Óscar Contardo's Blog, page 114
August 6, 2017
El “valor” de la vida moderna
Uno de los efectos más perniciosos de la agitada vida moderna está configurado por el perfil psicológico de los individuos, que a pesar de vivir integrados al planeta a través de una compleja red digital, se han convertido, paradójicamente, en seres desarraigados, confundidos, angustiados y frecuentemente enajenados. Estas características afectan cada vez más a niños y jóvenes, situación que pone en riesgo el futuro de la humanidad, y de manera muy particular el de nuestro país donde una alta proporción de la población sufre problemas mentales y depresivos.
Los humanos están siendo inducidos a aceptar pasivamente determinados conjuntos de ideas, pautas y paradigmas – casi todos con un marcado acento materialista y extremadamente simplista -, mientras rechazan otros, a menudo con la irracionalidad que caracteriza a los reflejos condicionados (por ejemplo, la negación del valor de la vida humana en general y de los seres que luchan por nacer desde el vientre materno, en particular). Este fenómeno se ha visto aumentado y asistido en el mundo actual por el ocaso de los temas espirituales en vastas regiones de occidente y aún de oriente, lo cual ha debilitado aquellos mecanismos psicológicos con los que el hombre tradicionalmente se ha relacionado con lo trascendente. Cuando se pierden estos valores, tenemos a seres profundamente confundidos y solitarios, que son presa fácil de las corrientes degradantes de la vida que hoy circulan en los medios de comunicación y las redes sociales.
Así, la gente va perdiendo la fe, no simplemente en un “Ser Superior” sino que en muchos aspectos del sistema propiamente tal; se duda de las personas y hasta la familia ya no es del todo confiable. Se ha perdido la compostura y ahora no se tiene que probar nada a nadie. Se falsea la verdad abiertamente y el orden moral está sujeto simplemente al ser humano como individuo, a la voluntad de cada cual. Somos libres para disponer de nuestro cuerpo, así por lo menos argumentan los auto-denominados progresistas, y acto seguido nos proponen terminar con un embarazo por tres motivos “especiales”. Pero lo que no se menciona es que en todos los lugares del mundo donde se han implementado estas medidas, más temprano que tarde ha sido imposible parar el caudal de nuevas y muy variadas razones para abortar una vida. Sin embargo, de abstinencia, cuidado, disciplina y respeto…ni una sola palabra.
A pesar de que estamos siendo bombardeados con mensajes “libertarios” centrados en la dignidad de las personas, particularmente de las mujeres, como si no tuviéramos un conocimiento acabado de estas materias y no identificáramos claramente el trasfondo de su contenido; a pesar de que estamos en un país donde muchos piensan sólo en su propio bienestar, en una vida placentera ajena a los sacrificios y la abnegación; a pesar de que demasiadas “organizaciones de vanguardia” intentan convencernos sobre su visión, más que limitada, acerca de la modernidad; justamente por ello, y algo más, no se hace pesado afirmar que mantenemos las antiguas tradiciones de respeto a la vida, que resplandecen aún en medio de la oscuridad.
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¿Un nuevo comienzo?
La montaña rusa que ha vivido la Democracia Cristiana en los últimos días ha dejado perplejos a muchos. Pero no debiera sorprender tanto si se recuerda el origen del proceso que ahora agita al partido de la flecha cruzada. La candidatura de Carolina Goic y la decisión de no ir a primarias no sucedieron por error, ni fueron una casualidad. El partido vio que estaba siendo acorralado desde hace mucho por la izquierda dentro del conglomerado oficialista. De ser el principal partido, pasó a convertirse en el vagón de cola. Era un imperativo recuperar la identidad y el centro político. Así, en una junta que despertó algo de la mística perdida se lanzó la candidatura de su presidenta.
Pero el dato es que Goic no ha sido capaz de despegar en las encuestas. Concretamente, no concitó siquiera el apoyo de lo que ha sido la base votante de la DC, pues está lejos del resultado de la reciente elección municipal. Si lo tuviera, se erigiría en una alternativa para la cada vez más alicaída campaña de Alejandro Guillier, un candidato presidencial que no tuvo el valor de asumir una posición en la votación del Senado sobre los sucesos de Venezuela, sino que prefirió escabullirse de la sala para no votar.
Con las encuestas en contra de Goic, algunos en la DC decidieron desembarcarse, lo que se materializó en la Junta Nacional del fin de semana pasado. El pretexto fue que la presidenta habría cometido el error de “rinconizar” la junta, al oponerse a que el diputado Ricardo Rincón fuera a la reelección. Ningún error, pues si hay que recuperar la identidad y cambiar el modo de hacer política, es menester jugarse por los principios y hacer efectivos los cambios.
