Estar solo, estar acompañado y Bob Sugar

Al final de Jerry Maguire, cuando están en el estadio de los Cardenales y Rod Tidwell ha hecho la atrapada del año y él y Jerry se abrazan y lloran y todos estamos viviendo un genuino momento de superación personal, del tipo “mierda, no puedo creer que esto me esté haciendo sentir bien”, un personaje realmente secundario, un cuyo agente es el depravado Bob Sugar –ya saben, el güero hipercapitalista que le roba casi todos los clientes a Maguire–, se voltea con éste y le dice: “¿Por qué nosotros no tenemos esa clase de relación?” El pendejo de Bob Sugar quiere sacarse un abrazo forzado de la manga pero su cliente lo manda al carajo. Con Bob Sugar, Cameron Crowe le dio forma a un personaje que pulula por los corporativos contemporáneos, un chamaco caguengue que quiere comerse a puños y que no le importa llevarse entre las patas a lo que sea con tal de escribirse en la frente la palabra É X I T O, con todas las connotaciones cornejistas que quieran agregarle. Quien ha vivido esa vida corporativa, o esa quimera corporativa, ha sentido el sabor y la tentación de convertirse en un Bob Sugar, de sentirse de pie en la cima del mundo y gritar por teléfono “I’m the fucking terminator”. Quizá sea una buena manera de motivarse, pero no es una buena manera de andar por la vida. Porque esos Bob Sugar en el fondo son piltrafas emocionales que le hablan mal a los meseros, a su secretaria y a su novia, y quizá tienen un padre sexagenario con un Gran Torino estacionado en la cochera pero lo tiran de viejo loco y pedorro y pendejo. No está chingón ser Bob Sugar. Los Bob Sugar de este mundo terminan solos. Ya saben, no construyeron amistades ni amores ni buenas historias que recordar en la peda con sus viejos panas. Los Bob Sugar de este mundo sólo tienen clientes. Estar solo es una cagada, aunque te digan en algún momento de tu vida que “tienes que aprender a estar solo”, naaaaa, la verdad es que es una cagada. Sobre todo cuando pasas, por ejemplo, un domingo solo y en realidad quieres estar con alguien, pero no hay nadie a la mano. Por eso, cuando dejas de ver un tiempo, aunque sea unas horas, a la gente que te quiere y la vuelves a ver, la primera sensación es completamente ensimismada pero genuina: no estoy solo (o “¡yeah, no estoy solo!”). Por eso hay quienes aman verse recogidos por su familia en el aeropuerto luego de un vuelo de ocho horas. Por eso los amigos queridos se dan abrazos. Y en el fondo, los románticos de clóset agradecemos con el corazón un SMS improvisado de un compadre que sólo estaba pensando en ti y le dieron ganas de escribirte porque tiene ganas de verte para tomar una cerveza. Aunque a la mera hora nos hagamos los rudos, en el fondo sabemos que es incomparablemente mejor estar acompañado que estar solo. Hay gente que nunca tiene hijos y no los necesita. Hay gente que nunca tiene suerte con el sexo opuesto, y quizá no lo necesita o al menos al final aprende a vivir con eso. Pero lo que es impensable es vivir sin amigos, sin cabrones con los que te puedas encuerar emocionalmente, aunque sea sólo por dos segundos. Hoy recibí un mail de un amigo querido y me hizo sentir todas esas cosas. Las gracias son para ti dude. Gracias por ayudarme a no ser un Bob Sugar más.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on May 14, 2009.

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