Óscar Contardo's Blog, page 34
November 24, 2017
Nadie está a salvo
Si el aperitivo de la elección fue la “puñalada” a Rossi, el bajativo consistió en las intercepciones telefónicas a Andrés Zaldívar. Cualesquiera sean los recelos que se tengan del personaje en cuestión, se trata del presidente del Senado, la segunda autoridad en el país. A tres días de la elección, con la DC en el suelo, y Zaldívar derrotado en las urnas, no hay que ser malpensado para darse cuenta que el mensaje es sin piedad: se cae en desgracia y pueden irse encima de uno con todo. ¿Aun cuando se es zorro, parte de la Nueva Mayoría, uno de los bandos “ganadores”, y antes se fue ministro del Interior de Bachelet en su primera administración? Incluso.
Nadie gana. Todos están empatados -quienes votan y no votan, entre la izquierda y derecha, y entre sí (el dato duro)-, lo que no impide que más de alguno se sienta empoderado y el futuro le sonría a lo sumo un rato. Lo suficiente para que el triunfalismo el domingo pasara, como en una posta, de la derecha a uno de los bandos opuestos esa noche. Lo vimos: Bea Sánchez, fuera de sí contra los “oráculos”, exigiéndoles una explicación; Bachelet sintiéndose hada madrina de quienes sus partidarios calificaran “mafia brutal” (no sólo Jadue, Josefa Errázuriz ídem con otras palabras); incluso Bachelet habiéndoles representado su traición, con también otras palabras, tiempo atrás.
Nadie está a salvo. En este país se invoca la supuesta “soberanía popular” que arrojarían las encuestas Cadem, CEP, Adimark, CERC-Mori, o bien votos (la variante Servel), y comienzan a caer cabezas. ¿Caen? Bachelet no cayó cuando marcó 18% de aprobación y 57% de desaprobación (junio 2017). Tampoco el Frente Amplio cuando obtuvo un millón de votos menos en las primarias de julio 2017. Conforme, pero ahora habrían ganado. Es lo que dicen aunque, ser oposición cualquiera sea el gobierno, ¿eso es ganar? Complejidades similares se han dado en EE.UU. y en el Reino Unido.
Por eso es tan grave lo de Zaldívar. Las elecciones empatadas se prestan para varias pugnas a la vez, más aún si el espectro se fragmenta y el fair play no cuenta. El intervencionismo del gobierno ha sido flagrante (defensa del “legado” para compensar las flaquezas del candidato oficial; movilización a votar estando permitido no votar; falta de prescindencia frente a candidaturas en contienda…). Por tanto, cabe preguntarse en qué está el Ministerio Público. Que se entablen y filtren causas, en un momento turbio como el actual, despierta todo tipo de dudas.
Es más, dado que paréntesis, como el de esta extendida segunda vuelta, se prestan para toda suerte de maquinaciones, vale estar atento. Basta ver lo que ocurre cuando, en un atascamiento de autos esperando avanzar, se produce un hueco. Nunca falta el democrático y revolucionario, el vivo y veloz que codea, el que hace sentir su volumen.
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El hombre clave
Mucho se habla del triunfo del Frente Amplio en la pasada elección. Que son lo nuevo, el cambio que viene, el aire fresco que Chile necesita. En este escenario, incluso la derecha se compra la idea de que fueron superados. Que tiene poco que aportar. Que sus caras y propuestas son viejas. Que todavía pueden ganar la elección, pero sin un proyecto de futuro.
Lo anterior se explica, en parte, por la sensación de derrota que se instaló en el sector a partir del domingo pasado. Pero también habla de esa capacidad infinita que tiene la derecha de ningunear lo propio y magnificar lo ajeno. De fijarse más en los defectos que las virtudes. Bueno, la cosa es que el domingo pasado no solo ganó el Frente Amplio; también lo hizo Evólopi y, especialmente su líder, Felipe Kast.
Es cierto que los números no son tan grandes, pero los dos senadores y seis diputados que eligieron, habla de que Kast y sus boys llegaron para quedarse. Y que todo pudo ser mejor, si la derecha tradicional les hubiera dado más espacio en las parlamentarias, en vez de arrinconarlos mirando el pasado y no el futuro. Pese a ello, lograron un resultado que a todas luces es extraordinario.
