Ruy Xoconostle W.'s Blog, page 34

March 5, 2009

Hoy desperté pensando en “Titanic”

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Titanic tiene años pasando en la tele, ¿cierto? Seguro la ponen en el canal 7 en año nuevo y esas grandes zurradas de ideas de los programadores. Leo DiCopro y Katecita doblados al español… algo horrible. Hoy amanecí pensando en esa idea. También pensé que ver la película en DVD o en Blu-ray (dudo que exista en ese formato) es una cosa diametralmente opuesta a verla interrumpida por anuncios de Elektra. Seguro algún día volveré a ver Titanic en la comodidad del video en casa. Cuando mi hija tenga edad suficiente, o algo. También me acordé de cuando estrenaron Titanic, por allá de 1997. La vi en Cinemex, y aunque no fui fan de la cinta, sí fui fan del fenómeno. La gente la iba a ver una y otra vez… Star Wars (la original), E.T., Jurassic Park y Titanic: los últimos eventos masivos cinematográficos que se recuerden. Hagan la conversión de boletos y taquilla con la inflación actual y verán que Potter y LOTR y Spidey y TDK no se acercan ni a madrazos al alucinante poder de convocatoria de estas películas. ¡600 millones de dólares de 1997 sólo en Estados Unidos! Titanic fue gigantesca. Yo la vi tres veces, incluyendo el día del estreno en México (1 de enero de 1997, je). Es una película muy criticable, pero también tiene cosas pocamadre. Y todos la recuerdan por algo, una ex vieja, una escena chingona, una escena vomitiva o la canción de Celine Dion. Hace unos días confesé en Twitter que “My Heart Will Go On” covereada por Los Straitjackets me hace muy feliz. También pensé que la TV para mi hija es como una caja de luz que estrimea contenido audiovisual: cuando ella prende la tele, la tele le da algo. Pero mi hija ya sabe muy bien que poner un disco para ver una película es otra cosa. Es sentarse y aplacarse, y por lo menos hacer el mínimo ritual de entender el contenido que se ha puesto sobre la tele ex profeso. Y cuando le muestro algo en Blu-ray, en “la tele de papá” (donde juego Xbox, y soy un culero porque sólo la puede ver conmigo ahí presente), sabe que es algo requeteespecial-X2. Y cuando vamos al cine, joder, la emoción es al triple: el cine es lo máximo, el rito de la fila, la palomita, la pantallota, los comerciales mediocres (por cierto, ¿qué pedo con la basura condechi que está pautando Coca-Cola, qué diablos pasa entre los publicistas de este país?), las patadas en el asiento. Como Coraline, que la tuvo en shock unos buenos 45 minutos hasta que dijo “paso” (yo sí me quedé hasta el final, ella se salió a relajar con su mami). El cine es pura magia, y es algo que McLuhan sabía. Una de tantas razones por las que no respeto a la tele y ME VALE VERGA Lost. Pero entiendo su función: es la caja de luz que hace streaming 24×7. Muy útil cuando estás aburrido (o quieres ver deportes en vivo). Para buscar emociones, me voy al cine. Como ayer, con The Wrestler, que me sacó la lágrima. O Slumdog Millonaire, que me hizo sentir una mejor persona. O Watchmen, que iré a ver en la noche. Y como con Titanic, me guste o no, hace 12 años. Me pregunto qué dirá mi hija cuando, espero, en unos años veamos juntos Titanic en un formato doméstico que nos permita acurrucarnos en un buen sillón.

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Published on March 05, 2009 16:00

