Óscar Contardo's Blog, page 184
May 6, 2017
¿Ya ganó Piñera?
ES UNA pregunta que está prohibida en el comando del expresidente. Y viene la arenga. Hay que evitar la sensación de triunfo. La gente puede dejar de ir a votar si sienten aquello. Lo importante es seguir trabajando. La carrera recién comienza. Y, ojo con Beatriz Sánchez. No den por muerto a Guillier. En fin, la lista es larga, pero la pregunta queda: ¿Ya ganó Piñera?
La respuesta parece tenerla mucho más clara la Nueva Mayoría, o lo que queda de ella. Ellos dicen que sí. Piñera ya ganó. O al menos actúan como si fuera así. Porque el caos en que está sumida la candidatura de Guillier es total. Tanto que, ahora, ni siquiera se sabe si será candidato. Resulta que tiene que conseguir firmas para aquello, y si bien es probable que lo logre, será un triunfo de pichanga de tercera división en comparación a sus contendores.
Pensemos solo en lo que pasó esta semana. Piñera tiró toda la carne a la parrilla. El martes, se inscribió en las primarias. El miércoles, lanzó las bases de su programa de gobierno. El jueves, definió el mecanismo que utilizará para la administración de su patrimonio. Un vendaval que solo habla de lo bien pensada que está la campaña del expresidente. Agotador.
Al otro lado, por la izquierda, están los chicos de Revolución Democrática, también muy articulados. Su candidata, Beatriz Sánchez, sube como espuma en las encuestas. Por otra parte, en una jugada magistral, lograron las firmas para inscribirse en las primarias, dejando en ridículo a la Nueva Mayoría. Con todo, ellos saben que no ganarán. Lo suyo es una apuesta a futuro, aunque como van las cosas, incluso podrían dejar fuera a Guillier de la segunda vuelta. Algo inédito para el conglomerado de gobierno, pero merecido. Por lo mal que lo han hecho ellos y para qué decir su candidato.
Con todo, un amigo que sabe de estas cosas, me dice que mejor escriba acerca de ¿qué le falta a Piñera para ganar? Y me da la lista: tiene que empezar a moverse para el centro. Sortear la primaria sin un rayón de pintura. Cerrar el fideicomiso. Un par de iniciativas novedosas. Bueno, puede ser, pero ahí no hay nada grave. No me convence, prefiero apostar a mi pregunta: ¿Ya ganó Piñera?
Otros me dicen que sí, que hoy gana, pero que el gran peligro es el propio Piñera. Que se equivoque; que le pillen algo. Pero eso es como sumar dos más dos. Primero, porque tendría que ser un error muy grande para dar vuelta las cosas. Claro, el hombre se puede equivocar, pero meter las patas a fondo, es muy difícil. La cosa parece bien pensada y armada para ello. Respecto a que le pillen algo, bueno ese es un temor hasta ahora muy infundado. Lo único que hay hoy bajo investigación, el caso Exalmar, es muy débil. Un invento. Lo saben todos y lo reconoció ayer el propio fiscal de la causa, al decir que no ve delito alguno.
En suma, por primera vez, pienso como la izquierda: Piñera ya ganó. O está muy cerca de ello. Solo falta que los que lo apoyan vayan a votar. Pero ese es un problema que tienen todos. Entonces, tampoco es un asunto mayor para cambiar la apuesta.
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¿Cuántos y cuáles derechos?
UNO DE los temas más complejos a la hora de debatir sobre un cambio constitucional, es la determinación del número de derechos y la cualidad de los mismos.
En cuanto al número de derechos, la norma debe ser, no muchos; pues la inclusión de un listado demasiado amplio los desvaloriza a todos, banalizando la propia idea de Carta Fundamental. En este sentido es pertinente la advertencia de un grupo de juristas de no “pretender transformar la Constitución en un gigantesco árbol de Pascua donde cada chileno podría encontrar todo lo que ha estado buscando, pidiendo o soñando en las últimas décadas” (Grupo de juristas DC, 2016).
Planteada la necesidad de una actitud de cautela frente al número de derechos, ¿cuáles derechos fundamentales deben ser incorporados?
La clasificación de derechos es un asunto complejo que excede los propósitos de esta columna sobre todo si se atiende a la variedad de sus clasificaciones. Una de ellas los agrupa en cuatro categorías. Uno, derechos individuales propiamente tales como, por ejemplo, la libertad de conciencia, la propiedad privada. Dos, derechos de la libertad del individuo en relación con otros como, por ejemplo, la libertad de opinión. Tres, derechos políticos, eso es, del individuo en cuanto ciudadano: sufragio, acceso a cargos públicos, organización de partidos. Y cuatro, derechos económicos y sociales como el derecho al trabajo, la educación, la salud. A ellas se agrega, más recientemente, una quinta que son derechos colectivos, como los derechos de los pueblos indígenas.
