Laura Urcelay's Blog: Laura Urcelay, page 7

April 16, 2020

El Rey U. Microrrelato para escribir jugando (Abril)

Aquel carnaval fue el hada del parvulario. Transformó a sus amigos con la varita: “Superhéroe, astronauta, bombera…”. Quizá, pensó, pudiera convertir al Rey U, hacerlo fácil para que la seño Luisa no la chillara. “¡Parece escritura cuneiforme!” Había vociferado el día anterior, y Cintia, sin entender, lloró y asumió que era horrible.





Entró en clase. Frente al póster del abecedario, señaló al Rey U con su varita mágica.





—¿Qué haces?





Se giró aterrada. Allí estaba Luisa.  Aún con la varita en alto, susurro:





—Serás una seño buena.





Luisa torció el ojo bizco, agarró a Cintia y la zarandeó hasta dirección.





Reto abril



Con este micro participo en el reto Escribir Jugando (Abril). 100 palabras sin contar el título. Una vuelta a mis primeros años aprendiendo las vocales que identificábamos con personajes de la realeza. No entiendo por qué se me resistía la U, el Rey U, que encima aparece en mi nombre y apellido. Cosas de la vida.

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Published on April 16, 2020 03:12

April 8, 2020

Elsaterrestre. Nuestros héroes

Cuando todo explotó estaba en casa de mis padres. Había ido después de un mes sin verlos, andaba ocupada con la universidad, los sábados de fiesta y los domingos de resaca. Desplazarme trescientos kilómetros para meterme en su piso con olor a tetera enmohecida y paredes de nieve sucia era un esfuerzo que no me compensaba y, a modo de castigo, el estado de alarma me cogió allí.





Mi padre y yo estábamos en el sofá grande, mi madre en el pequeño y mi hermana en su butaca. Escuchábamos en silencio la noticia hasta que mi padre miró a mi hermana y con su voz de calabozo, soltó:





—Hay que joderse, Elsa, tantos años intentando cambiarte y ahora nos vas a tener que enseñar tú a vivir.





Mi hermana no dijo nada, como de costumbre, permaneció con esa cara de venado que ha tenido desde pequeña con la que parece declarar su superioridad moral.





 —Teníamos una heroína en casa y nosotros pensando que era un bicho raro —siguió mi padre—. Esto es de órdago.





—Para ya, Manolo —dijo mi madre, siempre defendiendo a Elsa, cubriéndola con su escafandra, sucumbiendo a sus rarezas.





Me levanté enfurecida y entré en mi habitación. Me ardía la cabeza de pensar en los quince días que me esperaban en ese piso de setenta metros con ellos tres. Si en ese momento hubiera sabido que se alargaría el encierro, creo que me habría puesto en ruta pasara lo que pasase.





Tumbada en la cama intenté leer, pero no era capaz de concentrarme. Puse música en el móvil, cerré los ojos y dejé que aquellos años de los que había huido me contagiaran con su carga letal.





Elsa invadía mis recuerdos como un fantasma silencioso y desdibujado de los que aparecen en fotografías sin que se les espere. Pasé años justificándola ante sus compañeros, mis amigos y nuestro padre. Tengo una imagen recurrente del colegio, a la hora del recreo: Elsa apoyada contra su columna del porche, sin levantar la vista del libro, su tesoro, ni cuando los chicos pasaban y le gritaban Elsaterrestre. No reaccionaba, tampoco a los elogios de los maestros por sus notas excelentes, parecía que no entendiera y seguía con su eterna cara de venado. Alguien tenía que reaccionar por ella y me tocó a mí, la hermana pequeña, vivaracha y popular, que nada tenía que ver con la rarita.





