Óscar Contardo's Blog, page 217
March 20, 2017
El mes de la ciudad
TUVE LA suerte de tomar un café con un amigo que regresaba luego de hacer un master en Arquitectura del Paisaje en Harvard y trabajar en una empresa de estudios territoriales estratégicos en Estados Unidos. Entre las muchas cosas que conversamos, lo más destacado fue su visión de los cambios vividos por Santiago en estos cuatro años.
Oriundo de Iquique y buen conocedor de la realidad de nuestras ciudades, mi amigo comentó cómo pese a todos los problemas de transporte, seguridad, segregación y riesgo, se advertía un nuevo aire en la capital. Que se manifestaba en la cantidad de gente movilizándose en bicicleta -y la cultura cívica que ello conlleva-, el uso masivo de nuevos parques como Juan Pablo II en Bajos de Mena o Renato Poblete en Quinta Normal, las nuevas plazas de bolsillo, así como una mayor conciencia del valor del espacio colectivo, la buena arquitectura y calidad de nuestra infraestructura.
No es casual que su diagnóstico optimista de la vida urbana de Santiago haya coincidido justo en marzo, cuando la ciudad retoma su fulgor e intensidad gozando aún del clima veraniego, y donde la Intendencia Metropolitana ha organizado una serie de actividades en el marco del denominado “mes de la ciudad” para poner en relevancia y reconocer los valores presentes en nuestra capital.
Dentro de las actividades del mes de la ciudad, destacan hoy la entrega al Premio Ciudad en el Museo Benjamín Vicuña Mackenna, el Foro de Agua y Cambio Climático a efectuarse en el GAM este miércoles 22, el proyecto piloto de caminabilidad y urbanismo Táctico en Portugal con Alameda el jueves 23, y muy especialmente la celebración este fin de semana recién pasado del primer “Oh! Santiago”, versión local del Festival Open House, donde más de 70 edificios y espacios de valor arquitectónico, urbano, social y medioambiental abren sus puertas para que los ciudadanos puedan conocerlos por dentro, guiados por sus autores, habitantes o gestores. La belleza de “Oh! Santiago” radica en la diversidad y distribución espacial de los destinos, muchos de ellos de difícil acceso para el público en general, y que van desde el condominio Antumalal en Renca -obra del premiado arquitecto Alejandro Aravena y Elemental-, la Planta de Tratamiento de Aguas de la Farfana en Maipú, las obras de la nueva línea 6 de Metro, pasando por el edifico Transoceánica en Vitacura o la Dirección de Gestión Ambiental de la Pintana, por destacar algunos.
Todas estas iniciativas y foros dan cuenta de que la riqueza urbana de ciudades como Santiago no coincide con su distribución socioeconómica, de la importancia de conocer y reconocer sus virtudes, así como enfrentar sus carencias. El cierre de este mes de la ciudad será el martes 28 con el seminario internacional “Por un Santiago Humano y Resiliente”, en que se presentará la Estrategia de Resiliencia Metropolitana, y se discutirán los desafíos para tener un Santiago más conectado, verde y sostenible, más preparado y seguro. Es de esperar que iniciativas como éstas permitan no solo conocer más las virtudes y desafíos de nuestra capital, sino también -al igual que mi amigo-, nos muevan a celebrar e involucrarnos para mejorar nuestra calidad de vida y compartir la ciudad que merecemos.
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La expectativa de privacidad en Facebook
La semana pasada la Corte Suprema sorprendió y aceptó como pruebas lícitas las fotos publicadas en la red social Facebook de tres personas que fueron condenadas a penas de 13 y 15 años de cárcel, por una serie de robos con intimidación en locales de Santiago, sin dar cabida a la petición de sus abogados que según alegaron, se usaron ‘pruebas ilícitas’ en el juicio.
Estas pruebas comprendían las fotografías de las caras y vestimentas de los inculpados extraídas desde sus perfiles públicos de Facebook, las cuales se usaron para compararlas con las grabaciones de las cámaras de seguridad y las declaraciones de las víctimas.
En este contexto, es que resulta relevante indagar y conocer la normativa vigente con respecto al uso de la tecnología y en este caso las redes sociales, en cuanto a investigaciones y procesos judiciales. ¿Hasta qué punto se considera que una red social es privada? ¿Hasta dónde llega la intimidad de un ciudadano?
La expectativa de privacidad e intimidad de cualquier ciudadano se fundamenta principalmente en la importancia de controlar ciertas esferas de su vida ajenas a la intromisión de terceros, de tal manera que éste pueda desarrollar libre y dignamente su personalidad.
Dentro de nuestro ordenamiento, el derecho a la vida privada está reconocido en nuestra Constitución en su artículo 19 Nsº 4 y 5, en la Ley sobre protección de la vida privada y en diversos pactos internacionales suscritos y ratificados por Chile.
Sin perjuicio de lo anterior, tal y como ocurrió en el reciente fallo emitido por la Corte Suprema (Rol N° 3-17 de fecha 27/02/2017), en donde se aceptan como medios probatorios fotos de “Facebook” obtenidas por la policía para incriminar a imputados, daría cuenta que la vida privada tiene limitaciones vinculadas a los avances de la tecnología y globalización, los cuales traen aparejados nuevos riesgos asociados a la interconectividad y simultaneidad que toman las personas con el objeto de acceder y participar con otros individuos.
En dicho sentido, la sentencia aludida establece a grandes rasgos que la red social de comunicación “Facebook” es una plataforma donde los usuarios plasman voluntariamente datos personales e información que por regla general debiesen tener el carácter de privadas, mas su publicación sin restricciones “equivale a aquel puesto en un blog o en un aviso de venta efectuado a través de un sitio web, donde el usuario acepta que lo publicado pueda ser conocido por cualquiera que tenga acceso a internet” (considerando 4°).