Hay un germen ahí que es tan interesante como del Frente Amplio. Porque el monopolio del cambio, de lo nuevo, no está solo en figuras como Giorgo Jackson o Gabriel Boric, sino también en Felipe Kast, una carta que es tan o más potente que ellos. Pese a ello, para Kast abrirse paso ha sido una tarea titánica. En un sector que dice creer en el mercado, la innovación y otras de esas cantinelas, lo suyo ha sido cómo enfrentar a una suerte de politburó soviético.
Pero igual ganó. Hoy ya no es una aventura personal y su movimiento una ilusión. Y lo que es más importante, es la única esperanza de futuro que tiene la derecha. Hoy representa todo lo que requiere: son gente joven, con ideas frescas y con la sensibilidad para atraer nuevos electores.
La idea de Piñera de ganar con lo mismo y los mismos quedó pulverizada el domingo. Hoy, la imagen de e presidente acompañado de los exministros, parece molestar más que agregar. La gente quiere que algo cambie. Eso en lo que representa, al final, la votación de Evópoli y del Frente Amplio. Un rechazo al establishment de cualquier lado. Se requiere aire fresco.
En este escenario, la figura que hay que potenciar es la de Felipe Kast y sus boys. Es la carta segura que tiene la derecha no solo para apoyar esta elección, sino para darle un ímpetu nuevo si son gobierno otra vez. Pero para eso hay que partir por creerse el cuento en serio. Terminar con el chaqueteo y darle más espacio para que sean el verdadero rostro del sector. En esto, la derecha tiene un activo sobre la izquierda: a diferencia del Frente Amplio, Evópoli sí está dispuesto a apoyar a Piñera con todo. Esa es una ventaja clave que ya se la quisiera Guillier con los suyos.
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Equivocados pero contentos
Es cierto. Todos nos equivocamos pero hay unos que están muy tristes y otros que estamos muy contentos. ¡Bien por Chile! Somos un mejor país que el que se nos pintaba. No nos estamos cayendo a pedazos, el ánimo reformador se mantiene vivo, el consumismo no es la única religión. La modernización capitalista no nos ha llevado al imperio sin contrapeso del individualismo.
De una carrera prácticamente corrida para la derecha, la segunda vuelta se puede transformar en una nueva elección en la que se impongan las fuerzas progresistas. Piñera no es un candidato imbatible. Se le puede ganar.
La buena sorpresa vino por el lado de la izquierda y se llama Frente Amplio (FA). La enorme votación de Beatriz Sánchez abre nuevas perspectivas. Para ganar hay que reunir condiciones muy exigentes. La principal: asegurar la convergencia de las fuerzas progresistas.
La cuestión clave es evitar el retroceso político, social y cultural que implicaría un triunfo de la derecha. La convergencia es necesaria y posible porque son más las cosas que nos unen que las que nos separan.
Nuestras diferencias son menores que las que existen entre una derecha democrática y liberal, y la extrema derecha autoritaria, integrista, xenófoba y fascistoide que encarna José Antonio Kast.
Es hoy día posible generar una nueva dinámica. En esto Beatriz Sánchez y la dirigencia del FA tienen una responsabilidad histórica fundamental: poner a Chile por delante. Una propuesta programática atractiva que sintetice las que compitieron en la presidencial, puede movilizar a una gran mayoría de los que apoyaron esas opciones y conmover a muchos que no concurrieron a votar creyendo erróneamente que no había nada muy sustantivo en juego.
La propuesta elaborada por la Fundación Chile 21, En vez de la derrota, busca aportar en la dirección de una convergencia programática.
La Asamblea Constituyente figura en los programas de Guillier, Sanchez, ME-O y Navarro. Hay muchos dirigentes y militantes demócratacristianos que adhieren a esta propuesta. Por de pronto las recientemente electas senadoras Yasna Provoste y Ximena Rincon y Francisco Huenchumilla. Chile está suficientemente preparado para organizar una Constituyente compuesta en forma paritaria por todos los parlamentarios que asumirán en marzo próximo (155 diputados y 43 senadores) y 198 representantes de la ciudadanía electos por sorteo en una forma que dé cuenta de la diversidad de género, regional, étnica y etarea.
