Óscar Contardo's Blog, page 120
July 29, 2017
El sueño del pibe
Según Bachelet, Argentina “la lleva” en educación superior. Y si bien no ofreció explicaciones, salvo elogiar que fuese un derecho social, a lo que aludía era a su cariz estatal e inclusivo. Que lo es, a primera vista: el 80% de su matrícula es pública y gratuita, y se puede ingresar a estudiar, en general, sin dar exámenes de admisión. De ahí a que sea modelo, como le gustaría a Bachelet, sin embargo, es dudoso.
Alejandro Clocchiatti, astrónomo, profesor de la U. Católica en Santiago -uno de los incontables académicos argentinos cuya diáspora de su sistema público ha terminado por beneficiar a universidades del resto del mundo, también a planteles privados de su país- ha advertido en nuestra prensa, que la calidad de la educación superior argentina ha decaído ostensiblemente desde los inicios de la gratuidad en 1949 bajo Perón. Es más, los aumentos crecientes de pobreza escasamente validarían la supuesta otra ventaja transandina: ser inclusiva. Evidentemente, la marginalidad no se va a resolver haciendo que pibes de villas miserias acudan a clases. Esto no es como el fútbol ni como en el tango: “Mamita querida… seré un Maradona, un Rojita, un Boyé/ Vas a ver qué lindo cuando allá en la cancha/ mis goles aplaudan, seré un triunfador”.
Nada, por supuesto, que preocupe a quienes computan goles imaginarios por estos otros lados. Al contrario, en nuestras universidades estatales han estado por inflar la matrícula hace rato, la cual, rondando solo el 15% de la oferta nacional, daría para mucho más, capacidad instalada mediante, dicen. Por eso, Derecho-UCh, bajo la lógica “La Chile se juega por Chile”, está por ofrecer el próximo año 200 cupos adicionales a los actuales 400 en primer año (en los 80, cuando fui alumno en Pío Nono, habíamos 170 por curso). Lo que abre una serie de interrogantes: ¿Necesitará el país tantos abogados y de la calidad actual, los contratarán, espantará la medida a los mejores puntajes, podrán mantenerse rendimientos tradicionalmente altos o ya eso es historia?
Los indicadores hasta ahora no son auspiciosos. Y menos si le agregamos déficits financieros, participación triestamental, propósitos movilizadores, incluso contrarios a un gobierno teóricamente afín. Sesgos ideológicos para qué decir, el pluralismo académico importando cada vez menos. Cuestión que no pasa solo en la U. de Chile. El otro día se informaba por la prensa de un seminario en la U. de Talca sobre la Reforma Agraria que invitaba a solo expositores favorables. El espacio de esta columna me impide seguir ilustrando con ejemplos parecidos, que los hay.
Está visto que no es cuestión de importar modelos sino de ponderar en qué estamos. Desde 1918 y el “Grito” de los pibes de Córdoba, complicados, en universidades latinoamericanas reformistas y participativas de cuestionable calidad.
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July 28, 2017
Tarea pendiente
En su edición aniversario, La Tercera da cuenta de los múltiples cambios que ha tenido este país en las últimas décadas. Y son impresionantes. Para bien, creo yo, este es un país muy distinto al de 50 años atrás.Pero hay cosas que no cambian. Y que, por el contrario, parecen acentuarse en los distintos grupos que componen la sociedad. Por edad, por estrato social, por tendencia política, como uno quiera segmentar la población, hay conductas que se quedan en el pasado. Que no avanzan, o lo hacen en forma muy tímida.
En la derecha, esto es evidente. Se trata de un grupo que en algunas cosas es muy moderno, pero que en otras se ha quedado muy atrás. Y no me refiero a los temas valóricos, hoy tan de moda, sino en otros que son tan o más poderosos para la conformación del tipo de sociedad en la que aspiramos vivir.
Porque, la verdad es que, en muchos aspectos, la elite sigue actuado con costumbres propias de una sociedad protegida, cerrada, casi endogámica, que es la antítesis de una sociedad moderna. Y eso parece acrecentarse, más que disminuir. La idea de que todos tienen que ir a los mismos colegios, vivir en los mismos barrios, veranear en las mismas playas, tener autos de la misma marca, sigue presente con la misma o más fuerza que antes.
La diversidad, que es un atributo propio de las sociedades modernas, no ha contagiado en nada a nuestra elite de derecha. No solo sigue siendo un grupo cerrado, sino que, en su interior, es muy homogéneo, porque hay muy poca o nula tolerancia a quien plantee ser o pensar distinto. Por eso no es raro que casi todos, al final, sean una suerte de clones en su forma de ser y pensar.
Esto es muy particular de Chile. En EE.UU., país favorito de este grupo, nada de aquello sucede. Existe una elite fuerte y poderosa, pero mucho más diversa. En parte porque es más tolerante, pero también más abierta. Y esto parte por los colegios. Allá, por ejemplo, incluso los establecimientos más exclusivos, son inclusivos, algo que en Chile es una contradicción. Un ejemplo notable es Phillips Academy, uno de los de mayor prestigio, que se jacta de tener un programa de becas que favorece al 47% de sus alumnos. Y su sistema de educación, basado en el desarrollo del pensamiento crítico, los aleja de las consignas o ideologías de uno y otro sector. Por eso, sus exalumnos son muy destacados, pero también diversos.
