Óscar Contardo's Blog, page 219
March 18, 2017
El asesinato de Barthes
La primera novela del francés Laurent Binet abordaba, en parte, el asesinato de Reinhard Heydrich, el jerarca de las SS que discurrió cómo implementar la “Solución Final”, denominación que los nazis le dieron a lo que más tarde se conoció como Holocausto. Y digo en parte porque Binet, un tipo que se pasa de listo, insistió en involucrarse a sí mismo en el relato, contribuyendo con todo tipo de juicios, divagaciones y comentarios que, a la larga, exasperaban, distraían y aletargaban al lector. Aun así, la obra recibió en Francia todo tipo de premios y loas. En su segunda novela, titulada La séptima función del lenguaje, Binet no comete el error infantil de imponer su persona como un faro en la narración, pero de nuevo la incontinencia verbal se hace patente y uno termina especulando cuántos cientos de páginas le sobran a este libro voluminoso y por largos, larguísimos trechos, francamente delirante.
Dicho lo anterior, es innegable que la segunda novela de Binet tiene un comienzo fascinante: Roland Barthes, el gran semiólogo, filósofo, ensayista y crítico francés, ha sido atropellado en París tras asistir a un almuerzo con el futuro candidato a la presidencia François Miterrand. El hecho, en parte verídico, le sirve a Binet para orquestar una intriga de corte policial, en la que Barthes no habría muerto de manera accidental, sino que habría sido asesinado. ¿La razón? Un documento que revela la séptima función del lenguaje, una especie de piedra filosofal en versión lingüística: “Quien tuviera el conocimiento y el dominio de una función así sería realmente dueño del mundo. Su poder no tendría límites. Podría hacerse reelegir en todas las elecciones, sublevar a las masas, provocar revoluciones, seducir a todas las mujeres, vender toda clase de productos imaginables, construir imperios, apropiarse de toda la tierra, obtener todo lo que desee en cualquier circunstancia”.
El presidente de Francia en 1980, año en que transcurre la narración, es Valéry Giscard d’Estaing. Él está al tanto de la existencia del documento que supuestamente le fue sustraído a Barthes, y por supuesto que anhela tenerlo en su poder. Es así como en el lío se involucra la policía francesa por medio del inspector Bayard, quien, a su vez, contrata en calidad de ayudante a un profesor universitario, Simon Herzog, experto en semiología y admirador de Barthes. Pero ellos no son los únicos que andan tras el valioso papel: un par de búlgaros bigotudos y asesinos (el chofer de la camioneta que atropelló a Barthes también era búlgaro) y dos japoneses misteriosos, más una enfermera rusa que no es quien dice ser, eso sin contar a los agentes de la policía secreta de las principales potencias del mundo.
Hasta aquí la intriga es llamativa. P18Todo esto crea un terreno fértil para el delirio narrativo, y eso es precisamente lo que ocurre con La séptima función del lenguaje: rebalsada por todos los flancos, la que era una buena idea termina convertida en un guirigay monumental. Aun así, el libro de Binet volvió a recibir honores de crítica y varios premios, algo que lo lleva a uno a preguntarse de pasadita en qué estado se encuentra realmente la literatura francesa emergente.
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La retroexcavadora
No quiero aguar la fiesta ni criticar a los exponentes del juego. Pobres, se mataron en la cancha y finalmente no es su culpa.
Tampoco al conductor, porque hizo lo que sabe y ya está. El fútbol, como la vida, tiene varias fórmulas y cada cual sabrá la que ocupa y el peso y trascendencia que ella tiene. Pero como muchos, en estos días donde ya nadie parece tener memoria y sólo importa conocer la India, he sentido la necesidad de volver a abrir el libro de los milagros que descansaba en mi repisa. Y leer un poco para aplacar ese sabor amargo que queda tras arrear una bandera, esa sensación de vacío que deja el logro sin belleza, ese malestar que queda al retroceder lo avanzado.
Dice la biblia, entre muchas cosas, “si tuviera que medir a los entrenadores, prescindiría del resultado. Analizaría el método, la forma de jugar de sus equipos. Sobre todo si son jóvenes en formación”. “Quienes ejecutamos esta profesión no podemos permitir que se gane de cualquier manera. Hay una ética de juego que cuidar”. “La gran ambición que tenemos es producir resultados a través de un comportamiento que estéticamente valga la pena. Nada más que eso y todo eso”. “Soy un obsesivo del ataque, trabajo para atacar, no para defender. Tener el balón, tener la autoridad, el protagonismo”. “La única manera que entiendo el fútbol es la presión constante, jugar en el campo rival; el dominio de la pelota y de las acciones. Sólo así se puede soñar con ganar siempre”.