Chile puede generar un sistema previsional público, solidario, que cumpla con el objetivo social de la previsión y compita con el sistema privado de AFP. De esta manera pueden ser los cotizantes los que libremente determinen si subsistirán o no las AFP. En materia laboral se requiere una nueva reforma que por la vía de la negociación por rama permita un aumento importante del número de trabajadores que negocian colectivamente. Del mismo modo, es preciso avanzar hacia formas de flexibilización pactada que permitan la adecuación del trabajo a las nuevas condiciones que resultan de la automatización y la robotización.
Es posible también converger en otras áreas como la tributaria, la medio ambiental y la de seguridad ciudadana. Todo es cuestión de voluntad política.
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Nuevo mapa político en Chile
Los resultados de la primera vuelta presidencial tienen a encuestadores, analistas, políticos y personajes de casi todos los sectores teorizando respecto del porqué las cosas se dieron como se dieron. Sin embargo, de lo que no cabe duda es que esta elección, la primera presidencial y parlamentaria después del fin del sistema binominal, generó una nueva realidad en la política chilena y nuevas premisas frente a los resultados finales que provoca el sistema proporcional. Entre otros cambios, a diferencia del pasado reciente, habrá tres bloques políticos representados en el Parlamento. Además, en Chile Vamos la hegemonía cambió de mano desde la UDI hacia RN, que se transforma ahora en el principal partido de la coalición. En tanto que, al interior de la ex Nueva Mayoría el Partido Socialista se transforma en la principal fuerza de ese conglomerado.
Por cierto, la matriz del cambio generado en esta elección está en la derogación del sistema binominal, que favoreció por décadas la supremacía de dos grandes bloques políticos: la derecha y la centroizquierda. La entrada a la cancha de nuevos partidos, sin duda amplió la oferta para el votante, generando una dinámica tal, que hoy contamos con un Parlamento no solo altamente renovado, sino que ahora dividido en tres grandes bloques. Es decir, se ha roto el entorno político que dominó la política chilena post dictadura. Es más, ninguno de los dos candidatos en competencia para la segunda vuelta cuenta con mayoría parlamentaria, lo que desde ya incorpora un nuevo factor para la gestión gubernamental y obliga a quien gane a construir diálogos, puentes y consensos frente a cada iniciativa.
Por años, el sistema electoral establecido con el regreso de la democracia fue experimentando diversas modificaciones en el sentido de intentar mejorarlo. Entre otros, se normaron los períodos de campaña, se puso límite al gasto, se cambio la modalidad de inscripción voluntaria y voto obligatorio para reemplazarlo por la inscripción automática y el voto voluntario, además se legisló el proceso de primarias. Todo lo anterior, no obstante, no resultó realmente significativo a la hora de los resultados, prevaleciendo la elección de candidatos de los dos grandes bloques políticos.
Ahora bien, el sistema instalado por la nueva ley electoral, que debutó ahora, no es nuevo. El sistema proporcional de D´Hondt se aplica en la elección de concejales desde los primeros procesos eleccionarios post dictadura en Chile. No obstante, es evidente que aplicado a la elección de congresistas, el efecto político resulta mucho más relevante y notorio. La cifra repartidora que contempla dicho sistema es un incentivo a conformar bloques de partidos afines y que éstos presenten una lista común de candidatos. De esta forma, un candidato muy votado “arrastrará” a la victoria a uno o más de su lista.
Han surgido detractores de este sistema, pues lograron un escaño en el Parlamento candidatos que obtuvieron algo más de un 1% de los votos. No obstante, este sistema sin duda favorece la renovación. Es evidente que el cambio generado es profundo y que el fin del binominal ha dado como resultado un Parlamento muy diverso, sin perjuicio de que su nueva composición pondrá en el escrutinio público a los congresistas, que generan en la ciudadanía expectativas de que la actual renovación política no signifique más de lo mismo.
Alguien podría argumentar que esta situación ya se vivió en el 2009 con el 20% que obtuvo ME-O en dichos comicios, muy similar a la votación del Frente Amplio ahora en 2017. Sin embargo, tal escenario no es comparable ya que, con el nuevo sistema proporcional, el 20% de la fuerza liderada por Beatriz Sánchez obtuvo 20 diputados, lo que instala al FA como una fuerza significativa en un Parlamento en el que ninguna de las fuerzas por si sola está en condiciones de imponerse, y deja a este sector actuando en política con la mira puesta en los comicios presidenciales del 2022. Es este último dato el que impondrá la resistencia de este sector a ser parte de las fuerzas que agrupa Alejandro Guillier y a actuar de manera autónoma en la política de los próximos cuatro años.
