Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 23
September 7, 2014
Prospera, ¿otro changarro?
Suena muy bonito eso de cambiar un programa que se llama Oportunidades por uno que se llame Prospera. Un concepto que pareciera inspirarse en aquello de que es mejor enseñar a pescar que regalar todos los días un pescado. Aunque bien mirado, oportunidades tampoco es una noción despreciable. ¿Quién no desea tenerlas? ¿Y qué me dicen de Solidaridad? Una palabra que parecía añadir a la caridad la calidez, la complicidad y la amistad.
Lo que queda claro es que a lo largo de las últimas tres décadas no ha faltado imaginación en la administración pública para envolver en papel brillante y moños llamativos los supuestos regalos a los pobres. A los funcionarios se les puede acusar de muchas cosas, pero nunca de falta de ingenio en materia de marketing.
El resultado, como todos sabemos, ha sido escaso o nulo. Quizá para muchas personas los apoyos asistenciales de tales programas significaron un alivio importante, pero las estadísticas no mienten. Los niveles de pobreza siguen siendo abismales. Los indicadores en ocasiones mejoran y en otras empeoran, pero el saldo final es lamentable. Peor aún, en los últimos años se ha recrudecido la miseria debido a la pérdida de poder adquisitivo del salario mínimo y a la inflación acelerada de la canasta básica.
Todo indica que las alzas y bajas en la tendencia de los índices de pobreza a lo largo de estos años están mucho más relacionadas con los vaivenes de los sectores productivos que utilizan mano de obra intensiva, que al impacto de los programas sociales.
Se supone que Prospera, el nuevo programa, se orientará mucho más que antes a facilitar recursos para que los necesitados se inserten en la esfera productiva. La intención no es mala, el problema es que la esfera productiva está diseñada para rechazarlos. Ofrecer un crédito con tasas menores al 10% no suena mal, pero equivale a dar resorteras para entrar a una batalla en la que dominan los rifles de asalto. Peor aún, incluso si se trata de créditos blandos, el hecho es que el beneficiario adquiere una deuda, a la postre puede provocar que los pobres sigan igual, salvo que ahora queden endeudados.
El problema de fondo es que la esfera productiva y comercial es francamente hostil para con el mini empresario, salvo cuando este opera en la economía informal. La propuesta de Vicente Fox de hacer de todo pobre un propietario de changarro está sembrada de sueños frustrados y no tiene nada de novedosa.
El beneficiario de estos créditos encontrará una competencia feroz y desigual, en el que los peces grandes se tragan a los pequeños con la complicidad de autoridades y tribunales. Enfrentará reglas del IMSS, exigencias de Hacienda, trámites absurdos para obtener permisos y licencias locales o estatales, expoliaciones de inspectores y, en ciertas zonas, extorsiones del crimen organizado.
Ahora bien, si se ofrecen recursos para que el beneficiario los invierta en la economía informal las cosas podrían cambiar. Sin tener que responder al terreno minado de las exigencias oficiales en materia de contratación de mano de obra o impuestos, el mini empresario tiene una posibilidad de sobrevivir. En el mercado informal los negocios tienen la flexibilidad para transformarse de la noche a la mañana y explotar una pequeña oportunidad o una coyuntura efímera; algo que no poseen cuando están dados de alta en los registros oficiales.
Habría que preguntarnos si en lugar de seguir intentado supuestas “inserciones” por la puerta trasera de la economía a los desfavorecidos, tendríamos que revisar la estructura productiva formal para convertirla en una fuente de prosperidad real. ¿Cómo hacer para incentivar el empleo dentro del aparato productivo? ¿Cómo mejorar los niveles de ingreso real de los trabajadores? No son objetivos sencillos. Aumentar el salario mínimo y al mismo tiempo ampliar el número de empleos resultan metas contradictorias para la economía de mercado salvaje que hoy impera. Pero al menos estaríamos poniendo la atención en el verdadero problema: el aparato productivo actual opera para y por el 50% de la población de México e ignora al resto.
Mientras este no cambie, entregar recursos y algunas palmaditas en la espalda con el propósito de que alguien se convierta en mini empresario tiene mucho de demagógico.
Quizá ha llegado el momento de reconocer que el verdadero Oportunidades o Prospera es el universo paralelo de la economía informal. Será un reto asumirla como una vía de reparación para las inequidades que produce la sociedad de consumo y el aparato productivo formal. Por difícil que sea, sería mejor que engañarnos un sexenio más con un nombre bonito para algo destinado al fracaso.
@jorgezepedap
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September 4, 2014
El país que no vendrá
Enrique Peña Nieto habla de un país que todavía no existe. En su segundo informe de gobierno el presidente nos asegura que México ya cambió. Y los ciudadanos escuchamos su descripción y desearíamos residir en ese país en el que el mandatario ya está viviendo.
La verdad no lo juzgo (o sólo un poco), supongo que Peña Nieto está intentando hacer su trabajo. Está convencido de que a fuerza de mostrarnos el advenimiento de los cambios el resto de los ciudadanos adoptaremos un tropicalizado sí se puede y terminaremos por convertirlo en realidad.
Habría que reconocer que la profecía de un país mejor está sustentada en argumentos. Allí están las once reformas de Peña Nieto, sustantivas algunas de ellas, de bulto algunas otras, y deplorable la reforma fiscal.
Y luego están los anuncios espectaculares. A la presentación de los primeros trenes de alta velocidad de América Latina se añade ahora la propuesta de construir un impactante aeropuerto de seis pistas para la Ciudad de México, la ampliación de las líneas del Metro y el relanzamiento del sistema de Oportunidades para combatir la pobreza, rebautizado ahora como el programa Prospera.
