Óscar Contardo's Blog, page 38
November 18, 2017
Levántate y vota
Hoy se celebran las séptimas elecciones presidenciales desde que recuperamos la democracia y cada uno de nosotros tendrá su evaluación de estas casi tres décadas. Varios podrían sentirse legítimamente satisfechos por este período, cuyo desarrollo y prosperidad no tiene parangón en nuestra historia. Otros también podrán poner el énfasis en los objetivos déficits o en las importantes y obscenas deudas que todavía arrastramos.
Estos meses previos a las elecciones han sido un espacio privilegiado para conocer de esas opiniones, puntos de vista y emociones. No me refiero a los candidatos, a sus programas o propagandas; sino a los múltiples espacios de conversación política del que hemos sido protagonistas en nuestras casas, lugares de trabajo o estudio, reuniones con amigos, e incluso también de manera casual o circunstancial con un desconocido en algún lugar público . Y quizás hay muchos que también se han sentido ajenos a este debate. Sea por pudor o falta de conocimiento algunas veces, pasando por el desinterés cuando no desgano en otras ocasiones, hasta aquellos profundamente descreídos de su democracia y las posibilidades de nuestra política; son demasiados los ciudadanos que podrían volver a dejar en manos de pocos las decisiones que nos conciernen a todos.
Es a todos ellos que dirijo mis palabras este domingo. La política es una cuestión demasiado importante para dejársela sólo a los políticos. “Igual tengo que ir a trabajar mañana”, podrían replicarme varios. ¡Sí señor o señora!, de la misma manera que la gran mayoría de los ciudadanos, los que como usted probablemente no siempre lo hacen con gusto y agrado, pero que sienten una obligación y compromiso con los suyos, sus proyectos y su futuro. Y aunque usted no perciba al país como un gran hogar, desentenderse de este proceso y restarse de esta decisión, no impedirá que sean otros los que resuelvan sobre ámbitos que lo afectarán personalmente y a su familia.
Y si no tiene una preferencia por un candidato, o si su desencanto y frustración le impiden incluso elegir por la opción que menos le desagrada, entonces vote blanco o nulo. De lo contrario, si decide no votar, no solo estará silenciando su malestar o invisibilizando su pertenencia a esta comunidad; sino, todavía peor, estará facilitando y promoviendo que se perpetúe en el tiempo todo aquello que le molesta, avergüenza o derechamente asquea.
No regale lo que también es suyo. Este es un país plagado de contradicciones. A veces maravilloso, pero de mierda en ocasiones; plagado de oportunidades, las que también coexisten con demasiadas injusticias; y donde todos queremos más y mejores derechos, pero rápidamente olvidamos nuestras obligaciones. Y lo que sea de Chile en el futuro, también depende de usted.
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Hermosos caminos planos
¿De qué se tratan las elecciones de hoy? ¿Cuál es su tema, qué se juega en ellas? Las respuestas pueden ser muchas, pero hay una que quizás las abarca a todas: tratan de cómo sigue el país. Cómo sigue adelante, porque no hay ningún candidato que haya propuesto disolverlo, ni siquiera retroexcavarlo. No es sobre cómo siguen esas o aquellas reformas, ni estos ni aquestos proyectos, sino el país: ¿Cómo sigue, con quién, con quiénes sigue?
Se dice que esto se encuentra en los programas de los candidatos, pero la verdad es que los programas sólo los leen quienes los escriben. Los encargados de transmitir su espíritu son los candidatos, a través de una estética que funde forma y contenido en un mismo estatuto, pero es inevitable que haya candidatos que no tengan ni idea de cómo se realiza una cosa tan sutil. En una elección de ocho postulantes, como la presidencial de hoy, habrá un tercio que ignora esos códigos de la inteligencia política.
Una elección es también una evaluación de cómo está el país y de qué es lo que necesita para los años que vienen. Nadie parece creer que Chile esté al borde de un abismo, ni político, ni social, ni moral. No hay una guerra civil en ciernes. No hay una prisión que espere a los derrotados. No se avecina una tiranía. El gobierno saliente no será enviado al cadalso. Nadie será forzado al exilio. Estas pueden parecer exageraciones, pero en América Latina no lo son, y si los chilenos han naturalizado su tranquilidad será porque su democracia es algo mejor de lo que suele decir el pandillerismo tuitero.
Hace cuatro años se eligió a una expresidenta que se fue diciendo que no volvería, aunque todo el mundo sabía que volvería. Ahora, la primera opción la tiene un expresidente que no dijo nada, con lo que todo el mundo entendió que volvería. Chile cumple 12 años entre las mismas dos personas, y puede que cumpla 16. Eso habla mal de su capacidad de renovación: de la resistencia de los líderes a ceder el paso a otros, y también de la flojera de los otros para tomarse lo que ya se sabe que nadie les regalará. ¿No hay más líderes en la centroizquierda ni en la centroderecha?
En materia de liderazgos políticos, Chile está más estancado que en su economía. De los postulantes a la Presidencia, sólo dos repiten -Sebastián Piñera y Marco Enríquez-Ominami-, pero varios de los demás llegaron a esa situación sólo por default, en sustitución de algo que les ha faltado a sus respectivos grupos políticos. En otras palabras, tapando un vacío. Es arduo pedirle épica a un cobertor.
El hecho de que además de Presidente haya que elegir a casi todo el Parlamento hace parecer que las elecciones son una confrontación total. No es así. Hay partidos que se juegan la subsistencia y políticos que se juegan sus carreras, pero no hay ninguna vida en riesgo. Lo que sí es verdad es que en las elecciones de diputados está todo el potencial de renovación: el cambio en los distritos, las listas y los candidatos representa un panorama enteramente diferente del que se conocía.