De estas categorías, una especial preocupación por la cuarta ha alentado una nueva caracterización, que es aquella que distingue entre “derechos negativos” y “derechos positivos”. Los primeros serían aquellos garantidos por una “no acción” del Estado: esta es mi propiedad y el Estado no tiene que decirme cómo hago uso y goce de ella; en la forma como ejerzo mi libertad de expresión el Estado no puede intervenir y lo mismo en mi derecho a profesar la religión que yo decida; o a elegir la educación de mis hijos, o a organizarme en partidos políticos. En cambio, los “derechos positivos” suponen acciones y políticas proactivas del Estado especialmente en los ámbitos de la educación, la salud, el trabajo y la previsión social.
Esta distinción, siendo válida, si no se maneja con cuidado, puede conducir a falacias. La primera es que casi todos los derechos tienen una dimensión “negativa” y otra “positiva” y, derivado de los anterior, casi ninguno deja de tener un costo fiscal. La ilustración de esto la podemos hacer refiriéndonos al derecho de propiedad, al que los conservadores suelen proyectar como el ejemplo de un “derecho negativo”, esto es, uno en que ni el Estado ni un tercero pueden interferir y que no irrogaría gastos para la sociedad. No es efectivo. Garantizar el derecho de propiedad tiene costos muy altos.
La propuesta de que una Carta debe considerar derechos civiles y políticos, pero no derechos sociales no es aceptable. Siendo cierto lo anterior es necesario establecer que los derechos económicos y sociales no deben conducir a una judicialización de la vida económica y social.
La idea de “judicializar” la satisfacción de los derechos económicos y sociales destruye el concepto de políticas públicas. Quienes se definen como partidarios de un “Estado social y democrático de Derechos” son claros en señalar que la Constitución “no prejuzga ni determina cuáles han de ser, en concreto, las prestaciones específicas a que tendrían derecho las personas ni tampoco confiere a los tribunales algún poder para configurarlas autónomamente”. Lo anterior lleva a plantear uno de los temas más importantes en el debate constitucional.
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Ocaso de la Nueva Mayoría
DESDE SU nacimiento la Nueva Mayoría (NM) ha tenido una débil gobernabilidad interna y ha mostrado una escasa efectividad en el gobierno del país. Ahora se encuentra en una encrucijada.
Nacida como una alianza sin historia, a pesar de estar conformada por algunos de los partidos más tradicionales de la política chilena -el PR, el PS, el PC y el PDC-, echó por la borda asimismo su memoria inmediata, la exitosa experiencia democrática, modernizadora e integradora de la Concertación de Partidos por la Democracia.
Buscó sustituir la falta de raíces con el carisma del liderazgo presidencial. Pero éste comenzó a desvanecerse prontamente dejando expuesta a la NM a las tensiones ideológicas de su propio programa. Nacieron matices que luego se transformaron en contradicciones. La NM quería estar con un pie en La Moneda y el otro en la calle. Pasar la retroexcavadora discursiva sin anticipar las consecuencias. Ser autónoma a la vez que depender de la administración del Estado. Insuflar un espíritu refundacional a la sociedad mediante prácticas puramente burocráticas.
Pronto la alianza se enredó en sus propias confusiones. Su relato de sí misma, influido por socialistas de cátedra, era el de una épica ideológica sin correlato alguno con su acción práctica ni en las percepciones de la sociedad.
Empleaba un lenguaje de alta intensidad -como cambios estructurales, nuevo ciclo histórico, sustitución de paradigmas, desmercantilización, etc.- pero solo como mera retórica. Pues esa narrativa, para poder concretarse, suponía una eficaz gobernabilidad de las múltiples reformas anunciadas.
La NM creyó poder garantizar esa gobernabilidad a través de la administración Bachelet. El despertar a la realidad ha sido traumático.
Efectivamente, el gobierno y la NM carecían de adecuados diagnósticos, no tenían un plan operacional, no contaban con prioridades claras ni disponían de una carta de navegación. Al contrario, quedaban entregados a las corrientes de la historia, a los vaivenes de la opinión pública encuestada y a las fuerzas dispares y desordenadas de sus propios partidos. Adicionalmente, NM y gobierno fueron golpeados -junto con la oposición- por la ola de escándalos cuyos ecos aún no cesan.
