Óscar Contardo's Blog, page 37

November 20, 2017

Un Chile para tod@s

¿Qué está en juego después de los resultados de la primera vuelta? Lo fundamental es si vamos a poder seguir construyendo un Chile para todas y todos. Lo pensamos desde una mirada optimista de la historia reciente del país, del actual gobierno y del potente futuro que nuestro país puede tener, y no desde la idea que todo está agotado y estancado.


La idea que el desarrollo sea inclusivo, es decir, que todos se sientan parte de él supone un crecimiento de y para todos. Como por ejemplo la gratuidad en educación superior que es una inyección a “la vena” para los nuevos sectores medios que temen recaer en la pobreza o que sienten que pueden vivir pero no surgir.


Se habla ahora de una “segunda transición” esta vez al desarrollo, pero pocos se han dado cuenta que ésta ya se inició con este gobierno que ha puesto en el tapete justamente aquellos factores que faltan al mero crecimiento económico para empezar a ser desarrollados. La Presidenta Bachelet ya dio inicio a esta segunda transición y este camino iniciado, muchas veces incomprendido, podría ser drásticamente interrumpido si es que gana Sebastián Piñera. El futuro de Chile para seguir adelante tiene una cierta “inevitabilidad socialdemócrata”. Los resultados nos permiten señalar que enfrentamos un escenario de segunda vuelta, absolutamente abierto, y si el mundo social de centroizquierda acude a votar de manera más decidida podemos ganar. La votación confirma que hay una mayoría que desea más cambios en el país y nuevas formas de hacer política.


¿Qué se necesita para ganar en segunda vuelta? Dos cosas que no suelen suceder normalmente pero no imposibles. Que en la segunda vuelta vote aún más gente y que el segundo en primera sea el primero en segunda. Por otro lado, la incertidumbre en el resultado de la segunda vuelta podría ser un aliciente importante para que vote más gente en ella.


¿Cómo se gana la segunda vuelta? El bajo entusiasmo de la mayoría social de centroizquierda por votar se ha explicado por dos razones, una es la decepción e incluso rabia con la política y en particular con la corrupción, y por la división en tantas candidaturas de este mundo. ¿Cómo podemos responder a esto? Con los propios atributos de Alejandro Guillier como independiente, político nuevo, honesto, sincero, transparente, austero y cercano, es justamente la respuesta que la gente espera frente a la decepción con la política. En segunda vuelta esto será más claro y evidente. Luego, la primera vuelta fue una primaria entre nuestros candidatos y por lo tanto el mundo de centroizquierda tendrá un candidato único para la segunda vuelta. Para lo que un diálogo y algún tipo de acuerdo con Beatriz Sánchez, Carolina Goic y ME-O es indispensable. Y tercero, está el antipiñerismo que más que un factor político y/o electoral aparece como una “resistencia sociológica” de la sociedad chilena a lo que él significa: esto es el predominio absoluto de los poderosos en todos los ámbitos, la fusión de dinero y política, el abuso de los poderosos; una sociedad extremadamente individualista, más bien egoísta, y finalmente un estilo falso y manipulador, todo lo contrario de los atributos de Alejandro Guillier.


Guillier da confianza para enfrentar los abusos que cotidianamente vive la gente. Él debiera convocar a un Gran Acuerdo Nacional contra la corrupción, más extendida de lo normalmente aceptado, en distintos ámbitos y que puede poner en jaque tanto a la democracia como al desarrollo.


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Published on November 20, 2017 04:15

Una nueva elección

Si me atengo a los hechos, la segunda vuelta va a ser una nueva elección entre dos perdedores, donde lo más importante no son sus nombres. Ni Piñera ni Guillier obtuvieron los votos que los datos hacían esperar. Pero eso no los iguala. Sebastián Piñera tiene menos espacio teórico para crecer, en cambio el “no piñerismo” suma más. Por eso son explicables las complicaciones del comando de Piñera que gozaba de ese cálido sentimiento de certeza en el triunfo, la euforia del Frente Amplio, y que el comando de Guillier, hasta ayer con síndrome de derrota, hoy se vea retonificado.


El Poder Legislativo ha experimentado además una reorganización significativa. El Frente Amplio tuvo más votos y parlamentarios electos de los que ellos mismos esperaron y se transformó en una nueva fuerza orgánica en la realidad nacional. Otra izquierda interpela por primera vez en decenios a esa izquierda que tradicionalmente era frontera final en el arco político. La derecha más dura y nostálgica demostró también en la votación de José Antonio Kast, tener un número respetable de adherentes. Sorpresivamente superó a Goic y ME-O. Sin embargo, parece ser algo distinto a la UDI, cuyos resultados senatoriales fueron malos; anuncia algo que también nace, aunque por ahora tenga más candidato que organización. Aunque apoyen a Piñera, están naciendo dos nuevas derechas, la de Kast por su flanco conservador y Evopoli por su flanco liberal.


La segunda vuelta será otra elección, absolutamente distinta y quien gane tendrá una difícil tarea. Más aun cuando salen fortalecidas opciones radicales de derecha e izquierda. Piñera debe ganar los votos de Kast y de un centro político desamparado, Guillier debe ganar los votos de Beatriz Sánchez. La DC tiene poco que negociar. Será un mes de miedo. La segunda vuelta se ha convertido en una elección de resultado incierto.