Madre mía. Tan lejanos que suenan hoy esos conceptos, enterrados en el sótano (¿botados otra vez al río Maipo?) desde la partida de Bielsa y Sampaoli. Tan ajeno que resulta hoy, en Quilín y en las redacciones periodísticas, esa postura intelectual pero también espiritual que cambió todo, que nos llevó tan lejos, que hizo que nos sintiéramos por primera vez de verdad felices y orgullosos.
Hoy que la retroexcavadora parece arrasar con dichos principios ante la mirada torva de los responsables y el silencio cómplice de los mediocres, todos los conceptos, todas las convicciones que resultaban tan claras y evidentes hace tan poco, ya no están.
Volvimos al pasado de golpe, como un mazazo, combatiendo lo avanzado vaya uno a saber por qué conveniencias momentáneas. Bienvenidos otra vez a los feroces ochentas.
Insisto y comprendo: hay registros distintos en el fútbol. Diversidad. Pero cambiar la mano tan rápido, parece enfermizo. Casi mala leche. Hoy veo a demasiados calladitos (¿por fin felices y relajados?) sin interpelar el método, la forma, los niveles de la ambición, la estética. ¿Era necesario abjurar tan rápido, pasar la cuenta, renegar de los valores y las convicciones, renunciar tan luego a lo que nos hizo reconocidos, exitosos y admirados en el barrio y en el mundo? ¿Tan duros de mollera salimos?
Pregunta de varios periodistas extranjeros en Rancagua: “¿A qué juega hoy Chile? ¿Cuál es la identidad? Más allá de la eliminación de una y la clasificación de la otra, qué raras resultan hoy sus selecciones Sub 20 y Sub 17, tan distintas a la propuesta de la adulta, tan diferentes al nuevo Chile que conocimos los últimos años. ¿Dónde quedó el protagonismo, dónde el ataque asfixiante?”. Respuesta: “Pasó la retroexcavadora”. ¿Cómo? “Nada, un chiste interno. Político. Tiene que ver con cambiar lo que estaba razonablemente bien para terminar retrocediendo”. ¿Y la apuesta conceptual? “¿Cuál? El discurso en boga sólo apela al resultado. ¿El programa del candidato? Da lo mismo, lo que importa es mantener el poder. ¿Los inconvenientes éticos del empresario devenido en presidente? Da lo mismo, lo importante es recuperar el gobierno”.
Ya no hay camino, sólo importa la meta. Una vez más, nos fuimos al carajo. Sí, ya se: “éntrese, tatita”. Me entro. Incluso cuando se ganó, esta pelea estaba perdida. Demasiada seda para tanta mona.
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March 16, 2017
El gobierno de la seguridad 2.0
En Chile la confianza en las policías, y en especial en Carabineros, supera a cualquier institución. La percepción general de honradez, trabajo dedicado y colaboración absoluta son valores que los ciudadanos reconocen en los hombres y mujeres que trabajan diariamente en las labores de control y prevención del delito. Pero también en las emergencias, en los eventos masivos, y diversas otras ocasiones donde la labor de carabineros se destaca además por la percepción general de honradez. Institución de carácter militar, altamente jerarquizada y con una férrea división entre oficiales y suboficiales; Carabineros es sin duda un ejemplo en América Latina.
Tal vez por su actitud, capacidad de trabajo o el orden en la respuesta institucional; los gobiernos, desde el regreso a la democracia, han sido más bien débiles en el control efectivo de sus labores. La profesionalización de los miembros de la institución es innegable, mientras que los ministerios a cargo han tenido un listado largo de personas con mínima preparación en el tema. Así, la institución ha ido creciendo y adquiriendo sus propios arquitectos, planificadores, administradores, contadores, abogados y asesores de comunicación. Crecimiento que no ha ido acompañado de capacidades civiles para monitorear y regular sus actividades, muy por el contrario.
Si bien la institución está llena de controles internos manejados por estrictos manuales internos con gente institucional, son pocos los espacios donde se puede identificar la injerencia civil para monitorear el cumplimiento de sus labores. Cuando esto ha ocurrido, los resultados no fueron alentadores. Así, por ejemplo, el Gobierno de Sebastián Piñera contrató a la Fundación Paz Ciudadana para evaluar el Plan Cuadrante y los resultados de la misma no se hicieron públicos de forma inmediata y a pesar que el informe decía “de esta forma, el Plan Cuadrante no constituye una modalidad diferente de actuación si se la compara con aquellas unidades que de manera explícita, según definición de la propia institución, no se insertan en esta estrategia” sus resultados no fueron debatidos en procesos amplios de mejora.