Este tema cobra especial importancia cuando la derecha aspira a ser gobierno otra vez. Porque ahí, la cosa cambia. Un grupo no puede comportarse como guetto cuando está a cargo de un país, como lo hizo la izquierda en este gobierno, pero en sentido inverso. Abrir la cancha es lo que corresponde, lo que significa abrir la mente a pensamientos distintos dentro del mismo grupo y abrir las puertas a otros grupos. Esa es, por lo demás, la única manera de ser actores influyentes de verdad en la sociedad.
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Ideas para mejorar el debate
Me correspondió participar como oyente en el seminario que organizara La Tercera, con ocasión de su 67° aniversario. Allí particularmente, en el panel destinado al análisis del momento político, hubo a mi juicio, cierto consenso, entre los expositores, que el debate actual es chato, más bien descalificador y ofertante de soluciones fáciles, de paraísos inexistentes (esto último lo agrego yo). Qué duda cabe que muchos de nuestros actores políticos parecen creer que la confianza perdida, la ausencia de una discusión temática, son susceptibles de superarse con facilismo populista, con descalificaciones al adversario, o simplemente subiéndose a lo que marcan las tendencias. Por ahí no va la cosa. Lo importante es intentar aportar al debate en temas concretos que constituyan a mejorar la calidad de vida de las personas.
A modo de ejemplo concreto, en esa perspectiva: hace casi cuatro años que se encuentra parado en el Senado un proyecto que establece un nuevo código procesal civil, ya aprobado por la Cámara, en el cual trabajaron tanto el gobierno de Bachelet I, como el de Piñera, con universidades y profesionales de primer nivel. Inexplicablemente ni el actual Ejecutivo, ni el Senado mostraron mayor interés en progresar en su tramitación. ¿Qué tiene que ver esto (con calidad de vida)? Mucho. Miles de chilenos concurren todos los años a los tribunales civiles y se encuentran con procedimientos, escritos, lentos, caros, burocráticos, donde el más débil, el de menor estándar en la defensa, tiene mucho que perder.
Sustituir con urgencia esa situación redunda en mejor calidad de vida y para ello hay una propuesta avanzada, perfectible en materia de recursos, justicia vecinal, juicios ejecutivos, pero el proyecto es una base muy sólida pues recoge entre otros los siguientes principios:
•En una democracia en que impere el estado de derecho deben protegerse todos los derechos fundamentales con procedimientos orales que otorguen una pronta y efectiva tutela a todos los derechos fundamentales, y no dejar algunos de ellos postergados como patitos feos, situación que ocurre con el proceso civil.
•Porque el incumplimiento de las obligaciones civiles y mercantiles requiere de procesos agiles y efectivos para que ellas sean una realidad y no una letra muerta que se asiente en el papel.
•Porque todo sistema económico se mueve en la seguridad jurídica del respecto de los derechos, elemento básico para la promoción de las inversiones.
•Porque si deseamos brindar seguridad institucional en un mundo globalizado como país y teniendo en vista las mediciones de ellas por órganos internacionales, como la Ocde y Banco Mundial, no podemos permitir que un poder tan importante como el judicial no cumpla con estándares de calidad y eficacia de rango internacional.
•Porque la ineficiencia hace incurrir en costos de ineficiencia al existir funcionarios públicos que no deberían desempeñar las funciones que realizan y poder ser utilizados eficazmente en otras dimensiones, como acontece con los secretarios y relatores que podrían ser jueces, y con los fiscales judiciales que ya no desempeñan sus principales funciones en el proceso criminal y que deberían ser empoderados para funciones investigativas y de cargo en materias disciplinarias a desarrollarse en un debido proceso.
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La DC es centrozizquierda
La Democracia Cristiana nace de la Falange Nacional, escisión de jóvenes desde el Partido Conservador, precisamente por entender que no era posible desarrollar una política de inspiración cristiana, desde el espacio de la derecha.
En su evolución, nuestro partido se encontró, de manera natural, con quienes comparten la idea de la necesidad, ética, de trabajar a favor de la posibilidad que los sectores más desposeídos de nuestra sociedad, puedan acceder a mejores condiciones de vida y de una demanda por extender la democracia, desde el ámbito político al económico y social. Hemos bajado la pobreza considerablemente, pero no lo suficiente. Debemos velar también por la clase media que sumada a lo anterior alcanza al 80% de la población.
Por otro lado, un elemento definitivo de la separación valórica y política de la DC, con la derecha chilena, tiene que ver con el impulso de ésta al golpe de Estado y, posteriormente, en ser la base de sustentación del horror de la dictadura con una base de “cómplices pasivos”. Por otra parte en su reciente “Manifiesto por la República y el buen gobierno”, hoy, en democracia, hablan que primero es el crecimiento económico y después los derechos. Nosotros hemos afirmado: “En el centro la persona y sus derechos; el crecimiento y la distribución deben estar al servicio de su plena realización y ejercicio”.
Allí logramos entender, activamente, que la convergencia entre el Humanismo Cristiano y el Humanismo Laico, no solo era posible, sino imprescindible para el desarrollo de una política a favor de las grandes mayorías.