March 3, 2009

Cómics

Me considero un tipo moderno, y como tal, leo cómics. Es decir, creo que si el medio hubiera estado desarrollado a fondo en el siglo XIX, Nikola Tesla habría sido un asiduo lector de historietas. También creo que Poe hubiera escrito cómics. A lo mejor Baudelaire se habría valido del medio para desvariar como tan bellamente lo hizo. Y también me imagino al modernísimo Ichabod Crane, gafas de investigador forense a-la-finales-del-siglo-XVIII, con un volumen de Howard Chaykin bajo el brazo. Leo cómics desde que comencé a leer, a los cinco años. A los seis, mi madre me regaló un libro ilustrado de Selma Lagerlöf, El niño duende, en premio porque “lee muy bien” (sic). Aún mantengo el libraco, y cuando ocasionalmente me cruzo con él siento ese latigazo de emoción que me daba ver al niño corriendo de vuelta con sus padres, el poder del gráfico, del dibujo. Y no era propiamente un cómic, ojo. Era un cuento ilustrado. Pero desde que comencé a leer tomé las historietas de mi padre marca Rius Frius, es decir, Los Supermachos, Los Agachados, La Garrapata (cuyo eslogan era “El azote de los bueyes”) y los debrayes de Helióflores, Naranjo, AB y también Rius. Mi padre me compró, siendo yo muy pequeño, dos reediciones muy nais (en pasta dura) de dos cómics clásicos de la década de los cuarenta: El Capitán Misterio (que era la respuesta gachupina a El Fantasma) y Mandrake. Y puta, cómo me hacían volar en mi infancia esas madres, con sus escenarios exóticos y sus suavecitas madrizas rated-PG. Quizá no con una técnica muy virtuosa, pero el lenguaje del cómic se empezó a apoderar de mí, ese sutil lenguaje que consiste en poner un dibujo tras otro y acompañarlo de palabras. Pasé por Archie y La pequeña Lulú. Ricky Ricón. Los cuentos de “Disneylandia” setenteros/ochenteros en formato Colibrí, Águila y Avestruz. La familia Burrón de Gabriel Vargas. Me refiné la obra completa de Mafalda y me hice fan confeso de ese cabrón genio de Quino, a pesar de no entender la mitad de las referencias a Vietnam, los Beatles y Fidel Castro. Mi hermano llegaba a casa, durante la segunda mitad de los ochenta, retacado de cómics de Marvel y así conocí a fondo al arácnido (no es albur) por vía de Todd McFarlane y Erik Larsen. Fui presa del hype y me compré aquel volumen en el que Doomsday le ponía una putiza a Superman. Y cuando Jis y Trino hicieron historia en la tira cómica de periódico con El Santos, bueh, ahí estábamos mi hermano y yo todos los domingos, cagados de la risa con los cerotes barnizados, la Tetona Mendoza, el Cabo y el Diablo Zepeda, y rematábamos con La Jornada Semanal y la última página, dedicada a La chora interminable. Eran los noventa, y de ahí me moví a Moore, Miller y el cuasidivino Katsuhiro Otomo. Con Domu me di cuenta que el cómic sí estaba muy cabrón. Sí se trataba de “el octavo arte”, como rezaba el eslogan de aquellos libracos de Mandrake y El Capitán Misterio que compró mi padre muchos años atrás. Nunca pretendí ser un otaku ni un chico granudo de los que viven hostigando clércs de los Comic Castle. Si hoy tuviera dieciséis años seguramente leería los cómics que edita mi carnal Giobany, pero no me veo dejando 8,000 comments del tipo PINCHE YOBANIU PUTO PUBLICA AGE OF APOCALIPSSSSS. Simplemente, nunca he tenido el estómago para soportar los desplantes de a ver quién tiene el pito más grande que se dan entre los fans acérrimos del cómic de superhéroes (y sí: ese tipo de desplantes se dan también entre los gamers, los especialistas hardcore de autos y los críticos literarios de pipa y cuello de tortuga, sólo por dar algunos ejemplos). Casi desde que comencé a leer comencé a escribir. Mi primer cuento (que mi madre guarda celosamente en su casa) data de 1979, cuando tenía seis años. Y desde entonces, con una pequeña y muy reciente pausa, no he dejado de hacerlo. Sin embargo, siempre he sido un pendejo para dibujar. Mi padre era un caricaturista muy apto que llegó a publicar en periódicos, y mi hermano no lo hace nada mal. Mi sobrino también tiene el talento. Pero yo no. Lo cual, evidentemente, me encabrona y me entristece. Porque en el fondo soy un escritor que quisiera contar sus historias con dibujos. Los que me conocen saben que soy un diseñador gráfico frustrado. Y bueno, también puedo decir, muy a mi pesar, que soy un dibujante de cómics frustrado. Desde hace años quiero hacer un cómic. Tengo las historias pero dependo de alguien que las dibuje. Esa falta de autonomía me apachurra. En ciertas épocas, me deprime. Pero soy una persona moderna. Y creo que es moderno leer cómics, entender el lenguaje y descifrar, primero con las vísceras y luego con el cerebro, qué nos han querido decir Los Grandes cuando nos han dado páginas con dibujos acompañados con palabras. Si pudiera, dejaría de escribir novelas y haría sólo cómics.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 4, 2009.