No hay que olvidar que recién en Noviembre del 2016 el Consejo de Transparencia ordenó a la institución a revelar la dotación que tenían a nivel nacional dado que se negaba a entregar esta información (incluso a alcaldes e intendentes) invocando una norma del Código de Justicia Militar instaurada en 1987, aludiendo a que entregar los datos solicitados afectaría sus funciones, como también las tácticas y estrategias para el desarrollo de su trabajo.
Por años los niveles de autonomía y bajo gobierno civil sobre las instituciones policiales ha sido un hecho conocido y asumido por ambas coaliciones políticas que no han invertido en especialistas ni generalistas en la temática. Han existido esfuerzos, no se puede negar que hay avances, pero los mismos son limitados.
Los espacios de opacidad generan dudas y estas se expanden como una mancha de aceite cuando nos enteramos de un esquema funcionando dentro de la institución que podría sumar más de 10 mil millones de pesos en fraudes y medio centenar de Carabineros involucrados. ¿Qué pasó? La respuesta es bastante simple. No existe control civil sobre la institución policial, no estamos hablando de formularios que llenar, comisiones donde asistir, y largos procesos administrativos en los que participar; sino espacios donde funcionarios de gobierno que, siendo parte de un esquema de largo plazo, trabajen en conjunto con la policía para de forma colaborativa avanzar.
La corrupción en Carabineros es un hecho doloroso que debe seguir un proceso judicial que determine culpabilidades y posiblemente marque un claro antecedente que busque reorganizaciones al interior de la institución; pero al parecer es un caso aislado que ninguno de los controles internos supo identificar. La responsabilidad es también de aquellos que dejamos de insistir en la necesaria apertura, transparencia y especialmente control de las instituciones policiales.
La tarea pendiente para el próximo gobierno es clara y la evidencia internacional es tajante, las policías deben ser instituciones con espacios de autonomía profesional que les permitan diseñar sus estrategias y tácticas en base al conocimiento especializado pero el rol del gobierno es definir las políticas públicas, reconocer el valor de la transparencia de la información y de los procesos de toma de decisión.
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La centroderecha y el piano
Actualmente, un fenómeno político tiene expresión en diferentes latitudes. Partidos tradicionales son percibidos absolutamente desconectados de las demandas ciudadanas. Sectores de la sociedad parecen invisibles para los gobiernos y tecnócratas. Como consecuencia, plataformas o políticos populistas parecen representar mejor ese agudo malestar, obteniendo apoyo en las encuestas y contiendas electorales incluso en democracias avanzadas como Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Italia, Holanda o Austria. Algunos quizás se sientan convocados por ese movimiento anti-institucional que recorre el mundo, y crean que ese sentimiento de rechazo a las instituciones democráticas tradicionales es el camino para sintonizar con los chilenos y gobernar el país.
¿Es ese el camino que debe tomar la centroderecha para volver al poder? De ninguno modo, el populismo no solo va a contrapelo de nuestra tradición republicana como sector, sino que también es pan para hoy y hambre para mañana.
Entonces, ¿cuál debe ser el tono de nuestro discurso y el eje del relato de la centroderecha?
Los chilenos saben que la centroderecha es más eficiente y capaz en materia de gestión y administración. Los indicadores del gobierno del Presidente Piñera en materia de empleo y crecimiento, solo por mencionar algunos, expresan el punto de modo elocuente. No obstante, al mismo tiempo es necesario ofrecer un discurso convocante que dibuje un imaginario compartido, una idea de país que exceda los números o propuestas concretas de un programa (ya sabemos que la centroderecha prepara y ejecuta mejor los programas que la izquierda refundacional de hoy). Una metáfora simple ilustra lo señalado precedentemente. Si los ciudadanos fueran el público de un concierto de piano, les resultaría evidente que la centroderecha tiene virtudes técnicas muy superiores en la ejecución de una compleja pieza como lo es gobernar. Sin embargo, las piezas musicales de la centroderecha suenan demasiado cerebrales, un tanto desconectadas de la emocionalidad. El problema emerge porque al igual que la música, la política también se nutre de emociones y componentes subjetivos que no resultan inteligibles a la luz de los presupuestos, los números y las propuestas técnicas.