Cuando Elsa entró al instituto me sentí algo liberada. Podía intuir lo que pasaba en el edificio de enfrente, pero ya no estaba allí para insultar o sonreír por ella. Los tres años de diferencia pasaron rápido y me vi otra vez en el mismo ambiente, yo en primero de la ESO, ella en cuarto. Fue cuando empecé a ignorarla. Tenía una fama que labrarme, nuevas compañeras, chicos desconocidos. No me costó demasiado hacer como que no veía cuando le ponían la zancadilla en el pasillo o le quitaban el libro y se lo pasaban de unos a otros hasta que se hartaban y lo tiraban al suelo. Además, parecía no importarle, parecía no sufrir con aquellas vejaciones, aunque yo sabía que se angustiaba cuando de vuelta a casa alisaba una y otra vez la tapa ajada de su libro.





Elsa acabó el bachillerato con matrícula de honor. Hizo una carrera a distancia que terminó con premio extraordinario, encontró trabajo telemático y nunca más volvió a salir de casa. Limitó su contacto social a nosotros tres, no quería ni ver a los primos, si venían de visita se escondía en su habitación hasta que desaparecían. Se marcó una rutina inamovible: se levantaba a las seis de la mañana, hacía ejercicios en una bicicleta estática, se duchaba, desayunaba, fregaba su habitación con lejía, trabajaba de nueve a una, comía, leía un par de horas en su butaca, volvía a trabajar de cuatro a ocho, cenaba, veía una película y se metía en la cama. Los fines de semana los dedicaba a sus lecturas, puzles y escrituras.





Me asfixiaba su comportamiento, me asfixiaba que mi hermana mayor no fuera capaz de darme un abrazo, de intercambiar su ropa conmigo, de contarme sus confidencias amorosas, como hacían mis amigas con las suyas. A mis padres también les asfixió durante una época, cuando los profesores decían que allí había algo que no era normal y mientras mi padre bebía en el bar de abajo, mi madre la llevaba al psicólogo del colegio, al de la seguridad social y a otro privado, hasta que se cansó, dijo que su niña era así y la aceptó. Mi padre no la aceptó, solo la toleró con ayuda del vino tinto. Y yo decidí que me iría a estudiar lejos y así no tendría que aceptar ni tolerar a ninguno de ellos.





Y ahora me había quedado allí atrapada veinticuatro horas. Ahora no solo tenía que aceptar lo que llevaba años evitando, sino que tenía que aprender de Elsa: tenía que aprender la distancia social, a quedarme en casa, a estudiar desde casa, a ejercitarme en casa; tenía que aprender a estar conmigo misma.





Miré el reloj, las seis de la tarde. Elsa estaría con alguno de sus puzles. Llamé a su puerta y cuando me abrió le pregunté si podía ayudarla. Asintió con la cabeza. Me senté a su lado y la observé. La misma cara de venado, las manos resecas por la lejía. Pensé en los chicos del colegio ¿se acordarían de ella? Ojalá se dieran cuenta, como yo, de que ya no sería Elsaterrestre sino Superelsa, la heroína de una nueva etapa que nos tocaba vivir de otra manera, al menos por un tiempo.









Con este relato participo en el Concurso de historias sobre nuestros héroes.       

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Published on April 08, 2020 23:16

April 5, 2020

Las flores rojas: mi primera publicación con diez años

El viernes pasado tendría que haber ido a Torrelavega (Cantabria), mi ciudad, a presentar mi novela Hasta luego, futuro. Por supuesto, lo cancelamos hace semanas y no sabemos cuándo podremos poner nueva fecha. Desde anoche tengo pesadillas en las que la librería está llena de gente con guantes y mascarillas y nos quedamos con las ganas de besarnos y abrazarnos (y eso que somos del norte) y todo el mundo desinfecta mi libro al llegar a su casa.





El caso es que el viernes estaba nostálgica y aburrida y me dio por poner mi nombre (el de verdad) en Google (modo narcisista ON). Empecé a pasar páginas viendo los resultados hasta que me encontré con una joya que antes no había estado ahí (esto ya lo había hecho más veces). Me encontré con un artículo rescatado de un proyecto que realizó mi colegio cuando yo estaba en quinto de primaria, una revista en la que colaborábamos el alumnado y ahí estaba ¡mi primera publicación! Parece que con 10 años quise ser poeta y ahora entiendo por qué al final me decanté por la prosa.