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Ni de izquierda ni de derecha
Circula profusamente la tesis ya antigua de que Chile sería un país de izquierda y que el resultado electoral reciente, bajo nuevas reglas, lo habría confirmado, especialmente tomando en consideración el significativo avance del Frente Amplio.
Si bien esta tesis resulta convincente a primera vista, contradice todo lo que sabemos sobre la realidad política y sociológica del Chile actual.
Nuestro pueblo no es mayoritariamente de derecha ni de izquierda, sino de centro o indiferente a la cuestión política. Se trata de una gran mayoría desideologizada, ecléctica y pragmática, que quiere un poco de allá y un poco de acá, un mix de tradición y modernidad, Estado y mercado, continuidad y cambio.
Entender esto es clave para no confundir la pulverización del centro político con su desaparición como fenómeno sociológico. En especial en un escenario político-mediático capturado por élites y opinólogos muy poco representativos o sensibles ante este sentir difuso, aterrizado y muchas veces contradictorio tan marcadamente predominante en nuestras nuevas clases medias.
Simultáneamente, existe una bajísima identificación y aún menor confianza en los partidos políticos. Se buscan por ello “caras nuevas”, gente lo más lejana posible de la política como profesión y de la clase política como corporación profundamente desprestigiada.
Estas consideraciones son muy importantes para interpretar el gran caudal electoral del Frente Amplio y, en general, la abrupta caída de las opciones ligadas a los partidos tradicionales. No se trata de una opción ideológica, sino de un rechazo hacia algo (la clase política, los abusos, los privilegios, etc.) y un deseo impreciso de que las cosas sean distintas. También hay un deseo genérico de que seamos más solidarios, amables e inclusivos, sentimiento que no es de izquierda ni de derecha, sino profundamente humano. Otra cosa es cómo todo aquello se canaliza.
En este sentido se debe reconocer la gran capacidad del Frente Amplio y, en particular, de Beatriz Sánchez, de canalizar muchos de estos sentimientos y transformarlos, gracias a las nuevas reglas electorales, en una significativa bancada parlamentaria. Pero considerar esto una izquierdización del país no resiste un análisis serio.
Tomemos Puente Alto como ejemplo, comuna que representa, por su importancia, el mayor triunfo electoral de Sánchez (31,4%) superando de manera clara tanto a Piñera como a Guillier. Lo interesante es que en esta misma comuna el candidato de Chile Vamos, Germán Codina, obtuvo más del 80% de los sufragios en las elecciones municipales de 2016. ¿Significa esto que los puentealtinos dieron un espectacular vuelco de la derecha a la izquierda? Nadie podría seriamente postular algo tan antojadizo.
Lo evidente es que las sensibilidades en parte captadas por Sánchez fueron las mismas que masivamente captó el sucesor de Manuel José Ossandón, pero dándoles un signo político completamente distinto.
De ello se deduce el gran dilema político de la segunda vuelta. Si la atención de los candidatos se vuelca prioritariamente hacia lograr acuerdos políticos cupulares o satisfacer egos políticos olvidándose del gran centro sociológico chileno, caerán en una trampa letal. Por cierto que para Alejandro Guillier es clave atraer a Beatriz Sánchez y lo mismo vale para Sebastián Piñera en el caso de Manuel José Ossandón, pero lo que sobre todo deben entender es la capacidad de estos políticos de captar y canalizar las sensibilidades difusas y desideologizadas de la gran mayoría de los chilenos.
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Purgatorio
Contradiciendo el embrujo de la post-verdad que nos indicaba que estaba todo dicho y que casi no valía la pena abrir las urnas, las elecciones abrieron la puerta a lo imprevisible, como pocas veces ocurre en este país. Aunque resulta natural remitirse a la contienda Lagos-Lavín para registrar una sorpresa semejante a la que nos sometimos el domingo pasado, hay otros episodios que en su momento dieron vuelta el tablero, como el estrecho triunfo, en 1938, de Aguirre Cerda sobre Ross, el mago de la Bolsa. En ese tiempo, Pablo Neruda arrendaba una casa en Irarrázaval con Pedro de Valdivia, que no tenía el sello que después impondría en La Chascona o La Sebastiana. En esta vivienda sin gusto a nada, el poeta decidió celebrar el estrecho triunfo del Frente Popular metido adentro de un gallinero junto a algunos amigos y armó un concurso de kikirikíes en honor al profesor que llegaría a La Moneda. Las gallinas sufrieron buena parte de esa noche al no reconocer la voz de su amo y señor, hasta que se dio por ganadora a mi tía Graciela Matte, hermana de Eugenio, uno de los fundadores del PS.
