Ruy Xoconostle W.'s Blog, page 30

June 5, 2012

Bradbury

“Los hombres de la Tierra llegaron a Marte. Llegaron porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o desdichados, porque se sentían como los Peregrinos o porque no se sentían como los Peregrinos. Cada uno de ellos tenía una razón diferente. Dejaban mujeres odiosas, trabajos odiosos o ciudades odiosas; venían para encontrar algo, dejar algo o conseguir algo; para desenterrar algo, enterrar algo o abandonar algo. Venían con sueños ridículos o sueños nobles o sin sueños. El dedo del gobierno indicaba desde carteles de cuatro colores, en innumerables ciudades: HAY TRABAJO PARA USTED EN EL CIELO. ¡VISITE MARTE! Y los hombre se lanzaban al espacio. Al principio solo unos pocos, unas docenas, porque casi todos se sentían enfermos aun antes que el cohete dejara la Tierra. Enfermaban de soledad, porque cuando uno ve que su casa se reduce al tamaño de un puño, de una nuez, de una cabeza de alfiler, y luego desaparece detrás de una estela de fuego, uno siente que no ha nacido nunca, que no hay ciudades, que no está en ninguna parte.” –Crónicas marcianas, 1950.

El autor de uno de los libros más bellos del mundo, Ray Bradbury, murió hoy en la mañana. Gracias por las letras. :)

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on June 6, 2012.

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Published on June 05, 2012 17:00

May 24, 2012

El día que perdió el PRI y otras añoranzas

En la casa en la que crecí había todo tipo de lecturas, empezando por algunos libreros retacados de volúmenes de literatura clásica (Balzac, Víctor Hugo, Tolstoi) y enciclopedias (una Gran Sopena y el salvajemente popular Tesoro de la Juventud). Pero lo que más recuerdo es que mis padres eran ávidos lectores de publicaciones periódicas: en los 70 y 80 el Excélsior no faltaba en la casa. Yo leía los “monitos” del suplemento de tiras cómicas dominical. Mutt y Jeff, Rabanitos, Educando a Papá, Nunca falta alguien así… me tocaría heredar de mi hermano la costumbre de leer cómics por virtud de Archie, La pequeña Lulú, una colección prestada de La familia Burrón y, un poco después, los cómics de Marvel cuando Todd McFarlane y Erik Larsen gobernaban el universo.

Mis padres también leían revistas. Ejemplos: Selecciones de Reader’s Digest, Los Supermachos y Los Agachados de Rius, y una especie de revista alternativas de moneros y sátira política titulada La Garrapata (en algún post hace unos años hablé de ella). También una revista de fenómenos paranormales y conspiraciones, Duda: lo increíble es la verdad. Pfff. Además, leían la revista Siempre! y Contenido. El formato de Contenido era “pocket” (¿media carta, quizá?), una mezcla entre temas políticos y actualidad — aunque no podía ser tan actual porque no era un semanario. Solía contener “novelas condensadas”. 50 o 60 páginas extraídas de un libro. Una de esas novelas condensadas me llamaba la atención. Se llamaba El día que perdió el PRI. Un nombre provocador.

¿Cuál era mi pensamiento político al entrar a la pubertad? No lo sé con exactitud. Sé que mis padres consumían todo este material de izquierda, y que leer durante años sátiras de Rius al Tío Sam, el PRI y la sociedad de consumo debió formar (o deformar) algunas zonas de mi cerebro. Rius ya criticaba el neoliberalismo en Los Agachados. El inminente desplome de la capa de ozono. El consumismo voraz de la clase media wanabí mexicana. La política intervencionista de los gringos. Rius era un tipo de avanzada. Yo era un chamaco sateluco.

Crecí en un entorno suburbano clasemediero. Las calles de Satélite a principios de los ochenta se encontraban mayormente vacías, con excepción de alguna trasnochada Wagoneer o Pacer o Caribe o LeBaron circulando con lentitud por ahí, o los críos en sus bicis o en sus patinetas. Satélite: tierra de skaters.

Las aguas de la Zona Azul. El Penny Land, un antro de arcade adentro de Plaza Satélite. Vivimos un tiempo en Circunvalación Poniente, cerca de la Maddox, la fábrica local de niñas bonitas. Siempre quise andar con una chica de la Maddox.

En Satélite los callejones estaban abiertos, aunque a mediados de la década comenzaron los asaltos y los cerraron. Le echaron la culpa a “los mariguanos”, pero la verdad es que la cosa era sana. Segura. Pegábamos pósters en nuestras recámaras. Coleccionábamos tarjetas Topps. Fumábamos mota, pero lo hacíamos con esa particular forma en que los chicos suburbanos lo hacen: sin la pasión trainspottera del yonqui, sin los estímulos de una ciudad vibrante y completa como el DF… fumar mota era aburrido y tan apasionante como volver a encender el Nintendo para otra partida de Duck Hunt. Un mero trámite. No que las adicciones no fueran un serio problema en Satélite… simplemente, no había motivaciones sólidas, si me entienden.

Los aburridos pubertos suburbanos habían visto hasta la saciedad The Warriors y aspiraban a tener su propia pandilla. Nada que ver con la realidad de los hoyos fonquis y los chavos banda, que en los 80 se volvieron un tema “de noticiero”. En Satélite ser pandillero era una especie de hobby. En el fraccionamiento La Florida, Naucalpan, había una pandilla de chicas que se hacía llamar Las Ruths. Una vez me persiguieron para asaltarme. Puras niñas de la zona (nunca me alcanzaron). Cuando Jacobo y Lolita Ayala empezaron a sacar auténticos chavos banda en la televisión en reportajes que los exhibían como “un problema de la sociedad”, la sensación era rara. Distante. ¿Qué tenían que ver esas personas que vivían en lugares lejanos al entorno suburbano? Nosotros queríamos nuestro MTV (cuyas transmisiones originalmente fueron prohibidas en México por la Primera Dama en 1981, doña Carmen Romano de López Portillo, quien consideraba que el canal de videos corrompía la moral de los jóvenes). Nosotros solo queríamos noticias de Tohui el osito panda de Chapultepec, o de los éxitos internacionales de Fernando Valenzuela o Hugo Sánchez. Nos obsesionaba discutir si habría una cuarta película de Star Wars. Marty McFly era LA ONDA.

No sabíamos nada de la guerra sucia. De Lucio Cabañas. De las atrocidades del gobierno. De los negocios oscuros de Pemex. De los excesos de los políticos, los sindicatos y los Elba Esther Gordillo originales, como Fidel Velázquez. Claro, éramos muy jóvenes. Pero nuestros padres tampoco parecían muy preocupados. Y la televisión: bueno, ahí todo era Disneylandia.

Parecía que los jóvenes suburbanos solo jugábamos. Quizá la razón era que no pasaba nada en Satélite. La inseguridad no era realmente un problema. Ni el tráfico. Ni siquiera las drogas. Nos preocupaba obtener buena fayuca, eso sí. Conseguir tenis Adidas originales. También nos preocupaba que subiera el dólar. Ya que mi familia materna era de Saltillo, Coahuila, las probabilidades de viajar a Laredo de compras dos o tres veces al año eran altas…

La política no era otro problema. El PRI manejaba el país. O quizá el PRI hacía como que gobernaba y nosotros hacíamos como que nos dejábamos gobernar. Robaban, sí, eso todos lo sabían, pero nadie se quejaba realmente. Los policías te asaltaban, pero aquello era mejor a que un verdadero maleante te quitara tu casa. O tu vida. O tu cabeza… las noticias eran una depravación al servicio del estado. Jacobo daba cuenta de los “logros” del gobierno en guiones cuidadosamente preparados por alguien en el partido en el poder. El PRI era una especie de big brother hipócrita que siempre se salía la suya. Como leí hoy: los priistas siempre saben cómo salirse con la suya, marearte con su verbo y caer parados. Ahora imaginen una maquinaria cimentada en esos “valores” metida 24/7 en el poder.

