Óscar Contardo's Blog, page 167
May 28, 2017
Imperativo moral y económico
TANTO niños como adultos necesitan una dieta de alta calidad, pero alimentar a los niños pequeños hace una gran diferencia para toda su vida. Los primeros 1.000 días de vida -desde la concepción hasta los dos años- son vitales para un desarrollo adecuado. La desnutrición no solo tiene efectos físicos, sino que también conlleva retrasos en el desarrollo de las habilidades cognitivas. Los niños con desnutrición no progresan tan bien en la escuela, lo que tiene consecuencias el resto de sus vidas.
Esta es la razón por la cual investigaciones para el Copenhagen Consensus Center muestran que gastar dinero en mejorar la nutrición es una inversión fenomenal en todo el mundo, porque la nutrición temprana, que tiene un bajo costo, puede dar beneficios sustanciales para toda la vida.
Ello quizás se ilustra mejor por un estudio a largo plazo realizado en Guatemala. Entre 1969 y 1977, los niños en edad preescolar en dos aldeas rurales recibieron una bebida energética con alto contenido proteico con múltiples micronutrientes. En dos aldeas rurales cercanas, a los niños se les dio una bebida sin proteína y un tercio de las calorías, pero con cantidades similares de micronutrientes. Este estudio permitió a los investigadores realizar un seguimiento en 2011 a los dos grupos de niños, ahora adultos, para ver las inmensas diferencias que había causado la nutrición temprana.
Los niños bien nutridos eran mucho menos propensos a tener retraso en el desarrollo a los tres años. Permanecieron más tiempo en la escuela y desarrollaron mejores habilidades cognitivas. Como adultos tenían más probabilidades de estar empleados y tenían menos hijos. Tal vez lo más importante es que, los niños que evitaron el retraso del desarrollo debido a una mejor nutrición en la primera infancia, tienen ahora un asombroso 66% más de consumo doméstico; una impresionante mejora en la calidad de vida a partir de una intervención simple en la infancia.
A nivel mundial, este gasto nutricional tiene mucho sentido. Proporcionar suplementos nutricionales a un niño durante sus primeros dos años, a través de una mejora en el equilibrio de la dieta y la desparasitación cuesta US$96. Sin embargo, el riesgo ligeramente menor de retraso en el crecimiento se traduce en un ingreso mayor cada año a lo largo de la vida laboral. Al medir el ingreso total como si fuera un único pago realizado hoy, hay un beneficio total de US$4.365. Cada dólar invertido en la nutrición de la primera infancia logrará alrededor de US$45 de beneficio en una amplia gama de países de ingresos bajos y medianos.
El año pasado, el Copenhagen Consensus llevó adelante un proyecto en profundidad que analizaba las prioridades para Bangladesh, examinando 76 oportunidades de desarrollo. Un panel de expertos de alto nivel, incluyendo a un Premio Nobel, concluyó que enfocarse en la nutrición debería ser prioridad nacional. Bangladesh ha tenido un éxito considerable en la lucha contra el hambre, pero hay más trabajo por hacer. El retraso del desarrollo afecta allí a alrededor de seis millones de niños menores de cinco años, disminuyendo el desarrollo cognitivo y llevando a peores resultados de salud. La investigación estimó que si esos suplementos fueran entregados a todos, el retraso del desarrollo bajaría de 36% a 29%, evitándolo en aproximadamente 450.000 niños.
El mundo enfrenta muchos desafíos, y alimentar adecuadamente a la gente -y comenzar temprano- es uno de ellos. No es solo un imperativo moral; también tiene mucho sentido desde el punto de vista económico.
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Más, mejores y activas
QUÉ DUDA cabe que las áreas verdes son esenciales como elemento estructurante de la ciudad, y factor clave en la calidad de vida de las personas. A medida que el país se desarrolla, la necesidad de estos espacios para el ocio, el deporte y el encuentro son cada vez más importantes. En el último tiempo, la preocupación por este bien público urbano ha generado que se estudie y analice el estado del arte en el país. Ya son varios los esfuerzos por generar medidas, indicadores, estándares y metas para hacer más equitativa y focalizada la inversión pública en áreas verdes. Sin embargo, es necesario no perder de vista que la lógica de medición de cobertura no soluciona el problema. Lo relevante es que esos espacios se usen, se mantengan y se diseñen acorde a las necesidades y funcionalidad de las comunidades en las cuales están insertos.
En términos de política de áreas verdes, estamos en un estado similar al que teníamos con la naciente política de subsidios para la vivienda en los 70. Había poca información y el foco estaba en servir el déficit. Lo que fue central para avanzar en algún minuto, luego no fue suficiente y los datos empezaron a mostrar que muchos de los “con casa” estaban viviendo en condiciones de vulnerabilidad similares a los sin casa. El énfasis solo en cobertura estaba pasando la cuenta. Con esa lección, debemos mirar con detención que las políticas públicas no solo privilegien mejorar la cobertura, sin mirar la accesibilidad real de las personas a esos espacios, su usabilidad, funcionalidad y niveles de apropiación. El impacto de una buena política de áreas verdes debe medir el impacto real en la calidad de vida diaria, que no necesariamente tiene que ver con los metros cuadrados por habitante que muestran las estadísticas.