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Las encuestas han dicho, sin excepción, que la pole position pertenece a Piñera y a la centroderecha. No sólo en la presidencial, también en las parlamentarias. Esto puede ser un mero efecto pendular o algo más extenso. Un elemental sentido de la dialéctica obliga a mirar hacia el otro lado antes de completar el juicio; y el panorama ruinoso de la centroizquierda y la izquierda sugiere que, mientras duren sus tareas de reconstrucción, el país mirará hacia la derecha precisamente por esto: porque hay que seguir.
Lo más novedoso de estas elecciones es que por primera vez en más de un siglo se le ofrece a la centroderecha la oportunidad de construir un proyecto más largo que el de una mera emergencia. En una casualidad, por supuesto que nada graciosa, el terremoto del 2010 se convirtió en el verdadero programa del gobierno de Piñera, porque tuvo el sentido de la urgencia que el suyo sólo tenía de una manera administrativa: pendrives y casacas rojas. El terremoto le puso imperio, metas, demandas y necesidades verdaderas.
La centroderecha, como la centroizquierda, no es un solo grupo uniforme, y siempre hay un José Antonio Kast para recordarlo. Cuanto más se mueve hacia el centro, como lo exige el electorado, más crece el apetito de esa derecha dura, intransigente, que apela a los viejos valores y a las lealtades cuarteleras. Como la conoce, Kast no le teme al exceso: exalta las armas, exonera a Miguel Krasnoff, deroga leyes y así por delante.
Escribiendo sobre la conjura de Catilina, Cicerón describe a las “clases senatoriales y ecuestres” que se sienten con la potestad de defender el orden social. Pues bien: las “clases senatoriales y ecuestres” de la derecha chilena recelan de las concesiones plebeyas que debe hacer Chile Vamos y de su olor a Ángela Merkel. Por lo tanto, permanecerán libres de compromiso, en cierta simetría con lo que es la izquierda dura para la centroizquierda.
Tampoco Chile Vamos es uniforme, y a pesar de su manía por cambiar de nombre, expresa un fenómeno importante: después de más de 20 años, la centroderecha ha aprendido a vivir en coalición y a dar sustento a un gobierno. Piñera perdió un año antes de entender que el Presidente de una coalición debe prestar atención a sus partes y desde que lo hizo su gobierno fue mucho menos tortuoso. ¿Por qué recordar esto? Porque ese gobierno se sentía excepcional -y lo era: el primero de la derecha en democracia en 50 años- y se entendía como paréntesis, como un accidente transitorio en un país al que consideraba “de izquierda”. Era un gobierno tan asustado de su propio triunfo, que reaccionaría con cierta histeria ante las protestas callejeras.
Ya no es así. Si gana estas elecciones, ya no será una excepción y tendrá la posibilidad de preparar su propia sucesión. La experiencia muestra que el Presidente tiene baja incidencia en esto, excepto para obstaculizar o perjudicar. Son los aspirantes los que deben mostrar su decisión. ¿Los hay, los tiene Chile Vamos? ¿Puede representarlos Manuel José Ossandón con su derechismo rudimentario, puede hacerlo Felipe Kast con su liberalismo ligero? ¿No hay más en la fila?
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La centroizquierda paga en estas elecciones su tributo al autoflagelo. Se dio ese lujo, y ahora tiene el resultado. De tanto vituperar su pasado, ha conseguido inferirse un futuro oscuro. Alfredo Joignant ha calificado la existencia de cinco candidaturas de fuerzas afines -es de suponer que deja afuera a Eduardo Artés e incluye, discutiblemente, al Frente Amplio- como “una grosería”. Tiene razón, pero las groserías empezaron tiempo atrás, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, y habrá que esperar el juicio de la historia para saber por qué ese gobierno fue tan complaciente con las afrentas. Dos de esos insurgentes -Enríquez-Ominami y Alejandro Navarro- son ahora candidatos presidenciales.
Lo que sí se sabe es que en el segundo gobierno alentó y hasta entregó partes del Ministerio de Educación a los dirigentes del movimiento universitario del 2011, como si se hubieran hecho amiguetes por sólo poner en problemas a Piñera. El resultado ha sido la creación del Frente Amplio, que desafía a los candidatos del mismo gobierno desde la izquierda. De modo que las explicaciones de la “grosería” están más a la vista de lo que parece.
La Nueva Mayoría agoniza y muere en estas elecciones. Las lealtades que no tuvo para permanecer unida difícilmente las recuperará estando en la oposición. Siempre es útil recordar a Giulio Andreotti, quien dijo alguna vez que el poder desgasta, pero más desgasta no tenerlo. Es significativo que Enríquez-Ominami haya dedicado sus últimas semanas de campaña a defender el “legado” de Bachelet, arrebatando la bandera que debía proteger Alejandro Guillier. Quizás se ha equivocado, pero es evidente que vio allí un forado para extraer votos, mientras Guillier cerraba su campaña, no con la imagen de un Presidente de su coalición, sino con la de Pedro Aguirre Cerda. Un río realmente revuelto.
El partido obligado a decidir cómo se recompondrá la centroizquierda es el Socialista, que ha de optar entre el eje PS-DC que fue el centro de gravedad de la Concertación, y el eje histórico PS-PC, que creó la UP. El escoramiento a la izquierda que representó la Nueva Mayoría ha resultado demasiado gravoso para la DC, aunque ese partido tendrá que iniciar mañana el debate acerca de lo que significó la candidatura de Carolina Goic y su posición en la tabla presidencial, que es, a estas alturas, la única sorpresa posible.
El Frente Amplio es otra historia. No es producto de la crisis de la centroizquierda, como parte de ésta cree. No tiene nada que ver con la ex Concertación ni con la ex Nueva Mayoría. Su proyecto es desplazarlas, por lo que cosas como el debate sobre los apoyos en segunda vuelta muestran que alberga a gentes que no lo comprenden. Más pronto que tarde sufrirá divisiones y desgarros, pero si elige unos cuantos diputados, habrá razones para que sus sostenedores lo mantengan.
