Ruy Xoconostle W.'s Blog, page 32
February 10, 2011
52 semanas
El sábado cumplo 52 semanas sin fumar. El proceso ha sido poco tortuoso, poco complicado, casi nada difícil. Todo empezó un sábado que participé en una clase de yoga, la primera clase de varias que tomé durante algunos meses. Nunca había hecho yoga, y me interesó mucho el tema de concentrarme en mi propia respiración; sentir el flujo del aire entrando y saliendo, pues. No hay nada de místico en escuchar la propia respiración, simplemente me parece que respirar es un convenio tan orquestado con nosotros mismos que no le ponemos suficiente atención. Es algo que pasa y ya. Y cuando observamos las cosas que “solo pasan”, bueno, supongo que pasan cosas, si me entienden… a mí me pasó que dejé de fumar. Pero no me voy a adelantar: el día de aquella clase de yoga, hace un año, comencé a observar mi propia respiración. Por supuesto, pasaron otras cosas, como que músculos que no había utilizado en años se engarrotaron, o darme cuenta de lo increíblemente tiesas e inflexibles que estaban mis articulaciones, a pesar de ejercitarme con regularidad. Esas son cosas que hace el yoga por tu cuerpo. Sin embargo, ese día sentí también una extraña opresión en el pecho, aunque no le hice mucho caso al principio. Por la tarde me quedé solo en casa, e intenté sentarme a escribir. Prendí un cigarro y a la tercera bocanada lo apagué. Ese fue el último cigarro que fumé, vaya, ni siquiera fue un cigarro completo. No voy a decir que me dio asco, porque no fue así; simplemente, lo sentí como algo alienígena con mi sistema. Tengo la obligación de decir que este no es un post sobre el hecho mágico de dejar de fumar, no hay tal; pero sí debo ser lo suficientemente honesto como para decirles que desde ese día el acto de fumar se convirtió en algo incompatible conmigo. Las ganas se me quitaron de golpe. Simplemente, dejé de tener ganas. Lo asocio con esa clase de yoga porque coincidió con ella y con el acto de observar mi propia respiración durante una sesión de una hora y cuarenta minutos, pero tampoco puedo decir que aquello sea el responsable de haber sacado al cancro de mi vida. Supongo que fue una coincidencia. Los primeros días pasaron y me llamó la atención que no se me antojaba prender un solo cigarro. Miraba mi cajetilla a medias y decía “chale, qué raro es esto”. Alguien me dijo “aprovecha y deja de fumar”. No me pareció mala idea, aunque en realidad nunca había sido mi intención dejar de fumar. Mi idea de fumar estaba completamente enraizada con el acto de escribir que es, esencialmente, un ejercicio acrobático de concentración. Pero no solo me concentro cuando escribo: también al responder mails en el trabajo, hacer una presentación, revisar un documento o corregir pruebas de la revista. Luego de un par de semanas, y asumido el hecho de que no tenía absolutamente ningún antojo por fumar, me senté de nuevo a escribir. Entonces, pasó: comencé a sentir un hueco en el pecho. Tal cual. Algo faltaba ahí. Seguía haciendo yoga, sí, y por esas fechas comencé también la práctica de la meditación con el maestro Pan (su sitio se llama Daimon Path, al cual pronto le dedicaré otro post), y eso me ayudó a entender qué era el “hueco”. Lo explicaré así: hay gente que siente las emociones en el estómago (que va de las chingadas mariposas a guacarear minutos antes de su boda), hay a quienes les duele la cabeza cuando están muy nerviosos (por ejemplo, la noche previa a una importante entrevista de trabajo), hay quienes las resienten en las articulaciones, el rechinar de dientes o lo manifiestan con un par de piernas que no dejan de moverse. Yo descubrí que mis emociones se concentran en el pecho. Abstraerme de mi entorno y concentrarme en algo como la escritura creativa requiere acumular mi flujo emocional en el pecho; por así decirlo, el cigarro era el pegamento que me permitía mantener cohesión en ese flujo emocional. Al sentarme a escribir sin fumar, sentía que hacía falta ese pegamento, y la concentración se me iba por el caño. No pude escribir durante varias semanas, y me tuve que forzar a hacerlo letra tras letra y casi casi amarrándome un grillete a los yarboclos. Mi principal problema fue, sin embargo, en el trabajo: pendientes por eliminar de la lista y que necesitan atenderse ya, con diligencia y concentración. A mi status financiero le importa un pito si acabo o no una novela, pero perder el ritmo laboral sí podría ser catastrófico en este sentido, así es que dediqué muchas horas a trabajar mi “hueco” sentado frente a la computadora en la oficina. Nótese que no he explicado por qué dejé de fumar o cómo dejé de fumar. Este no es un post de “deje de fumar”. No sé cómo dejé de fumar, no sé cómo se fueron las ganas. Solo sé qué coincidió en aquel momento y qué sentí cuando las ganas se fueron. Seguí corriendo, a pesar de que soy un pésimo corredor tal como lo escribí en este post. Acabé el año, según Nike +, con unos 900 km avanzados. Pero en realidad eso no es nada, no soy un corredor serio. Haruki Murakami es un corredor serio: el tipo corre al menos 10K diariamente, un maratón anual, hace triatlón y ha participado en la ultramaratón (100K). Recientemente leí su libro De qué hablo cuando hablo de correr, una