Pero más allá, el próximo gobierno será difícil sea quién sea el que gane. Nadie tendrá mayoría en el Parlamento. Entre senadores y diputados elegidos hay además nombres inesperados cuya conducta, perfiles y disciplinas partidarias son una incógnita. Pero, por sobre todo, esta elección parece anunciar el inicio de un nuevo cuadro político en el país. Nuevos liderazgos se aprontan en el Parlamento y el país. Quizás esto no esté aún presente con sus novedades en los nombres de la segunda vuelta, pero ya son capaces de determinarla.


Hay sin embargo una inquietud que me obsesiona en medio del aquelarre. Está todo dado para que la segunda vuelta se transforme en una negociación entre burocracias partidarias aspirantes a llegar o permanecer en el aparato público, transformadas en propietarias privadas de esos votos ciudadanos que las sentaron en la mesa de negociaciones. Eso puede resolver la segunda vuelta, pero no así la gobernabilidad posterior de Chile que se anuncia compleja.


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Published on November 20, 2017 04:14

Frente Amplio: lo lograron

Beatriz Sánchez nos tapó la boca. El Frente Amplio nos tapó la boca. Primero, dejaron en silencio a las empresas encuestadoras que pronosticaban un delicuescente porvenir para la candidatura presidencial de Sánchez y para muchos de los candidatos del conglomerado. Y no fue así. Luego fue el turno de callarnos a nosotros  -periodistas, comentaristas- que confiamos en esos datos técnicos elaborados por expertos como si realmente reflejaran la realidad como un cuerpo que se enfrenta a un espejo. Y no lo hacían. Las encuestadoras prometían una herramienta para describir los acontecimientos y lo que entregaban era un martillo para machacarlos. La elección presidencial y parlamentaria de ayer demostró que el Frente Amplio era mucho más fuerte de lo que pensábamos, que su desempeño estaba mucho mejor evaluado por la ciudadanía de lo que creíamos y que su candidata tenía una fortaleza que en ciertas zonas fue superior al candidato Guillier. ¿Podría haber pasado a segunda vuelta de haber sido otro el escenario, uno menos hostil? Yo creo que sí.


Hoy, lunes 20 de noviembre, el Frente Amplio es muy distinto al conglomerado que era ayer. Ya no son más los novatos de la izquierda, ni los egresados recientes de un campus universitario que los resguardaba del rigor de la política en mayúscula. Ya no se pueden permitir los tropezones de una adolescencia repentina que los tironea entre un maximalismo rabioso y la ansiedad indolente del niñato que lo quiere todo sin hacerse responsable de nada. Ahora la ciudadanía a la que apelaron con tanto ahínco les hizo un guiño, les envió un mensaje: confiamos en su diagnóstico y también en sus propuestas. El electorado parece haberles perdonado las debilidades demostradas durante los conflictos internos, la obsesión por exhibirse en las redes sociales, los arrebatos de moralina escolar, el bochornoso paso por el Mineduc y el fracaso de la Municipalidad de Providencia. ¿Por qué? Tal vez porque a pesar de todos esos defectos, de esa identidad patchwork hecha de tantos núcleos, partidos y movimientos que a veces parecen ser agrupaciones de disgustados más que conglomerados políticos, está la idea de un futuro posible. Algo que se está gestando en contraposición a un algo que se está muriendo, encarnado por la Nueva Mayoría y más nítidamente por la Democracia Cristiana. Es cierto que la seguridad puede ser un valor atractivo, pero cuando se hace absoluto se acerca demasiado a la muerte. ¿Y quién querría votar por un muerto?


Así pueden interpretarse las cifras alcanzadas por Beatriz Sánchez y por los 21 diputados electos hasta ahora (según los datos que tengo a mano mientras escribo esta columna). El Frente Amplio ha logrado hacer una conexión que creíamos que no se produciría. Había razones más allá de las encuestas para pensar así. Basta pensar en el magro resultado que obtuvieron en las primarias y las polémicas absurdas que salpicaron a sus principales líderes. Pero la campaña hizo contacto con las personas, incluso con aquellos que viven más allá de los límites de las comunas más ricas de Santiago con las que se les suele identificar. Ese desafío lo alcanzaron ayer. A partir de esta semana ya no serán mirados del mismo modo   -ni por sus contrincantes ni por sus adherentes-, y lo que decidan hacer de cara a la segunda vuelta no sólo marcará el futuro de ellos, del Frente Amplio. También determinará en futuro de la izquierda chilena y el del país.


Hicieron historia, deben estar a la altura de ese logro.


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Published on November 20, 2017 04:02

Guillier de rehén

Un desenlace presidencial que vino a sepultar las proyecciones de las encuestas y nos dejó a los analistas políticos marcando ocupado. Con Sebastián Piñera alcanzando apenas un 36,6% -lejos de las expectativas más modestas-, Alejandro Guillier quedando en un pobre 22,7% y Beatriz Sánchez convertida en la gran sorpresa de la jornada, con un 20,3%. Así, los únicos que anoche tuvieron buenas razones para celebrar fueron el Frente Amplio y su candidata presidencial, que rompieron todas las apuestas y pasaron a convertirse en la expectante tercera fuerza del sistema político.