Entonces, una valoración común de la vigencia universal de los derechos humanos y su aplicación irrestricta en nuestra política local, dio paso a expresiones de gobernabilidad, que acompañan un período de estabilidad política, que ha sido el sustento al crecimiento que posibilita políticas públicas progresistas,
Eso es lo que hizo posible una transición ordenada y el periodo de mayor desarrollo económico social que conoce el país, primero con la Concertación de Partidos por la Democracia y, luego, con la Nueva Mayoría. Debemos sí, precisar algunas materias y corregir algunos errores.
Hoy nuevos temas surgen, precisamente, a partir de lo que se ha logrado, lo que más preocupa a nuestra sociedad: inclusión de las minorías; respeto a la diversidad, junto con la capacidad de acceso a una toma de decisiones participativas, lo que nos sigue encontrando con los movimientos de la izquierda, mientras la derecha permanece anclada a las posiciones más conservadoras, sin entender que el mundo camina hacia el encuentro de formas y prácticas que permitan la inclusión social , económica y política de la mayoría, en esquemas institucionales que den estabilidad a cuestiones fundamentales como son el desarrollo y el crecimiento del país.
Al observar esta realidad, entonces resulta razonable volverse a preguntar cuál es el espacio donde debe entenderse una política de inspiración cristiana, que oriente nuestra acción.
Afirmamos, sin lugar a dudas, siguiendo la enseñanza permanente de Jaime Castillo, que entendía a la Democracia Cristiana como un “partido de vanguardia” que, en esa concepción, el espacio político de nuestro partido es, ineludiblemente, en el ámbito de la centroizquierda.
Ello nos obliga a que nuestro partido realice todos los esfuerzos necesarios, para posibilitar que la coalición de centroizquierda, pueda asegurar su continuidad, que le permita al país profundizar los cambios necesarios, en la perspectiva de construir una sociedad más inclusiva, que supere la desigualdad que hoy todavía nos golpea.
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La DC saldrá adelante
El Partido Demócrata Cristiano deberá adoptar en su Junta Nacional de hoy ciertas decisiones que tendrán gran trascendencia para su futuro. Está terminando una experiencia política que se inició en 2013 y que ha sido insatisfactoria para el partido. Por lo tanto, las definiciones de estas horas no se refieren únicamente a la aprobación de una plantilla de candidatos al Congreso, sino a la exigencia política de revitalizar nuestras señas de identidad y nuestro mensaje al país.
En la Junta anterior, la DC acordó por unanimidad no participar en la primaria oficialista, y llevar en cambio la candidatura presidencial de Carolina Goic directamente a la elección de noviembre. Fue una decisión que el paso del tiempo ha demostrado que fue plenamente acertada. En los hechos, la DC separó aguas de una coalición agotada, aunque ello no ha sido percibido nítidamente por los ciudadanos. Cuando nuestra candidata fue inscrita formalmente, quizás habría correspondido reunirse con la Presidenta Bachelet para decirle que la DC seguiría apoyando su gobierno, pero que en adelante lo haría desde una posición independiente, con su propia fisonomía. La DC ha sido y seguirá siendo leal con la Mandataria, pero la discusión de hoy trasciende al gobierno que termina en marzo y se relaciona con la necesidad de que la DC defienda su propio lugar bajo el sol, sin condicionamientos de ninguna especie, como partido de centro, genuinamente democrático y reformador.
Por desgracia, ha habido señales confusas en las últimas semanas debido a las contradictorias fórmulas electorales que los parlamentarios del partido han echado a correr por su cuenta, en lo que sin duda influye la incertidumbre que les causa la entrada en vigencia del sistema electoral proporcional. Esas fórmulas perjudican el empeño de la DC por afianzar su perfil y dañan las perspectivas de nuestra candidata. Si los partidos de la Nueva Mayoría desecharon una lista con la DC, y si el PR dio el portazo final a la posibilidad de lista común, los democratacristianos no debemos amilanarnos. Por el contrario, debemos aceptar el reto de levantar nuestra propia lista al Parlamento.
La DC debe actuar con claridad ante los ciudadanos. No puede dejarse intimidar por nadie. Lo primero es dejar de mirarles la cara a estos y a los de más allá, como si tuviéramos que pedir permiso para competir por el favor de los electores. Ese no es un espectáculo edificante. Somos una fuerza nacional que tiene que hacerse respetar.
La Junta debe transmitir un mensaje inequívoco a los militantes del partido, que sienten legítimo orgullo por el papel cumplido por la DC a lo largo de su historia, en particular por la recuperación de las libertades y la inmensa obra concertacionista. En otras palabras, debemos mostrar energía y determinación en defensa de los valores que nos identifican, lo que no significa restarnos al diálogo y los acuerdos con quienes podamos coincidir.
Si el partido lleva su propia lista al Parlamento, podrá ofrecer un espacio de participación a muchos hombres y mujeres, especialmente a muchos jóvenes, que a lo largo del país desean ayudar al fortalecimiento de la DC como fuerza progresista.
Ellos no están pidiendo garantías de ningún tipo, solo el honor de representar al partido de Frei Montalva y Aylwin, de Tomic y Leighton.
La Junta debe decirles a los chilenos que la DC está de pie, comprometida con el esfuerzo por hacer progresar al país de un modo sustentable, por resolver las carencias de muchos compatriotas y por definir políticas de Estado que integren la prosperidad y la solidaridad.
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Conversando la clasificación de riesgo
En 2012 Standard and Poor´s (S&P) mejoró nuestra clasificación de riesgo desde A+ a AA-. Sin duda una gran noticia. Tanto que un amigo extranjero, experto en estos temas, me llamo para felicitarme.