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Los candidatos tuvieron el jueves su último momento de gloria personal. Algunos no volverán a tener ningún otro semejante. Otros entenderán que sus resultados significan “siga participando”. La democracia es así: propone un resultado, pero no su interpretación.
Entre tanto, el país elegirá: cómo seguir adelante. Cómo vivir, procrear hijos, dar continuidad a sus vidas, generar el curso intergeneracional, en fin, abrir el río. Al final, en la lejana última línea, las elecciones tratan, no de la perfección, sino del flujo, de esos deseos que el ignoto redactor del Popol Vuh imaginó para sus hijos:
Que no caigan en la bajada 
ni en la subida del camino. 
Que no encuentren obstáculos 
ni detrás ni delante de ellos. 
Ni cosa que los golpee. 
Concédeles buenos caminos, 
hermosos caminos planos.
De eso tratan las elecciones: de los caminos.
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¿Cuántos votan el día de hoy?
¿Cuánta gente votará el día de hoy? ¿Seguiremos en torno a los cinco millones de la elección municipal del año pasado? ¿O tendremos una participación similar a los 6,7 millones de la presidencial de 2013?
Las proyecciones que hicieron los partidos el miércoles de esta semana en este diario cubren casi todo el rango anterior. El partido más optimista fue RN, con 6,7 millones de votantes, seguido de la UDI, con 6,5 millones. En el rango bajo se sitúan el PC y el PS, que proyectan entre 5,2 y 5,5 millones en el escenario más pesimista.
La transición a la democracia debutó con una impresionante participación del 87% en el plebiscito de 1988, porcentaje que se repitió en la elección presidencial del año siguiente. Entre 1989 y 2009 el porcentaje de participación, siempre como fracción de la población en edad de votar, fue cayendo lenta pero sistemáticamente hasta alcanzar el 59% en la elección presidencial de 2009.
La caída de la participación se aceleró luego de la introducción del voto voluntario en la municipal de 2012. Comparado a la municipal anterior, hubo 1,2 millones de votantes menos el 2012. La elección presidencial de 2013 confirmó el impacto negativo del voto voluntario, con una caída de casi 600 mil votantes respecto de la presidencial anterior. La caída fue menor, porque es más atractivo votar en las presidenciales que en las municipales, de modo que la introducción del voto voluntario afectó menos la participación en las presidenciales.
En la elección municipal del año pasado se produjo una segunda caída mayor de la participación, con casi 900 mil votantes menos que en la municipal de 2012. Sumando tenemos que entre la elección municipal de 2008 y la de 2016 el número de votantes cayó de siete a 4,9 millones.
¿Qué explica la segunda gran caída de la participación electoral en octubre del año pasado? Una encuesta de Espacio Público e Ipsos sugiere que el principal motivo fueron los casos de corrupción conocidos en los últimos años, un 46% de los encuestados menciona este factor en primer lugar. Le siguen un desinterés en la política, con un 19%, y en tercer lugar aparece el cambio sorpresivo en el lugar de votación para una fracción importante de votantes con un 11%. La encuesta anterior sugiere que las nuevas reglas de campaña no tuvieron un rol significativo en la caída de la participación.
Vamos, finalmente, a responder la pregunta que titula esta columna. Como base para hacer una proyección suponemos que el incremento porcentual de votantes hoy, respecto de la municipal de octubre del año pasado, será el mismo que hubo entre la presidencial de 2013 y la municipal de 2012. Es un supuesto simple y razonable que sugiere alrededor de 5,7 millones de votantes el día de hoy. A continuación analizamos diversos factores que podrían llevar a que el número de votantes sea mayor o menor que la cifra anterior.
Entre los factores que podrían traducirse en una participación mayor destaca el fin del sistema binominal: la elección de hoy será la primera con un sistema que incentiva mucho más la competencia electoral en las elecciones parlamentarias. Un segundo factor que podría llevar a una mayor participación es que los metros de Santiago y Valparaíso y el Biotrén de Concepción prestarán servicios gratuitos el día de hoy. El transporte gratuito fue una de las medidas que propuso el Consejo Anticorrupción para incentivar la participación electoral, y su implementación parcial el día de hoy es una buena noticia. Un tercer factor es que el cambio de lugares de votación inconsulto debiera impactar menos hoy que en la municipal de octubre pasado, porque los electores tuvieron casi un año para revertir o adaptarse a este cambio.
También existen factores que podrían lleva a una menor participación que los 5,7 millones antes mencionados. Por ejemplo, varios analistas han mencionado el estilo particularmente agresivo que ha tenido la actual campaña, lo cual puede aumentar la distancia que siente la ciudadanía de la política. También está que la Región Metropolitana, la más numerosa en votantes, no elige senadores en esta elección.
Sumando y restando, los factores que podrían llevar a una votación mayor que en el escenario base parecen más relevantes, sobre todo el fin del binominal y el transporte público gratuito. ¿Cuánto más relevantes? En un escenario optimista, lo suficiente para que los 600 mil electores que dejaron de votar en las presidenciales cuando pasamos al voto voluntario regresen a las urnas el día de hoy y algo más. En un escenario pesimista, solo la mitad de estos electores volvería a votar. Lo cual sugiere que el número de votantes estará entre seis y 6,5 millones. Es evidente que la proyección anterior incluye varios elementos subjetivos, lo cual lleva a invitarle a que haga su propia proyección (y a que vaya a votar).