Un escenario ideal para estrenar nuestras ideas y un relato bien afinado se presentará con ocasión de la realización de una gran primaria para escoger a nuestro abanderado presidencial. Ahí, nuestras ideas y proyecto de gobernabilidad para el país deben quedar claramente establecidos. Por el contrario, si hacemos de la primaria un circo romano de críticas y descalificaciones eso solo dará fuerza a una alicaída izquierda.
En suma, contamos con nombres para liderar este proyecto, entre ellos nada menos que el expresidente Piñera, cuyo gobierno fue sin duda muy exitoso de acuerdo a todos los indicadores convencionales con los cuales se mide una administración. Si logramos cuajar esa notable capacidad de gestión, ya probada, con un discurso que articule nuestro ideario en función de aquellos problemas y demandas acuciantes de nuestros compatriotas, lograremos dar forma a un sólido proyecto que fusione la responsabilidad de un buen gobierno con los componentes subjetivos asociado a un imaginario compartido de país. Afortunadamente, tenemos terreno avanzado en la materia, gracias al Manifiesto Republicano ampliamente discutido estos últimos días. Construir desde esa base nos permitirá afinar el piano y darle al pianista notas que le permitan no solo demostrar que la centroderecha es la el mejor desde el punto de vista técnico, sino que también que su sector logra conectar emocionalmente con el público y a esos invisibles que se sienten dejados al lado del camino.
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Reforma a la Educación Superior: y se nos vino marzo
LOS ÚLTIMOS planteamientos de la ministra sobre la Reforma a la Educación Superior muestran ciertas novedades, no obstante dejan muchos temas en el aire; por ejemplo al señalar que la Presidenta de la República prefiere que se tramite un solo proyecto, y no intentar que algunas materias se debatan primero en el Parlamento.
Una de ellas es la necesidad de contar con una Superintendencia de Educación Superior, con labores reguladoras que mejoren el funcionamiento de las instituciones. Con adecuadas facultades podría anticiparse a situaciones críticas, como cierres y quiebras que solo perjudican a los estudiantes; ya conocemos la situación de la Universidad Iberoamericana.
Este organismo podría ser un mecanismo útil para despejar asuntos que hoy se plantean sin base empírica; por ejemplo, la crítica al Consejo Nacional de Acreditación, que sustenta la supuesta necesidad de cambios profundos en esa entidad a raíz de problemas ocurridos hace más de seis años: la realidad demuestra que hoy no existe cuestionamiento producto de malas prácticas en los procesos de acreditación institucional, tanto de universidades privadas como estatales.
Sobre un asunto tan debatido como las transacciones relacionadas, las normas existentes respecto a las responsabilidades y derechos de directores y gerentes en una sociedad anónima abierta, son una buena guía para la administración de cualquier organización, definiendo lo que se espera de la conducta de sus integrantes y las sanciones por incumplimiento.
En todo caso, seguimos esperando que exista relación clara entre los contenidos del proyecto de ley y los objetivos que éste identifica: mejorar la calidad de nuestra Educación Superior y tener mayor equidad en el proceso formativo. La falta de coherencia tiene su origen en un diagnóstico erróneo sobre el sistema y sus componentes. En ciertos momentos, más que reconocer el aporte de las instituciones privadas, se acepta a regañadientes su existencia, planteando un cúmulo de restricciones a sus posibilidades de desarrollo. Existen visiones maniqueas sobre lo que han aportado y pueden aportar las Universidades Estatales o las del Cruch respecto a las privadas, sin considerar la calidad de las instituciones ni su aporte a la equidad. Autoridades de gobierno y parlamentarios, con frecuencia apelan a modelos ideales, comparando situaciones ajenas a la realidad nacional. Un caso es la pretendida superioridad de las universidades estatales, como tipología genérica, por sobre las universidades privadas; lo que se ha manifestado con fuerza en el financiamiento estatal, llevando a algo impensado, como es el recurso judicial de la Pontificia Universidad Católica de Chile por haberse vulnerado lo que, según su demanda, son derechos adquiridos.
Es de esperar que ahora tengamos un proceso reflexivo, que permita que todos los actores involucrados logremos que los cambios necesarios en nuestra Educación Superior vayan en la dirección de elevar la calidad y mejorar las oportunidades para los sectores de menos ingresos y capital cultural. No olvidemos que en el segmento de 40% de ingresos más bajos, solo estudian 36 de cada 100 jóvenes, mientras que en el 20% superior prácticamente todos lo hacen.