especie de recopilación de ideas y memorias en torno a las actividades de escribir novelas y correr maratones. Me sorprendió la vitalidad de Murakami, que un tipo pueda hacer ambas actividades y la honestidad y sencillez con que aprecia el cruce de ambos mundos que parecerían inconexos. Uno podría decir que el estereotipo del escritor es más o menos así: un fulano atormentado que fuma y toma café compulsivamente en una habitación oscurona, como si estuviera metido en cosas importantes o, peor aún, en cosas intensas. Yo necesito buena iluminación, una silla decente y música para escribir. Y sí, durante años asocié la navegación a través de párrafos y diálogos de mis personajes con un cigarro en mano. ¿Qué pasa ahora? Soy un escritor que no fuma. Ni modo: otro estereotipo del que me he tenido que deshacer. Cuando comencé a escribir de forma regular y con intenciones de publicar un libro, a principios de los noventa, me topé con el hecho de que vivía lejos de donde estaban los escritores, los filósofos, los poetas, los respetados miembros de la socialité culturalosa en México. Yo vivía en Satélite, donde no había museos pero sí un chingo de Blockbusters. No me iba a ir a vivir a San Ángel o Coyoacán, así es que decidí deshacerme del estereotipo. Tampoco entré a estudiar filosofía y letras o letras hispanoamericanas y bla bla, sino una carrera chafa de comunicaciones en una universidad chafa. Pésima educación. Pero eso fue lo que tuve y eso fue lo que pasó en mi vida. Me deshice del complejo de sentirme lejos de donde estaban sucediendo “las cosas” literarias. Y los escritores no se interesan en los videojuegos. O en el futbol americano. Por supuesto, solo estoy hablando de estereotipos que se hace la gente, pero son increíblemente válidos a la hora en la que a uno le piden su membresía para participar en un “club”, o en una secta, si quieren. Yo no tengo ninguna membresía, yo no pertenezco a ningún círculo literario. Yo no soy amigo de nadie en la industria. Gente que me ha ayudado, gente que ha creído en lo que escribo y hasta ahí llegamos. Acostumbrado a sacarme de encima ideas prefabricadas sobre el oficio propio, durante el último año, insospechadamente, me dediqué a deshacerme del estereotipo de “si escribes, fumas”. Comencé a llenar el hueco (“fill the hole”, como en aquella gran película de Peter Medak). ¿Cómo? Respirando. Haciendo yoga. Meditando. Corriendo. Y sentándome a escribir, simplemente a escribir. Poniendo atención y soltando mi respiración (mi inhala/exhala) de manera explícita. Nunca tuve la respiración de un elfo, pero ahora soy peor: parezco un cabrón rinoceronte respirando. Respiro pesadamente y balconamente. Habrá quien crea, porque no me conoce, que mi corazón está retacado de grasa y respiro así porque no puedo hacerlo de otra forma. Pero yo sé que gozo de buena salud y mi condición física es óptima. Cuando salto la cuerda (qué ejercicio extenuante es saltar la cuerda, chingau) parezco un hipopótamo brincador y aunque trate de convencer a un nutriólogo de que tengo buena condición física y que mi panza no me causa ningún conflicto de baja autoestima me dirá que le vale madres y que según su tabla estoy mal, mal, mal y pasado de peso. Nunca fui una varita de nardo, y en realidad creo que nunca he visto un nardo así es que no sé exactamente a qué se refiera esa frase. Respiro pesado porque ese es mi nuevo pegamento para llenar el hueco. Así he llegado a 52 semanas sin fumar, una vuelta completa al sol. No me costó trabajo, como decía en un principio, pero no por eso ha dejado de ser un proceso casi alucinante. Sigo escribiendo, recuperé mi concentración, el concierto de Pixies me regaló algunas netas crudas sobre mi vocación y creo que soy más productivo que nunca. Mi padre siempre quiso que yo dejara de fumar, y el tipo murió sin saber que yo finalmente dejaría el mal hábito. Ese es un pensamiento triste. Ahora lo recuerdo: cuando estaba en el hospital hace dos años y medio, acompañándolo en su agonía, en cierto momento me salí del cuarto. Estaba harto, malhumorado, estresado e intoxicado de la atmósfera necrótica que destilaba el evento de mi propio padre muriéndose. Me molestaba la idea de que una persona tan sana como él y que NO fumara tuviera cáncer. ¿Qué pedo con el orden cósmico?, me decía a mí mismo, el que toma estas decisiones de quién vive y quién se muere está para MEARLO. Así es que salí del cuarto y bajé a la calle y, ¿qué hice? Tomar un cigarro y fumar, claro. Y fumé. Y me relajé. Y en eso, a mitad del cigarro, alguien bajó y me dijo que mi padre acababa de fallecer. Tiré el cigarro y subí corriendo y me acerqué a él y por un segundo me sentí culpable por no estar en el momento de su muerte, pero qué diablos, yo había estado ahí todo el tiempo con él, acompañándolo, y necesitaba ese momento, necesitaba ese cigarro. Fuck. Shit happens. Así es esto y… no importa. Lo que realmente importa es que mi viejo y yo nos amábamos y sé que la pasamos genial en vida, sobre todo durante los últimos años. Me hubiera gustado platicarle sobre estas últimas 52 semanas. O quizá lo esté haciendo justo ahora. Bueh: ya no soy fumador. Lo logramos, dude.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on February 11, 2011.