No está mal, pero en plata pura habría que decir que la realidad se ha mostrado inmune a los vientos de cambio propalados desde Los Pinos. El último año del sexenio anterior el país creció a una tasa de 4%, anual. El primer año de Peña Nieto lo hizo a ritmo de 1.1% y el segundo año rondará en torno al 2.4%. Demasiado poco para insuflar entusiasmos. La inseguridad ha remitido ligeramente, pero la desigualdad sigue aumentando, la economía informal continúa creciendo a costa de la formal y la popularidad del presidente está a la baja.
Habría que reconocer que esa cara pesimista que la realidad se empeña en mostrarnos no es responsabilidad de Peña Nieto y sí de las condiciones estructurales heredadas por su gobierno. Pero una vez dicho lo anterior, el problema con la ola de cambios que el presidente está proponiendo es que hace muy poco por modificar tales distorsiones estructurales. La construcción de obra pública de enormes dimensiones (aeropuerto, trenes y Metro) produce una derrama inmediata que será bienvenida y a la larga un efecto multiplicador importante. Pero un efecto multiplicador que terminará colándose entre las grietas tan imperfectas de la estructura económica y social del país. Trenes más rápidos para desplazar mano de obra mal pagada y para mover la piratería con mayor atingencia; inversiones en obra pública que terminará en manos de los grandes consorcios empresariales: ese 1% de mexicanos que sigue escalando posiciones en la lista de Forbes.
El problema de fondo es que la sociedad mexicana está fragmentada en estamentos que acusan diferencias abismales para apropiarse de la riqueza social. Toda derrama adicional termina por acentuar las diferencias entre el México de punta y ese que vive de la migración, de la economía informal, del crimen organizado. Incluso si logramos metas de crecimiento de 4 y 5 por ciento, algo que probablemente consiga Peña Nieto en el último tramo de su gobierno, el efecto habrá de sentirse casi exclusivamente en ese tercio de la población que componen las clases altas y medias.
La propuesta de Peña Nieto es una especie de “salida hacia delante” que me hace recordar al México de los setentas y los ochentas. Las reformas diseñadas están pensadas para activar el motor de lo que ahora existe. Se me dirá con razón, que algunas de esas reformas buscaban atenuar el protagonismo de los poderes fácticos y de los monopolios. Pero en la práctica hemos visto que reformas como la educativa o la de telecomunicaciones terminaron en un simple reacomodo entre las élites. Los grupos de poder cedieron un milímetro y neutralizaron rápidamente las aristas peligrosas. En el fondo no buscaban modificar la estructura sino darle al presidente un poco más de margen de maniobra frente al resto de los protagonistas de la escena pública.
Lo que no hay en el programa de Peña Nieto es una voluntad de modificar la correlación de fuerzas entre los ciudadanos y los poder. Se ha perdido el impulso aperturista de la década de los noventas que llevó a la creación de una serie normas y organismos de cara a una sociedad democrática. Se ha suspendido en México la construcción del tejido institucional que podría conducir a una cultura de rendición de cuentas, a un Estado de Derecho y a una mejor relación entre sociedad y gobierno, entre débiles y poderosos. Diría incluso que está en marcha un proceso para neutralizar instituciones incómodas como la Suprema Corte, el IFAI, la Comisión de Derechos Humanos, los comités de competencia, etc. El combate a la corrupción está ausente en la narrativa de Peña Nieto. Y eso lo dice todo.
Publicado en El País
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August 31, 2014
Los hombres del presidente Peña
Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa no son hombres del presidente Enrique Peña Nieto. Más aún, Beltrones fue su rival en la disputa por la candidatura del PRI en la precampaña presidencial para el 2012. Recordemos que el actual mandatario tuvo que hacer una alianza con los gobernadores para lograr imponerse desde la periferia a la cúpula del PRI nacional desde donde lo enfrentaron Beatriz Paredes y el entonces coordinadores de los senadores.
Pero nadie en Los Pinos puede escatimar los servicios prestados por Gamboa y Beltrones al presidente una vez que este se instaló en Los Pinos. En su calidad de coordinadores de senadores y de diputados priistas, respectivamente, ambos han sido piezas fundamentales para impulsar la aprobación de las reformas constitucionales en las cámaras, leyes secundarias incluidas.
Los dos se habían hecho útiles en los meses previos a la toma de posesión de Peña Nieto, cuando Osorio Chón y otros negociaban febrilmente con los partidos de oposición para lograr el anuncio del famoso Pacto por México, con el que inauguró su gobierno el mexiquense. El cuarto de guerra del presidente electo encontró muy útil el oficio de los dos legisladores, veteranos de mil batallas. Fue en estos prolegómenos cuando Los Pinos advirtió que sus propios cuadros no alcanzarían para el enorme cabildeo con las fuerzas políticas que se les venía encima.
En ese sentido, Peña Nieto tuvo el acierto de hacer una mezcla adecuada entre sus hombres de confianza y los hombres necesarios, que no es lo mismo. Uno de los grandes errores de Felipe Calderón fue justamente ese: privilegiar a su cuarto de guerra y convertir a sus miembros en secretarios de Estado. Motivado por la desconfianza y sus afanes de control, el ex mandatario del PAN prefirió lealtad a capacidad, y el resultado está a la vista.
El tema es relevante porque las elecciones del próximo año moverán el reparto de posiciones del equipo gobernante. Manlio Fabio Beltrones dejará la cámara de diputados, y con ello su habilidosa coordinación, lo cual obliga a Los Pinos a un reacomodo de piezas. El control de la llamada Cámara Baja, es esencial no sólo por las leyes secundarias que seguirán procesándose en la segunda mitad del sexenio, sino por también por la definición de los presupuestos anuales, entre otras muchas cosas.