[image error]Mi primer poema. ¿Por qué nadie me dijo que contenía una incoherencia brutal? Primero digo que las flores se lo agradecen de muchas maneras y, tres versos más abajo que no tienen otra forma de agradecer…



Este hallazgo me alegró el día. Nunca pensé que encontraría mi primera publicación y la pongo aquí para que ya nunca se me pierda.









Sí, mi verdadero nombre es Laura Ruiz Benito. ¿Sabes de dónde viene mi pseudónimo “Urcelay”?





a) Segundo apellido de mi padre





b) Segundo apellido de mi madre





c) Apellido inventado





d) Apellido de mi cantante mexicano favorito

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Published on April 05, 2020 00:30

March 26, 2020

Encierro voluntario

Aún veo aquella tarjeta musical con claridad. Era amarilla, del tamaño que tenía mi mano con siete años. En el centro, las letras de J&B brillaban con un rojo intenso. Cuando la abrías, la sintonía de Jingle Bells se colaba como un chillido directo al cerebro. Fue un regalo de mi abuelo alcoholizado.





Es curioso que haya olvidado decenas de regalos bonitos y esa tarjeta permanezca en mis recuerdos. Fue aquel momento, uno de esos que parecen ordinarios, sin importancia, pero que luego se convierten en instantes clave de tu vida.





Era enero, ya había pasado la Navidad. Fui con mi padre a casa de los abuelos.





—Se han encerrado —le oí decir a mi abuela— toda la plantilla. Dicen que no salen de ahí hasta que se pare el desmantelamiento de la empresa.





Mis abuelos siempre me habían parecido mayores, pero no debían de serlo tanto si él aún trabajaba en aquella fábrica de fibras que contaminaba la ciudad y alimentaba a cientos de familias.





—Sin calefacción, sin luz, madre mía, se van a congelar. No creo que aguanten mucho —. Mi abuela no lloraba, pero ponía ese gesto de afligida con el que adiviné que era un asunto serio.





—Yo le llevo la cena, mamá —dijo mi padre—. Prepara una tartera con lo que sea y se la acerco de un momento.





Mi abuela metió un guiso de alubias hirviendo en una fiambrera metálica.





—Dile que se lo coma rápido que se enfría. Que no se líe a cascar y se le queden las alubias congeladas, que nos conocemos.





Por supuesto, acompañé a mi padre. Fuimos en coche, no recuerdo cuál, tuvimos tantos por aquella época. Coches viejos, desgastados, con agujeros de cigarro en la carrocería y techos amarillentos. Supongo que se los dejaban a muy buen precio los clientes del taller. Papá encendió el aire caliente y aun así se empañaron los cristales. Fuimos a ciegas, suerte que la fábrica estaba a cinco minutos y no había mucho tráfico. Yo iba en la parte de atrás, aprovechando el calor de las alubias sobre mis piernas, deseosa de ver lo que pasaba en la fábrica, de ver a mi abuelo que, por cómo hablaban en la radio, ahora formaba parte de un grupo de obrero heroicos. Pero yo lo vi como siempre, no se le había puesto cara de héroe. Llevaba esa pelliza de terciopelo marrón que años después heredaría mi padre. Se acercó a nosotros en la oscuridad del aparcamiento, envuelto por la nebulosa del humo de un cigarro. Allí todo humeaba: las chimeneas de la fábrica, las bocas de mi abuelo y de mi padre, y hasta la mía, que aprovechaba el vapor del frío para fumar un cigarro invisible.





Estaba contento. Tenía esa sonrisa de camaradería que se les pone a los obreros cuando se unen para luchar y olía a güisqui. Me dio unas palmaditas en la mejilla cuando le dije que se comiera las alubias antes de que se enfriaran. Luego, metió la mano en el bolsillo de la pelliza y sacó la tarjeta.





—Toma, un regalo, para que no te olvides de mí.