Desde ayer, Beatriz Sánchez y su coalición no sólo exhiben un resultado presidencial casi equivalente al del oficialismo, sino también un aumento muy significativo en su bancada parlamentaria. Esta situación los deja, en lo inmediato, con la llave de la segunda vuelta en sus manos, como el factor principal para facilitar o impedir el eventual triunfo de Alejandro Guillier en la instancia final. En efecto, la posibilidad de generar convergencia y la capacidad de seducción del electorado del Frente Amplio serán la clave del balotaje, realidad que se ve reforzada además con la debacle presidencial y parlamentaria sufrida por la DC.


Carolina Goic y su partido fueron los grandes derrotados el día de ayer; una candidata que no superó el 6% y una colectividad que vivió una verdadera sangría parlamentaria. Resultados que ahora dejan a la Falange a la deriva y a Alejandro Guillier, obligado a girar completamente en dirección del Frente Amplio. En los hechos, dado que no es posible moverse hacia el centro y hacia la izquierda de manera simultánea, la única opción electoral viable será tender hacia la candidatura que ayer obtuvo más de 20 puntos y no privilegiar concesiones a la que no sobrepasó los seis.


Con todo, no será fácil para el candidato oficialista sumar a los electores de un proyecto político que ha sido tremendamente crítico con la gestión y la oferta política de la Nueva Mayoría. Las entregas programáticas que será necesario efectuar para buscar respaldos sustantivos no serán menores, y ni siquiera ellas aseguran los niveles de apoyo requeridos para que Guillier pueda doblegar a Sebastián Piñera en segunda vuelta. El candidato del oficialismo quedó a 14 puntos del ex presidente, y con seguridad a este último le será más fácil acceder a los votantes de José Antonio Kast, de lo que al primero a los electores ubicados a su izquierda.


En síntesis, geometría y aritmética variable que desde anoche se ha puesto en movimiento para intentar sumar votos a los dos candidatos que quedaron en competencia. Sebastián Piñera sufrió un fuerte golpe a las expectativas que su sector había ido alimentando al calor de las encuestas. Y Alejandro Guillier quedó a merced y de rehén de una candidatura presidencial que obtuvo un caudal de votos similar al suyo, y del cual requiere no perder ninguno.


Al final de una jornada electoral sin duda imprevista en sus principales resultados, fueron sin embargo confirmadas dos macrotendencias visibles hace ya bastante tiempo. La primera, la insoslayable polarización del sistema político, marcada entre otras cosas por la irrupción de una fuerza política que amenaza la continuidad de la centroizquierda como bloque hegemónico. Y, como secuela de aquello, la aparentemente definitiva destrucción del eje histórico conformado por la DC y la izquierda moderada; una tendencia estructural en cuyo desarrollo el martirio falangista de ayer marcará un antes y un después.


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Published on November 20, 2017 04:01

El Parlamento multicolor

A primera vista, pareciera que el único hecho político en la elección parlamentaria es la irrupción del Frente Amplio con 21 diputados y un senador. Pero el verdadero cambio político de esta elección es un Parlamento multicolor, con ninguna fuerza o coalición con mayoría suficiente para dominar el Congreso, independiente de quién gane la segunda vuelta. Tampoco se ve fácil la existencia de una megabancada de todos los antipiñera, pues las agendas del Frente Amplio y lo que quedó de la Nueva Mayoría son completamente distintas. El trabajo de la Segpres será, sin duda, el más difícil del futuro gobierno.


El cambio de sistema electoral redibujó el Parlamento que conocíamos. En primer lugar, aumentó sustancialmente la presencia de mujeres en ambas cámaras del Congreso. El impulso generado por la ley de cuotas demostró que era necesario. Eso obligará a cambios en la correlación de géneros de los propios partidos, donde las listas siempre las armaron negociadores hombres al calor de la noche en conversaciones de confianza.


Tampoco esa sobrevalorada renovación de la política en materia de edad se produjo. Políticos veteranos como José Miguel Insulza o Tomás Hirsch desafiaron todos los presagios posibles y entraron al Parlamento con altas votaciones. Lo que fueron apuestas muy arriesgadas que significaban cambios en los ejes de poder dentro de sus coaliciones, como la de Álvaro Elizalde en el Maule o Felipe Kast en La Araucanía, funcionaron.


El Parlamento que viene no se corrió a la izquierda, como algunos quieren ver. El sistema proporcional, muy a pesar de ella, favoreció a la derecha, que quedó a muy pocos votos de tener mayoría en la Cámara y, además de ello, logró que la Nueva Mayoría perdiera la supremacía en el Senado, pese a sus dos doblajes del sistema anterior. Venciendo a sus outsiders en la Quinta y en la Novena Región, la derecha logró ganar y, además, de ello se suma la victoria en el Maule, donde Velasco no constituyó amenaza alguna. Esa lectura no será tan fácil de ver en esta borrachera por el triunfo del Frente Amplio.


Quien pagó los mayores costos del nuevo sistema fue la DC. Demostró que no es capaz de ser una fuerza autónoma y la apuesta de su grupo más refractario a la Nueva Mayoría salió completamente derrotada en esta contienda. Distrito por distrito debieron ver cómo sus votantes simplemente se esfumaron. Sus críticas a la coalición solo le dieron más votos a la derecha y su bancada de 13 diputados los coloca en una difícil posición para negociar presidencias de comisiones claves.


