Ruy Xoconostle W.'s Blog, page 33
June 24, 2009
La chica del póster

Habré tenido cinco años o seis años, vivíamos en la calle de Alondra, en Las Arboledas, Estado de México. Uno de nuestros vecinos era Víctor Iturbe “El Pirulí”, quien terminó ejecutado por un sicario o algo así. Y Lupita D’Alessio, créanlo o no. Mi padre tenía un Karmann Ghia –que nunca funcionó– estacionado en la cochera. Nuestro perro se llamaba Argos, era un bóxer. Mi madre escuchaba Batas, pijamas y pantuflas en el radio, todos los días cuando nos llevaba a la escuela. Los Bee-Gees estaban hot, sí, porque eran fines de los setenta. Y mi hermano, de 12 o 13 años, tenía ese póster pegado en la pared, el de Farrah y la bici. El appeal sexual de esa mujer, en su época Ángeles de Charlie era brutal. Yo era muy joven para masturbarme, claro, pero mi hermano no (seguro le dedicó varias, si no con el póster, con las docenas de tarjetas Topps que guardaba en cajas de tenis). Igual, Farrah debió de formar parte de mi educación sentimental. Sólo porque hace muchos años era la tipa perfecta, con su esposo biónico y nuclear. Y hoy se murió, a los 62. Qué raro se siente y qué melancólico.
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June 5, 2009
Ojos de botón

Anoche, a mi hija le dio mucho miedo este dibujo que tengo en un póster:

Mi hija no sabe nada de Gorillaz, pero sí de Coraline. Confundidilla, de inmediato se tapó la cara y me dijo: “No me gusta ese niño porque tiene ojos de botón”. Me dediqué a calmarla y a pensar en una solución. El potente mensaje de los ojos de botón en Coraline ha sido tema en mi casa durante los últimos meses. En unos ojos “normales”, la pupila y el iris proveen esa sensación de calma, de profundidad. De que hay alguien allá adentro. Un sensei en la universidad decía, en plena clavadez kantiana y heideggeriana, que los ojos de las aves se movían tanto y tan rápidamente porque su cerebro (su “red cognoscitiva”) no era capaz de darle orden al mundo: la lámpara en el buró esquinado es eso, una lámpara en el buró esquinado, pero quizá para el ave sea una forma grotesca o monstruosa donde se une la madera del buró con la sombra de la pared y la luz del bulbo de la lámpara. Mi sensei decía que los ojos de las aves todo el tiempo exhiben el terror. Lo cual es particularmente cierto (e irónico) en Los pájaros de Hitchcock.

Ahora vean los ojos de Toshiro Mifune. Anoche vi de nuevo The Hidden Fortress (隠し砦の三悪人 o Kakushi toride no san akunin) de Kurosawa, editada bellamente hace unos años en la siempre competente Criterion Collection. Kurosawa era un maestro de los planos “mudos”, tomas largas de acción sin diálogo donde pasaban muchas cosas. Y también era un dios del close up. De nuevo vean los ojos de Toshiro Mifune. Es la mirada del samurái de Kurosawa, perfectamente enfocado en su tarea –no es la “mirada noble” a la que se refiere la princesa Yuki en la cinta– y con ese aire raro que al occidental podría parecernos como… permanentemente encabronado.

Sergio Leone era otro dios del close up. Supongo que él fue quien le fabricó a Clint Eastwood su mirada despiadada y de acero característica (que luego intentaron copiar, sin éxito, cabrones como Bruce Willis o Tom Cruise… o Derek Zoolander). Leone sabía poner un close up como el hombre sin nombre sabía poner una bala, sin CGI ni dollys hidráulicos. Ya no hacen close ups como esos, igual que ya no hacen flashbacks como estos.

