevó al gobierno a tan calamitosa comedia de equivocaciones. Su confusión, en esto como en todo, o lo paraliza o lo arroja a espasmos frenéticos.


Dicho desorden no se queda en La Moneda sino afecta a toda la maquinaria política y electoral de la NM, coalición reducida cada vez más a hacer “proposiciones de futuro” basadas en expectorar veneno contra el candidato de la derecha. Es un estado anímico y mental que se manifiesta en la fenomenal incoherencia en el actuar y discursear de los actores entre sí y de los actores dentro de sí.


Como efecto de dicha lamentable condición es que hemos contemplado tan distintas y opuestas visiones sobre Dominga, pero al mismo tiempo tan consensuadas visiones sobre proyectos ambientalmente mucho más peligrosos. La incoherencia es tal que ni siquiera es todo el tiempo incoherente.


Paraíso perdido

Una sola cosa resta clara y cierta para el elenco gobernante porque ofrece una evidencia fáctica que, aun en su monumental ceguera, todos sus miembros pueden ver: es la horrible visión de que podrían estar a punto de perder la Gracia Divina y ser condenados y arrojados al infierno del mercado y la vida privada. Esa convicción, aunque mezquina y estrecha, es al menos irrefutable. De ahí que hayan desarrollado una notoria predisposición a hacer y decir LO QUE SEA para no perder su lugar al lado del Señor Padre Todopoderoso, el Estado. Reducidos a eso, ya poco importa el no saber adónde van y ni siquiera recordar adónde querían ir; ahora lo que interesa no es ir a alguna parte, sino quedarse donde están. De eso deriva no sólo la confusión sino la desvergüenza. Llegado a esta fase de total desmoralización, este colectivo político, imbuido alguna vez en la arrogante pretensión de estar investidos de facultades y virtudes superiores para salvar al país, se presenta y conduce hoy tan erráticamente que para los testigos ya casi no es posible discriminar si en esas almas perdidas deambulando a los tropezones se encara a un cínico, lo que supone cierta claridad de percepción, a un hipócrita, lo cual presume saber qué es lo correcto para simularlo, o simplemente se está frente a un caso de simple necedad, que es no saber nada de nada.


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Published on September 09, 2017 22:18

September 8, 2017

El Metro de Santiago

Debería estar por inaugurarse la nueva línea 6 del Metro. Una muy buena noticia aunque surge la duda si, en vez de descomprimir un servicio masivo al límite, lo que vamos a ver son sus mismos defectos extendidos a un radio y escala mayor. Sus 2,5 millones de usuarios lo atestiguan a diario: el chileno medio, de a pie, puede soportar lo indecible. Cuánto más, no se sabe.


Hubo una época en que hasta políticos se veía en carros y andenes, no solo para inauguraciones o, como ahora, cuando les da por hacer mérito y se lo hacen saber a periodistas para que lo consignen en alguna nota (Lagos no hace mucho). Conozco a personas que, después del chasco del Transantiago en que de 900 mil pasajeros se pasó a cerca de 2 millones, no volvieron a subirse más al subte. Una lástima, se han perdido las últimas novedades del servicio: los retrasos constantes; los hacinamientos y lo que éstos favorecen (en horas “peak” hasta algo más íntimo): los 400 lanzas, conocidos por los guardias, que lo acompañan y no le pierden el ojo a uno (da gusto sentirse acompañado por gente tan profesional), los “arrestos ciudadanos” cuando la pericia no está a la altura de lo que normalmente se nos tiene acostumbrado, los vendedores ambulantes dentro de los carros, los millennials agotados de la vida sentados en el piso ocupando espacio, o quienes insisten en compartir su “música” (tanto sin audífonos como con megáfono amplificando su nivel de talento).


Una pena no disponer de un Goya, de un Víctor Hugo (el de “Nuestra Señora de París” y su “corte de milagros”), un Zola (el del “Vientre de París”) o un Dostoievski y sus “Memorias de subsuelo”, para que nos puedan hacer ver cuán esperpénticos podemos llegar a ser los santiaguinos. Y pensar que hubo una época en que el Metro mantuvo niveles de aseo mayores que en micros y calles. En que el diseño de las estaciones era único, de primer nivel, no este barniz estético de andurrial globalizado reciente que tanto gusta. En que la empresa aún no se las daba de promotor de “grafiti” publicitario total: carros enteros cubiertos -sus ventanas, pisos y asientos, además de los muros de las estaciones- y cómo olvidar lo de las pantallas de televisión y su bulla gratuita.