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November 11, 2010
El Dr. Manhattan es un idiota para el amor

Un trío de dos. Esa es la genial idea del Dr. Manhattan para pasar un rato de intimidad con su novia. Grandísimo pendejo. Por mucho que sepa y practique en carne propia las bondades de la física cuántica, se mueva de la Tierra a Marte con la misma gracia y facilidad con la que tú te mueves de la sala de tu casa al baño, esté mamado (señoritas: Billy Crudup NO prestó el cuerpo, sólo la cara para la película de Watchmen; este dude es el doble corporal), se madree al Vietcong en cuestión de horas y presumiblemente calce grande, el Dr. Manhattan es bien pendejo para las cosas del amor. Después de cagarla en incontables ocasiones, e incapaz de sostener una relación medianamente exitosa con esta brutal jeva, el muy inútil decide huir a otra galaxia. Claro, tiene otros pretextos (las cosas de los humanos son insignificantes para un semidiós como él), pero la verdad es que nunca pudo entender a las mujeres. Y después de decir esto, me parece que no lo culpo. La sensibilidad masculina parece estar atrofiada. (Venga la orgía de entrecomillados.) Cuando la “jeva” quiere abrazo, nosotros queremos discutir “pragmáticamente” el asunto. Cuando la jeva quiere “apoyo”, nosotros estamos muy ocupados buscando “culpables”. Cuando la jeva quiere “un detalle” o “una sorpresa”, nosotros nos estamos preparando para ver el partido de las 3 de la tarde. Cuando la jeva está lista para “ese día especial”, para nosotros es otro martes o miércoles o sábado normal. Y cuando crees que tu chica es “diferente” a las demás, no le molesta lo que le molesta al resto de las hembras-cliché que pululan en el mundo y “te entiende” o “es alivianada”, inevitablemente llega el conflicto que te hace volver a la realidad (“pero hace tres meses que te avisé me dijiste que no querías ir”, “pero tú nunca habías sido celosa”, “pero habíamos quedado que nunca ibamos a tener hijos, que todos los ahorros eran para viajar”). Hombres al borde de un ataque de nervios. Hombres clueless. Odio los estereotipos, sobre todo cuando los estereotipos son tan certeros. ¿Cuántas veces un hombre le ha dicho a una mujer “no puedo leerte la mente”? Bueh, el Dr. Manhattan sí puede. Y ni así sale bien librado. No se trata de ver lo evidente. Se trata de interpretar lo poco evidente. La mujer es difícil, complicada de leer. Llega un momento en el que crees que sabes qué es lo que debes hacer, pero difícilmente le atinas. Qué dilema. Y qué problema. Qué bello problema son las jevitas.
No estás solo, doc.
Este es un post carente de tacto y presumiblemente sexista publicado en ruyxoconostle.wordpress.com el 12 de noviembre de 2010.

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October 26, 2010
Las brujas
Encantadoras las claves para distinguir a una bruja según Roald Dahl en su libro
The Witches
: de entrada, viven ocultas en nuestra sociedad. Son calvas pero usan pelucas, lo que les causa horribles comezones. Sus manos son coronadas por garras puntiagudas, por lo que usan guantes para esconderlas. Sus pies son cuadrados y no poseen dedos –por eso una bruja no usa “zapatos bonitos”. Su saliva es azul, y las pupilas en sus ojos cambian de color caprichosamente. Por supuesto, emplean la magia, pero con un fin perverso: para deshacerse de los niños.La razón de su odio contra los infantes, quizá, es que no toleran el olor que éstos despiden. Las brujas del libro de Dahl no son amables: quieren matar a todos los niños del mundo. El método podrá parecer estúpido (convertirlos en ratones para que así alguien más se los despache), pero no hay que olvidar que la intención de Dahl era hacer un libro para niños. Un libro para niños en donde el tema es brujas que matan niños. Dahl era un cabrón redondito.
(La versión cinematográfica de The Witches fue powereada por el taller de Jim Henson y Anjelica Huston como la bruja mayor de Inglaterra. Es una buena versión, en verdad. Véanla.)
Muy chamaco, en los ochenta, me obsesionaba la lectura de un artículo de la revista Geografía Universal dedicado a las brujas. Recuerdo que iniciaba con un diálogo ficticio entre una supuesta bruja y su duro juez en la onda Salem, Estados Unidos, siglo XVII. Básicamente, el texto hablaba de cómo algunas mujeres de avanzada de la época, mujeres poco comprendidas por los hombres, acababan como chivos expiatorios en la hoguera por desafiar el statu quo. El detalle grotesco era el siguiente: si alguna tenía un lunar, éste era determinado por los jueces como un diaboli stigmata o marca del diablo. ¡La bruja había copulado con el demonio en un aquelarre! Después de muchas horas o días de tortura, por supuesto, cualquier mujer terminaba confesando su afiliación con el diablo. Los juicios de Salem en realidad duraron sólo un año y no sólo brujas fueron condenadas a muerte; también había hombres entre los consignados. La paranoia de una sociedad puritana que entró en pánico: así podemos resumir las estupideces acontecidas hace más de 300 años en Salem. National Geographic tiene un viejo interactivo dedicado al respecto, y cientos de libros se han escrito tratando de explicar lo que sucedió ahí. Ahora, nuestra mentalidad contemporánea intenta trazar un dibujo más políticamente correcto de la brujería como un “modo alternativo de vida”. De hecho, una exposición en el Salem Witch Museum se dedica sólo a darle una dosis de “realidad” a nuestra burda idea de la bruja como esa cosa narigona, perversa, con sombrero picudo y escoba para volar.
Un momento. Yo no quiero esa versión ultrapasteurizada de las brujas. Yo no quiero que me digan que las brujas son mujeres que aman a la naturaleza y procuran el bienestar holístico, como si se tratara de una mamona disciplina new age o una variación de la acupuntura. Seguro: existe la noción de la bruja bondadosa (Wanda Maximoff en sus humildes orígenes con los Avengers) y la bruja perversa (Emma Frost en sus humildes orígenes con el Hellfire Club), del mismo modo que existe la bruja como la madre universal o como la madre mala. Aquellos lectorcitos que hayan pasado por el Spam Campbell®, adivinarán que el poder de las brujas radica en la paradoja de la creación: la mujer, dadora de vida, poseedora del vientre bendito, la world creatix, es dueña también la fuerza destructora y “maligna” que da y quita. La bruja es una fuerza que contiene por igual eros y thanatos. Cualquiera que haya estado enamorado de una mujer lo sabe; la belleza puede ser algo terrible. La belleza de una mujer eleva pero también enloquece. La canción “Exit” de U2 lo resume así: “The hands that build/Can also pull down/Even the hands of love”.
Sin ánimo misógino, la verdad es que las brujas rockean mucho más que los brujos (un brujo connota a un médico tribal; una bruja, a una fuerza cósmica que evoca a la magia). Y ya establecido que “bruja” no es sinónimo exclusivo de “hijadeputa”, hay que decir (o contradecir) que no es ninguna sorpresa que los retratos malignos de las brujas sean mucho más poderosos que los bondadosos. Todos recordamos a las brujas feas, culeras, viles y sanguinarias. Están aquellas grayas que viven en una cueva terrible y se turnan un ojo para ver, y que le revelan a Perseo la única forma en la que puede deshacerse del Kraken en la Furia de titanes de 1981. Y están las tres brujas shakespereanas que le dicen a Macbeth que él será el rey de Escocia en un pasaje favorito del Bardo Inmortal:
Double, double toil and trouble;
Fire burn and cauldron bubble.
