Ruy Xoconostle W.'s Blog, page 31
April 27, 2011
Cuando los nobles se casan

Cosas extrañas hemos visto recientemente, como tornados arrasando pueblos, tsunamis provocando pequeños chernóbiles y terremotos devolviendo islas caribeñas a la Edad Media en segundos, pero pocos eventos, muy pocos, son tan bizarros como una boda de la realeza. Cuando los nobles se casan el mundo se paraliza –siempre y cuando el huso horario lo permita. 386 mil personillas siguen a The British Monarchy en Facebook. ¿Suena un poco absurdo, no? Es decir, ¿cuál es el gran interés que despiertan estos seres, estos artefactos del pasado llamados “nobles”? Hasta el día de hoy, es bien sabido que los nobles (sean europeos, asiáticos o africanos) usan sus ojos para ver, sus oídos para oír, su boca para hablar y cagan, duermen y comen más o menos igual que “el hombre común”. Quizá tenga que ver con su éxito sus raras costumbres, ampliamente documentadas a lo largo de la historia, como cazar zorros con casacas rojas mientras cabalgan a caballo, o casarse entre primos y tener prole. O el aura de divinidad que les rodeó durante siglos y bajo el cual perpetraron atrocidades, hayan sido los zares rusos o los reyes escoceses o los tlatoanis mexicas, en realidad la zona geográfica nunca importó para pasarse de lanza con su pueblo. Probablemente la fascinación venga de sus peculiares modos para pelear por la corona: subir al poder, bajar del poder, matar a los familiares, ser asesinado por los familiares, incendiar la paz del pueblo, arengar al pueblo, abusar del pueblo, volver a matar a los familiares. Joaquin Phoenix es una muestra de un noble romano ejemplar: mata a su papá y luego se quiere dar a su hermana. Claro que Gladiador tiene unas 637 inexactitudes históricas y ustedes no deberían tomarla tan en serio. Los reyes inspiran a las artes, sí: el tal Will Shakespeare escribió algunas de las líneas más hermosas en torno a la nobleza. “Now is the Winter of our discontent” es una frase hermosa y patética, y la dice un tipo loco y cojo que quiere ser rey. Otro loco ejemplar es aquel escocés que mata a quien se necesite para llegar al trono y que, a pesar de ser un carnicero, usa las palabras como un dios infernal:
Life’s but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage,
And then is heard no more.
It is a tale told by an idiot,
full of sound and fury,
Signifying nothing.
El mundo moderno le quitó gran parte de su poder y aura divina al noble europeo, pero lo sustituyó por algo quizá más atractivo: el factor jet-set. Los nobles europeos no sirven para nada, ¿cierto? Bueno, esa es la sabiduría popular hablando. No promulgan leyes, no ejercen las leyes, no gobiernan a nadie. Correcto. Sin embargo, son útiles desde una perspectiva frívola: ayudan a vender tabloides del corazón, espacios publicitarios en la televisión, dan la nota en las secciones de sociales y se ven muy bien (aunque tengan las magnánimas orejas del Príncipe de Gales) en portadas de revistas. Sus tontas anécdotas, sus inexplicables tragedias (como la de la familia Kennedy, esa patricia estirpe de nobles gringos) y sus eventos gozosos ocupan la mente de la gente que necesita distraer su sórdida realidad con una dosis de un ideal cuasidivino de gente cuasiperfecta cuyos problemas son cuasiinexistentes. Goei: quién fuera miembro de la familia real británica. Yo tenía 8 años cuando se casaron Carlos y Diana de Gales, en la llamada “Boda del siglo”. Qué eventazo. Qué obsesión. Qué manera de perder el tiempo. No promuevo que la gente sueñe los sueños de otros, que solapen el ocio de ver a dos fulanos famosos solo por tener sangre azul (ja) casarse, de hecho creo que es dañino para la mente. Pero pasa. Y es interesante observarlo… hasta cierto punto. Kate y William: dios, qué bonita pareja. Dios, ella es cumshotera. Dios, él es wapísimoooo. Dios, la abadía de Westminster es per-fec-ta. Dios, Beyoncé va a performear para ellos. Dios, Kate y William son el tipo de nobleza 2.0 que el mundo estaba esperando: no son derrochadores, están conscientes del impacto ambiental, no son taaaan huevones y hasta facebookean y tuitean. Yeah. El sol nunca se oculta en el Imperio Británico. Pasan las décadas y ahí sigue, como el farol que lleva la luz del comercio, la frivolidad y el materialismo a todos los rincones del mundo. Joseph Conrad alguna vez escribió sobre ello. Ahora tenemos la televisión. Y un broadcasting en vivo a través de internet, woot woot.
No me malinterpreten: estaré al pendiente de la boda real. No por morboso, solo porque me interesa esto de “la experiencia humana”. Pero un caveat: la boda de Kate y William no es “un cuento de hadas”. No no: en realidad no tiene nada que ver con el profundo simbolismo pragmático de los cuentos de hadas. Los cuentos de hadas son antiguos manuales cifrados para comportarse en el mundo. Y como dice Chesterton, no nos enseñan que existen los dragones; nos enseñan a matar a los dragones. La boda de Kate y William solo nos enseña que, una vez que termine el enlace, el mundo comenzará a buscar compulsivamente otro evento viral que devorar, con toda la glotonería del caso, esté o no en prime time.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on April 28, 2011.

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April 13, 2011
Contra el multitasking
Escribo este post con 14 pestañas abiertas en mi navegador y no sé cuántas ventanas en el Finder. Es una verdadera monserga. Me refiero a esta loca idea moderna llamada “multitasking”. ¿Se supone que somos simios más evolucionados por el hecho de poder realizar muchas actividades simultáneamente? No lo creo. Quienes trabajen en una oficina sabrán que es extremadamente complicado concentrarse en una sola tarea, sobre todo aquellas que requieren un poco de concentración, como escribir un correo o un memo (o algo tan simple como… leer), pues todo el tiempo padecemos interrupciones. Suena el teléfono. Algún compañero de trabajo llega a decirte algo. Ping ping, el Gtalk. Ping ping el Tuita. Ping ping el Facebook chat. Ping ping el celular. Es nefasto atravesar un día laboral, encontrarse a las 5.30 de la tarde y darse cuenta que los pendientes siguen ahí, o han sido recortados en un patético… 7%. Ahora, el New York Times publica los terribles resultados de un estudio sobre los efectos del multitasking en el cerebro humano y particularmente en un tipo de memoria llamada “de trabajo”: en resumen, we’re doomed. Al parecer (falta ver ese estudio), si nuestra memoria de trabajo, la que empleamos para realizar tareas inmediatas, resulta afectada por esta ola de interrupciones que nuestra amada era gadgetera ha traido, es probable que la memoria a largo plazo –la que tiene que ver con el aprendizaje– también sufra daños mayores. No digo que el multitasking, si es que tal cosa existe (un comentador en el post del NYT dice “there is no such thing as multitasking. If you could multitask you would be able to drive and text at the same time. One should prioritize the tasks at hand and complete them sequentially”) debe ser útil, por ejemplo, para que una madre cargue a su crío, lo meta en el auto y le dé 5 pesos al viene-viene del estacionamiento del súper. Okey, pude haber pensado en un mejor ejemplo, pero las ideas y la memoria no me dan. Lo he dicho en el podcast y mis amigos cercanos lo saben: mi memoria se ha ido lentamente al carajo. He olvidado letras de canciones, eventos, anécdotas, por no decir fechas importantes. Dependo de Facebook para saber los cumpleaños de la gente. Y lejos han quedado los años en los que me memorizaba el teléfono de la chica amada, o de algún amigo, o de la oficina o la casa de un familiar. En tu celular buscas un nombre y marcas un número. No: marcas un nombre. Los números son para máquinas, ¿cierto? Qué bueno que ya no tienes que aprenderte el número de nadie… Bueno, ahora me parece que hemos sido bastante estúpidos y que memorizar pequeños datos y números era bastante sano para nuestro cerebro. Qué tal las notificaciones: Twitter, Facebook y Gmail hacen de mi teléfono una puta maraca que no deja de sonar en todo el día. Porque se supone que eso es lo moderno. El simio moderno hace cosas modernas, como tener push notifications en su móvil. Eso qué. La concentración es una lindura, en serio: puedes acabar tareas, puedes crear algo. Puedes escribir un cuento. Barnizar una mesa. Escuchar lo que te está diciendo tu mamá. Acabar ese reporte que era para el lunes. Podar las plantas. Lavar la tapicería del sillón. Sentarte a dibujar con tu hijo. Acabar ese nivel de Reach. Arreglar el tiradero en tu escritorio. Acariciar un perro. Montar a caballo. Respirar debajo del agua. Además de que absolutamente todo en esta vida moderna nos susurra al oído que debemos ser modernos, lo cual significa ser multitasking (que también puede traducirse como: tumblerear la última foto bien acá + retuitear el último tuit bien acá + torrentear el último capítulo de la serie bien acá + rapidsharear el último disco bien acá –no necesariamente escuchar o apreciar la música, pero sí bajarla– + pendejear a tu amigo por Gtalk con un nuevo gag bien acá), estar en todo y en el momento. No nos culpo: francamente es una chinga estar un rato solo contigo. Es bien aburrido. O es bien patético. Es mejor entretenerse, bricando como un mico de rama en rama, de tema en tema. Y no critico pasar de tema en tema, en verdad: solo creo que no acabar con el primer tema antes de pasar al segundo tema nos hace daño. Es peor cuando en una oficina se confunde la productividad con hacer muchas cosas, un chingo de cosas, en equis periodo de tiempo. Las haces bien chafa, pero haces muchas. O sea que en una de esas te pagan más. Porque dedicarse a una sola cosa es como del siglo XX. Antes bastaba con ser carpintero o plomero. Ahora es mejor ser plomero + carpintero + community manager.