Las imágenes con la que uno crecía para entender el papel del Presidente de México eran La Silla (el símbolo máximo del poder), “El Tapado” (el sujeto designado por el presidente saliente para quedarse en el cargo) o aquel legendario diálogo: “¿Qué hora es?” — “La que usted quiera, señor Presidente”. El PRI era todo. Ubicuo. A prueba de fuego, grilla, lluvia, manifestaciones, periodicazos. El PRI era perfecto. La pax pri era indiscutible.

Yo no sabía nada de nada. Yo no estaba medianamente politizado. Todas aquellas revistas de Rius me habían hecho un cabronzuelo, sí, pero aquello no era exactamente un pensamiento o una postura política. No obstante, las lecturas de izquierda te vuelven crítico, inquisitivo, inconforme. Porque parece que la izquierda nunca estará destinada a ocupar el poder. No en México al menos. Mis padres se habían dejado llevar por el movimiento del 68, y si no fueron a la marcha en Tlatelolco fue porque mi hermano se enfermó ese 2 de octubre — yo aún no nacía.

Pero a mí en 1985 Tlatelolco me parecía un asunto de hueva infinita. No me identificaba. No me interesaba. Mis padres, tan rojillos ellos y tan preocupados por nuestra educación, tan enemigos de la Coca-Cola y “la caja idiota” en los setenta, habían comenzado a ceder. ¿Y cómo no hacerlo? Era preferible tener el refri lleno. Dinero para las colegiaturas. Leche, jamón y huevos. Todas esas ideas de Rius Frius se fueron congelando. Perdiendo a medida que avanzaron los años.

Pero siempre guardé en la memoria El día que perdió el PRI de Armando Ayala Anguiano (hoy la edición original se cotiza en 900 pesos en Mercado Libre).Nunca leí el libro, por supuesto. Ni la novela condensada. No: yo estaba metido en Asimov y Bradbury y Clarke, aunque ahora que lo pienso un libro publicado en 1976 con ese título era pura ciencia ficción. ¿Quién chingados iba a derrocar al PRI?

Nunca lo leí, no. Lo digo de nuevo. Pero tenía la mala costumbre de leer la última página de un libro. Nunca olvidé la última línea, de hecho: “Al otro día, comenzaron los disturbios”.

Disturbios. He ahí una palabra fuerte.

Cuando llegué a la universidad, en 1992, me gustaba la mota, el grunge, traer el pelo largo y cuestionar todo lo que tuviera que ver con Televisa. Pero no cuestionaba al PRI. Sospecho que el PRI trabajó desde 1968 para que la siguiente generación olvidara. Usó todos sus artilugios, todas sus trampas, toda su retórica para granjearse el olvido de la gente.

Y ahora cito The Lord of the Rings: “And some things that should not have been forgotten were lost. History became legend. Legend became myth…”

Ejem.

Veinte años después de que pasé por la universidad, han pasado algunas cosas. El PRI perdió la Presidencia y el proyecto de nación del PAN fracasó con rotundo éxito. Ahora el PRI amenaza con volver. Pero ahora los estudiantes saben. La gente sabe. Lo que yo no sé es si eso será suficiente.

Deseo en mi corazón que el PRI pierda este 1 de julio. Sí. Ojalá que este 1 de julio lo recordemos como el día que perdió el PRI.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on May 25, 2012.

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Published on May 24, 2012 17:00

February 28, 2012

Algo sobre los indignados, el tejido social y las ladies destrampadas en YouTube

Últimamente escucho mucho la expresión “el tejido social”, que sospecho fue la sesuda creación de algún académico hace algún tiempo y ahora hasta Adela Micha la dice en su programa.

Escuché hoy al presidente Calderón tomar el micrófono y decir algo sobre la importancia de que nuestros jóvenes tengan trabajos honestos y cómo ello resta las posibilidades de que el crimen organizado los reclute. Para esto, claro, se necesita generar empleo. Y transporte público para que la gente llegue a sus trabajos. Y vías de comunicación para ese transporte público. Y que esos empleos ayuden a una sensación general de bienestar y de realización personal, de aporte al colectivo humano que forma este país, a crecer económicamente, culturalmente, a ayudarnos y cuidar nuestro entorno, a procurar maneras justas y sanas de relacionarnos entre todas las pequeñas hebras que formamos este mentado tejido social.

Claro.

Los pobres siguen siendo pobres, esto no es ninguna novedad. Y muy probablemente no tendrán las oportunidades que merecen. El gap crece. El rezago educativo. También el rencor. La envidia social. Porque de un lado el tejido social es de mecate, y del otro es algodón egipcio. El estereotipo consiste en decir que la gente bien, esa expresión de personas tan reales que incrustó en nuestra lengua Guadalupe Loaeza en los ochenta, no baja de “nacos” o “indios” a los miembros de las clases más bajas, y estos se desquitan con albures, apodos y mentadas de madre. O discriminando a los güeritos en el transporte público o en los salones de clase, solo por el hecho de ser… güeritos. Las clases sociales en México son un acertijo: nadie sabe en dónde insertarse, y si sí lo sabes, probablemente te dé pena hacerlo y te pongas un par de escalones arriba. Yo tenía una novia que provenía de una familia adinerada que, como lo suyo era el estudio, se las ingenió para estudiar dos carreras diferentes, una en la UNAM y otra en la Ibero. Cuando agoté las preguntas sobre sus intenciones de asistir a dos instituciones tan diferentes, y confundido por su extraña mezcla liberal pero conservadora, discriminadora pero equitativa, inevitablemente aterricé en la pregunta: “Bueno, ¿y tú de qué clase social eres?” Me respondió, muy fresca: “Yo soy clase alta sui generis”. Ay goei, pensé.

“¿Y tú?”, contraatacó.

“Yo soy clase media sui generis”, fue mi respuesta. 50% ingeniosa. O eso me pareció en aquel momento. Denme un 10% extra por responder en chinga.

Todo esto que he dicho, insisto, no es nuevo. Es el día a día de la lucha de clases. Como diría el célebre filósofo de Güémez, “en todos los gallineros del mundo, las gallinas de arriba cagan a las de abajo”. Lo cual suena jodido, pero también podemos verlo con otros ojos: en el salón imperial, la gente nais cena con el capitán, pero en el sótano del Titanic la raza se la está pasando a todo dar. Nuestra percepción del lugar que tenemos en el tejido social depende de las circunstancias y qué tan en paz estemos con el mundo.

Lo que no entiendo es en qué momento los “ricos” se enojaron tanto con los “pobres”. Lo digo porque a cada rato aparecen videos de gente rica abusando de gente pobre. YouTube, en donde todos somos iguales, ha resultado ser el rincón sentimental del último episodio en la telenovela del deshebrado tejido social en el que se ha convertido México.

Las ladies de Polanco. El gentleman de las Lomas. La lady de Bosques. Tres videos de gente que abusa verbalmente del prójimo –el más notable el de Miguel Sacal Smeke, quien también abusó físicamente y por ello acabó (hasta donde sé) recogiendo jabones en las regaderas del reclusorio–. Cada vez que un video de estos aprieta EL BOTÓN DEL JUICIO FINAL, las redes sociales se encienden, los diarios hacen notas sobre las reacciones en las redes sociales (es sarcasmo) y brota la indignación. “¿Qué está pasando en nuestro México?”, leí el otro día en Twitter. Nuestro México, omfg, ¿quién habla así? Cuando la máquina de clichés que son los trending topics de Twitter se echa a andar, no hay quien la detenga. Se exige justicia. Se llama a la reflexión. Y el otro 99% de los tuits son chistes como defecados por esa gloria de la comedia nacional, Polo Polo. No digo que no sea efectivo (en el año 2012, un video tomado con un celular que se viraliza en YouTube debe tener más éxito que una denuncia en el Ministerio Público), pero cuando entra en contacto con la turba de internet, ay goei. Muchos de los indignados por los atropellos de las ladies de Polanco son los mismos que reciclaron ad nauseam chistes racistas sobre Kalimba, o cuestionaron severamente el intelecto de Ninel Conde y Enrique Peña Nieto retuiteando la misma broma de anuncio falso de Gandhi que se apestó en internet a los 5 minutos. Pfff. Los mismos que crucificaron al payaso cuando durante años le celebraron sus chistes.