Volviendo a Coraline, admiro cuando alguien (en este caso, Neil Gaiman) pone dos ideas simples y muy preconcebidas y las hace girar. Los ojos. Los botones. Es una película que genuinamente impresionó (y obsesionó) a mi hija. Cuando se enoja con su mamá, mi hija le dice que ella no es su mamá, que tiene ojos de botón y que su mamá verdadera tiene ojos normales. Mi hija ha tenido varias pesadillas al respecto, pero también un muy particular morbo por el tema que le hace buscarlo y buscarlo y buscarlo. No hay semana que no juegue a ponerle ojos de botón (con el objeto que sea, mientras sea más o menos circular) a sus muñecas y muñecos, o a nosotros. Ayer estábamos cenando y tomó dos pedazos de tortilla y me los acercó a los lentes. “Tienes ojos de botón.” Y se cagó de la risa. En cuanto al pobre 2D, que nada tiene que ver con Coraline, la solución fue ponerle una post-it en la cara, y que mi hija le dibujara un boceto de carita feliz:

Nos reímos mucho, finalmente nos sentamos en el sillón, vimos Transformers un rato y después la llevé a dormir.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on June 6, 2009.

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May 13, 2009
Estar solo, estar acompañado y Bob Sugar

Al final de Jerry Maguire, cuando están en el estadio de los Cardenales y Rod Tidwell ha hecho la atrapada del año y él y Jerry se abrazan y lloran y todos estamos viviendo un genuino momento de superación personal, del tipo “mierda, no puedo creer que esto me esté haciendo sentir bien”, un personaje realmente secundario, un cuyo agente es el depravado Bob Sugar –ya saben, el güero hipercapitalista que le roba casi todos los clientes a Maguire–, se voltea con éste y le dice: “¿Por qué nosotros no tenemos esa clase de relación?” El pendejo de Bob Sugar quiere sacarse un abrazo forzado de la manga pero su cliente lo manda al carajo. Con Bob Sugar, Cameron Crowe le dio forma a un personaje que pulula por los corporativos contemporáneos, un chamaco caguengue que quiere comerse a puños y que no le importa llevarse entre las patas a lo que sea con tal de escribirse en la frente la palabra É X I T O, con todas las connotaciones cornejistas que quieran agregarle. Quien ha vivido esa vida corporativa, o esa quimera corporativa, ha sentido el sabor y la tentación de convertirse en un Bob Sugar, de sentirse de pie en la cima del mundo y gritar por teléfono “I’m the fucking terminator”. Quizá sea una buena manera de motivarse, pero no es una buena manera de andar por la vida. Porque esos Bob Sugar en el fondo son piltrafas emocionales que le hablan mal a los meseros, a su secretaria y a su novia, y quizá tienen un padre sexagenario con un Gran Torino estacionado en la cochera pero lo tiran de viejo loco y pedorro y pendejo. No está chingón ser Bob Sugar. Los Bob Sugar de este mundo terminan solos. Ya saben, no construyeron amistades ni amores ni buenas historias que recordar en la peda con sus viejos panas. Los Bob Sugar de este mundo sólo tienen clientes. Estar solo es una cagada, aunque te digan en algún momento de tu vida que “tienes que aprender a estar solo”, naaaaa, la verdad es que es una cagada. Sobre todo cuando pasas, por ejemplo, un domingo solo y en realidad quieres estar con alguien, pero no hay nadie a la mano. Por eso, cuando dejas de ver un tiempo, aunque sea unas horas, a la gente que te quiere y la vuelves a ver, la primera sensación es completamente ensimismada pero genuina: no estoy solo (o “¡yeah, no estoy solo!”). Por eso hay quienes aman verse recogidos por su familia en el aeropuerto luego de un vuelo de ocho horas. Por eso los amigos queridos se dan abrazos. Y en el fondo, los románticos de clóset agradecemos con el corazón un SMS improvisado de un compadre que sólo estaba pensando en ti y le dieron ganas de escribirte porque tiene ganas de verte para tomar una cerveza. Aunque a la mera hora nos hagamos los rudos, en el fondo sabemos que es incomparablemente mejor estar acompañado que estar solo. Hay gente que nunca tiene hijos y no los necesita. Hay gente que nunca tiene suerte con el sexo opuesto, y quizá no lo necesita o al menos al final aprende a vivir con eso. Pero lo que es impensable es vivir sin amigos, sin cabrones con los que te puedas encuerar emocionalmente, aunque sea sólo por dos segundos. Hoy recibí un mail de un amigo querido y me hizo sentir todas esas cosas. Las gracias son para ti dude. Gracias por ayudarme a no ser un Bob Sugar más.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on May 14, 2009.