Tareas: concentrarse más. Matar las notificaciones en el teléfono. Acabar con algo y entonces empezar lo siguiente. Sí.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on April 14, 2011.

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March 29, 2011
El triunfo de los idiotas
Cuando Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko crearon aquellos superhéroes que vinieron a revolucionar Marvel y en buena medida el mundo de la historieta comercial, no estaban tratando de crear obras de arte narrativas que rivalizaran con Shakespeare o fueran más complejas que el Finnegan’s Wake. En 1960 la gente no tomaba muy en serio los cómics de superhéroes del mismo modo que en 2011 la gente sigue sin tomar en serio los cómics de superhéroes. ¿Por qué será? Bueno, un pendejo en mallas que vuela no es precisamente cosa seria, ¿verdad? Pero en aquellos años los padres de Marvel Comics vieron que las audiencias infantiles y juveniles también eran buenas audiencias, y muy lucrativas sin duda. Es evidente que en lo que aquellos venerables marvelitas estaban pensando era en sorprender a la chaviza con gigantes verdes supermamado, robots que disparaban rayos, hombres elásticos y tipos en mallas escalando paredes.
Lo que Stan Lee hizo, además, fue actualizar las grandes mitologías en formato de cómic, y hacer su propio y privado remix. Como mezclar a Hércules + Mr. Hyde + un científico loco para crear a Hulk. Todos sabemos que las “inquietudes humanas” pusieron a Marvel en una liga donde Superman no estaba, es decir, colocar al superhéroe al mismo nivel de la neurosis de la gente. Si tu vecino al que le llamas “loser” resulta tener superpoderes, bueh, ahí tienes una historia interesante o eso pensaba Stan Lee y aparentemente no se equivocó. Kirby y Ditko pusieron los visuales (chingones para su época), los chamacos compraron el concepto, esos chamacos crecieron y luego se formó el fandom y hoy es normal que hombres treintones y cuarentones que nunca tienen sexo gasten fortunas en Marvel y se masturben con las aventuras de los Avengers y tal.
Marvel es un negocio gigantesco que produce cualquier tipo de parafernalia y se apoya en la edición regular de cómics y al menos en un par de largometrajes hollywoodescos al año. La fórmula está ahí, la usan y la respetan casi tal cual la dejó el tío Stan. No dejen que gente loca como Ang Lee la manosee, no: déjenla tal cual. Y en este momento debo decir que creo que las fórmulas cansan, joden la creatividad y aburren. Funcionan porque tienen la ventaja de la familiaridad, pero tampoco quiero que sea lo más chingón usarlas todo el tiempo.
De vez en cuando surgen historias que vienen a modificar la fórmula con diferentes cantidades de cada compuesto o simplemente a mezclar los ingredientes, a ponerlos en lugares distintos. Tal es el caso de Kick-Ass. O de Scott Pilgrim. A veces hay historias que hacen bellas elegías de la fórmula de siempre, como The Dark Knight. Y a veces Alan Moore simplemente escribe Watchmen y cambia todas las reglas. Ja.
Cuando uno consume historias, particularmente historias asociadas al sci-fi, la fantasía y géneros anexos, hay un poco de todo y para cualquier momento. Películas clave para impresionar a la nueva novia. Botanas pedorras con Will Smith o Keanu Reeves para disfrutarse en el camión o en el avión. Clásicos para verse en solitario en casa en versión Blu-ray con una botella de Tsingtao. Películas de verano para disfrutar con el sobrino. Ítems coleccionables para hacerte ver como un experto. Libracos para nerdear a gusto solo o con otros nerds.
Y está lo que hace Zack Snyder, que es básicamente un bonito cascarón sin nada adentro. No puedo pensar en un peor engaño que ese: es el auténtico atole con el dedo. Su última mamarrachada, Sucker Punch, está hypeada al grado de “tienes que ver esto” aunque no trate absolutamente de nada. Porque al parecer, ese es el asunto con Snyder: si se ve bien, pus que salga en la peli. En realidad no importa que la peli se trate de algo, lo cual es como regresar a la época de oro de los videos de MTV, cuando Ric Ocasek de The Cars salía volando con cara de mosca en el video de “You Might Think”. Era una mamada, pero en 1983 se veía pocamadre. Es más: era cagado. La jeva estaba cumshotera. La canción era una tontería, pero estaba pegajosa. Esos de The Cars eran unos chavos bieeeen creativos. Además, ¿era solo un videoclip, no? ¿A quién le iba a hacer daño un videoclip? Pues es lo mismo. Sucker Punch solo es una película. A quién le importa cuando hay viejas bien buenas en la pantalla. Y slooooooo-mooooooo. Y katanas. Y covers de rawk. Miren, ni siquiera vale la pena meterse en la dirección escénica: las tipas que salen en esa película simplemente no actúan. No sé si sepan actuar, pero es probable que el director no les haya pedido actuar. Quizá solo les dijo: “Pónganse a un lado de esa pantalla verde y paren el culo”. Lo importante es, ya saben, que el dragón se vea “realista”. Los diálogos, bah, eso qué. El plot, bah, eso qué. El villano sobreactuado, bah, eso qué.Sucker Punch es como un video musical ochentero con covers culeros.
A mí me parece increíblemente aburrido. No me entretiene, no me divierte, no compro el argumento de “pus es para echar desmadre”. Por muchas razones. Porque la verdad me valen verga las viejas. No me inspiran ni para tirarme un pedo. Porque adentro de su manoseada estética Hipstamaticmeets Instagram, para mí cualquiera de esas monigotas mustias y tiesas no tienen nada de sexy. Porque no les sucede nada interesante. No generan empatía. No pasan por situaciones reales de peligro. Y no actúan, claro, no tienen nada de espíritu. Sean Young en Blade Runner, y les estoy hablando de una película que debe ser más vieja que muchos de los que leen este blog, no paraba las nalgas, no salía semiencuerada con trajecito de marinerita y su peinado era ridículo, pero me parece millones de veces más jórni que cualquiera de las pendejitas de Socka Pónch.