Se afirma que Gustavo Carbajal, actual presidente del PRI, sería el operador destinado a ocupar la coordinación de los diputados en la siguiente legislatura, lo cual deja dos preguntas en el aire: ¿Qué hacer con Manlio Fabio Beltrones? Y más importante aún, ¿A quién designar presidente del PRI? Para muchos, la simultaneidad de las dos preguntas se resuelve sola: un enroque de posiciones. Beltrones al PRI, Camacho a la Cámara.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. En materia de niveles de confianza hay códigos postales, digamos. Peña Nieto preferiría ver a uno de los suyos a cargo del partido, como podría ser Aurelio Nuño, actual jefe de la oficina de la Presidencia, y no a un mero aliado con agenda propia como lo es Manlio Fabio Beltrones. Recordemos que en la segunda mitad del sexenio, las cabezas de los partidos políticos adquieren un valor estratégico por la carrera presidencial del 2018.
Peña Nieto una vez más tendrá que decidir entre lealtad y capacidad. Nuño asegura lo primero, Beltrones lo segundo. Y no es que el joven coordinador de Los Pinos carezca de habilidades; ha sido un operador eficaz entre la presidencia, los partidos y las Cámaras a propósito del Pacto por México, primero, y las reformas constitucionales, después. Pero es evidente que a sus 38 años de edad no ha tenido un pulso de la complejidad del mosaico de fuerzas políticas a todo lo largo del territorio nacional. Un ingrediente que necesariamente requiere el piloto que dirija esa gran carpa nacional que es el PRI.
Se dirá con razón, que el PRI es un partido que se subordina al presidente del país. Está en su código genético. Pero recordemos que las principales derrotas que ha sufrido en la disputa por las gubernaturas proceden de la incapacidad para aquilatar los puntos de vista y el peso específico de las corrientes locales. No se puede ceder a todas ellas pero tampoco ignorarlas. De allí que el dirigente nacional del PRI necesite experiencia y un olfato sensible.
Las opciones de Peña Nieto no se reducen a Nuño o a Beltrones. Pero el dilema sí: ¿optará por el control o por la habilidad? ¿Hará del PRI una extensión de Los Pinos o una fuerza política que mire por el partido y no sólo por el grupo mexiquense? Haga sus apuestas.
Publicado en S.E y una quincena de diarios
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August 28, 2014
La bicicleta de Peña Nieto
Para poner a prueba la lealtad de un militante comunista le preguntaron: ¿si usted tuviera una residencia en la playa, la cedería a la revolución para que la disfrutara el pueblo? Desde luego, respondió él. ¿Y si tuviera una camioneta, la entregaría? Sin pensarlo dos veces, afirmó el buen militante. ¿Y un barco? Si yo tuviera un barco entregaría las llaves ahora mismo. ¿Y si tuviera una bicicleta? Ah no, una bicicleta no, porque eso sí tengo. Hace unos días cuando escuché el relato, yo pensé en Pemex y su corrupción.
Todos queremos que se acabe el desaseo en las empresas públicas o las licitaciones amañadas, pero agradecemos el boleto en la reventa para asistir a un espectáculo, compramos alguna película pirata o acudimos a un compadre bien colocado para ahorrarnos un trámite enojoso (aunque eso implique adelantarnos a los que hacen fila en la cola por no tener a un amigo influyente). En otras palabras, como el militante comunista estamos de acuerdo en que la corrupción es inadmisible y debe desaparecer, excepto cuando se trata de “nuestra” corrupción, esa que nos beneficia en una determinada coyuntura.
El tema es pertinente porque el éxito o el fracaso de la reforma energética de Enrique Peña Nieto está vinculado en buena medida a la capacidad que tenga su administración para hacer de Pemex una empresa sana y competitiva. Y eso implica sacarla de la corrupción en la que ha estado sumida durante décadas. Lo que ha sucedido en la paraestatal es no sólo una sangría económica permanente de carácter ilegal, sino también la corrupción política de un sindicato leal al PRI pero profundamente tóxico para los procesos industriales y administrativos de la empresa.
Y no es poco lo que los que los priistas se están jugando en esta apuesta. La energética es el única de las reformas que realmente puede impulsar de manera significativa la economía mexicana. Si el país no crece a tasas por encima del 4 por ciento anual (Peña Nieto ha prometido más del 5 por ciento) el PRI pone en riesgo su aspiración de reelegirse en el 2018.
Desde luego que se puede organizar la intervención extranjera para explotar el gas y el petróleo sin limpiar las entrañas de Pemex, pero eso limitaría enormemente la derrama y los efectos multiplicadores de las inversiones que se esperan. La producción de plátano en las repúblicas bananeras o la operación del Canal de Panamá fue muy eficiente durante décadas, pero con escaso impacto en el bienestar de la población local.
La pregunta entonces es si el gobierno de Peña Nieto puede hacer de Pemex una isla eficaz, competitiva y sana en un archipiélago caracterizado por la corrupción y la ausencia del estado de derecho. El reto entraña dos problemas. Primero, saber si la élite política y empresarial está realmente dispuesta a hacerlo. No son pocos los frenos y obstáculos que surgen del propio grupo político que impulsa esta apertura. Una y otra vez se ha señalado la profunda simbiosis que existe entre el corporativismo y el PRI. Incluso el grupo político mexiquense al que pertenece al presidente debe su existencia y su reproducción a estructuras clientelares y aprovechamientos patrimoniales fincados en el pasado.
Segundo, asumiendo (sin conceder) que la administración de Peña Nieto esté dispuesta a llevar hasta sus últimas consecuencias el saneamiento de la paraestatal, pese a los costos políticos, habría que ver si tal proeza es posible. Lo cual nos regresa al tema de la bicicleta que no queremos entregar.