El poder que podían constituir en el Congreso los democratacristianos se diluyó por completo. No solo en cantidades, sino por pérdidas significativas. Parlamentarios claves en la historia del Congreso, como Andrés Zaldívar, Aldo Cornejo o Ignacio Walker, estarán fuera de este Parlamento que viene. Pero sigue siendo un partido que puede jugar un rol como dique de contención a la evidente pretensión por el centro que hará Piñera. No les queda más que comerse el orgullo y apostar a la elección presidencial con Guillier.


Pero el hecho político más importante es que el cambio de sistema electoral, una de las más profundas reformas de este gobierno, demostró ser absolutamente necesario. El Parlamento refleja mucho mejor ahora la diversidad de la sociedad chilena, y serán las fuerzas que allí están las que tendrán que demostrar responsabilidad política. Quizá ese sea el momento para empezar a recuperar el prestigio de nuestro alicaído Congreso.


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Published on November 20, 2017 04:00

Golpeados, pero no vencidos

Al margen de la puñalada a las encuestas, es difícil determinar cuál de los dos candidatos que pasará a segunda vuelta está más herido. Si Piñera, que tuvo un desempeño por debajo de las expectativas, o Guillier, que estuvo a seis o siete puntos de lo que obtuvo Frei, el candidato de menor convocatoria de la centroizquierda postransición. Lo que viene -entonces- no será una pelea de campeones.


Huelga decir que la segunda vuelta será muy reñida. Aquí nadie tiene la suerte comprada. Es cierto que Piñera tiene una distancia considerable respecto de su contendor -alrededor de 14 puntos-, pero lo que esta elección demostró es que la centroderecha, aparte de no haber logrado traspasar las fronteras del sector, como se había anticipado, llegó más dividida de lo que se pensaba. El porcentaje que consiguió José Antonio Kast será bastante más que una piedra en el zapato para Piñera, porque, en un momento en que a él no le queda otra cosa que abrirse más hacia el centro para ampliar su coalición, esos votos duros identificados con el conservadurismo moral y político de Kast podrían llegar a ser una pesadilla.


Tampoco Guillier la tiene fácil. El problema es que sus perspectivas no solo dependen de lo que haga o deje de hacer para cortejar el voto de los otros seis candidatos que compitieron ayer, sino -básicamente- de las estrategias políticas de mediano plazo que acuerde el Frente Amplio. Al final, esta coalición obtuvo una enorme victoria ayer y este es un dato que la izquierda tradicional tendrá que procesar con serenidad.


La verdad es que el desafío de Piñera será básicamente electoral, y el de Guillier, básicamente político. Pero, aun aceptando que esta observación pueda ser válida, una de las variables decisivas en las próximas semanas será la movilización. En un país donde prácticamente la mitad del electorado no acude a las urnas, los dos bloques políticos que se enfrentarán en diciembre podrían seguir disputándose eternamente los muebles de la casa, pero en algún momento debieran advertir que las verdaderas oportunidades están en la mueblería que está al lado. Dicen que la gente que no vota no es tan distinta en sus opiniones políticas que la que sí lo hace. Pero cuando se trata de sumar, esa creencia no debiera dejar conforme a ningún dirigente político.


Como es lógico, las señales que se emitan y se dejen de emitir en las horas inmediatamente siguientes a los cómputos serán cruciales. El comando de Piñera siempre aspiró a establecer una distancia de 15 puntos sobre la candidatura que le siguiera y en eso no le fue mal. Pero el piñerismo estaba pensando, claro, en otros rangos, cuando se imaginaba muy por encima del 40%.


En el comando de Guillier, las calculadoras se recalentaron y funcionaron a toda máquina hasta la madrugada. Pocas veces la aritmética capturó tantos sueños en el sector como anoche. La verdad, sin embargo, es que la candidatura de Alejandro Guillier está frente a un dilema terrible, porque mientras más se arrope la cabeza, más descubiertos le quedarán los pies. Lo que revela la elección de ayer es que la izquierda está muy dividida y en proporciones parecidas, lo que complica más las cosas. Encontrar el óptimo que le permita a Guillier abrirse a la izquierda más radicalizada, sin desmotivar al voto moderado, es un desafío que sobrepasa con mucho lo que el senador Alejandro Guillier ha afrontado hasta aquí. Aunque él no hizo una buena campaña en primera vuelta, nada impide que lo pueda hacer en segunda. Hay políticos que crecen en la adversidad y sería una pequeñez no  darle el beneficio de la duda.


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Published on November 20, 2017 03:22

Cuatro semanas agónicas

La negociación que se abre a partir de hoy será la más difícil desde la que precedió al plebiscito de 1988. La del 2009 parecerá un simple mohín.