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Cine sonoro
A veces pienso que el cine se juega tanto en la visualidad como en el lenguaje. Conceptos más o menos ampulosos e inasibles, como identidad nacional o cultura popular, cristalizan mejor en una frase, en un chiste, en una expresión que provoca de inmediato cierta identificación y cercanía.
Quien primero entendió esto fue Raúl Ruiz. Siguiendo los dictados de Nicanor Parra filmó Tres tristes tigres, portentosa y alucinada película que hace de las deformaciones del lenguaje cotidiano su marca de estilo. Poco importa que la trama nunca quede muy clara. Son cuatro personajes que deambulan por bares de Santiago y el departamento de uno de ellos. En el habla (en su tono sobre todo) se reflejan las diferencias sociales, los prejuicios de clase, las frustraciones y ambiciones con que encaran el presente.
Ruiz era un maestro a la hora de filmar esas conversaciones inconducentes, llenas de rodeos e interrupciones, lo que provoca el efecto de que se está hablando de dos o tres temas al mismo tiempo. Y entre medio están los chistes y esos ruidos que uno no sabe cómo ni cuándo llegaron al idioma. Para Ruiz, por ejemplo, “chhhhhhssss” era una forma del escepticismo.
Otras películas que captan de manera extraordinaria la dimensión oral son Te creís la más linda (pero erís la más puta), cuyo título ahorra todo comentario respecto del coloquialismo, y Educación física, sobre un profesor de San Antonio que vive con su padre y come chatarra todo el día para atenuar la ansiedad; es decir, el miedo. Las conversaciones entre ambos transmiten una sensación de verdad fabulosa, como si fueran anteriores al cine. Es frecuente que la pregunta más banal no se conteste o se conteste con otra pregunta nada que ver. ¿Cómo estuvieron las clases?, por ejemplo, queda flotando porque el hijo le pregunta si pagó la cuenta de la luz. Y de ahí se saltan al pastel de papa que está en el refrigerador. Nadie, sin embargo, podría decir que entre ese padre y ese hijo no hay comunicación.
Ahora en Netflix está la serie Historia de un clan, que condensa la creatividad de los argentinos para jugar con el lenguaje. Cuánta imaginación y humor y plasticidad hay en los sobrenombres, en la talla de doble sentido o en la información que se desea transmitir en clave. La acción se basa en una historia real, la de una familia de clase media que secuestraba millonarios en los 80. La trama solo se vuelve espeluznante hacia el final, porque la comicidad de los diálogos atenúa lo macabro durante gran parte de la serie.
El efecto es totalmente distinto al que provoca El clan, la película de Pablo Trapero sobre el mismo caso. Aquí el lenguaje es plano, estándar, quizá porque se trata de una coproducción con españoles. Es frecuente en este tipo de asociaciones la limpieza de los tics verbales, seguramente porque se cree que así se comunica mejor. Tonterías. Un crimen igual se cometió con Plata quemada, la novela de Piglia que es puro coa y que en su versión cinematográfica adolece de toda la vibra poética que aporta el lunfardo.
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El ocaso
LA NUEVA Mayoría es poco más que la foto de los lunes en La Moneda. Entre sus dirigentes, predomina hoy la preocupación por la factura política que habrá que pagar por la gestión de gobierno, la incertidumbre electoral por el fin del binominal y el temor al futuro. Todo eso ocurre mientras la Presidenta Bachelet todavía está en funciones; cuando ya no esté, ni foto.
El gobierno de la NM provocó “desconfianza estructural” en la sociedad, y la mayor responsabilidad es de la Mandataria, que creyó que el país necesitaba virar a la izquierda e impuso un programa que hiciera sentirse cómodo al PC, y que se basaba en la idea de que más Estado significa más igualdad. Ese programa multiplicó los planes de gasto público y, a la vez, despreció el crecimiento de la economía. Si Chile ha podido amortiguar el daño de reformas tan defectuosas como la tributaria y la laboral, es porque progresó sólidamente en las décadas anteriores. Sin embargo, las expectativas de la población hace rato que van a la baja, la economía crece poco y el propio ministro de Hacienda reconoce los problemas para concretar inversiones.
Quienes como el ministro Mario Fernández abogan por la continuidad de una experiencia de gobierno abrumadoramente desaprobada por los ciudadanos, tienen sin duda dificultades para reconocer la realidad. Lo más conveniente es que él se concentre en cumplir con sus obligaciones lo mejor posible y que el gobierno no intente fijar la ruta de los próximos años.