-Imagino que deben estar felices: ¡tienen la mejor clasificación del mundo emergente!
– Obvio. No solo le baja el costo financiero al Estado, sino que a toda la economía. Debo confesarte, eso sí, que yo pensaba que la nota podía ser mucho mejor.
-No seas agrandado, si ustedes lo han hecho bien, pero siguen siendo un país de ingreso medio.
– ¿Y qué tiene que ver? La clasificación de riesgo no es un test de desarrollo, sino que del riesgo de no pago de una deuda. ¿O me vas a decir que una persona de altos ingresos, pero ultra endeudada es menos riesgosa que una de menores ingresos, pero con poca deuda?
– Tienes razón.
-Bueno, para un país es lo mismo. Y resulta que Chile tiene bajísimos niveles de deuda. Es más, si consideras los ahorros del fisco, somos de los pocos en el mundo con una posición acreedora neta.
-Ok, pero ¿quién me dice que eso seguirá así?
-Nuestra regla fiscal, le respondí.
-No te entiendo.
– Lo que pasa es que Chile sigue una regla en la que el gasto del fisco no viene dado por sus ingresos corrientes, sino que por sus ingresos estructurales que dependen del crecimiento y del precio del cobre de largo plazo.
– ¿Y la idea es que ingresos y gastos fiscales estén equilibrados en el largo plazo?
-Exacto….
-Qué maravilla. Ojalá tuviéramos algo parecido en mi país.
– Fíjate que además este sencillo principio tiene propiedades bien importantes. Por ejemplo, como la deuda no es un ingreso estructural, se le pone un freno natural al endeudamiento como fuente de financiamiento permanente del gasto, uno de los problemas que vemos en otras economías.
-Te sigo…
-Es más, con esta regla, el país ahorra en sus fondos soberanos en los periodos de boom y puede aumentar transitoriamente su deuda o sacar plata de estos ahorros para financiar parte del gasto en los ciclos malos. Como los ciclos tienden a compensarse, nuestro endeudamiento neto siempre será bajo. Ergo, nuestra clasificación de riesgo debiera ser mejor que el AA- que nos acaban de dar. ¿Ahora ves mi punto?
-Creo que tienes razón, acabó por reconocer mi amigo.
En momentos en que el mismo S&P acaba de rebajar nuestra clasificación, me doy cuenta que a mi amigo le faltó hacer la pregunta del millón: ¿Qué garantiza que la regla fiscal se cumpla?
Nada demasiado robusto. El gobierno de turno es quien fija la meta estructural para su periodo y además no está obligado a cumplirla.
Luego de que el gobierno anterior redujera el déficit estructural desde 3,1% a 0,5% del PIB, el actual declaró que lo llevaría al equilibrio. Pero cerraremos con un déficit estructural de 1,7% del PIB. Se gastó mucho más de lo sostenible y se comprometieron gastos futuros que limitarán al próximo gobierno.
Por lo mismo, no es de extrañar que la deuda haya crecido mucho más de lo que natural y transitoriamente debía ocurrir si se hubiera apuntado al equilibrio fiscal estructural. Cuatro años de mediocre crecimiento al 1,8% completan la historia. Una combinación que, a juzgar por su decisión, S&P no ve como pasajera.
El llamado es claro: retomar el crecimiento de largo plazo, pero también a la urgente necesidad de reforzar la credibilidad de nuestra regla fiscal.
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Por un Chile justo: un partido cristiano de vanguardia
Con este mismo título, hace cinco años, escribí un documento destinado a la Junta Nacional de la Democracia Cristiana. Eran otros tiempos, pero la vigencia del mensaje se mantiene inalterable.
Hoy como ayer, se trata de convertir este evento partidario en una instancia de reflexión política responsable. Responsable con Chile. Responsable con nuestra inspiración cristiana. Responsable con nuestra vocación democrática. Responsable con nuestra orientación de vanguardia, destinada a transformar a Chile en una sociedad justa, solidaria e igualitaria.
Es cierto que esta Junta Nacional se reúne para designar nuestros candidatos al Parlamento. Así lo dice la convocatoria. También es cierto que con la designación unánime de nuestra camarada Carolina Goic como candidata a la elección del 19 de noviembre, sin participar en las primarias de la Nueva Mayoría, el Partido ya decidió su línea sobre la elección presidencial. Pero, como tantas veces en nuestra historia partidaria, esta Junta Nacional tiene una enorme responsabilidad, que la obliga a ir más allá del ámbito electoral. La situación es más seria de lo que parece, porque el Partido debe definir cuál es su papel en la marcha del país y los pasos para cumplirlo.
Hay que fijar nuestro Norte estratégico y decidir el camino para alcanzarlo.
En esa perspectiva, el desafío político que enfrenta la Democracia Cristiana en la hora actual es hacer compatible su pertenencia en la Nueva Mayoría como partido de gobierno y su postulación separada a la Presidencia de la República y al Congreso Nacional. Que compitan electoralmente los aliados de gobierno es normal en los regímenes parlamentarios, como ocurre en estos mismos meses en Alemania, pero es inusual en regímenes presidenciales como el nuestro. Por eso, la situación que vivimos es difícil. Porque no tiene precedentes, al menos desde 1990. De ahí los constantes roces dentro de la coalición y las dificultades en las relaciones entre los partidos y el gobierno. De ahí la atmósfera de vivir en peligro y los vaticinios apocalípticos sobre lo que se avecina.