De esta forma, nuestro máximo tribunal estaría señalando que la expectativa de privacidad del usuario será mayor en aquellos casos donde opte por configurar un perfil que obstaculice al máximo la intromisión pública, pues se trata de una acción de resguardo exigible a toda persona que desee perseverar en su intimidad a “ser dejado solo”.
Fue así que nuestros jueces, aplicando los usos y costumbres de la denominada “Sociedad de la Información”, han entendido en palabras simples que las personas no pueden pretender legalmente proteger su intimidad sobre los datos que ofrecen voluntariamente a terceros, siendo todo lo publicado un símil a una carta abierta que creemos que viene cerrada, mas no existe un sobre que proteja la información contenida dicha misiva.
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March 19, 2017
Voces de poetas, filósofos, ministros, candidatos, etc….
Vivimos tiempos similares a cuando Dios dijo “Fiat Lux”. Hoy, casi como entonces, todo empieza con las palabras. Declaraciones, anuncios, programas, proclamas, epítetos y necedades están a la orden del día. No todas provienen de bocas políticamente ilustres y/o conocidas. Un caballero de nombre Miguel Vicuña a quien alguna prensa identifica como poeta y filósofo ha decretado que Chile está en condición “miserable y desintegrada”. Eso, dice, le provoca “cólera”. El ministro Fernández, por su parte, anuncia que “no trabaja bajo presión” refiriéndose a las injustas e inapropiadas quejas de camioneros a los que sólo acaban de quemarles 19 vehículos. Eyzaguirre, por su lado, nos advierte cuánto coraje es preciso tener para empujar las reformas. Guillier, siempre afable y cazurro, habla de humorismo refiriéndose no al contador de chistes que se inscribió en las filas del PC, sino a la relación entre dinero y política, situación en la que él jamás ha caído. Quien jamás haya sido parte de una consultoría que arroje la primera piedra.
El aserto más novedoso de todos es el de Vicuña. Su tono apocalíptico ofrece una señal en verso de lo que normalmente sólo se entrega en mala prosa, a saber, el tremendismo pesimista de algunos y el gigantismo mesiánico de otros, sentimientos extravagantes que por igual han hecho presa de la nación. Los mesiánicos creen vislumbrar un glorioso fin de los tiempos a la vuelta de la esquina, el siempre anunciado y postergado advenimiento del Mesías que anhelan las izquierdas más jóvenes, mientras los pesimistas son simplemente personas muy escépticas. Es el caso de Vicuña y ciertamente de Vuestro Servidor, quienes ni profetizan ni anuncian ni promueven nada, sino sólo dan salida a una repulsa visceral por el modo como se está viviendo en esta sociedad de masas cuyo nivel de chantería intelectual habría asombrado incluso a Ortega y Gasset.
Vicuña, cuya afiliación política ignoramos, tal vez rechaza el actual modo de vida por ser capitalista o por ser consumista o por ser “heteropatriarcal capitalista” como descubrieron algunas damas o porque en los tibios años de la Concertación se tramó y ejecutó, nos informan, una horrible traición, pero encaje o no en cualquiera de esos casos al menos entregó una versión crítica de la realidad muy superior en vuelo lírico o siquiera en brevedad al monumento a la lata perpetrado en la forma del programa de gobierno y al cual hacen compañía, a guisa de anexos, una inmensidad de ensayos y libros evacuados desde la comunidad de los académicos e intelectuales del sector ansiosos de acceder a cargos de prosapia y/o tickets de ida para nuevos posgrados, cosa imprescindible porque en estos tiempos competitivos y pretenciosos se vive una carrera armamentista de títulos. Sin un doctorado, hoy en las universidades no se puede trabajar ni sirviendo café en el casino.
La edad, primera parte
El malestar de Vicuña no está lejos del de este columnista, quien comparte su rechazo aunque no su explicación y menos solución. Lo que de seguro nos acerca a tantos igualmente a disgusto con el presente es el pasado. Quienes sobrepasamos la “barrera psicológica” de los 50 y hasta de los 60 -ni hablar de los de 70 para arriba- no tenemos mucho apego a la clase de mundo que se erige a nuestro alrededor, pero no tanto porque sea picante y vulgar, lo cual es en grado extremo, como porque difiere radicalmente de aquel cuándo y dónde nos criamos. Asumo que Vicuña tuvo la misma experiencia nuestra de un Chile inocente, diáfano, sencillo y mucho menos declamatorio, inauténtico y agresivo aunque también mucho más pobre, sucio e injusto, cosa que los niños de entonces ni veían ni les importaba un comino. Odioso es decirlo, pero para los ciudadanos que militamos en la tercera edad gran parte de lo que se desploma NO ES Chile, sino NUESTRO Chile.