Un video de indignación en YouTube se viraliza mejor cuando la gente bien abusa de los descamisados. Tomen el caso de @nancypastelin, quien denunció el acoso sexual del velador de un edificio de la Col. Nápoles. Aunque sonado, no tuvo el mismo impacto de otros videos de indignación. Al parecer, el rating no se compara con ver a una riquilla con bolsa de Vuitton mentando madres como si no hubiera mañana. La Loaeza lo sabía: la gente bien es superdivertida, dan de qué hablar, acaparan encabezados. Es más: hasta parecen evolucionar en nuestra taxonomía social a mayor velocidad que otros segmentos sociodemográficos. El “rey del barrio” no ha sufrido modificaciones desde que el beato Tin-Tan estableciera los estereotipos del personaje en su película de 1950. Tiene muchas representaciones (como Pepe el Toro y Juan Camaney), pero esencialmente es el mismo. Los periplos de la clase baja, aquella que fotografiara Oscar Lewis en Los hijos de Sánchez y Gabriel Vargas en su cómic La familia Burrón, siguen siendo los mismos. Vean un episodio de Los Beverly de Peralvillo y se sorprenderán de cómo el drama del pueblo es idéntico hoy que hace cincuenta, sesenta, setenta años.

Los bon vivant mexicanos de las clases acomodadas, en cambio, escalaron del ideal del playboy sesentero a la Mauricio Garcés y “la niña popof” del mambo de Pérez Prado, al engolado léxico del Pirrurris de Luis de Alba, pasando por aquel estafador de nombre Ugo Conti en la novela Casi el paraíso de Luis Spota, las modernísimas tramas de las “yeguas finas del Pedregal” de Guadalupe Loaeza y, más recientemente, la pseudonihilista “chica V.I.P.” de Paula Sánchez en la parodia de Telehit y los acartonados mirrreyes que pueblan las revistas de socialités, especie que parece provenir de una infernal mezcla entre Luis Miguel (apodado “Luismirrey” por los comentaristas de cotilleo nacionales) y Roberto Palazuelos, a.k.a. “Payazuelos”, a.k.a. “el Diamante Negro”. Oh sí: la fauna de la high es mucho más diversa y entretenida.

Lo que sucede con los indignados en las redes sociales cada vez que un nuevo video se viraliza proviene de la evidente falta de balance en nuestra sociedad. Demasiadas telenovelas, pocos libros. Demasiado futbol, pocas medallas olímpicas. La comedia mexicana está congelada en el tiempo, el reciclaje de chistes de borrachitos, “estaban un mexicano y un ruso y un gringo” y combos de homosexuales, negros y judíos, solo manifiestan que nuestro tejido social no se mueve, no avanza espontáneamente, no está fresco y lubricado. No digo que el país no esté vivo, pero parece que nuestras expresiones no están vivas. Debe haber historias en todos lados, historias nuevas, vívidas, sugerentes. Expresiones culturales genuinas y naturales de cómo somos. De cómo somos. Y no están transmitiéndose por el canal 2. Se los garantizo.

¿Ahora resulta que los LOLs vienen de las clases pudientes? Ay goei. Los videos de indignación en YouTube son una forma de expresión. Lo sé. Solo es mi deseo que las cosas fueran más diversas. Que se jubilaran ya los mismos malditos albures de toda la vida. Que la clase campesina y obrera tuvieran algo más que decir que la indignación de Pasta de Conchos o Acteal. Que los indígenas tuvieran algo más que decir que la indignación por el declive de los rarámuris. Que los políticos fueran más divertidos y sofisticados que lo que demuestran, tapizando nuestras ciudades con propaganda hecha de plástico…

Claro que quizá eso último sea mucho pedir, papawh.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on February 29, 2012.

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Published on February 28, 2012 16:00

February 8, 2012

Este invierno

You have such a February face
So full of frost, of storm, and cloudiness.
–Much Ado About Nothing

En mi conjunto particular de creencias, el frío no es “mal tiempo”, y los días grises no son “días feos”. Cuando hace frío se me enfrían (en este orden) los brazos, las orejas, las nalgas, las rodillas y los tobillos. Quienes me conocen saben que soy más una persona que prefiere el calor (lean este post al respecto), pero no por eso odio el frío. Cuando el frío arremete, en mi conjunto particular de creencias simplemente pienso “hace frío” y caigo en cuenta del frío y reconozco el frío. No le miento la madre, o procuro no mentarle la madre. Me cubro, me tapo, me tomo mi bebida caliente. Me pongo un estúpido gorro peruano. No sirve de nada andar por la vida juzgando la cualidad natural del clima frío que es, ajá, ser frío. La mente nos juega esos trucos: qué frío hace, cómo quisiera estar CALIENTITO en un lugar playero. Qué calor hace, no soporto este clima bananero que me hace SANGRAR la nariz. Estoy aburrido, vale madres, no me gusta estar aburrido, quisiera estar en otro lado DIVIRTIÉNDOME. Estoy excitadísimo con este concierto, vale madres, no quiero que se acabe NUNCA. Y así, uno lee en esos message boards masivos que son Twitter y Facebook e Instagram, cómo la gente pasa los días del año quejándose del estúpido clima y de su estúpida suerte de estar en medio de tal o cual clima, en vez de pasar unos segundos solo reconociendo lo que está pasando y permitiendo, como dice el maestro Trungpa, que las capas más bondadosas de nuestra mente y nuestro corazón “trabajen con la situación”. Es difícil, lo sé: porque aunque en Montreal y UK y en el primoroso Albany, NY, los fríos sean una cosa horrenda que te hacen sentir como si te arrancaran la nariz, nuestro país no está preparado para heladas, nevadas –como las registradas en los estados del norte desde diciembre– e inesperadas lluvias pedorras en este frío del periodo enero/febrero. Son rarísimas las casas con calefacción, muchas oficinas son una tortura de microclimas extremos, y ciudades como el honorable DF no fueron pensadas para el bienestar del peatón, que debe cruzar sitios azarosos como el desierto de Ocarina of Time para tomar el transporte público. Además, dicen los apocalípticos que el calentamiento global nos tiene tan jodidos que cada vez hace más frío en nuestras antes benévolas latitudes tropicales.

El combo frío + humedad pulveriza mis pobres rodillas (tres veces dislocada la izquierda; una la derecha) y tobillos (rotura de ligamentos en ambos). Se siente como si mini oompa-loompas me maltrataran con agujas desde adentro. Es bien incómodo. Pero miren: contra el dolor físico no hay mucho que hacer más que cuidarse. Más a mi edad, mi lic. Así es que hoy decidí no hacer ejercicio y curar las penas con cerveza. Suena como una buena idea.

Pronto terminará el invierno. Vendrán las quejas contra el calor, la temporada de lluvias, las estúpidas elecciones y la mala red celular (esa queja es todo el año). Luego será otoño y luego invierno otra vez. Mis mejores deseos para que sus mentes estén más tranquilas y menos neuróticas. Más productivas y menos quejicas.

In nature there’s no blemish but the mind.
–Twelfth Night

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on February 9, 2012.