En un seminario organizado por el Centro de Políticas Públicas de la UC, se presentó un estudio construido con la colaboración de una mesa multisectorial, que arrojó propuestas para medir mejor la efectividad de la política de inversión pública en parques y plazas. Estos indicadores “compuestos”, no solo miden la oferta de metros cuadrados sino que permiten analizar la “accesibilidad” de áreas verdes y su mejor o peor distribución en el espacio. Es un avance interesante para “afinar la puntería”, como también lo son las mediciones de pobreza multidimensional que registra por primera vez la encuesta Casen. Dicho eso, lo urgente es definir quién “toma” el tema, lo lidera políticamente, destina recursos e implementa de forma de maximizar el impacto y no solo la cobertura. Un botón de muestra lo señalan los mismos investigadores de la UC. De 15 grandes parques en construcción en la Región Metropolitana, solo un 25% de las nuevas hectáreas verdes estaban localizadas en los lugares más necesitados.
La discusión y esfuerzo por mejores indicadores debe remecer los programas en curso y cuestionarlos en su efectividad. Si no ocurre, en vano se mide. ¿Qué pasaría si en vez de los 15 grandes parques que sumaban 380 hectáreas, se construyeran 1.000 plazas de 3.800 metros, mejor distribuidas en el espacio, más fáciles de gestionar y finalmente más usadas y apropiadas por las comunidades?
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May 27, 2017
No soy un político
Hasta hace algunos años había un tipo de declaración recurrente que me parecía fascinante. Era casi un género en sí mismo. Usualmente se trataba de entrevistas concedidas por algún político “joven” -lo que en Chile quería decir cualquiera menor de 50- que buscaba capturar la simpatía de la opinión pública anunciando que desde la caída del Muro de Berlín, la vieja división política entre izquierda y derecha había perdido sentido. La sintaxis del discurso solía ser la misma: Unión Soviética, fracaso, muro, Berlín, libre mercado. Lo decían con el entusiasmo de quien volvía al pueblo luego de una travesía por el mundo y necesitaba contar lo que había visto allá afuera. Enseguida, reflexionaban sobre el derrumbe de las ideologías -un par de frases hechas- y rápidamente pasaba a los índices macroeconómicos.
Usualmente, quien concedía estas entrevistas era algún dirigente hombre de un partido de derecha, aunque él prefiriera que a ese sector se le denominara “centroderecha”. Lo que más me interesaba en este tipo de declaraciones era el ejercicio de voluntad que involucraban; el político era alguien que necesitaba convencer a otros sobre lo valioso de su propia identidad ideológica y lo hacía a través de la negación.
El mensaje consistía en decirle una y otra vez a la opinión pública que aquello que estaban viendo -un dirigente político conservador de pantalón caqui y camisa celeste hablando del mercado- en realidad no era tal cosa, sino otra. ¿Y por qué era diferente a aquello que todos creían estar contemplando? Simple: porque el mundo era distinto. Había que actualizarse. La realidad exhibía una pipa y el dirigente aseguraba que eso no era una pipa, argumentando que el problema de percepción no era suyo, sino de los otros que no conocían el nuevo alfabeto que él ya dominaba con destreza.
Lo que en psiquiatría podría corresponder a un trastorno de personalidad, en política era usado como una herramienta para capturar votos.
Las buenas noticias es que a partir de la actual campaña de Sebastián Piñera aquella estrategia parece haber sido superada y sepultada. Ya no es necesaria. La derecha chilena ha vuelto en gloria y majestad sin complejos, anunciándole al país que buscará frenar todo cambio. Nos asegura que establecerá un Estado de deberes para una ciudadanía malcriada con tantas expectativas de derechos. La campaña de Piñera -esta vez en su versión Trump aclimatada al Valle Central- le promete a Chile que a la hora de legislar los textos bíblicos tendrán un lugar de privilegio y que sólo se tolerará un modelo de familia oficial. Todo muy claro, en negro sobre blanco, hasta con un “¡Viva Pinochet!” de fondo.
La mala noticia es que la práctica de psicomagia identitaria no desapareció del todo, sólo se mudó de sector. Como los microbios que buscan el lugar adecuado en donde multiplicarse -un cuerpo sin defensas, los restos de un festín en descomposición- encontró refugio en la candidatura de Alejandro Guillier, quien nos sugiere de manera intermitente que él -un senador y ahora aspirante a la Presidencia- no es un político. ¿Qué es entonces? Eso no lo ha dejado claro, pero ha dicho que tampoco quiere involucrarse en las discusiones de los partidos. Guillier tomó la pipa en sus manos y le dijo al país que eso que veíamos era algo muy diferente, que no era una pipa, sino un asunto que la opinión pública debiera saber distinguir y valorar por sí misma.