By the pricking of my thumbs,
Something wicked this way comes.
Las maquinaciones de una bruja. De una mujer que sabe más que un hombre. A eso sabe la vida. A hombres inexpertos enfrentándose a mujeres más aptas e inteligentes que ellos. Macbeth es una cosa hermosa por eso.
Más recientemente, mi bruja favorita ha sido la mamá falsa de Coraline. He visto una docena de veces el filme con mi hija y he armado muchas interpretaciones sobre lo que sucede en pantalla (una de las más nuevas es de origen “inceptionesco”). Ninguna otra película obsesiona tanto a mi hija como Coraline, y creo que es por sus efectos freudianos sobre ella.
En Coraline, la madre falsa tiene ojos de botón, y en su forma horrible de bruja-araña representa a la propia madre enojada y regañona. Piensen esto: nuestro camino en este mundo implica separarnos de nuestras madres y añorar el seno materno que alguna vez nos dio protección y alimento (me vale pito que hayan tomado leche de fórmula, la metáfora funciona). Para la psique de un niño –que es una personilla aún cerca de su progenitora–, el enojo de la madre equivale a perder esa proximidad, y quizá más que eso: es una pequeña tragedia griega que se repite a diario en las casas de niños preescolares haciendo berrinche. Así pues, la madre falsa de Coraline Jones es una bruja potente que representa el peligro de perder para siempre a nuestra propia madre.
La madre buena, sin embargo, es rutinaria y aburrida y, a su modo, gruñona y malencarada. Una de las cosas que amo de Coraline es que nos dice que “los sueños pueden ser peligrosos”, pero también nos susurra al oído que vale la pena correr ese peligro con tal de saborear la aventura. Amén.
Un beso cariñoso para todas las hermosas brujas que en estos días bailarán ebrias a la luz de la Luna y fornicarán con Satanás. Se lo merecen, chicas. Han trabajado muy duro todo el año.
“Something wicked this way comes“.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on October 27, 2010.

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October 18, 2010
Los zombis no corren

Diosito, en su infinita sabiduría, no le dio alas a los alacranes (¡ningún arácnido vuela!) ni permitió que los zombis corrieran. Por lo segundo, la explicación es bastante simple: si bien persiste la masa muscular, la coordinación motriz del zombi es tan reducida que es incapaz de llevar a cabo tareas como a) subir las escaleras, b) saltar, c) nadar, d) correr de una manera sostenida y enfocada en un objetivo. Max Brooks en su legendario libro The Zombie Survival Guide: Complete Protection From the Living Dead dice que al parecer “los zombis son incapaces de correr. Los más rápidos que se han observado se mueven a un rango de 1 paso por 1.5 segundos”. Sin embargo, Brooks hace la aclaración pertinente, y vaya que es cosa que debemos tomar en cuenta si queremos sobrevivir al inevitable holocausto zombi: “La ventaja de los muertos sobre los vivos es que son infatigables”.
Los “zombis” en 28 Days Later en realidad son tipos infectados. Están vivos, lo único que tienen es que están enfermos. Ejem, MUY enfermos. Los zombis en Zombieland (que apenas vi este fin de semana en glorioso devedé r4) rompen por completo con el cánon. Tienen coordinación motriz fina (abren puertas, por ejemplo), saltan encima de sus presas, corren como maniáticos… el resultado es encabronadamente divertido, como el gordito de la foto siendo perseguido por una stripper zombi que en vida se caía de buena. El recurso comédico funciona, pero yo soy una persona de principios y a mí mis zombis me gustan lentos y sin ir a las carreras.
El zombi clásico de Resident Evil es suficiente para erizarme los pelos, y creo que a ustedes también: piensen en un sujeto semipodrido con las ropas roídas gimiendo en un callejón oscuro y les garantizo que se harán de la popis en menos de lo que puedan decir “staaaaaaaaaaaars”. Ya ya, las baratijas pedorras como el Némesis con su lanzacohetes, los lickers y esos imbéciles zombis cararroja del remake del primer RE para el GameCube son, de nuevo, buenos recursos para entretenerse, pero NO son el maldito cánon. Que los zombis corran me parece mamón e innecesario. Sin embargo, hay que admitir que una película como Zombieland funciona mejor con zombis correlones y, bueh, quién soy yo para decir que no se rompan las reglas de vez en cuando. Y sin hacer sesudas críticas sociales, joder. Comparto mucho este post porque me interesan los zombis que se comen a la gente, no los que simbolizan a la gente alienada y por eso se comen a la gente. Bah.
Dicho lo anterior, además de considerarme un hombre de principios, soy un hombre que gusta de los contrastes (y las caritas cumshoteras). Lo que voy a decir es uno de esos contrastes disfrutables en la vida: ir en un vuelo junto a una dama cumshotera, de esas que usan anteojos Cartier y bolsas Burberry, y responder a la inevitable pregunta de “¿qué lees?” y voltear y responder “una guía de supervivencia en caso de holocausto zombi” es un gran momento, un momento iluminado. Lo más probable es que la jeva te vea compasivamente y a sus ojos te hayas convertido en un adolescente obeso con acné y que perderá la virginidad a los 43. Si tiene sentido del humor, te hará más preguntas. Una de ellas, claro, ser á “pero los zombis corren, ¿no?” — “No no, diosito, en su infinita sabiduría, no le dio alas a los alacranes ni permitió que los zombis corrieran”. — “Pero hay una película en la que sale el tipín este wapo…” — “¿Cillian Murphy?” — “¡Sí, sí, ese!” — “Ah, esa es 28 Days Later de Danny Boyle, y son son zombis, en realidad son tipos infectados…”
Y así uno empieza hablando de zombis y termina hablando de caritas cumshoteras. Mis mejores deseos para que la próxima vez que viajen en avión, autobús, trolebús, metrobús, metro, tren ligero, taxi pirata compartido, panga o ferry con paisaje canadiense de fondo, y se encuentren con una carita cumshotera, la conversación fluya. Me gustan las caritas cumshoteras. Me importa un pito si usan o no Cartier o Burberry, si son fresas o papayas (o simple mermelada), azules o rojas, Covenant o Spartans. A mí me basta con que sean un poco nerdáceas. Sí.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on October 19, 2010.