Yo no digo que filmar una película no deba ser un reto muy cabrón y muy complejo, y evidentemente (y vaya que lo digo en serio) solo por eso un guey como Zack Snyder y, para el caso, cualquier cabrón con los medios para emprender el proyecto de dirigir una película, se merece mi respeto. Pero hablando de su obra, no de sus méritos como miembro de la industria del cine: en 300 nos impresionó cabronamente con visuales que en realidad nunca habíamos visto. Parecía el upgrade de Matrix, la graduación de las atmósferas CGI. Snyder hizo un genial copy-paste de una obra simple pero espléndida (la novelita gráfica de Frank Miller) y le salió muy bien. Yo amé 300. Logró caricaturizar a Leónidas, sí, logró caricaturizar a Jerjes, sí, pero ese fue parte del encanto de 300. Más tarde, intentó repetir la faena con Watchmen, pero ahí no contaba con que el copy-paste no era suficiente. Simplemente, la complejidad de la obra lo rebasó y no supo cómo contarla. Secuencias aburridas, planas, inconexas. Y donde no debió hacer cambios, los aplicó de forma ilógica (¡calamares gigantes!). No es tan fácil poner todo en la copiadora, ¿verdad? Díganselo a Shakespeare, cuya obra es prácticamente un copy-paste de las obras de muchas otras personas. O a Tarantino, quien funciona bajo esos términos también.

Y ahora, Sucker Punch, “escrita y dirigida” por el visionario Zack Snyder. Si eso es un guión y eso es una película que nadie debe perderse solo porque tiene nalguitas, sloooooo-moooooo, katanas, covers de rawk y dragones, bueh, entonces han triunfado los idiotas. Y por eso he querido mencionar la diversidad de historias que uno puede consumir: no es lo mismo ver algo de Adam Sandler un miércoles por la noche en la tele que ir expresamente a comprar algo de Criterion Collection para dedicarle un sábado acompañado. Esa diversidad de obras y de momentos para consumirla es parte –si me permiten la expresión– del gozo estético de disfrutar el pedo. Pero lo que hizo Zack Snyder no es una película: es una fantasía masturbatoria para adolescentes.
Me podrían decir que no es una película “para tomarse en serio”. El problema es que la propia película sí parece tomarse en serio. No tiene un puto gramo de sentido del humor. Desde el primer segundo, con la aburridísima secuencia inicial que se supone que explica cómo llegó la nalguita principal al psiquiátrico, adquiere un tono grávido y solemne. Yo no le veo pinta de parodia o de “celebración” u “homenaje” a algún género. Más bien parece que el director se toma demasiado en serio.
Me podrían decir que en gran medida el manga explota la imagen de la mujer y los visuales son excesivos, pero si algo saben hacer esos cabrones japoneses es respetar su línea narrativa y darle un estilo y una dirección definidas. Hasta Sailor Moon y Pokémon en su infinita ñoñería tienen historias estructuradas que van a algún lado. Una historia es como un tiburón: si no se mueve hacia adelante, se muere. Sucker Punch es un tiburón muerto. Parafraseando a Woody Allen, claro.
Me podrían decir que los visuales son indispensables para contar una historia con estas características, y que simplemente un guey como Zack Snyder explota esos recursos de una manera virtuosa y que ahí es donde radica su valor. Obvio: el tipo hace cine. Y lo visual es clave, y no solo para el cine: los pomposos griegos narrando el hurto del fuego por Prometeo lo imaginaron como una historia visual y la retrataron como pudieron. Sobre todo, la imaginaron. Con imágenes visuales, que no siempre es pleonasmo. Las hazañas sobrenaturales de los héroes son indispensables en las mitologías, y es pocamadre verlas, sí. Pero con un maldito propósito. Me resulta más emocionante pensar en Arturo recuperando Excalibur de la Dama del Lago porque “the King and the Land are one” que ver a la nalguita rubia whatever-her-fucking-name-is matando al dragón –lo cual no tiene ninguna implicación para la historia– con su estúpida cara impasible de estreñimiento. ¿En verdad alguien piensa que eso es emocionante?
Sí, Zack Snyder es bien bueno para los visuales. Oficio (ser bueno para que las cosas se vean bien) que ejecutó durante años con maestría Frank Frazetta. Y Boris Vallejo. Y Richard Corben. Ellos dibujaban pin-ups a la métal hurlant que crearon un estilo y una escuela. Pero eran pin-ups: trabajos complejísimos y visualmente ricos para portadas. Esos tipos eran velocistas, no corredores de largas distancias (por usar una cansada metáfora literaria). Y lo que ilustraban en verdad no significaba nada: solo otra chichona con una pistola de rayos sujetando la cadena de un felino imposible al lado y un planeta anillado al fondo. Eso no quiere decir nada. Pero insisto: es una portada, no es la historia completa. Mámate cien páginas de pin-ups de Frazetta tratando de narrar torpemente Lawrence de Arabia y acabarás metiéndote un escopetazo en la cara. En este sentido, creo que Snyder tiene un talento brutal para hacer créditos. Ya saben, esas secuencias con tipografía que suelen salir al principio y al final de las películas. Al menos los deWatchmen le quedaron de pocamadre. Por ejemplo.
A mí también me gusta hacer historias con katanas, mechas y caritas cumshoteras. Solo trato de buscar la sustancia para que el esfuerzo valga la pena.
“Bueno mi Ruys, no te azotes. Nosotros nada más queríamos ver nalguitas y desconectar el cerebro un rato.” Está chido. Y yo únicamente quería establecer por qué Sucker Punch me pareció una cagada monumental.
>_<
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 30, 2011.

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March 28, 2011
Escribir a 80.6 grados Fahrenheit
Me gusta esta época de calores porque me dan muchas ganas de escribir. El calor me activa algo en los dedos, no sé. También me dan ganas de coger. Es decir, todo el año me dan ganas de escribir y de coger, pero más en esta época. Cuando iba en la universidad recuerdo varias tardes calurosas con un ventilador dándome en la cara mientras machacaba las teclas de la Macintosh LC.
Cuando escribía en casa de mi madre lo hacía en el comedor porque en la planta alta, a pesar de que me gustaba el calor, estaba demasiado caliente para siquiera pensar. Siempre me dijeron que fue uno de los 7,000 errores del arquitecto que construyó la casa, como si el dude fuera responsable del calentamiento global o algo. Antes de la Macintosh LC tuve una auténtica máquina de escribir Remington. Mi hermano pensaba que yo estaba loco porque toda la maldita tarde hacía ruido con la maldita máquina infernal. En el comedor también hacía calor, pero era más fresco. El perro se echaba debajo de la mesa. El perro se llamaba Garrincha.
Algunas veces escribí en casa de mi novia, en su cuarto. El calor era en verdad endemoniado. Ella primero tuvo una Mac LC, igual que yo, y después una Macintosh Performa con CD-ROM, goei. Ella se echaba en la cama. O llenaba el comedor de su casa con papeles y la tarea de la carrera de diseño gráfico. Calor, ventilador, ganas frenéticas de escribir. Ganas frenéticas de coger. Además del calor, supongo que hay mucha energía contenida en el acto de escribir. Las cosas no se ven de inmediato, tiene que pasar un tiempo. Y en mi caso, tengo un par de supersticiones. No me gusta que vean nada de lo que escribo antes de que el libro quede listo, ni mis notas y mucho menos los textos principales. Todo es interno, el acto de escribir es un curioso caso de estreñimiento.
Siempre sentí atracción por las mujeres con habilidades plásticas, si me entienden. No tienen que ser artistas llenas de virtuosismo. Las diseñadoras gráficas son perfectas. Hacen cosas con las manos y expresan hacia afuera. No como yo, que expreso hacia adentro.
Aunque empecé a escribir en los ochenta, me formé como escritor en los noventa. En esos años escribía mucho y diario. Una vez escribí un cuento largo de 70 cuartillas en un solo día. Empecé a las diez de la mañana y acabé a las cinco o seis de la tarde. Era una cosa intoxicante. Lo titulé Encuentro con las moiras. En ese relato los personajes se quedaban encerrados en un lugar bajo tierra donde hacía mucho calor. Lo imprimí en la impresora de matriz de punto de un amigo y lo envié a un concurso. Nunca supe qué pasó, aunque supongo que no gané nada.