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Published on March 03, 2009 16:00

February 7, 2009

Hoy fui al circo

Y fue algo especial, no sólo porque tenía años sin hacerlo, sino porque fue la primera vez que mi hija disfruto el alucine. Hay algo en el show en vivo que aún no pueden sustituir nuestras experiencias virtuales en 3D, con Dolby Pro-Logic II y cables HDMI. Es algo parecido a ir a ver una película filmada en película contra una película “filmada” en video digital o una animación CGI: la textura de lo analógico. El lugar sucio, los olores de los dromedarios cuando entraron al escenario, el pedo falso –soltó una nubecita y todo– del payaso, la orquesta en vivo. Había dos tipas buenísimas; los payasos eran también trapecistas y músicos, y me maravilló poco a poco darme cuenta que eran unos auténticos atletas los cabrones. Salieron cinco dementes andando en moto en una esfera de hierro –al mismo tiempo y a toda velocidad–; tigres e hipopótamos; equilibristas a unos ocho metros de altura; una tipa gorda en un monociclo con pinos de boliche. Todos dobleteaban, como bien me recordó Mr. Green por el Twitter (la boletera parecía she-male, por ejemplo). Mi hija permaneció un buen rato en estado de shock. Aquello era realmente una sorpresa, pero además con ese toque estético –ya saben, las reverencias y los gestos hacia el público– del circo tradicional. Todos estaban en su papel de artistas del circo: se les notaba un orgullo y una felicidad cada vez que se escuchaba el aplauso del público. Se notaba a leguas que les encanta hacer lo que hacen. Y al final, la sensación rara de tristeza o de melancolía, cuando empiezas a atar cabos y piensas en toda esa gente que vive de manera itinerante, que vive de ofrecer un freak show. También pensamos Charlotte y yo que aquello debe ser un cogedero: el payaso vs la equilibrista, el domador de tigres vs la bailarina exótica, el anunciador vs el tramoyista…

Alucinante. Qué fortuna para mi hija que aún existan circos como los de antaño.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on February 8, 2009.

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Published on February 07, 2009 16:00

December 22, 2008

Hoy es 24 de diciembre o cómo desintegrar los fantasmas de las navidades pasadas

¿Por qué es tan cursi esta temporada? ¿Por qué es tan extremosa esta temporada? A la gente le aflora la hipocresía y el barato sentimentalismo que se ausenta durante todo el año. Los hijos de puta que conducen del carajo –esos que nunca dejan pasar al prójimo cuando quiere cambiar de carril y le mientan la madre al automovilista del al lado a la primera provocación– ahora abrazan a sus seres queridos y les desean lo mejoooooor para estas fiestas. ¿Es esa la “magia de la Navidad”? Los jetones se vuelven cursis, los carapiedra se ablandan. Hasta el maricón osito Bolo de Liverpool se convierte en algo adorable.

Por otro lado, los amargados confirman su amargura en estas fechas: es culpa del tráfico infernal, de las colas interminables en los supermercados, de las llamadas y mensajes hipócritas de gente que en todo el año les ignoró pero ahora, oh milagro, sólo lesdesean “lo mejor”. Oh sí, estos días están llenos de gente que odia a la Navidad como Dios manda.

Son días de gente que se hace pasar por grinches, pero también por florecillas navideñas. Gente que se siente sola y necesita urgentemente que la abracen o algo. Días de mails de oficina, deseando “un año lleno de éxitos”, algo casi tan tan predecible como los idiotas que nombran a sus álbumes de fotos de Facebook “De todo un poco”. Es muy fácil alinearse con los clichés: justo por eso, porque es simple. Es muy fácil caer en los excesos decembrinos, en la peda, en el abrazo culpígeno, en el regalo caro para sobrecompensar vacíos emocionales. Lo tenemos a la mano y lo tomamos sin meditarlo mucho. Nos volvemos una parvada de estereotipos en Navidad porque hacer otra cosa significaría invertir tiempo y esfuerzo. Y qué hueva, ¿no? ¿Quién quiere una Navidad “diferente”? Sobre todo cuando es tan fácil que las fiestas decembrinas se salgan de control: accidentes automovilísticos, depresión, suicidio, divorcios, decepciones gigantescas.