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La alternancia
Llegó el día de las elecciones: para algunos un plebiscito respecto al “modelo” de desarrollo cursado por el país en los últimos treinta años; para otros, más bien un referendo sobre las “reformas” implementadas por el actual gobierno. Y para todos, un proceso electoral que definirá no solo las prioridades de gestión pública de los próximos años, sino los fundamentos ideológicos desde los cuales esas prioridades serán abordadas por el Estado.
Con todo, en el subsuelo de estas controversias habita también una tensión distinta, un desajuste político y cultural que hunde sus raíces en el quiebre vivido por la sociedad chilena en el último medio siglo. Hace ocho años, la derecha ganó por primera vez unas elecciones democráticas con mayoría absoluta, una realidad que para un sector relevante de la centroizquierda no hizo más que revivir un trauma histórico, que la llevó a un paradójico cuestionamiento del Chile construido desde el retorno a la democracia.
En rigor, una de las razones que explica por qué un segmento de la centroizquierda decidió tirar la “obra” de la Concertación por el triturador de basura dice relación con este problema: descubrir luego de veinte años en el poder, que había dado a luz una sociedad que hacía posible que los otrora partidarios de la dictadura, ahora ganaran elecciones en democracia y con mayoría absoluta. Fue, para muchos, un desenlace dramático, que condujo a la centroizquierda a reelaborar su visión del pasado reciente y a inclinarse luego por el imperativo de reemplazar la institucionalidad política –una nueva Constitución- y por cambios estructurales que sentaran las bases de “un nuevo modelo” económico y social.
Se instaló entonces un diagnóstico que no se hacía cargo de los avances y transformaciones generados en las dos décadas que la Concertación estuvo en el poder, sino más bien, que respondía al impacto de perderlo en manos de las fuerzas políticas que en su momento respaldaron a Pinochet. Había, por tanto, que empezar todo de nuevo: se requería de una retroexcavadora y de una agenda “refundacional”, para echar abajo los cimientos de la sociedad edificada desde el inicio a la transición. Hoy sabemos que ese diagnóstico y esa agenda no eran compartidos por la mayoría de la gente, ese 70% de los chilenos que según la última encuesta del CEP se siente “feliz” con su vida, y que a pesar de muchas dificultades, se endeuda, consume y tiene en la actualidad una calidad de vida muy distinta a la que tuvieron sus padres.
En síntesis, este proceso electoral supone también el desafío político y socio-cultural de ir normalizando la alternancia en el poder, esa dimensión básica y esencial a todo sistema democrático, pero que para un sector todavía importante de la sociedad chilena, representa algo espeluznante. Llegar a asumir y valorar que en Chile existan proyectos políticos de centroizquierda y de centroderecha que compitan en igualdad de condiciones, sin pretendientes de superioridad moral ni de mayor legitimidad democrática de unos sobre otros. Un desafío que en los hechos implica tener reglas del juego reconocidas por todos, compartir un “modelo” de sociedad y un marco institucional que no se vean puestos en riesgo en cada competencia electoral. Una tarea que sin duda nuestra democracia tiene todavía pendiente.
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El día de la marmota
Radios y canales de TV comenzarán sus transmisiones casi al alba. Nos informarán sobre la lenta constitución de algunas mesas y sus conductores repetirán hasta el cansancio el llamado a votar temprano, a ser responsables, a usar bloqueador solar y todo eso. Escucharemos los sesudos comentarios de analistas, opinólogos y, por cierto, de los mismos políticos, que –al igual como ocurre en cada jornada electoral- estarán gozando ese gran día en que juran que todo el país está preocupado de ellos.
Entrevistarán a vocales que suman un montón de elecciones en el cuerpo, a otro que lo dejaron clavado porque los designados hicieron la cimarra y nos contarán alguna que otra anécdota de lugares apartados, mamás con guaguas y bla, bla, bla. Por supuesto, no faltará el ministro, subsecretario, diputado, Core o lo que sea que alabará la conciencia cívica de los chilenos, la jornada ejemplar y más bla, bla.
Las transmisiones se interrumpirán de súbito para comunicarnos que la presidenta está acudiendo a votar y lo mismo ocurrirá con cada uno de los candidatos, incluyendo aquellos que sólo participaron en la contienda para aprovechar los foros televisivos gratuitos y cobrar las lucas que les corresponderán del financiamiento fiscal (o sea, de nuestros impuestos).
Luego vendrá el momento de los resultados, los mismos que usted y yo podremos revisar on line en la web del Servel, y Mosciatti intentará sorprendernos con adelantos exclusivos. Pero de no mediar ninguna sorpresa, al final de la tarde el ganador será el mismo de 2009, aunque bien sabemos que todos encontrarán la manera de declararse también ganadores. Los segundos y terceros y hasta cuartos lugares estrenarán de inmediato la teleserie de los apoyos o no apoyos, de las alianzas y negociaciones. Tampoco será muy distinto a 2009, salvo que por entonces era evidente que la coalición derrotada volvería a unirse bajo la figura de la Dalai Bachelet.
Ahora tampoco se puede descartar que, a poco andar del segundo gobierno de Piñera, comiencen nuevamente los viajes a Nueva York para alentar a la presidenta por un tercer período, pero tendrán que lidiar con todos los aspirantes a liderar el renacimiento de la izquierda: Giorgio y sus chicos (sin la Bea, porque lo más seguro es que desaparecerá rápidamente del mapa político), Lagos Weber como sucesor de su padre, el infaltable e infatigable ME-O. Al PS no le quedará más opción que volver a mirar a Bachelet, mientras que la DC continuará la senda del declive para convertirse en un pequeño grupo de amigos que se reúnen a recordar viejas hazañas en el boliche de la esquina.