Como en una coreografía coqueta y caprichosa, el candidato se acerca y se distancia de las agrupaciones que lo apoyan, según los acontecimientos de la semana, situándose en el lugar de las bisagras, en los intersticios entre baldosines, disfrazando la ambigüedad de independencia, esperando que los votos lleguen gracias a la virtud de esquivar las responsabilidades y asumir el rol del huésped de una casa ajena; alguien que está allí sólo para disfrutar de la hospitalidad de los anfitriones sin asumir los molestos inconvenientes cotidianos, ni menos aún, pagar las cuentas que acarreará su inesperada visita.
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No les importa
SORPRENDENTES FUERON las declaraciones del intendente de La Araucanía, en relación con el ambiente que se vive en su región: “Este ha sido uno de los momentos más difíciles, no solamente de mi vida política, sino que también de mi vida personal. Me siento un poco débil, de repente con dificultades para tomar decisiones. Estoy pasando un momento complejo y debo reconocerlo”.
Si bien cabe destacar la honestidad de una autoridad -las que en Chile nos tienen acostumbrados a los eufemismos y evasivas, que son formas de faltar a la verdad- reconociendo las dificultades que enfrenta para ejercer su función, pareciera que aquel que expresa ese grado de derrotismo no debiera seguir cumpliéndola. Pero estamos en el gobierno de la Nueva Mayoría, con todos sus “cuoteos” partidarios e inepcias, y es muy posible que continúe ahí sin novedad. Por lo demás, si nadie ha hecho nada efectivo en dos décadas para resolver el creciente problema de la “violencia rural”, entonces qué se le puede pedir al actual mandamás regional. O más bien, manda poco o nada.
Porque el reconocimiento del intendente tiene otra dimensión que la personal: en Chile las autoridades regionales tienen poco poder, y hacen lo que se les pide o permite desde el gobierno central. Y el efecto de eso para la paz y la convivencia en la zona ha sido letal. Porque si el intendente tuviera poder real y dependiera del voto de los habitantes de su región, no podría mantenerse en su cargo con lo que pasa en La Araucanía. Si el nivel de estragos e intimidación -por las causas que sea- que hay en la última, se dieran -por ejemplo- en el estado norteamericano de Texas, ¿cree usted que los gobernadores del Estado podrían exhibir los magros resultados que se obtienen en nuestra IX región? Tendrían el asunto resuelto hace década y media, o habrían quedado cesantes.
Pero las autoridades centrales se pueden hacer las lesas, porque no dependen de los votos, sino marginalmente, de los habitantes de la región. Y la mayoría de los chilenos no nos vamos a jugar por ellos, aunque nos impresione lo que vemos cada noche en los noticieros. Entonces, el gobierno central los ha dejado caer y es lo que hemos visto, particularmente en los últimos años, en que el asunto se “pastorea” a la espera de que concluyan los que faltan de mandato; ya otros verán. Además, para qué pagar los costos de reprimir la violencia, cuando los violentistas gozan de popularidad internacional. Así, un personaje que es la máxima autoridad de la ONU en materia de derechos humanos, sin ruborizarse, le dejó un video a nuestra Presidenta cuando lo visitó (no se dignó a estar presente), dándole lecciones sobre el excesivo uso de la fuerza por parte de Carabineros en La Araucanía: para él los incendios, asesinatos, asaltos, etc., no existen ni tienen que ver con tales derechos.
Nada va a cambiar en La Araucanía, porque la situación no les importa a las autoridades de gobierno. Pues una cosa es que digan que sí y otra que paguen los costos de que efectivamente les importe. Y como a los nuevos intendentes electos no se les dará poder real en materia de seguridad pública -si es que en alguna-, todo irá de mal en peor.
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#PosomGate
Y COMO SI el ambiente no estuviera lo suficientemente enrarecido, fue la Sofofa la que denunció el hallazgo de micrófonos y cámaras ocultas en el despacho de su presidente. Lo cierto es que durante las últimas horas hemos escuchado teorías tan delirantes como graciosas, al punto que resulta difícil tomarse muy en serio esta cuestión. De hecho, ¿qué razón habría de tenerse para registrar las conversaciones y movimientos en la oficina del señor Hermann von Mühlenbrock Soto? Si quizás hubiera sido la sala de consejo o algún otro lugar donde se deliberara colectivamente, la situación resultaría menos extraña y por lo mismo más grave.
Pero ya que en política la realidad supera muchas veces la ficción, y esta vez los empresarios no han querido ser menos, les propongo tres posibilidades.
Alternativa 1. Este gobierno, cuya conocida animadversión contra el mercado, los empresarios y sus principales dirigentes, fraguó una oscura operación de inteligencia -ciertamente pagada con gastos reservados- con el propósito de conocer al detalle los movimientos de esta organización contrarrevolucionaria. Se trataría de una conspiración de alto nivel, orquestada en la oficina de aquel funcionario experto en seguridad, ese de voz lúgubre, conocido como el subsecretario de las mil caras (pero todas iguales, por cierto).