Dejo constancia que no estoy seguro de la culpabilidad del diputado, cuando existen resoluciones judiciales contradictorias. Pero ella sí lo está y actuó en consecuencia; y lo cierto es que los que ratificaron la candidatura de Rincón no lo hicieron por estimar que fuera inocente, sino porque pensaron que bajando a su candidata presidencial salvarían su pellejo electoral.
Nadie imaginó que la candidata tendría la valentía de desafiar a los que la abandonaron. Una actitud del tipo que es indispensable para corregir el rumbo en tiempo difíciles. Al final éstos tuvieron que ceder y el partido retoma el camino que se había fijado a comienzos de año; y ella ha salido fortalecida. Pero no todo estuvo bien: difícil entender que en la búsqueda de la identidad y del centro la Junta DC haya aprobado integrar una lista electoral con la IC y el MAS, partidos marginales de izquierda que miran con simpatía el chavismo y que ni siquiera son aporte sustantivo de votos. Y Goic no se opuso a eso, quizás para no tensionar más la junta, pero la incoherencia es total.
¿Tendrá la candidata un nuevo comienzo? Las próximas encuestas dirán si la gente valoró su desplante y coherencia. Si es así, mucho puede cambiar para noviembre.
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August 5, 2017
Irse y quedarse
El diputado Sergio Espejo renunció a su militancia de casi tr30 años en la DC y lo hizo también a competir para la reelección de su cargo en el Congreso. Es un gesto destacable, más todavía cuando en nuestro país escasean estas conductas; siendo muchos presa de la inercia, el interés o la comodidad, retrasando esa necesaria introspección que cada cierto tiempo deberíamos hacer sobre nuestros anhelos y convicciones, y los medios e instrumentos para alcanzarlos.
La renuncia es muchas veces también una decisión difícil, cuando no dolorosa. Especialmente para quién, como es el caso de Espejo, en que la pertenencia y el significado de la comunidad política, fue justamente lo que le daba sentido a su vocación pública. Se trata además de un proceso íntimo, donde mediante una reflexión preferentemente personal se ponderan diferentes consideraciones antes de arribar a una decisión. No hay, por lo mismo, conclusiones necesariamente correctas e incorrectas. Si el ejercicio se hace de manera honesta, resulta tan legítima la opción de dar un paso al costado, como también el quedarse o perseverar. Entonces, en cualquiera de los casos, no existe una pretensión de superioridad moral sobre el resto de los miembros de la comunidad. Quienes así lo reprochan, evidencian el sentirse interpelados por esta decisión, lo cual dice menos de Espejo y más de quienes lo juzgan.
Por lo mismo, confieso que me sentí violentado por la crítica que el día jueves le escuché a Ignacio Walker, quien acusó a su ya excamarada de no asumir sus responsabilidades como dirigente, de ser inconsistente, y que su abandono sería castigado por la ciudadanía. Quemantes afirmaciones para quién, en su calidad de presidente de la DC, concurrió a la formación de la Nueva Mayoría (incluido el Partido Comunista) y suscribió el total apoyo a la administración de Bachelet, para después decir que no había leído el programa de gobierno. Si de inconsistencias se trata, el mismo senador que hace dos años dijo que por la misma puerta que entrara el PRO a la Nueva Mayoría, por ahí saldría la DC, no pareció escandalizarse cuando hace pocas semanas se presentaba a ese mismo partido como una alternativa para el pacto parlamentario con la Falange; y tampoco, después de su reiterado reproche a la izquierdización de la coalición y su partido, se ha quejado amargamente por el inminente acuerdo con el MAS y la Izquierda Ciudadana. Y sobre el castigo ciudadano, no podremos saberlo en el caso de Espejo, pero sí en el del senador. Solo espero que si lo resultados son adversos, esta vez no diga que tampoco leyó el pacto electoral.
Celebro el coraje de Espejo y los otros que han renunciado por estos días y meses, como también valoro la honesta decisión de esos muchos que han decidido permanecer y dar la pelea por su partido.
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El lamentable ocaso de la DC
Lo que ha ocurrido esta semana en la DC es apenas un síntoma de la enfermedad que padece el partido. Han aplicado algunos medicamentos y así ha disminuido el síntoma, pero el problema sigue intacto. El resumen es simple: la adicción al poder. Es justo señalar que esa enfermedad está ampliamente diseminada en nuestra política, en casi todos los sectores.
Los grandes principios y valores que inspiraron a este partido, simplemente se disolvieron en el tiempo. De una postura fuertemente anti allendista y de apoyo al golpe militar, pasaron a convivir en la intimidad con el PC y el PS apoyando la retroexcavadora. Ahora en medio de la crisis se asocian con la IC y el MAS que son quienes más defienden a Maduro. Pasaron del respeto consciente y claro a su religión a apoyar el aborto de alguna forma y el matrimonio igualitario, y siguieron llamándose políticamente de apellido cristiano. El resultado es que perdieron identidad y junto con ello más o menos un millón doscientos mil votos. Pasaron de ser el principal partido del país, a uno del montón. Hoy algunos dirigentes, parlamentarios o ministros son poderosos pero no así el partido, una curiosa paradoja, cuyos resultados han sido los acontecimientos vergonzosos de esta semana.