La edad, segunda parte
A otros ciudadanos el paso de los años los ha afectado de distinto y hasta opuesto modo. Les sobrevino una conmovedora segunda infancia política. Uno de los casos más notorios es el del ministro del Interior, señor Fernández, hombre irritable, cascarrabias, inclinado a ofuscarse y amigo de peregrinas salidas verbales; aun así y dentro de su crepúsculo político y biológico parece haber descubierto una nueva Revelación encarnada en su jefa, epifanía que en su resplandor lo ha cegado al punto de creer que su ministerio sólo puede manejarse, declaró, si no hay presiones. Fernández cree entonces que el país no requiere un Ministerio del Interior después de todo. En medio de la humareda que consumió 19 camiones para ira y exasperación del gremio y de toda la población de la zona a Fernández hubo que amenazarlo con una acción más decisiva -el viejo fantasma de 1972- para que se decidiera NO a poner remedio, ¿cómo podría?, sino a darse una vuelta por la comarca. Tal vez si va -ahora le dicen que no se moleste- tenga suerte y atrape a los ladrones de madera que según la Presidenta causan estos desafueros. Ni en esto ni en nada Fernández parece percatarse de cómo se desploma el mínimo de orden público que es el basamento de toda sociedad. Como los demás, sólo abre la boca, pero no hay que molestarlo con presiones.
La edad, tercera parte…
Hay casos menos extremos en años aunque igualmente excesivos en ilusiones, distorsiones, fantasías políticas y en soltar frases al voleo. Nicolás Eyzaguirre es uno de ellos. Representa un segmento de la NM más joven que Fernández y quizás más ilustrado o siquiera más empapelado con títulos y posgrados. Eyzaguirre, como muchos otros con su perfil, cree fervientemente, según lo ha dicho en reciente entrevista, que los estropicios acompañan necesariamente las revoluciones o transformaciones “profundas”, de lo cual parece inducir, a lomos de una lamentable falacia, de que puesto que hay abundantes estropicios hay también importantes transformaciones, a lo cual se agrega una segunda falacia, a saber, la de que son estupendas transformaciones. “Es el precio que debe pagarse”, dice, como suelen decir todos los feligreses. Nicolás habló además del “coraje” necesario para emprender tan magna tarea. También como otros ha espetado que “por ningún motivo hay que entregarle el gobierno a la derecha”. Para eso se juramentan y están dispuestos a primarias o primeras vueltas o arreglos entre cuatro paredes o la coronación del más popular en las encuestas; todo vale cuando hay una convicción inamovible. Es la fe del carbonero en el Gran Principio de continuar en el poder.
Es, aquel, un discurso que forma parte de una sociología más cercana a un libreto de Hollywood que a una teoría científica. Basados en ella y con esa pegajosa porfía de los clichés y las malas ideas todos estos locuaces abogados defensores de la calamidad reciclan la teoría de la “explosión social”. Simplificándola y traduciéndola para uso de grandes y chicos, lo que la teoría nos advierte es que de no haber continuidad del gran proceso de transformaciones profundas los actuales incumbentes van a perder sus pegas. Eso sería al menos una enorme implosión.
Otra cohorte, otra voz…
Activa en política y entre los extremos de la primera y tercera edad se encuentra gente en su cuarentena, sector en el cual a veces surgen voces más sensatas. Los miembros de esa cohorte demográfica se han librado ya de las fantasías adolescentes y aún no sufren la patética bobería, propia de los ancianos, con sus nietos ideológicos. Uno es Felipe Harboe, quien hace unos días se lamentó de cómo arrastraron al PPD por el tobogán del izquierdismo a la Quintana y a las eufemísticamente llamadas “malas prácticas”. En su afán porque impere la razón se obstina en apoyar a Lagos y para esos efectos se reinscribió en el PPD. Es de dudarse que su conducta sea mucho más que un gesto de buena crianza porque hace rato la razón desapareció del escenario. Es la primera víctima de estos lapsos históricos. Si acaso hubo una vez que se gritaba “¡el que no salta es momio!”, ahora la frase es “¡somos hijos del Che y de Chávez!”. Cuidado, Felipe, que lo van a funar.
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Un príncipe nuevo
“La Presidenta miró a Chile desde arriba”. La frase, pronunciada por Alejandro Guillier en Valparaíso, es llamativa por varias razones. Por de pronto, sorprende el modo en que el candidato radical se desmarca del que ha sido su propio gobierno, y cuyos proyectos ha apoyado. Aunque sus motivos electorales son evidentes -después de todo, esta administración bate records de impopularidad-, hay algo que los políticos no deberían perder de vista (y Guillier, por más que le pese, es uno de ellos). Uno de los motivos que explican el bajísimo prestigio de los partidos y de la clase dirigente es precisamente su falta de coherencia. Un futbolista podía decir que no estaba de acuerdo consigo mismo, pero la cuestión es más delicada para quien aspira a presidir Chile. El largo camino para reconstruir la credibilidad de los hombres públicos -indispensable para gobernar un país cada vez más complejo- pasa por asumir las responsabilidades.
De más está decir que la acusación debe haber sido especialmente dolorosa para la Mandataria, pues ataca el núcleo más íntimo de su legitimidad: su perfil cercano y horizontal que, hasta muy poco tiempo atrás, ni sus más enconados críticos se atrevían a cuestionar. Que un candidato oficialista esté dispuesto a poner en duda ese núcleo, al sugerir que su cercanía es mera apariencia, prueba bien que la Mandataria ha perdido todo control sobre lo que se avecina. Y es también un muy buen síntoma de la prodigiosa desorientación que reina al interior de la Nueva Mayoría.
Con todo, la frase tiene otro aspecto relevante. Si Guillier acusa a la Mandataria de verticalidad, es porque busca abrir su camino: él quiere encarnar aquella horizontalidad que en Michelle Bachelet se reveló falsa. Guillier, el hombre de hablar cansino, que conoce como nadie a las audiencias y cuyas frases suelen ser tan vacías como meticulosamente construidas, sería el elegido para entregarnos aquello que la Mandataria, a fin de cuentas, no pudo ni supo ofrecer. Resulta curioso cómo los políticos llevan años persiguiendo esa quimera -basta pensar que ya el primer gobierno de Bachelet se nos vendió como “ciudadano”-, sin percatarse cuán profundamente los afecta en su legitimidad y capacidad política. ¿Para qué diablos querríamos políticos horizontales, que no creen en su propia misión?