¿Es la corrupción un asunto endémico, incrustado en la cultura popular y un ingrediente inextirpable del ADN del mexicano? Yo personalmente no lo creo. O por lo menos, no del todo. Las personas delinquen donde se puede y lo evitan donde no se puede. El Canal de Panamá constituye un ejemplo palpable: las autoridades locales recibieron una administración eficaz y muy auditada de parte de los estadounidenses y han logrado mantenerla como tal. El paso de los buques arroja un ingreso promedio de seis millones de dólares diarios y las tarifas varían enormemente en función del tamaño del barco y la prisa que tengan por pasar. Es decir, un incentivo perfecto para generar un mercado negro de turnos y de tráfico de influencias. Y sin embargo la operación del Canal es limpia. Mientras tanto, el resto de la vida pública, las actividades empresariales y el ejercicio del presupuesto opera con enormes dosis de corrupción. En otras palabras el fenómeno de la corrupción está incrustado en la vida panameña tanto o más que en la mexicana, excepto en los temas vinculados al Canal.
¿Sería posible hacer de Pemex nuestra zona limpia? ¿O habrá que esperar a introducir el estado de derecho y erradicar la impunidad en la sociedad mexicana antes de pensar en un islote sin contaminación? Llegó el momento en que Peña Nieto entregue su bicicleta ¿Lo hará? ¿Usted qué cree?
Publicado en El País
@jorgezepedap
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August 24, 2014
Los 400
En principio difícilmente podría alguien oponerse a la propuesta del PRI de reducir de 500 a 400 los miembros de la cámara de diputados mediante el simple expediente de eliminar cien legisladores plurinominales. Resistiré el chiste fácil de responder lo que a muchos se nos ocurre: ¿Y por qué no los desaparecemos a todos?
Y es que en efecto pocos oficios en el país están más desprestigiado que el de un diputado. Difícilmente pasa una semana sin que veamos a un legislador dormido en la tribuna o jugando Angrybirds en sus tabletas. O peor aún, organizando fiestas privadas con escorts de muy amplio criterio. Periódicamente nos enteramos de los generosos bonos que se auto asignan o sus reiterados viajes político-turísticos al extranjero en los que el principal tema de la agenda es pasar al dutyfree del aeropuerto.
Quinientos diputados son muchos (cuatrocientos también) cuando en realidad sabemos que las decisiones de la Cámara son tomadas en realidad por no más de veinte líderes de fracción y presidentes de comisiones importantes. Los demás no son más que brazos convenientemente alzados cuando son requeridos. Y en ciertas ocasiones no siquiera esos veinte son decisivos. La parte sustantiva de las leyes importantes no son decididas en la Cámara, aunque allí se voten, sino en el estire y afloja entre las élites de nuestro país en los restaurantes de las Lomas y Polanco en la Ciudad de México.
Desde luego que la propuesta del PRI no es inocente. Con las divisiones de la izquierda y la alicaída imagen del PAN, el partido en el poder confía en alzarse con la victoria en una buena proporción de los 300 distritos electorales del país, en las elecciones del próximo año. Reducir de 200 a 100 las plurinominales que compensan minorías y “distorsionan” el resultado directo, el PRI podría obtener la mayoría absoluta en esos 300 distritos que se computan directamente. Y con un poco de suerte, sus aliados del PVEM y del PANAL le permitirían alcanzar los dos tercios que requieren las reformas constitucionales. Por lo menos esa es la idea.
Una segunda intención en la propuesta del PRI es ampliar la agenda de temas para la ronda de consultas que se harán en las próximas elecciones. Como se sabe, el PRD llevará a referéndum la reforma energética; por su parte, el PAN desea someter el aumento del salario mínimo a la consulta popular. El PRI decidió no quedarse atrás y escogió la reducción de las plurinominales como su punta de lanza. Con eso mata dos pájaros de un tiro: mejora sus posibilidades de ejercer control sobre la Cámara de diputados y quita importancia a la consulta sobre la reforma energética de la izquierda, al diversificar el número de temas a ser votados. Es decir, divide la atención e impide que la elección se convierta en un gran referéndum sobre el petróleo.
Como mencionaba al principio, difícilmente se puede estar en desacuerdo con la propuesta de reducir el enorme número de diputados. En ese sentido el PRI escogió bien su tema (desde luego, oficio tienen). Pero debe quedarnos claro que ese no es el meollo del asunto. Reducir legisladores tendrá muy poco efecto si los 400 que quedan siguen despilfarrando recursos públicos como lo han hecho hasta ahora. Dicho de otra forma, cuatro pueden gastar lo mismo que cinco si mantienen la impunidad absoluta con la que han estado operando. Simplemente pensarán que ahora que son menos habrá más recursos per cápita . La propuesta del PRI tendría que venir acompañada de una serie de mecanismos para hacer mucho más eficiente el funcionamiento de la Cámara y medidas para asegurar la rendición de cuentas y la transparencia de las actividades y los recursos públicos utilizados.
Podrían comenzar, por ejemplo, con la revisión del fuero del que gozan los legisladores. Se supone que diputados y senadores disfrutan del fuero para evitar ser presionados mediante la vía judicial por otros poderes. Pero en el fondo eso los convierte en un estamento por encima de los ciudadanos que dicen representar. Una noción muy poco republicana, por decir lo menos. Peor aún, las fuerzas políticas han utilizado este privilegio para proteger a miembros que se encuentran en riesgo frente a la ley: líderes sindicatos y ex funcionarios polémicos. Pasan de la cámara de diputados a la de senadores, y viceversa, en un limbo eterno de impunidad. Para no ir más lejos: Romero Deschamps, líder de los trabajadores petroleros, ha sido tres veces diputados y dos veces senador: 21 años de blindaje siete (durante los cuales no ha presentado un solo proyecto de ley).
En resumen, bienvenida la reducción de plurinominales pero ya que están en ello, además de desaparecer cien diputados ¿no podrían, de una vez, sanear a los otros cuatrocientos?
Publicado en quince diarios
@jorgezepedap
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August 20, 2014
Los ricos también lloran, y luego se hacen más ricos
Son los verdaderos amos, los titiriteros de la escena pública. Llegan y pasan presidentes, normalmente con más pena que gloria, y ascienden y descienden funcionarios, pero los que pertenecen a la lista de Forbes están allí, año tras año, con más o con menos ceros en su patrimonio, pero con la certeza de que llegaron para quedarse.