Yo pasé navidades muy felices cuando era niño. En la adolescencia se pusieron del carajo, sobre todo por líos familiares a causa de un padre ausente y una madre neurótica, y así seguí hasta una buena parte de mi adultez. En una Navidad, por ejemplo, y me refiero al mero 24 en la noche, me separé de alguien (el show incluyó una gran pelea en la calle a las 2 de la mañana). Las siguientes fiestas decembrinas no mejoraron gran cosa: por ejemplo, tuve una novia que me hacía sentir que la Navidad era una gran bola de guano por la que sólo valdría la pena meterse una bala en el cerebro. Un encanto, ¿no?

Entonces vino mi hija. Y todo cambió.

Bueno, la Navidad no ha cambiado tanto: en el aire siguen los excesos cursis y amargos, la depresión y la euforia que en dos semanas se convierte en la cuesta de enero. Lo que cambiaron fueron los objetivos, oh sí, soy un tipo con un plan navideño: procurar la felicidad de esa chamaquilla. Me siguen cagando el tráfico, los abrazos fingidos y los idiotas que le ponen cuernos de reno a sus autos. Pero todo eso ha pasado a segundo término, porque la felicidad de mi hija es primero. Quiero hacerle todo el show de Santa Clos y los Reyes Magos. Quiero que sepa que, ni modo, en estas fechas su papá no trabaja y tiene que verlo en casa 24/7. Quiero que siempre tenga un buen recuerdo de las navidades que pasemos juntos. Ya tendrá tiempo de formar sus propias amarguras, de producir sus historias oscuras de Navidad. Solo he decidido que yo no tengo por qué participar en eso, no. Yo quiero ser un ingrediente de ese recuerdo que, cuando ella voltee atrás, la haga decir “pasé buenas navidades cuando era niña”. Que es en el fondo lo que todos quieren: nadie, de verdad, NADIE quiere pasarla mal en estas fechas. Eso tampoco implica que TODO MUNDO desee tener una Navidad llena de azúcar y miel —simplemente nadie quiere pasarla mal.

Eso es lo mejor que podemos hacer en Navidad: no quedarnos de brazos cruzados y hacer todo lo posible por pasarla bien. En mi caso, ahora hago lo que tengo que hacer para fabricar una feliz Navidad. Y me dejo llevar. No hay nada mejor que presenciar la emoción que tiene mi hija por bajar el 25 en la mañana a ver los regalos en el árbol.

La ilusión, dejar entrar la ilusión, verla, compartirla, añorarla: esa, esa es la mejor receta para desintegrar los fantasmas de las navidades pasadas.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on December 24, 2008.

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Published on December 22, 2008 16:00

December 10, 2008

Mi historia personal con la revista “EGM” (Electronic Gaming Monthly)

Portada bien inédita de Halo 2 con efecto “negativito”.

Miren, aquellos que me conocen saben de mi crush secreto con EGM en español. La historia es simple: yo leía la publicación gringa en los noventa por aquello de la comezón videojugadora, y cuando me vi al frente de mi propia revista (Quo, claro), me empeciné y me dije “esta publicación tiene que cubrir videojuegos”. Mi propio contenido gamer apestaba, así es que un día me dije: voy por EGM. Y un buen día conseguí el mail de Olga G., la mujer a cargo de las licencias internacionales de Ziff Davis Media, y luego de un año de negociación, logré sindicar 8 páginas del contenido de EGM en Quo (así es: en un triple salto mortal, casé a dos licenciantes extranjeros en una misma revista). Mi propia y privada Yoda editorial, mi maestra y tutora profesional a quien tanto le debo, mi Dickey Fox cubana, y de quien atesoro frases como

“Ruy: la experiencia es un peine que Dios te da… cuando se te ha caído el pelo”

me habló un día de un tipo regordete de nombre Adrián Carbajal, muy entendido del negocio de los videojuegos. Ella lo recordaba por Club Nintendo, claro. Así es que me pasó sus datos. Dos semanas después (maomenos), el tal Adrián, a.k.a. Carqui, se convirtió en mi colaborador permanente de videojuegos en Quo. Yo pensaba: el tipo regordete escribe horrible, pero sabe un chingo.