Parece obvio que Sebastián Piñera lo tendrá más fácil, porque los contundentes (casi) 8 puntos que obtuvo José Antonio Kast -una de las sorpresas de la jornada- no tienen otro lugar a donde irse. Pero, al mismo tiempo, Piñera, o mejor dicho sus partidos, han sido notificados de que lo que ha crecido a su derecha tiene importancia y tiene además la decisión de abrirse paso. Como era posible sospechar, una derecha “dura” ha estado creciendo en el silencio, azuzada por el maximalismo de la izquierda, los conflictos violentos no resueltos, la sensación de pérdida de la autoridad y el aire demasiado centrista del piñerismo: una combinación tóxica. Pero, en efecto, no tienen dónde irse: su alternativa real es la abstención.


Lo de Alejandro Guillier se divisa como un calvario. Primero, porque su propia votación ha sido extremadamente baja. Su 23% es el desempeño más bajo de los candidatos de la fenecida Concertación, y lo que podrían aportarle los socios desgajados -la DC- bordea la irrelevancia. El apoyo inmediato de Marco Enríquez-Ominami constituye un cambio respecto de lo que fue su propia conducta en el 2009, pero con la diferencia de que hoy representa un cuarto de lo que fue en esa ocasión.


La aproximación más dura será ante el Frente Amplio, que rompió todas las previsiones -encuestas, desde luego, pero también apreciaciones, cálculos y juicios basados en otras observaciones- y se ha constituido como la única fuerza capaz de aportar un caudal significativo de votos al candidato de la Nueva Mayoría. ¿Lo hará? Es altamente improbable. Por lo menos, respecto del total de sus votos.


Para empezar, porque se trata de 14 movimientos que no tienen la misma visión sobre una eventual política de alianzas. En seguida, el núcleo del Frente Amplio sigue un proyecto de largo plazo, que por naturaleza ha de estar poco disponible para desviarse en uno o dos eventos electorales. Tercero, porque estuvo a punto de alcanzar a Guillier, obtuvo un enorme resultado parlamentario y tiene sus propios proyectos de reforma. Cuarto, porque el Frente Amplio ya ha adelantado que de ninguna manera participará en un gobierno del candidato de la Nueva Mayoría, que es lo único que éste podría ofrecerle. Y por último, porque el Frente Amplio consiguió su resultado con un trabajo minucioso, desafiando el sentido común y tomando el pulso de necesidades muy concretas; no se ve razón para que ceda ese trabajo a quienes precisamente no lo hicieron. Parece fácil apostar a que el Frente Amplio entrará en un período de debate que no será corto, sometiendo a la Nueva Mayoría a un ansioso y atropellado ejercicio de ofrecimientos durante las agónicas próximas cuatro semanas.


Todo esto ocurre, además, en un panorama de incremento de la abstención: en estas elecciones dejó de votar un 6% más que en las presidenciales del 2013. La mala noticia adicional es que en las segundas vueltas, por lo general, vota menos gente. Si los candidatos Piñera y Guillier se inclinan más a la derecha y más a la izquierda, siguiendo la tendencia a la polarización que ya muestran los resultados de ayer, disminuirán los incentivos para votar entre los votantes moderados.


De manera que el mes que viene será de todos menos tranquilo. Las segundas vueltas se ganan con resultados muy estrechos, y lo que ocurrió ayer es que un candidato que parecía seguro sufrió una inesperada crujidera -la votación de Piñera está por debajo de todas las estimaciones, no sólo de las más optimistas- y otro candidato que debía tener un desempeño mejor se desinfló mucho más allá de lo esperable.


Esto no dice gran cosa sobre el largo plazo, por mucho que uno se siente a adelantar conclusiones grandilocuentes. El largo plazo es otro tema.


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Published on November 20, 2017 03:21

La noche de la “no sorpresa”

La  sorpresa de anoche es que no hay sorpresas en el Chile de hoy, excepto la irrupción de candidaturas novedosas por haber surgido con éxito en el exterior o los márgenes de los grandes partidos de la transición. Pero lo esencial es la “no sorpresa”: Chile sigue dividido en dos grandes bloques, la izquierda y la derecha.


La “no sorpresa” de anoche desmiente dos relatos que han dominado la política chilena desde 2011. El primer relato, según el cual la sociedad chilena se estaba volcando contra la transición consensuada a favor de un viraje radical, nació en esas fechas y duró hacia los primeros tiempos del segundo gobierno de Michelle Bachelet. El segundo relato, según el cual la reacción abrumadora de la clase media chilena contra la amenaza populista y el legado de Bachelet llevaría a la centroderecha al poder con facilidad, se hizo fuerte en los últimos dos años.


Recordemos las señales que Chile parecía emitir al mundo hace apenas cuatro años. A remolque de las manifestaciones masivas y virulentas de un sector de la ciudadanía, y en el contexto del surgimiento de nuevas corrientes sociales y liderazgos cívicos o políticos, una coalición de izquierda de la que Michelle Bachelet era un factor aglutinante pero que desbordaba su figura parecía en 2013 confirmar un cambio de época. Se había terminado la transición consensuada y se había inaugurado la otra, rupturista, refundadora del país. Una nueva generación de chilenos recusaba a las dos generaciones anteriores que habían, a su juicio, prolongado el modelo de la dictadura y se aprestaba a fundar el Chile verdaderamente democrático y solidario, sin las ataduras del pasado.