Entonces, tenemos que afrontar descarnadamente la interrogante política que esta situación presenta: ¿Es compatible fortalecer nuestra identidad con mantener una coalición de gobierno con las fuerzas de izquierda? Algunos camaradas y diversos analistas han cuestionado esta posibilidad, destacando m
Más lo que nos divide que lo que nos une. Y para ello se recurre a cuestiones doctrinarias aparentemente insalvables. Estoy en desacuerdo con esas visiones. Justamente basados en nuestra identidad, debemos perseverar en mantener una coalición con las fuerzas de izquierda democrática, que incluye la permanencia en el gobierno de la Presidenta Bachelet hasta el fin de su gobierno y se extiende hacia el futuro.
Este problema, tan nítido como complejo, debiera abordarse en esta Junta Nacional. Porque este partido fue grande cuando éramos capaces de mezclar la teoría con la práctica. Cuando trasladábamos la solidez de nuestras convicciones y la profundidad de nuestras ideas hacia el devenir concreto de Chile. Cuando el debate político de la Junta Nacional era tan robusto como profundo y motivador. Por eso, hace medio siglo, la Democracia Cristiana ganó el corazón de los chilenos con la seriedad y consecuencia de sus militantes, así como por la claridad y decisión de sus dirigentes. Hoy día, siendo demasiados los indicios sobre la gravedad de la actual situación en que el Partido se encuentra, volver a cultivar tales virtudes se convierte en una necesidad y en un deber.
Estas líneas son una contribución para ese común afán partidario. Las escribo porque ningún militante puede restarse al debate que exige la actual situación política. En un punto crucial de nuestra vida partidaria, hay que decir lo que se piensa; fraternalmente, pero con claridad y franqueza. Lo hago con el mero título de mis 51 años de militancia, solo interrumpidos por el mandato de la ley mientras me desempeñé como Ministro del Tribunal Constitucional. Hablo después de tantas batallas políticas, libradas como simple militante o en altas responsabilidades públicas, pero siempre con el corazón demócratacristiano bien puesto.
Volvamos a nuestro desafío, afrontando el dilema sin tapujos: ¿Por qué es compatible el reforzamiento de nuestra identidad partidaria con la permanencia de una coalición de centroizquierda? Por dos fundamentos fundamentales. Uno doctrinario y otro político.
El fundamento doctrinario: La raíz humanista-cristiana
Hace exactamente 60 años se fundó el Partido Demócrata Cristiano de Chile. Su declaración de principios de entonces se inicia afirmando que la nueva colectividad “lucha por la realización de una verdadera cristiandad, cuyas posibilidades históricas surgen de la crisis de la civilización moderna”, agregando: “El Partido Demócrata Cristiano aspira a la restauración de los valores humanos y como una conciencia de ello, afirma su vocación popular en orden a liberar a los trabajadores de la injusticia”. Más adelante, la Declaración agrega: “El Partido Demócrata Cristiano afirma que el poder económico no debe descansar ni en los individuos particulares, formado dentro de una filosofía que eleva sus apetitos de ganancia a regla suprema del orden social, ni tampoco de un Estado monopolista.” ¡Son palabras de 1957!
Si nos trasladamos en el tiempo estos principios se han visto reproducidos en el año 2013, en palabras del Papa Francisco, en el punto 55 de la Exhortación Apostólica “Evangelii gaudium” (“Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual”): “Hemos creados nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”
La Democracia Cristiana, por lo tanto, no nació para mantener el orden injusto, ni para proteger injusticias ni desigualdades. Nació para estar al lado de los pobres, de los que “tienen hambre y sed de justicia”, que describe el sermón de la montaña. Porque la inspiración cristiana no es un adorno declarativo para nosotros. El cristianismo es la base de nuestra voluntad de servicio, sirviendo al prójimo desde la política. Es la base de nuestra concepción de la dignidad de la persona, del bien común, de la solidaridad, de la participación, como pilares de toda sociedad humanista.
Porque somos cristianos y demócratas queremos cambiar la sociedad, para que sea más libre y más justa. Y eso, además, en su sentido cabal, se llama revolución. Por eso llamamos “Revolución en Libertad” a la gran transformación que hace medio siglo iniciamos en Chile con nuestro líder Eduardo Frei Montalva. Porque somos cristianos y demócratas tenemos la madurez y la vitalidad para cuidar lo bueno, erradicar lo malo y construir lo nuevo. Porque somos cristianos y demócratas tenemos la capacidad para ofrecer a Chile un camino claro para una sociedad justa. Porque somos cristianos y demócratas tenemos la capacidad y la ausencia de complejos para confluir con otras fuerzas en alianzas políticas o pactos electorales. Ser cristiano y demócrata es lo opuesto al dogmatismo y a la intolerancia.
Tenemos el deber de luchar por una sociedad más cristiana. Porque una sociedad más cristiana es aquella que permite a cada persona ser libre radicalmente, viviendo en comunidad con todas las ideas. Por eso es que el cristianismo y el pluralismo van de la mano.