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Tu voto (casi) no importa
Hay más de 14,3 millones de personas habilitadas para votar hoy. Eso significa que usted es un voto entre 14,3 millones. Ah, pero nunca votan todos. Es cierto. En la primera vuelta de la última elección presidencial votaron cerca de 7 millones de personas (de 13,5 millones habilitados). Eso hace más valioso su voto. Pero, ¿cuánto? Para hacerse una idea, la probabilidad de ganarse el Loto es una entre 4,5 millones, y la probabilidad de ser alcanzado por un rayo es de una entre 3 millones. Esto quiere decir que el valor relativo de su voto es muy, muy bajo, incluso con una alta abstención.
Lo primero que este modesto peso electoral debería ayudarnos a descartar es cualquier estrategia de voto demasiado enredada. Si lo que usted quiere expresar con su voto es algo muy rebuscado, mejor pinte un cuadro en su casa. Votar es un arte de brocha gorda. Por eso la oferta presidencial es más o menos tosca.
Si usted se siente inclinado hacia la derecha, solo tiene que analizar qué tan inclinado se siente, entre la opción de derecha y la de centroderecha. Fácil. Si usted, en cambio, se siente inclinado hacia la izquierda, las cosas se ponen un poco más complicadas. Si se siente muy inclinado, tiene que elegir entre el lumpenizquierdismo chavista de Navarro y la Gran Guerra Patria del camarada Artés con la sinfonía N°7 de Shostakovich de fondo (bueno, eso es fácil, en realidad). Si cree que Bachelet fue “amarilla”, pero sabe que las vacunas no producen autismo y el régimen norcoreano no le parece glorioso, Sánchez es su opción. Si se siente menos inclinado y le gustó el gobierno de Bachelet, debe decidir si preferiría a Guillier o a MEO continuando con su programa. Y si usted hubiera preferido como candidato a Lagos en vez de a Guillier, o si le gustaba más la Concertación que la Nueva Mayoría, su voto va para Goic. E incluso podría, si Goic no le convence -en la soledad de la caseta- votar por la centroderecha. Como decía el reggaetón: nadie lo sabrá.
Por otro lado, salvo excepciones justificadas, vote por los candidatos a lo que sea que su opción presidencial promociona. Si en verdad quiere que él gobierne, lo razonable es tratar de que tenga votos en el Congreso. Y Cores, muchos cores (?).
Otra cosa que es importante tener claro es que su voto no decide la elección. Luego, no sienta que debe salvar el mundo con él. No necesita hacer grandes cálculos. No se sienta Raskolnikov. Vote por el candidato que más le guste. Es lo más responsable que puede hacer. La irrelevancia relativa de nuestro voto, mezclada con el hecho de que nuestra opción es secreta, nos entrega esta libertad.
Finalmente, está la pregunta de si votar o no. Y la respuesta es “sí”, a menos que usted sea uno de los idiotas que trata mal a los vocales de mesa y reclama cuando se da prioridad a embarazadas y abuelos. En ese caso, quédese en su cueva. Pero si es un ser humano normal, no se haga el interesante. Vaya y vote, con la ironía y la tranquilidad que produce saber que su voto da casi lo mismo. Pero que no da lo mismo. Y definitivamente no da lo mismo quién gobierne
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Conducta impropia
Desde que llegué a Estados Unidos hace una semana veo en los diarios y los programas de noticias en la televisión usar el delicado eufemismo “conducta impropia” para los abusos sexuales de todo orden cometidos por productores, artistas, políticos, a quienes el testimonio de sus víctimas está llevando a la ruina económica, el desprestigio social y podría incluso sepultar en la cárcel.
Inició esta estampida el caso de Harvey Weinstein, eminente y multimillonario productor de cine, ganador de todos los premios habidos y por haber, a quien cerca de medio centenar de mujeres, muchas de ellas jóvenes actrices tratando de abrirse camino en Hollywood, han acusado de aprovecharse de su poderío en esta industria para violarlas o someterlas a prácticas indignas. Cuando algunas de sus víctimas lo amenazaban con denunciarlo, el magnate libidinoso usaba a sus abogados para aplacarlas con sumas de dinero a veces muy elevadas. Ahora, Weinstein se ha refugiado en una clínica de Escocia para seguir un tratamiento destinado a enflaquecerle la desmedida libido pero la policía y los fiscales de Nueva York han anunciado que a su vuelta será detenido y juzgado. Entre tanto lo han expulsado de sinnúmero de asociaciones, le han pedido que devuelva muchos premios y, según la prensa, su ruina económica es ya un hecho.
Parecida desventura ha vivido el actor Kevin Spacey, el malvado presidente de House of Cards -Frank Underwood- y exdirector del Old Vic de Londres, que acosaba y manoseaba a los muchachos que se ponían a su alcance. Más de diez denuncias de actores o colaboradores de sus montajes teatrales, a quienes abusó, lo han puesto en la picota. Netflix ha cancelado aquella exitosa serie, lo han expulsado de sindicatos y colegios profesionales, le han retirado premios, anulado contratos y se cierne sobre su cabeza una lluvia de denuncias judiciales que podrían arruinarlo económicamente. Él también, como Weinstein, está ahora en aquella clínica escocesa que sosiega las libidos desorbitadas. Otros actores famosos, como Dustin Hoffman, asoman en estos días entre los famosos de “conducta impropia”.
Un interesante debate ha surgido con motivo de estas denuncias y revelaciones auspiciadas por muchas asociaciones feministas y defensoras de derechos humanos. ¿La celebridad es atenuante o agravante de la falta cometida? Se cita el caso de Roman Polanski, el gran director de cine polaco que, hace varias decenas de años, drogó y violó a una niña de trece años en una casa de Hollywood -que le prestó otro famoso actor, Jack Nicholson-, a la que había citado allí con el pretexto de fotografiarla para una película. Descubierto, huyó a Francia -que no tiene acuerdo de extradición con los Estados Unidos-, donde ha proseguido una muy exitosa carrera de director de cine, coronada por muchos premios y celebrada por los críticos, muchos de los cuales censuran a la justicia norteamericana por perseguir con su vindicta, después de años, a tan celebérrimo creador.