Se nos podrá decir que no estamos en los años 70 u 80, que “Chile cambió”, que ya no se trata de un transporte de “elite”, que somos lo que somos -sudamericanos- en un mundo cada vez más “inclusivo”.


Por favor, ¿desde cuándo que “males sudamericanos” deben ser una fatalidad, que chilenos sin distingos deban cruzar esta ciudad como si fueran sardinas tolerando niveles de deshumanización progresiva y que “lo popular”, a modo de excusa cultural ideológica, ha de ser de una vulgaridad insultante para dicho pueblo mismo? Se habla en exceso de empoderamiento y dignificación, pero en el Metro no se notan.


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Published on September 08, 2017 23:00

Gente interesante

El interés que despiertan algunas personas tiene mucho de magia. Es una combinación precisa entre la manera de ser y la forma de ver las cosas. La personalidad, la actitud, la expresión, la parada, son fundamentales. Nunca un tipo apagado o aburrido ha sido interesante. Pero, dicho eso, la mayor clave, lo que hace realmente atractiva a una persona, es su forma distintiva de ver las cosas. Es gente que es capaz de sorprender, de conectar hechos de una manera singular y arrojar conclusiones llamativas.


Por eso, en general, un especialista pocas veces es interesante. Lo es por una o dos veces, pero a la tercera conversación, todo se vuelve monótono. En el otro extremo, están los charlatanes, esos que creen saber de todo, pero, en el fondo, no saben nada. Al final, la gente que provoca interés se ancla en algún saber -la historia, la economía, la filosofía, las leyes, el arte, la ciencia-, pero al mismo tiempo tiene intereses diversos .Y, en general, han leído, escuchado y visto mucho.


“Es lo que, aquí en Harvard, llamamos la educación del ojo y el oído”, me dice un amigo mientras caminamos por la siempre majestuosa universidad. Y, por eso, no es raro que estos lugares sean la cuna de gente no solo inteligente, sino también muy interesante. Un sistema educativo que fomenta el debate, la búsqueda, el pensar crítico, desarrolla esa capacidad magnífica de ver y analizar las cosas de manera llamativa.


Pero todo esto no es solo patrimonio de las universidades. También del entorno, las ciudades. Un día en Nueva York puede ser más formador que cualquier postgrado o curso. Basta estar atento, saber mirar y escuchar. Está todo ahí. Por eso, los países desarrollados no solo son más ricos; también son más interesantes. Y su gente también.


Personas interesantes en Chile las hay, pero no abundan. De ahí que nuestras conversaciones son un poco chatas, llenas de lugares comunes. Pero hay excepciones. Arturo Fontaine, David Gallagher, Lucía Santa Cruz, Héctor Soto, Rafael Gumucio, son ejemplos de personas que pasan del mundo de la historia, la filosofía, la literatura a las discusiones públicas con un ingenio que sorprende. Incluso hay economistas interesantes, como Sebastián Edwards o Andrés Velasco, que tienen esa capacidad de salir de los números y entrar en las novelas o el arte.


La mayor parte de la gente interesante tiene varias cosas en común: han estudiado o vivido fuera de Chile. Les gusta viajar y conocer. Son grandes lectores, de ensayos, novelas y devoran los diarios. Van al cine, escuchan música, visitan alguna galería y museos. Les gusta comer y tomar. Su lugar ideal: la sobremesa luego de una buena comida. También son un tanto mañosos, a veces demasiado seguros, o dueños de la palabra. Con todo,


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Published on September 08, 2017 22:55

Se agradece

La Sra. ministra portavoz, al día siguiente de la salida del equipo económico, en su vocería manifestó, que ya no tenía sentido seguir en el tema y que lo importante era seguir trabajando. Desde la perspectiva de la función de gobierno, tal declaración hace sentido, pero no es vinculante para los que queremos agradecer la labor ejecutada por los renunciados y es eso lo que deseo hacer en este espacio de opinión.