Alternativa 2. La denuncia es un golpe blanco de aquellos halcones que se resisten a entregar el poder al jovencito de la película, y que pese a ser derrotados bajo sus propias reglas del juego y que incluso intentaron con posterioridad levantar una segunda lista para evitar lo inevitable -haciendo el soberano ridículo, siempre es bueno recodar-, ahora quieren postergar las elecciones del 31 de mayo. Argumentarían que en este difícil momento de la organización, se hace necesaria una lista de unidad encabezada por el primer consejero espiado, cuyo apellido suena a gánster de la época de la prohibición, y que públicamente se refiere a su jefe como “patrón” (esto último no es chiste).
Alternativa 3. El jovencito de la película no es tan bueno como creen, y apoyado en sus novísimos secuaces idearon un plan ultra secreto denominado “Operación Constanza” -o también conocida como “Larry” en el submundo de la inteligencia empresarial-, cuyo principal objetivo era conocer las tratativas que llevaron a la candidatura de otra emergente promesa; el que traicionando la fuerza generacional de los rebeldes, después de ser seducido por el lado oscuro, amenazaba la primera y gran posibilidad de derrocar a los octogenarios dirigentes.
Probablemente la imaginación de los lectores pueda engrosar la breve lista plasmada en esta columna. Dejo constancia, eso sí, que deliberadamente dejé fuera todas aquellas teorías más vinculadas a la vida privada de los protagonistas y/o víctimas; las que siendo ciertamente más sabrosas, poco tienen que ver con la altura de miras con que este país afronta los temas de interés público.
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Aló, ¿Houston?
“¿HOUSTON? Buenos días. Mire, yo llamo desde Chile, no sé si se ubica, un poco más arriba de la Antártica. Llamo porque tenemos un problema. Resulta que en noviembre hay elecciones presidenciales y desde fines del año pasado empezó a aparecer en las encuestas un nombre que más o menos sonaba. La cosa es que nos entusiasmamos con la idea y lo elegimos como nuestro representante. Acá nos llamamos la Nueva Mayoría, porque tenemos un montón de diputados y senadores, aunque nos cuesta un mundo ponernos de acuerdo y terminamos votando todos distinto. Incluso organizamos varios “cónclaves” -sí, ese fue el nombre que les pusimos a estas reuniones- pero igual no sirvieron para mucho. Bueno, disculpe míster, no me quiero distraer. Como le decía, nos entusiasmamos con este señor porque, además, había sido rostro de la tele y usted sabe que eso siempre sirve para captar a algún votante desprevenido. Cierto que sus años de rating habían pasado, pero hemos probado con figuras harto menos conocidas y siempre nos había resultado. El asunto es que en el verano nuestro candidato se las dio de ganador y partió de vacaciones mientras la mitad de Chile se quemaba. Volvió y se puso a hablar puras leseras: que era el candidato ciudadano, que los ciudadanos decidirían su programa, que los ciudadanos para allá y que los ciudadanos para acá. Armó un equipo de campaña que parece sacado de un hogar de ancianos y, para colmo, esta semana mandó a la Goic para su casa, le advirtió a la Bea que su opción puede terminar en un desastre y hasta impartió lecciones de ética periodística a una excolega suya. ¡Como si no los necesitáramos para gobernar! Además, se declaró “no político” y, como ya tampoco es periodista, no sabemos lo que es ni lo que no es. Si no es por la presidenta del Colegio de Periodistas, no se saca fotos con nadie. Esta difícil la cosa, míster. Usted comprenderá que, bajo estas circunstancias, no hay encuesta que resista y no faltan los que andan diciendo que el hombre quiere bajarse, pero no encuentra cómo. Usted me va a decir que nos entusiasmamos muy luego y que deberíamos haber atinado con las primarias, pero tenga en cuenta que al otro lado el candidato más o menos les funciona y que varios de nosotros ya vivimos el drama de estar cuatro años sin mamar del Estado. ¿Sabe lo más cómico de todo esto? Resulta que los socialistas, comunistas, radicales (sí señor, todavía existen) y PPD lo nombraron su candidato, pero el rostro se define como independiente, así que más encima tenemos que mover la maquinaria para conseguir firmas. Houston, ¿nos podrán ayudar?”.
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La izquierda leve
AUNQUE ESTA semana Alejandro Guillier intentó ponerle algo de ritmo a su campaña, es difícil negar que ésta enfrenta dificultades que guardan relación tanto con su persona como con la coalición que lo respalda. Si cada día surgen nuevas versiones sobre un supuesto plan B, es porque se ve un candidato frágil y desorientado, sin las condiciones mínimas para salir indemne de este trance.