No pudieron ir a primarias de la NM porque el partido ahora ya pesa poco y serían arrasados en ella. Levantan una candidatura “reguleque”, a sabiendas sin perspectiva alguna, y que; o lo era o se interpreta como una estrategia de negociación para los parlamentarios, que por ende no les resulta. Quedan así entrampados con un candidato que el partido de verdad no apoya y fuera de los acuerdos parlamentarios. Entonces le quitan el piso a Goic, lo que se aprecia con nitidez en las encuestas – donde no logra superar el 2%-, en un partido que supuestamente tiene el 13%. Más aun, ella en su doble condición de presidente de partido y candidata presidencial de éste, como mujer, pide no renovar a un diputado por enredos inaceptables en temas de violencia familiar y el partido le responde con una bofetada. Entonces la bajan de la presidencia, y le aprueban al candidato vetado. El diputado y ese sector del partido, ganan el primer round y este celebra su éxtasis de triunfo elocuente frente a las cámaras como si fuese un partido de futbol.
La candidata, severamente golpeada por su partido, acusa recibo del bofetón, y entra en reflexión, generando así un caos sin precedentes en el partido. Quizás ya no tienen candidato, tampoco están en los acuerdos parlamentarios relevantes, empiezan las renuncias públicas al partido, y las diversas pugnas internas aparecen abiertamente por los medios. La crisis parece terminal, y pronto se enciende la adicción al poder, y así bajan ahora a Rincón y suben nuevamente a Goic, con amplias potestades. Segundo round lo gana Goic. Pero lamentablemente este es un torneo a 15 rounds. “Príncipes”, “colorines”, “chascones”, “guatones”, disidentes, bacheletistas, G35, “gutistas”, falangistas, “los cardumen”, etc. ya no son capaces de ponerse de acuerdo en serio. La adicción ya los contagió a casi todos. Por cierto aún quedan inmunes pero cada día menos.
Ahora Goic subirá un poco en las encuestas, pero el Titanic, como dijo Mariana Aylwin en la televisión, ya chocó con el iceberg. Seguirán los rounds internos, las heridas que han quedado en estos enfrentamientos son muy grandes. Se acabó históricamente el tiempo relevante para la DC. La única y pequeña luz de salida es apoyar de verdad a Goic e ir en lista propia, señalando que son los únicos que realmente creen en el cambio del binominal.
Se habían jubilado y ahora tienen que volver a trabajar… es muy duro y no es culpa de las AFP.
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Quiebre final
Como en una paradoja matemática, el desenlace fue exactamente opuesto al esperado; así, lo que partió como un “golpe blanco” orquestado en la junta DC con el objeto de desbancar la candidatura de Carolina Goic, terminó al final con los conspiradores implorando su continuidad. El veto a la repostulación del diputado Rincón se transformó entonces en la excusa perfecta para sortear una tensión hábilmente acotada, que sirvió para sublimar el mar de fondo que desde hace tiempo socaba a la Falange.
De algún modo, el súbito debate instalado en la DC sobre los “límites éticos” de sus postulantes al Congreso, logró postergar la controversia mucho más sustantiva sobre su permanencia en la Nueva Mayoría y sobre su rol en el futuro de la centroizquierda. Pero al menos en lo inmediato, si alguna duda existía todavía sobre la continuidad de la opción presidencial de Goic, ella quedó despejada, cerrando de paso toda posibilidad de arribar a un acuerdo parlamentario con los partidos que sustentan la candidatura de Alejandro Guillier.
El incidente desplegado a partir de la Junta Nacional había sido precedido por la arriesgada afirmación de la presidenta del partido respecto a que “evidentemente la DC se encuentra ya fuera de la Nueva Mayoría”. Y el resultado de lo que ocurrió después solo vino a reafirmar dicha evaluación: dos candidaturas presidenciales y listas separadas para la elección parlamentaria, precisamente el escenario que intentaron evitar las fuerzas que se jugaron sus cartas en la junta, y que concluyó más bien profundizando la distancia de la Falange con la coalición oficialista.