Tengo una alta estimación por Rodrigo Valdés, Luis Felipe Céspedes y Alejandro Micco, economistas de primer nivel, que trabajaron con enorme responsabilidad en estos años. Ellos estuvieron preocupados de que la economía rindiera frutos para las personas, y no solo de los números, como pareció sugerir la Presidenta Michelle Bachelet el jueves pasado. Se esforzaron por mantener la disciplina fiscal en un periodo de bajo crecimiento y debilitamiento de la confianza de los inversionistas. Trabajaron duro para que la economía chilena no perdiera las fortalezas que le hicieron ganar respeto internacional. Sin ellos habríamos tenido mayores dificultades. No olvidemos que la primera tarea de Valdés fue impulsar correcciones a la reforma tributaria aprobada en 2014.


Deseo que el nuevo ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, y el nuevo ministro de Economía, Jorge Rodríguez, tengan éxito durante la breve gestión que cumplirán.


Es fundamental que sigan dando señales claras que la responsabilidad fiscal no está en duda, ni tampoco las reglas sobre la inversión. Hay que reducir la desconfianza. No puede aumentar el déficit la próxima ley de presupuesto debe cuidar los equilibrios macroeconómicos y alentar el crecimiento.


Es mejor reconocer francamente que la crisis origina en las discrepancias que ha habido permanentemente en el gobierno acerca de cómo entender el progreso y sobre todo la búsqueda de mayor igualdad.


A mi juicio, el camino es potenciar la inversión privada y, al mismo tiempo, asegurar que el Estado sea un promotor de la inclusión social. En otras palabras, soy partidario de impulsar políticas pro mercado y pro solidaridad. Así progresó nuestro país y se puso a la cabeza de América Latina.


Chile necesita apostar fuerte por el crecimiento, la inversión, la creación de empleos, y despejar la incertidumbre que generan episodios como el lamentable rechazo del proyecto Dominga en la región de Coquimbo.


Por supuesto que hay que velar por el cumplimiento de las normas de protección del medio ambiente, pero hay que estimular la creación de nuevos centros productivos. Hay quienes creen que el Estado recibe sus ingresos por una vía misteriosa y no mediante los tributos que genera la actividad general de la economía. Tenemos que aprender de la experiencia de Argentina bajo el kirchnerismo y de Venezuela bajo el chavismo, donde el estado fue capturado por minorías sectarias y corruptas que produjeron enormes descalabros.


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Published on September 08, 2017 22:50

Una actualización necesaria

Dentro de las bases de la institucionalidad, la Constitución establece el deber del Estado de resguardar la seguridad nacional y dar protección a la población, con pleno respeto de sus derechos y garantías. A su vez, el mandato legal y constitucional del Ministerio del Interior es el resguardo de la seguridad pública, para lo cual se le dota de un conjunto de instrumentos y facultades. En el ejercicio de sus obligaciones, el Ministerio del Interior -junto a los Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones y de Justicia y Derechos Humanos- ha dispuesto la actualización del Decreto N° 142 de 2005, sobre interceptación de comunicaciones y almacenamiento de registros para investigaciones judiciales, que hoy está en trámite ante la Contraloría.


El propósito del nuevo reglamento es dar verdadera eficacia al Código Procesal Penal en sus artículos 218, 219 y 222, para establecer procedimientos precisos de modo que las empresas de telecomunicaciones entreguen oportunamente a la Fiscalía los metadatos (no el contenido) de comunicaciones de personas vinculadas a la comisión de un delito, requerido exclusivamente por un fiscal y con autorización judicial previa.


Para lograrlo, en la nueva norma, se establece un procedimiento destinado a estandarizar la forma en que las fiscalías requieren los metadatos y cómo las empresas los entregan. Así se subsana una dificultad que ha permitido a las empresas justificar demoras de 400 días en responder al sistema judicial, afectando el resultado de las investigaciones.


Se hace indispensable ajustar la normativa a la realidad de las tecnologías, incorporando nuevas formas de comunicación electrónica, pero siempre bajo el amparo del Código Procesal Penal, requerido por un fiscal y con autorización judicial previa.

En la tramitación de este decreto, se ha dado una controversia sobre elementos que no son parte del reglamento y se ha planteado que la norma vulneraría el derecho a la privacidad.


Sobre esto último, es necesario precisar que el derecho fundamental a la privacidad, según el Tribunal Constitucional, no es de carácter absoluto, y la principal hipótesis en la que se admite la intromisión en la vida privada es en materia delictual. Para ello, la ley dispone los procedimientos, siempre a requerimiento de un fiscal y la autorización de un juez.