En la dedicatoria del Príncipe, Maquiavelo intenta convencer a Lorenzo de Medicis que la lectura de su libro es útil para un gobernante. Para lograrlo, ocupa la siguiente figura: yo, dice sutilmente el secretario florentino, poseo una perspectiva que usted no tiene ni puede tener, pues miro desde abajo aquello que usted solo puede mirar desde arriba. Se trata de un momento inaugural en la política moderna: de allí en adelante, muchos gobernantes vivirán obsesionados por deshacerse de la condena implícita en la dedicatoria del Príncipe. Maquiavelo era consciente de que dicha aspiración es un espejismo, pues el poder político siempre implica alguna jerarquía; pero también sabía cuán útil resulta un espejismo bien manipulado. La pregunta es, desde luego, cuán consciente es Alejandro Guillier de esta dimensión: si acaso es víctima de la ilusión, o si -cual prestidigitador maquiavélico- nos quiere hacer caer en ella.
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Volver al gobierno
Cuando Sebastián Piñera anuncie el martes su intención de competir en la próxima elección presidencial se habrán dado por cumplidas las dos condiciones que él mismo se fijó para decidir su candidatura.
La primera era la posibilidad de ganar. Piñera cree que están las condiciones y las encuestas le dicen que no está equivocado. Es entendible: los ex presidentes no están para dar batallas meramente testimoniales y a diferencia del resto de los candidatos, que a menudo no tienen mucho que perder, ellos sí están obligados a proteger un rol, un prestigio, que al final constituye un activo para todo el sistema político. Están a otro nivel y son o debieran ser, después de todo, reservas morales de experiencia y serenidad en los temas de largo plazo.
La segunda es su confianza en que se la puede, por decirlo así. Se la puede desde luego como persona y como sector. Porque son muchos y muy arduos los desafíos que tendrá que afrontar el país después de este gobierno. Para muchos es incomprensible que una persona de su posición se quiera complicar tanto la vida. Sin embargo, hay que ser político, hay que tener muy adentro el gen del poder, para entenderla.
Descontados asuntos que son anecdóticos -leseras como que todos los ex presidentes siempre quieren volver a La Moneda porque creen que lo podrían hacer mejor la segunda vez, o que Piñera sea tan competitivo que necesita por compulsión igualar la marca de los dos gobiernos que cumplió Bachelet- y descontados también los frentes críticos que pueda tener su campaña, que todos sabemos cuáles son, el tema de fondo en realidad plantea la pregunta sobre qué tan preparada está la derecha para volver a gobernar el país y qué tanto aprendió él tras su paso por La Moneda.
El país ha cambiado mucho. El Chile que Piñera dejó no es el mismo con que se encontraría el próximo año. Hay en el ambiente una serie de nuevas demandas sociales y ya no solo en el ambiente, sino también en la caja fiscal, en las cifras del deterioro de la economía chilena, en la percepción de fragilidad que pesa sobre todo el sistema político, el listado de restricciones es interminable. El margen de iniciativa del nuevo gobierno -cualquiera sea su signo, por lo demás- será notoriamente más reducido que el del 2010.
Pero, sin embargo, Piñera quiere dar la pelea. Cree estar preparado. Debe sentir que cumplió por una curva de aprendizaje en su mandato y que, más allá de la fragilidad de su legado o de deficiencias de su mandato en áreas de gestión tan importantes como obras públicas, educación o energía, considera que ahora podría estar en mejores condiciones para estar a la altura del desafío. Piñera puede ser lo que se llama un político llevado de sus ideas, pero su propia administración reveló que la experiencia no le resbalaba por la piel. De hecho, el mismo presidente que comenzó su gobierno ninguneando a la política terminó dándose cuenta de que este flanco era fundamental para estabilizar su administración. Ese error, por lo mismo, no lo volvería a cometer.
También, por supuesto, debe contar con que en la derecha hay suficiente masa crítica de orden tecnocrático para la elaboración de buenas políticas públicas y seguramente mira con satisfacción que las cosas, por el lado de su coalición política, hayan evolucionado de menos a más. Chile Vamos está actualmente más ordenada como coalición que la antigua Alianza. La derrota humillante del 2014, no tanto en la elección presidencial, que por muchas razones estaba escrita, sino en la parlamentaria, que dejó a la derecha convertida en minoría casi irrelevante en el Parlamento, obviamente que fue traumática para el sector. Los fracasos algo enseñan y quizás no sea casualidad que luego de un período de mucha confusión -en el que incluso la derecha se prestó para darle acompañamiento a una pésima reforma tributaria-, la derecha se haya estado rearmando en dos planos en los cuales simplemente no estaba calificando: en su viabilidad como proyecto político (espíritu de unidad, disciplina, transparencia en los partidos, algún nivel de lealtad traducido en primarias) y, además, en el plano intelectual. La densidad reflexiva que ha estado ganando el sector en los dos últimos años no guarda relación con el vacío que existía. Es cierto que este territorio no es pacífico y que todavía está cruzado por muchas descalificaciones. Eso mismo debiera llevar al reconocimiento de que la derecha chilena es más diversa de lo que se supone y que este factor, lejos de constituir un problema, debiera ser visto desde una perspectiva de pluralidad como un gran potencial.