Por lo tanto, entonces, es natural que la Democracia Cristiana busque acuerdos y alianzas con los que desde otras perspectivas doctrinarias, ideológicas y religiosas, busquen también mejorar la vida de la gente, luchen por la igualdad y la solidaridad entre los seres humanos y quieran empujar y conducir a la sociedad hacia la convivencia libre y pacífica.
El fundamento político. La estabilidad democrática
La identidad demócrata cristiana es también su vocación democrática. Somos un Partido que lucha por la democracia. Esa tradición, con la que nacimos a la política de Chile, la hemos practicado en momentos muy difíciles de nuestra Patria, a pesar de los ataques, incomprensiones e ingratitudes. Pero los chilenos, nuestro pueblo, han sabido comprender nuestros esfuerzos y valorar nuestra consecuencia con los principios democráticos. Esa es nuestra gran recompensa y nuestro gran aliciente.
Pero la lucha por la democracia no sólo tiene lugar cuando ella desaparece o es pisoteada. La lucha por la democracia es permanente. La democracia siempre es perfectible pues proviene de la libertad de la persona, que es infinita. Entonces, siempre es posible corregir o perfeccionar la democracia. Y de eso se trata una de las principales tareas en Chile, a pesar de todo lo avanzado. Hoy nuestra democracia se encuentra bajo cuestionamientos, por sus falencias e imperfecciones. Y por eso es imprescindible construir alianzas sólidas para dar gobernabilidad, así como para aprobar reformas indispensables para que el sistema político atienda a las dinámicas de la sociedad. La democracia exige estabilidad política y esa condición proviene de mayorías estables.
Por eso es compatible la identidad partidaria y una coalición con la izquierda. Porque ser demócrata en Chile es dar gobierno con estabilidad. Y no existen alternativas de alianzas para ese propósito, que sean coherentes con una visión transformadora de la política, la sociedad y la economía. Es cierto que hemos tenido dificultades en el marco de la Nueva Mayoría, por sus diferencias programáticas, pero a la hora de las grandes definiciones, el respaldo mayoritario de sus partidos ha estado presente. Entonces, preguntémonos de nuevo: ¿Es posible pensr en otra coalición para dar estabilidad a la democracia chilena, en el marco de nuestros fundamentos doctrinarios ya expuestos? Con los pies sobre la tierra, la respuesta es negativa.
Agreguemos aquí otro elemento tan claro en su esencia como polémico en su apariencia: La falsa dicotomía entre derecha e izquierda en la que se trata de involucrar a la Democracia Cristiana.
En esto seamos muy claros. Como ya lo dijo nuestro Radomiro Tomic en la alborada de nuestra nueva democracia en 1989 en una Junta Nacional del partido: La democracia cristiana no es de derecha, de izquierda ni menos de centro, es una fuerza de vanguardia. Y agreguemos con Frei Montalva: Somos una fuerza nacional y popular. Eso significa la flecha roja por sobre dos franjas.
Estamos por sobre las derechas y las izquierdas. No estamos en “el centro” o entremedio. Estamos adelante, a la vanguardia, por la justicia, la libertad y la paz. Estamos por esos valores pues nos inspira el cristianismo.
Desde esa posición, la Democracia Cristiana ha contribuido, aliada con la izquierda, a una redemocratización ejemplar de Chile desde 1990. Así fue nuestra participación en los gobiernos conducidos por Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos Y Michelle Bachelet en su primer período. Y después de democratizar el país, de reconciliarlo y desarrollarlo y de reinsertarlo con dignidad entre las naciones de la tierra, nuestro partido ha sido parte de los esfuerzos para afrontar las grandes reformas estructurales que nuestro propio éxito político nos demandó. Esa ha sido la gran tarea de estos últimos años bajo la Presidenta Bachelet. Y esa es la gran obra que debe ser continuada en los próximos gobiernos.
Por lo tanto, es muy serio el desafío de seguir gobernando Chile. Está claro que el mero crecimiento económico con desigualdad social es un modelo de desarrollo injusto y materialista, que ya el Papa Benedicto XVI describió a los jóvenes del Mundo reunidos en Australia hace casi tres años con palabras muy claras: “En muchas de nuestras sociedades, junto con la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación” (Homilía en la Clausura de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud, Sidney, Australia, 20.VII. 2008).
La mezcla entre crecimiento económico y aumento de la desigualdad social es una bomba política. Primero, produce la apatía frente al sistema; después sigue el descontento; y, a éste, sigue la resistencia, terminando todo en el populismo. Tal es una evolución que puede amenazar a Chile. Y muchos son los signos que la anuncian, para no tomarlos en serio y discutir con grandeza cómo afrontarlos.
Chile, especialmente los jóvenes y los pobres, está exigiendo una respuesta y un camino hacia adelante.
Esa es la situación en que vivimos y ahí está el desafío que nos espera. La Junta Nacional del Partido debe hacerse cargo de esta situación con crudeza y realismo. Debe ir al fondo del problema y acordar lo que debe hacerse para contribuir a enfrentarlo. Lo exige la Patria, lo exigen los pobres de Chile. Lo exige nuestra honrosa tradición de servicio a la justicia y a la libertad.
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Las Viejas Canasteras
Hace algunos años, el gran Alberto Fuguet protagonizó una épica discusión con el sector más conservador y palurdo de la crítica de espectáculos nacional. ¿El tema? Una muy mala película llamada “El profesor de Música”. Fuguet tuvo la deliciosa desfachatez de definirla como una cinta “para viejas canasteras” y ardió Troya.