En lo personal, la primera dificultad de Guillier es su incapacidad para transmitir nada sustantivo del proyecto que busca encarnar. Si uno pregunta para qué quiere ser presidente, la verdad es que no encuentra mucha respuesta. La construcción de su personaje ha sido cuando menos difusa, y su carisma personal no alcanza a llenar tantos vacíos. Hasta ahora, el gran eje de su discurso ha sido su carácter ciudadano (sic): él sería puro y diáfano, al lado de políticos viejos y contaminados. La chicha no tiene nada de novedosa y, después de todo, Michelle Bachelet nos ha contado esta historia no una, sino dos veces. A estas alturas, el recurso resulta exasperante por la liviandad intelectual involucrada. En efecto, ¿qué gobernabilidad real puede ofrecer un candidato que se jacta de despreciar la política? Es imposible liderar un país como el nuestro sin mediación política, y quien sugiera lo contrario es o bien incompetente o bien deshonesto. En rigor, cada vez que Guillier marca distancia con los partidos, nos recuerda cuánta falta le hacen a Chile políticos sin complejo de serlo.
En cualquier caso, esto conecta con los problemas estructurales de su coalición. Resulta sorprendente recordar que la última vez que la izquierda levantó un candidato de sus filas capaz de asumir su vocación política fue en 1999, con Ricardo Lagos. Después de eso, el sector ha buscado infructuosamente un talismán que lo conecte con la ciudadanía, socavando hasta el último atisbo de su propia legitimidad. Esto explica, al menos en parte, que la coalición oficialista salga tan fracturada del gobierno. Con todo, la carencia de análisis crítico al respecto no deja de llamar la atención. La izquierda quiere continuar gobernando como si nada, sin haber intentado una mínima reflexión para explicar lo que pasó, ni sobre el legado de Michelle Bachelet. Para peor, eligió precisamente al candidato que garantiza que ese trabajo no se realizará, por tratarse de una tarea eminentemente política. La izquierda oficialista también se quedó sin ideas.
Jorge Navarrete solía decir, por allá por el 2009, que en las derrotas el cómo es tanto o más importante que el resultado mismo. En esa época, la Concertación no lo escuchó y prefirió realizar una campaña memorable por sus chambonadas. Hoy por hoy, el desafío de la izquierda no es muy distinto. ¿Una derrota de Guillier la dejará en algún sentido fortalecida, o al menos preparada, para lo que viene? ¿Quedará algún liderazgo consolidado, algún eje programático instalado? ¿Sentará esta campaña las bases para poder reconstruir al sector y proyectarlo hacia el futuro? Si persiste la miopía política de negarse a formular siquiera estas preguntas, puede pensarse que la derecha tendrá (de nuevo) una oportunidad histórica en los próximos años. La pregunta es, desde luego, si esta vez hará algo más que desperdiciarla.
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En otra galaxia
LA VEZ anterior, el gobierno de Michelle Bachelet convenció al país de la necesidad de abrirse finalmente a votar por la centroderecha, poniendo término a 20 años de la Concertación en el poder. Ahora, una nueva administración de Bachelet no solo corre el riesgo de hacer ganar a dicho sector por segunda vez en menos de una década -un milagro histórico-, sino de terminar también con su coalición destruida, socavada por la inédita competencia entre dos candidaturas presidenciales.
Pero a La Moneda todo esto pareciera tenerla sin cuidado: siguió adelante con un programa de reformas impopulares, no intentó nada relevante para sacar a la inversión y al crecimiento de su actual estado de ‘coma’ y no hizo esfuerzo alguno por rectificar el rumbo. El año pasado, cuando los dirigentes oficialistas le pedían a coro un cambio en la conducción política, la Mandataria optó por dejar las cosas tal cual, como si el destino de su coalición no le importara, o de verdad creyera que dicho destino no estaba ligado a los efectos de sus acciones.
Ahora las consecuencias están a la vista: un gobierno que al final no logró dejar atrás enormes niveles de desaprobación, con una economía que jamás vio llegar los tan anunciados ‘brotes verdes’ y una Nueva Mayoría que, para sus propios integrantes, simplemente dejó de existir. En síntesis, un fracaso político absoluto, del que increíblemente Michelle Bachelet y su administración no asumen la más mínima responsabilidad. Al contrario, siguen hasta hoy viviendo en una especie de realidad paralela, intentando convencer al país de supuestos ‘éxitos’ de gestión que no resisten ninguna evidencia.
El descarnado enfrentamiento de esta semana entre Carolina Goic y Alejandro Guillier fue de antología. En rigor, un nivel de descalificación no visto para dos candidatos supuestamente oficialistas, que se olvidaron por completo que su real adversario es el representante opositor que encabeza todas las encuestas. Una pérdida de brújula que solo vino a confirmar el grado de descontrol y nerviosismo de todos aquellos que, en las actuales circunstancias, se sienten al borde del abismo. Pero el gobierno está en otra: paralizado por el derrotismo, tratando de sacar con fórceps proyectos de ley clave como el de educación superior y la elección de intendentes, para los que no tiene acuerdos mínimos, mientras cuenta resignado los días y las horas para llegar a la orilla.