Ciertamente, ni la experiencia de Piñera ni el que Chile Vamos esté haciendo ahora las cosas mejor que en el pasado garantizan por sí solas que un eventual gobierno de la derecha pueda ser exitoso. Algo, un poco, debiera ayudar el nuevo clima anímico que está viviendo Chile desde que la ciudadanía comenzó a darse cuenta de asuntos muy sencillos, pero que fueron mirados con abierto desdén en las elecciones del 2013. La elección municipal del año pasado entregó indicios de este cambio. La gente acudió ese día a las urnas pensando, por ejemplo, que el crecimiento económico importa y que no es, como algunos creyeron, parte del paisaje; que las retroexcavadoras pueden ser muy útiles en la construcción, pero muy nefastas en la política; que las tomas no son un buen instrumento para mejorar la educación pública o, en fin, que el país no puede darse el lujo de tirar por la borda lo que ha conseguido, en tributo a sueños mesiánicos que al final interpretan a muy poca gente.
Esta es la cancha -líneas más, líneas menos- a la cual Piñera entrará este martes. Habrá quienes coincidan o difieran de sus percepciones, pero de lo que no cabe duda es que él sabe a lo que se está metiendo.
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“Sorpasso”
El descrédito del gobierno y las tensiones en la Nueva Mayoría no solo tienen a Sebastián Piñera como la primera opción presidencial; también han abierto un flanco por la izquierda del oficialismo, un desafío político que se está volviendo tanto o más amenazante. Las señales de las últimas semanas son elocuentes: el Frente Amplio no solo confirmó su decisión de presentar un candidato propio a la primera magistratura, sino que se prepara con todo para disputar las posiciones que en la actualidad ostenta la izquierda del conglomerado y, en especial, el PC. Ello supone un diseño estratégico que busca horadar las bases de sustentación del actual bloque gobernante y que obligará a resguardar dicha posiciones, haciendo más difícil la posibilidad de que el futuro candidato del oficialismo pueda moverse hacia el centro, buscando recuperar votación perdida.
La amenaza explícita que la Nueva Mayoría ve ahora surgir por la izquierda, responde a una lógica muy similar a la que “Podemos” ha impuesto sobre el socialismo español en los años recientes. Lo que se busca, en síntesis, es consumar un “sorpasso”, es decir, un adelantamiento de posiciones equivalente al que consiguió relegar al PSOE a la condición de tercera mayoría, asestando un duro golpe a una de las dos fuerzas que articularon la política de España desde el inicio de la transición. En Chile, el objetivo de mediano plazo que devela el Frente Amplio es el mismo: construir una alternativa de cambio que se transforme a la larga en la única opción real frente a la derecha, dejando al actual bloque de centroizquierda literalmente “fuera de juego”.
Resulta sin duda irónico que la polarización instalada hace unos años por la Nueva Mayoría, con la intención de dotar de legitimidad a su programa de reformas estructurales, ahora empiece a amenazarla a ella, tratando de hacerla sucumbir ante su propia ambigüedad, único hábitat donde sus hondas diferencias internas pueden convivir. En rigor, lo observado en estas semanas ha venido a confirmar que para el Frente Amplio el verdadero y principal adversario político es el nudo de contradicciones en que hoy se mueven la DC y el PC, un entuerto sin salida, agravado por los altos niveles de desaprobación del gobierno, y por la ausencia de un liderazgo sólido y aglutinador.
Las señales erráticas de un Alejandro Guillier buscando acercamientos con el Frente Amplio, o sus duras críticas a Bachelet y a las reformas en curso, son expresiones del nerviosismo que este nuevo escenario genera en importantes sectores del oficialismo. El temor a una “fuga” masiva por la izquierda y la necesidad de hacerse cargo de los importantes grados de desaprobación que exhibe el actual gobierno, empiezan a convertirse en un dilema sustantivo que, más temprano que tarde, impondrá exigencias a todos los integrantes de la Nueva Mayoría.
En definitiva, el fantasma de un futuro “sorpasso”, el riesgo de una sangría de votos que pueda terminar siendo el golpe de gracia en este año electoral, agrega una variable muy compleja a la ya debilitada situación del oficialismo, un peligro en potencia para el que hasta ahora no se observa diseño ni respuesta. Salvo el miedo…
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El asedio a la libertad
La historia, escribió Marx, se repite como comedia. En la Casa Blanca se ha sentado lo que más puede parecerse a una forma renovada del fascismo. El coqueteo entre Donald Trump y Vladimir Putin tiene un parecido escalofriante con el flirt entre Stalin y Hitler, consagrado en el documento más infame del siglo XX por los cancilleres Molotov y Von Ribbentrop. En lo que está pasando a ser la isla más isla del mundo, hay una primera ministra cuya sonrisa complacida también se parece a la de Chamberlain, al frente de un Reino Unido ya desmembrado de Europa.
España está a punto de desmembrarse por sí misma. Francia se prepara para elegir entre la centroderecha y la ultraderecha. Austria y Holanda se han salvado por un pelo de ser gobernados por cuasinazis, con una sensación de alivio provisorio. Los países que fueron los cancerberos del comunismo soviético, Polonia, Hungría y Checoslovaquia, están ahora en manos de regímenes ultraconservadores. El mundo está patas arriba y Occidente espera -¡quién lo diría!- que sea Alemania quien defienda la democracia.