En estos días de asombro se han escuchado más cacareos que kikirikíes. Cacareos justificados, otros bien intencionados, algunos derechamente sólo gritos para sobreponerse al desconcierto.
Lo peor es que, si seguimos ensimismados o sólo cacareando, seguiremos perdidos en la lectura de los cambios que ha experimentado nuestra sociedad y también lejos de captar sus demandas. En este purgatorio que se ha convertido el intermedio entre primera y segunda vuelta para la élite chilena, como si tuviéramos un pie en el infierno y otro en el cielo, ningún grupo político se absolverá de cara al electorado con trucos populistas. A la luz de los resultados, lo primero que podemos decir es que el Gobierno de Michelle Bachelet ha movido el cerco de la ideas y esto no parece una ilusión, contraviniendo lo señalado con tanto empeño por algunos analistas que confiaron ciegamente en las encuestas disponibles.
La votación nos demuestra que fracasó la idea de que Chile va camino al despeñadero. El Frente Amplio, la Nueva Mayoría, la Concertación y otros suman un gran colectivo que busca llevar adelante los cambios que la sociedad y los tiempos modernos reclaman.
Sin embargo, si tomamos nota que la sociedad chilena está cansada de “ lo mismo y de los mismos”, que está aburrida de la corrupción y de las malas prácticas privadas y públicas, y que a nivel parlamentario hoy premia a aquellos que fueron unidos (como el Frente Amplio y Chile Vamos) y castiga a quienes se separan y fracturan (como la Nueva Mayoría), podemos concluir que los ciudadanos hoy requieren otra forma de hacer las cosas y prefieren ser representados por quienes son capaces de leer los cambios culturales, sociales y económicos ocurridos. Vivimos una campaña que no fue sobre-ideologizada, donde no se expusieron muchas ideas, pero sí el proceso remarcó la necesidad de adecuarse a los nuevos tiempos.
La gente común quiere mejorar su calidad de vida e ingresos, no quiere retroceder en progreso y estabilidad, pero quiere un proceso integrador, con menos clasismo, elitismo, cuoteos y pitutos.
Es un hecho que la gobernabilidad está cada día más difícil para cualquiera que pretenda ser Presidente, sobre todo si no se tiene mayoría parlamentaria. Esto ocurre aquí y en todo el mundo, porque la volatilidad es un fenómeno global, que se explica por todas las transformaciones tecnológicas, económicas, culturales, productivas, energéticas y tantas otras que estamos atravesando como humanidad. Este escenario, como ya hemos visto en otros países, es caldo de cultivo para ideas populistas, que aquí ya se aventuró con eso de que “vamos a convertirnos en Venezuela”. No, no vamos para allá. Es un abuso funcionar con ese tipo de retórica para infundir un terror alimentado por los temores que vivimos globalmente en vez de asumir de manera noble el desafío de comprender los requerimientos de una sociedad que está en plena transformación y por lo mismo es tan impredecible.
Hoy debemos revalorizar la buena política como herramienta para direccionar la conducción social en estos tiempos complejos y de cambios. Y también para salir del purgatorio y así avanzar hacia una sociedad más integradora como la que nos propone Alejandro Guillier.
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Mejores datos públicos para mejores políticas públicas
La urgente necesidad de modernizar el Estado para responder a los cambios sociales y tecnológicos del siglo XXI parece ser un objetivo compartido por el mundo político. Así se desprende de los programas presidenciales en competencia y de lo expresado por los candidatos de primera vuelta en el Ciclo de Diálogos Sofofa-UDP. En este contexto se insertan también las propuestas realizadas por un grupo de académicos de las universidades Católica, de Chile y Adolfo Ibáñez (crecerjuntoschile.cl), así como las contenidas en el muy valioso informe reciente del CEP, “Un Estado para la Ciudadanía”.