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Published on February 08, 2012 16:00

January 29, 2012

Brave New World: ser un escritor independiente

En el brave new world del internet, un escritor escribe, edita, corrige, registra y financia su propio libro. Hasta toma la foto de la portada y con sus propias manos diseña la tapa. En el brave new world del internet, este escritor nunca se detiene en una editorial para obtener una cita, y quizá un “dictamen”, y quizá un contrato y a la larga su adelanto y su generosísimo 6% de regalías, y sus 40 copias de cortesía. En el brave new world del internet, este escritor formatea su libro para Kindle, y vende en un par de meses la generosa cantidad de 400 copias, a pesar de hacerlo en dólares y en un medio complicado con poca penetración. Hace la promoción por Twitter, Facebook y G+ porque no le interesa la prensa convencional, oh no, en el brave new world del internet este escritor no concede entrevistas a medios. Y no se preocupen: los medios no están tan interesados tampoco. Quizá porque ser un escritor indie no es aún chic y mainstream como en el mundo de la música, o porque el escritor no va la FIL jamás, ni anda en jauría rodeado de otros escritores. Hoy le preguntaron al escritor: “¿Tienes muchos lectores?” El escritor responde: “Creo que tengo bastantes y muy fieles”, lo cual es otra manera de decir “son suficientes” o, según la joroschó frase robada a Lulú Dengler, es preferir “el culto a la fama”. En en brave new world del internet, el escritor reformatea su libro para un formato impreso –apenas tres meses después del lanzamiento de lo que él llama la “edición eléctrica”–, hace pruebas, lo manda a imprimir con un servicio en línea on demand y pone a la venta sus primeros 30 ejemplares, los cuales son apartados en 24 minutos. Estos libros acabarán de imprimirse por ahí del 10 de febrero, y estarán en México, con suerte, el 17 de febrero, por lo que podrán ser entregados en las manos a sus dueños por el autor en persona, en la semana del 20 de febrero. O antes, si la imprenta y la mensajería son generosas. En el brave new world del internet, se siguen tomando pedidos. Vendrán más tirajes, se solucionará el dilema de enviar el libro a ciudades en provincia o en el extranjero, todo se irá aclarando y resolviendo. La edición eléctrica sigue a la venta en Amazon. Y la segunda parte volverá a salir primero a la venta en Kindle.

En el brave new world del internet, “de repente, todo parece posible”, como dice Paulo Makivar, dorsai de Antofagasta.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on January 30, 2012.

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Published on January 29, 2012 16:00

December 19, 2011

Algo sobre las relaciones

La anécdota va así: dos abogados muy cuarentones y muy trajeados salen de una comida, se detienen en un Yogurtland, pero solo uno de ellos pide su helado. El encargado del mostrador, muy amable, les pregunta si quieren una cuchara extra… para compartir. Uno de los abogados le reclama por la obvia insinuación de jotería; el otro también. Salen del lugar bastante encabronados.

Uno de esos abogados es casado. Todo el paquete: esposa, hijos, amante. El otro es soltero y sin hijos. Ambos son heterosexuales. Y acá viene lo interesante: el casado le reclama al soltero por el episodio del Yogurtland.

—Por tu culpa pensaron que somos putos.
—¿Por qué por mi culpa?
—Porque eres soltero.

“Guau” exclamé cuando me contaron la historia. Qué tal: en este mundo tan profano (parafraseando al maestro Carrillo), tan moderno, tan modelo 2011 –casi 2012–, ser cuarentón y soltero puede ser sinónimo de homosexualidad. Y de la del peor tipo: la closetera, la que se esconde por los rincones como la muñeca fea. Porque los gays, y esto se lo debemos a Andy Warhol, Boy George, Ricky Martin, Queer Eye for the Straight Guy, Sex and the City y Brokeback Mountain, son gente sensible y creativa. Es decir, NO SON ABOGADOS (estoy siendo sarcástico, idiotas). Somos proclives al cliché, ¿verdad?

No tengo que decirles que la revolución sexual de los sesenta fracasó con rotundo éxito: la mataron el sida y las ideas prefabricadas (esas que venden en convenientes paquetes en autoservicios, ajá). Ya saben, el modelo de la familia nuclear que se puso de moda después de la victoria Aliada en la Segunda Guerra Mundial, el american dream de la mamá el papá y los sonrosados y blondos críos –niño y niña por favor, nada como tener “la parejita”– en un picnic que incluye hasta hormigas caucásicas. Todo es perfecto. Siempre hay cerveza en la nevera. No se nos mueve ni un pelo. De preferencia somos católicos. Ricos. Conducimos autos extranjeros. Y estaremos. Juntos. Hasta. Que. La. Muerte. Nos. Separe.

Las ideas prefabricadas le hacen daño a la gente por la sencilla razón de que la realidad es superflexible, es supercambiante y está constantemente supermoviéndose, lo cual algunas personas encuentran superculero pues es difícil entender, por ejemplo, que en el día a día Novio Perfecto Que Te Llevó Al Altar quizá haya resultado borracho, jugador compulsivo, holgazán extremo, infiel u homosexual (ay Jesú). La falta de habilidad de la gente para simplemente observar la realidad de las cosas cómo son, sin juzgarlas, es fuente inagotable de sufrimiento, peleas y malentendidos. Algunas de mis ideas prefabricadas favoritas:

“Si vive solo y es cuarentón debe ser gay”.

“Si vive sola debe ser lesbiana. O no puede tener hijos. O es demasiado gorda para que alguien la pele. ¡Por eso tiene tantos perros!”.

“Seguro su ex le quita toda la quincena”.

[Con solo 5 minutos de haber conocido a pareja equis] “Ella se lo trae de su pendejo”.

“Si la pareja que vive en el depto de arriba se dedica todo el día a su labrador es obvio que NO pudieron tener hijos. Son los pollos con hormonas. Las mujeres se hacen estériles, goei”.

“No te conviene alguien que ya tuvo hijos, mijita”.

“No te conviene alguien que ya estuvo casado, mijita”.

“¿35, no se ha casado y vive con su mamá? Es gay. Ooooobvio”.

Cómo somos chismosos. Amamos el chisme. No sorprende por eso que ese infame pedazo de caca llamado Facebook tenga tanto éxito, ¿no? Porque no se trata de “compartir” la vida como de “espiar” lo que hace el vecino. Mirar al ex y decretar sobre su vida, de preferencia lo que a nuestros ojos son “desgracias”: está gorda está fea está vieja está sola está amargada. Está tan arraigada esta idea que nadie se atreve a ver a un ex sin sacar los mejores trapos y sumir la panza para que nos vean lo menos jodidos que se pueda. La gente de mi edad, cof cof, ya pasó por algunas encrucijadas en su vida, y difícilmente están apenas casándose o viendo si ponen un departamento con alguien. Lo más probable es que ya se hayan casado, ya se hayan divorciado, ya hayan bautizado al chamaco, ya se hayan madreado con la suegra en la cena de Navidad. Heridas de guerra, mi lic. Así es que las cosas ya no son tan fáciles para una persona que ofrece sus experimentados servicios en el terreno del amor. Los veteranos del amor (suena a canción de Mijares) no suelen ser tan bien vistos, sobre todo por los más jóvenes. Es comprensible: la gente de veintitantos quiere atravesar por todo el penoso proceso que abarca de Melrose Place a El Club de las Divorciadas. Lo que no pueden ver muchos veintiañeros, por supuesto, es que esas ideas prefabricadas sobre la forma de relacionarse con la gente son como paredes falsas, como utilería de un set de Hollywood, como esos horribles televisores de cartón de Dico (es Diconomía). Ya lo dijo El Príncipe: el amor acaba. La gran casa en la que inviertes tus desvelos y ahorros quizá después sea motivo de llanto y pleitos legales. Las fotos de la boda acaban arrumbadas en un clóset, o peor. Yo me casé en el ’99 y no encuentro las fotos de mi boda, por ejemplo… temo que hayan acabado tijereteadas en medio de un ritual como de la banda de El bebé de Rosemary.