En definitiva, un gobierno que se siente ‘espectador’ frente a la crisis de su coalición; una crisis como no ha tenido otra desde el retorno a la democracia, y entre cuyas principales causas se encuentra un entorno presidencial con un diagnóstico completamente equivocado de la sociedad chilena, que a problemas reales propuso soluciones llenas de ideología, carentes de rigor técnico y, sobre todo, de una buena gestión política. Un gobierno que llegó con la pretensión de hacer cambios refundacionales, y que terminó socavando las bases del desarrollo que el país había logrado en las últimas décadas; una coalición que tuvo la ingenua ilusión de encarnar a una ‘nueva mayoría’, y que hoy concluye teniendo que administrar el ocaso de la histórica convergencia entre la DC y la izquierda.
En este cuadro, no es difícil entender que Michelle Bachelet y su equipo de gobierno hayan optado por irse hace tiempo a una galaxia muy, muy lejana…
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Intendentes sin regiones
La discusión sobre la elección de gobernadores regionales ha salido a la palestra a propósito de las diferencias en la Nueva Mayoría. El debate interno no se entiende mucho y, especialmente, no se deja interpretar como una discusión política con alcance nacional e independencia respecto de los intereses de las partes en conflicto. Ahora, esas partes no son sólo los eventuales interesados en ejercer los cargos o quienes se ven amenazados por ellos (los parlamentarios de provincia), sino, y por las circunstancias de su peculiar alianza, Guillier y Goic.
Entonces, la Nueva Mayoría le viene a poner no una segunda ni una tercera, sino una cuarta dificultad severa a la cuestión de fondo: la regionalización.
A la disputa interna entre los dos candidatos de la alianza gobernante se suma el que el proyecto de reforma que permite la elección de gobernadores no esté acompañado de una definición clara de sus atribuciones; que se diluyan sus -virtuales- atribuciones haciéndoseles concurrir con un delegado presidencial. Entonces, suena a que la reforma, como viene siendo usual en las iniciativas de Bachelet, terminará volviéndose un engendro extraño e ineficaz.
Pero, sobre todos estos baches -cada uno de los cuales puede acabar sepultando la legítima pretensión de las regiones de contar con autoridades dotadas de poder y representatividad reales-, un obstáculo mayor asoma en el horizonte. Ocurre que nuestras regiones, al modo en el que existen hoy, son inviables económica, culturalmente y como entidades políticamente significativas, capaces de operar como contrapoder al centralismo santiaguino. En un proceso persistente de división, las regiones acabaron siendo 15. Su realidad y peso han ido deviniendo nominal. Vale decir, aun cuando se lograsen sortear las trabas impuestas por los intereses político-partidistas, se mejorase el proyecto y se perfilaran adecuadamente las facultades de los nuevos gobernadores, aun cuando, además, consiguiera eliminarse esa odiosa e improcedente figura del delegado presidencial, aun así, la reforma sería un fracaso rotundo, pues en la práctica tendríamos gobernadores sin regiones, sólo administradores de unidades territoriales impotentes.
Una regionalización en serio exige volver a mirar el mapa. La concurrencia no solamente de políticos y juristas, sino también de geógrafos e ingenieros, sociólogos y antropólogos, economistas y politólogos, escritores y militares, es decir, de quienes pueden llegar a saber de las peculiaridades y capacidades del pueblo y el territorio. A partir de un trabajo conjunto de todos ellos quedaríamos recién en condiciones de volver a lo que ha sido fruto de decisiones estratégicas de contextos pasados (la regionalización de Pinochet) y de disputas menores entre capitales de provincia, en una propuesta de trazados de líneas en el mapa, que permitiese dibujar pocas regiones grandes, viables, con capacidad de hacerle un peso significativo a la hacinada capital nacional.
Lo que está en juego es grave, de la primera importancia. Una regionalización real, con regiones grandes y capaces de articular una vida económica, cultural y social vigorosa, con gobernadores dotados de competencias administrativas, pero también políticas, no sólo permitiría que los conflictos zonales hallaran soluciones pertinentes y dejasen de sufrir el abandono inveterado en el que se encuentran. Además, las regiones aumentarían su capacidad de atraer cuadros humanos calificados, de distribuir eficazmente el poder político, lo mismo que de esparcir, con mayor eficacia, al pueblo por su tierra, atenuando la segregación, la polución y la prisa según las cuales se vive en Santiago. Del tipo de emplazamiento territorial en el que se habite, si cercano a la naturaleza y espaciado o preponderantemente artificial y hacinado, si considerado con la estética del entorno o construido según los constreñimientos de la gran urbe, depende, en parte significativa, la felicidad de las gentes.
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¿Caerá Michel Temer?
¿Está el Presidente del Brasil, Michel Temer, a punto de caer? No exactamente, pero esa pregunta, que está en boca de su pueblo y de medio mundo, define todo lo que sucede y sucederá en el futuro inmediato. Pésima noticia para un país en el que por fin, aunque tímidamente, se están haciendo las reformas indispensables para modificar un sistema que no da más de sí y que es, vaya cruel ironía, gran responsable de la podredumbre moral que ha llevado a tantos empresarios y políticos a la cárcel, y podría llevar allí a muchos de quienes hoy pretenden cambiarlo.