La tarjeta me iluminó los ojos. Cuando la abrí y comenzó a sonar el villancico no pude contener la risa.





Mi abuelo esperó a que nos alejáramos con el coche. De rodillas sobre el asiento trasero, le dije adiós con una mano mientras con la otra apretaba mi regalo, él hizo lo mismo con la mano que no sujetaba la tartera. Su silueta alargada se fue ennegreciendo a medida que nos alejábamos, se fundió con la oscuridad de la fábrica que lo engulló durante cuarenta y siete noches.





No recuerdo si volví a llevarle la cena, lo intento y solo me viene aquella visita gracias a la tarjeta que guardé mucho tiempo y luego perdí, cuando ya se había convertido en la protectora de mi memoria de aquella noche histórica en la ciudad. Me imagino que venía pegada a su botella de güisqui favorita. Gracias a ella, nunca olvidé que la solidaridad despierta cuando hay que luchar contra un enemigo común; nunca olvidé a mi abuelo.









Hace 27 años que mi abuelo se encerró voluntariamente durante 47 días para luchar por sus derechos laborales. Tenía esta historia pendiente y, en estos días de confinamiento, al fin ha salido.





Foto: El Diario Monrañés

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Published on March 26, 2020 00:17

March 20, 2020

Sesiones escritura terapéutica gratuitas

Hola, compañeros/as. Espero que estéis bien, pasando esta situación lo mejor posible.





Todos andamos un poco descolocados, con incertidumbre y miedo, es normal. De un día para otro la vida nos ha recordado lo frágiles que somos, la ilusión de control con la que vivíamos se ha fragmentado.





Para colaborar un poco en hacer más llevadera esta situación, desde mi centro de psicología hemos elaborado sesiones gratuitas de escritura terapéutica a través de Instagram. Las coordino yo misma. Si queréis apuntaros o más información, dejadme un comentario o enviadme un mensaje.





Os dejo aquí el cartel informativo. Animaos a participar, no importa la calidad literaria, no hay niveles ni exigencias, es simplemente un acompañamiento, un desahogo, una serie de ejercicios con el objetivo de aceptar nuestras emociones en esta experiencia compartida. Os espero.





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Published on March 20, 2020 06:34

March 16, 2020

Finalista del I certamen de microrrelatos contextuales 2020.

Aquí os dejo el microrrelato con el que he sido finalista del I certamen de mircrorrelatos contextuales 2020. En este enlace podéis leer el resto de finalistas y el cuento ganador.









La Artista y el Científico​







Fue duro darse cuenta de que lo mismo que nos había enamorado era lo que no soportábamos el uno del otro. Lo vi claro en la primera sesión de la terapia a la que fuimos por recomendación de mi hermana.






Llegamos a aquella consulta de fragancia cálida a sabiendas de que era nuestro último cartucho. Convencí a Blas con la amenaza de que me marchaba si no accedía y me siguió como un corderito. Desde que comenzamos, hace nueve años, su mayor miedo ha sido que lo abandone; al pobre lo dejó su primera novia sin ni siquiera una señal de disgusto previa, eso dice él, a lo mejor las dio y Blas no las pilló. El caso es que yo creía que siempre había tenido ese miedo a mi favor.






Cuando lo conocí, en una barbacoa con sabor a vino blanco y butifarra, me enamoró su capacidad organizativa, lo bien que ordenaba y dirigía y eso fue, precisamente, lo que llegó a sacarme de quicio, porque todo en su vida, y por ende en la mía, tenía que estar milimetrado. Por eso me llevé una sorpresa tremenda cuando le escuché decir que lo que le había enamorado de mí era la tranquilidad, la manera de tomarme las cosas tal y como venían, sin necesidad de tener mis días bajo pleno control, cuando llevaba echándome en cara meses mi desorganización, exigiéndome que cambiara
mi forma de gestionar la casa, las amistades y hasta el dinero.