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May 6, 2009
El cine (y esa portada no aprobada del especial de cine de Conozca Más)
Mi amigo Rafael Muñoz dice que la magia del cine (y voy a parafrasear) consiste en que nos aísla “en el entorno enrarecido de una sala oscura para abrirnos una enorme ventana al mundo externo, se apodera de nuestra mirada y, en complicidad con un defecto visual, nos regala emociones”. Amén.
Pocas cosas me hacen tan feliz como el cine. De hecho, cuando abandone este mundo creo que diré (o pensaré, si ya no puedo hablar, o se lo diré al puto de San Pedro): “Mierda, cómo voy a extrañar el cine”. Y lo digo en serio.
Hace un año, editamos una brevísima historia del cine en Conozca Más. Perramus propuso una portada que terminé rechazando. Craso error. Aquí está.

Abraham: siempre tuviste la razón. Y lo supiste desde el minuto uno. Mis respetos, maese.
Voy a subir durante las próximas semanas mis 25 películas favoritas de la década de los 2000. Y para abrir boca, pronto subiré un post viejo (pero actualizado) con mis favoritas personales de los 70, 80 y 90. Y esta noche, para abrir boca antes de abrir boca, quiero compartirles el texto –mejorado– del editorial que escribí para La historia del cine 1895–2008 de la revista Conozca Máshace un año. La firmé como “Los editores”, pero sí la redacté yo. Alfredo Q. lo puede constatar.
Enjoy.
—
La historia del arte visual más importante de nuestra era es un asunto complejo que se bifurca por incontables caminos. Casi desde su concepción, el séptimo arte ha servido a los intereses de artistas, científicos y empresarios. Así es que hablar de una epopeya de la historia del cine es, en realidad, hablar de varias. Está la de la construcción del lenguaje propio del medio; la de las innovaciones tecnológicas que impactaron cómo se ve y se escucha, y también cómo se distribuye y llega hasta los espectadores; los intereses comerciales, la riqueza que genera y el glamour; los grandes éxitos de taquilla, los escándalos, los fracasos descomunales y las tragedias. El interés en común, casi siempre, ha sido el de narrar una historia y llevarla a millones de personas. En medio de esta vorágine, el cine se nos presenta como un arte vigoroso e incansable, con docenas de géneros y subgéneros y cientos de miles de protagonistas, que van de los famosos y los legendarios, a los peinados ejecutivos y los “cargacables”, cuya presencia es también esencial para la supervivencia del medio. El cine se nutre de las anécdotas de las divas y los galanes, así como de los excesos y el fanatismo de algunas –pero decididas– porciones de la audiencia. Gracias a su insuperable capacidad para adaptarse y transformarse aprendió a mover la cámara y a hablar, a cantar canciones y a verse a sí mismo a colores, a producir imágenes en 3D y meterse en nuestras casas y televisores. El cine por sí solo es una épica que ha abarcado décadas, múltiples disciplinas (a veces tan disímiles como el diseño gráfico, la música y la balística) y naciones, que ha sobrevivido a contextos sociales, censura y periodos de guerra. Ha contado “historias reales”, biografías intimistas, cuentos fantásticos en mundos imaginarios adentro y afuera de la Tierra, y a veces en las profundidades de la mente. Ha denunciado, divertido, hecho reír y, por obra y gracia del cliché, hecho llorar. Es un entretenimiento que alcanza a los niños y a los ancianos, a los adolescentes y a los adultos, a los ricos y a los pobres (aunque sea en formato pirata y a domicilio). Produce empleos, activa y desactiva economías, es nuestra charla de premesa, mesa y sobremesa, se discute en el tráfico, los chats, por teléfonos móviles y en sesudas mesas redondas y conferencias de académicos. Ha sido objeto de estudios, análisis, artículos periodísticos, blogs, libros profusos y esa aún sobreviviente página de cartelera en los periódicos, sean locales o de circulación nacional. Se disfruta en una sala grande, a oscuras, de preferencia con buena compañía y palomitas de maíz, pero también en grupo o en solitario, o entre dos, en calzoncillos y debajo de las sábanas. Su música es objeto de culto. Su utilería, de subasta. Sus afiches, de paredes tachueleadas por pubertos… o por coleccionistas esnobs en museos de primera línea. Sus estrellas gozan del fervor del público y el acoso de los paparazzi. Se ha robado lo mejor de la literatura, el teatro y los cómics, pero lo que toma lo retribuye con un pequeño pedazo de eternidad en imágenes que corren a veinticuatro cuadros por segundo frente a nuestros ojos, ahí, en esa especial magia que sucede cuando el proyector arranca y comienza la película. Una magia que sólo es posible gracias a un defecto visual.
Sí, el cine cambió nuestra cultura y nuestra civilización. Todos los días, de hecho, toca nuestras vidas. Nos llena de emociones y nos inspira. Y qué mejor manera de celebrar su existencia para un grupo de editores que aman el cine, que preparar un especial como éste: 176 páginas con el estilo visual pero a la vez cargado de información que caracteriza a CM. Un modesto pero sentido homenaje a casi 120 años del arte que, por un par de horas, nos hace olvidarnos un poco de esa insufrible cosa que llamamos vida diaria.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on May 7, 2009.