Lo que tienen en común todos estos fenómenos es que constituyen reacciones a los efectos descontrolados de la globalización, ante todo a sus efectos liberales, esto es, el comercio libre, pero también la libertad de tránsito de personas, comunicaciones, creencias y culturas. Los que protestan contra la libertad comercial y de tránsito ignoran (algunos no lo ignoran: lo saben) el patrón histórico que muestra que cuando se ataca estas formas de liberalismo muy prontamente se las emprende contra las libertades públicas, como ocurre en Venezuela, en Cuba desde hace más de medio siglo o en lugares tan asfixiantes como Corea del Norte o Zimbabue. Maduro, el carcelero de Caracas, acaba de llamar “camarada” a Trump.
El espectro iliberal recorre el planeta. El primero en emplear este término fue el primer ministro húngaro Viktor Orbán, también vanguardista en la expulsión de inmigrantes mediterráneos y en la construcción de fronteras alambradas. Orbán acertó en su definición: no es antiliberal, como la izquierda leninista y las iglesias tradicionales; ni es contraliberal, como los populismos de sesgo pandillero, desde el peronismo hasta el chavismo. Es iliberal, es decir, no desea las libertades, no quiere que el Estado (el gobierno) sea importunado por cosas que salen de su control, no desea que los individuos tomen sus decisiones al margen del colectivo (el gobierno).
El brusco apogeo de los nacionalismos tiene mareada a la izquierda mundial, acaso porque ha quemado una porción de sus pulmones en la disyuntiva entre el Estado y la sociedad y otra se ha intoxicado con los nacionalpopulismos. La izquierda nunca ha sido una defensora muy entusiasta de la libertad y es triste que su experiencia con las dictaduras no haya terminado de enseñarle ese valor. Su desconcierto actual se expresa con elocuencia en el inocuo populaborismo de Jeremy Corbyn y en la elección de Gianni Pittella como representante del socialismo europeo, un buen hombre que propone aumentar el estado de bienestar, algo parecido a sembrar camelias para que no pasen los tanques. La izquierda chilena está sumida en el mismo torbellino y ha iniciado el proceso de canibalismo que la tiene definitivamente lejos del gobierno en España, cuya izquierda tradicional se tomó unos años de bobería antes de comprender que Podemos aspiraba a desplazarla, lo mismo que quiere el Frente Amplio en Chile.
El espectro iliberal es el más peligroso del último medio siglo. No ha habido un ataque más masivo contra las libertades desde fines de los años 30, cuando, igual que ahora, los proyectos megaestatales de izquierda y de derecha sojuzgaron a la mitad del planeta. En lo de la forma en que se repite la historia tampoco hay que creerle mucho al Opa Marx, que después de todo no vivió ninguna guerra mundial y no pensó que una comedia podía costar 70 millones de muertos. Tampoco podía imaginar la Guerra Fría ni menos su nueva sustitución, la guerra gélida contra las libertades, hipercomunicada, tuiterizada y amatonada.
Mucha gente cree que esto no tiene nada que ver con sus problemas cotidianos, y muchos dirigentes políticos pueden confiar en que ninguna de estas cosas afecta las encuestas. Los problemas del mundo nunca han sido materia electoral, ni con la revolución cubana ni con la caída del Muro de Berlín. Y si esto es cierto, también lo es que para las economías que han optado por las libertades clásicas del comercio y las inversiones y las no tan clásicas del libre tránsito de personas y creencias, las disyuntivas actuales son, más que importantes, dramáticas. Incluso para ese tipo de frivolidad intelectual que nunca logra encajar la libertad general con la libertad particular. Desde el día en que ingrese a La Moneda, el próximo presidente de Chile enfrentará el desafío de un mundo en violenta convulsión.
Los jefes de Estado chilenos han tenido, a lo largo de la historia, una conciencia despierta respecto del mundo en que debían moverse. A esto se debe, en medida importante, la presencia desproporcionada que Chile ha tenido en el concierto internacional. Pero ese pasado no es una vacuna contra la ignorancia y, si se mira la constelación de precandidatos y gente que está pensando que podría ser presidente, digamos unos 30 sujetos con la autoestima erizada, se llega a la rápida conclusión de que un 90% de ellos no podría hilvanar una frase sobre lo que está pasando en el mundo y no tiene la más peregrina idea de dónde está parado.
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Fuera del alcance de la ley
Esta semana entrevisté a un sacerdote. Una autoridad dentro de su congregación. Desde hacía dos años estaba tratando de lograr una cita con algún representante que respondiera mis dudas sobre los testimonios de abuso que había recogido y que involucraban a religiosos de esa orden. Llevé un cuestionario de 32 preguntas directas, concisas, sobre hechos ocurridos en distinto tiempo y lugar, desde la década de los 80 hasta fines de los 90. Cada pregunta encerraba historias de adultos que, como niños y adolescentes, habían sobrevivido a vínculos enfermizos con curas que, supuestamente, debían encargarse de su formación moral y espiritual. No se trataba de algo que ocurrió un día o una semana, sino de relaciones torcidas que permanecían en el tiempo. Niños y adolescentes bajo el control total de personas admiradas por la comunidad a la que pertenecían, porque representaban a Dios.
Del total de las preguntas sólo logré unas cinco respuestas claras. Sobre el resto, la autoridad eclesiástica guardó silencio: eran secretos que permanecían resguardados en una dimensión que tiene sus propios ritmos -geológicos y sigilosos- llamada justicia canónica; un universo cerrado con una lógica impecable, que en ocasiones me resultaba sorpresiva, como cuando encontré una denuncia en la que el propio acusado -en virtud de su rango- debió designar al religioso que se encargaría de investigar la denuncia que lo afectaba. Es decir, el acusado nombró al investigador que indagaría una denuncia en contra de sí mismo. ¿A quién eligió para la tarea? A un viejo sacerdote amigo suyo. El caso no prosperó, aunque años más tarde surgirían nuevas denuncias contra el acusado que harían insostenible su permanencia en el cargo que ocupaba.