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August 30, 2010
Mudanzas
Me gustan los cambios. Creo que siempre intuí que los cambios eran lo mío, desde joven. Por eso cambio mi blog seguido. Por eso he rediseñado las revistas en las que he trabajado. Por eso me quito la barba, me pongo la barba, me quito la barba, me pongo la barba. Siempre supe que no me gustaba quedarme en el mismo sitio, siempre pensé que moverse es bueno. Moverse es pura sopa de pollo para el alma. Establecer las mudanzas que necesita el espíritu para seguir adelante. Poner las cosas en una caja. Cerrar la caja. Mover la caja. Abrir la caja en un sitio nuevo. Son las mismas cosas en una caja. Pero se han movido. El cambio ha sucedido. Las cosas son diferentes. Y eso nos enseña, en el mejor tono cukiesco, que el pedo es relativo. Aquel disco de tus veintitantos significa otra cosa a tus treinta y tantos. Aquella rola de aquel disco en el CD player de tu primer auto significa otra cosa en el iPod ahora, apareciendo en el shuffle un domingo en la mañana. Letting go is freedom. Avanzar a la siguiente casilla. Matar a un boss y pasar al siguiente nivel. Dejar que salgan las canas. Dejar por la paz a tu ex. Dejar por la paz al jefe que te corrió, si no en Facebook o en vivo y a todo color, sí en tu mente. Dejar por la paz la música que frecuentas, las películas que frecuentas, los libros que frecuentas. Buscar lo nuevo, buscar ser siempre un contemporáneo. Siempre un CONTEMPORÁNEO. No se debe escuchar siempre la misma música del mismo modo que no se debe leer siempre el mismo periódico. Se vale volver a lo antiguo, pero desde una perspectiva nueva, fresca, desde una perspectiva contemporánea. Cambiar y moverse de lugar renueva nuestra mente, alivia nuestra alma. Le da alas a nuestros ojos. Vemos ángulos insospechados, colores nuevos. El cambio no es sólo entretenimiento: es la sustancia de la que están hechas las búsquedas en la vida. Yo intuí ello durante años, luego leí sobre budismo a fines de los noventa y entendí, por el principio de la impermanencia, que todo pasa. Todo pasa. Lo que creemos que va a durar para siempre no va a durar para siempre. Me divirtió esta semana pensar en todas nuestras preocupaciones humanas: pasar al cajero para sacar dinero para el súper, narcos vs policías en las noticias, el bache que lleva mes y medio sin arreglarse en la avenida, hacer el trámite de la verificación. Y pensé en este lugar en diez años, en cincuenta, en doscientos, en mil, en un millón. Nada de lo que está aquí va a estar en un millón de años. Quizá la cerámica. Y algún proyecto mamón de la NASA. Pero eso también se irá. Porque nada se sostiene para siempre. Todo muere, todo acaba. Tu puta relación codependiente. Tu jefe y sus bromas mamonas. El caldo de camarón de tu suegra. La mamada que te dieron antier en el cine durante The Last Airbender. Tus miles de followers en Twitter. Todo se va, todos nos vamos. Lo cual es chingón. Nada va a permanecer y, al mismo tiempo, estar presente es la pasta. De nuevo, ser tu propio contemporáneo. Digo, es noble y necesario ahorrar y planear el pedo, pero no se puede perder la vida en eso. Tampoco en ensoñaciones idiotas, claro. Ya ven lo que dice el maestro Yoda: “All his life has he looked away… to the future, to the horizon. Never his mind on where he was. Hmm? What he was doing”. Estar presente. Aquí. Ahora. La presencia, sí, la presencia es la materia prima del cambio.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on August 31, 2010.

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August 12, 2010
Ulises, 1995

Mi padre nunca fue muy bueno para los negocios: siempre que ponía uno le salía un socio chamarro, de esos que se dan a la fuga con el botín; también, por concentrarse demasiado en sus nerdadas (era ingeniero mecánico y le gustaba reparar máquinas), cuando se daba cuenta las ventas eran ya inexistentes y el negocio quebraba. El caso es que nunca dio una, nunca pudo mantener un negocio a flote. Un fail total. En una de sus andadas empresariales fallidas, yo ya estaba en edad de merecer: acababa de salir de la universidad y evidentemente no tenía trabajo. Me invitó a trabajar en su planta, y mi trabajo consistió en engrosar las filas del gremio de choferes de la misma. Durante varios meses me tocó manejar una pick-up para entregar mercancía en diferentes estados del país, a saber, Querétaro, Guanajuato, Veracruz, Tlaxcala, Puebla, Morelos y las hermanas ciudades de Toluca y Metepec. A mis 22 años aquello me parecía chingón; por los días entregaba mercancía y por las noches escribía colaboraciones para la revista Origina de los hermanos Gilardi, y poco más adelante para un suplemento de Reforma y una horrible revista de Andrés Bustamante que se llamaba Clap! (que pagaba bien mal).