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April 27, 2009
La Biblia en gore

Soy fan de los antiguos jueces y reyes de Israel. Sus aventuras, guerras y actos de brutalidad me fascinaban en la pubertad/adolescencia. Quizá mi maestra de Catecismo habría querido que me enamorara de las historias del jovial Jesús (y sí me gustan, simplemente no soy tan fan), pero la verdad es que yo estaba más en la onda de los Jueces de Israel o, para el caso, las imágenes oscuras del Apocalypshit. Hoy recordé, por virtud de My Morning Jacket, a Gedeón, aquel juez de Israel que le partió la mandarina en gajos a unos 15 mil madianitas con sólo 300 hombres. Ajá, 300 (y si el recuento histórico es verídico, unos 600 años antes de la Batalla de las Termópilas). Poco antes, Dios había hecho que los madianitas se atacaran a sí mismos con sus propias espadas. Gedeón decapitó a los dos jefes, Oreb y Zeeb. Después, comenzó a perseguir a los reyes madianitas, y al pararse en dos ciudades (Sucot y Penuel) a pedir pan para sus tropas, lo mandaron al cuerno. ¿Qué hizo el gran Gedeón? Les dijo, palabras más, palabras menos: “Miren cabrones, voy a ir a putearme a los reyes madianitas y después regreso a matarlos a todos ustedes por no quererme ayudar”. Y así lo hizo: alcanzó a Zébaj y Salmuná, los reyes madianitas, y asesinó a los hombres y ancianos de las ciudades, dejando un generoso y sangriento legado de viudas en la región. La historia de Gedeón se encuentra en cualquier Biblia católica en el libro de Jueces-6. Los reyes son también la onda. En el libro de Samuel viene el relato de Goliat, el gigante filisteo que se me figura como el Superinmortal de 300. En mi libro Miller y Giménez hice un cover a manera de farsa del episodio, titulado “Desayuno con Michelle Pfeiffer”. El desenlace es heroico:
David fue corriendo y se paró junto al filisteo; le agarró la espada, se la sacó de la vaina y lo mató, cortándole la cabeza. Al ver que su héroe estaba muerto, los filisteos huyeron. Inmediatamente, los hombres de Israel y de Judá lanzaron el grito de guerra y persiguieron a los filisteos hasta la entrada de Gat y hasta las puertas de Ecrón. Muchos filisteos cayeron heridos de muerte por el camino de Dos Puertas, hasta Gat y Ecrón. Después, los israelitas volvieron de su encarnizada persecución contra los filisteos y saquearon su campamento. David tomó la cabeza del filisteo y la llevó a Jerusalén, pero dejó las armas en su propia carpa. Libro de Samuel, 17:51
La Biblia es hermosa.
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April 24, 2009
Feliz fin del mundo