Cuando escribía Pixie en los suburbios me ponía un ridículo sombrero bucket hat de los Olímpicos de Sydney y sudaba durante todas las horas de la sesión en turno. Soy un gran sudador, así es que pueden imaginar la hidroliciosa escena. Parece que el calor ayuda a aliviar el estreñimiento del escritor. Coger también ayuda. Desnudo del pecho, mirando el techo, cancro en la mano, jeva al lado. Es una escena post-coital estereotipada a la que recurría mucho en esa época. Era un momento de liberación. Toda la presión interna, afuera al fin.
Para escribir necesito música, agua simple, buena ventilación, un buen asiento y más o menos buena iluminación. Puedo escribir todo el año porque en realidad soy un escritor todoterreno, pero no me encanta la idea de pasar varias horas solo en un cuarto helado con los dedos engarrotados. Preferiría estar empiernado con alguien viendo una película en la tele. Eso es mucho más motivante que retomar tu novela, pfff. El calor propaga las ideas. El frío las endurece. Fomenta el estreñimiento.
Amo las manos de las mujeres con habilidades plásticas. Mãos da menina bonita.
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March 22, 2011
En este episodio: Darth Ruys aprende a meditar
En 7 noches, Borges explica algunos conceptos clave como el Buda, la sangha, el dharma y el karma. “¿Qué significa llegar al nirvana? Simplemente, que nuestros actos ya no arrojan sombras”, dice Borges. “Mientras estamos en este mundo estamos sujetos al karma. Cada uno de nuestros actos entreteje esa estructura mental que se llama karma. Cuando hemos llegado al nirvana nuestros actos ya no proyectan sombras, estamos libres (…) Parece imposible que la palabra nirvana no encierre algo precioso. ¿Qué es el nirvana, literalmente? Es extinción, apagamiento. Se ha conjeturado que cuando alguien alcanza el nirvana, se apaga. Pero cuando muere, hay gran nirvana, y entonces, la extinción. Contrariamente, un orientalista austriaco hace notar que el Buda usaba la física de su época, y la idea de la extinción no era entonces la misma que ahora: porque se pensaba que una llama, al apagarse, no desaparecía”. Me encantaba leer a Borges hablar sobre budismo. Me devoré ese texto una y otra vez. Me puse a buscar más y más sobre el tema y, bueh, supongo que era inevitable caer en una clase de meditación. La tomé pero no me gustó nada. A pesar de lo que había leído sobre budismo, todos los estereotipos funcionaron en mí: meditar es relajarse, meditar es poner la mente en blanco, meditar es convertirse en un guey ahuevado e impasible… así es que me dije “yo no necesito esta mierda” y me alejé. Además, decidí que todo el asunto del dharma no era para mí, y continué por mi camino ganeshil que era más “seguro”, más “confiable” y definitivamente más idólatra.
No es sorpresa que, por mucho que leyera sobre budismo, continuara siendo presa de mis prejuicios. Cualquier tipo de espiritualidad se nutre de nerds de biblioteca que documentan todo, sin duda, pero sobre todo es praxis. Sin la práctica, la espiritualidad no se mueve a ningún lado. Una frase inmortal de Full Metal Jacket, como me recordaban en Twitter el otro día, resume esta idea: “You can talk the talk, but can you walk the walk?”
A veces, la vida se mueve bipolarmente, baja y sube entre superlativos y comparativos: yo tengo más, tú tienes menos. Mi información es mejor que la tuya. Star Wars es mejor que Star Trek. Star Trek es mejor que Star Wars. Battlestar Galactica es mejor que cualquier cosa. Burroughs era un fresa moralino para Bukowski. Escribo mejor que cualquiera. He leído más cómics que nadie. Mi revista vende más que la tuya. Mi novia es más cumshotera que la tuya. Y más loca. Sufro más que tú. Mientras tú vas yo ya vengo. El disco duro en mi Mac es más amplio que en la tuya. Y mi auto tiene más caballos de fuerza. El día que hagas el 5% de lo que yo hago… hablamos. Soy lo máximo. Lo más duro. Soy hardcore.
Si eso es ser competitivo, debo decir que esta vida moderna tan competitiva tiende a ser aburrida. Sé que lo que aburre no es competir, sino competir por pendejadas sin valor, como “mis jeans de diseñador cuestan más que toda la ropa que usas en una semana”. Pero el materialismo (esa palabra arde: ma-te-ria-lis-mo) no es exclusivo de esto, de hecho el Sindicato Geek está retacado de gente que no compite por dinero, sino por, ejem, “conocimiento nerd”. Como en “yo sé 50 factoides oscuros más de Batman que tú, eres un maldito n00b”.
También sé que hay gente a la que no le aburre este tipo de competividad, sobre todo cuando lo mezcla con cotilleo. Pero a mí sí me aburrió. Además: sufres.
Ser un pendejo en este mundo podrá ser un negocio a la alza, pero al final no es un buen negocio porque tiene ingredientes de ansiedad, angustia y depresión. La ansiedad por el status es una bomba. Gente enferma de prestigio. Sea por tener más lujos y amistades de renombre, o por ser 25% más early adopter que su vecino early adopter.
Ahora, vuelvo a mi caso: sé que me precede una fama de vinagre punk, pero debo decir en mi defensa que he tratado de dejar de ser así: de hecho, tengo ya algunos años peleando constantemente contra mí mismo en casa, en la oficina, en el tráfico y hasta en Twitter. La pelea consiste en observarme tal cual soy, en mi forma más cruda, sin elaborar grandes juicios sobre mí mismo. De ese modo no permito que mi lado oscuro avasalle a “los buenos ángeles de mi naturaleza”. Me explico: Darth Ruys es un personaje bien estúpido, pero cuando lo observo tal cual es le quito su poder o parte de su poder, al menos. Menos amargura, menos conflictos, menos gritos y sombrerazos. Tengo lectores, o más bien ex lectores, que me han reclamado haber perdido el modo contestatario-peleonero-amargo-rebelde de –diré una barbaridad– el Cuki Pirulazao de mi primer libro. La verdad es que ya no me interesa. Pelear conmigo mismo ha probado ser bastante más interesante y cansado que andar por la vida peleándome con el resto del mundo. De por si tengo mal genio. Hablo con una voz que parece estar permanentemente encabronada. Y así es esto de ser jetón: aunque trates de ser buena onda, inevitablemente habrá quien te vea como un ogro hijuepú.
El año pasado, mientras progresaba lentamente, una jeva que cayó accidentalmente en mi vida, sin proponérselo me mostró de nuevo el camino del dharma, y una y muchas formas de mejorar en mi madriza diaria conmigo mismo. Esta persona, que en un sentido funcionó en mí como un kodama, me enseñó otro acercamiento al budismo, el de Chögyam Trungpa Rinpoche, el autor de la visión de Shambhala. La secuencia fue la siguiente: mi kodama me prestó un libro, yo leí el libro, entendí un chingo de cosas. Mi kodama me explicó el libro y entendí aún más cosas. Entre las ideas que kodama me clarificó se incluía una realmente esencial: que no iba a moverme a ningún lado si no iniciaba una práctica constante de meditación. Mi kodama me invitó, pues, a una clase de meditación. Curiosamente, la impartía un viejo colega mío del mundo de las revistas, Pan.
Y así, gracias a Pan y gracias a mi kodama, comencé a meditar. Poco a poco y sin entender mucho, pero me esforcé por seguir haciéndolo. Pasaron los meses y empecé a darme cuenta que mi único problema no era Darth Ruys, El Culero, sino los otros personajes que me permiten hacerme pendejo en esta vida, como Ruys Chantajista, Ruys Huevón, Ruys Con Baja Autoestima, Ruys Presa Fácil De La Ansiedad, et cetera, et cetera, et cetera. (Pan a.k.a. Alejandro Serrano, tuitea aquí y aquí, pequeñas ráfagas de sabiduría quizá poco comprensibles para quien esté fuera de su contexto y alucine personal. A su esfuerzo personal para enseñar y practicar meditación laica lo llama Daimon Path y sostendrá un taller, btw, este sábado 27 de marzo. Deberían apuntarse.)