Yo no digo que la gente no se case. Que no experimente la vida. Que no pruebe lo dulce y lo amargo. Ya habrá tiempo de meditar sobre las consecuencias de nuestros actos (en nuestra próxima vida: cuando seamos gatos). Solo doy un NO rotundo a las ideas prefabricadas. Ideas irreales sobre el amor eterno y las configuraciones familiares. El Inegi, basado en documentación de la ONU, estipuló hace varios años que hay cinco tipos de hogares en México: 1) el unipersonal, 2) el nuclear –que puede estar compuesto con una madre soltera con hijos, 3) el extenso –en el que participan otros núcleos, como tíos, abuelos y amigos, 4) el compuesto –básicamente, una comuna y 5) la categoría “inclasificable”. De estos cinco tipos de hogares se desprenden múltiples formas de relacionarse, tan caprichosas como “abuela cría a nieto huérfano mientras la tía trabaja” o “mujer gay sin pareja cría a hijo con tío, tía y abuelo”. La realidad a veces no es tan glamorosa: se mueve entre mujeres solteras que trabajan jornadas dobles y triples y que deben salir corriendo de la oficina para recoger al chamaco de la guardería, y hombres solteros heterosexuales que no tienen la menor intención de tener hijos y prefieren su clase de yoga, su sexualidad promiscua, sus catas de vino y sus viajes al extranjero a pagar pañales e idas al dentista. Hombres que increíblemente son censurados porque otros hombres, los que han seguido el cliché de esposa-hijos-amante, no se sienten a gusto con la libertad que estos gozan. Un hombre casado con hijos tiene todos los pretextos para faltar al trabajo; un hombre soltero sin hijos, por default, se considera idóneo para trabajar en fines de semana y días festivos.

“Es que tú no sabes lo que es que te moleste la brujer, mi lic”.

La realidad del mundo de las relaciones es tan cambiante que, quizá, todos practicamos modos alternativos de juntarnos con otras personas. En mi modo de ver, la familia tradicional se ha desmoronado estrepitosamente, y lo único que queda es una idea de “cómo se deben de hacer las cosas”. Pero en la vida real, la gente las hace como puede, no como quiere. American Beauty nos enseñó que los suburbios son sitios carrollianos de gente disfuncional con ideas disparatadas –como mantener la apariencia de las estructuras familiares cuando todo alrededor en realidad está valiendo madres. Quienes tienen la cabeza más fría prefieren adaptar la estructura familiar a la realidad –quien lo intenta al revés, es decir, adaptar la realidad a la estructura familiar, solo tendrá enfrente un largo, largo trip de frustraciones y dolor.

Celebremos, pues, las múltiples y diversas maneras que tiene la gente de relacionarse y formar sus núcleos familiares. Celebremos a aquellos que han optado por vivir con sus viejos. A aquellos que viven con sus amigos. A aquellos que viven solos o “solo con su pareja”. A aquellos que viven enmueganados y orquestan sus actividades como panales. Y a aquellos dementes que prefirieron perpetuar la especie y ahora tienen niños ruidosos y olorosos, caros de sostener, que no te dejan dormir los fines de semana y que siempre andan con las rodillas raspadas, las caras y las manos tiznadas y pegajosas, y que a pesar de ello te proveen de una felicidad luminosa que ni siquiera imaginabas podía existir. La mejor parte del día. La mejor parte de la semana. La mejor parte del año.

Hey, feliz Navidad. :)

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on December 20, 2011.

Algo sobre las relaciones was originally published in Ruy Xoconostle W. on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.

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Published on December 19, 2011 16:00

November 24, 2011

No somos amables

No somos amables. Piénsenlo un poco. Nos empujamos en la fila del súper. Nos hacemos jetas mientras esperamos nuestro turno en el cajero automático. Nos boicoteamos en las oficinas. Interrumpimos el flujo vial de una avenida aunque no haya espacio y aunque muchas veces el semáforo esté en rojo. No somos amables. La justificación parece ser: si todos lo hacen, ¿por qué yo no? El pretexto de la estúpida conducta de la masa sobre nuestras decisiones particulares.

Corte a: “Compartir sonrisas con extraños”.

La frase es de una ahora amiga. Me decía hace no mucho que en esta ciudad y en este mundo se había perdido el gusto de “compartir sonrisas con extraños”. Desde que tengo memoria, en el DF no existe tal cosa como sonreírle a un desconocido por un miedo primigenio: el temor a ser golpeado o asaltado. Hacer contacto visual con un beautiful stranger, a menos que sea en un ambiente relativamente controlado (oficinil, baril, pedil, etc) está mal visto. MAAAAL VISTO. Y ahora es peor. Ser amable es casi un asunto de mal gusto.

Mi ahora amiga y yo charlábamos sobre el irreal asunto de compartir sonrisas con extraños cuando yo le dije que los mexicanos no somos amables. Podremos ser muchas cosas, pero la amabilidad no es una característica de “nuestra gente”. Y vaya que me sé los clichés: el público mexicano es “el más entregado” (pfffff), la hospitalidad del compatriota es legendaria, el mexicano es un ser colorido y fiestero, lleno de calidez. Como un personaje pedorro de Viva Piñata, ajá. La verdad es que en buena medida somos hoscos y huraños. Esperamos el momento ideal para alburearnos al prójimo… o verle la cara, lo cual en uno de nuestros múltiples eufemismos se conoce como “los mexicanos somos bien cábulas”. Oh sí, somos rete desmadrosos. Pero no desmadrosos como brasileños en carnaval, más bien desordenados. Wooka la Insulsa me contaba que en el aeropuerto de Madrid, al momento de abordar, era fácil distinguir a los pasajeros extranjeros de los mexicanos: los primeros se forman en una fila, los segundos tenemos una tendencia a hacer “bolas”, también conocidas como “peloteras”. Armamos líos. Nudos. Los mexicanos no somos tan fiesteros ni tan “reventados”. Pero vaya que somos desastrosos. Podemos acabar con las vialidades. Ocupar banquetas. Romper el orden público. Poner la fiesta de un santo o una virgen local por encima del bienestar común. Cerrar Paseo de la Reforma varios meses. Y esto no tiene nada que ver con el ánimo fiestero que vende Taco Bell en su imagen corporativa. No tiene nada que ver con las mexican fajitas, las mexican pinatas, el mexican molito, el mexican curious. Esto solo tiene que ver con dos cosas: una, somos desordenados. Dos, no somos amables. Quienes dejan pasar a un auto de un carril a otro, reciben mentadas de madre de los de atrás. Quienes ponen su direccional, reciben acelerones para no dejarlos pasar. Quienes compran el software en vez de robarlo reciben un “ay cómo eres pendejo”. Es más fácil hacerse güey y meterse en la fila. Es más fácil inventar chismes que hacer tu trabajo. Poner pretextos para no llegar temprano, echar la hueva, ser cínicos y hacernos los “graciosos”. Como el penoso caso de la muerte del Secretario de Gobernación: todos esos graciosos en Twitter, “expresándose”. Uno de ellos hasta acabó siendo mártir de la comunidad hip del DF y figura mediática. Oh my dog.

La amabilidad no está de moda. Ser cínicos es más rentable que ser amables. Hay un mejor paquete de compensaciones, claro. Es bien cool. Además, poner barreras entre uno y el resto del mundo garantiza la integridad y continuidad del ego… como si tal cosa existiera. Si fuéramos amables con la gente que nos rodea pensaríamos, quizá, en su bienestar. En hacer algo chingón por aliviar el dolor de los demás. En ser serviciales, en ofrecer ayuda, ideas; haríamos la verificación vehicular a tiempo sin la amenaza de irnos al corralón. En una de esas pagaríamos nuestros impuestos a tiempo. En una de esas el señor que gobernaba Coahuila no tendría a su estado endeudado. En una de esas la gente en una oficina no hablaría pestes de la mujer que se va temprano por ir a recoger a su hijo a la guardería. En una de esas el tráfico mejoraría un poco porque estaríamos pensando en no cortarle el paso a alguien solo porque “todos los demás se cruzan el semáforo en rojo/por qué yo no”. En una de esas alguien en Telcel se preocuparía honestamente porque se le cobra un servicio muy caro a la gente y las llamadas se cortan y la conexión a internet desaparece en sitios donde debería existir. En una de esas Guadalajara no amanecería con 23 muertos en la calle. Pero sé que eso difícilmente sucederá. México está enfermo porque cada quien piensa solo en su propio bienestar. “Tiro agua porque la pago. ¿O tú me la pagas, puto?” “Tiro basura en la calle porque para eso le pago al gobierno, para que me la recoja”. “Siendo periodista me quejo del gobierno desde mi Twitter pero acepto dinero de una empresa por hacer menciones mercadológicas disfrazadas de contenido”.