Todo este asunto de la epidemia de influenza/gripe porcina fue como el mes del Chupacabras en los noventa, pero concentrado en 24 horas. Ayer tuiteros y feisbukeros enloquecieron. Avatares con cubrebocas, chistes buenos, 2–3, malos y pésimos al respecto de la epidemia, algunos tuiteros cubrieron estoicamente el pedo, el resto sólo echó desmadre. Hubo retuits sobre las exageraciones de los medios de comunicación (kudos a El Universal), tuits exagerados –y cínicos– sobre la exageración (un saludo a los que se hicieron los rudos y comenzaron a criticar la cobertura mediática), exceso de referencias zombis, Carlos Puig (me dijeron) pronunciando “influencia”, Susan Boyle who? Lo de hoy es el zombi mexicano, nuestro propio y privado holocausto zombi woot woot woot! A huevo, al fin la Revolufia nos ha hecho justicia, no sólo los gringos tienen escenarios dignos de películas de desastre.
Favoritos personales: los que se hacen los intelectuales con comentarios como “a mí lo que me preocupa es la epidemia de ignorancia”, los que ya se subieron a la teoría de la conspiración con status del tipo “nos estarán diciendo la verdad??????” y alguien en FB que puso: “Miren, mi hermano es médico y me dijo que esto sí es serio”.
–No mi lic, esto es como en la de 28 días.
–No la haga lic.
–Le digo: mi carnal, digo mi compadre, digo el hermano de mi sisterna, digo un conocido…
–Oh ya ve.
–Da igual mi lic. Un amigo que es médico me dijo que esto sí va en serio.
–No la haga lic.
–Pues ahora sí nos cargó el payaso, mi lic.
–Lo dirá de chía pero es de horchata mi lic: se me hace que el Gobierno nos está ocultando algo.
–Yo tengo mi teoría: es una distracción porque van a devaluar el dólar, mi lic.
–Ya en serio mi lic, dicen que ya evacuaron los Pinos.
–¿Cómo supo eso?
–Pus ya ve. Y los canadienses avisaron de esto en 1987 pero las autoridades fingieron demencia.
–Lo de siempre mi lic.
–Sí, pinches mexicanos.
–¿Y qué tal la cumbia de la influenza?
–Le digo, no nos tomamos nada en serio.
–Pero yo le voy a decir algo lic: lo más preocupante no es la epidemia de influenza…
–Pork flu…
–Swáin flu mi lic, ya ve, ud nomás no masca la lengua de Chéispier.
–Oh ya ve.
–No mi lic, lo más preocupante es la epidemia de ignorancia. Lo que le falta a este país es la educación.
–Y mis Chivas van a jugar a puerta cerrada.
–Pues ahi lo veo el lunes mi lic, si no se acaba antes el mundo.
–Igual mi lic. Un abrazo para la farmacia.
–¡Iguanas!
(clic)
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April 21, 2009
Videojuegos, infancia y tardes echadas a perder