A un año de haber iniciado en la práctica de la meditación, veo que no me ha dado superpoderes: no puedo mover objetos con la mente, no puedo manipular a la gente con el viejo y estarrio truco Jedi (“you don’t need to see my identification”), no consigo a la chica que quiero con solo tronar los dedos, no puedo lograr que Gorillaz venga a México, ni que mi perro Filemón aprenda a jugar Halo Reach en dificultad Legendaria. Ni siquiera creo ser “mejor persona”, mucho menos sentirme más cerca del “despertar” o de la pedorra “iluminación”, whatever than means… de hecho sigo jetón, mandón y con problemas emocionales. ¿Qué ha cambiado entonces? Es difícil decirlo. No voy a convertirme en un militante del budismo en alguna de sus múltiples denominaciones. No voy a participar pronto en un Dathün, un retiro de un mes entero para dedicarlo casi exclusivamente a la meditación. Estoy muy lejos. Lejos, lejos. Quizá, para mí, de momento se trate solo de aquello que Sócrates llamaba gnothi seauton. Es suficiente por ahora.
¿Y el dharma? Ahí está, con su vibrante presencia, de nuevo en mi vida. Esa jeva, ese kodamaduendecil me hizo un gran regalo que espero pagar en el futuro. Sé que lo haré.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 23, 2011.

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March 18, 2011
Benditos sean los héroes de Fukushima Daiichi
Las noticias han sido desoladoras en estos días casi primaverales: seis reactores en la planta nuclear de Fukushima Daiichi en peligro de fuga masiva de radiactividad, la posibilidad latente de que sea el primer chernobilazo del siglo XXI. Es la noticia más grande del mundo y, como tal, se cuelgan a su alrededor toneladas de notas informativas desinformadas, de expresiones apocalípticas, de ignorancia (¡es una bombaaaaaa!), miedo o de plano terror desatado. Ayer leía en National Geographic las diferencias elementales entre los incidentes de Three Mile Island (1979), Chernóbil (1986) y Fukushima. En el primero, sonaron más de 100 alarmas cuando empezó el problema, y los ingenieros se confundieron a tal grado que no sabían por dónde empezar. En el segundo, el proverbial silencio soviético de la Guerra Fría frenó el flujo de información y la ayuda externa (el mundo supo del desastre porque en Suecia se detectaron rastros de radiactividad varios días después). En Fukushima, la industria nuclear dispone de un fuerte soporte en caso de desastre (22 años desde Three Mile han ayudado en algo), la información pública vuela en Twitter y al mismo tiempo el estatus del incidente es cosa sui generis y completamente inesperada. Las condiciones climáticas y los vientos son diferentes. Los reactores y los sistemas de enfriamiento son diferentes. Las causas de los incidentes son diferentes: en los dos primeros el lío vino de errores humanos; en Fukushima Daiichi, el terremoto mató el poder eléctrico y el tsunami los motores diesel que proveían el backup que activaba las bombas de agua para enfriar el combustible nuclear. A partir de ahí, comenzó el desalojo del área –salpicado de aquellas dramáticas fotos de preescolares siendo escaneados en busca de rastros radiactivos–, y el gobierno alemán dijo que ellos iban a cerrar plantas nucleares y el gobierno chino también y el gobierno gringo en su inefable pose de mamón policía del mundo no ha parado de opinar sobre la crisis y ha hecho “recomendaciones” para sus compatriotas, al igual que los británicos, y yo he escuchado en México que la gente está “preocupada” porque llegue una “nube nuclear” a las costas de Baja California y al mismo tiempo en la prefectura de Fukushima empleados y técnicos también fueron desalojados hasta que, sí, solo 50 quedaron atrás, como los 300 espartanos que pelearon contra el rey persa Jerjes, bueno, seis veces menos espartanos. Los técnicos anónimos, los tipos que estuvieron metidos en la oscuridad con sus linternas tratando de reactivar los sistemas de enfriamiento, recibiendo dosis seguramente cabronas –no sabemos cuánto– de contaminación radiactiva, los 50 gyokusai, los benditos héroes de Fukushima Daiichi son un puñado de cabrones admirables hasta las lágrimas. Ahora están tratando de enfriar tanques de combustible desde el aire, lanzando masivas cantidades de agua de mar desde helicópteros y con cañones de agua a nivel suelo. Y están tratando de conectar a la planta un cable eléctrico que mide un jodido kilómetro de extensión. La prefectura de Fukushima está a 220 km de Tokio, así es que estos hombres (y mujeres, supongo) están defendiendo también la integridad de la capital de su nación. Están defendiendo a su nación entera, pues. Con 5,400 muertos y 9,500 desaparecidos al dia de hoy, el pueblo japonés ha demostrado una entereza y un valor y un civismo sorprendentes. Digo, sorprendentes para nosotros, que en caso de desastre natural de inmediato comenzamos a explotar a nuestros compatriotas en desgracia vendiéndoles más cara el agua o el transporte. Eso no está pasando allá, tal como lo consignó el diario El País. Japón es un país golpeado por las deudas y la crisis y la falta de liderazgo, y ahora esto. Paralelamente, buena parte del resto del mundo ha demostrado un perfecto egoísmo “opinando”, “recomendando”, “evacuando”, “criticando” si la compañía que opera Fukushima Daiichi pudo haber estado mejor preparada ante el unodós de terremoto + tsunami. Los medios gringos están explotando la historia para cuestionarse si sus plantas son seguras… eso qué. Es tan típicamente humano: a unos se los lleva la chingada, y nosotros solo pensamos en nosotros mismos. Pero los japoneses tienen la cabeza fría, están en calma y siguiendo instrucciones de las autoridades. Esto no es un manga, aunque me pregunto cuántos mangas no nacerán de Fukushima. Para aquellos que admiramos la cultura japonesa, su lengua, sus costumbres y la vibrante manera en que combinan sus tradiciones con manifestaciones artísticas contemporáneas, vivas, es doloroso ver lo que está sucediendo allá y sentarse en medio de la predecible desinformación que uno esperaría recibir del otro lado del mundo y en una unfolding crisis como esta. Porque no sabemos con exactitud cuál es el estaus, solo podemos confiar en lo que leemos en la BBC, en el New York Times, en El País. Y ahí es donde brillan aquellos que he mencionado en el título de este post: los héroes de Fukushima Daiichi, que seguramente (muchos de ellos) morirán en las próximas semanas, meses y años tal como le pasó a los trabajadores y “liquidadores” de Chernóbil. El carácter y valentía de estos cabroncitos metidos en medio del peor problema del mundo entero me han remitido a las palabras de Lester en American Beauty: “I can’t feel anything but gratitude for every single moment of my stupid little life”.
Espero que las noticias mejoren mañana.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 19, 2011.