Si bien los temas abordados son múltiples, quisiera referirme a uno en particular: la necesidad de tener mejores datos públicos, integrados y abiertos. Se trata de un tema crucial por una razón sencilla: buenas políticas públicas requieren buenos diagnósticos, y estos últimos, buenos datos. Lamentablemente, estamos al debe en esta materia.
El Estado produce enormes cantidades de datos administrativos en sus distintas reparticiones. Sin embargo, esta información se encuentra diseminada y muchas veces no sistematizada. Por lo mismo, recurrentemente el Estado no conoce la información estadística de la que dispone, lo que la transforma en inservible.
Cuestiones básicas como un registro exacto de funcionarios que efectúan labores o la cantidad de beneficiarios del reajuste del sector público no son accesibles a la ciudadanía y a veces ni siquiera al propio Estado. Otras veces la información está sistematizada pero el Estado no la comparte. Un ejemplo es la base inmobiliaria del SII que registra el universo de transacciones de propiedades a valores de mercado. El valor público de esta base -para mejores evaluaciones de crédito, decisiones de inversión o de posicionamiento espacial de las personas- sería gigantesco, pero lo estamos desaprovechando.
A su vez, el cruce de datos por RUT entre distintos servicios públicos resulta imposible la mayoría de las veces. Otro desperdicio, ya que tener un compendio de variables aisladas es de escaso valor para mejores diagnósticos, diseño y evaluación de políticas. Solo por dar un ejemplo, disponer de bases de datos de empleo, educación e ingresos, pero no poder interrelacionarlas es un completo derroche. Es cierto que ha habido avances en conferir facultades al Ministerio de Desarrollo Social para cruzar ciertas bases sectoriales, pero el punto es que es necesario que esta sea una práctica generalizada y de acceso abierto.
Estos son solo algunos de los múltiples ejemplos que se repiten y que constituyen un desperdicio de información valiosa. En este contexto, la propuesta del CEP, siguiendo ejemplos como los de Nueva Zelandia, Dinamarca o Francia, es tan simple como potente. Plantea la creación una plataforma que integre toda la información de los ciudadanos en poder del Estado, que sea accesible de forma innominada y cuente con los resguardos y sanciones necesarias para velar por la privacidad de los datos personales.
En pleno siglo XXI este es un desafío urgente. Una adecuada sistematización de la información acumulada por el Estado y un acceso expedito a ella puede transformarse en un potente motor de innovación. No solo para mejores diagnósticos y propuestas de política pública desde el Estado, sino que también desde la comunidad académica y la sociedad civil.
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Antonio Ledezma, en libertad
El recambolesco escape de Antonio Ledezma, legendario ex alcalde de Caracas que se convirtió en un líder de la resistencia democrática contra el régimen chavista, suscita sentimientos encontrados. De un lado, cómo no regocijarse de que haya alcanzado la libertad un hombre al que cruelmente tenían preso y neutralizado en su propio país. En España, adonde llegó después de ingresar a Colombia, podrá tener una base desde la cual emplear su considerable cabeza política (quizá la más estratégica y sofisticada de la oposición) para seguir batallando por la democracia.
Del otro lado, además de tristeza por el hecho de que Venezuela pierda, en el interior del territorio, a una persona tan valiosa por el simple hecho de pedir libertad, está la frustración que supone para la causa democrática no poder contar con él ya donde se juega el destino venezolano, que no es en el exterior sino dentro de su país. Es una tragedia -como la que vivió en su día Cuba- que los líderes más capacitados para llevar a cabo una transición y dotar a la democracia de contenido no puedan vivir en su país y se vean obligados, para evitar la muerte o las mazmorras, a actuar desde el exilio.
La oposición venezolana está partida y debilitada dentro del país y carente de organización y conducción en el exterior. Quizá, ahora que Ledezma está libre y puede dedicar su tiempo a Venezuela sin constreñimientos, él sea capaz de dar a los venezolanos del extranjero, que son muchísimos y cuentan con importantes figuras políticas, empresariales, intelectuales y profesionales, una cierta estructura desde la cual ser más eficaces en la titánica tarea que hay por delante. Ninguna oposición ha logrado derrotar a una dictadura desde el exilio; las cosas se definen en el interior. Pero son muchos los casos -en Europa central y oriental, o en la propia América Latina- en los que un exilio bien organizado y eficaz en sus acciones logró contribuir a la victoria que obtuvieron principalmente los que estaban en el interior del territorio.