Por ahi de 1983–84, mis veranos peligrosos se resumían a entrenar futbol americano por las tardes y repartir el resto del tiempo entre a) jugar con los amiguitos de la cuadra, b) jugar videojuegos como enfermo, c) ver tele como enfermo. Tenía un Intellivision II y podía estar horas y horas y horas y horas jugando alguno de mis dos favoritos, Tron Deadly Discs o Advanced Dungeons & Dragons: Treasure of Tarmin. También me gustaba leer, pero en realidad los niveles enfermizos que alcancé como lector de libros y cómics me dieron más en la adolescencia. La llegada del NES a mi vida por ahi de 1987 (¿o fue 1988?) empeoró mi obsesividad –estábamos en Liverpool y mi papá se puso todo nervioso cuando lo empecé a bombardear con preguntas sobre sexo, y bueno, salí con un NES de la tienda–. En esa época nadie pensaba que los niños, pubertos y adolescoiteantes (un saludo al maese Philip Jose Farmer, donde quiera que esté) pudieran ser adictos a un videojuego. Decían que las consolas arruinaban las teles, o que pegarte demasiado a la pantalla te provocaría quedarte ciego, pero nada más. Adictos, nunca.
Leo en Wired que la Universidad de Iowa publicó un estudio en el que se asegura que 1 de cada 10 gamers entre 8 y 18 años sí son adictos a los videojuegos. Algunas conductas típicas de estos jóvenes yonquis:
Mentirle a su familia y amigos sobre qué tanto usan los videojuegosUsar juegos para fugarse de problemas o malos sentimientosIrritabilidad e incomodidad general cuando intentan dejar de jugarBrincarse la tarea con tal de jugarSalir del nabo en exámenes y trabajos escolares por pasar demasiado tiempo jugandoNada nuevo, supongo. Los vaguitos siempre han sido los vaguitos. ¿Qué puedo decir yo? Fui un pésimo estudiante y me tripleencabronada cada vez que mi mamá me apagaba la tele porque tenía quince minutos llamándome a comer (a lo mejor por eso me gustaba apagarles el Xbox a mis compañeritos covacheros cuando jugaban Halo). El problema es que no todos los vaguitos son rebeldes sin causa cabroncitos como Matt Dillon en Rumble Fish, sino que tienen más probabilidades de convertirse en nerds antisociales con sobrepeso que a los 30 años no han cogido una vez en su vida, se masturban compulsivamente y hablan klingon o alguna pendejada por el estilo. Como el Oscar Wao de la novela de Junot Díaz.
La nota de Wired cayó ayer, justo el día que se cumplían 10 años de Columbine. Oh coincidencias.
Para mí lo mejor fue cultivar las artes nerdáceas con el deporte. Ya lo dijo el pomposo Juvenal, amiguitos: Mens sana in corpore sano. No tengo la autoridad moral para juzgar a un morro que pasa 5 horas embutido en algún mundo virtual que Rockstar Games preparó para su PSP. Pero sí es una lástima que un chamaco no aproveche los días y salga a correr o a andar en bici, ensuciarse con lodo, tocar timbres, patear pelotas, fumar a escondidas, hacer hasta lo imposible para verle los calzones a las niñas… ya saben, las cosas bonitas de la infancia.
Además, el cielo sigue siendo azul. Todavía.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on April 22, 2009.

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March 5, 2009
Hoy desperté pensando en “Titanic”
Titanic tiene años pasando en la tele, ¿cierto? Seguro la ponen en el canal 7 en año nuevo y esas grandes zurradas de ideas de los programadores. Leo DiCopro y Katecita doblados al español… algo horrible. Hoy amanecí pensando en esa idea. También pensé que ver la película en DVD o en Blu-ray (dudo que exista en ese formato) es una cosa diametralmente opuesta a verla interrumpida por anuncios de Elektra. Seguro algún día volveré a ver Titanic en la comodidad del video en casa. Cuando mi hija tenga edad suficiente, o algo. También me acordé de cuando estrenaron Titanic, por allá de 1997. La vi en Cinemex, y aunque no fui fan de la cinta, sí fui fan del fenómeno. La gente la iba a ver una y otra vez… Star Wars (la original), E.T., Jurassic Park y Titanic: los últimos eventos masivos cinematográficos que se recuerden. Hagan la conversión de boletos y taquilla con la inflación actual y verán que Potter y LOTR y Spidey y TDK no se acercan ni a madrazos al alucinante poder de convocatoria de estas películas. ¡600 millones de dólares de 1997 sólo en Estados Unidos! Titanic fue gigantesca. Yo la vi tres veces, incluyendo el día del estreno en México (1 de enero de 1997, je). Es una película muy criticable, pero también tiene cosas pocamadre. Y todos la recuerdan por algo, una ex vieja, una escena chingona, una escena vomitiva o la canción de Celine Dion. Hace unos días confesé en Twitter que “My Heart Will Go On” covereada por Los Straitjackets me hace muy feliz. También pensé que la TV para mi hija es como una caja de luz que estrimea contenido audiovisual: cuando ella prende la tele, la tele le da algo. Pero mi hija ya sabe muy bien que poner un disco para ver una película es otra cosa. Es sentarse y aplacarse, y por lo menos hacer el mínimo ritual de entender el contenido que se ha puesto sobre la tele ex profeso. Y cuando le muestro algo en Blu-ray, en “la tele de papá” (donde juego Xbox, y soy un culero porque sólo la puede ver conmigo ahí presente), sabe que es algo requeteespecial-X2. Y cuando vamos al cine, joder, la emoción es al triple: el cine es lo máximo, el rito de la fila, la palomita, la pantallota, los comerciales mediocres (por cierto, ¿qué pedo con la basura condechi que está pautando Coca-Cola, qué diablos pasa entre los publicistas de este país?), las patadas en el asiento. Como Coraline, que la tuvo en shock unos buenos 45 minutos hasta que dijo “paso” (yo sí me quedé hasta el final, ella se salió a relajar con su mami). El cine es pura magia, y es algo que McLuhan sabía. Una de tantas razones por las que no respeto a la tele y ME VALE VERGA Lost. Pero entiendo su función: es la caja de luz que hace streaming 24×7. Muy útil cuando estás aburrido (o quieres ver deportes en vivo). Para buscar emociones, me voy al cine. Como ayer, con The Wrestler, que me sacó la lágrima. O Slumdog Millonaire, que me hizo sentir una mejor persona. O Watchmen, que iré a ver en la noche. Y como con Titanic, me guste o no, hace 12 años. Me pregunto qué dirá mi hija cuando, espero, en unos años veamos juntos Titanic en un formato doméstico que nos permita acurrucarnos en un buen sillón.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 6, 2009.