Los hay en cada país y no cuesta trabajo memorizarlos porque son apellidos que atraviesan generaciones. En México Slim, Azcárraga, Bailleres, Salinas Pliego, Vázquez Raña, Familia González (Banorte), Servitje, Zambrano, Coppel, Larrea, Chedraui, Familia Ramírez (Cinépolis), Familia Fernández (FEMSA), Del Valle, Senderos, Saba, Losada, entre otros.
Alguna vez intenté vivir 24 horas sin consumir un servicio o una mercancía del Grupo Carso y debo decir que resultó una misión abortada. Si la tarea se extiende al conjunto de las empresas pertenecientes a las familias mencionadas arriba, tendríamos que concluir que se trata de un objetivo imposible de cumplir. Literalmente tendríamos que limitarnos a respirar, desnudos y a la sombra de algún árbol silvestre (si es frutal seguro está vinculado a alguna de las cadenas alimenticias propiedad de estos empresarios).
Se ha dicho que estamos a seis grados de separación de cualquier otro ser humano del planeta. Pues bien, la élite empresarial está a un grado de separación de los 120 millones de mexicanos. Vestirse, calzarse, comer, fumar, ejercitarse para estar sano o enfermarse, usar un teléfono o la WEB implica depositar un óbolo en el bolsillo de los dueños del capital. Ser aficionado al futbol, incluso, ha dejado de ser un sentimiento que presumíamos pertenecía a un universo paralelo, ajeno al mercado o al mundo laboral. Eso ha cambiado. Basta contemplar la junta de dueños de equipos de futbol para darnos cuenta que nuestra pasión por una camiseta, también ya es de ellos (Slim, Azcárraga, Salinas Pliego, Vázquez Raña, Vergara, entre otros, son propietarios de uno o más equipos de la primera división).
El problema con el llamado “uno por ciento”, no es que sea envidiablemente rico sino que cada vez lo es más. Uno de los pocos beneficios del presidencialismo de antaño era que el enorme poder del ejecutivo constituía un freno al excesivo empoderamiento de los grandes capitales. Los presidentes mexicanos solían desconfiar de millonarios procedentes de otros sexenios, y preferían impulsar los propios. El ejecutivo construía compuertas y exclusas para impedir la emergencia de un poder por encima del suyo. No es casual la histórica frase de El Tigre Azcárraga, “soy un soldado del PRI”. Hoy ya no es así. Su hijo, presidente de Televisa, no se consideraría a sí mismo como soldado de ningún partido, pero podría asumirse como un general de muchos. Todo aspirante a la presidencia debe pasar tarde o temprano, a negociar o de plano a rendir tributo a los oligarcas de los medios de comunicación.
El debilitamiento de la figura presidencial, producto de la alternancia política y la aparición en México de la competencia electoral, modificó para siempre la correlación entre los poderosos. Los vacíos de poder no fueron llenados por instituciones democráticas sino por la irrupción de los poderes fácticos (grandes empresarios, crimen organizado, sindicatos). Los multimillonarios mexicanos comenzaron a escalar las lista de Forbes justamente en estos últimos quince años. Antes de eso ocupaban posiciones más bien discretas en el ámbito internacional.
Hoy en día no se puede ganar una elección sin dinero ni cobertura mediática. Y, por otro lado, no se trata de una correlación de fuerzas entre dos bloques: políticos vs empresarios. En realidad, los intereses empresariales han penetrado a la clase política y se habla ya de una telebancada en el Congreso y de gobernadores que en cierta forma son más cercanos a un grupo de interés privado que al líder de su respectivo partido. Como en Estados Unidos, el futuro comienza a desplazarse de los políticos a los poderosos grupos de cabildeo.
Habría que preguntarnos si la fuerza de estos grupos ha escalado a tal magnitud que ha cruzado ya la posibilidad de retorno. Es decir, si los recursos y esfuerzos de la sociedad para acotar el empoderamiento de la gran empresa son inferiores a la capacidad de la élite para neutralizar tales esfuerzos.
Por lo demás, no se trata de “deshacerse” de determinados apellidos o de satanizarlos. Si no se llamaran González o Coppel, serían Martínez o Porter. Personalizar el fenómeno no hace sino esconderlo. Larrea o Bailleres no son peores personas que el resto de los mortales.
El problema está en las estructuras que posibilitan una sociedad tan desigual y en el hecho de que la desigualdad tienda a profundizarse y a reproducirse. Montar los mecanismos que atenúen tal proceso es una tarea prioritaria; algunas de las reformas de Peña Nieto lo intentan de manera tibia, pero tales esfuerzos comienzan a ser neutralizados por los poderes fácticos. Me parece que el Presidente no tendrá oportunidad alguna si no se apoya en la comunidad. Esperemos que lo haga antes de que termine siendo maniatado; antes de que sea demasiado tarde.
Publicado en El País
@jorgezepedap
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Jarrones pirata: Fox y Calderón
Felipe Calderón ha citado en estos días el viejo dicho de que los ex presidentes son como los jarrones chinos: se sabe que tiene mucho valor pera nadie sabe dónde colocarlos. El panista tiene mucha razón en eso de que no se sabe qué hacer con los ex presidentes pero se equivoca en algo: tienen mucho menos valor de lo que cree. Si fueran jarrones chinos en todo caso serían de los de imitación que se venden en los tianguis.
La semana pasada los dos expresidentes del PAN salieron al escenario para mostrar que aún están vivos. Lo cual no deja de ser curioso tratándose de dos mandatarios que prefirieron nadar de muertito la mayor parte de su sexenio salvo para dos cosas: Fox para soltar ocurrencias, Calderón para soltar los perros de guerra en el fallido combate al crimen organizado. Para casi todo lo demás encabezaron doce años de un gran bostezo. Tan es así que los primeros veinte meses de Peña Nieto parecen, en comparación, una dechado de activismo político gracias a su andanada de reformas.