Pues bien, sin afán de volver a utilizar como metáfora a tan distinguidas cortesanas, creo imperioso volver a dicha imagen para graficar algo que, me parece, ensucia hace rato el recto análisis de nuestra prensa deportiva. Hay que ser muy chismoso o, lo que es peor, muy ignorante en materia profesional y futbolística si, para analizar el trabajo de algún entrenador, para calificarlo de bueno o malo, se utilizan -otra vez y no es la primera- conceptos tan infantiles como si el tipo es “pesado” o “simpático”. Todo esto, claro, a partir del intento de fusilamiento a Pablo Guede tras las sospechosas y destempladas declaraciones del exonerado Mark González. ¿Qué tipo de conventilleo miserable es ese? ¿Qué conversación propia de una mala junta de vecinos? ¿A quién le puede importar la personalidad de un profesional por encima de su talento o capacidad de trabajo?
¿Entrena bien Guede? ¿Tiene métodos novedosos? ¿Trabaja muchas horas? ¿Hace que su equipo juegue bien? ¿Es un aporte? Esas son las preguntas que debiera hacerse una persona seria. Si es bonito, feo, agrandado o tímido obviamente da lo mismo. No es parte de una discusión normal. Si no, se corre el riesgo de hacer otra vez el ridículo, como ya lo hizo buena parte del medio local con Riera, con Jozic, con Pellegrini, con Bielsa, con Sampaoli. Con los mejores, casualmente. Y ojo que no comparo a Guede con ellos. Está a años luz. Lo que comparo son las formas. El tipo de razonamiento, tan torpe. El nivel pueblerino del diagnóstico.
¿Así de bruto y mala leche es nuestro gremio que lo más definitorio de Riera y Pellegrini pasó a ser su carácter de “cuicos” o que “peleaban con la prensa”? ¿Tan poco sabemos de fútbol que se llegó a decir que Jozic no aportaba nada porque le “exigía demasiado al equipo”? ¿O que Bielsa era un error de la ANFP porque era muy “obsesivo” y “no daba entrevistas ni dejaba entrar a Pinto Durán”? Así fue pues ¿o no se acuerda? Sigo: ¿tan vacas somos todos que lo más importante para definir a Sampaoli pasó a ser que “siempre quería más plata” o supuestamente “reventaba a los jugadores con su exceso de entrenamientos”? Por Dios. Y ahora la “arrogancia” de Guede.
No puede ser que nos pase siempre lo mismo. Es triste, alarmante, demostrativo. Para algunos cosas seguimos siendo muy básicos ¿Están buscando un yerno, un amigo, un mejor compañero? Ya sé lo que me va a decir: que parte de las materias importantes de todo “profesor” es el manejo grupal. Cierto. ¿Y no lo tenía Riera cuando echó al Cuacuá? ¿No lo tenía Jozic cuando limpió el plantel de los más flojos? ¿No lo tenía Bielsa cuando sacó a Sanhueza y retó a Vidal o Isla hasta que aprendieron? ¿No lo tienen todos los que te obligan a ser mejor? Esa parte de la pega de cualquier jefe: corregir, enseñar y prescindir de los que considera más débiles dentro del grupo. Esas también son habilidades “blandas”. Hay que pulir, elegir, seleccionar. El deporte de elite es de altísima competencia. Y los que no den el ancho, como ha pasado ahora en Colo Colo, se irán enojados. Ley de la vida.
Habla mal de nosotros seguir instalados en niveles de excelencia donde se prefiere al “profe” comprensivo y bonachón que al estricto e implacable. O el chilenito, porque es de la tribu, que al extranjero “vende humo”. Hasta cuándo. No podemos seguir siendo tan aficionados, simplones e insustanciales en un mundo que hace rato es terreno exclusivo de los más exigentes. No podemos seguir preocupados, como primera derivada, de puras payasadas. ¿Es pesado Guede? ¿Bipolar? No sabemos, pero da lo mismo.
Preocupémonos cuando el equipo juegue de verdad mal, sean titulares los que trotan o no exista el protagonismo que pide la historia alba. ¿El resto? Maní.
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Berlín para todos
Para quien no conoce Berlín, ni tampoco planea ir, estas crónicas de Fabio Morábito pueden llegar a ser la mejor guía que se ha escrito acerca de la capital alemana. Para quien, por el contrario, ha vivido en Berlín (es mi caso), las divagaciones berlinesas de Morábito provocan admiración, sorpresa y envidia. Tras haber recibido una beca cuyo propósito era darle la tranquilidad y la holgura necesarias para terminar de escribir un libro de cuentos, el italiano arribó a Berlín muy bien dispuesto: chapurreaba algo de alemán, lo acompañaban su mujer y su hijo, y estaba feliz de abandonar por un rato Ciudad de México, que es donde reside. Sin embargo, no terminó el libro de cuentos durante su estadía. Pero a cambio, paseó, miró y recopiló material suficiente para armar También Berlín se olvida, un libro que cualquiera que escriba y que haya llegado becado a Berlín (fue mi caso) hubiese dado un dedo por escribir.