Pocos años después, el mensaje que los chilenos han enviado al mundo es muy distinto. La candidata radical de izquierda, Beatriz Sánchez, ha obtenido más del 20% de los sufragios, probando que casi la mitad del antiguo voto de la Concertación se ha radicalizado, pero la quinta parte del electorado no equivale, ni mucho menos, a esa masa crítica contraria a la herencia de la transición que el relato populista a partir de 2011 pretendió entronizar. La suma de la izquierda moderada, la izquierda populista y la Democracia Cristiana no difiere significativamente de lo que sumaba la vieja Concertación. Dentro de ese bloque hay, sí, una radicalización, pero ella no abarca ni siquiera a la mitad.


Dicho esto, el relato de la derecha resultó sólo parcialmente cierto. Es verdad, si se suma a la izquierda moderada y a la centroderecha, que una mayoría clara de chilenos respalda la transición tal y como se hizo y pide cambios dentro de los parámetros de la democracia liberal consensuada y la economía de mercado existente. Pero lo que no resultó tan cierto es el vuelco a la derecha. La derecha también confirma su bloque de votantes histórico, con el mérito de Sebastián Piñera de haber obtenido una votación importante a pesar de que en ese lado del espectro no se ha producido una renovación y de que en estos tiempos de la “antipolítica” ello parece ser una gran desventaja.


Por lo pronto, detrás del primer lugar de Piñera, es decir de la  centroderecha, hay una crisis de identidad de la izquierda chilena que no puede ser disimulada con el argumento de que la suma de Alejandro Guillier, Beatriz Sánchez y Carolina Goic (¿y también ME-O?) abarca a la mitad del electorado. La izquierda moderada fue dominante durante veinte años porque su identidad se confundía con la identidad de la clase media chilena, que quería cambios pero no traumas, que ansiaba el progreso sin excesos ideológicos, que prefería que reinaran más las instituciones que los caudillos. Pero, a partir de 2011, con el estallido de las protestas y el surgimiento de los estudiantes como revulsivo social, empezó un distanciamiento. La izquierda política creyó ver en la izquierda social una representatividad mayor de la que realmente tenía. En lugar de tratar de encauzar ese estado de ánimo con sentido de responsabilidad, la izquierda política se puso al servicio de la izquierda callejera e iconoclasta. Adoptó su lenguaje, sus símbolos y, poco a poco, sus ideas. En lugar de estar dos pasos por delante de la izquierda social, la izquierda política se colocó dos pasos por detrás.


En aquel momento, pareció que Chile iniciaba una latinoamericanización irreversible, que su modelo, que había sido visto como el ejemplo a seguir por una parte de la región, entraba en una crisis de legitimidad definitiva.


Con el paso de los días, fue siendo evidente que sucedía algo muy distinto. Una parte de la clase media chilena tomaba distancia de la izquierda política y de la izquierda social, y modificaba los términos de la discusión. No, lo que esa parte de la clase media exigía no eran más impuestos, menos colegios subvencionados, más poder sindical y menos pensiones privadas, sino el salto definitivo al desarrollo y una mejora sustancial de los servicios públicos. Dentro, y no contra, el modelo de la transición.


Que la antigua Concertación, convertida en una coalición que contaba con el Partido Comunista, fuera dividida a las elecciones presidenciales de 2017 era inevitable. Pero no dividida en dos candidaturas, como se cree, sino en varias más, que en realidad son varias almas. Que el sector que encarna Ricardo Lagos, por ejemplo, no estuviera representado no significa que esa corriente no haya participado en esta primera vuelta. Participó con su distancia crítica, su silencio censor (independientemente de que, conocido el resultado anoche, Lagos haya dado su respaldo a Guillier para el “ballotage”). A las candidaturas de Guillier y Goic, pues, se sumaron, en esta dispersión de identidades de izquierda, otras. También fue parte de esa división de la izquierda la candidatura de Beatriz Sánchez, expresión política del espíritu contestatario y populista de 2011, como Podemos lo fue de los “indignados” en España. Y así sucesivamente. Esa crisis de identidad ha reducido en número y poder a la izquierda moderada, golpeada, además, por el gobierno de Bachelet, que así como suscita un rechazo desde la clase media temerosa del populismo, suscita también el rechazo de la izquierda radical que pretenderá ahora, en la segunda vuelta, imponer su visión negacionista del modelo chileno.


No menos interesante es lo que ha pasado en la centroderecha. A primera vista, resulta extraño que, en los tiempos del rechazo a la clase política, los votantes hayan optado por una candidatura de trayectoria larga y conocida. Independientemente del liderazgo personal de Piñera, lo lógico, en estos tiempos, habría sido que los electores penalizaran la falta de renovación profunda en todo ese sector político e ideológico. ¿Por qué no ha sucedido esto? Creo que el contexto de la campaña modificó las prioridades de una parte importante de la sociedad. Sí, los chilenos quieren que su clase política se renueve, que los partidos de centroderecha se regeneren; pero, en circunstancias en que peligra el modelo, ante la amenaza de un retroceso hacia el populismo, el reclamo contra el establishment político pasó a segundo lugar. Más de dos millones de votantes chilenos le han dicho al mundo que hay un límite al ansia de refundación política y ese límite es la preservación de los logros alcanzados a lo largo de muchos años.