En el año 2002, la comezón de lanzar EGM edición México se apoderó de mí, así es que empujé la idea de lanzar la licencia. A mediados de año lo logré, pero una controvertida (¡foul!) decisión interna de la compañía (¡foul!) me botó del proyecto. No estuve ahí, técnicamente, en el número 1 (aunque sí escribí un texto… el de la última página). Pero en el 2 regresé con bríos y retomé la dirección ejecutiva de la revista, con Carqui, obviamente, como director editorial a bordo. Y de ahí nuestro idilio se mantuvo, con una pausa de un año (en el 2006), hasta el día de hoy. Carqui pasó de ser ese tipo regordete que escribía horrible, a un editor brillante en todos los sentidos. Lo regordete nunca se le quitó.

Auch, baby, very auch. Estoy tristísimo. EGM fue un bebé editorial, un chamaco consentido que me dio momentos agridulces y me enseñó dos toneladas de cosas. Pasaron tipos inteligentísimos por ahí, divas editoriales, redactoras con apetitos sexuales desencadenados, huevones de clase mundial, mameitors homoeróticos y hombrecitos vírgenes. Me dio buenos amigos. La pasamos genial, creo.

Y sí: ninguna revista de videojuegos en nuestra lengua logró superar a EGM en español. Ya vendrá algo mejor. Bravo por eso.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on December 11, 2008.

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Published on December 10, 2008 16:00

November 25, 2008

Correr (post de noviembre de 2008)

No me gusta correr. Me aburre. No encuentro esa parte magnética y electrizante que anima a los runners, ese elemento invisible e indescriptible que los motiva a dar el kilómetro extra, “el segundo esfuerzo”.

Supongo que es un tema mental, y yo no soy así, o al menos no soy taaaaan así. Competir contra mí mismo me parece algo tan abstracto y cósmico que termina dándome hueva. Yo necesito echar raíces en la tierra. Es una cuestión pragmática. Mi madre siempre se explicó mi pragmatismo elemental hacia la vida con una simplificación del zodiaco: “Claro. Eres capricornio”. Bueh, así es mi madre.

No, no me gusta correr. Pero corro. Procuro correr 3K tres veces por semana, aunque a veces sólo puedo hacerlo dos veces porque me desvelo o porque me gana el cansancio de la semana de trabajo. Además, con 93 kg de puro rocanrol, puedo asegurar que no tengo cuerpo de corredor, soy demasiado pesado [Actualización de 2018: ahora peso 100 kg]. A pesar de poseer un apellido náhuatl, no estoy genéticamente preparado para correr de aquí a Veracruz y de regreso con los huachinangos del tlatoani. Oh no, a mí la vida más bien me dotó con el armazón (y los chamorros) de un linebacker, no de un corredor de larga distancia.

Por cierto, a mis 19 años, mis opciones eran las siguientes: A) estudiar una carrera y B) seguir jugando futbol americano. Tomé la A, por cierto. Sin embargo, ahora que lo pienso durante toda mi vida como jugador amateur de futbol americano (10 años), corrí. Vaya que corrí. En la categoría “juvenil AA”, por ejemplo, me echaba esos 3K, pero diario; luego de la faena nos subíamos a la van de un fulano a beber caguamas y al terminar reanudábamos la práctica, la cual se extendía por dos o tres horas más.

Siempre corrí y ahora, luego de ausentarme del ejercicio diario durante algunos años, veo que sigo corriendo. Lo hago por mantenerme en forma y por disciplina. Nada más. Jamás correría en esos eventos de Nike o para que me den una camiseta de “La carrera del Día del Padre”. No me interesa. Corro porque es práctico y lo tengo a la mano: podría y me encanta nadar, y vaya que no soy mal nadador, pero lo cierto es que no tengo una piscina a la mano ni pienso pagar por un gimnasio con piscina o por la clásica escuela de natación de la esquina.