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March 3, 2009
Cómics
Me considero un tipo moderno, y como tal, leo cómics. Es decir, creo que si el medio hubiera estado desarrollado a fondo en el siglo XIX, Nikola Tesla habría sido un asiduo lector de historietas. También creo que Poe hubiera escrito cómics. A lo mejor Baudelaire se habría valido del medio para desvariar como tan bellamente lo hizo. Y también me imagino al modernísimo Ichabod Crane, gafas de investigador forense a-la-finales-del-siglo-XVIII, con un volumen de Howard Chaykin bajo el brazo. Leo cómics desde que comencé a leer, a los cinco años. A los seis, mi madre me regaló un libro ilustrado de Selma Lagerlöf, El niño duende, en premio porque “lee muy bien” (sic). Aún mantengo el libraco, y cuando ocasionalmente me cruzo con él siento ese latigazo de emoción que me daba ver al niño corriendo de vuelta con sus padres, el poder del gráfico, del dibujo. Y no era propiamente un cómic, ojo. Era un cuento ilustrado. Pero desde que comencé a leer tomé las historietas de mi padre marca Rius Frius, es decir, Los Supermachos, Los Agachados, La Garrapata (cuyo eslogan era “El azote de los bueyes”) y los debrayes de Helióflores, Naranjo, AB y también Rius. Mi padre me compró, siendo yo muy pequeño, dos reediciones muy nais (en pasta dura) de dos cómics clásicos de la década de los cuarenta: El Capitán Misterio (que era la respuesta gachupina a El Fantasma) y Mandrake. Y puta, cómo me hacían volar en mi infancia esas madres, con sus escenarios exóticos y sus suavecitas madrizas rated-PG. Quizá no con una técnica muy virtuosa, pero el lenguaje del cómic se empezó a apoderar de mí, ese sutil lenguaje que consiste en poner un dibujo tras otro y acompañarlo de palabras. Pasé por Archie y La pequeña Lulú. Ricky Ricón. Los cuentos de “Disneylandia” setenteros/ochenteros en formato Colibrí, Águila y Avestruz. La familia Burrón de Gabriel Vargas. Me refiné la obra completa de Mafalda y me hice fan confeso de ese cabrón genio de Quino, a pesar de no entender la mitad de las referencias a Vietnam, los Beatles y Fidel Castro. Mi hermano llegaba a casa, durante la segunda mitad de los ochenta, retacado de cómics de Marvel y así conocí a fondo al arácnido (no es albur) por vía de Todd McFarlane y Erik Larsen. Fui presa del hype y me compré aquel volumen en el que Doomsday le ponía una putiza a Superman. Y cuando Jis y Trino hicieron historia en la tira cómica de periódico con El Santos, bueh, ahí estábamos mi hermano y yo todos los domingos, cagados de la risa con los cerotes barnizados, la Tetona Mendoza, el Cabo y el Diablo Zepeda, y rematábamos con La Jornada Semanal y la última página, dedicada a La chora interminable. Eran los noventa, y de ahí me moví a Moore, Miller y el cuasidivino Katsuhiro Otomo. Con Domu me di cuenta que el cómic sí estaba muy cabrón. Sí se trataba de “el octavo arte”, como rezaba el eslogan de aquellos libracos de Mandrake y El Capitán Misterio que compró mi padre muchos años atrás. Nunca pretendí ser un otaku ni un chico granudo de los que viven hostigando clércs de los Comic Castle. Si hoy tuviera dieciséis años seguramente leería los cómics que edita mi carnal Giobany, pero no me veo dejando 8,000 comments del tipo PINCHE YOBANIU PUTO PUBLICA AGE OF APOCALIPSSSSS. Simplemente, nunca he tenido el estómago para soportar los desplantes de a ver quién tiene el pito más grande que se dan entre los fans acérrimos del cómic de superhéroes (y sí: ese tipo de desplantes se dan también entre los gamers, los especialistas hardcore de autos y los críticos literarios de pipa y cuello de tortuga, sólo por dar algunos ejemplos). Casi desde que comencé a leer comencé a escribir. Mi primer cuento (que mi madre guarda celosamente en su casa) data de 1979, cuando tenía seis años. Y desde entonces, con una pequeña y muy reciente pausa, no he dejado de hacerlo. Sin embargo, siempre he sido un pendejo para dibujar. Mi padre era un caricaturista muy apto que llegó a publicar en periódicos, y mi hermano no lo hace nada mal. Mi sobrino también tiene el talento. Pero yo no. Lo cual, evidentemente, me encabrona y me entristece. Porque en el fondo soy un escritor que quisiera contar sus historias con dibujos. Los que me conocen saben que soy un diseñador gráfico frustrado. Y bueno, también puedo decir, muy a mi pesar, que soy un dibujante de cómics frustrado. Desde hace años quiero hacer un cómic. Tengo las historias pero dependo de alguien que las dibuje. Esa falta de autonomía me apachurra. En ciertas épocas, me deprime. Pero soy una persona moderna. Y creo que es moderno leer cómics, entender el lenguaje y descifrar, primero con las vísceras y luego con el cerebro, qué nos han querido decir Los Grandes cuando nos han dado páginas con dibujos acompañados con palabras. Si pudiera, dejaría de escribir novelas y haría sólo cómics.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 4, 2009.