Este no fue un post alegre ni optimista. Pero los dejo con una frase del buen Dr. King: “The arc of the moral universe is long, but it bends towards justice”.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on November 25, 2011.

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Published on November 24, 2011 16:00

October 16, 2011

Un post sobre las redes zoociales

Y por qué la gente escribe horrible en internet, entre otras cosasJesse Eisenberg engalana este post con su cara de Mark Zuckerberg con chorrillo.

Llevo poco más de 18 años dedicándome al negocio de la comunicación, me obsesioné en su momento con la new media, los predicamentos de McLuhan, Toffler, Negroponte y de Kerckhove; vi el auge del reality, la anunciada y nunca concretada muerte de la estrella del radio y la burbuja noventera del internet inflarse y estallar; he podido ver cómo funcionan de cerca las tripas del medio escrito, la web, la radio y la televisión, tanto en México como en el extranjero, y he participado activamente en ellas. Lo cual me encanta, claro, pues ese es mi day job; mi night job es escribir ficción. LOL.

Y… nada es tan raro como las redes sociales. Las redes zoociales. Recuerdo que entre 2006 y 2007 nos fileteábamos el cerebro pensando cómo agregar esos nuevos animales a nuestra programación diaria de hacer revistas, nosotros, los pobres editores de medios impresos en medio de la migración de lectores a los medios online. Todo era un caos. No sabíamos hasta qué grado podría llegar la participación del público. En 2005 acudí a una conferencia en la Sociedad National Geographic sobre el “long tail“, aquella visión que separaba la relevancia del broadcaster establecido (los grandes medios de comunicación) contra millones de mini-broadcasters en blogs (los pequeños usuarios de internet, pero que son un chingo). Hoy a esto se le conoce como “consumer-driven content” (contenido impulsado por el consumidor) y, no sé si sea bueno o malo, pero es esencialmente el gérmen de los memes y demás pendejadas que nos damos a diario en la red.

Algo tuvo que ver ese animal horrible llamado “periodismo ciudadano”. Alguna vez lo dije a manera de símil: la medicina ciudadana no existe, bueh, solo en casos de extrema urgencia, y no es propiamente un asunto médico que un desconocido te atienda una herida porque no hay de otra, es solo LA VERDAD DEL MOMENTO. No suelo escribir en altas porque es feo, maleducado, oloroso y poco respetuoso a las reglas de la lengua, pero sentí que venía al caso. LA VERDAD DEL MOMENTO te puede rebasar si tienes las tripas derramadas en el periférico luego de un accidente automovilístico. No importa si eres rico o pobre, estúpido o inteligente. Te vas a aferrar a lo primero que veas, ¿no? Bien puedes decir “venga de ahi mi médico ciudadano, quiero sujetarle de la mano”. LA VERDAD DEL MOMENTO no es que ese buen hombre sea un médico, es lo único que hay, quizá la última persona con la que hables en esta Tierra. Lo cual es… patético. LOL.

Pero vuelvo al tema. ¿Qué pasa con los periodistas ciudadanos? Cuando sucedió el infame ataque de Atocha en Madrid, el 11 de marzo de 2004, fue sorprendente la cantidad de fotografías de usuarios de teléfonos móviles en los sitios del atentado. Antes que cualquier televisora o periódico, antes que la BBC, el UK Telegraph, Le Monde, El País, The New York Times, CNN y Antena 3, la gente tomó fotos, se las mandó a otras personas o corrió a subirlas a la red. En 2004 la web móvil no estaba tan avanzada como ahora — ni la resolución de los teléfonos — , pero aquello fue un hito. ¡Periodismo ciudadano!, gritaron muchos en su momento, y otros tantos se escandalizaron — yo me pitorreé de mis colegas más serios en una columna de Conozca Más de 2007, que pueden leer aquí — , pensando quizá que el oficio se iba a banalizar y que muchos perderían su trabajo. Lo único que sucedió fue que mucha gente en ese momento iba pasando con un móvil con cámara fotográfica en las manos. Esa fue LA VERDAD DEL MOMENTO. No que fueran periodistas. Quizá sí eran ciudadanos, pero la mayoría no eran periodistas. Igual su aportación a los hechos noticiosos consternó en buena medida a la industria de la comunicación. Sobre todo a los que predecían que nos ibamos a quedar sin chamba porque gracias al internet una masa anónima de usuarios iba a hacer nuestro trabajo.

Creo que muchos comunicadores no se quedaron sin empleo. Y también creo que llegó mucha gente sin oficio a hacerse pasar por comunicadores. LOL.

Entran las redes sociales. El sorprendente mundo de “quiero conocer gente” de aquel horroroso Hi5 dio paso al aún mas sorprendente mundo de “quiero conocer gente + quiero que todos sepan lo que estoy haciendo” de Facebook. En el camino, Facebook agregó granjas digitales, pésimas costumbres gregarias — como “pega esto en tu muro…” — e historias horrendas de depredadores sexuales, gente que pierde su empleo por postear pendejadas y mujeres embarazadas que abren el Facebook de su feto varios meses antes de que nazca — y se edpresan como idiotad podke todod sabemod que loz fetod tienen pobemas de habla. ROTFLOL.

Pero este no es un post sobre la fauna facebookera. Tampoco sobre la fauna tuitera, de eso — del ego, la obsesión por el sobrevaluado número de followers, los “tweetstars”, las prácticas malsanas en torno al hashtagueo ridículo o el erreteo mongólico — me quejo casi todas las semanas. Ja. No voy a profundizar en ello, pero sí tiene que ver con el simple y bello hecho de que no todos los seres humanos fueron llamados a ser comunicadores. Es decir, cualquiera lo puede hacer, y vaya que pasamos buena parte de nuestra vida comunicándonos con otros seres humanos. Twitter y Facebook, entre otras tres docenas de redes sociales, son el espejo de nuestra forma de hablar por teléfono, redactar un mail, mover las manos y las nalgas, coquetear y hacer sentir nuestra presencia en una habitación. Al mismo tiempo, y por muy contradictorio que suene, ese espejo es una torcida visión de nosotros mismos. Cuánta gente no exhibe una personalidad extrañamente extravertida y explosiva en la red social, gente que conocemos en persona o con la que convivimos y sabemos que no todo el tiempo es así. Y al revés también sucede: tipos exitosos y socialmente afables en el ambiente oficinil pueden ser inexistentes en sus redes sociales. Lo cual, me parece, es perfectamente normal. Un hombre puede ser un gran amante a la hora de comunicarse proxémicamente con su mujer en el colchón, y un perfecto estúpido a la hora de escribir un correo. Y viceversa. El mundo de los geeks está lleno del ejemplo en “viceversa”, BTW :D

Sin embargo, la mayoría del mundo no tiene el don de la comunicación. Y además, depende de qué tipo de comunicación estemos hablando, claro. Están los que hablan bien. Los que escriben bien. Los que se ven bien — oh sí, eso también tiene que ver con el ámbito de la comunicación — a cuadro o solo “fotografían bien”. Pffff. Y no me parece mal que las redes sociales “empoderen” al individuo y le den voz y voto. Independientemente de lo que yo piense al respecto, eso está sucediendo. Los usuarios dan su opinión todo el tiempo, se envalentonan, formulan hashtags, reclaman, pelean. Pero ese no es el tema del post. No insistan.