Lo mío, ya que estamos en estas, es más el deporte de equipo y de contacto: todos los sábados juego basquetbol y la paso bomba. Jugamos hora y media y a veces dos horas, y mis carreritas de entre semana me ayudan a no desfallecer a la mitad del partido o a pasar un mal fin de semana entre “agujetas” musculares. El basket es mi highlight de ejercicio de la semana. Pero como me gusta llegar a la oficina con los niveles aeróbicos a tope, fresco y con esa claridad general que sólo otorga una rápida sesión de quema de 300–350 calorías, opto por correr.

Mi mejor tiempo en los 3K es de 18 mins, aunque por lo general me los echo en 20 mins o 21 si ando de holgazán. Corro aunque no me gusta y me aburre y de hecho necesito meterle rock para prenderme tantito (hoy hice mi sprint con Isla de Encanta). Lo vuelvo a decir: no me gusta correr. Pero corro.

Mi padre tenía 69 años cuando murió; a pesar de su edad y la diabetes, era un corredor tenaz que participaba (él sí) hasta en competencias de 15K. De hecho, corría los 10K en una hora. Por sorprendente que suene, corrió su última carrera tres semanas antes de morir. Lo cual me hace pensar que mi viejo, metafórica y literalmente hablando, tenía un gran corazón.

Actualización de julio de 2018: ¡sigo corriendo! Para mi sorpresa, me la paso muy bien y no me aburro (tanto), aunque sea en la caminadora de un gimnasio (ja), con aire acondicionado y escuchando música en mis audífonos. Con los años, correr se ha vuelto una actividad liberadora y entretenida. He encontrado algunas estrategias para matar la aburrición de poner un pie adelante de otro y pasarla genial. Sigo corriendo entre 8 y 10 km a la semana, de hecho, desde 2008 he corrido 4,596 km. ¡Creo que no es una mala cifra!

En cuanto al significado de correr y mi padre, en 2015 publiqué este pensamiento en Facebook, el cual creo resume muy bien lo que pienso de endorfinarse al hacer ejercicio y, claro, la filosofía de vida del Tte. Enrique Xoconostle Moreno:

https://medium.com/media/cbf4570b8801d27cca7ba9643e16ff71/href

We’ll meet again!

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on November 26, 2008.

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Published on November 25, 2008 16:00

November 23, 2008

Hace poco más de diez años

Esta es una historia verdadera. Hace poco más de diez años, yo era jefe de redacción de Quo. Estaba de moda este disco, aunque si soy sincero lo conocí hasta 2001, cuando alguien me lo pasó y se convirtió en mi referencia obligada todas las noches que me ponía a escribir una novela que a la fecha sigue inédita. Hace poco más de diez años me enviaron a cubrir la función de prensa de una película perfectamente olvidable. Tal era el bodriazo que sólo habíamos dos miembros de la prensa en la sala. Su seguro y amable servidor, y una chica. Ella se sentó adelante, como en la tercera fila. Yo en medio. O sea, no le veía la cara. Sólo eso que le llaman la “ponytail”. En cierto momento, se levantó y salió de la sala y la vi. Y dije “verga” y pensé que tenía carita cumshotera aunque aún no usaba el término carita cumshotera y también pensé que me había gustado un chingo y que me encantaría conocerla y hacerle un hijo o algo. Así es que me hice tonto unos segundos, y después salí también de la sala. Ahí estaba en la dulcería. En efecto, estaba hermosa la cabrona. Me acerqué, hecho un galán y le hice la plática, ya saben, “de qué medio vienes”, “qué te ha parecido la película”. Ella se portó como una mamona. Trabajaba en la sección de cine de un periódico… y esa fue la única información que le saqué. Terminó la película, salimos, aproveché para despedirnos y no la volví a ver sino hasta dos años después, por ahí del 2000. En aquella ocasión, hace poco más de ocho años, la vi caminando en los pasillos de Editorial Televisa y pensé “es la misma babe de aquella película culera hace dos años”. Seguía viéndose increíblemente bien. La detuve, le recordé el episodio y ella se portó como una mamona. Trabajaba ahora en una revista de moda nais de la editorial… y esa fue la única información que le saqué. Luego investigué su nombre, y nunca pasó de verla ocasionalmente en los pasillos, en el área de fumadores, un par de charlas dosminuteras intrascendentes… pero la mujercilla nunca me dejó de gustar, claro. Pasaron cuatro años, una ex esposa y una ex novia, y finalmente me atreví a invitarla a salir. Ajá, hace poco más de cuatro años la invité a salir, y no sé cómo le hice, pero de esa salidita me aceptó otra y luego otra, y el día llegó que vimos nuestra primera película en DVD (Lost in Translation) en un perfecto sábado de sushi y cobijas, y desde ese día convine (para mis adentros) que, cada vez que la mencionara en una de mis columnas y/o posts, me referiría a ella como “Charlotte” porque ese era el nombre del personaje femenino principal de la primera película que vimos juntos. Con el tiempo me di cuenta de que me había enamorado de ella y, según parece, ella de mí. Hace casi tres años tuvimos juntos una hija y seguimos juntos. Curiosamente, ella apenas y tiene un vago recuerdo de nuestro primer encuentro en aquella función de prensa. Como verán, no le dejé ninguna impresión duradera. Pero un poco más de diez años después, vivimos juntos y tenemos planes y nos adoramos. La vida es extraña.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on November 24, 2008.