Carolina Goic fue proclamada por la DC, pero no se sabe hasta dónde llegará; Guillier empezó a mostrar vacilaciones; Lagos está a la espera de lo que pase con el refichaje del PPD; y el PS intenta aclarar lo que quiere. Mientras tanto, la ansiedad parlamentaria está disparada. Ante la propuesta DC de presentar dos listas, los otros partidos piden lista única, es decir negociada con pactos por omisión y ojalá con seguro de vida, lo que implica meter a 7 partidos en una lista que legalmente debe tener 40% de mujeres. ¡Y todos los diputados quieren ser reelegidos!
Hablar de la primaria es surrealista. Depende en primer lugar de que los partidos cumplan el refichaje dentro de cuatro semanas, y eso está difícil. Pero incluso si la primaria llegara a realizarse, el espectáculo sería más bien penoso debido a las grietas que quedarían a la vista. ¿Sería una competencia por liderar el segundo capítulo del actual gobierno? Y todo eso, ¿para llevar a Chile hacia dónde? Lo más honesto sería que todos los partidos dieran la cara en la primera vuelta, y que en la segunda pactaran una fórmula de gobierno aquellos que tengan verdaderas coincidencias.
La NM va hacia el ocaso. Eso abre una oportunidad para configurar una centroizquierda moderna, genuinamente democrática, que defienda el valor universal de los DD.HH., que rechace todas las dictaduras, que tome distancia de los tics populistas y la reingeniería social con retroexcavadora. Una centroizquierda que apueste por la cooperación entre el Estado y el sector privado para que Chile sea más próspero y más justo.
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Un equipo descalzo
Para visitar la India entenderla y disfrutarla se debe ver con otros ojos y sacarse el traje de occidental. Fascina su cultura alucinante llena de colores atrapantes. Lo que es caos para nosotros, para ellos es intrínseco a su realidad. La muerte arde en las riberas del Ganges. Abundan gurús y predicadores. La veneración de dioses es interminable.
Cuenta la historia que los indios, en plena dominación inglesa, fueron desafiados a jugar un partido de fútbol. Éstos llegaron con sus impecables zapatos y ellos descalzos. Las burlas no se hicieron esperar. Corolario, ganaron los de pies desnudos. Sin zapatos jugaron las Olimpíadas 1949 en Londres. Francia apenas les gano 2 por 1. Para el Mundial Brasil 1950, exigieron jugar al viejo estilo, sin zapatos. La FIFA se los prohibió y ellos tozudos, no asistieron. En los Juegos de Helsinki los eliminaron rápidamente: el clima frío les entumecía los pies y perdieron por goleada. En Melbourne 1956, asisten pero jugaba medio equipo con zapatos y los otros descalzos. Ésta es la controvertida India donde según sus creencias las vacas son sagradas.
En Chile, en tiempos de crisis, el presidente de la U usó estos términos frente a su capitán. Éste bajó la cabeza y tuvo que rumiar. Ésa es la India donde nuestra sub 17 tiene pasajes ya en los bolsillos. Depende del resultado frente a Ecuador. O ni siquiera.
Un equipo edificado con puros jornaleros, sin arquitectos, ingenieros ni capataces, sin vacas sagradas y un sólo dios. Pala y cemento bajo el sol.
Han avanzado con garra y rigor. La estética de su fútbol brilla por su ausencia. Es una cuadrilla de obreros que quiere edificar en el país de los pies descalzos. Tienen sus méritos al responderle a una afición que arrisca la nariz por su “falta de fútbol y elaboración”. Su frontalidad, carente de tejido, filigranas y armonía conceptual, le ha bastado para acunar sus sueños.
En resumidas cuentas, la sub 17 de Chile es una selección descalza y desnuda en muchos sentidos.
Como en el cine indio, si la película no gusta, hay que conformarse con un happy end.
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Liberalismo radical
El “Manifiesto por la república y el buen gobierno (una invitación a pensar)” ha generado cierta discusión entre sectores de la derecha, cumpliendo, en ese sentido, su invitación. Obviamente no se esperan solo alabanzas a un documento con carácter político e intelectual, razón por la que han aparecido críticas desde sectores liberales más radicales, tal como el caso de Valentina Verbal o Axel Kaiser. Como en cualquier diálogo, es necesario buscar el mejor entendimiento posible, evitando las simplificaciones que desvirtúan la propia posición o la que se busca rebatir. Así, hay, entre otras, dos cuestiones relevantes en las cuales se presenta el debate de manera extremadamente simplificada.