Yo había acudido a la terapia con la certeza de que la psicóloga le diría a Blas que su forma de afrontar la vida no era la adecuada, que debía aprender a fluir, pero la mujer no dijo nada de eso. En cambio, nos aceptó a ambos y nos quiso conocer un poco más en sesiones individuales. En la mía hablé de mis padres, de nuestras acampadas veraniegas en el monte, de la libertad que me habían dado durante la adolescencia, de la falta de obligaciones o prohibiciones. Supongo que Blas habló de los suyos, de la presión con la que había crecido para dar la talla, porque en la siguiente sesión conjunta, la mujer nos sacó un esquema que explicaba cómo nuestras historias habían configurado nuestras formas de hacer tan diferentes, que antes nos habían atraído y ahora nos destruían. Según ella, ninguno tenía que cambiar, debíamos aceptar nuestras diferencias, o al menos tolerarlas si queríamos continuar juntos.






Ahí fue cuando me di cuenta de que no quería seguir con él. No lo había visto hasta entonces porque el miedo de Blas se había colado en mis ojos cual pegamento sucio y cegador de tantas veces como me había repetido que yo no haría lo mismo que su ex, no lo dejaría tirado.






Creo que, si no hubiera sido por la psicóloga, habría hecho las maletas y habría desaparecido dejando ese sentimiento de podredumbre sobre el recuerdo de nuestra relación. Suerte que ella nos ayudó a entender que una separación no es un fracaso.









Laura Urcelay



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Published on March 16, 2020 22:56

March 7, 2020

Ganadera. Historias de heroínas

En el mismo velatorio me lo dijeron varias personas, incluidas mi madre y mi hermana. «Tendrás que venderlas, Beatriz, tú sola con un niño de dos años no te puedes hacer cargo». Yo las miraba sin responder, no sabía qué decir, no podía pensar. «Vendes las vacas, con el dinero que te saques, más las pensiones de viudedad y orfandad, vivís como reyes».





Había pasado la noche en el hospital desde que recibiera la llamada. Un accidente en las hoces. Exceso de velocidad. El todoterreno había caído terraplén abajo hasta el río y mi marido había muerto al instante. Se lo había dicho mil veces, que iba demasiado deprisa, pero él se creía invencible y ahora estaba metido en aquella caja, tan campante mientras yo aguantaba la monserga de las vacas con un lexatín encima y los ojos hinchados de sueño y de pena.





Me dejé abrazar por los vecinos y los odié; cuchicheaban, me arreglaban la vida con su runrún descarnado, hubo incluso ofertas por las vacas, por la maquinaria. Y yo en silencio, asqueada por el aroma de las flores, mareada por el calor de la multitud. Me avasallaron con sus consejos, con sus sentencias. No dije ni mu.





El funeral era a las doce. Me levanté como cada día a las seis, tomé un café con leche y me fui a la finca. Bajo un cielo cubierto por una capa de nubes grises, las vacas me recibieron ajenas a la desgracia, para ellas todo continuaba igual, no les importaba que Juan se hubiese partido el cuello. Las conté: cincuenta y ocho. Se levantaron para saludarme, algunas mugieron dulcemente, Doris llegó hasta mí y me dio un lametón en la cara; en ese momento me sentí mucho más querida y comprendida que en todo el velatorio del día anterior.





Entré en la cuadra donde estaban las madres con sus ternerucos, dos bebés de color tofe que se daban empujones cariñosos. Los examiné con atención, me preocupaba el macho, se había golpeado la cabeza al nacer, pero todo parecía en orden, se les veía sanos. Llené el comedero de heno y me senté en el banco de madera a ver cómo lo probaban. Allí, con mi traje de faena y mis katiuskas, protegida por paredes encaladas, salpicadas de excrementos, arropada por el calor maternal, calor de vida, tan distinto del que había sufrido en el tanatorio, rodeada por el olor a vaca que me pareció mil veces más balsámico que el aroma de las flores de muerto, supe lo que debía hacer.





Recogí las boñigas y saqué a las madres con sus bebés al campo. Las nubes se habían disipado. El sol empezaba a calentar el valle. Después de llenar los bebederos con agua fresca, desbrocé la maleza que invadía el muro y limpié el tractor. Miré el reloj, faltaba una hora para el funeral.