Cuando le pregunté al sacerdote al que entrevisté -un hombre de mediana edad, sonrisa ancha permanente, dibujada en un rostro amable- si su congregación había hecho algún gesto de reparación con las personas afectadas, me mencionó que sí, que ahora los escuchaban y que eso ya era un gesto importante. También me contó que habían organizado una misa hace unos meses para pedir perdón por los casos de abusos. Aquella ceremonia no contó con la participación de ninguna de las víctimas con las que yo había hablado. En ella tampoco se habló sobre los casos específicos por los que se estaba pidiendo perdón, ni menos sobre quienes eran los responsables de las transgresiones. Aproveché de recordarle, a propósito de misas, que el funeral de un sacerdote de su congregación denunciado por cuatro personas y que se había colgado para no enfrentar a la justicia había contado con la participación de dos obispos y 50 sacerdotes. “Se le despidió como quien despide a un gran hombre”, le dije, “¿por qué no se hizo algo más recatado como señal de respeto?”, pregunté. Me contestó que no tenía información al respecto y que la discreción de un funeral era algo muy relativo.
Luego de hablarme de la misa para pedir perdón por los abusadores, me confesó que ellos, como Iglesia, también sufrían, que el dolor de las víctimas también era su propio dolor. En ese momento la sonrisa de su rostro fue reemplazada por un gesto parecido al de las personas que pasan por un momento de angustia intenso.
En febrero pasado, en Australia -un país en donde sólo el 25% de la población se identifica como católica- una comisión investigadora oficial, designada en 2013, entregó los resultados de su trabajo: entre 1950 y 2010 hubo más de 1.800 sacerdotes involucrados en el abuso de más de cuatro mil niños y niñas. La comisión australiana dio, además, una cifra que llamó mi atención: los abusos tardaron, en promedio, 33 años en ser denunciados. La historia se repetía una y otra vez en una pauta demasiado familiar para ser sencillamente una coincidencia; las víctimas fueron ignoradas o castigadas, los sacerdotes trasladados y la memoria de los hechos sepultada. Es lo que les había ocurrido en México a quienes denunciaron los crímenes del sacerdote Marcial Maciel y lo que habían sufrido los seguidores de los sodalicios en Perú abusados por Luis Fernando Figari. Un patrón similar a los hallados en Estados Unidos y en Irlanda cuando se descubrieron las enormes tramas de crímenes perpetrados por religiosos. El mensaje que habían recibido las víctimas durante décadas había sido que lo mejor era guardar silencio. Que los victimarios siempre estarían fuera del alcance de la ley.
Esta semana, un juez de la Corte de Apelaciones rechazó la demanda civil por encubrimiento en contra del Arzobispado de Santiago, presentada por tres de las víctimas del sacerdote Fernando Karadima. El fallo del tribunal argumentaba que el Arzobispado de Santiago mal podría ser responsable de encubrir los delitos del sacerdote de la parroquia de El Bosque, entre otras cosas porque el arzobispado no representa a la Iglesia Católica chilena. Es más, el texto detalla que, en rigor, la Iglesia Católica chilena no tiene existencia legal. Haberlo sabido antes.
La decisión del tribunal dada a conocer el jueves confirmó que hay quienes viven más allá del alcance de la ley, en un lugar cómodo y protegido, fuera del imperio de la justicia terrenal, en donde pueden aprovecharse de su poder sin temor al castigo. Después de leer el fallo pensé que el mensaje que por el momento ha dado la justicia civil a los hombres y mujeres víctimas de abusos cometidos por sacerdotes es que en Chile sólo pueden aspirar a que se les repare con una misa a la que no estarán invitados.
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Relatando la carrera
Esta semana han pasado varias cosas relevantes en la carrera presidencial. Lo primero, es que se despejó la incertidumbre sobre Piñera: será candidato. Lo segundo, es que se empoderó a Goic en la DC. Lo tercero, es que por dos semanas Guillier se ha estancado y sus dichos han generado muchas pugnas dentro de la Nueva Mayoría. Lo cuarto, es la pugna Ossandón-Kast. Finalmente, el Frente Amplio decidió tener candidato propio, y Mayol saltó a la cancha, que salió realmente muy trasquilado en el primer foro realizado con F. Kast.
Piñera se presenta oficialmente el martes como candidato. Ya ha anunciado un equipo económico de lujo para enfrentar el eje central del futuro, y es probable que muestre más cartas relevantes de personas e ideas en su lanzamiento. Sus contendores para las primarias son básicamente F. Kast y Ossandón. Este último ya ha alcanzado en las encuestas a Ossandón, que no ha logrado avanzar. Esta primaria no debiera tener demasiadas sorpresas. La única incertidumbre es la magnitud que tendrá el ataque del gobierno contra el candidato, como lo ocurrido en Dominga o la inédita y miserable filtración de los invitados a La Moneda en su período. En pocas palabras, todo indica que Piñera estará en la balota final.
A estas alturas la fallida campaña de Lagos había favorecido a Guillier. Veremos ahora qué pasa con Goic que debiera empezar a marcar en las encuestas claramente en detrimento de Guillier. Esto es especialmente relevante porque la DC ha dejado abierta la posibilidad de ir a la primera vuelta. La mayoría cree que es solo una estrategia de negociación, pero la opción está abierta y eso afecta la carrera. De hecho ya generó fuertes roces en la Nueva Mayoría, al punto que Guillier tiró el mantel. El gran riesgo de Goic es transformarse en un nuevo Orrego (traicionado por su propio partido), y si se equivoca en el camino terminar de hundir a la DC transformándola finalmente en un nuevo partido radical marginal o, peor aún, enfrentar una escisión.