Tampoco lograron dinamizar la economía, Y debieron enfrentar un contexto internacional adverso.
En breve, la NM prometió en exceso, tuvo déficit de gestión y, en general, exhibe un desempeño técnico, político, ideológico, comunicacional y cultural errático e insuficiente en todos esos planos.
Dado este balance, no sorprende que la NM esté provocando ahora su propia terminación mediante sucesivos errores. El calculado defenestramiento de Ricardo Lagos por el PS. El acorralamiento de la DC hasta forzar su separación del conglomerado. La designación en el vacío del candidato Guillier para recién después comenzar a llenarlo de contenidos.
Todo esto, conjugado con el abandono del electorado que aspira a continuar un ciclo de integración, modernización y democratización por la vía de un reformismo bien diseñado e implementado.
Estos errores ponen a la NM en una suerte de limbo político electoral. Presionada desde la izquierda por un proyecto alternativo de carácter juvenil antisistémico, ha quedado sin espacio de maniobra también hacia aquel otro electorado de clases medias populares emergentes cuyas aspiraciones de movilidad no entiende racionalmente ni valora emocionalmente.
En este momento, por tanto, no tiene más opción que refundarse. ¿Pero cómo podría hacerlo en medio de su confusión ideológica? O bien, será empujada a completar su proceso de terminación.
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El futuro proyecto político de la Nueva Mayoría
HAY UNA dimensión positiva en el hecho de que la Democracia Cristiana haya decidido llevar su candidato presidencial hasta la primera vuelta. La separación de la candidatura de la Democracia Cristiana y la de la Nueva Mayoría permitirá hacer explícito el proyecto que cada una de ellas ofrece al país. En vez de documentos redactados con ese lenguaje característicamente evasivo y ambiguo de los acuerdos políticos, o de compromisos que son fácilmente desahuciados diciendo que no fueron leídos y que no representaban lo que alguien “genuinamente” quería, ahora tenemos la oportunidad de que cada uno explicite lo que ofrece al país. Ahora sabremos si la plataforma presidencial del candidato de la DC será una plataforma transformadora o una defensa del statu quo neoliberal; y si el contenido programático de la candidatura de Alejandro Guillier asumirá o no el desafío de profundizar la ruta transformadora iniciada por este gobierno, corrigiendo lo que deba ser corregido.
Lo primero es importante porque saber si la Democracia Cristiana se entiende a sí misma como defensora del modelo neoliberal es determinante para decidir si tiene sentido la convergencia de la “centroizquierda” de la que la transición se preciaba. Porque si el precio de esa convergencia es renunciar a la transformación antineoliberal, entonces no es convergencia, es rendición.
En cuanto a lo segundo, las señales iniciales que ha dado la candidatura de Alejandro Guillier son poco auspiciosas: su recientemente nombrado jefe programático no ha hecho mención a la idea de derechos sociales, ni a la de nueva Constitución, ni a la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo. Respecto de la gratuidad de la educación superior, ha enfatizado la trivialidad de que ella depende de los recursos disponibles antes que reiterar el sentido político del “cambio de paradigma”. En general, parece seguir incurriendo en la marca de la Concertación, que siempre entendió que su interlocutor político era la derecha económica, no la ciudadanía; y por eso le importaba más ser aplaudida en las reuniones de Casa Piedra o del CEP que responder a las demandas ciudadanas, esas que todavía hoy algunos ridiculizan describiéndolas como “la calle”. Es de esperar que estas primeras declaraciones reflejen más la psicología de Osvaldo Rosales que las decisiones políticas que ha tomado la candidatura de la Nueva Mayoría.
¿Cuál es, en definitiva, la posición ideológica que esta debe tomar en el momento actual?
Debe dejar de describirse como de “centroizquierda”: el Partido Socialista, por ejemplo, debe anclarse clara y decididamente en la izquierda, lo que significa asumir sin ambigüedades un proyecto de superación del neoliberalismo. Ese proyecto tiene tres dimensiones: una nueva política, es decir una nueva Constitución surgida de una asamblea constituyente; un nuevo trato social, construido sobre el reconocimiento de que la vida de los chilenos tiene una dimensión en la que todos contamos por ser ciudadanos, no solo en atención a nuestras diferenciadas capacidades de consumo; y un nuevo modelo de desarrollo económico, que nos permita superar un modelo de explotación depredatorio de recursos naturales.
Por cierto, ese proyecto transformador requiere de una mayoría política y social que lo haga viable. Asumirlo como el proyecto político que define hoy a la izquierda en general y al Partido Socialista en particular implica construir puentes hacia todos quienes estén dispuestos a sumarse a él, se trate de partidos políticos tradicionales o partidos o grupos emergentes.
