Carlos Martín Briceño's Blog, page 6
July 8, 2014
Hacer el bien
Por Carlos Martín Briceño
Para Adrián Curiel Rivera
Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis,
porque de tales sacrificios se agrada Dios.
Hebreos 13:16
Será cosa de la edad, se le ha metido en la cabeza que si no hacemos algo por nuestros semejantes, si no sacrificamos nuestras comodidades, vamos a terminar ardiendo en el infierno.
Al niño lo recogimos el mero 24. Se suponía que iba a estar con nosotros hasta el Año Nuevo. Era una mañana neblinosa, húmeda, de esas en que preferirías no dejar la cama, sobre todo si la noche anterior te has bebido casi una botella de Buchanan’s.
Se llamaba Ronald, pero en el orfanato, de tan moreno, le decían René. Flaco, menudo, los pelos parados, la cara llena de cicatrices de varicela, el muchacho nos miró con unas pupilas tristes y huidizas. Seis años y era la primera vez que dejaba aquel sitio por un período largo. Saludó con torpeza y enseguida subió al auto donde encontró las galletas que mi mujer le había preparado.
Viéndolo devorar, como si las migajas en los asientos de mi Volvo no significaran nada, Berta se emocionó tanto que apenas pudo hablar sin que se le humedecieran los ojos. Te queremos hijo, considéranos tus padres este tiempo, estamos aquí para que pases un fin de año en familia, recuerdo que llegó a decir entre toda la perorata que le echó. No respondió: tenía la boca demasiado ocupada como para pensar en cumplidos.
En cuanto estuvimos en casa y el muchachito se quedó pegado a la televisión mirando caricaturas, intenté moderarla: no es tu hijo, es un rapazuelo al que no conocemos nada, no te confundas.
No me dejó terminar.
—¡Me lleva la chingada!, ¿Por qué siempre tienes que ser tan hijoeputa? ¡Déjame decidir por una vez en la vida!
Ahora que lo pienso pocas veces la había oído insultar de esa manera, ni siquiera cuando le fueron con el cuento de que me andaba cogiendo a una secretaria de la empresa, cosa que, comprenderás, negué rotundamente. No soy de esos pendejos que al verse acorralados terminan por confesar para que se lo echen en cara toda la vida.
Decidí ignorarla. Si este invento del adoptivo temporal fue idea suya, quedaba a cargo, yo a lo mío. No tolero a los niños. Me gusta despertar a la hora que se me pega la gana. Salir, como ahora, a beber un trago sin tener que pensar en nada. Irme de pesca sin cargar con nadie. Te confieso que fue un alivio saber que a Berta, por un tumor que le detectaron durante el embarazo, hubo que quitarle la matriz inmediatamente después de haber nacido Humberto. En fin, no acabo de entender cómo es que a mi mujer, después de lo que pasamos con nuestro hijo, se le ocurre complicarse de nuevo la existencia. Y para comenzar las celebraciones de Navidad me serví un whisky doble, como éste, con mucho hielo.
Esa tarde llevamos al René a comer hamburguesas. Fuimos a ese local que acaban de abrir en el City Center. El ambiente ahí es desesperante. Peor en temporada navideña cuando los berreos se mezclan con las órdenes de servicio en los altoparlantes, el inacabable sonsonete de los villancicos y las estupideces que van diciendo las animadoras disfrazadas de Santaclós. Dan ganas de patear algunos chamacos y largarse. Berta creía que almorzar en ese sitio era el sueño de todo huérfano. Vestido con una camisa de Humberto que le quedaba enorme, el rapaz parecía un fantoche. Lo miraba todo sin pestañear, los ojos muy abiertos, la boca babeante. Mi esposa lo llevaba de la mano, orgullosa, como si presumiera una mascota exótica, aunque en la fila algunas señoras la observaran con desdén, casi diciendo: mira que feo le salió el nieto a esta pobre.
El muchacho comió y bebió como desesperado, y aunque continuó comportándose de manera hosca con nosotros, al menos sonreía con los dientes llenos de mayonesa y cátsup cada vez que se llevaba la whopper doble a la boca. El problema fue cuando terminó de tragar y corrió sin pedir permiso a ese laberíntico tuberío de colores. Berta se puso muy nerviosa. ¿Y si le sucede algo? ¿Y si llega a lastimarse?, decía a cada rato, dándome a entender que fuera por él. Media hora después acabé por quitarme los zapatos y meterme a buscarlo. Hubiera querido que las cosas no se dieran de esta manera, pero con los niños no sirve de nada suplicar. Por eso, cuando lo levanté a la fuerza para llevármelo a la mesa y el cabroncito se soltó a patalear y a chillar como mono, le tuve que soltar una bofetada.