Al entrar por la puerta de casa mi madre dio un grito. Se había quedado a dormir conmigo y estaba dándole el desayuno a mi hijo.





—Ya iba a llamar a la Guardia Civil, ¿se puede saber dónde te has metido? ¿Qué haces con esas pintas? Tu marido está solo en el tanatorio, un poco de respeto, Beatriz.





—Tenía que atender a las vacas. —Me hubiera gustado decir que la que estaba sola era yo, pero nunca había contradicho a mi madre y no me atrevía a empezar en ese momento.





—Olvídate ya de las vacas, Rufino el de Pepi quiere comprarlas. Esos tienen mucho dinero, ya se encargará tu padre de hacer el negocio por ti.





Me di una ducha. Las lágrimas se escaparon por el desagüe junto al agua caliente; me vacié, necesitaba determinación para lo que iba a hacer, no se me podía escapar ni un solo lamento, porque se agarrarían al mínimo signo de debilidad para hundirme en su idea de viuda perfecta.





De riguroso negro acudí a la iglesia del brazo de mi madre siguiendo el sonido de las campanas que tocaban a muerto. Aguanté de nuevo los pésames, las formalidades, las frases hechas y el sermón del cura, todo ello aliñado por el perfume de los trajes de ceremonia desempolvados y las flores, otra vez las flores. Juan estaba allí, tumbado en su caja, alguien lo había llevado y lo había colocado en medio del altar. Me imaginé qué pensaría si supiera lo que iba a hacer, quise creer que me aplaudiría, pero no estaba segura.





—A continuación, la viuda Beatriz dirá unas palabras.





Había avisado al cura de que quería despedirme de mi marido y agradecerle el apoyo al pueblo. Subí la escalinata despacio, con el estómago dando volteretas. Me coloqué en el púlpito y elevé el micrófono hasta mi altura. Las pupilas se me clavaban en la cara; pupilas antiguas, planas, rancias.





—Quiero darle las gracias a Juan por todo lo que me ha dado en vida. El amor, nuestro hijo y el negocio. Y quiero que sepa que continuaré cuidándolo todo. Las vacas no están en venta.





Me llamaron maleducada, insensata, impertinente. El cura no sabía cómo poner orden. A mi madre le dio un vahído.





Ahora, todo parece un sueño. Han pasado veinte años. Tengo cien vacas, veinticinco caballos y cuarenta cabras. Voy a ferias y concursos, gestiono los asuntos del banco y la administración, atiendo al ganado, la finca y la maquinaria. Mi hijo estudia en la universidad. Ya no me llaman insensata. Ahora, nadie duda en llamarme ganadera.





______________________________________________________________________________





Con este relato participo en el concurso de Historias de heroínas de Zenda.





Dedicado a todas las ganaderas, especialmente a las cántabras, que luchan cada día en un entorno muy complicado.





Concurso de historias de heroínas
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Published on March 07, 2020 23:52

March 3, 2020

Hasta luego, futuro: historia de una niña palestina





Han pasado dos años desde que gané el Premio Internacional de Narrativa Joven “Abogados de Atocha 2018”. Fruto de aquel relato ganador surge mi primera novela, Hasta luego, futuro, la historia de una niña palestina que nos cuenta cómo es la vida en los Territorios Ocupados. Estoy muy contenta de anunciaros que ya está a la venta. Podéis adquirirla a través de Amazon, tanto en versión digital como en papel, en el siguiente enlace: Hasta luego, futuro: Historia de una niña palestina[image error]





Muchas gracias a todo los que me ayudasteis con vuestras opiniones sobre la portada y la sinopsis. Espero que la disfrutéis y me dejéis vuestras críticas.