Yo, por mi parte, creo que no hay que mezclar el agua con el aceite y que uno puede aplaudir y gozar de las buenas películas del cineasta polaco y desear al mismo tiempo que la justicia de Estados Unidos persiga al prófugo que, además de cometer un delito horrendo como fue drogar y violar a una niña abusando del prestigio y poder que le había ganado su talento, huyó cobardemente de su responsabilidad, como si hacer buenas películas le concediera un estatuto especial y le permitiera los desafueros por los que se sanciona a todos los demás, esos seres anónimos sin cara y sin gloria que es el resto de la humanidad. Se puede ser un gran creador, como Louis-Ferdinand Céline o como el marqués de Sade, o como el propio Polanski, y una inmundicia humana que atropella y maltrata al prójimo creyendo que su talento lo exonera de respetar las leyes y la conducta que se exige a la “gente del común”. Pero también es verdad que, a veces, el ser muy conocido y figurar mucho en la prensa, despierta un curioso rencor, un resentimiento envidioso que puede llevar a ciertos jueces o policías a encarnizarse particularmente contra aquellos a los que, pillados en falta, se puede humillar y castigar con más dureza que al común de los mortales.
Por eso mismo, el talento y/o la celebridad, que, no está demás recordarlo, no van siempre juntas, debería exigir una prudencia mucho mayor en la conducta de aquellos que, con justicia o sin ella, merecen o simplemente han logrado ser ensalzados y admirados por la opinión pública. Es un asunto delicado y difícil porque la popularidad ciega muy rápidamente a aquellos a quienes favorece -la vanidad humana, ya sabemos, no tiene límites- y les hace creer que de este privilegio se derivan también otros, como una moral y unas leyes que no le conciernen ni deben aplicársele del mismo modo que a esa colectividad anónima, hecha de bultos más que de seres humanos específicos, que los admira y quiere y debería por lo tanto perdonarles los excesos. La verdad es que ocurre lo contrario. Esos seres semidivinos, adorados ayer, mañana están por las patas de los caballos y la gente los desprecia con el mismo apasionamiento con que la víspera los envidiaba y adoraba.
Hace unas pocas horas escuché, en la televisión, a una señora que hace cuarenta años, cuando tenía l4 años, era camarera en un pueblecito de Alabama. Un cliente, que era juez y tenía 34 años -se llama Roy Moore-, se ofreció a llevarla a su casa en su auto. Ella aceptó. En el vehículo, el amable caballero se volvió una bestia, cogió la mano de la niña y la obligó a masturbarlo, explicándole que, si se atrevía luego a protestar y a denunciarlo, nadie le creería, precisamente porque él era un juez y un ciudadano muy respetado en la localidad. La jovencita nunca se atrevió a contar aquella historia, hasta ahora; pero no la olvidó y, decía sin atreverse a levantar los ojos, ella había sido como un gusano que día y noche había vivido con ella royéndole la vida. Ahora, aquel juez es nada menos que el candidato a senador por el Partido Republicano en Alabama y por lo menos cinco mujeres han salido a la televisión a recordar abusos parecidos que padecieron en su juventud o niñez de aquel desaforado juez. Por lo menos en este caso parece que aquellos delitos no quedarán impunes. El propio Partido Republicano le ha pedido al exjuez que renuncie a su candidatura y, si no lo hace, las encuestas pronostican que perdería la elección.
A lo largo de muchos siglos, las mujeres, prácticamente en todas las culturas, han sido víctimas por el simple hecho de ser mujeres, un sexo que, en algunos casos, por cuestiones religiosas, y, en otros, por su debilidad física frente al hombre, eran las víctimas naturales de la discriminación, la marginación y la “conducta impropia” de los hombres, sobre todo en materia sexual. Por fin las cosas comienzan a cambiar, sobre todo en el mundo occidental, aunque en muchas partes de él, como América Latina, la condición de la mujer siga siendo todavía, por el machismo reinante, muy inferior a la del hombre. En otros mundos, por ejemplo en el musulmán o el africano más primitivo, las mujeres siguen siendo ciudadanos de segunda clase, objetos u animales más que seres humanos, a los que se puede encerrar en un harén o someter a mutilaciones rituales para garantizar que tendrán una conducta sexual “apropiada”. Un horror que tarda siglos de siglos en desaparecer.
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La segunda transición: Alejandro Foxley
Parto por afirmar mi admiración por la obra, gestión y el libro resumen de la misma de don Alejandro Foxley. Sería largo enumerar las secciones donde su pensamiento actual refleja exactamente la coherencia de vida que el personaje tuvo durante toda su vida pública: dirigente, académico, ministro de Estado dos veces, senador, director de Cieplan.
Tuve el honor de servir tanto en el fundacional Ceplan como en Cieplan varios años y conocer la inspiración de pensamiento y acción que nos entregó como líder.
Hoy, como profesor, he determinado dar como lectura obligada a mis alumnos su nuevo libro La segunda transición. Es lectura recomendada para todo ciudadano que esté atento al devenir del país y a las agitadas aguas de la política partidista, parlamentaria y gremial de la coyuntura actual.
Coincidencias
Seré breve para no repetir las muchas concordancias.
Primero: su invitación a convivir mejor y a lograrlo a través del diálogo con todos. La invitación a proyectos comunes a la conversación y acción dirigidas al largo plazo, obviando y minimizando las actitudes que separan o polarizan. Como uno de los fundadores de la Concertación, Foxley estuvo siempre dispuesto a fomentar y privilegiar la política del diálogo intenso, de la apertura y de los acuerdos. Tuvo -como él mismo reconoce- el apoyo permanente de tres adalides del cambio en democracia: el Presidente Aylwin, el ministro e inspirador político Boeninger y el estratega Correa. Con dicho trío era difícil e improbable no apuntar al progreso de la causa. Aun así, Foxley fue quien vistió de buenas cifras y resultados al equipo de lujo que sirvió al país entre 1990 y 1993.