Pero esos puentes podrán ser construidos no sobre la promesa de mantener el control del aparato burocrático del Estado, sino de realizar un proyecto político que responde a la demanda transformadora que surge de la ciudadanía.
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Inversiones: ¡Viva el portafolio!
El largo fin de semana pasado estuvimos con mi familia visitando a “Hulk y Harry Potter” en Orlando. Se percibe ahí un aire de prosperidad. Grúas por todos lados, autopistas y hoteles en ampliación, restaurantes y centros comerciales llenos, en fin, mucha actividad, tanto de consumo como de inversión. La televisión y los diarios comentaban sobre la rebaja futura de impuestos a las empresas, y el término del Obamacare.
Esto último le aumenta el ingreso a la clase media al disminuirle el pago obligatorio del seguro médico. La bolsa subiendo, las acciones en sus máximos históricos y la tasa de interés también subiendo, lo que refleja que la Reserva Federal trata de contener el crecimiento de la economía, ya en pleno empleo. Con respecto a la rebaja de impuestos, esto atraerá inversionistas de todo el mundo interesados en ser parte del sueño americano, desde Chile ya tenemos nuestra multinacional Copec con grandes inversiones, por lo que no me extrañaría que otros empresarios de estas latitudes dirijan sus dardos hacia ese mundo, más estable -donde no le cambian la Constitución y no le dicen que son unos tales por cuales, sino, todo lo contrario, los aplauden y ayudan – y con menos impuestos. Mientras tanto, en Chile seguimos pesimistas: la actividad creciendo muy poco, el desempleo aumentando, las tasa de interés bajando a nuevos mínimos, mientras la bolsa sube y sube y sigue subiendo. Estamos recibiendo mucho dinero desde afuera, de los institucionales extranjeros. Dado este escenario cabe preguntarse: ¿qué hago con mis ahorros?
Los analistas de inversión están optimistas con el mundo en general. Las bolsas, tanto de Usa, Europa, China, Japón y en los mercados emergentes seguirán subiendo; dicen. Dentro de este optimista futuro, leemos que el Brexit continua, que Francia no se saldrá del Euro y que bajará sus altos impuestos a las empresas y personas, que los emigrantes, tanto de Siria como del norte de África continúan huyendo hacia Europa, que la tensión entre las Coreas aumenta y que los musulmanes extremistas están en todo Europa. Muy enredado. Nosotros los chilenos vivimos en el traste del mundo, alejados del mundanal ruido y siempre comparándonos con los lejanos países desarrollados a través de OCDE.
¿Qué hago con esta información? ¿Dónde invierto? ¡Qué difícil panorama! Yo imitaría lo que hacen los grandes fondos de pensiones en el mundo, que lo hacen bien en el largo plazo. Diversifiquemos: un 50% en Chile, medido en pesos, la mitad de eso en la Bolsa Chilena y la otra mitad en renta fija, bonos de largo de compañías chilenas; con el otro 50%, medido en dólares, una porción en la bolsa gringa, comprando un índice, como el Dow Jones o el “spyder” y otra porción de renta fija emergente. En definitiva, no se haga problema, no cambie mucho, diversifique sus ahorros. Tenga un poco de todo, incluyendo renta inmobiliaria en Chile o, si puede, en el extranjero también. El mundo siempre estará enredado.
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El golpe de Maduro
Nicolás Maduro trató de dar el zarpazo definitivo contra la moribunda república de su país a finales de marzo, cuando el Tribunal Supremo de Justicia, que opera como su muñeco de ventrílocuo, anunció que asumiría las competencias de la Asamblea Nacional.
Tuvo que dar macha atrás, pero ahora vuelve a la carga. Ha anunciado la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente Comunal que será formada mediante un método corporativista. Todo en este anuncio –desde la convocatoria hasta la forma de elegir a los constituyentes— viola la Constitución del propio chavismo (artículos 5, 63, 347, 348, 349).
Maduro, sus aliados y Cuba, que juega un papel capital, entienden que la situación de zozobra social está desbordando la capacidad del gobierno de sostenerse. Por ello, acabar con la formalidad democrática –que tanto le sirvió al chavismo hasta hace poco— es una prioridad. Sólo si se logra la centralización definitiva del poder, piensa Maduro (el verbo es hiperbólico), tendrá la capacidad y legitimidad para establecer la dictadura definitiva y acabar con la oposición.