Sin duda es muy temprano para evaluar los efectos electorales que este capítulo tendrá sobre el débil posicionamiento mostrado hasta ahora por Carolina Goic. Su ofensiva en contra del diputado Rincón puede significar un punto de inflexión positivo, pero no es claro que vaya a ser lo suficientemente relevante como para sacarla del cuadro de precariedad en que se encuentra. Dependerá de cómo se administre hacia delante este acierto circunstancial y, sobre todo, de la capacidad de la candidata y del partido para asumir las definiciones que el presente demanda. El tema de los límites éticos sirvió en este contexto para encausar la crisis, pero está claro que los problemas políticos que arrastra la DC son otros. En ese sentido, mucho más relevante es la insólita decisión de concretar un pacto parlamentario con fuerzas políticas que miran con abierta simpatía a la dictadura venezolana.
En definitiva, las tensiones de la semana se cierran, de momento, con la posibilidad de que Carolina Goic pueda empezar a mejorar su rendimiento electoral, en un escenario que vino a consolidar la fractura entre la DC y la izquierda oficialista. Los avatares generados en la última Junta Nacional quedarán así inscritos en las postrimerías de un largo ciclo histórico, aquel iniciado a medios de los ’80 y que consiguió hacer de la convergencia entre el centro y la izquierda, el eje de la gobernabilidad por casi 30 años.
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Todo o nada
La resurrección de Carolina Goic -luego de una semana marcada por presiones, declaraciones inflamadas y el eterno fantasma de la traición interna- es quizás la última oportunidad que la historia le brinda a la Democracia Cristiana para darle un giro a su dilatado proceso de disolución política. La senadora por Magallanes puso todo su capital político en juego para preservar una convicción: exigir de sus candidatos al parlamento un estándar ético mínimo. Más allá de las maniobras (que no faltaron de lado y lado) es un hecho lo suficientemente llamativo como para ser destacado.
Con todo, si Carolina Goic quiere tomarse en serio la situación que ella misma creó, debe asumir que este es solo el comienzo de un camino tan largo como tortuoso. La primera dificultad guarda relación con la fragilidad de su partido, cruzado por divisiones políticas y personales. En ese contexto, se hace indispensable un trabajo doctrinario de fondo, capaz de dar cuenta de los profundos desafíos que enfrenta el país (y no bastan los llamados a una moderación sin contenido). La Democracia Cristiana se inscribe en una tradición intelectual y política que tiene mucho que decirle al país actual, y resulta absurdo que lleve tantos años silenciada en función de intereses pequeños y acomodos pasajeros (y la misma Goic no ha sido ajena a ellos). Para recuperar su identidad y su peso específico, la DC debe abandonar esa extraña tentación de inclinarse sistemáticamente hacia su izquierda; tentación que, a fin de cuentas, la condena a ser estéril políticamente. Un centro vigoroso no puede, por ejemplo, tener un alianza de gobierno con el Partido Comunista sin perder buena parte de su coherencia, ni asumir acríticamente las tesis individualistas del socialismo liberal, ni menos defender programas de izquierda alegando luego no haberlos leído. Si este trabajo es realizado seriamente, no es descabellado pensar que Ricardo Rincón puede ser sólo el primero de los caídos en la batalla.
Por otro lado, la senadora -y con ella el partido- debe hacerse el firme propósito de dejar de mirar obsesivamente las encuestas, pues su proyecto sólo cobra sentido en el largo plazo. No se trata de ganar las elecciones de este año, y ni siquiera se trata de conservar la bancada parlamentaria: se trata de tener algo que decirle al país en los próximos lustros. Mientras la izquierda más dura se articula en el Frente Amplio, y el oficialismo duerme la siesta con Guillier, la Falange tiene la oportunidad de sembrar para el futuro. Para lograrlo, Carolina Goic cuenta con una ventaja: la Democracia Cristiana parece haber quemado las naves. Ya no será posible negociar por detrás su bajada, ni volver a un pacto parlamentario con la Nueva Mayoría. La Falange está condenada a enfrentar su propio destino, después de haberlo eludido durante muchos, demasiados años. Al fin y al cabo no es una mala noticia: la apuesta existencial siempre tendrá más valor que la intrascendencia gelatinosa. Aunque dé vértigo.
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Personajes secundarios
Personajes secundarios, menores, con escasa a nula proyección, de esos que apenas aparecen mencionados en las películas, dominan de pronto la escena política local.
Un señor de apellido Rincón se convierte en el sepulturero de la DC, el desconocido marido de una senadora arremete contra las mafias partidistas, un tal Mayol ahora quiere ser diputado, una señora con un punto en las encuestas titubea con su candidatura y así, suma y sigue.
¡Espejo, el exministro del Transantiago, renuncia a su reelección! Irrelevante, porque ni siquiera tenía opciones de ganar.
Saint-Jean y el PRI complican el acuerdo parlamentario de la derecha. ¡Pero quiénes son!
¿En qué minuto la política se volvió un torneo amateur?
¿Dónde está Zaldívar, Frei, Pérez Yoma?
¿Tomaron palco en la ceremonia fúnebre de su partido?
