Escribir a 80.6 grados Fahrenheit
Me gusta esta época de calores porque me dan muchas ganas de escribir. El calor me activa algo en los dedos, no sé. También me dan ganas de coger. Es decir, todo el año me dan ganas de escribir y de coger, pero más en esta época. Cuando iba en la universidad recuerdo varias tardes calurosas con un ventilador dándome en la cara mientras machacaba las teclas de la Macintosh LC.
Cuando escribía en casa de mi madre lo hacía en el comedor porque en la planta alta, a pesar de que me gustaba el calor, estaba demasiado caliente para siquiera pensar. Siempre me dijeron que fue uno de los 7,000 errores del arquitecto que construyó la casa, como si el dude fuera responsable del calentamiento global o algo. Antes de la Macintosh LC tuve una auténtica máquina de escribir Remington. Mi hermano pensaba que yo estaba loco porque toda la maldita tarde hacía ruido con la maldita máquina infernal. En el comedor también hacía calor, pero era más fresco. El perro se echaba debajo de la mesa. El perro se llamaba Garrincha.
Algunas veces escribí en casa de mi novia, en su cuarto. El calor era en verdad endemoniado. Ella primero tuvo una Mac LC, igual que yo, y después una Macintosh Performa con CD-ROM, goei. Ella se echaba en la cama. O llenaba el comedor de su casa con papeles y la tarea de la carrera de diseño gráfico. Calor, ventilador, ganas frenéticas de escribir. Ganas frenéticas de coger. Además del calor, supongo que hay mucha energía contenida en el acto de escribir. Las cosas no se ven de inmediato, tiene que pasar un tiempo. Y en mi caso, tengo un par de supersticiones. No me gusta que vean nada de lo que escribo antes de que el libro quede listo, ni mis notas y mucho menos los textos principales. Todo es interno, el acto de escribir es un curioso caso de estreñimiento.
Siempre sentí atracción por las mujeres con habilidades plásticas, si me entienden. No tienen que ser artistas llenas de virtuosismo. Las diseñadoras gráficas son perfectas. Hacen cosas con las manos y expresan hacia afuera. No como yo, que expreso hacia adentro.
Aunque empecé a escribir en los ochenta, me formé como escritor en los noventa. En esos años escribía mucho y diario. Una vez escribí un cuento largo de 70 cuartillas en un solo día. Empecé a las diez de la mañana y acabé a las cinco o seis de la tarde. Era una cosa intoxicante. Lo titulé Encuentro con las moiras. En ese relato los personajes se quedaban encerrados en un lugar bajo tierra donde hacía mucho calor. Lo imprimí en la impresora de matriz de punto de un amigo y lo envié a un concurso. Nunca supe qué pasó, aunque supongo que no gané nada.
Cuando escribía Pixie en los suburbios me ponía un ridículo sombrero bucket hat de los Olímpicos de Sydney y sudaba durante todas las horas de la sesión en turno. Soy un gran sudador, así es que pueden imaginar la hidroliciosa escena. Parece que el calor ayuda a aliviar el estreñimiento del escritor. Coger también ayuda. Desnudo del pecho, mirando el techo, cancro en la mano, jeva al lado. Es una escena post-coital estereotipada a la que recurría mucho en esa época. Era un momento de liberación. Toda la presión interna, afuera al fin.
Para escribir necesito música, agua simple, buena ventilación, un buen asiento y más o menos buena iluminación. Puedo escribir todo el año porque en realidad soy un escritor todoterreno, pero no me encanta la idea de pasar varias horas solo en un cuarto helado con los dedos engarrotados. Preferiría estar empiernado con alguien viendo una película en la tele. Eso es mucho más motivante que retomar tu novela, pfff. El calor propaga las ideas. El frío las endurece. Fomenta el estreñimiento.
Amo las manos de las mujeres con habilidades plásticas. Mãos da menina bonita.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 29, 2011.

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