Chávez tuvo siempre el objetivo de hacer de Venezuela una segunda Cuba. Pero midió sus tiempos, en parte porque la resistencia de los venezolanos lo obligó a ello. Una manera de ver esto es constatar lo que ha sido la evolución de la constitución chavista.
Chávez llega al poder a finales de 1998 y convoca elecciones para una Asamblea Constituyente en 1999. Con abrumadora mayoría chavista, ella aprueba la nueva Constitución al año siguiente. A los pocos años Chávez pretendió reformarla sustancialmente: los instrumentos de centralización del poder no bastaban para el objetivo final.
Sus planes se vieron temporalmente frustrados cuando en 2007 su propuesta de reforma fue derrotada en un referéndum. Sin embargo, aplicó muchas de las reformas como si nada hubiera sucedido, es decir inconstitucionalmente. En 2009 volviño a convocar un referéndum constitucional. Quería hacer aprobar su reelección permanente.
La violación cotidiana de la Constitución continuó. Alcanzó un punto climático a la muerte de Chávez, en 2013. Debía sucederlo el Presidente de la Asamblea Nacional, pero Maduro se instaló en la Presidencia y convocó elecciones para dar un barniz de legitimidad a su cargo. Desde entonces, su asedio a la Constitución de 1999 ha sido sistemático. Cobró resonancia internacional cuando, electa en 2015 una Asamblea Nacional con mayoría opositora, utilizó al Tribunal Supremo de Justicia para anular todas las leyes y resoluciones emanadas de allí (hasta que trató, sin éxito, de que el TSJ asumiera formalmente las atribuciones de la Asamblea Nacional para acabar con la astracanada).
Eso de tener parlamentarios opositores con resonancia dentro y fuera del país se ha vuelto peligroso en un clima como el actual, pues el 80 por ciento de la población expresa su rechazo al régimen y apenas entre 15 y 17 por ciento lo respalda. En cualquier momento puede surgir, en semejante ambiente, un movimiento disidente dentro del chavismo, especialmente en el ejército, que acabe con Maduro.
Previniendo eso, el régimen huye hacia adelante con la convocatoria de una Asamblea Constituyente que será, en un cincuenta, por ciento elegida mediante organizaciones chavistas de base (“obreros, comunas, misiones, indígenas”) y, en otro cincuenta por ciento, mediante el voto en circunscripciones que diseñadas a escala municipal con un peso que dependerá de dónde esté concentrado el escaso apoyo popular que le va quedando al gobierno.
La oposición ha denunciado la farsa y convocado a una lucha permanente en las calles. Es difícil pronosticar el desenlace, pero la secuencia antes descrita no deja dudas acerca del objetivo totalitario de Maduro y de su desesperación por el peligro que corre.
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Las visiones de Longueira
Años atrás, Pablo Longueira diagnosticó que la principal deficiencia del gobierno de la derecha era la falta de “relato político”. Hace unas semanas comparó a Guillier con DJ Méndez y a Beatriz Sánchez con Jorge Sharp, aventurando que existe una alta probabilidad de que Sánchez y no Guillier llegue a segunda vuelta.
Longueira es una figura polémica y se encuentra en una situación judicial comprometida. Sin embargo, es innegable su capacidad de visión prospectiva. Entiende, con lucidez de brujo, de qué se trata en estos asuntos.
Sus diagnósticos y visualizaciones de escenarios han sido pertinentes en el pasado. Y entre sus últimos vaticinios y el día de hoy, Sánchez se catapultó en las encuestas, amenaza ya a Guillier, a quien, del otro lado, se le apareció Carolina Goic, que contribuirá a socavar sus bases de apoyo. Lo que adelantó Longueira se vuelve cada vez más verosímil.
Si sus dos predicciones son ciertas, a saber, que la derecha tiene un problema de falta de relato y que el adversario con el que ella competirá no es la desahuciada Nueva Mayoría, sino el Frente Amplio, entonces la derecha está ante un desafío formidable.
Debiese ser más fácil, en principio, ganarle a una candidata que ocupa una posición más extrema y se apoya en una alianza nueva. Pero la candidatura de Sánchez podría adquirir el carácter de un fierro caliente. La Nueva Mayoría es fácil de asir. Se trata de un conglomerado desgastado ideológica y políticamente, diluido en múltiples intereses y con una conducción presidencial torpe. Al Frente Amplio, en cambio, no se le puede imputar ineptitud en la gestión, cuenta con un discurso político sofisticado y con presencia en las organizaciones sociales, principalmente estudiantiles.
Y entonces, los problemas comienzan para la derecha, tanto en la campaña, cuanto –si gana– el día tras asumir el gobierno.