Como Ledezma tiene un ascendiente sobre muchos opositores internos y, a juzgar por la ayuda que debe haber recibido de militares y guardias nacionales para poder burlar obstáculos en su escape, contactos dentro del chavismo descontento, quizá su esfuerzo pueda tener consecuencias internas también.
Como es sabido, la Mesa de la Unidad Democrática ha volado por los aires debido a sus trayectoria errática, la mala conducción de tiempos recientes, y las divisiones que el régimen exacerbó entre sus dirigentes. Urge que algo reemplace a esa MUD y que lo que la suceda tenga amplitud, convocatoria y una conducción estratégica. No será fácil para Ledezma contribuir a eso desde afuera, pero si alguien puede hacerlo, aunque sea parcialmente, es él. Lo acompaña la legitimidad moral que le ha conferido haber acertado en sus juicios y pronósticos, además de haber sabido recobrar su libertad en contra de la aplastante maquinaria represora que lo había aherrojado.
La comunidad internacional ha tomado una actitud mucho más solidaria con la causa democrática venezolana que hace algunos años, cuando había complicidad con el chavismo al tiempo que cometía sus tropelías. Ledezma será ahora una voz autorizada ante esa comunidad internacional y será indispensable que los gobiernos y la opinión pública mundial lo escuchen con respeto y atención.
Dos palabras finales para transmitir a su familia mi alegría. Tuve el honor de tratarlos y compartir con ellos jornadas de denuncia de las violaciones a los derechos humanos y las libertades públicas. Sólo puedo imaginar la felicidad que los embarga tras haber recobrado a Antonio Ledezma.
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Un bocón en pos de la mudez
Si usted acostumbra a recorrer librerías en busca de algo decente que leer, por favor tenga presente esta advertencia: aléjese de inmediato, no más lo vea, de un librillo blanco de aspecto inocentón. Me refiero a El silencio en la era del ruido, obra de un noruego insufrible llamado Erling Kagge. Ahora bien, si usted es de aquellos lectores que sienten debilidad por la autoayuda, le recomiendo no dejarse tentar por el subtítulo (“El placer de evadirse del mundo”), ni echar en saco roto la sugerencia recién expresada. Mucho mejor será que relea a Paulo Coelho o que espere con calma a que Pilar Sordo publique su próximo bestseller, ya que de las pobrísimas divagaciones de Kagge, se lo juro por Dios Santo, no obtendrá beneficio alguno.
Bajo la fotografía ubicada en la solapa del libro –la imagen del rostro de Kagge es de una pretensión apabullante–, se lee que el hombrote nació en Oslo, el año 1963, y que ejerce como “escritor, explorador, abogado, coleccionista de arte y editor”. También “fue el primero en completar el desafío de los tres polos (Norte, Sur y cima del Everest)”. Y a lo largo de las 160 páginas restantes, se presenta ante nosotros, ahora de cuerpo entero, el presumido, el timador, el mercachifle y el narciso. En suma, el cultivador insigne de una retahíla de lugares comunes que, según él, guardarían relación con el sacrosanto acto de guardar silencio. Vaya paradoja.
A los rasgos mencionados habría que sumar la vocación hipster del autor. Cuando ve a alguien tejiendo, a alguna abuelita o a un pescador, no está especificado, Kagge siente en carne propia la misma “paz interior” del que teje, “y no sólo en mis expediciones, por cierto, sino también cuando leo, toco música, medito, hago el amor, esquío, hago yoga o me siento tranquilamente, ocioso y sin preocupaciones. En mi condición de editor, veo que vendemos cientos de miles de libros que tratan sobre cómo hacer punto, fabricar cerveza o apilar leña. Se diría que todos, o al menos muchos de nosotros, deseamos volver a algo original, auténtico…”. No obstante lo dicho, su discurso resulta tan impostado, tan a la moda, que francamente cuesta imaginar qué sentido cobra el término “auténtico” dentro del léxico de este osado aventurero.