Mi más reciente ex novia en aquellos momentos, a saber la hija de un almirante de la Armada de México, me había regalado un poco antes de salir de la universidad el volumen completo de Ulises de James Joyce (edición de Tusquets para su colección Fábulas). ¿Por qué Joyce? Los recuerdos son borrosos ahora, pero me parece haberme interesado en él por culpa de un maestro universitario que, en algún momento entre 1992 y 1995, me recomendó leer Retrato del artista adolescente o A Portrait of the Artist as a Young Man, volumen que relata las locas andanzas dublinesas de Stephen Dedalus, un sujeto joven, muy sensible y “emo” — del mismo modo que Ulises cuenta las de Leopold Bloom, un sujeto no tan joven y no precisamente sensible y “emo”, aunque sí con pedos emocionales claro que sí cómo no. Y nada, como ya he dicho con toda pretensión en mi blog, que de los Tenenbaum me identifico plenamente con Richie y a mi hermano lo asocio con Chas, es predecible suponer que Stephen me parecía increíblemente interesante a diferencia del masturbatorio Leopold y su infiel mujer. Leí el Retrato con lágrimas en los ojos, y eso me llevó a interesarme en Ulises cuya lectura, a la postre, me noquearía mucho más que aquella del Retrato, si no por el patético personaje principal, sí por la pirotecnia de sus letras y oraciones.
Alucinante, o eso pensaba en 1995, tirado en la caja de la pick-up en Teziutlán, Puebla, haciendo tiempo para regresar al DF mientras avanzaba lentamente y con mucho trabajo en Ulises. No sé si ya había dicho esto, pero acá va: lo empecé a leer en enero y lo terminé en diciembre de aquel año. Así es que ciertas secciones del libro se impregnaron en mí con el aroma y la atmósfera de las estaciones del año. Los primeros y sórdidos capítulos (la sección de “la telemaquiada”, en la que Dedalus domina el escenario) con el invierno; la primavera y el verano tomaron el color de la aventura ya adelantada de Bloom en Dublín (la sección de “la odisea”); los metafísicos episodios finales (la sección de “el nóstos”) con el otoño y la Navidad. Además de manejar mi pick-up, acompañaba a los otros choferes a hacer entregas grandes en un Thornton de 8 toneladas a la Central de Abasto y a los hoy extintos autoservicios Carrefour. A veces nos dejaban cuatro o cinco horas esperando en almacén para bajar la mercancía y colocarla adentro. En esos casos, me hacía mi camita adentro del camión, con una Coca-Cola (fría, de preferencia) y unas donas Bimbo, y me ponía a leer Ulises.
Leer, leer, leer. Pensar en mi ex novia. Leer, leer, leer. Por las tardes, como no tenía novia, no tenía otro trabajo y ya había acabado la escuela, me echaba en un pastito ahí por donde estaba la fábrica de mi papá (en Cuautitlán de Romero Rubio, Estado de México), y si era viernes acogido por unas caguamas, y me ponía a leer, leer, leer Ulises.
Mi episodio favorito resultó ser el de Circe (no. 15 de la segunda parte), un alucinante capítulo de más de 100 páginas escrito en la forma teatral y plagado de momentos fantasmagóricos y surreales. Por supuesto, Ulises me pareció complicado de leer, a ratos aburridísimo y a ratos revelador y celestial. No lo podía lograr sin llevar un control de dónde me encontraba en la aventura (la vulgar odisea de un hombre común y corriente en el vulgar siglo XX), hacer anotaciones, buscar interpretaciones y guías (me leí La Odisea de Homero en la primavera de aquel año para entender mejor las cosas, o eso pensaba): seguro no fue la manera más fina, pura y sibarita de hacerlo, pero a mis 22 años así decidí hacerlo.
El caso es que amé el libro, sí.
Después, durante algunos años, cada vez que llegaba el 16 de junio, festejaba mi propio y privado Bloomsday sateluco tragando vino y carne como cerdo (el 16 de junio de 1904 es el día en el que se lleva a cabo la aventura de Bloom en Ulises, y es también el día en que Joyce tuvo su primera cita de amor con Nora Barnacle, la mujer que amó y su compañera en la vida). Joyce tocó mi vida más adelante, en el año 2002, cuando una nueva ex novia que en aquel momento era mi novia me trajo de Estados Unidos una edición en inglés queen la portada se leía Ulysses. Y nada, nunca lo leí completo, sólo fragmentos que comparé con mi edición de Tusquets.
Así, Ulises se me fue apareciendo en otros lados, como en el remake radiofónico del inferno de Dante por Blixa Bargeld, cuando el locutor John Peel observa que en el limbo coexisten tres famosos “paganos virtuosos”, John Cage, Marcel Duchamp y James Joyce —son tan geniales que ni siquiera la divinidad los puede condenar a las llamas del infierno, y por eso Dante notó que había un lugar especial en el limbo para tipos de ese calibre.
A quince años de haber leído Ulises creo que lo mejor que me pasó fue absorber la idea de que un cabrón como James Joyce existió y pudo escribir un libro que le salió del orto. En 1995 yo tenía muchas cosas en la cabeza: amaba los cómics, el cine, los libros, las mujeres, el futbol americano, la cerveza, los robots, los perros, la música… nunca quise ser un “literato” o un “señor escritor” y nunca lo seré. Ulises puede ser hermoso o apasionante u horriblemente pretencioso, lo que ustedes dedican. Sin embargo, leerlo me enseñó a hacer mis textos de acuerdo a lo que la musa me indicara, que es otra forma de decir que aprendí a hacer las cosas a mi manera sin que me interesaran los “colegas” escritores, los “críticos” de las secciones culturales de los diarios o el estrés de inscribirme a un “taller” literario.
Las musas nos hablan y no escuchamos sus voces, pero hacemos las cosas que hacemos por ellas. Quizá por darles gusto, en secreto. Creemos que no nos ven y no nos ponen atención, pero en realidad siempre están observando, atentas, nuestras creaciones.
Y hablando de musas, en la foto de este post aparece Marilyn Monroe, leyendo una copia del Ulises de Joyce. ¿No era hermosa la pendeja?