Guillier creció como espuma mientras estuvo callado. Empezó a opinar y su ascenso se estancó. Eso es sintomático. Al parecer sigue opinando como periodista y no entiende que es candidato. Las contradicciones de sus opiniones son elocuentes, y lo peor es que la población se da cuenta. Especialmente grave han sido sus críticas al gobierno, lo que en su momento lo hizo criticar fuertemente a Lagos, por el mismo pecado cuando dijo que el país había descarrilado. Llegó a decirle que se creía un nuevo Bernardo O’Higgins, salvador de la patria, exactamente como se ha planteado él. A Fernández lo acusó de tener Alzheimer. En algún momento dijo que era necesario llegar a algunos acuerdos con la derecha, esta semana dijo que había que incorporar al Frente Amplio, pero recibió un severo portazo de ese sector. Al mismo tiempo que criticó fuertemente al gobierno, se proclamó su continuador y apoyó todas sus malas reformas. En concreto, Guillier no muestra ni coherencia, ni ideas, ni equipo, lo que empieza a notarse en sus intervenciones. Ha llegado a decir que el programa vendrá del pueblo, lo que lo pone directamente en la demagogia y populismo.
En otro plano, cuando el coordinador de la campaña de F. Kast dijo que Ossandón era populista, éste calificó a su compañero de coalición como “penca”. Evópoli es por ahora el único partido que ha presentado documentos con propuestas concretas. Ossandón va a la descalificación personal, lo que hace presumir que no tiene ideas muy claras y se quiere posicionar bajo el tejado de alguna superioridad moral. Espero que no siga perdiendo el norte.
La izquierda dura ya ha empezado a acumular slogans populistas. Vallejo propone reducir las horas laborales, es decir, subir el costo del trabajo en un 12%, así como así. Tal como Arenas, ella sostiene que no tiene impacto alguno en la economía, lo que ni vale la pena comentar. El gobierno propone el impuestazo al trabajo con la cotización. El PPD propone impuesto al patrimonio. Otros eliminar IVA de alimentos y libros. Estamos apenas empezando.
Un factor de enorme incertidumbre será la reinscripción de los partidos, que podría cambiar abruptamente el escenario. No creo que finalmente sea un problema, y desde luego siempre tienen el recurso de legislar para sí mismos, lo que no sería novedad.
En suma, esta semana ganan puntos Piñera, Goic y F. Kast. Pierden puntos Guillier y Ossandón. El resto queda igual. La gran incertidumbre está ahora en la Nueva Mayoría, que está en desarme. Da la impresión que la campaña no permitirá el debate de ideas sino que será atropellada por populismos y descalificaciones. Espero que no sea así.
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Oportuna levedad
Alejandro Guillier hace una severa crítica al gobierno y éste, a través de sus principales representantes, reacciona con molestia, incluso acusando deslealtad. Pero lo que hizo ahora el senador no fue muy distinto al registro de campaña que nos ha esbozado a la fecha, y en el que probablemente persistirá los próximos meses. De hecho, y como buen conocedor de los medios de comunicación y los códigos del debate público, sus palabras son el fiel reflejo del sentido común ciudadano: a saber que, por distintas razones, y algunas de ellas bien contradictorias entre sí, este gobierno no logró satisfacer las expectativas de ese importante porcentaje de personas que lo votó favorablemente hace algunos años.
Pero al mismo tiempo sus declaraciones son lo suficientemente generales, o ambiguas dirían sus más críticos, como para coincidir con su audiencia sin que eso signifique dar un paso más adelante, interrogándose por las causas de lo que él describe y, menos aún, por las correcciones que deben hacerse para alterar el actual estado de las cosas. Desde esa perspectiva entonces, la mayoría de los ciudadanos entienden lo que ellos mismos quieren escuchar, generándose una empatía inicial con el candidato, la que solo es posible prolongar en la medida que éste no baje a las especificaciones del caso.
A nadie debería sorprender esta estrategia, porque resulta similar a la utilizada por la actual Presidenta en la última campaña; un período con más énfasis en los silencios que en las palabras, que derrochó muchos titulares pero escasos detalles, los que ordenados en torno a un diagnóstico y relato que cuajaba bien con el momento que vivía el país, le permitió ganar con mucha holgura, aunque las consecuencias vendrían después. De hecho, de manera temprana y antes de los casos de corrupción que afectaron transversalmente a la clase política, el gobierno de la Presidenta Bachelet había experimentado una importante baja en su popularidad justamente a raíz del contenido de los proyectos de ley que materializaron las principales reformas; amén de un diseño político torpe, soberbio y que menospreció la opinión de esos mismos ciudadanos que con entusiasmo la llevaron al poder.
Ahora bien, el que esa estrategia no sea sustentable en el tiempo, no necesariamente significa que sea equivocada, al menos no por ahora. De hecho, y en el marco de un creciente y agudo desprestigio de la clase política y sus principales instituciones, parece obvio que los discursos y sus códigos deben estar enfocados al mandante principal, o sea los ciudadanos, presionando a través de éstos para viabilizar su candidatura al interior de las estructuras y procedimientos que deberá darse la Nueva Mayoría. En efecto, los partidos políticos parecen ser una condición “sin la cual” no es posible ganar una elección, pero definitivamente no son la razón “por la cual” los candidatos resultan finalmente vencedores.
Veremos qué hacen al respecto Goic y Lagos, sus más próximos y directos contendores.
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