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Published on November 23, 2008 16:00

November 8, 2008

Fin de semana de Gears of War

El viernes pasado, para algunos muy temprano y para otros ya tarde, llegó a las manos gamers la segunda entrega de Gears of War. Es difícil hablar con objetividad de este juego, sobre todo (creo yo) porque los pequeños defectos son abrumados por el aficionado cienciaficcionero que todos traemos dentro. ¿Y la prensa? Ahí la cosa se pone peor ya que, por desgracia, un alto porcentaje de la prensa nacional de tecnología y videojuegos está compuesta no por periodistas, sino por fanboys que venden sus notas y reseñas por un pin y un póster. El primer Gears me gustó mucho por la campaña pero no tanto por el multiplayer. En cuestión de shooters, soy más Halo que GoW, prefiero reespawnear a esperar dos horas a que maten al último de mis compañeros. Y odiaba que la escopeta matara a un cabrón a 500 metros de distancia. Gears of War 2, a poco más de un día de empezarlo a jugar, se ve sólido por todos lados: la campaña, la historia, el detalle, los gráficos, la horda… la horda rockea. Además, es el tipo de juego que se convierte en un evento geek: quizá no supere los 3.8 millones de copias que Halo 3, pero sí se acercará. Para esta Navidad, GoW2 es lo más geekáceo que tendremos a la mano. Lo cual me lleva a un recuerdo muy chingón que guardo del primer GoW: la Navidad de 2006 fue la primera que pasamos mi mujer y yo junto a la Cobra. Pedí dos semanas de vacaciones y, como podrán imaginarse, estaba aterrado de pasar todo el día junto a mi hija de poco menos de un año de nacida. Finalmente, el machito alfa se encierra en la oficina a trabajar y llega en la noche con el pretexto del cansancio a ver apenas un rato a los críos. Durante las vacaciones, el estrés de pasar tiempo con una persona que en realidad no conoces tan bien, y con la que aún no te puedes comunicar gran cosa, créanme, es un pedo mundial. Cuando la Cobra, que desde bebé era un pequeño tornadito, finalmente se echaba su siesta, Charlotte, mi mujer, se iba corriendo a la cama a aprovechar y dormir también un poco. Yo no. Ponía la carreola junto a la TV, me instalaba con refresco y audífonos y jugaba Gears of War. La Cobra a veces dormía 45 minutos, a veces una hora, rara vez más de eso. Pero yo aprovechaba cada minuto para darle al GoW. Cuando se empezaba a mover, movía la carreola con el pie pero no soltaba el control. Y así de cursi es esto: el primer Gears of War tiene un lugar especial en mi corazón porque me recuerda la primera Navidad que pasé con mi hija. ¡Ósom!

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on November 9, 2008.