Tarde o temprano, si gana la segunda vuelta Sebastián Piñera (quien, por la similitud de las cifras de ayer con lo ocurrido en 2009, puede legítimamente sentir que tiene mayores posibilidades de ganar que su adversario), resurgirá el reclamo de cambio, el dedo apodíctico volverá a ser alzado contra la clase política y le tocará a la centroderecha soportar mucha agresividad de parte de la sociedad impaciente. Por eso, no debería la centroderecha tomar este claro primer lugar en el resultado de anoche como señal de conformidad por parte de quienes respaldaron al ex Presidente. No lo es. Piñera es visto como el líder que puede acercarlos más al desarrollo, pero eso no implica que se conformen con una centroderecha que necesita regenerarse.


Esto es lo que ha permitido que Piñera pase hoy a ocupar parte del espacio que en su día ocupó Ricardo Lagos. Piñera ha instalado un pie en el centro del espectro político y el otro en la derecha, como Lagos tenía los suyos colocados en el centro y la izquierda. La derecha chilena ha vuelto a ser centroderecha, mientras que la centroizquierda ha vuelto a ser, como en los 70, bastante más izquierda que centro (incluyendo el populismo “light” de Guillier).


El contexto y una certera intuición de Piñera han conseguido este interesante, pero todavía insuficiente, posicionamiento. Deberá ampliarlo ligeramente para ganar el “ballotage”. Si triunfa, deberá mantenerlo desde el poder para resistir el fuerte embate de una oposición de izquierda en la que el Frente Amplio tratará de desplazar a los herederos de la Concertación y Nueva Mayoría como adalid de la antiderecha. Mantener ese posicionamiento no será fácil para Piñera. Cualquier gesto o decisión podría empezar a poner en riesgo lo logrado.


Oponerse, por ejemplo, a las tres causales del aborto aprobadas durante el gobierno de Bachelet -por mencionar un ejemplo- podría provocar un nuevo distanciamiento entre la derecha y el centro que perjudique a Piñera en la segunda vuelta.  La voz sensata de Magdalena Piñera debería ser, en ese sentido, más representativa de los nuevos tiempos en la centroderecha chilena que algunas de esas voces oscurantistas que se alzaron en este tema en el Congreso. Cierto: Piñera necesita los votos de la derecha dura que fueron a parar a José Antonio Kast. No creo que necesite hacer mucho para obtenerlos. Esos votantes tendrán una motivación poderosa para optar por Piñera: cerrarle el paso a una alianza tácita entre Guiller y Sánchez que los asusta.


Lo interesante de la posición en que se halla Piñera es que no tiene que hacer un gran esfuerzo por lograr lo que los candidatos de derecha normalmente buscan en una segunda vuelta. Por lo general, tienden a limar la punta de su lápiz ideológico para vencer las resistencias de los votantes situados en el centro. Por las razones mencionadas, algo de eso ya ha sucedido en la primera vuelta, de manera que Piñera tiene una parte de la tarea hecha. No significa que puede abandonarse a la complacencia. Hablo de cosas distintas. El candidato deberá pelear voto a voto con su oponente, especialmente porque le resulta indispensable atraer a una parte de los votantes de la Democracia Cristiana y provocar, si es posible, una abstención de un pequeño porcentaje de votantes de centroizquierda que pudieran temer, dada la fuerza de la izquierda ideológica tras el voto obtenido por Sánchez, que su sufragio lleve al poder a una coalición Guillier-Frente Amplio radicalizada.


El tono áspero de las últimas semanas hace suponer que la candidatura rival será muy virulenta contra Piñera. Probablemente eso le convenga. Como Piñera ya ha situado su candidatura en un espectro que llega hasta el centro, la eventual radicalización de la campaña de Guillier por la presencia ensoberbecida del Frente Amplio puede estancar a la coalición oficialista en la izquierda. Y con la izquierda sola no se gana.


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Published on November 20, 2017 02:25

November 18, 2017

Fallo esperable

La sentencia que declaró inocentes a los 11 comuneros mapuches acusados por el homicidio del matrimonio Luchsinger-Mackay, era completamente esperable, aunque había la generalizada sensación de que la condena era segura.


Es que todos hicieron fe en las afirmaciones del Ministerio Público que había realizado una extensa y acuciosa investigación, fruto de la cual contaba con sólidas pruebas de la culpabilidad de los imputados. Pero no era así. La revisión desapasionada de los antecedentes del caso muestra que todo el andamiaje acusatorio del órgano persecutor penal se basaba en una sola prueba: la confesión de José Peralino, uno de los supuestos autores. Sin esta declaración, simplemente no había caso; las restantes pruebas eran complementarias y no eran capaces de sustentarlo.


Me permito recordar a los que siguen esta columna, que en la que escribí el 3 de septiembre pasado, previne sobre la precariedad de la prueba basada en una confesión que no fue grabada, algo que en las policías de países avanzados es un estándar básico. La existencia de la famosa confesión se afincaba en el testimonio de efectivos de la policía. Un “dicen que dijo”; una “confesión de oídas”. Si eso pudiere ser suficiente, ¿para qué, entonces, el juicio penal? Bastaría que la policía lo señalara a usted diciendo que confesó, para que fuera condenado.