En mi área de la comunicación, en la que yo he ejercido, los detalles cuentan. Cómo usar el lenguaje. Cómo usar los signos tipográficos. Y los estilos tipográficos. Mi padre, por ejemplo, tenía una excelente ortografía, en el sentido en el que empleamos cotidianamente aquello de “la buena ortografía”. Sin embargo, abusaba de la tipografía bold y de las mayúsculas, sobre todo cuando trabajaba en Microsoft Word y Excel. Era imposible quitarle esas mañas. Lo cual me molestaba como una piedrita en el zapato. Porque yo me dedicaba a trabajar la ortografía en su sentido más amplio, como un alfarero modela el pedo, si ustedes me entienden.

En las principales redes sociales de hoy no se admite el rich text — Google+ medio toma algunos recursos de Gmail para este fin — así es que la gente debe valerse de sus propios métodos en texto plano para decir las cosas. Como gritonear ESCRIBIENDO EN ALTAS QUE ESTUVO DE SUPUTAMADRE EL CONCIERTO. O abusar de los signos de exclamación!!!!!!! O agregar un emoticón — Ò_ó — bien chispa cada vez que se dice algo. O abusar de: LOL.

Las tipografías en bold e itálicas enfatizan una frase o palabra, pero su uso depende del contexto y, duh, la frase o palabra. El uso diario nos da pistas de cuándo sí y cuándo no emplearlas. La tipografía en mayúsculas, por regla, antecede a un nombre propio — cosa que el beato Steve Jobs destruyó cuando lanzó el iPod. Redactar en mayúsculas distrae y molesta, a menos que se trate de una frase corta o unas siglas. De otro modo está F.U.B.A.R. Los puntos suspensivos son tres, y en ese sentido no deberían de insistir en usar más de tres: en realidad se trata de un signo con tres puntos (comando + punto en una Mac), no de tres puntos tecleados consecutivamente. Su nombre clásico es elipsis y denota una pausa. Por eso, poner diez puntos suspensivos es tonto e innecesario. No quiere decir nada.

La diagonal esencialmente sirve para separar. Con una que usen, de nuevo, es suficiente. Esto es innecesario: //. Menos aún cuando no están separando nada, genios.

No soy un sibarita de la lengua, para nada. De hecho, soy bastante pocho, les manejo el spanglish y el uso — y abuso — burdo y coloquial de las palabras. Sin embargo, tengo mis límites. O los observo con cuidado. No me molesta que la gente escriba como se le pegue la gana, o como Dios les dé a entender, sobre todo en espacios públicos como las redes sociales, pero no puedo dejar de elevar las cejar cada vez que leo una burrada. Y no me refiero al lolspeak o al padonki, que son auténticos lingos procreados espontáneamente en internet.

Creo que mis cejas elevadas tienen que ver con que para mí escribir es algo bello, es algo inherente a mi oficio. No tengo los speaking skills — soy tartamudillo — , pero sí los writing skills.Igual no soy tan reclamón por el hecho de que no todo mundo sepa usar medianamente bien el lenguaje escrito. Primero porque no es algo que me quite el sueño. Y segundo porque la esencia de por qué el “periodismo ciudadano” es una jalada, es porque el mundo aún necesita verdaderos periodistas que reporten la nota y produzcan la información. Esa es LA VERDAD DEL MOMENTO. El mundo necesita gente que sepa fabricar mesas. Reparar y cambiar neumáticos. Fabricar buenas playeras. Ensamblar juguetes. Cosechar jitomates cherry. Enseñar yoga. Cuidar enfermos. Dibujar letreros de salidas de emergencia. Tocar el piano. Cortarle el pelo a los perritos. Meter goles. Limpiar ventanas desde un piso 35. Volar aviones. Darle de beber a la gente que viaja en esos aviones. Sacar cuentas. Escribir poemas. Escribir guiones de películas. Escribir cuentos para niños. El mundo es tan hermoso porque es tan diverso. ¿No lo creen? ^_^

Porque hay lugar para todos. Para los que escriben respetando las reglas. Y para los que se cagan encima de la lengua de Cervantes en cada tuit. LOL.

Dedicado al gigantesco Miguel Ángel Granados Chapa. Nos da tristeza porque necesitamos más plumas de alto calibre en este país. Sí señor. Bon voyage.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on October 17, 2011.

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Published on October 16, 2011 17:00

October 4, 2011

Este es mi post dedicado a Steve Jobs

Here’s to the crazy ones. The misfits. The rebels. The troublemakers. The round pegs in the square hole. The ones who see things differently. They’re not fond of rules. And they have no respect for the status quo. You can quote them, disagree with them, glorify or vilify them. About the only thing you can’t do is ignore them. Because they change things. They push the human race forward. And while some may see them as the crazy ones, we see genius. Because the people who are crazy enough to think they can change the world, are the ones who do.

Apple, “Think Different”, 1998–2002

Esta época, tan conectada y a la vez tan desarraigada, donde podemos no saber dónde andan nuestros familiares pero sí nos molesta el comentario de un rostro anónimo en Twitter, es pródiga en el culto a personalidades que han ayudado a moldear, o eso pensamos, el mundo en el que vivimos. Muchas veces me he quejado del concepto del geek porque hace tiempo perdió su carácter contracultural, esa rareza que lo hacía vivaz y rebelde. Punk. Ayer el geek era quien conseguía la información oscura y la compartía con otros geeks. Hoy con el vulgar acceso a la información que poseemos se puede ser un geek de “todo”: de Sarah Jessica Parker, de Star Trek, de Mighty Muggs de Transformers, de afiches de Justin Bieber o del último hit televisivo de HBO. Entre el geek y el fan hay pocas diferencias hoy. Con el ancho mundo de Apple, el público se lanzó, sobre todo en los últimos diez años, a exhibir su amor por la marca de formas diversas, sacando esa adoración de la playera y el bumper sticker a sitios web y redes sociales, creando una tribu de iWhores –como nos llaman los detractores y haters– que es multicriticada por “superficial”, “sobrepreocupada por el diseño” y “poco demandante como consumidora”, máxime cuando se acostumbró a pagar precios altos por hardware o incluso a soportar teléfonos con problemas de conectividad. Tener una Macintosh en los ochenta y noventa fue símbolo de un tipo particular de espíritu geek, y tener un teléfono Apple en los 2000 ahora es símbolo de un tipo particular de fanboyerismo. Pero no lo digo despectivamente: la gente ama a sus marcas, ama el estilo de vida que les proporcionan y esos pequeños placeres que experimenta sola y en su soledad, si me permiten la expresión. Hey, si te sientes un velocista olímpico al estrenar un par de zapatillas Nike, bien por ti. Si sientes que ese par de jeans Levi’s te otorgan “la promesa de un mundo nuevo”, bien por ti. Si sientes que usar un iPad te hace “pensar diferente”, bien por ti. Un buen consumidor es un consumidor crítico, pero yo no soy nadie para juzgar las emociones de la gente. Piénselo y pasa lo mismo con los perros: no puedes convencer de lo contrario a alguien convencido de que los xoloitzcuintles son feos cuando tiene una idea “inceptionada” en su cabeza, del mismo modo que el dueño fervoroso del xoloitzcuintle tiene 717 argumentos por los cuales ama a su mascota. Somos tribales, somos sectarios, defendemos hasta las lágrimas los que nos provee identidad, aunque esta identidad consista en burlarnos y protestar por la falta de identidad y consumismo de otros. Ja.

Por eso entiendo el fervor hacia Steve Jobs. Hay quien dice que el rock ya murió y que la historia se detuvo, que ya no hay héroes, las estrellas de Hollywood han perdido el glamour de antaño y nuestros líderes políticos son una desgracia. Vivimos en un mundo cínico, diría Jerry Maguire, lleno de apatía y aburrición. Y en ese mundo caminó Steve Jobs, como Caine en Kung fu. Oh sí. Su influencia en el ámbito de la tecnología, los negocios, el entretenimiento, la educación y los cimientos de cómo interactuamos entre nosotros es tan vasta que es difícil de medir. Sin embargo, lo que hizo Steve Jobs al frente de Apple Computer nos recuerda que sí, aún existen estrellas de rock, aún hay héroes, aún hay glamour y aún hay líderes. Y la historia sigue, y no se detiene. Cuando John Lennon fue asesinado, Time tituló su portada con la frase “the day the music died”, más por despecho e indignación que por otra cosa. Pero hoy no murió la innovación ni la creatividad ni nada por el estilo. Todo va a seguir hacia adelante. Igual que la música siguió después de Lennon.