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Published on November 08, 2008 16:00

October 18, 2008

Gente que no sabe que está muerta

Supongo que ya no califican como “gente”, pero igual es una de las ideas más notables de la ficción fantasmagórica. En muchas obras, el fantasma es un tipo que sabe perfectamente el estado de las cosas y se dedica a joder a los vivos o, simplemente, tiene una perspectiva mayor porque ya pasó hacia el otro lado. Algunos tienen una predicción que darle a los vivos, otros regresan para dar un mandato. Muchos sólo quieren que lo dejen en paz, aunque es común que no sepan cómo estarlo o qué demonios está pasando. La mente no le ha dicho al cuerpo que ha muerto. Una especie de estado de confusión permanente. Más interesante es cuando el fantasma está completamente seguro de que está vivo. Este es el caso de El sexto sentido, cuyo final, si no a todos, sí a muchos (me incluyo) los agarró desprevenidos. Le auguro más longevidad a Los otros de Alejandro Amenábar, una encantadora historia de fantasmas donde éstos ignoran su naturaleza y son literalmente espantados por los vivos. Si el alma no muere y la mente tampoco, y seguimos siendo nosotros mismos del otro lado, pero nunca nos enteramos de qué pasó, debe ser relativamente simple (quiero pensar) permanecer con la idea de que seguimos vivos. Estamos tan apegados a nuestros objetos, nuestros lugares familiares y nuestras rutinas que lo más cómodo debe ser seguir adelante. Por eso el fantasma es tan aterrador. Imaginen a un ser querido, a alguien que aman, pero muerto, intentando seguir su rutina diaria. Agreguen esos objetos que lo acompañaban a diario: quizá un par de tenis, o un DVD en especial, un sitio donde pedía estrictamente cierto tipo de comida o bebida… nos cuesta trabajo desprendernos de la idea de que ya no esa persona ya no está con nosotros, pero es terrorífico pensar que esa persona querida insiste en continuar con su vida, cuando, como diría Kundera, su vida ya está en otro lado. Del otro lado, creemos los que creemos en la vida sobrenatural, debe haber algo más. Algo diferente, y no tendría caso seguir aferrados a lo que tuvimos aquí, supongo. Y así, especulando, nos han llegado historias notables como Los otros. La estoy viendo en estos momentos y confirmo que, independientemente del “giro de tuerca” que capturó o no a la gente en el año 2001, cuando estuvo en cines, es una buena película, realizada con cariño y oficio. La mejor película de fantasmas que he visto es, por mucho, The Shining. El diálogo entre Jack y Delbert Grady en el baño es una belleza atroz. Tori Amos tiene una canción titulada Happy Phantom. Llegado el momento, eso me gustaría ser: un fantasma feliz.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on October 19, 2008.

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Published on October 18, 2008 17:00

September 25, 2008

Perros y losers

Los perros son la onda. Y ya lo dijo Jules Winnfield: “Dogs have personality. Personality goes a long way”.

Ahora bien, hay una película cursi y lacrimógena, de título The Kid (el legendario título en México: “Mi encuentro conmigo”), en el que un cerdo y exitoso capitalista cuarentón (Bruce Willis) recibe la visita de su yo de 8 años de edad, de él mismo cuando era niño. El planteamiento puede ser escalofriante, sobre todo porque la mayoría de nosotros crecemos y nos convertimos en una bola de cabrones amargados y llenos de deudas y problemas adultos de hueva, y un mal día (a todos les pasa) nos damos cuenta de que no somos ni la sombra de lo que nos ilusionaba cuando éramos niños. Y bueh, yo creo que sí está de la verga andar por la vida siendo un señorcito aburrido que no se divierte un poco. O que no disfruta del pedo pues, como ustedes saben, el pedo está cabrón…

En fin, en cierto momento, el personaje de Bruce Willis es encarado por su yo infantil, quien le reclama:

So, I’m forty, I’m not married, I don’t fly jets, and I don’t have a dog? I grow up to be a loser”.

Uff, gran frase. Viéndolo así, tu vida es una mierda, con todo y el Audi A8 estacionado frente a la puerta.

Y todo esto lo digo porque desde hace sietedías tengo un perro en casa, un scottish terrier de cinco meses de edad. Era el perro de mi padre, y él me lo heredó antes de morir, quería que me quedara con él y lo cuidara. Así es que tengo 35 años, no estoy casado y no vuelo aviones, pero ya tengo perro. ¡Soy un poco menos loser que hace una semana!

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on September 26, 2008.

Perros y losers was originally published in Ruy Xoconostle W. on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.

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Published on September 25, 2008 17:00