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February 28, 2011
Momias

Por obra y gracia de las recomendaciones del viejo –aunque cultísimo– Pabli a.k.a. CEO de Paellas Simitrio®, recientemente caí en el Museo de El Carmen, famoso en la Ciudad de México porque en las profundidades de su cripta exhibe una docena de momias (que engalanan las fotos de este post). Nadie sabe quienes fueron las hoy momificadas personillas, lo que les provee de un aura de misterio encantador. Todo el tema de las momias ha sido importante en mi vida durante los últimos seis meses. El motivo: mi hija está obsesionada con ellas. Sí, se ha obsesionado con la figura del muerto petrificado a raíz que una vez le puse la película de La momia modelo ’99. Y qué viaje ha sido. Yo no le tenía mucho respeto a La momia y mucho menos a La momia regresa, pero después de verlas unas 26 veces en los últimos meses, he concluido que son geniales al lado del Episodio I, que fue una película que salió ese mismo año; y en verdad no lo digo a la ligera: a diferencia del mamotreto de Lucas, La momia sí tiene un villano claro (Imhotep), una narración lineal que funciona y sentido del humor sin valerse de lagartijas retrasadas mentales que hablan con voz tipluda. La primera vez que la vio mi hija, a sus cuatro años y medio –hoy tiene 5–, se sintió completamente fascinada con la idea de que a un tipo lo metieran a una caja envuelto en vendas y que resucitara como una especie de calaca que le quita los ojos, la lengua y demás órganos a los vivos. Mi hija tiene un gusto por lo gótico: le enloquecen las historias de vampiros, hombres lobo, fantasmas, momias y monstruos que surgen de lagunas. Tiene un gusto por los detalles gore, y aunque sé que yo sería un pendejo irresponsable si la pusiera a ver The Texas Chainsaw Massacre, me lo he tomado con calma a la hora de las decapitaciones en el cine: un sujeto sin cabeza es un símbolo muy poderoso. Lo mismo sucede con el resto de las mutilaciones en la ficción (los símbolos de desprendimiento son motifseminentemente mitológicos). En este momento de su vida, mi hija está separando saludablemente lo literal de lo metafórico, y que una momia revivida por un polvo mágico que Imohtep se saca de la manga pierda un brazo o una cabeza, no me parece mórbido para ella. A la atmósfera sobrenatural, tenebrosa y misteriosa de una tumba egipcia, se suma el romance. Y yo sé que para mi hija, aunque se tapa los ojos y verbaliza cuanto LE CAGA que Brendan Fraser y Rachel Weisz se coqueteen sabroso, ese aire de aventura romántica remata muy bien la historia de La momia. Por supuesto, de eso se trata lo gótico: un fino coctel de horror y romance. Mi padre leía a Salgari de niño, yo leía los tebeos de Mandrake y el Capitán Misterio (en esta edición, de hecho) y ahora veo que el sense of adventure (que le llaman) que prodiga La momia se ha apoderado de mi hija. En verdad yo no lo esperaba, sobre todo por el nivel de interés que ha despertado en ella todo el asunto. Le regalé en Reyes un set de momias de Playmobil, conseguí una maravillosa enciclopedia infantil de Dorling Kindersley sobre el fenómeno de la momificación en todo el mundo y un libraco-objeto, en El Péndulo, con un pequeño sarcófago plástico de momia enmedio –a medida que uno va avanzando en el libro y pesca las explicaciones, se va abriendo el sarcófago para revelar su contenido. A las dos primeras partes de La momia le siguió una tercera, con Jet Li, que es apestosa a más no poder y de la cual mi hija me reclamó que “la mamá nueva está fea”. Así es que no la hemos vuelto a ver. A la distancia de los meses, hemos discutido por qué la momia de la cinta le tiene miedo a los gatos, guardianes del inframundo, por qué guardaban en vasijas los órganos vitales, qué pedo con el ojo de Horus, por qué en inglés la palabra momia suena como mamá y por qué los camellos también corren. En cuanto el CEO de Paellas Simitrio® me comentó que en el mencionado Museo de El Carmen tenían momias, dije: estoy tan ahí. Llevé a mi chica preguntona (¿por qué, por qué, POR QUÉ?) y nos dimos un festín momiesco de proporciones imohtepescas. Bueh: nada que ver con el cine (ni con Egipto), pero funciona. La atmósfera es creepy, los rostros descarnados de esos pobres infelices que alguna vez fueron personas. Mi hija se acercaba a los vidrios para verlas con detalle. No le dio nada de miedo. Traía un dulce (una de esas bombas de azúcar en forma de roll-on) que la hacía ver como una reporterita con micrófono en mano. Hizo broma. Obviamente es inevitable pensar en la muerte, pero sobre todo pensar en la eternidad: al ver a una momia pasa por la mente la chusca idea de “lo eterno”. Es una ilusión, claro, porque nada es eterno. Nada: ni las obras de Shakespeare, ni la Rotonda de los Hombres Ilustres, ni los aretes de tu abuela, ni la deuda de tu casa, ni ese jefe que tanto te molesta, ni tu flamante PlayStation 3 y mucho menos estos cuerpos con los que deambulamos en vida. Esas momias que hoy tienen unos 300 años en ese estado algún día van a ser polvo o ni siquiera eso.
Y para allá vamos todos y todo, mi lic. Pero antes de sobredimensionarnos con ideas necróticas, lo otro que es inevitable pensar al ver esos rostros de muertos paralizados con muecas grotescas es: ¿quiénes eran ellos? ¿De qué hablaban, por dónde la rolaban, a quién se cogían, qué comían los domingos? Lo bonito de la muerte es que te hace pensar en la vida. Y es un pretexto perfecto para citar a Tom Waits:
Now you’re gone, and it’s hotels and whiskey and sad-luck dames — And I don’t care if they miss me, I never remember their names — They say if you get far enough away, you’ll be on your way back home — Well, I’m at the station, and I can’t get on the train
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 1, 2011.

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February 10, 2011
52 semanas
El sábado cumplo 52 semanas sin fumar. El proceso ha sido poco tortuoso, poco complicado, casi nada difícil. Todo empezó un sábado que participé en una clase de yoga, la primera clase de varias que tomé durante algunos meses. Nunca había hecho yoga, y me interesó mucho el tema de concentrarme en mi propia respiración; sentir el flujo del aire entrando y saliendo, pues. No hay nada de místico en escuchar la propia respiración, simplemente me parece que respirar es un convenio tan orquestado con nosotros mismos que no le ponemos suficiente atención. Es algo que pasa y ya. Y cuando observamos las cosas que “solo pasan”, bueno, supongo que pasan cosas, si me entienden… a mí me pasó que dejé de fumar. Pero no me voy a adelantar: el día de aquella clase de yoga, hace un año, comencé a observar mi propia respiración. Por supuesto, pasaron otras cosas, como que músculos que no había utilizado en años se engarrotaron, o darme cuenta de lo increíblemente tiesas e inflexibles que estaban mis articulaciones, a pesar de ejercitarme con regularidad. Esas son cosas que hace el yoga por tu cuerpo. Sin embargo, ese día sentí también una extraña opresión en el pecho, aunque no le hice mucho caso al principio. Por la tarde me quedé solo en casa, e intenté sentarme a escribir. Prendí un cigarro y a la tercera bocanada lo apagué. Ese fue el último cigarro que fumé, vaya, ni siquiera fue un cigarro completo. No voy a decir que me dio asco, porque no fue así; simplemente, lo sentí como algo alienígena con mi sistema. Tengo la obligación de decir que este no es un post sobre el hecho mágico de dejar de fumar, no hay tal; pero sí debo ser lo suficientemente honesto como para decirles que desde ese día el acto de fumar se convirtió en algo incompatible conmigo. Las ganas se me quitaron de golpe. Simplemente, dejé de tener ganas. Lo asocio con esa clase de yoga porque coincidió con ella y con el acto de observar mi propia respiración durante una sesión de una hora y cuarenta minutos, pero tampoco puedo decir que aquello sea el responsable de haber sacado al cancro de mi vida. Supongo que fue una coincidencia. Los primeros días pasaron y me llamó la atención que no se me antojaba prender un solo cigarro. Miraba mi cajetilla a medias y decía “chale, qué