Me declaré fan de Jobs desde que leí sus aventuras mariguanas en Atari, Inc. (sorprende que Nolan Bushnell le sobreviva) y su búsqueda espiritual en India a mediados de los setenta. La idea de un jipi-punk que emplea el marketing para cambiar el mundo (“Think Different”) es tan seductora. Y es tan siglo XX. Y también es tan siglo XXI. Soy un creyente de su marca desde hace casi 20 años a pesar de que critico lo pesado que es Apple con sus consumidores (como el citado caso de la antena del iPhone 4 o esos mails de grumpy old dude que enviaba Jobs a ciertas personas que le escribían), y el pésimo trato que su oficina de P.R. tiene hacia la prensa. Creo que es evidente que Jobs fue un ejemplo como businessman y entrepreneur, y como innovador en una industria donde la innovación en realidad no es tan común. Pero yo no me quedo con eso, quizá porque no tengo nada de empresario ni emprendedor, y nunca he hecho nada innovador en mi vida. Yo solo soy un usuario de Apple. Y sé que lo voy a ser hasta el final.

De ahi viene la conexión emocional. No haré una pomposa declaración del tipo “la primera vez que estuve en Cupertino…” (ajá, nunca he estado en Cupertino). Pfff. Mi conexión con Apple es más vulgar, y tiene que ver con mis recuerdos. La Performa que estaba en casa de mi novia de la universidad. La primera Mac que compré, una LC II, por $3,000 pesos. La primera vez que entré a la redacción de Origina, retacada de Macs, cuando la tipografía Garamond Narrow era la reina del barrio. Las manos delgadas de una diseñorita jipi moviendo un Magic Mouse. La iMac púrpura de aquella hermosa periodista que vivía en la del Valle, quien al deshacerse de esta me regaló su disco duro. O la máquina en la escribí mis últimas dos novelas. La emoción de sacar mi primer iPod de la caja. Observar a mi hija escribir su nombre en el iPad. Son “experiencias de usuario”. Pero sobre todo son emociones. No somos replicantes. Esos recuerdos son reales.

Hoy me siento honestamente triste por la prematura muerte de Steve Jobs a sus 56 años de edad. Espero que su vida y obra me sigan inspirando. Y a ustedes también.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on October 5, 2011.

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Published on October 04, 2011 17:00

September 18, 2011

La visita al médico

Este fin de semana llevé a mi hija a su chequeo médico y a que le aplicaran vacunas. DPT (que ya la traia atrasada) y Tripleviral. Los consultorios de los pediatras son cosas surreales, como sacadas de esos cuartos de niños creepy de películas manga, como el chamaco cabezón de El viaje de Chihiro o la reserva de pálidos niños telépatas en Akira, retacados de muñecos de peluche, libros infantiles, cuadros “divertidos” en la pared. Recordé que un pediatra que atendió a mi hija de muy pequeña daba consulta con un Pluto de peluche (percudido) amarrado al cuello. Muy extraño. El consultorio de un médico, quiero suponer, debe ser una cosa abierta, espaciosa, luminosa y cálida. Que dé confianza. Porque quizá muchos de nosotros no tengamos miedo de morir, pero sí miedo del dolor previo a la muerte. O el dolor de vivir, pues –aunque suene corintelladesco. Entonces, el tiempo que vayas a pasar en un consultorio de esos, bueh, pues que al menos sea en un sitio semiagradable. Yo hace relativamente poco tiempo crucé exitosamente por una serie de exámenes médicos, algunos verdaderamente dolorosos. Y ahora que lo pienso, la visita al médico fue completamente olvidable. No porque mi afección estaba gacha, sino porque el doctor no se empeñó en hacer de mi visita a su consultorio algo amable. No estoy pidiendo ser recibido con “mimosas” por una enfermera de estas, la beta de Gears of War 3 en la sala de espera o que el Dr. Muerte fuera un comediante hilarante (como el cajero de un Superama que me atendió el otro día). Pero no es eso: simplemente su atención fue parca, fría y exquisitamente profesional. Tan profesional que me sentí como debe sentirse un auto cuando lo llevan a servicio a la agencia. Después de la madriza al cuerpo y el desembolso monetario y el “quédese tranquilo, todo bien”, mi decisión fue la siguiente: “Si vuelvo a pasar por una de estas y necesito a un especialista de este tipo, buscaré a alguien más. No me gustó su atención. No me gustó cómo hace las cosas”.

Vuelvo a la visita con la pediatra: es una mujer cálida, amable, de las que te explican absolutamente todo y dentro de su ñoñería es un encanto. Una profesional de la salud con la que sí repites consulta. Sin embargo, debo decir que algo sucede con las inyecciones: mi hija estaba muy nerviosa antes de las vacunas, y al momento de sufrirlas, bueh, vaya que las sufrió. Y no creo que haya sido un aspecto técnico, al parecer la doctora inyectaba “con buena mano” que le llaman, rápida y certera. Entonces, si a) consultorio creepy pero cute, b) doctora amable, cálida y profesional y c) buena técnica, ¿por qué estoy casi seguro de que mi hija crecerá odiando las inyecciones? Carajo, no conozco un solo adulto que no ODIE la idea que le picoteen el culo con una aguja. Incluso sé de casos cuasifóbicos de tipos rudos y profesionalmente exitosos que prefieren pasar dos semanas del carajo que recibir un par de inyecciones y salir rápido del lío viral que se cargan. ¿Qué han hecho mal los médicos? ¿Qué tienen esos consultorios que el macabro momento del doctor golpeteando con su dedo medio la jeringa es para muchos de nosotros como la antesala al infierno? Quizá tenga que ver la sensación de no ver dónde estarán poniendo la aguja, el punto ciego del culo, de no ver cómo perfora la piel. Mucha gente se siente más tranquila al ver cómo le sacan sangre del brazo que imaginando cómo le meten una sustancia por las nalgas. Y antes de que me albureen, debo decir que en contra de este argumento juega el hecho de que a cada segundo en el mundo millones de mujeres y hombres reciben un miembro viril por las nalgas sin ver con exactitud cómo se los insertan, y esto no disminuye el placer o se convierte en un tema de fobia. No no no no no. Debe ser otra cosa. Quizá tenga que ver que la ciencia no ha avanzado gran cosa en el campo de las jeringas. Evidentemente, si uno ve una jeringa victoriana y ve una jeringa de las que venden en cualquier Farmacia del Ahorro, sí dirá: “No mames Ruy, sí hemos avanzado”. Lo sé. Pero por otro lado, la promesa del futuro de Los Supersónicos nunca llegó. Díganme optimista, pero después de pasar por uno de esos tratamientos de veinte inyecciones –a razón de una diaria– a mis ocho o nueve años de edad (por ahi de 1981), yo sí me consolé pensando “pero en el año 2000 las inyecciones te las darán con unos aparatos bien acá con los que no se sentirá nada”. Por supuesto, en el mercado hay tecnología elevada como esta, pero la verdad es que la realidad del 99% de los pacientes es esta. Qué mala suerte. En el año 2011 podemos fabricar hielo en nuestras casas, ver lo que sucede del otro lado del mundo en vivo por la tele o el internet, manipular nuestras tabletas futuristas con los dedos y reparar articulaciones del cuerpo con prótesis de titanio. Pero para meter veloz y eficientemente un antibiótico al cuerpo, necesitamos agujas. Agujas que hacen sufrir a la gente con el simple hecho de ser mencionadas. El némesis de cientos de miles de adultos que crecieron odiando la visita al pediatra.

Como yo. Y muchos de ustedes. Seguro.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on September 19, 2011.

La visita al médico was originally published in Ruy Xoconostle W. on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.

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Published on September 18, 2011 17:00