La campaña con el Frente Amplio no se moverá necesariamente en la esfera superficial de las “medidas”. Contra esa alianza no funciona el argumento de Sebastián Piñera como el experto en la gestión de asuntos domésticos y el reactivador de la economía. Pues sus miembros golpean más en el fondo. Postulan otra concepción de la vida, una en la cual el modelo de desarrollo económico y la comprensión de la existencia política son distintos. Hay en ese conglomerado posiciones más cercanas al reformismo y otras nítidamente revolucionarias. Pero todas plantean modificaciones fundamentales al actual sistema político y económico.
Entonces, las visiones de Longueira revelan una especial urgencia. Pues, aunque ha habido avances en la derecha, y se cuenta un trabajo ideológico incipiente, decantado en libros, columnas, artículos y hasta documentos (la “Convocatoria política” de Chile Vamos y el “Manifiesto republicano” de Allamand, Larraín y otros), todo eso no se ve aún reflejado en la campaña de Piñera. No hay allí todavía una concepción ideológica dotada de una densidad equivalente a la de la nueva izquierda, no una visión política justificada capaz de entrar en discusión en el mismo nivel en el que el Frente se halla operando.
Mientras eso no ocurra, el avance de Sánchez podría volverse imparable, eventualmente épico, y la campaña adquirir giros sorprendentes. O, cuanto menos, dejar al Frente Amplio en una posición de movilizar al país, desde la calle y el Congreso. Emergería, entonces, como una oposición aún más poderosa y paralizante que la que tuvo que enfrentar Piñera en su primer gobierno.
Las perspectivas del visionario, entonces, dejan a la derecha ante la siguiente disyuntiva: o ella le da densidad ideológica a sus planteamientos, o quedará expuesta en el peor de sus flancos. O sea: en la banalidad del movimiento rápido y la gestión, que carece de una visión capaz de dar expresión al país hondo con una propuesta que –incluyendo el asunto económico– sea decisivamente política, de Estado, con consciencia nacional.
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Emily Dickinson, un fusil cargado
Vuelvo a los poemas y cartas de Emily Dickinson buscando un tono de referirse a la vida, el tiempo, los objetos y los hechos que es opuesto al ensordecedor ruido que satura el tráfago diario por el que franqueamos. Los decibeles de la coyuntura, la irritabilidad, están muy por encima de las ideas y observaciones que se transan. Exagerar parece ser un buen negocio para encontrar un lugar aunque no se tenga nada que decir. Emily Dickinson practicó una actitud contraria: insólita y enigmática, hizo del ensimismamiento, la timidez y el encierro puritano en una casa de un pueblo norteamericano, un mundo infinito, plagado de pasiones y huellas de lo real.
Natalia Ginzburg recuerda en un ensayo cuando visitó el pueblo y la casa de Emily Dickinson: “Vivía rodeada de personas mediocres e ideas estrechas. Supongo que les atribuía generosas cualidades espirituales, y que les invitaba a su casa: pero después, llegado el momento de la visita, a veces no le apetecía ver a nadie y se limitaba a musitar cualquier disculpa al otro lado de la puerta. Le escribió esto a una amiga suya, la señora Holland: ‘Cuando te fuiste, brotó el cariño. La cena del corazón sólo está lista cuando el huésped ya se ha ido’”.
En la poesía de Dickinson no hay un “yo” ni un “nosotros”, son textos impersonales y, a la vez, íntimos. No revelan nada evidente sobre la biografía de la autora, ni siquiera existe una voz dominante. Es una poesía que se parece a los apuntes epifánicos de una mujer que toma el lenguaje como si se tratara de una materia sensible, un especie de fulgor que solo ella sabía encender y manejar con impredecible destreza.
Nunca publicó en vida y solo le mostró algunos de sus poemas a un par de interlocutores con los que se enviaba cartas. Emily Dickinson desconocía la vanidad y la moda. Solo leía a los clásicos que tuvo a mano, pese a que fundó la modernidad. Uno de sus poemas dice: “Mi vida ha sido un fusil cargado / En lo rincones hasta un Día / en que el Dueño identificado / Y me llevó consigo / Y ahora merodeamos los Bosques Soberanos / Y ahora cazamos libre / Y cada vez que hablo por Él / Las Montañas enseguida responden”. Hay en estos versos una alusión a un personaje que la posee. Se trata de una posesión cercana al misticismo por su inmensa carga sexual. Esta es una de las constantes en la obra de Dickinson, en la que lo sublime y lo carnal que se fusionan hasta anularse en una imagen que semeja a una descarga eléctrica emitida por el inconsciente.