La legislación de muchos estados norteamericanos exige que para que la confesión ante la policía tenga valor, debe ser grabada. Pero en realidad los fiscales de todos los estados hoy la piden, no tanto para que no haya duda de que el imputado no fue presionado ilegítimamente (lo que motivó la dictación de esas leyes), sino para provocar convicción en el jurado. Mirar una grabación en que los policías van confrontando al inculpado con los indicios que tienen, encerrándolo en sus contradicciones y explicaciones pueriles, y en que termina confesando y diciendo entre sollozos que “no le quise hacer daño a los viejitos” –como he leído que dicen que dijo Peralino-, tiene una fuerza incontrarrestable para cualquier jurado o tribunal oral. Pero no la grabaron, pudiendo (no es difícil), lo que motivó al tribunal oral a desestimar la culpabilidad de los acusados, pues la prueba se basaba en “declaraciones tomadas a un coimputado sin el resguardo de haberlas grabado, disponiendo de los medios tecnológicos para ello”. Amén de acusar otras omisiones y errores en el levantamiento de las pruebas, que denotan poco profesionalismo.


Lo extraordinario fue la declaración del Fiscal Nacional a propósito de la decisión judicial: “Hay aquí un fracaso por parte del Estado en dar una respuesta adecuada a las víctimas”. Como si la responsabilidad fuera de alguien en una parte ignota de la maraña burocrática del país, y no del órgano de persecución penal que él lidera y que está llamado, según la Constitución, a dirigir la investigación de los hechos constitutivos de delito. Estamos en Chile, nadie responde por hacer las cosas mal, menos en el Estado.


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Published on November 18, 2017 17:40

Recordando lo dicho

Hoy en la noche vienen las tradicionales dialécticas y volteretas de nuestras elecciones, en que todos explican vehementemente por qué ganaron. Por eso es interesante recordar algunos de los dichos de los candidatos para hacer un adecuado balance.


ME-O al criticar sistemáticamente las encuestas y casi majaderamente señalar que era el más preparado (que obviamente no lo es), anunció su rampante paso a la segunda vuelta, y triunfo posterior. Esto fue ratificado por su padre en la TV en que hizo una apuesta pública de que su hijo sería al menos tercero. Da la impresión de que sacará menos votos que en su última campaña. Igual cosa ocurrió con Goic, quien dijo que su gran activo era que ella se atrevía y que por ende no negociaría nada con la izquierda porque pasaría a la segunda vuelta. Reclamó para sí la superioridad ética, que por cierto no le pertenece. El drama interno de la DC es enorme. Goic deberá enfrentarse a su dictamen de que ningún DC votaría por Piñera, lo que no es así.


Sánchez también proclamó con una cierta arrogancia, su rampante paso a segunda vuelta y el triunfo en la segunda vuelta con la emergencia de una nueva etapa de felicidad para el país. La votación de hoy la obligará a dar muchas explicaciones. Según ella el país quiere refundación, lo que chocará contra los votos. Kast probablemente será una gran sorpresa política si saca 6% o más, pero la esperanza de pasar a segunda vuelta era solo una ilusión, aunque probablemente forzará un reajuste no menor en la derecha. Si Piñera no gana en primera vuelta por sus votos, la cosa no le será fácil.


Guillier se dio numerosas vueltas de campana, como que si no hay primarias no participo, si va Lagos no iba, los desvaríos del programa, y tantas otras. Con todo, si Piñera no gana en esta vuelta, será Guillier quien seguirá al balotaje y entonces haremos este balance. Lo más dramático de este candidato ha sido su campaña del terror acerca de Piñera, que mostró su lado poco republicano y la enorme influencia del PC en sus dichos, lo que solo le ha jugado en contra, partiendo por el desbande de la DC. Si Piñera le saca 13 o más puntos de ventaja, tendrá mucho que explicar.


En otro carril corre Artés y Navarro. Ambos son básicamente humoradas políticas, que sacarán 1% o menos, aunque son dos casos diferentes. Lo de Artés es difícil de analizar. No está claro si se reía a gritos del país, por ejemplo al hablar de un proyecto de 5.000 años, o ha perdido toda conexión con la realidad al sostener que Corea del Norte es un tipo de democracia ejemplar. Navarro daba mucha pena cuando insistentemente decía, basado en el presidencialismo del sistema, todo lo que haría cuando fuese presidente.


Las parlamentarias son una gran caja negra que traerá muchas sorpresas y dramas, por ahora difíciles de prever. Caerán figuras emblemáticas, quizás más de 10 partidos deberán desaparecer, y todo ello dará pie a un rebaraje muy complejo de la ecología política del país. Lo que está en juego es nada menos que la gobernabilidad en un régimen presidencial cuando el Parlamento tendrá pequeños partidos que arbitrarán las decisiones, distorsionando así la calidad de las políticas públicas.


Todo indica que un nuevo centro político va a emerger de todo este desbarajuste y borrachera ideológica sesentera que hemos vivido últimamente. El avance del país en las últimas cuatro décadas mostrará, en mi opinión, que la mayoría del no quiere realmente aventuras refundacionales de la nación, sino consolidar lo ya logrado y seguir progresando en libertad y equidad con distintos matices, propios de cada tiempo.


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Published on November 18, 2017 17:38

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Óscar Contardo
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