SINOPSIS



«Si no mencionas las cosas, no existen y eso es, precisamente, lo que yo quiero evitar»





Rawiya tiene doce años cuando presencia el asesinato de su mejor amiga a manos de un colono. El mismo día del entierro, decide que será escritora para que las injusticias de su pueblo no caigan en el olvido. Comienza un diario que nos permite acompañarla durante seis meses en su día a día para descubrir cómo es la vida en los Territorios Ocupados de Palestina.





La amistad perdida de forma violenta, las situaciones que vivirá en su entorno y los descubrimientos de un pasado familiar dramático, la llevarán a experimentar una madurez emocional temprana que nos acercará al dolor y la capacidad de resistencia del pueblo palestino.





Hasta luego, futuro es una novela sobre la amistad, la injusticia, la pérdida, la resiliencia y el poder transformador de la escritura.





MAPA



[image error]Este mapa está incluido en el libro. En él se muestran los lugares en los que transcurre la historia: Nablus, Yenín, Ramala, Bilin, Jerusalén, Jericó y Haifa.



UN TROZO DEL PRÓLOGO



Os dejo también un trocito del prólogo que abre el libro.



En el año 2012, la Oficina de Cooperación de la Universidad de Sevilla me concedió una beca para desarrollar un programa psicoeducativo en Cisjordania, Palestina. Por aquel entonces, mi conocimiento sobre la situación se limitaba a lo que veía en las noticias, por lo que pensaba que al llegar allí me encontraría con un conflicto entre israelíes y palestinos; un conflicto religioso, racial y político. Sin embargo, lo que encontré fue a un gigante con uno de los ejércitos más poderosos del mundo machacando a una población que se defiende con piedras y manifestaciones. La desigualdad en el poder es tan grande, que llamarlo conflicto me parece un eufemismo demoledor. En Palestina no hay un conflicto; hay violencia, ocupación, apartheid y violación continuada de los Derechos Humanos…





Podéis leer el primer capítulo AQUÍ

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Published on March 03, 2020 23:09

February 21, 2020

E-book vs. papel

¿Te gusta leer en libro electrónico? A mí, la verdad, me gusta leer de todas las maneras, pero reconozco que la experiencia del libro en papel (olor, tacto, sonido…) me resulta mucho más placentera que cualquier pantalla. Sin embargo, cuando lees mucho y no eres rico, tienes que ser consciente de que el dinero y el espacio no son tus aliados. Para eso tenemos este invento del libro electrónico, para facilitarnos las lecturas y aliviar a las estanterías de casa.





Aquí te presento la versión Kindle de mi novela Hasta luego, futuro. Está en preventa con un 15% de descuento. Si la pides ahora, se descargará en tu dispositivo el 2 de marzo, fecha en la que saldrán a la venta tanto el e-book con su precio original como el libro en papel. Espero que la disfrutes y me cuentes tus impresiones. Ya sabes que puedes leer el primer capítulo AQUÍ.











Feliz fin de semana de lecturas.

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Published on February 21, 2020 23:17

February 12, 2020

El tronco de la memoria. Microrrelato para Escribir Jugando (febrero)

El tronco de la memoria



Entras en su piso. El olor a talco y orines ya no te impacta. Te recibe con las manos calientes y la tetera humeando. Te pregunta, deprisa, qué tal te va y le cuentas por encima las novedades de la semana. Esperas que relate sus recuerdos de niñez conectados como ramas al tronco de su memoria. Cada lunes sucede igual, sabes en qué momento reír, sorprenderte o negar con la cabeza y ella, con ojos vidriosos, agradece que, por una hora, no sean los muebles quienes escuchen su vida, casi tan antigua como las cerillas.





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Esta es mi participación en el reto Escribir jugando (febrero). 95 palabras sin contar el título.





Más de 850000 personas mayores de 80 años viven solas en España y 662000 son mujeres. Los datos aquí.

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Published on February 12, 2020 22:33

Laura Urcelay

Laura Urcelay
Este blog es un espacio para compartir lecturas y escritura.

Como lectora puedo leer casi de todo mientras no esté escrito de forma petulante, rimbombante, fatua. Disfruto de la narrativa sencilla, li
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