También la semana pasada Vicente Fox anunció la celebración de una cumbre energética en su rancho de Guanajuato a la cual asistiría el propio Peña Nieto, además de varios miembros del gabinete. Los Pinos no ha confirmado el hecho, así es que bien podría tratarse de otra de las fanfarronadas del Vaquero cocacolero (cómo olvidar la clásica de “Chiapas se resuelve en quince minutos”). Fox afirmó, además, que está en proceso de reunir un fondo de 500 millones de dólares, probablemente para asegurar que la reforma energética llegue a buen puerto. Hombre, gracias; qué sería de nosotros sin nuestro Mandela versión ranchera.
Fox me recuerda a un grupo de mexicanos que residía en París en la Ciudad Universitaria, en la Maison du Mexique en los años noventa. Todos los fines de semana celebraban una noche mexicana con guitarras y sarapes de saltillo para beber tequila, comer totopos con guacamole y llorar de nostalgia por el terruño a ritmo de José Alfredo Jiménez. Años después me los encontré de regreso en México en dónde se reunían una vez al mes para oír a Edith Piaf, tomar vino francés y embarrar quesos olorosos en pan baguette, para llorar su nostalgia por la incomparable época parisina.
Desde mediados de su sexenio como presidente, Fox comenzó a decir que añoraba regresar a su rancho y observo los últimos años de su administración como una anhelada cuenta regresiva. Le urgía salir de Los Pinos y de la escena pública para irse a montar caballos. Hoy no encuentra como entrar a la escena pública y busca micrófonos con la desesperación del adicto.
Calderón no canta mal las rancheras. Luego de su modesto paso por Harvard (qué fue cacareado como si se tratara del fichaje de James Rodríguez para el Real Madrid, pero en realidad la universidad lo aceptó como invitado temporal para quedar a disposición de alguna charla y consultas de estudiantes), el expresidente regresó con más pena que gloria. La semana pasada presentó un libro para reivindicar a su gobierno, acto al que asistieron miembros de su administración en un reunión más bien desangelada. Como un funeral al que los asistentes acuden calculando el tiempo mínimo que tendrán que mostrar la cara para que se registre su presencia.
Más preocupante que sus esfuerzos por colarse a los reflectores, es el hecho de que Calderón todavía puede hacer bastante daño dentro de su partido. Como presidente rompió, por vez primera, la tradicional democracia en la vida interna del PAN imponiendo una y otra vez manotazos desde Los Pinos. Nadie ignora que su grupo liderado por Ernesto Cordero y María Luisa Calderón intentan hacerle la vida imposible a Gustavo Madero, presidente del debilitado panismo.
A Ernesto Zedillo le seguirá por siempre el nefasto Fobaproa del rescate bancario, pero ha sabido ser un ex presidente ausente, lo cual se agradece. Fox fue un extraordinario candidato, un presidente mediocre y un ex presidente incómodo. Calderón se está inaugurando, pero tiene todos los visos de que habrá de conquistar un pésimo triatlón político: mal candidato, mal presidente, mal ex presidente. Veremos.
Publicado en Sinembargo.mx
@jorgezepedap
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August 17, 2014
¿Perdimos a Mancera?
La caída estrepitosa de la imagen de Miguel Mancera, jefe de gobierno de la capital, es a tal grado preocupante que por vez primera en quince años la izquierda está en peligro de perder el control del Distrito Federal. Pese a que el abogado llegó al poder tras capturar más de un 60 por ciento de los votos hoy poco menos que el 40 por ciento de los capitalinos aprueba su gestión y, todo indica, es una proporción que desciende día a día.
Se me dirá que la popularidad de Peña Nieto no es mucho mejor y pese a ello nada amenaza al PRI, lo cual es cierto. Pero es que el PRI no tiene en este momento contrincante a la vista capaz de capitalizar políticamente el descontento. Sus principales rivales, PRD y PAN, están hoy tan inmersos en sus propias luchas internas que no constituyen una amenaza real. Para desgracia de Mancera ese no es su caso, justamente porque tiene enfrente al PRI para ocupar cada uno de los espacios que la izquierda ceda en la capital. Por lo pronto, el PRD observa la elección de jefes de delegación del próximo año como una inexorable y dolorosa cuenta regresiva: la división de votos de la izquierda entre Morena y el PRD permitirá al tricolor alzarse con varias de las delegaciones de las que fue expulsado hace más de dos décadas. Peor aún, lo que suceda en estas elecciones intermedias de 2015 podrían ser un ensayo de laboratorio de lo que sucedería en 2018 cuando la alcaldía esté en disputa.
Las razones del desmoronamiento de la imagen de Mancera son complejas, y no todas achacables a su persona. Pero ciertamente si se le compara con los tres peces gordos que le precedieron su figura queda empequeñecida. Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard poseían oficio, capital político y una larga experiencia en materia de navegación sobre aguas turbulentas. Cada uno a su manera, los tres ejercieron un relativo liderazgo sobre las diversas tribus que controlan las redes de apoyo y las organizaciones sociales de la capital.
Pero ese no es el caso de Miguel Mancera. Ganó porque no había una figura más atractiva dentro del PRD para asegurar el voto de los capitalinos. El problema es que se trataba del típico caso de un rostro empático, pero con escaso empaque político. A mi juicio la culpa del encumbramiento de Mancera la tiene Marcelo Ebrard y en alguna medida López Obrador. El primero se obsesionó por la candidatura de Mario Delgado, una figura muy poco carismática dentro y fuera del partido; y por su parte, AMLO decidió no meter las manos en el DF (apoyando a Alejandra Barrales, por ejemplo ) a cambio del pacto mediante el cual Ebrard no le disputó la candidatura a la presidencia.