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November 17, 2009
El lado vulnerable de la cama

Hace algunos años, en una peda glamorosa, un amigo me empezó a hablar de algo que él llamaba “el lado vulnerable de la cama”: cuando un hombre y una mujer, digamos, del tipo de hombre y mujer que están emparentados por el sexo o el amor, y pasan la noche (o varias noches) juntos, escoger el lado de la cama en el que se va a dormir no es cosa que deba dejarse a segundo término. El hombre (el macho) debía acostarse en “el lado vulnerable de la cama”, a saber, el que está junto a la puerta, y la mujer (la hembra), en el de la esquina cerca de una pared o ventana o whatever. Por si fuera poco, mi amigo insistía en que era un tema que muchos de nosotros ni siquiera razonábamos y simplemente llevábamos a cabo. Al escucharlo defender esta creencia, me parecía más un asunto de obsesividad-ansiedad de su parte (como si al tipo lo aterrorizara que alguien fuera a entrar a su casa y se llevara a su chica o algo). Sin embargo, no se detuvo en motivos personales sino en (borrachos) argumentos de cortejo y apareamiento. Es decir, a pesar de que un hombre ha “llevado” a una mujer a la cama –con todo lo esquemático y conservador que suena–, desde su perspectiva el cortejo no ha terminado. El hombre (y lo que sigue es increíblemente conservador y esquemático, ustedes disculpen) debe demostrar que es capaz de darle soporte a la mujer: estabilidad financiera, capacidad de procrear y seguridad física (esencialmente lo que hace este dude con sus ocelos policromados). Así pues, acostarse del lado vulnerable de la cama es una manera de demostrar la cualidad defensora del macho. En aquel momento, me resultó interesante hacer un sondeo con amigos y comprobar que varios, sin tener la mínima puta idea de esto, sí ocupaban el lado vulnerable de la cama y le otorgaban a su pareja el lado “protegido” de la misma. Sé que es riesgoso hablar de estas cosas en nuestra modernísima sociedad donde el papel de la mujer ya no está reducido a “ser cortejada y defendida por un macho”. ¿Qué pasa por la mente del macho misógino cuando es la mujer quien ocupa el lado vulnerable de la cama? En parejas gays, tampoco entendería muy buen cómo funciona este esquema. Pero así fue nuestra conversación. Y que sirva de disclaimer: estábamos bien pedos.
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on November 18, 2009.

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October 14, 2009
Fayuca y felicidad

Ayer, Pablo dijo algo jocoso pero cierto a la hora de la comida: “En los ochenta en México, era como un país socialista pero sin la ideología”. Nos pusimos a platicar sobre la ausencia casi total de opciones que tenían los consumidores: pocos autos, pocos canales de TV (en aquellos tiempos, y vaya que eran malos, existía una cosa llamada “canal 8”), pocos refrescos de cola. En los “cuatro grandes” –como les llamaba la esposa de Rod Tidwell–, estábamos bien jodidos: “Shoe, car, clothing-line, soft drink”. MTV era cosa del diablo, a decir de la esposa del presidente. Jacobo era el encargado de dar las noticias –ciertas o no, pero las daba. La mayoría de la gente usaba el infame Vocho, a.k.a. VW Sedán. La barra de caricaturas del canal 5 era horrenda. Yuri: una mierda. El Toro Valenzuela: orgullo nacional, de lo poco que funcionaba en el deporte (es que a nuestros marchistas siempre los eliminaban en los Juegos Olímpicos). Yo creo que México ni siquiera era el gigante de Concacaf, para que me entiendan. Y en ese panorama tan depresivo, un málchico como Ruys y otros cientos de miles de mexicanos jóvenes no teníamos verdaderas opciones de calidad para calzar tenis bonitos. ¿Qué podíamos comprar en las tiendas mexicanas hace, digamos, 25 años? Bueno, Garcis, Settia y Panam que –ahora resulta– están superdemodaentrelachaviza. El escenario era catastrófico, por lo que conseguir mercancía de calidad se convertía en una necesidad de características homéricas. La búsqueda de tenis “gabachos” nos podría llevar a Tepito (donde también vendían esta ahora bizarra consola de videojuegos) o a aquellos bazares a los que le cantaban las flans, o a los mercados de pulgas de provincia. Al que iba yo de morrito estaba en Saltillo, Coahuila, y le llamaban “Laredito”. Era una bestial orgia de cuadras y cuadras de puestos callejeros con ropa de paca y uno que otro espontáneo vendiendo electrodomésticos usados. Ahí, compré una vez unos jeans Levi’s 501 en 3 pesos (eso fue: tres pesos). La cercanía con Texas era invaluable: durante las visitas relámpago de shopping al Mall del Rio, y con un ahorro cabrón de tu parte, podías hacerte de todas esas cosas que jamás encontrarías en México: discos, playeras, golosinas, latas vacías de refresco con diseños locotrones, cigarrillos y… tenis. Los tenis eran (y siguen siendo) mi propia y privada Arca de la Alianza. La primera vez que vi a mi hermano enfundado en unos Reebok de “media bota” pensé y dije guau, guau, guau. Guau. En el México de los ochenta, la fayuca era un vórtex de felicidad.
La autobiografía de Marjane Satrapi en forma de historieta, Persepolis, retrata esta ansiedad por las cosas buenas del exterior. Una chica en el Irán sometido por un régimen férreo, busca acetatos fayuqueros de ABBA y AC/DC y los guarda poéticamente en su burka. Cuando me encontré con ello en Persepolis sólo pude pensar y decir guau, guau, guau. Guau. En el Irán de los ochenta, la fayuca también era un vórtex de felicidad.