Leer a Emily Dickinson en inglés es una experiencia absoluta, pero está lejos de ser fácil incluso para los que manejan bien ese idioma. La traducción de la escritora Silvina Ocampo es quizá la versión más próxima al original y, sin duda, la que mejor suena en español, la que dan con la gracia que requiere una escritora tan delicada. A veces los poemas de Emily Dickinson son especies de dibujos, en otras ocasiones están compuestos por una serie de versos que sugieren certeros latigazos.
¿Cómo explicarse que una mujer solitaria, piadosa, fóbica y absorta haya modificado la poesía en inglés con tanta fuerza como su contemporáneo Walt Whitman?
No hay respuestas para esta pregunta obvia.
La semblanza y los escritos de Emily Dickinson son de una singularidad genial. William Faulkner le dedicó un memorable cuento, Una rosa para Emily, en el que recrea la existencia retirada de esta escritora cuyos versos no tienen títulos, sino que solo un número. Y entre los estudios, me quedo con el libro de Susan Howe, Mi Emily Dickinson, que contiene varios hallazgos que permiten enfocar y circunscribir la situación social y las lecturas que fraguaron esta personalidad inescrutable. Howe anota: “La religión de Emily Dickinson era la poesía. Conforme fue examinando los velos de conexión ocultos en la alquimia secreta de la deidad, menos se interesó por la bendición temporal”. Es una poesía de la renuncia, del desgarro metafísico y la quietud. Leerla apacigua la ansiedad. Concentrarse en ella desata incógnitas. No exagero cuando digo que estos poemas se clavan en mi cuerpo como agujas, y descomprimen mis nervios.
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En lugar de la lengua, la palabra lengua
En La musiquilla de de las pobres esferas, obra publicada en 1969, cuando Enrique Lihn tenía 40 años, están presentes varios de los temas que el autor trató con manifiesta sutileza y profundidad, y que, por ello mismo, dieron sustento y trascendencia al excelente conjunto de su obra poética. Aquí se deja ver, por ejemplo, el hablante condenadamente enamoradizo, o el que expresa un anticristianismo profundo, o el que enfrenta con inusual arrojo e ironía la condición del poeta en cuanto payaso, diletante o pequeño burgués, o el escéptico que no se traga las gestas revolucionarias de la época, o aquel que le canta descarnadamente a la soledad.
También aparece, por supuesto, el experto en el manejo y distribución de la palabra, el maestro en el uso de la evocación subyacente: “Y qué si me muriera de esta noche / Al corazón su miedo de romperse / con el dolor del rayo, lo desvela”.
Según admitió Lihn en la contraportada de la edición original, al momento de escribir estos poemas fue acosado por dos nociones contradictorias: “En primer lugar, el sentimiento del absurdo con respecto a la tarea emprendida; luego una curiosa sensación de poder”. En relación a la inutilidad de la poesía, tenemos los versos iniciales de un poema que enloda sin misericordia, y con sarcasmo filoso, el oficio del poeta: “Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos / los trabajadores de este mundo y del otro / pero es tan necesario vegetar”. Y con respecto a la relativa superioridad del que construye su obra a versos, está esa magnífica declaración de principios llamada Porque escribí, cuya última estrofa merece citarse completa:
“Porque escribí no estuve en casa del verdugo / ni me dejé llevar por el amor a Dios / ni acepté que los hombres fueran dioses / ni me hice desear como escribiente / ni la pobreza me pareció atroz / ni el poder una cosa deseable / ni me lavé ni me ensucié las manos / ni fueron vírgenes mis mejores amigas / ni tuve como amigo a un fariseo / ni a pesar de la cólera / quise desbaratar a mi enemigo. / Porque escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí porque escribí estoy vivo”.
Atosigado a veces por las mismas palabras con que construye sus poemas (“[…] por las / palabras empieza mi temor por ellas de las que me he / servido demasiado tiempo para orillar este silencio”), el autor habla aquí de su estadía en La Habana durante los años 1966 y 1967. Allá se casó con una mulata, le cantó a las negras, a las palmas, e incluso a un gallo catete, homenajeó a Rimbaud, a Kafka, a Roque Dalton, y se dedicó bastante a la introspección, tal como lo demuestra un magnífico poema de título elocuente (Este no querer ser lo que se es) y los versos finales de Familia: “que mi negocio es más sucio de lo que parece: / no engaño, atormento. No me mueve el / interés personal sino el afán de bancarrota, / la obsesión de la quiebra, en una palabra el miedo / por el que empieza la barbarie”.