El resultado es un jefe de gobierno con muy escasos márgenes de control sobre los grupos que ejercen el poder en la capital. Carece de padrinos y no posee una personalidad o una experiencia capaz de sobreponerse a su orfandad. Formado en el carril jurídico de la Procuraduría Mancera saltó al primer plano sin acumular experiencias en otros terrenos. Más preocupante aún, se trataba en realidad de un cuadro técnico sin militancias políticas y todavía peor, sin proyecto político. Frente a la profusión de ideas y emprendimientos que caracterizaron a López Obrador y a Ebrard, el abogado ha batallado para encontrar algún terreno sobre el cual construir su impronta. A diferencia de los anteriores, llegó al poder sin saber realmente qué quería hacer con él.
Resultado de lo anterior es que Mancera ha sido chamaqueado por otros actores políticos. El Hoy no Circula, que le recrimina la población ni siquiera fue una decisión suya o de su gobierno. Y la idea de aumentar el salario mínimo, que sí la es, ha sido tan pésimamente defendida que le ha costado animadversión de empresarios y rivales.
No me parece deseable que la capital sea recuperada por el PRI. Frente al resto de las entidades federativas, el gobierno de la izquierda en la Ciudad de México puede ostentar un balance más que favorable. En su independencia frente a Los Pinos, el DF se convirtió en punta de lanza en materia legislativa y en proyectos urbanos originales para el resto del país. Un impulso que seguramente perdería si queda subordinado a los designios y necesidades políticas del Presidente, cualquiera que este sea. El desplome de Mancera no se traduce automáticamente en un triunfo parcial del PRI en 2015 y total en 2018, pero lo favorece mucho. ¿Tendrá algún margen el Jefe de Gobierno para revertir tan ominoso destino?
Publicada en diarios nacionales
@jorgezepedap
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August 14, 2014
¿Tiene remedio el PAN?
No sé si la mayoría de los hombres en México hayan acudido alguna vez a un prostíbulo o participado activamente en fiestas amenizadas por escorts sumamente complacientes. Muchos, supongo. Y sin embargo ha provocado un efecto devastador las imágenes del video que circulan en las redes sociales de la fiesta privada que un grupo de panistas se organizó con tan cariñosas edecanes.
Hay desde luego un cuestionamiento ético, con todo lo subjetivo que ello supone: produce incomodidad, por decir lo menos, captar las caras de legisladores que uno ha visto en la tribuna cuando esgrimían indignados argumentos morales, envestidas ahora de miradas torvas y gestos soeces dirigidos a chicas veinte y treinta años más jóvenes.
Reprobable, como pudiera serlo para muchos ciudadanos, lo anterior no implica delito alguno y no pasaría de constituir un incómodo incidente privado. El problema es que se trataba de una velada en el marco de la reunión parlamentaria que la fracción panista sostenía en Puerto Vallarta. Es decir, un viaje financiado con las partidas que reciben las fracciones procedentes del erario público. Si la fiesta fue pagada con recursos públicos se trataría entonces ya no sólo de un cuestionamiento moral, sino también de un gasto injustificado, de un delito.
Y no obstante, sea delito o sólo un incidente bochornoso, el efecto político es inmenso. Particularmente por tratarse del PAN. Nadie en su sano juicio tomaría a los políticos y funcionarios por monjes franciscanos; ni esperaría ver rastros de Gandhi o Mandela en el comportamiento de un diputado. Pero sí un mínimo de congruencia con aquellos políticos que convierten a la ética en bandera. Durante décadas este partido hizo de la crítica moral a los excesos y corruptelas del PRI su plataforma política. Se podía estar de acuerdo o no con las tesis de Gómez Morín, Efraín González Luna, Castillo Peraza o Luis H. Álvarez, pero nadie podía poner en duda su rectitud o la autenticidad de su indignación ante los abusos de los priistas.
Parte del desencanto que provocó la llegada del PAN al poder tuvo que ver con su descalabro moral. Primero el gobierno de Vicente Fox y luego el de Felipe Calderón hicieron muy poco por combatir a la corrupción, pese a hacer de ella su dedo flamígero durante la campaña (cómo olvidar la frase “sacaremos a tepocatas y víboras de Los Pinos”). Ernesto Zedillo, último presidente priista antes del paréntesis panista, metió a la cárcel al gobernador Mario Villanueva; y el primero, Enrique Peña Nieto, a Elba Esther Gordillo. Entremedio, en los doce años del PAN ningún pez gordo fue detenido. Los excesos de “los amigos de Fox”, y el gusto por la fiesta, las mujeres jóvenes y los apartamentos de lujo por parte de los jóvenes miembros del gabinete de Calderón terminaron por socavar la supuesta honestidad panista. “Son como los priistas, pero sin el oficio”, comenzó a decirse. “Son peores”, afirmó un empresario tapatío, “como son honestos las comisiones resultan más caras: no se corrompen por 10 mil, pero sí por 50 mil”.
Ahora que han regresado a la oposición la “honestidad” panista sigue ausente. El escándalo de los llamados moches (comisiones que las alcaldías deben pagar para recibir recursos federales), los excesos de los coordinadores del blanquiazul en las cámaras, la detención de funcionarios por golpear a un marido ofendido en Brasil, muestran hasta que punto los panistas se han acostumbrado al uso discrecional y abusivo del poder.
Probablemente nada exprese con mayor claridad la manera en que este cáncer se instaló en el ADN panista que la tolerancia de Gustavo Madero, líder del partido, con su coordinador en la cámara de diputados, Luis Alberto Villareal. Este legislador ha sido el centro de la mayor parte de los escándalos recientes, incluyendo el tema de los moches o el tráfico de influencias para favorecer a los casinos, y sin embargo fue apoyado una y otra vez por su líder, a cambio de su lealtad incondicional. Finalmente su suerte parece echada gracias al video exhibido.