El debate sobre interceptar, retener e incautar comunicaciones se dio en la tramitación del Código Procesal Penal, donde el legislador resolvió lo dispuesto en los artículos 218, 219 y 222, que se encuentran vigentes, y corresponden al sustento legal del actual reglamento y de su modificación. Los registros de datos de las comunicaciones han contribuido a resolver procesos judiciales complejos. En el caso de Nabila Rifo, se estableció el tráfico de llamadas de la víctima al imputado, el día posterior del ataque, su duración, horario y localización. En el caso Luchsinger, los registros permitieron situar en las inmediaciones del sitio del suceso a imputados que hoy enfrentan a la justicia. Para fortalecer esa contribución al sistema penal, se requiere que las empresas de telecomunicaciones sean diligentes y comprendan a cabalidad que también deben ayudar a resolver los problemas delictuales, en beneficio de todos. El nuevo reglamento apunta en esa dirección.


Es importante situar la discusión sobre antecedentes fácticos y no en prejuicios, presunciones o supuestos. El nuevo reglamento no considera una revisión masiva de personas y sus metadatos, sino que respecto de personas y asuntos judicializados, a requerimiento de un fiscal y con la autorización de un juez. Por tanto, se ajusta a las exigencias de protección de la privacidad que establece la Constitución, el Código Procesal Penal y el Convenio de Budapest, aprobado por el Congreso Nacional y vigente en Chile desde agosto de 2017.


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Published on September 08, 2017 22:45

El decreto avasalla la privacidad

Hace poco, la organización Derechos Digitales dio a conocer un decreto, firmado por la Presidenta Bachelet, que podría incrementar el acceso gubernamental a datos personales. El decreto, que aún debe ser aprobado por la Contraloría para entrar en vigor, afectaría gravemente el derecho a la privacidad y replica prácticas de gobiernos autoritarios.


El decreto exige que las compañías de telecomunicaciones conserven, al menos por dos años, datos sobre comunicaciones de todos los ciudadanos sin distinción, incluidas llamadas telefónicas, mensajes de correo electrónico y de aplicaciones de celular. Si bien no exige preservar el contenido de dichas comunicaciones, cubre datos, como la localización de las personas y los números telefónicos llamados, que podrían darle al gobierno una información clave sobre la vida privada del usuario, especialmente cuando la información se recolecta a gran escala. Por ejemplo, si el gobierno sabe que alguien hizo una llamada a un oncólogo o a un psiquiatra, podría arrancar conclusiones claras sobre la situación personal de quien hizo la llamada, aun sin saber qué dijo. Asimismo, los datos de localización de celulares pueden dar a las autoridades un mapa detallado de los movimientos de una persona.


Esto supone una intromisión desproporcionada en la privacidad. Sin duda es razonable exigir acceso a datos específicos para investigar delitos, siempre que haya ciertas garantías básicas. Pero la retención indiscriminada de datos que dispone el decreto va mucho más lejos y afecta a todos los usuarios, al margen de si son sospechosos de haber cometido un crimen. El máximo tribunal de la Unión Europea, el Tribunal de Justicia, ha invalidado leyes similares en dos oportunidades, señalando que estas suponen una intrusión injustificada. Aunque el Reino Unido aprobó una ley de retención de datos el año pasado, en general los países de la Unión Europea han gradualmente derogado estas normas. En cambio, gobiernos autoritarios como los de China y Rusia recientemente ampliaron sus leyes sobre conservación de datos para fortalecer la férrea vigilancia que ejercen sobre sus ciudadanos.


Más aún, el decreto sólo exige explícitamente una orden judicial para interceptar comunicaciones, y no para acceder a datos ya retenidos. Sin control judicial, el decreto podría convertir al gobierno en una especie de “gran hermano” que puede saber, todo el tiempo, donde está cada persona y con quienes se comunica.


Por último, el decreto también prohíbe a las compañías de telecomunicaciones usar tecnología que impida interceptaciones. Si se interpreta esta norma de forma amplia para prohibir el encriptado, Chile sentaría un precedente peligroso. El encriptado es fundamental, en la actual era digital, porque protege a millones de usuarios frente a ciberdelincuentes y hackers. Incluso en Estados Unidos, uno de los países con políticas más intrusivas en este ámbito, el Congreso no ha apoyado propuestas para restringir la encriptación porque reconoce su importancia para limitar el cibercrimen. El gobierno de Chile debería dar el ejemplo promoviendo el encriptado como una medida indispensable para incrementar la seguridad de sus ciudadanos, en lugar de imitar a gobiernos como los de Rusia y Turquía, que lo han restringido.