raro es esto”. Alguien me dijo “aprovecha y deja de fumar”. No me pareció mala idea, aunque en realidad nunca había sido mi intención dejar de fumar. Mi idea de fumar estaba completamente enraizada con el acto de escribir que es, esencialmente, un ejercicio acrobático de concentración. Pero no solo me concentro cuando escribo: también al responder mails en el trabajo, hacer una presentación, revisar un documento o corregir pruebas de la revista. Luego de un par de semanas, y asumido el hecho de que no tenía absolutamente ningún antojo por fumar, me senté de nuevo a escribir. Entonces, pasó: comencé a sentir un hueco en el pecho. Tal cual. Algo faltaba ahí. Seguía haciendo yoga, sí, y por esas fechas comencé también la práctica de la meditación con el maestro Pan (su sitio se llama Daimon Path, al cual pronto le dedicaré otro post), y eso me ayudó a entender qué era el “hueco”. Lo explicaré así: hay gente que siente las emociones en el estómago (que va de las chingadas mariposas a guacarear minutos antes de su boda), hay a quienes les duele la cabeza cuando están muy nerviosos (por ejemplo, la noche previa a una importante entrevista de trabajo), hay quienes las resienten en las articulaciones, el rechinar de dientes o lo manifiestan con un par de piernas que no dejan de moverse. Yo descubrí que mis emociones se concentran en el pecho. Abstraerme de mi entorno y concentrarme en algo como la escritura creativa requiere acumular mi flujo emocional en el pecho; por así decirlo, el cigarro era el pegamento que me permitía mantener cohesión en ese flujo emocional. Al sentarme a escribir sin fumar, sentía que hacía falta ese pegamento, y la concentración se me iba por el caño. No pude escribir durante varias semanas, y me tuve que forzar a hacerlo letra tras letra y casi casi amarrándome un grillete a los yarboclos. Mi principal problema fue, sin embargo, en el trabajo: pendientes por eliminar de la lista y que necesitan atenderse ya, con diligencia y concentración. A mi status financiero le importa un pito si acabo o no una novela, pero perder el ritmo laboral sí podría ser catastrófico en este sentido, así es que dediqué muchas horas a trabajar mi “hueco” sentado frente a la computadora en la oficina. Nótese que no he explicado por qué dejé de fumar o cómo dejé de fumar. Este no es un post de “deje de fumar”. No sé cómo dejé de fumar, no sé cómo se fueron las ganas. Solo sé qué coincidió en aquel momento y qué sentí cuando las ganas se fueron. Seguí corriendo, a pesar de que soy un pésimo corredor tal como lo escribí en este post. Acabé el año, según Nike +, con unos 900 km avanzados. Pero en realidad eso no es nada, no soy un corredor serio. Haruki Murakami es un corredor serio: el tipo corre al menos 10K diariamente, un maratón anual, hace triatlón y ha participado en la ultramaratón (100K). Recientemente leí su libro De qué hablo cuando hablo de correr, una especie de recopilación de ideas y memorias en torno a las actividades de escribir novelas y correr maratones. Me sorprendió la vitalidad de Murakami, que un tipo pueda hacer ambas actividades y la honestidad y sencillez con que aprecia el cruce de ambos mundos que parecerían inconexos. Uno podría decir que el estereotipo del escritor es más o menos así: un fulano atormentado que fuma y toma café compulsivamente en una habitación oscurona, como si estuviera metido en cosas importantes o, peor aún, en cosas intensas. Yo necesito buena iluminación, una silla decente y música para escribir. Y sí, durante años asocié la navegación a través de párrafos y diálogos de mis personajes con un cigarro en mano. ¿Qué pasa ahora? Soy un escritor que no fuma. Ni modo: otro estereotipo del que me he tenido que deshacer. Cuando comencé a escribir de forma regular y con intenciones de publicar un libro, a principios de los noventa, me topé con el hecho de que vivía lejos de donde estaban los escritores, los filósofos, los poetas, los respetados miembros de la socialité culturalosa en México. Yo vivía en Satélite, donde no había museos pero sí un chingo de Blockbusters. No me iba a ir a vivir a San Ángel o Coyoacán, así es que decidí deshacerme del estereotipo. Tampoco entré a estudiar filosofía y letras o letras hispanoamericanas y bla bla, sino una carrera chafa de comunicaciones en una universidad chafa. Pésima educación. Pero eso fue lo que tuve y eso fue lo que pasó en mi vida. Me deshice del complejo de sentirme lejos de donde estaban sucediendo “las cosas” literarias. Y los escritores no se interesan en los videojuegos. O en el futbol americano. Por supuesto, solo estoy hablando de estereotipos que se hace la gente, pero son increíblemente válidos a la hora en la que a uno le piden su membresía para participar en un “club”, o en una secta, si quieren. Yo no tengo ninguna membresía, yo no pertenezco a ningún círculo literario. Yo no soy amigo de nadie en la industria. Gente que me ha ayudado, gente que ha creído en lo que escribo y hasta ahí llegamos. Acostumbrado a sacarme de encima ideas prefabricadas sobre el oficio propio, durante el último año, insospechadamente, me dediqué a deshacerme del estereotipo de “si escribes, fumas”. Comencé a llenar el hueco (“fill the hole”, como en aquella gran película de Peter Medak). ¿Cómo? Respirando. Haciendo yoga. Meditando. Corriendo. Y sentándome a escribir, simplemente a escribir. Poniendo atención y soltando mi respiración (mi inhala/exhala) de manera explícita. Nunca tuve la respiración de un elfo, pero ahora soy peor: parezco un cabrón rinoceronte respirando. Respiro pesadamente y balconamente. Habrá quien crea, porque no me conoce, que mi corazón está retacado de grasa y respiro así porque no puedo hacerlo de otra forma. Pero yo sé que gozo de buena salud y mi condición física es óptima. Cuando salto la cuerda (qué ejercicio extenuante es saltar la cuerda, chingau) parezco un hipopótamo brincador y aunque trate de convencer a un nutriólogo de que tengo buena condición física y que mi panza no me causa ningún conflicto de baja autoestima me dirá que le vale madres y que según su tabla estoy mal, mal, mal y pasado de peso. Nunca fui una varita de nardo, y en realidad creo que nunca he visto un nardo así es que no sé exactamente a qué se refiera esa frase. Respiro pesado porque ese es mi nuevo pegamento para llenar el hueco. Así he llegado a 52 semanas sin fumar, una vuelta completa al sol. No me costó trabajo, como decía en un principio, pero no por eso ha dejado de ser un proceso casi alucinante. Sigo escribiendo, recuperé mi concentración, el concierto de Pixies me regaló algunas netas crudas sobre mi vocación y creo que soy más productivo que nunca. Mi padre siempre quiso que yo dejara de fumar, y el tipo murió sin saber que yo finalmente dejaría el mal hábito. Ese es un pensamiento triste. Ahora lo recuerdo: cuando estaba en el hospital hace dos años y medio, acompañándolo en su agonía, en cierto momento me salí del cuarto. Estaba harto, malhumorado, estresado e intoxicado de la atmósfera necrótica que destilaba el evento de mi propio padre muriéndose. Me molestaba la idea de que una persona tan sana como él y que NO fumara tuviera cáncer. ¿Qué pedo con el orden cósmico?, me decía a mí mismo, el que toma estas decisiones de quién vive y quién se muere está para MEARLO. Así es que salí del cuarto y bajé a la calle y, ¿qué hice? Tomar un cigarro y fumar, claro. Y fumé. Y me relajé. Y en eso, a mitad del cigarro, alguien bajó y me dijo que mi padre acababa de fallecer. Tiré el cigarro y subí corriendo y me acerqué a él y por un segundo me sentí culpable por no estar en el momento de su muerte, pero qué diablos, yo había estado ahí todo el tiempo con él, acompañándolo, y necesitaba ese momento, necesitaba ese cigarro. Fuck. Shit happens. Así es esto y… no importa. Lo que realmente importa es que mi viejo y yo nos amábamos y sé que la pasamos genial en vida, sobre todo durante los últimos años. Me hubiera gustado platicarle sobre estas últimas 52 semanas. O quizá lo esté haciendo justo ahora. Bueh: ya no soy fumador. Lo logramos, dude.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on February 11, 2011.