Por una parte, Verbal ha presentado como la primera idea que la derecha debería poner por delante lo que denomina presunción a favor de la libertad personal, por la cual todo lo que no está prohibido está permitido, pues “las personas son capaces de perseguir sus propios fines, salvo que afecten la misma capacidad de las otras”. Pero entonces, ¿por qué podemos prohibir algo? Normalmente el liberalismo más radical defiende una posición en la cual los derechos deben ser garantizados, por sobre cualquier discusión acerca de los bienes en juego. El problema radica en que cualquiera se dará cuenta, que habrá un momento en que el derecho individual de una persona real entrará en conflicto con el de otro individuo de la sociedad y, por lo tanto, se hará necesario ponderar ambos derechos. Es ahí cuando el “salvo que afecten la misma capacidad de las otras” personas, se torna totalmente insuficiente y se constituye como una simplificación del debate que no aporta muchos criterios nuevos ni soluciones para el caso concreto.
En un caso en particular y muy conflictivo: ¿cómo resolvemos los problemas que puede generar la libertad de expresión? ¿Podemos ponerle límites? ¿en qué sentido y bajo qué criterios? Es aquí cuando la libertad entendida como una visión neutral y sin contenido, se vuelve inútil porque necesariamente la discusión se tornará completamente hacia el contenido y el ejercicio de esa libertad. Ya no será un problema simplemente del marco, sino que también de qué dibujamos dentro de él: tendremos que hablar sobre bienes en juego y no sólo sobre derechos.
Un segundo tema, y en el cual muchas veces se simplifica la discusión, es la tradicional dicotomía entre individuo y Estado. Un deporte liberal es cazar “colectivismos”, pero resulta muy inconveniente salir a cazar al bulto y sin distinguir. Al no diferenciar de manera clara al individuo, al estado y a la sociedad, creen que cualquier posición que reivindique la importancia primaria de la sociedad es estatista. Y no es, para evitarles el susto, que exista una supremacía ontológica de la sociedad sobre el individuo. La pregunta realmente interesante es si acaso requerimos de la sociedad en algún sentido, o si ella es simplemente accidental. Al simplificar la separación entre Estado y sociedad, haciéndolos casi sinónimos, piensan que cualquier reivindicación de lo social es una defensa del burócrata ideologizado. Por el contrario, lo social es reivindicado porque es necesario y no solamente accidental para la realización personal. Seguir creyendo que existen individuos fuera y antes de lo social, es llevar las cosas a una utopía (o mito) como el de El mundo feliz en que las personas nacen fuera de la sociedad primaria y fundamental: la familia.
Simplificar el origen de la sociedad, al punto de creer que es un pacto originario entre hombres que existen fuera de ella, conlleva consecuencias tales como percibir el bien común como contrario al bien individual. Es decir, en constante choque. Así, la actitud debería ser una de desconfianza a todas las cosas comunes, porque si soporto estar en sociedad, es para conseguir cierta protección o ventajas de los esfuerzos comunes y nada más. Por el contrario, considerar que las sociedades existen como un hecho de la causa, permite dejar atrás la ficción del hombre aislado y podemos situar mejor el lugar que ocupa lo colectivo en nuestras vidas: lejos del colectivismo de izquierda, pero sin caer en la simplificación radical.
De lo contrario, será muy difícil explicar todas aquellas expresiones de la vida común que no encuentran respuesta en un simple cálculo de interés individual (como la existencia de la Teletón o de los Bomberos, entre otros).
Para realmente aportar al debate, la repetición de viejas fórmulas no funciona por sí sola. La intención debe ser aportar a la política real, y a los problemas que hoy nos presenta, y en ello, las ideas generales por sí solas no son de mucha ayuda.
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March 15, 2017
Bachelet y su último cuarto de hora
Tratar de hacer un análisis objetivo sobre estos tres años de gobierno no es para nada una tarea fácil, es más sincero afirmar que es un gobierno a todas luces complejo. Complejo porque los avatares de la naturaleza se han hecho notar, en tres años hemos tenido erupciones volcánicas, terremotos e incendios con claros rasgos apocalípticos. Los expertos dirán que es parte de nuestra geografía y los fanáticos que la presidenta es responsable de estas plagas seudo bíblicas y quizá ambos tengan la razón.
La naturaleza es algo que no podemos controlar, la pro-actividad sí. Como se fue oportuno con el terremoto en Chiloé, no lo fue en el incendio forestal reciente: las autoridades empoderadas marcan evidentemente la diferencia, mientras la ministra Narvaez actuó inmediatamente en el terremoto del sur, el director de la Conaf cayó en indecisiones que dilataron el actuar contra las llamas.