La otra tesis central del libro es que estamos en una segunda transición, según él ya iniciada, que se basa en los cambios y acuerdos requeridos para dar ahora el salto al desarrollo (en todos los planos), desde una incómoda posición de la “llamada trampa de los ingresos medios”.
Tres críticas para debatir
a.- El contexto histórico: percepción de actores ciudadanos.
Como él mismo reconoce , hubo en 1990-1993 un período muy especial y conveniente para la evolución del país, en base a las estrategias de cooperación que plantea Foxley. El dictador había sido derrotado primero en un plebiscito heroico y enseguida en el hermoso y epopéyico proceso electoral, donde Patricio Aylwin derrota magistralmente al candidato tecnócrata pro-continuidad. Se produce el destape de lo que había sido ocultado y manipulado durante la larga dictadura de Pinochet. Todo ello bajo la constatación de un modelo de desarrollo que aguas abajo tenía niveles de pobreza y desigualdad que las personas constataban todos los días. Estaban, pues, todos los ingredientes para la convergencia pacífica, para la reconstrucción democrática, para ir las grandes mayorías en apoyo y en pos de una estrategia cooperativa, inclusiva, de cambios graduales, y no aventurarse por el camino del conflicto abierto, la divergencia exacerbada, la rigidez y sectarismo de las ideologías puras.
Entonces, Aylwin y sus hombres fueron los visionarios que calzaban justo en la época, con ese espíritu ciudadano que aspiraba a la paz social y al desarrollo concertado.
La pregunta que tengo en torno al libro es: después de las distancias y polarizaciones, de los nuevos lenguajes conflictivos y populistas exacerbados que hemos vivido estos cinco años en Chile y que han atizado a los partidos, parlamentarios, actores sociales, buscando el modelo de un “legado heroico”, ¿estamos de verdad y de hecho -como postula el autor- en la segunda transición?
Me parece que esto habría que analizarlo mucho más a fondo. En mi opinión -que puedo errar-, el contexto social, las expectativas, el lenguaje de los actores que pululan en la polis en 2017, se aleja por considerable margen de la ambientación de contexto cooperativo de 1990. No se puede simplemente, sin más, extrapolar la historia del relato que nos ofrece Foxley para el buen periodo de los años 90, a contextos muy distintos -veleidoso- como son ya en el siglo XXI; en particular, todo lo que ocurre en la presente década.
b.- Sobre trampas y rigideces: algo más…
Existe un factor nuevo en la realidad de todas nuestras naciones, casi completamente exógeno a las mismas, pues viene enteramente de afuera y del cambio de siglo.
Creo que aunque Alejandro Foxley lo menciona por aquí y por allá sin darle debido énfasis, está el nuevo mundo científico-tecnológico como una realidad perpleja e invasora que está cambiando sideralmente el hábitat. Incluyendo, por cierto, los campos de factores del crecimiento, de los diseños y efectos de las políticas públicas, del hábitat urbano-rural, del rol crucial que alcanza el know how tecnológico, su difusibilidad. Basta comprobar cómo nos ha cambiado de manera maciza y diversa la conectividad país, para entender que hay una nueva fuerza dinámica que altera muchísimo la forma de comunicarnos y de dialogar.
Hoy nos vemos abocados, producto del múltiplo “internet por globalización” a una manera diferente de hacer comunicación y, por ende, también de hacer política…
Ello implica entrar a pronunciarnos sobre la dinámica de las cosas, los tiempos y alcances en el tiempo de los acuerdos. Ello va a alterar mucho las estrategias eficaces para informarse de las nuevas demandas ciudadanas, como de las herramientas precisas para comunicar ideas colaborativas y constructivas, perforando -esperamos- el ruido de la improvisación demagógica.
c.- Instituciones y valores humanos
Los interesados lectores de esta obra hemos reforzado nuestras convicciones -ex ante a su lectura- a favor del valor que el diálogo, la prudencia política, la apertura, la cooperación ofrecen como estrategia para progresar, con sustento a la democracia.
Los llamados que hace Foxley para eliminar la “retroexcavadora” y elevar la calidad de la política son pertinentes y bienvenidos.
Me parece que al enfoque dialogante y cooperativo -que incluso se atreve a contrastar con uno de First Best (abstracto)- el autor agrega como simbiosis el de gradualidad (ir paso por paso; más lento que apurado; etc.).
Las instituciones de una sociedad se fortalecen por vía de la cooperación. Sin embargo, todavía y por amplio espectro, subsisten límites humanos a la cooperación y al diálogo ad infinitum.
No basta con ser dialogante para temas valóricos centrales, como aborto libre, hipoteca al derecho de libertad de enseñanza, omisión o silencio ante represión a derechos humanos ciudadanos (en países de nuestro propio vecindario). Allí hay que anteponer ideas y principios con toda la fuerza del caso. Luchar por alterar las posiciones sectarias, de contrapartes extremas, polarizantes.
Estamos de acuerdo: hay que privilegiar tanto diálogo y colaboración como fuese viable; pero habrá que poner también por delante los límites que, para el humanismo y la dignidad sagrada de toda persona, representan postulados extremos, pasionales y hasta rencorosos.
Finalmente, no puedo dejar de reiterar, una vez más, que la obra reciente de Alejandro Foxley Rioseco merece ser leída, apreciada, difundida. En un país que está más bien seco de ideas nuevas y contributivas, este libro es para nosotros una lectura obligada.