¿Cómo terminó Elizalde, otro personaje secundario, al frente del partido de la Presidenta?
A su haber tiene el apresurar la bajada de Lagos, solo para terminar apoyando a un candidato tan desinflado como Guillier.
Y qué me dicen del propio Guillier, que abandona la sala para evitar pronunciarse en contra de la dictadura de Maduro. “Es que las relaciones internacionales son relaciones de Estado”, nos aclara.
¿Qué significa eso? Todo para no contrariar al PC, como si los comunistas tuviesen la llave para entrar a La Moneda.
No señor Guillier, esta elección la definirá el centro político, el mismo que está quedando huérfano tras el sensible fallecimiento de la DC.
Y ya que mencionamos el drama venezolano, cómo podríamos calificar la notable diferenciación que Revolución Democrática, el partido de nuestro querido Giorgio, estableció entre “democracia procedimental” y “dictadura”. Eso, si me disculpan, es tan rebuscado como calificar al golpe de “pronunciamiento militar”.
La generación de recambio, me temo, no está dando el ancho. Son torpes, apresurados, apenas si se atreven a contradecir lo que se diga por tuiter. Se mueven al ritmo de las encuestas y difícilmente miran más allá de sus propios cálculos e intereses.
En resumen, personajes menores. Lamentablemente para nosotros, la historia registra contados casos en que individuos llamados a roles secundarios han brillado al momento de asumir un impensado protagonismo.
Tiberio Claudio, Jorge VI, Luis Cruz Martínez. Me temo que ni las Beas, ni los Giorgios, ni los Cotes, están a la altura.
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Cargos a disposición
Hemos escuchado hablar de convicciones. Distinguidos dirigentes democratacristianos lo han repetido. Es lo que suelen subrayar cada tanto, con meticulosa pronunciación y la voz templada por el regocijo que les provoca el mero hecho de escucharse a sí mismos.
“Actuamos por convicciones”, han dicho nuevamente, como si en esa sola frase hubiera fuerza suficiente para acallar dudas y zanjar críticas. Nos han recordado que están convencidos de algo que todos nosotros -el resto, los que escuchamos sus frecuentes declaraciones- debiésemos tener en cuenta cada vez que se nos cruza una duda sobre sus procedimientos, sus objetivos políticos, sus tropiezos, deslices y contradicciones. Lo dicen como si cada palabra de la oración viniera en mayúsculas, esculpida en un friso de mármol que guardan bajo la manga para mostrarlo cada vez que sus discursos y la realidad de allá afuera -los hechos puros y duros- chocan de frente, como suele suceder cuando dos objetos van en sentido opuesto. Entonces, como una manera de amortiguar la crujidera de la colisión, alzan la voz para evocar sus “convicciones”. Una estrategia de sordina, un filtro para que la luz rebote en una telaraña retórica.
Los dirigentes DC nos dicen que aquello que escuchamos y vemos no es lo que parece, sino otra cosa; algo que sólo ellos son capaces de vislumbrar con nitidez gracias a los superpoderes que les confiere el mero hecho de tener convicciones -¿en qué?- y mencionarlo con una frecuencia rayana en la majadería. “Si bien en cierto, no es menos cierto”, repiten, explicándonos que sus intenciones no son de este mundo terrenal, sino de otro, un espacio paralelo, una experiencia numinosa y severa -suelen llamarla “humanismo cristiano”- que los ha obligado a sacrificios múltiples, como participar de gobiernos a disgusto. Una tajada de poder bien vale varios ministerios, subsecretarías y direcciones de servicio. Si es necesario subirse al carro y negar el programa de gobierno antes de que el gallo cante tres veces, entonces no queda más que hacerlo. En política los principios son los principios, hay que respetarlos, y si las circunstancias lo exigen, acomodarlos a los cargos a disposición y al círculo virtuoso que se genera cuando del Estado se salta a los directorios de empresas en menos de lo que se reza un avemaría.
La opinión pública debería saber que esas son las gestas que exigen las convicciones, cuando hay una misión respaldada por una historia que suele relatarse como los pasajes de un libro religioso, con sus propios patriarcas, sus mártires de culto y sus familias fundadoras. Un evangelio escrito entre Cachagua, Ñuñoa y Vitacura con vista a La Moneda y platea reservada en el Congreso. La principal virtud de sus apóstoles durante la transición fue hacerse necesarios, encarnando un sello que certifica moderación y buenas costumbres. Han sabido indagar y sacar partido de los beneficios del agua tibia, de las bisagras y del freno de mano, extendiendo sus redes a través de protegidos y aprendices de caudillos de provincia de escrúpulos variables.