A punta de humor, profundidad y un tremendo poder de observación, Morábito nos revela un Berlín íntimo, un Berlín que, en buenas cuentas, ni siquiera los berlineses conocen demasiado bien. Sin valerse de los recursos clásicos con que un afuerino diserta acerca de lo ajeno, es decir, sin deslizar alusiones literarias, sin pisar por donde otros han pisado antes que él, sin siquiera leer los diarios, Morábito logra captar la esencia de su entorno con una facilidad inaudita. En su caso, lo anterior es algo más que una gracia: “Soy poco dado a esas amistades callejeras que suelen anudar las personas cuya rutina hace que se vean las caras todos los días. Si me saludan me apresuro a corresponder, pero casi nunca, por timidez, tomo la iniciativa, y sigo actuando como un perfecto desconocido mientras a mi alrededor cunden las conversaciones y florecen las bromas y la amistad”.
Cosas simples, como andar en el tren elevado que recorre la capital alemana, presenciar un ligero choque de autos, ir a comprar el pan al alba, o subirse a un bus de dos pisos, le son suficientes al autor para desencadenar una seguidilla de reflexiones memorables que por lo general cobran un valor antropológico impredecible. Hablando de los Kleingärten, que son unas casitas de muñeca con jardín en donde los berlineses toman vacaciones dentro de su propia ciudad, una suerte de “miniaturización de la naturaleza”, Morábito repara en que allí “el hombre puede sentirse un poco Dios, el gran Ortopédico que aporta incesantes correcciones e infinitos retoques a su obra, en un ejercicio de depuración interminable que ahora, después de los nazis, sabemos con qué facilidad, sobre todo si se hace detrás de un alambrado, es decir detrás de una férrea actitud mental, nos puede conducir directamente al infierno.
Otro ejemplo: en Berlín, ciudad relativamente amable en cuanto a número de habitantes, viven más de doscientos mil turcos, cuya presencia se nota por razones obvias en donde estén. No obstante, nadie ha captado tan bien el alma turca como este ocasional paseante italiano, y lo digo con cierta autoridad, puesto que por algún tiempo viví en Kreuzberg, un barrio bastante turco. Pues bien, a Morábito sólo le bastó caminar una tarde por uno de los lagos del sur de Berlín, Krumme Lanke, un lugar que en verano invita al nudismo, para registrar la presencia de un fauno turco que al mirar de soslayo a una walkiria desnuda entrada en carnes dejaba en evidencia esa maravillosa distancia existente entre Oriente y Occidente, distancia que a otros les ha tomado un tratado entero para intentar dejar en claro.
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Cecilia y Violeta: incomparables
No les paraba la lengua. Cada vez que se encontraban en las radios de la época o en los sellos discográficos o en uno que otro show, siempre pasaba lo mismo. Que terminaban conversando largo rato, contándose las historias personales, riéndose, “tallando”. Cecilia recuerda que la única que se le cerró la garganta, que no le salió la voz, fue ese domingo de febrero de 1967. Violeta Parra le había metido un papelito debajo de la puerta invitándola a la Carpa de La Reina. Le dijo que la esperaba el domingo y que le tenía tres canciones que estaban pintadas para ella.
La nacida en Tomé se lamenta hasta hoy: ese día tenía otro compromiso, uno de tantos en la época en que era una de las cantantes chilenas más populares, y no fue a ver a la Violeta. Nunca pensó que la mujer que meses antes había estrenado Gracias a la Vida decidiría partir al otro mundo esa misma mañana y cuando le avisaron, poco antes de salir al escenario, apenas no se pudo la pena. Fue el día que peor cantó, recuerda, y ni siquiera tuvo ganas de ir al velorio o al funeral.
La mujer del Baño de Mar a Medianoche, la del pelo corto, pantalones con cierre adelante y besos de taquito, esa figura visionaria que ayudó a desterrar la idea de que la mujer era mero adorno en el mundo del espectáculo, vuelve este fin de semana en un show de la Nueva Ola. Y su retorno pasa algunos días después de un masivo homenaje a Violeta Parra en Buenos Aires y en el contexto de muchas otras celebraciones por el centenario de su natalicio.
Cecilia es muy probable que cante sentadita y no más de ocho temas este domingo en el teatro de la calle San Diego, ya recuperada de esa crisis de salud que casi la manda al encuentro de su vieja amiga durante el 2016. Pero a diferencia de “la Viola”, como la menciona hoy, ella sabe que es una sobreviviente, con toda la cuota de olvido y por momentos de indiferencia que eso conlleva.
La historia es curiosa. La imagen de estas dos mujeres irrepetibles conversando sobre su vida, sus amores y canciones es algo que conmueve de solo imaginarlo. Y es muy significativo que esto se recuerde hoy, en este año, en estos tiempos en que las mujeres siguen peleando por igualdad en un mundo gobernado por hombres porque estas dos fueron adelantadas a su tiempo y quizás por eso se tenían buena y se caían bien y se piropeaban cada vez que podían. Porque eran severas y talentosas, porque no se andaban con medias tintas y porque sabían que lo suyo iba a trascender.
Cecilia dice que una de las que va a cantar este fin de semana es Gracias a la Vida, esa que grabó en 1970, cuando quería reinventarse y que inesperadamente marcó el comienzo de su declive artístico. La va a cantar con lo que le queda de voz, pero con lo que le sobra de emoción. Con el eco de un ímpetu escénico que fue además el rasgo común de las dos más trascendentes cantantes chilenas de la historia de la música popular.
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