El PAN es hoy tercera fuerza en el país según las encuestas de opinión y los resultados de la elección 2012. A su fracaso político hoy añaden su descalabro moral. Y no es poca cosa. La bancarrota moral es infinitamente más dañina para un partido conservador que para cualquier otro. Sus simpatizantes suelen vincularse a posiciones doctrinarias y conservadoras en asuntos relativos a valores familiares y temas de moral convencional. Por otro parte, son más intolerantes a los excesos de los políticos profesionales, como parte de una desconfianza arraigada a todo lo que se vincula con el Estado. Dicho de otra manera, de un priista el votante sólo espera que tenga oficio, sea eficaz y no robe demasiado; de un panista espera sobre todo honestidad y esa expectativa ya se ha esfumado.
El problema del PAN no es sólo que el cáncer de la inmoralidad ha echado raíces; tampoco se observan figuras que proyecten una imagen de integridad que permita al partido regresar a los orígenes. Estos jóvenes ambiciosos de poder que acechan a los líderes actuales no parecen precisamente la versión modernizada de Luis H. Álvarez, y sí la de Luis Alberto Villareal. Mala cosa.
Publicado en el diario El País
@jorgezepedap
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August 3, 2014
Retiro lo dicho, o casi
Algo está mal cuando los Romero Deschamps y los Ricardo Aldana mueven el brazo y sacuden sus relojes millonarios para votar en el mismo sentido que los legisladores del PRD en las cámaras. Algo está mal con los perredistas, desde luego. Ambos, líderes charros y parlamentarios de izquierda, se opusieron al rescate financiero de las pensiones y jubilaciones de Pemex que fueron aprobadas por el resto de los partidos en los últimos días.
En este espacio he criticado una y otra vez lo que he considerado excesos, malas prácticas y arranques autoritarios de la administración de Peña Nieto. En esta ocasión, sin embargo, debo admitir que es correcta y valiente la decisión de convertir en deuda pública la bomba de tiempo que representaba el pasivo laboral de un gremio podrido por la corrupción. (Ya sé, algunos de ustedes estarán diciéndose que un columnista más se ha vendido o doblado las manos ante el poder; no se preocupen, tengo la seguridad que en las próximas semanas Peña Nieto y sus círculos me darán material para demostrarles lo contrario).
La parte fundamental de la medida tomada en el Congreso está inscrita en la letra chica: tal rescate económico no se efectuará mientras no se modifique el contrato colectivo de trabajo con el sindicato. Entre otras cosas para obligar a recorrer la edad de jubilación de 55 años a 65 y para asegurar que las pensiones sean similares a las del resto de los mexicanos. Establece la obligación de que la Auditoria Superior de la Federación vigile los ingresos del sindicato para evitar desviaciones e irregularidades y para castigar a los responsables de cometerlos. En otras palabras, sienta las bases par desmontar el enorme poder discrecional del poderoso sindicato de Pemex. Se dice rápido, pero no es poca cosa.
En este diario publiqué hace meses una crítica acerva al proyecto de reforma energética porque consideraba que abrir la explotación del petróleo sin sanear a Pemex para hacerla competitiva, equivalía a entregar la energía a manos extranjeras. Lo que acaba de suceder con el rescate financiero es un primer paso para darle a México una oportunidad. No retiro lo dicho, pero casi. La estrategia política de Peña Nieto a largo plazo comienza a ser interesante, y ojalá no sea este un garbanzo de a libra, una excepción virtuosa. En todo caso, habría que vigilarla de cerca. ¿Por qué?
Porque el sindicato petrolero ha sido uno de los bastiones claves del PRI. No sólo en lo económico (y allí está el ominoso “préstamo” de mil millones entregado a la campaña de Labastida en el 2000). Políticamente el contubernio entre sindicato y PRI permitió inocular a los trabajadores petroleros contra cualquier germen de disidencia lopezobradorista o cardenista. Recordemos que desde la toma de pozos en los años noventa en Tabasco hasta las recientes marchas para protestar por la reforma energética, López Obrador ha intentado convertir en aliados a los trabajadores de la paraestatal, sin éxito. El gobierno los ha galvanizado a punta de prebendas y privilegios hasta convertirlos en una aristocracia obrera. En el camino hicieron de Pemex una de las empresas de energía más ineficientes del planeta.
Romper los privilegios del sindicato petrolero va contra los intereses del PRI al corto plazo, pero favorece los del Estado mexicano al largo plazo y, por ende, los de la sociedad en su conjunto. Obviamente podría ser muy beneficiosa para el grupo político asentado en Los Pinos si logra que, en efecto, la industria energética se dinamice y, más importante aún, que esa dinamización provoque efectos multiplicadores en el resto de la sociedad mexicana. Y para que eso sucede se necesita que Pemex y CFE sean mucho más competitivos, de otra manera gran parte de los beneficios de la apertura no se quedarán en el país.
En otras palabras, si el PRI, y más concretamente el grupo Atlacomulco, quiere sostenerse en el poder durante varios sexenios tiene que generar un impulso de crecimiento sostenido y para ello requiere desprenderse de practicas viciadas y anacrónicas. Poner fin al control económico y político que el sindicato ejercía sobre Pemex equivale para el PRI a amputarse un miembro gangrenado. Era necesario, pero no dejaba de ser traumático y doloroso. Y para Peña Nieto tampoco era decisión sencilla frente a la opinión pública: corría el riesgo de aumentar su impopularidad por buscar convertir en deuda de todos los mexicanos los pasivos laborales de Pemex.
Ahora bien, todavía es pronto para saber si las medidas tomadas esta semana sanarán efectivamente a la paraestatal. Son pasos en la dirección correcta. Habrá que ver si el gobierno no cede en el camino bajo la presión de los viejos priistas.
Publicado en quince diarios
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