Nos fuimos acostumbrando a que todos ellos -apóstoles y monaguillos- estuvieran siempre allí, apretando clavijas, con el sigilo del oficial de aduana y la moral del inspector de colegio que en las mañanas prodiga castigos y en las tardes dicta catecismo. Hasta hace poco ejercían su poder en nombre de una supuesta militancia multitudinaria de fantasía que se encogió con el baño de realidad que significó el proceso de refichaje. Son los representantes -aseguran- de los ciudadanos que adhieren al centro político, un grupo fantasmagórico descrito más por adjetivos -moderación, cautela- que por sustantivos. Algo parecido a un rebaño que prefiere montarse sobre un animal llamado “sentido común”, que camina con pies de plomo con mucho temor y poca imaginación. Para convocar a este grupo -que solo parece existir en sus mentes- no es necesario ofrecer un horizonte de ideas, un proyecto de prosperidad, basta con una pócima de clientelismo, cálculo electoral y la maquinaria bien engrasada que transforma los adherentes en una hinchada de barrio capaz de defender a los gritos el más impresentable de los candidatos.
Esta semana hemos vuelto a escuchar discursos sobre convicciones políticas, sobre valores que no se transan y sobre una historia que arranca con los veteranos de la falange, se eleva con Frei Montalva, cambia el país con la Reforma Agraria, esquiva las responsabilidades del Golpe y reaparece aguerrida en plena dictadura desafiando al régimen en el Caupolicán. Sin embargo, el rumor de la épica de las convicciones esta vez no fue suficiente para disimular lo que vimos: una disputa sin pudores ni recato, una trifulca de ambiciones y zancadillas sin héroes ni heroínas. Un ritual esperpéntico, cuyo único objetivo parece haber sido conservar los últimos jirones de poder, antes del inminente derrumbe de una historia de la que solo queda una frágil cáscara de frases hechas.
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Tiro al blanco
Dirigentes nacionales, provinciales, comunales y militantes activos de la Democracia Cristiana acaban de probarnos cuán cierto es lo que dijo Sigmund Freud en Más allá del principio del placer, libro donde postuló que en el alma humana habita no solo un impulso hacia la vida, “Eros”, cuya manifestación más intensa es el deseo de reproducirse y sus suspirantes anexos espirituales, sino también un impulso hacia la autodestrucción, “Thanatos”, el cual suele manifestarse como el daño que de vez en cuando nos infligimos por causa de un oscuro deseo de castigarnos, pero que, en ocasiones, aparece también con un definitivo y respetable balazo en la sien.
Ambas modalidades fueron ofrecidas en la reciente asamblea de la colectividad y en la que con una votación se hizo naufragar la candidatura de Carolina Goic en un océano de incertidumbre. Consternada, anunció sumirse en un proceso de reflexión de cuya profundidad y a pedido del respetable público emergió brevemente a la superficie para advertir que regresaría si el señor Rincón deponía SU candidatura. A eso se sumó la batahola de los diputados que acusaron a Goic de posar de víctima por hechos que son de su autoría. Ni Moliere podría haber imaginado una comedia con más peripecias.
Al escribirse estas líneas la desolación y furia de quienes apoyan a Carolina es irremediable, pero a su vez la obcecación porfiada de quienes desean su caída es irredimible. Por eso, aunque regrese a la carrera, el daño está hecho. Hay demasiados bandos en lucha y demasiados propósitos o imposibles o incoherentes y siempre contradictorios. Algunos sueñan con usar a Carolina para ganar fuerzas y un mejor pacto con la NM y que garantice la continuación de sus cargos; otros fantasean con convertirla en pabellón patrio de una Democracia Cristiana regresando a la pobreza evangélica; incluso un sector ha sustituido el lema “hay que derrotar a la derecha” por “hay que derrotar a la izquierda”, aunque solo susurrado, jamás proclamado. En medio de tan movediza mezcla es difícil prever en qué se traducirá el relanzamiento de Carolina, salvo más de lo mismo, confusión y desintegración. Con estas algazaras político-mediáticas la DC va rápidamente encaminándose a un estado de insubsanable catatonia política.
¿Cómo se llegó a esto?
De la esencia…
Es de la esencia de los partidos de centro no contar, ni siquiera cuando viven el entusiasmo propio de toda inauguración, con un ancla ideológica sólida que promueva y hasta imponga conceptos, valores y doctrinas que dificulten vaivenes ruinosos y/o ridículos. El solo hecho de intentar una síntesis de principios a menudo irreconciliables siembra semillas de destrucción; estas pueden dormir por décadas si el medioambiente político es apacible y nadie fuerza posturas extremas, pero aparecen y fructifican lujuriosamente apenas eso ocurre. La decé ya lo vivió en los años de Frei, lo vivió en los de Allende y lo vive ahora en los de Bachelet, en los tres casos por la misma razón.