Cuando la Contraloría se pronuncie en los próximos días sobre el decreto, deberá decidir si protege el derecho fundamental a la privacidad de los chilenos o si permite que el gobierno replique políticas típicas de países autoritarios. No debería haber dudas sobre cuál es la decisión correcta.


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Published on September 08, 2017 22:40

La otra victoria de Kim Jong Un

Si bien la victoria más importante del dictador norcoreano, Kim Jong Un, es haber alcanzado el “status” nuclear que durante décadas persiguieron su abuelo y su padre, hay otra que con el paso de los días va siendo evidente y no es menos ingrata: la creciente división de los países encargados de contener (es imposible revertirlo) el programa nuclear norcoreano.


No me refiero a la tensión entre Washington y tanto Moscú como Beijing, que prefieren abordar este asunto de un modo muy distinto al de Estados Unidos, sino al océano de distancia que se está abriendo entre Donald Trump y Moon Jae-in, el nuevo Presidente de Corea del Sur. Hay que recordar que el orden mundial vigente (que, como todos los “órdenes mundiales”, es susceptible de modificaciones sustanciales un buen día) depende, en lo que respecta a Asia, del vínculo estrecho entre Estados Unidos y dos países clave, Japón y Corea del Sur. No son los únicos aliados asiáticos, pero sí los dos más importantes, razón, precisamente por la que Corea del Norte amenaza tan insistentemente a esos dos vecinos, a los que considera puntales, en Asia, de la estrategia occidental para acabar con ese régimen.

Desde que, hace poco, el nuevo mandatario surcoreano asumió el poder, eran previsibles las tensiones. Él se inclinaba por el apaciguamiento, mientras que Trump proponía una línea dura. Sin embargo, muy seguro de sí mismo, Kim Jong Un se encargó de acorralar a Moon Jae-in con amenazas y ensayos balísticos (y, ahora, nucleares), lo que obligó al surcoreano, por presión de sus compatriotas, a endurecer su propia línea. De allí que retomara el programa de instalación del escudo antimisiles que su antecesora, Park Geun-hye, había iniciado y él suspendido. Todo parecía indicar que esta convergencia, más la actitud frontal de Tokio, preservaría al menos el frente unido frente a Pyongyang.


Pero las cosas se han vuelto a torcer. Donald Trump ha elegido el peor momento para volver a la carga contra el TLC entre Washington y Seúl vigente desde 2012, amenazando con liquidarlo, y para disparar trinos de Twitter contra su colega surcoreano, acusándolo de “apaciguamiento” frente al dictador del norte de la península. Esto ha llevado a Corea del Sur a recostarse en Naciones Unidas, a la que pide nuevas sanciones (que se añadirían a las últimas que puso en marcha el organismo mundial el mes pasado).


Lo cierto es que Corea del Sur tiene miedo. No sabe con quién puede contar, dado que China y Rusia se oponen a nuevas sanciones, y especialmente dado que Vladimir Putin pide reconocer que Pyongyang no va a renunciar a sus armas de destrucción masiva, lo que equivale a aceptar a ese régimen como potencia nuclear. Distanciado Estados Unidos de Seúl, y muy inclinados tanto Beijing como Moscú a utilizar a Pyongyang como contrapeso a Washington en Asia, lo que queda es una Corea del Sur en una apremiante soledad.


Esto es especialmente peligroso teniendo en cuenta que todavía no sabemos si el único objetivo del dictador de Corea del Norte es sobrevivir o si, además, pretende reunificar la península bajo su mando. Si fuera lo segundo, la peor forma de impedirlo es alimentar la soledad surcoreana, que es lo que parecía estar haciendo Donald Trump en los últimos días al disparar balas verbales contra uno de los grandes aliados asiáticos de Washington.


Trump tiene que tener mucho cuidado porque está caminando sobre un campo minado. Cada trino, cada exabrupto verbal, es un punto que Kim Jong Un se anota en su guerra fría, cada vez menos fría, con su vecino sureño.


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Published on September 08, 2017 22:30

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Óscar Contardo
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