Pero no sólo los desastres naturales nos han acompañado –y nos seguirán acompañando-, este gobierno ha tenido que lidiar con sus compromisos de campaña, desafíos grandes que claramente no fueron medidos en profundidad al momento de plantearlos; una reforma educacional que nos lleve a la equidad educativa son palabras mayores, me enorgullece ver que como sociedad avanzamos en ese sentido, sin embargo requiere mucho más que las ganas de hacerlo, se necesita de gente competente y de los recursos necesarios para lograrlo. Caímos en manos poco expertas e imprecisas, obviamos la realidad económica compleja que se venía y terminamos con una reforma tributaria tan parchada que lo único que dejó fueron vacíos e imprecisiones y pero aún, con ello se perdió la gran oportunidad de hacer una reforma seria y profunda, y que recoja más que el aspecto tributario, sino el sistema financiero global. Terminó siendo una mala reforma que desacreditó el principio noble para el cual fue creada: La educación gratuita y de calidad.
También hubo otras modificaciones legales que es bueno destacar como el acuerdo de union civil -que es de esperar se transforme en matrimonio igualitario-, el fin al sistema binomial y la nueva ley de partidos políticos (fundamental para la transparencia); junto a proyectos tan vanguardistas para Chile como la irrupción en energía renovable, la legalización de la marihuana, la intervención del embarazo, que más allá de nuestras posturas, nos han hecho pensar en la sociedad que somos y queremos ser.
Del resto poco y nada se puede hablar, la reforma laboral es un misterio y con algo de escepticismo y mucho de temor esperamos lo que salga de ella; la constitucional será sólo un recuerdo, nos perdimos la tremenda oportunidad de cambiar aquellos vestigios dictatoriales y que son los verdaderamente importante para la ciudadanía, por querer hacer algo nuevo que a todas luces era inviable, por algo dicen que lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Lo que sí es claro es que en tres años el país ha perdido parte importante de lo logrado como sociedad, hemos vuelto a caer en odiosidad, rivalidad y diferencias que sólo permiten ver en blanco y negro, ni siquiera con escala de grises. Los escándalos y el deambular de políticos por tribunales es algo que ya ni asombra; si viene de la Nueva Mayoría es malo para unos y si es propio de ChileVamos es un grave para los otros. Por ejemplo, si Bachelet no supo de los negocios de su nuera es imposible de creer, pero sí era creíble que Piñera no sepa como administraba su fideicomiso su hijo Sebastián. Si Orpis, Longueira, Zalaquet y Novoa obtuvieron recursos de forma fraudulenta son mártires; si lo hizo Rossi, Leon, Peñailillo y Girardi son delincuentes, es esta la situación monocromática en que estamos y que en lo único que han contribuido es a generar más desconfianza en la clase política.
Estos tres años de gobierno de la presidenta Bachelet han sido malos, los hechos así lo demuestra, los indicadores económicos confirman y la opinión pública lo reciente. No es responsabilidad exclusiva de La Moneda -pese a que pocas veces se ha visto a un gobierno con tanta falta de liderazgo y además comunicar tan mal- pero como la principal autoridad del país es el rostro que representa esta caída, será ella la cara de la crisis.
Queda un año, algunos dirán que por suerte, pero aún está la oportunidad de reflotar temas críticos para la sociedad como son Salud y Pensión, el tema está ahí, los recursos asignados, las propuestas sobre la mesa y la sociedad expectante. Pero este 2017 es de decisiones, de nuestras decisiones; vemos como los partidos no se han podido constituir y es obvio nadie quiere refichar por ellos; tendremos un nuevo sistema de elección proporcional, los candidatos presidenciales hasta ahora siguen siendo un misterio. Kast y Ossandón confrontando a Piñera, quién además tiene no uno, sino varios flancos abiertos con la justicia, pero por sobre todo con la ética, las cosas se pueden hacer de manera legal, pero no implica que sea éticamente correctas. Goic está iniciando una cruzada que cuenta con el debilitado apoyo de la DC; Lagos, sin posibilidad de despegar, y Guillier generando diálogos constantes, pero sin contenido.
En un año más tendremos otro presidente, además un parlamento renovado y nuevos gobiernos regionales, quizá es el momento de como sociedad considerar seriamente acercarnos a las urnas y votar por lo que realmente queremos, no podemos darnos el gusto de permitir que el 30% de nuestra sociedad decida por el 70% restante. Sólo cambiando eso es como los sueños en política se pueden hacer realidad.
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