Esa “misma razón” es la vaguedad nebulosa del credo democratacristiano, ya aparente en su endeblez el día mismo cuando la colectividad nació desprendiéndose del tronco conservador. La fe cristiana puede ser suficiente si se trata de salvar el alma y acceder a la Vida Eterna a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, pero es mucho menos precisa y operativa cuando se trata de dilucidar el qué y el cómo de la vida en sociedad. No basta hablar de “humanismo cristiano” para definir un camino claro respecto de impuestos, propiedad, el bien o el mal de las desigualdades, etc. No bastó en el pasado y no ha bastado ahora. Inevitablemente, si las circunstancias fuerzan una definición sobre esos tópicos, los elementos contrarios apenas pegados entre sí con el adhesivo de la retórica se van a separar y seguir sus propias lógicas.
Lo hemos visto en los temas tributarios, de educación, de salud, de relaciones exteriores, en todo. En cada ocasión dentro de la decé han surgido voces pidiendo menos, otras exigiendo más y algunas sin saber qué pensar ni decir ni pedir. La confusión e indefinición se da entonces por partida doble: entre facciones con ideas distintas y dentro de individuos que no tienen idea. Cuando eso no ha sucedido es solo porque el tema no ha sido activado.
Cincuenta años, 20 años…
Si acaso los 50 años pasados desde la coronación de Eduardo Frei Montalva completaron el desvanecimiento -“el tiempo que todo lo borra” decía Lucrecio- de las proposiciones programáticas inspiradas en encíclicas papales y piadosos ensayos de Jacques Maritain, 20 años de cómoda gestión bajo el palio de la Concertación disiparon también el capital de honestidad y coherencia moral que, para desgracia del género humano, solo prospera o se sostiene en condiciones espartanas, al margen de la tentación, nunca jamás en el suculento ejercicio del poder y el goce del privilegio. Este deterioro es más marcado en los que tienen débiles frenos ideológicos, pero aun quienes los poseen fuertes suelen perder el Buen Camino si hay demasiadas estaciones intermedias bien provistas con los bienes de este mundo. Como fruto del desgaste de ambos procesos históricos, hoy la dirigencia democratacristiana, salvo las excepciones que confirman la regla, solo posee dos cosas: por un lado, un catálogo de frases hechas que apenas tuvieron contenido en el pasado y ahora ninguno, al punto que, es de lamentarse, sus fatigosas peroraciones sobre el “centro”, su afán de hacer de padre adoptivo de la “huérfana clase media”, sus llamados al “bien común”, su cacareada inspiración cristiana y todas las demás expectoraciones provenientes de dicho sector suenan ininteligibles como un eco llegando con retraso; por otro lado, poseen una feroz determinación a seguir donde están, ganar otros cuatro años en el poder y evitarse la tan difícil subsistencia en el ámbito privado, el cual, en su crueldad, evalúa a los ciudadanos no como prometía el idílico comunismo, esto es, exigiendo de cada quien según sus capacidades, sino al revés, retribuyendo a cada quien según sus capacidades.
Por eso no es casual que los dirigentes históricos que rechazan las actuales posturas y apuestan por un camino propio sean quienes están ya literalmente jubilados tanto de la colectividad como del Estado, razón por la cual no tienen nada que perder. Desde su ya ganado confort material pueden darse el lujo de jurar votos de pobreza.
Vida, pasión, etc…
Tal ha sido la vida, pasión y muerte de la decé. Vivía cuando luchaba por principios que aun en su vaguedad insuflaban su quehacer con un hálito épico o siquiera inocente; conoció la “pasión” al enfrentar la adversidad de muchas derrotas y la sordera nacional ante sus prédicas humanitarias, si acaso no muy llenas de sabiduría, al menos de ingenuidad; conoce ahora la muerte, porque convirtió esa pasión en vulgar miedo y resentimiento ante la posibilidad de ser apartada del erario nacional. Puede que su cuerpo siga respirando, pero su espíritu ha fallecido -como el de otras colectividades- porque olvidó lo que era. El puro afán de poder por el poder, el poder para seguir en el poder, en breve, el poder amnésico que ya no sabe para qué es constituye un pobre remedo del sentido y la finalidad. En subsidio envuelve ese vacío en hipócrita y relamida retórica, ayer humanista y hoy populista. Todavía celebra sus rituales, sus asambleas, sus primarias, sus elecciones internas, pero todo huele a simulacro. Mutó en sociedad de socorros mutuos, donde no hay cabida para la lealtad ideológica sino solo para un práctico “hoy por ti, mañana por mí”. Cascarón hueco y sin alma, la Democracia Cristiana recuerda hoy esas catedrales europeas solo visitadas por turistas japoneses. Quizás un día la insoportable levedad de dicha condición despertará a Thanatos y los llevará a una jornada como la de esa noche del 4 de agosto de 1789 cuando la nobleza francesa cometió harakiri rindiendo sus derechos feudales.