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February 7, 2009
Hoy fui al circo
Y fue algo especial, no sólo porque tenía años sin hacerlo, sino porque fue la primera vez que mi hija disfruto el alucine. Hay algo en el show en vivo que aún no pueden sustituir nuestras experiencias virtuales en 3D, con Dolby Pro-Logic II y cables HDMI. Es algo parecido a ir a ver una película filmada en película contra una película “filmada” en video digital o una animación CGI: la textura de lo analógico. El lugar sucio, los olores de los dromedarios cuando entraron al escenario, el pedo falso –soltó una nubecita y todo– del payaso, la orquesta en vivo. Había dos tipas buenísimas; los payasos eran también trapecistas y músicos, y me maravilló poco a poco darme cuenta que eran unos auténticos atletas los cabrones. Salieron cinco dementes andando en moto en una esfera de hierro –al mismo tiempo y a toda velocidad–; tigres e hipopótamos; equilibristas a unos ocho metros de altura; una tipa gorda en un monociclo con pinos de boliche. Todos dobleteaban, como bien me recordó Mr. Green por el Twitter (la boletera parecía she-male, por ejemplo). Mi hija permaneció un buen rato en estado de shock. Aquello era realmente una sorpresa, pero además con ese toque estético –ya saben, las reverencias y los gestos hacia el público– del circo tradicional. Todos estaban en su papel de artistas del circo: se les notaba un orgullo y una felicidad cada vez que se escuchaba el aplauso del público. Se notaba a leguas que les encanta hacer lo que hacen. Y al final, la sensación rara de tristeza o de melancolía, cuando empiezas a atar cabos y piensas en toda esa gente que vive de manera itinerante, que vive de ofrecer un freak show. También pensamos Charlotte y yo que aquello debe ser un cogedero: el payaso vs la equilibrista, el domador de tigres vs la bailarina exótica, el anunciador vs el tramoyista…
Alucinante. Qué fortuna para mi hija que aún existan circos como los de antaño.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on February 8, 2009.

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