Hasta ahora, como parte del proceso relacionado con Odebrecht y Petrobras, no había una prueba del delito contra Temer. Se sabía que su partido era parte, en grado inferior al del Partido de los Trabajadores pero no pequeño, del mercantilismo brasileño mediante el cual política y negocios se han solapado como esferas concéntricas. Pero desde hace pocos días existen acusaciones, en base a grabaciones editadas y todavía bajo investigación, más serias. Según ellas, Temer habría estado al tanto y avalado los sobornos de la gran empresa de procesamiento de carne, JBS, a políticos, jueces y fiscales. También, según estos materiales subrepticiamente obtenidos, habría sugerido que el presidente de JBS, Joesley Batista, contacte a un político de confianza para resolver, con pagos de por medio, un asunto pendiente en una compañía eléctrica controlada por JBS.
Es pronto para saber si estos indicios acabarán conduciendo a las pruebas que permitan uno de los cuatro escenarios en los que la caída de Temer es posible: 1) Su procesamiento por el Tribunal Supremo Federal por obstrucción a la justicia y otros delitos; 2) La anulación de las elecciones de 2014 en las que Temer fue electo Vicepresidente en el “ticket” de Dilma Rousseff; 3) La destitución por vía política o “impeachment”; 4) La renuncia presidencial. Pero lo que sí está claro es que instancias creíbles del país, como el propio TSF y la Orden de Abogados de Brasil, la primera judicial y la segunda profesional, han visto razones para actuar. En el primer caso, el TSF va a seguir investigando a Temer a pesar de su pedido de anulación de un caso que nace, según él, de grabaciones tramposas; en el segundo caso, la organización en cuestión (equivalente al Colegio de Abogados de otros países) ha pedido al Congreso destituir a Temer, lo mismo que hizo en su día con Rousseff y que había hecho, años antes, con Collor de Mello.
Por tanto, las consecuencias no se han hecho esperar. La más importante es política: los aliados de Temer, es decir los muchos grupos que sostienen su gobierno en un Congreso altamente fragmentado, dudan entre darle la espalda y seguir jugándose por él. Ya tres partidos menores se han apartado (uno de ellos, el Partido Socialista Brasileño, maneja 35 diputados y siete senadores, de manera que tiene cierto peso parlamentario). Los más importantes, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (del propio presidente) y el Partido de la Social Democracia Brasileña, el de centroderecha del que el ex mandatario Fernando Henrique Cardoso es figura patriarcal, se mantienen junto a Temer. Pero este último lo hace cada vez con menos convicción y más hesitación pública.
Lo que antes no estaba en peligro, ahora lo está: la coalición que hizo posible tanto la caída de Rousseff como el ascenso del entonces vicepresidente al poder.
La segunda gran consecuencia de lo sucedido tiene que ver con las reformas. Temer hizo dos cosas significativas al asumir el mando. Anunció que en ningún caso se presentaría a las elecciones de 2018, pues se limitaría a terminar el mandato truncado de Rousseff, evitando la sospecha de que sus actos estaban encaminados a hacerse elegir estando en la Presidencia. Además, fue explícito en cuanto a la necesidad de reformar un sistema populista quebrado que tenía al país en recesión desde 2014 y prácticamente sin crecer desde finales de 2010, soportando niveles de endeudamiento, déficit y desempleo abrumadores.
Gracias a ello, y a que fue un gestor competente, pudo iniciar las reformas y sobrevivir a una impopularidad enorme, producto tanto del despecho de los grupos y movimientos afines a Lula y Rousseff, como del hartazgo de la sociedad con toda su clase política. La telaraña del caso Lava Jato había enredado a su partido y a grupos afines (seis ministros tuvieron que renunciar en su primer medio año de gobierno), y de tanto en tanto su nombre aparecía en los escándalos mediáticos, pero nada tenía suficiente sustancia como para poner en riesgo su coalición política y por tanto sus reformas.
Esas reformas eran tan necesarias, que cualquiera que hubiera ocupado su lugar habría tenido que llevarlas a cabo. Más fácil era que lo hiciese un presidente interino, de por sí impopular y ya mayor, que un nuevo mandatario preocupado de proteger su aprobación popular y con mucho destino por delante. Gracias a eso, Temer logró que el Congreso aprobara un techo fiscal para impedir el aumento del gasto público en el futuro; el Banco Central, por su parte, muy sintonizado con Henrique Mireilles, el ministro de Hacienda, controló la inflación, que se redujo a menos de 4,5%. Temer logró, asimismo, que la Cámara de Diputados aprobara la legislación laboral para reducir el poder de unos sindicatos que tienen el monopolio de la negociación colectiva gracias a una ley corporativista de 1943 y bajar el costo del empleo. Además, una comisión clave aprobó la reforma de las pensiones para bajar el descomunal costo que tiene el sistema provisional estatal (equivalente a 10% del PIB) en aquel país.