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November 17, 2017
En veremos
Las elecciones con balotaje, es decir, debiendo tener que repetirse cuando no se alcanza la mayoría necesaria, no son sino paréntesis. Como la presidencial de mañana posiblemente, aunque con al menos fecha cierta, un alivio si se la compara con la indefinición que viene sucediendo desde hace rato entre nosotros. El pasa tú primero que luego te sigo yo, con mismos rostros, que pareciera poco menos que acordado en 2010 cuando se dieron cuenta que no podían seguir cogobernando consensuados, consecuencia del empate fundacional producido el ’88. Lo que nos debiera llevar a hacernos la pregunta que nadie quiere hacerse: ¿qué tan decisivas son nuestras elecciones presidenciales si, cualquiera los resultados, se mantienen las mismas fuerzas equiparables en contienda, igual de frenadas? Ganan y, luego, se les quita apoyo (no sólo en Chile).
Es más, esta elección de nuevo (como en el 2013) se ha vuelto previsible. Sus resultados, se ha dicho y repetido, no debieran ser una sorpresa y, de hecho, se han esmerado en que no lo sean. Ha habido temas que se han esquivado, como el constitucional. Lo del “legado” se ha encargado el mismo gobierno de promoverlo, pero más que para defenderlo ante una ciudadanía no muy impresionada, para la Historia, dando a entender que puede pasársele a llevar. A Bachelet, incentivando a la ciudadanía para que vaya a votar, le hemos escuchado aseverar: “como ustedes han visto, pucha que se pueden hacer hartas cosas en cuatro años”. Hacer y “deshacer”, podría haber agregado, aunque para qué, si desde hacía semanas venía comparando su gobierno con el de Piñera, no pudiendo el candidato oficial, tampoco el otro candidato bacheletista, servir de mucho.
  Quizá haya sorpresas en las parlamentarias, porque se terminó el binominal y se han rediseñado las circunscripciones. Pero en cuanto a la abstención no tendría por qué haber una inflexión de última hora; con la beatería ésa de que no se puede patalear a menos que se vote, muchos chilenos hace rato que no comulgan. Prefieren mantenerse castos, escépticos, y quizás les halague engrosar una masa sin nombre ni cara, mayoritaria incluso, millones resistiéndose a dar por hecho lo que se les ofrece previsiblemente. 
  
  
  Recuerda al conocido texto de Baudrillard de 1978 referido a simulacros y “mayorías silenciosas” que sostiene: asistimos a una escenificación de un poder que aspira a ocultar que ya no existe. A las mayorías se las puede presentir o sondear en tanto estadística, no representar. No es que no hablen sino que prohíben que se hable en su nombre. El que nadie pueda decir que “representa” a la mayoría silenciosa sería su revancha y, es más, no pudiendo ser representadas tampoco podría revolucionárselas. La masa sería una suerte de hoyo negro: absorbe la fuerza social pero no la refracta. En fin, veamos qué pasa.
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Historia repetida
Muchos critican las encuestas, que no hay que creerles, que se equivocan, que están sesgadas. Pero hay un dato indesmentible: si uno mira la encuesta CEP, se puede observar que, desde la elección de 1989, el candidato que puntea en ellas un año y medio antes de la elección, siempre resulta ganador. Otras encuestas, más recientes, también ratifican aquello en las últimas contiendas presidenciales. En suma, en las seis elecciones que hemos tenido desde el regreso la democracia, la situación siempre es la misma. El que puntea primero, gana.
Mirado de esa manera, al menos en Chile, resultaría bastante simple predecir que Piñera será el próximo presidente, toda vez que viene punteando en las encuestas desde hace mucho tiempo. Claro, la historia siempre puede cambiar, puede haber sorpresas, pero mirando los números, nada ni nadie indica que la elección de mañana será una excepción.
Pero eso no es todo. Si la gente decide con tanta anticipación a quien será el elegido, también se puede concluir que todo lo que sucede en los últimos meses previos a la elección, esto es, los debates, los análisis, los millones gastados en campaña, las franjas de televisión y otros, nunca cambian el resultado. Solo sirven para afianzar algo que ya se sabía hace tiempo. Si la elección fuera en silencio, el resultado sería el mismo.
Esto nos puede decir dos cosas: que la gente no se informa para votar. O, que el ruido final no le aporta nada significativo para alterar su decisión. Bueno, yo me inclino por lo segundo. Los electores tienen muy claras la razones por las que eligen una persona. Y, pese a que prestan mucha atención a los debates, franjas o discusiones -todos han tenido alta audiencia-, parece que nada de lo sucedido en ellos, les llama la atención. Al menos para cambiar el voto de la mayoría.
¿Significa aquello que todo esto está demás? Por supuesto que no. Primero, porque los electores necesitan información. Segundo, porque siempre puede haber una sorpresa. Pero, también habla de que la efectividad de aquello pasa por entregar datos relevantes, por un mayor entendimiento de lo que está pasando.
Y, en esto, estamos al debe. Por ejemplo, a Piñera, en las entrevistas y debates, lo cuestionan permanentemente sobre las razones por las cuales no puede ser nuevamente presidente. Le discuten el legado de su primer gobierno o le sacan en cara cualquier hecho de su actuar en el pasado. Esa es una forma de ver las cosas. Pero, dado que sabemos hace tanto tiempo que probablemente será presidente, ¿no sería útil saber por qué sucede aquello? O sea, en vez de intentar doblarle la mano al destino -cosa que no sucede-, ¿no sería mejor intentar entenderlo? Y así ayudar a responder algunas preguntas relevantes que hoy no tienen respuesta: ¿Qué cambió para que vuelva a ser presidente? ¿Acaso se derechizó Chile? ¿Qué espera la gente de Piñera? ¿Solo gestión?
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