En La musiquilla de las pobres esferas figura una notable pieza en prosa, El escupitajo en la escudilla. Ahí, Lihn vuelve a reflexionar sobre la condición del poeta: ve a miembros de la cofradía “ocupar altos cargos o, en su defecto, abrirse de brazos y de piernas a escala nacional, continental o mundial”, mientras que él, a fuerza de desvivirse, “quizás llegue, pero nadie me lo asegura, a sacar de pronto, en lugar de la lengua, la palabra lengua”. No existe, según el hablante, ningún sentido de camaradería: “jamás una comunicación, nunca un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en mi escudilla”. El autodenominado “escribiente” sabe que está solo y que “casi todo lo que soy está por hacer. La vejez pudo sorprenderme en la cuna. Y no nací, como Lao Tsé, a los ochenta años”.
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May 4, 2017
Peligro de extinción
La forma en que ha ido transcurriendo la discusión en la Nueva Mayoría, que finalmente ha terminado sin primarias presidenciales, dos candidatos a primera vuelta y una incertidumbre a nivel de elección parlamentaria es, probablemente, el peor escenario que la coalición podría haber pensado para terminar el gobierno más reformista de los últimos 27 años. Sí, peor, porque aunque haya quienes piensen al interior de la coalición oficialista que esta es una oportunidad para repensar la política de alianzas tras muchos años de entendimiento, a veces, forzoso, lo cierto es que, en el escenario que esto ocurre, el riesgo es de proporciones y deja a la alternativa de centroizquierda en peligro de extinción.
Primero, porque al haberse acabado la posibilidad de primarias para el oficialismo y siendo prácticamente una realidad la realización de estas al interior de Chile Vamos y en el Frente Amplio, al menos hasta julio, las alternativas de la Nueva Mayoría estarán fuera de competencia y del interés de la ciudadanía. Y entiéndase bien, no es que las primarias sean una panacea como mecanismo para seleccionar candidatos (porque tienen sus problemas también), pero lo cierto es que el proceso permite confrontar posiciones en y entre las coaliciones, posibilidad que los candidatos de la Nueva Mayoría se van a perder. En tal cuadro, será difícil en estos meses poner luz a la opacidad de candidaturas que no están en la disputa de lo inmediato y habrá que ser creativos para no perder protagonismo.
Segundo, porque si el tema de ir separados es reconstruir un proyecto político donde las identidades estén marcadas, no se ve en el horizonte electoral al menos, la posibilidad de generar un debate que permita reconstruir las identidades de centroizquierda que, por lo demás, pasan por difíciles momentos en distintos lugares del mundo (basta ver países como España o Francia). Repensar el proyecto de centroizquierda en Chile es una tarea que se ha postergado por mucho tiempo y que necesita un sinceramiento de las posiciones que trascienda la pura lógica electoral, solo así será posible que se produzca el encuentro entre la izquierda y el centro político.
Tercero, porque sin acuerdo parlamentario, lo más probable es que se el resultado pueda beneficiar a algunos, pero en términos de fuerza parlamentaria para constituir gobierno, pero sobretodo oposición, el escenario que se avizora es la fragmentación o atomización, cuestión que podría contribuir a debilitar aún más la constitución de una mayoría sólida o de una oposición con horizonte claro.
Cuarto, esto es también un problema de enorme envergadura para el gobierno. Ahora que la coalición comienza a fragmentarse no existirán los incentivos para ser leales con la agenda legislativa que el ejecutivo se ha planteado para la última etapa. Así, se ponen en peligro iniciativas relevantes y, de paso, añade una dificultad adicional que es la construcción del relato de un gobierno cuyo propósito ha sido permanentemente correr el horizonte de lo posible en Chile que, si bien lo ha logrado, ha sido a costa de una acelerada caída en la aprobación y una dificultad permanente con su coalición.
Probablemente habrá tiempo para encontrar la cadena de acontecimientos que han llevado a este escenario, porque definitivamente no tiene que ver sólo con la decisión de la junta de la DC el pasado fin de semana. Por cierto, es de esperar que el cuadro más catastrofista, esto de llegar terceros a la elección de noviembre y transformarse en una fuerza parlamentaria atomizada, definitivamente no se cumpla. Para ello se requiere mucho cuidado en el lenguaje y en los gestos en los próximos meses.
Nadie ha dicho que no era urgente generar una nueva forma de entendimiento en el proyecto que ha representado la Nueva Mayoría, pero bajo la fricción, la atomización y la desconfianza, es difícil lo que viene por delante.
La entrada Peligro de extinción aparece primero en La Tercera.
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