Las frases cursis y vanas que aquí abundan serían mucho más tolerables si no aspirasen a ocultar, tras numerosas citas trilladas de pensadores célebres, la precariedad intelectual que las vio nacer. El listado de escritores y filósofos que Kagge saquea sin pudor –peor aun, sin gracia– es bastante extenso. Entre sus favoritos figuran nada menos que Pascal, Foster Wallace, E.B. White, Heidegger, Parménides, Kant, Wittgenstein, Blake, Diderot, Stendhal, Rumi. Y a propósito de esto, permítaseme una ligera digresión: debido a mi oficio, vivo en cierto modo de citar las palabras de otros, pero nunca he leído algo similar a esta engañifa. Llama la atención que un volumen livianito, que apenas pesa entre los dedos, contenga tal exceso de necedades. Corresponde entonces reconocerle un mérito al noruego: el tipo es capaz de corromper el pensamiento de quien sea con tal de propagar sus fruslerías. Dos ejemplos breves bastan para ilustrar lo anterior: “El libro más importante es el que trata de ti mismo. Y está abierto”. “Lo que viene de fuera ya está dicho. Lo importante, aquello que es único, existe ya en tu interior”.
Se queja el autor de los ruidos mentales y de las distracciones que producen las nuevas tecnologías (las horas ociosas gastadas en Google, en los teléfonos inteligentes, en las tabletas), mas su ignorancia de la fascinante literatura que se ha publicado al respecto en los últimos treinta años viene a ser un poco vergonzante, puesto que allí, precisamente en esos libros, el intrépido vikingo habría podido aventurarse en un mar de citas desconocidas. El gusto de Kagge por la música tecno plantea una duda desconcertante, además de dejar bien establecido su mal gusto: ¿qué clase de apologista del silencio se declara amante del punchi-punchi? No hay más que hablar: el único aporte que nuestro guapo explorador podría haber emprendido en pos del silencio era dejar en blanco las páginas de su librillo. Pero el humor, por básico que sea, tampoco brilla entre sus cualidades.
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Somos todos como hermanos
Los más entusiastas, quizás los más jóvenes y cómo culparlos, han citado a Jorge González como ejemplo de cordura ante el belicoso clima imperante con una vieja frase suya que decía algo así como “el músico nunca es el enemigo”, obviando de paso que en sus días más filosos el sanmiguelino acostumbraba descuerar a cuanto cristiano se le cruzara por el camino incluyendo a sus compañeros de banda.
Ha sido el ingenuo guiño histórico de una semana en que los músicos chilenos han estado particularmente activos en eso de agarrarse de las mechas y por los motivos más diversos. Desde el duro intercambio virtual entre Ases Falsos y Dënver, por un texto de Cristóbal Briceño donde explicaba por qué no votaría en las elecciones pasadas; hasta los emplazamientos también en redes sociales de Alex Anwandter en contra de Planeta No, (Me Llamo) Sebastián y Javiera Mena, a raíz de su eventual tibieza ante las graves denuncias que afectan a algunos miembros del nuevo pop capitalino, pasando por la dura respuesta de Cee Funk, de Los Tetas, al mencionado Anwandter a quien básicamente cuestiona por haberlos acusado de encubridores cuando un ex compañero de banda fue acusado de violencia intrafamiliar.
En breve, la clásica camaradería del rubro, ese ambiente en que todos son como amigos y nadie dice lo que realmente piensa, se ha quebrado en pos de una franqueza que podrá alimentar el morbo inmediato de todos los que han leído estos posteos interminables (y hasta delirantes), pero que a la larga quizás termine aportando a derribar la hipocresía reinante.
Porque seamos francos: difícilmente sume algo separarse en trincheras sobre un campo de batalla tan pequeño y necesitado como el mercado musical chileno. Pero lo que no se ganará en unidad, que son muchos los que creen que falta hace, se compensará con menos máscaras y más verdad a la hora de hablar del colega o de cualquier cosa. Quizás tiene que ver con lo más elemental, con aquello de la naturaleza humana y que se vincula con sensaciones como el celo, la rabia o la competencia tan inherentes al músico como a cualquier mortal. La gracia probablemente está en que en episodios como los mencionados todos se revelan tal como son. Sin palabras de buena crianza o convenientes omisiones. Para decirlo en simple, en la música chilena lo que se escucha es lo que se lee. Aunque en muchos casos, sea mejor escucharlos que leerlos.
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