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November 11, 2010
El Dr. Manhattan es un idiota para el amor

Un trío de dos. Esa es la genial idea del Dr. Manhattan para pasar un rato de intimidad con su novia. Grandísimo pendejo. Por mucho que sepa y practique en carne propia las bondades de la física cuántica, se mueva de la Tierra a Marte con la misma gracia y facilidad con la que tú te mueves de la sala de tu casa al baño, esté mamado (señoritas: Billy Crudup NO prestó el cuerpo, sólo la cara para la película de Watchmen; este dude es el doble corporal), se madree al Vietcong en cuestión de horas y presumiblemente calce grande, el Dr. Manhattan es bien pendejo para las cosas del amor. Después de cagarla en incontables ocasiones, e incapaz de sostener una relación medianamente exitosa con esta brutal jeva, el muy inútil decide huir a otra galaxia. Claro, tiene otros pretextos (las cosas de los humanos son insignificantes para un semidiós como él), pero la verdad es que nunca pudo entender a las mujeres. Y después de decir esto, me parece que no lo culpo. La sensibilidad masculina parece estar atrofiada. (Venga la orgía de entrecomillados.) Cuando la “jeva” quiere abrazo, nosotros queremos discutir “pragmáticamente” el asunto. Cuando la jeva quiere “apoyo”, nosotros estamos muy ocupados buscando “culpables”. Cuando la jeva quiere “un detalle” o “una sorpresa”, nosotros nos estamos preparando para ver el partido de las 3 de la tarde. Cuando la jeva está lista para “ese día especial”, para nosotros es otro martes o miércoles o sábado normal. Y cuando crees que tu chica es “diferente” a las demás, no le molesta lo que le molesta al resto de las hembras-cliché que pululan en el mundo y “te entiende” o “es alivianada”, inevitablemente llega el conflicto que te hace volver a la realidad (“pero hace tres meses que te avisé me dijiste que no querías ir”, “pero tú nunca habías sido celosa”, “pero habíamos quedado que nunca ibamos a tener hijos, que todos los ahorros eran para viajar”). Hombres al borde de un ataque de nervios. Hombres clueless. Odio los estereotipos, sobre todo cuando los estereotipos son tan certeros. ¿Cuántas veces un hombre le ha dicho a una mujer “no puedo leerte la mente”? Bueh, el Dr. Manhattan sí puede. Y ni así sale bien librado. No se trata de ver lo evidente. Se trata de interpretar lo poco evidente. La mujer es difícil, complicada de leer. Llega un momento en el que crees que sabes qué es lo que debes hacer, pero difícilmente le atinas. Qué dilema. Y qué problema. Qué bello problema son las jevitas.
No estás solo, doc.
Este es un post carente de tacto y presumiblemente sexista publicado en ruyxoconostle.wordpress.com el 12 de noviembre de 2010.

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October 26, 2010
Las brujas

La razón de su odio contra los infantes, quizá, es que no toleran el olor que éstos despiden. Las brujas del libro de Dahl no son amables: quieren matar a todos los niños del mundo. El método podrá parecer estúpido (convertirlos en ratones para que así alguien más se los despache), pero no hay que olvidar que la intención de Dahl era hacer un libro para niños. Un libro para niños en donde el tema es brujas que matan niños. Dahl era un cabrón redondito.
(La versión cinematográfica de The Witches fue powereada por el taller de Jim Henson y Anjelica Huston como la bruja mayor de Inglaterra. Es una buena versión, en verdad. Véanla.)
Muy chamaco, en los ochenta, me obsesionaba la lectura de un artículo de la revista Geografía Universal dedicado a las brujas. Recuerdo que iniciaba con un diálogo ficticio entre una supuesta bruja y su duro juez en la onda Salem, Estados Unidos, siglo XVII. Básicamente, el texto hablaba de cómo algunas mujeres de avanzada de la época, mujeres poco comprendidas por los hombres, acababan como chivos expiatorios en la hoguera por desafiar el statu quo. El detalle grotesco era el siguiente: si alguna tenía un lunar, éste era determinado por los jueces como un diaboli stigmata o marca del diablo. ¡La bruja había copulado con el demonio en un aquelarre! Después de muchas horas o días de tortura, por supuesto, cualquier mujer terminaba confesando su afiliación con el diablo. Los juicios de Salem en realidad duraron sólo un año y no sólo brujas fueron condenadas a muerte; también había hombres entre los consignados. La paranoia de una sociedad puritana que entró en pánico: así podemos resumir las estupideces acontecidas hace más de 300 años en Salem. National Geographic tiene un viejo interactivo dedicado al respecto, y cientos de libros se han escrito tratando de explicar lo que sucedió ahí. Ahora, nuestra mentalidad contemporánea intenta trazar un dibujo más políticamente correcto de la brujería como un “modo alternativo de vida”. De hecho, una exposición en el Salem Witch Museum se dedica sólo a darle una dosis de “realidad” a nuestra burda idea de la bruja como esa cosa narigona, perversa, con sombrero picudo y escoba para volar.
Un momento. Yo no quiero esa versión ultrapasteurizada de las brujas. Yo no quiero que me digan que las brujas son mujeres que aman a la naturaleza y procuran el bienestar holístico, como si se tratara de una mamona disciplina new age o una variación de la acupuntura. Seguro: existe la noción de la bruja bondadosa (Wanda Maximoff en sus humildes orígenes con los Avengers) y la bruja perversa (Emma Frost en sus humildes orígenes con el Hellfire Club), del mismo modo que existe la bruja como la madre universal o como la madre mala. Aquellos lectorcitos que hayan pasado por el Spam Campbell®, adivinarán que el poder de las brujas radica en la paradoja de la creación: la mujer, dadora de vida, poseedora del vientre bendito, la world creatix, es dueña también la fuerza destructora y “maligna” que da y quita. La bruja es una fuerza que contiene por igual eros y thanatos. Cualquiera que haya estado enamorado de una mujer lo sabe; la belleza puede ser algo terrible. La belleza de una mujer eleva pero también enloquece. La canción “Exit” de U2 lo resume así: “The hands that build/Can also pull down/Even the hands of love”.
Sin ánimo misógino, la verdad es que las brujas rockean mucho más que los brujos (un brujo connota a un médico tribal; una bruja, a una fuerza cósmica que evoca a la magia). Y ya establecido que “bruja” no es sinónimo exclusivo de “hijadeputa”, hay que decir (o contradecir) que no es ninguna sorpresa que los retratos malignos de las brujas sean mucho más poderosos que los bondadosos. Todos recordamos a las brujas feas, culeras, viles y sanguinarias. Están aquellas grayas que viven en una cueva terrible y se turnan un ojo para ver, y que le revelan a Perseo la única forma en la que puede deshacerse del Kraken en la Furia de titanes de 1981. Y están las tres brujas shakespereanas que le dicen a Macbeth que él será el rey de Escocia en un pasaje favorito del Bardo Inmortal:
Double, double toil and trouble;
Fire burn and cauldron bubble.
By the pricking of my thumbs,
Something wicked this way comes.
Las maquinaciones de una bruja. De una mujer que sabe más que un hombre. A eso sabe la vida. A hombres inexpertos enfrentándose a mujeres más aptas e inteligentes que ellos. Macbeth es una cosa hermosa por eso.
Más recientemente, mi bruja favorita ha sido la mamá falsa de Coraline. He visto una docena de veces el filme con mi hija y he armado muchas interpretaciones sobre lo que sucede en pantalla (una de las más nuevas es de origen “inceptionesco”). Ninguna otra película obsesiona tanto a mi hija como Coraline, y creo que es por sus efectos freudianos sobre ella.
En Coraline, la madre falsa tiene ojos de botón, y en su forma horrible de bruja-araña representa a la propia madre enojada y regañona. Piensen esto: nuestro camino en este mundo implica separarnos de nuestras madres y añorar el seno materno que alguna vez nos dio protección y alimento (me vale pito que hayan tomado leche de fórmula, la metáfora funciona). Para la psique de un niño –que es una personilla aún cerca de su progenitora–, el enojo de la madre equivale a perder esa proximidad, y quizá más que eso: es una pequeña tragedia griega que se repite a diario en las casas de niños preescolares haciendo berrinche. Así pues, la madre falsa de Coraline Jones es una bruja potente que representa el peligro de perder para siempre a nuestra propia madre.
La madre buena, sin embargo, es rutinaria y aburrida y, a su modo, gruñona y malencarada. Una de las cosas que amo de Coraline es que nos dice que “los sueños pueden ser peligrosos”, pero también nos susurra al oído que vale la pena correr ese peligro con tal de saborear la aventura. Amén.
Un beso cariñoso para todas las hermosas brujas que en estos días bailarán ebrias a la luz de la Luna y fornicarán con Satanás. Se lo merecen, chicas. Han trabajado muy duro todo el año.
“Something wicked this way comes“.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on October 27, 2010.

Las brujas was originally published in Ruy Xoconostle W. on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.