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October 12, 2009
Es bien fácil ser escéptico

Hoy, durante la comida, platicaba con una escéptica-atea profesional. Se trata de una mujer muy inteligente que se opone rotundamente a la creencia en supercherías y fenómenos sobrenaturales, empezando por la idea de que Dios existe (duh), pasando por gente que mueve objetos con la mente (duh-duh) y echando por la borda, claro, toda noción de que los extraterrestres nos visitan en platos voladores (arf). Curiosamente, esta mujer ha tenido diversas “experiencias paranormales” (así, entrecomillado), y no cositas pendejas, sino verdaderos encontronazos con “el más allá” (comillas, de nuevo). Por ejemplo, sentir una presencia que cambia la temperatura de una habitación y pone el suelo a arder; o escuchar una cabalgata de corceles invisibles trotar a su lado, y poner a temblar la tarima de una escenario; o ver un objeto volador no identificado claramente en cielo durante diez minutos (esférico y “con patas” — sic); o sentir que una mano le apretuja el brazo durante una sesión con la infame tabla ouija. Estas tres experiencias, válgame Dios, con TESTIGOS a su lado. Gente que puede narrar a viva voz lo que vio. Mi amiga, sin embargo, tiene explicaciones para sus “experiencias paranormales”: hormonas, juventud, sugestión, histeria colectiva… dice “que lo haya sentido no quiere decir que haya sucedido”. Y yo respeto su postura. Pero por otro lado, pensé que es más fácil ser escéptico que crédulo. Ya saben, echarle la culpa de todo a la mente. Me parece (y se lo dije a mi amiga) que es una salida rápida a un fenómeno que no podemos explicar. Todo se queda en la mente y en el lenguaje, para el caso. Le dije en broma que “la mente está sobrevaluada”. Recordé también las tesis de Gorgias, el filósofo de la antigua Grecia: 1) No existe la realidad. 2) Si existiera, no la podríamos conocer. 3) Si la pudiéramos conocer, no podríamos comunicarla. Es decir, nada es real… claro. Woody Allen dijo: “What if nothing exists and we’re all in somebody’s dream? Or what’s worse, what if only that fat guy in the third row exists?” No lo sé, son preguntas complicadas, jajojé. Lo que sí sé, o más bien en lo que sí creo, es que existe un mundo invisible. Yo sí creo en eso. Luego le dije a mi amiga escéptica: “Debe ser difícil tratar de explicar como un caso de síndrome premenstrual que tu mejor amiga haya muerto a causa de combustión espontánea”. O algo así.
Busqué una foto de Selma Blair para ilustrar este post y la que ven arriba fue la que más me gustó. Dios, Selma Blair TIENE que ser real.
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September 7, 2009
Y Dios nos regaló a The Beatles
El 09 del 09 del 09, mañana, es un buen día para los aficionados de los videojuegos y la música. El Fab Four aterriza en las consolas de nuestras casas con The Beatles: Rock Band, el bello vástago del ayuntamiento carnal entre Harmonix, MTV, Apple Corps y Electronic Arts. El playlist de 45 rolas enfatiza las melodías de guitarra haciendo un poco de trampa (¿o suspensión de la incredulidad?), según leo en Time, porque The Beatles era más un grupo vocal que una banda de rock (en el mismo artículo me entero que Paul componía sus melodías en piano, no en guitarra).Pero yo no tengo problemas con ello, pues en realidad soy un late adopter de la Beatlemanía. Lenta y tortuosamente, con MP3 compartidos y compilados que he hecho perdedizos, he venido a conocer y amar la música del Cuarteto Liverpool. Y ha crecido en mí. Hace unos años vi el show Love del Cirque du Soleil en Vegas, y aunque no me sabía todas las canciones, la emoción realmente me desbordaba. Los Beatles sí son la banda. LA BANDA. Lo cual no puede ser desaparecibido como una invaluable oportunidad de negocio. Apple Corps y Capitol lanzarán mañana el box set con los 13 discos originales que grabó el grupo + la música original del filme Yellow Submarine + los dos álbumes de sencillos Past Masters. A esto hay que agregar el continuo rumor del ahora sí The Beatles y iTunes se van a casar –cuyo fuego se alimentó hoy gracias a que Doña Florinda viuda de Lennon dijo que el catálogo completo sí estará en la tienda online de Apple. Si se concreta el fallido deal Apple vs Apple Corps, bueh, mañana sí sería no un buen día, sino un gran día para la gentecilla aficionada. Pero eso no lo sabemos. No ahora.
No obstante, hay varias cosas que sí sé, como que por supuesto quiero una copia de The Beatles: Rock Band. Oh sí. Y que me encantaría descargar música del grupo desde la tienda iTunes MX. Y que Revolver es una cabronada, y que “She’s Leaving Home” me hace llorar porque activa a mi traicionera mente a pensar en cosas que no han pasado todavía. O que amo ver a Ferris Bueller cantando “Twist and Shout”. Y que la frase “You’re waiting for someone to perform with” en ciertos momentos de la vida es… perfecta. Y ahora sé que ver la atenta cara de mi hija al escuchar las piezas del Sargento Pimienta es una felicidad inaudita. ¿Con qué canción se acordará de su papá, con “Blackbird”, con “Octopus’s Garden” o con “I am the Walrus”? Sé que escuchar demasiado a Los Beatles puede ser dañino (por ejemplo, fomenta la tartamudez), que Wes Anderson creó una escena de cine sublime con un cover semimudo de “Hey Jude” y un halcón de nombre Mordecai y que las líneas
Found my coat and grabbed my hat
Made the bus in seconds flat
Found my way upstairs and had a smoke
Somebody spoke and I went into a dream”
no suenan tan especiales en papel, pero adentro de “A Day in the Life” son realmente bellas. Mi Beatle favorito es John. Pero admito que Paul tenía una voz chingona. Nunca le encontré chiste a Ringo, y siempre fui demasiado noob para entender la “genialidad” de George. “Penny Lane” es linda, pero Kate Hudson es más linda en Almost Famous. Y ya saben, “the only true currency in this bankrupt world is what you share with someone else when you’re uncool”…
Si yo fuera cristiano diría que Dios nos regaló a The Beatles. La verdad es que no lo soy, pero me gustó el sonido en el título del post. De lo que sí estoy seguro de que el mundo es un lugar más interesante gracias a ellos. Y un 09 del 09 del 09, volvieron a ser la banda #1 del mundo.
Actualización del 11 de octubre de 2018, este tweet:
body[data-twttr-rendered="true"] {background-color: transparent;}.twitter-tweet {margin: auto !important;}Mi hija de 12 años está en ese momento de la vida en el que piensa que la mejor banda del mundo es... The Beatles. (Espero que los Beatles se queden en su corazón muchos, muchos años).
— @Ruys
Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on September 8, 2009.

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