Todo esto, ahora, corre peligro. La reforma de las pensiones no ha llegado aún al plenario en diputados y por tanto ni siquiera está en el Senado. La legislación laboral, por su parte, sólo ha sido aprobada en una de los dos Cámaras, por tanto está a la espera de que los senadores la refrenden. Para no hablar de la reforma educativa, que está sólo en proyecto.
¿Qué sucederá? Si Temer sobrevive en la Presidencia, no está claro que tenga la fuerza para hacer aprobar lo mucho que queda de su plan de reformas. Si cae y, de acuerdo con la Constitución, el Congreso elige a su sucesor, no hay garantía alguna de que la persona escogida quiera seguir adelante con estos cambios impopularísimos y menos de que, si decidiera suicidarse políticamente dándoles continuidad, los grupos políticos de la actual coalición del gobierno lo respalden.
Hay que entender que el contexto actual es el de una agitación social masiva y violenta, en la que grupos de izquierda radicales y bien organizados han confundido, en el memorial de agravios, la corrupción de los políticos con la legitimidad de las reformas, de manera que todo ha pasado a ser parte de un mismo paquete socialmente repudiado. Hay en esto, claro está, mucho de interesado, pues los grupos afines a Lula y Rousseff están abocados a la caída de Temer (y lo estarán de su sucesor). Para ello resulta importante que las reformas no procedan. Protestar contra estas medidas es fácil siempre, pues ningún cambio costoso para desmontar el populismo es indoloro, pero hacerlo en un clima de odio contra los políticos y de impopularidad presidencial masiva lo es todavía más.
Lo que vive Brasil desde 2013 es una película de terror. Recordemos, para dar algo de orden a este magma, la secuencia. Aquel año estallan las protestas por el dinero que el gobierno está gastando en los estadios del Mundial de Fútbol del año siguiente. Rousseff, sin sospechar la caja de Pandora que está abriendo, introduce medidas a fin de reforzar el poder de los fiscales brasileños para negociar “delaciones premiadas”, acuerdos mediante los cuales se reduzca la condena o exima de juicio a quienes colaboren con la judicatura. Es entonces, ya entrado 2014, cuando la policía y los fiscales arrancan las investigaciones que llevarán, a veces por vías fortuitas, a Petrobras y las constructoras que pagaban sobornos a esa empresa y a muchos políticos a cambio de contratos de obras.
Odebrecht fue la más importante, pero no la única. Su caso ganó dimensiones abultadas cuando negoció con tres países -Brasil, Estados Unidos, Suiza- un acuerdo para pagar una multa de 3.500 millones de dólares y revelar la verdad. Se supo así que Odebrecht había pagado sobornos en 12 países por un total de 786 millones de dólares (por cierto, no todas las revelaciones han sido todavía ciento por ciento corroboradas).
Luego el caso “madre” desovó otros casos, entre ellos uno que involucra, precisamente, a JBS: la Operación Greenfield, relacionada con varios fraudes en el sistema estatal de pensiones. JBS ha negociado con los fiscales acuerdos de delación premiada (gracias a lo cual, por ejemplo, los acusadores de Temer viajaron a Estados Unidos en libertad poco después de revelar las grabaciones que le hicieron al presidente sin su conocimiento).
Es importante entender, para saber lo que está en juego, que en Brasil han campeado durante años el populismo y el mercantilismo (entendiendo por mercantilismo la colusión entre política y negocios). No se trata sólo de personajes o partidos (hay 35 inscritos) corruptos. Se trata de todo un sistema que el “lulapetismo” llevó a dimensiones impresionantes. Un instrumento fundamental de este sistema fue BNDES, el banco estatal de desarrollo, que los gobiernos anteriores (a los que Temer y su partido apoyaban, claro) convirtieron en punta de lanza de su estrategia económica.
BNDES pasó de prestar 100 mil millones de reales en 2000 a prestar 700 mil millones en 2015. Este banco compraba participación en grandes empresas brasileñas, les daba préstamos subvencionados a mansalva y las ayudaba a adquirir otros negocios, no siempre en la misma industria de sus actividades principales. Entre las empresas que recibieron estos favores del gobierno -un gobierno interesado en crear grandes campeones nacionales”, a la usanza de los “chaebols” coreanos o los “champions” franceses- estaban Odebrecht, JBS, Embraer, la propia Petrobras y muchas más. Este contubernio de política y negocios, y un vasto sistema de subvenciones sociales, permitió a los gobiernos mantener apoyo tanto en la cúspide como en la base de la sociedad durante mucho tiempo. Hasta que se derrumbó la economía, a partir de finales de 2010… y empezó el desencanto con un sistema del que distintas capas sociales eran culpables y beneficiarias, y que se había revelado como un espejismo. A ello contribuyó mucho un sistema de partidos anticuado y tendiente a la proporcionalidad que hacía de cada Congreso un bazar.
De cuántos brasileños entiendan que esta es la raíz del drama que viven dependerá también que las reformas en marcha tengan continuidad sea quien sea el presidente.
La entrada ¿Caerá Michel Temer? aparece primero en La Tercera.
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