Tal vez lo haya sido, en escala menor, la de la votación. Un insuperable cansancio agobia todo aquello que ha extraviado su destino.
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Hipótesis que dan para todo
Carolina Goic salió fortalecida. Al tomar la decisión de mantener su candidatura y de vetar desde ya la postulación de Ricardo Rincón, la abanderada DC dio un poderoso testimonio de convicción que no hará sino fortalecerla. Los días que se tomó para evaluar si seguía o no seguía en carrera le dieron una visibilidad mediática que su candidatura nunca tuvo, y esa exposición, además de favorecerla, dejaría en claro que ella no está en política para liderar cualquier cosa, sino un proyecto político comprometido con la decencia y la ética. Ahora sí que la opción presidencial de la DC podría tener piso y viabilidad. Hacer política desde la convicción, en cualquier caso, la obligará, por razones de estricta coherencia, no solo a bajar la candidatura del parlamentario involucrado en un caso de violencia intrafamiliar, sino también otros, donde también están en juego valores éticos sustantivos de la acción política. Si lo hace, quizás convenza al electorado que seguía viendo su candidatura con reservas, y este efecto no puede sino ser favorable para ella en tanto candidata. Pero también profundizará los desencuentros que tiene con sectores importantes de su partido y esto no necesariamente la ayudará en su conducción de la colectividad.
Carolina Goic salió debilitada. Debilitada, porque demostró tener poco liderazgo y autoridad en su partido y porque su candidatura, al menos hasta el sábado de la semana pasada, seguía sin convencer mayormente no solo a la ciudadanía, sino incluso a sus propios parlamentarios y a los dirigentes de base que acudieron a la junta nacional. Los cinco días que, además, la senadora se tomó para evaluar y decidir, unidos a los contactos, telefonazos, declaraciones y contradeclaraciones que salieron en el intertanto, dieron piso para pensar que en su resolución hubo quizás más cocina que la que tolera la política de las convicciones. Básicamente por este concepto, la decisión de perseverar en la carrera presidencial no cambiaría mucho las cosas desde el momento que, antes que como un tributo a la ética, que es la lectura cándida del episodio, podría ser una salida de emergencia para que a la presidenta de la DC no se le siguiera desarmando el partido.
El reposicionamiento de Carolina Goic le hará las cosas más difíciles a Piñera y será fundamental para salvar del naufragio a la centroizquierda y mantener dentro del sistema político a un amplio sector ciudadano que, si ella no está en la papeleta en noviembre próximo, simplemente no va a ir a votar. Como la candidatura de Alejandro Guillier ha perdido convocatoria y rating, y parece cada vez más divorciada del tronco socialdemócrata que fue uno de los ejes de la antigua Concertación, el voto moderado que Carolina Goic pudiera capturar se vuelve entonces clave para evitar un triunfo aplastante de la centroderecha. Otra cosa es lo que ocurra después, en segunda vuelta, donde la DC podría condicionar su apoyo a Guillier -supuesto que sea él quien saque la segunda mayoría- a cambio de incorporar al programa de gobierno al menos algunas de las prioridades que su candidata haya podido plantear en la campaña.
Lo ocurrido en la última semana, no obstante haber inflamado la escena política, no obstante haber coloreado con emociones, acusaciones, arrebatos, descalificaciones y palabras destempladas y sangrantes las páginas normalmente circunspectas de la crónica política, ha dejado las cosas donde mismo. Nada importante se ha movido. Esta ha sido una de esas peleas feroces que la gente mira tal como hace con videos malsanos de animales salvajes que tratan de devorarse entre sí: nos impresionan, pero en el fondo no nos van ni nos vienen. Y por eso saltamos al próximo video. Todo, entonces, seguiría igual: la clase política y sus querellas allá arriba, la gente común con sus problemas acá abajo. La cancha, al final, habría cambiado poco. La izquierda chilena continúa dividida. La derecha sigue en una posición expectante. Y los mismos problemas y demonios que la DC como partido tenía antes de la junta, los sigue teniendo ahora y en algún momento tendrá que ponerse a trabajar para resolverlos y exorcizarlos. Entre otras cosas, no solo le está haciendo falta un proyecto común, sino también entregar algunas explicaciones: por ejemplo, por qué habiendo dado por acabada la experiencia de la Nueva Mayoría, la DC continúa, sin embargo, en el gobierno; qué fue lo que no le gustó de la actual administración, a pesar de haberla apoyado y de seguir apoyándola con incondicionalidad y entusiasmo hasta hoy, y por qué, habiéndole sido tan fácil ayer votar por Bachelet, le resultaría tan difícil hacerlo por Guillier ahora.
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