No tienes madre, me reclamó Berta en el auto, mientras intentaba consolar al René que no paraba de llorar.
La cena fue en casa de mis suegros, decorada, como siempre, con esas espantosas lucecitas amarillentas que cuelgan de los techos semejando estrellas. Había también renos, duendes y un par de santacloses luminosos, desperdigados por el jardín. La Navidad siempre me ha parecido grotesca. No entiendo por qué la gente se conmueve tanto con el nacimiento de un judío loco al que mataron hace más de dos mil años.
El caso es que ahí también le tenían preparado un recibimiento especial al niño. Toda la gente, en mayor o en menor medida, se siente culpable de algo. ¿De qué otra forma podría explicarse que mi suegra, quien nunca regala nada a nadie, ni siquiera a mí que soy su único yerno, hubiera comprado un ipod que el chamaco se enchufó enseguida en las orejas? ¡Con decirte que hasta había puesto un nacimiento junto al árbol para que el chiquillo colocara a medianoche un niño Dios de plástico en el pesebre!
Pese a todo, puedo decirte que hasta ese momento las cosas iban más o menos bien. Era cuestión de aguantar. El primero de enero el niño se largaría y mi vida volvería a la normalidad. Pero cuando Berta se levantó a servirse más pavo y aprovechó para recriminar mi manera de beber, caí en la cuenta de que algo andaba mal. Qué clase de ejemplo, qué va a pensar, soltó en voz baja y se alejó discretamente.
¿Qué va pensar quién? ¿El huérfano? El juego había llegado demasiado lejos. ¡Qué carajos me importaba lo que pasara por la cabeza al rapazuelo! Sólo eso faltaba, que mis acciones comenzaran a girar alrededor de un niño ajeno. Mi mujer realmente me encabronó. Berta no tenía motivo de queja. Jamás le he fallado, nada le hace falta. Menos desde que Humberto terminó su carrera y consiguió trabajo en Texas. Tú bien lo sabes, vive como reina: camioneta del año, tarjetas de crédito, mozo, sirvienta, y una casa que, bueno, ya la quisieran muchas. Estaba llevando las cosas al extremo. Cierto que me gusta la copa, pero nada para escandalizarse. Siempre he presumido de mi aguante, rara vez pierdo la razón, nunca me vas a ver en esta barra diciendo incoherencias, cayéndome de borracho o poniéndome impertinente. Hay que saber disfrutar y dominar al alcohol, decía mi padre. Gracias a él aprendí a tomar fuerte desde los catorce.
El asunto fue que de vuelta a casa, una vez que René se quedó dormido y nos metimos al cuarto, tuve que soportar un largo sermón relacionado con mi “decadente modo de vida”. ¡Figúrate! Decidí que había que cortar de tajo. En estos casos, sobre todo con mujeres de carácter, el sexo siempre funciona. Sólo tuve que forcejear con ella unos minutos. Al rato, hasta me estaba pidiendo un trago.
Volví con los vasos llenos. Se había pintado los labios y puesto una bata de seda. Íbamos por el segundo round cuando llegó hasta nosotros un grotesco berreo, como de gato. Te juro que me había olvidado que a unos pasos dormía nuestro invitado. Me le quedé mirando a Berta a la espera de ver a qué horas se le ocurría levantarse a tranquilizarlo. Así estuvimos unos instantes hasta que me lo echó en cara:
—Si en verdad me quieres tanto como dices, demuéstramelo, ve tú.
—¿Yo? ¿Estás idiota? No fui yo quien se le ocurrió traerlo a casa —contesté, molesto.
—Inténtalo amor, es Navidad —agregó.
Navidad, Nochebuena. ¿Por qué chingados fui? Nunca, ni a mi propio hijo me le acerqué cuando estuvo embarrado de mierda. Así que cuando el huérfano se puso de pie en la cama y llegó hasta mis narices aquel hedor insoportable, llamé a gritos a mi esposa.
—¿Qué pasa? —preguntó alarmada.
—¿Qué pasa? ¡Ven a ver lo que acaba de suceder por tu culpa!
En dos segundos estaba ella junto a mí, reclamando. A todo esto, el niño no dejaba de llorar, se quejaba de dolor de barriga, las sábanas se habían manchado de caca. Casi vomito. Rápidamente Berta desnudó al René y lo metió bajo la regadera, pero el mocoso continuaba chillando. Fue más de lo que aguantaba. Nadie está obligado a soportar en su propia casa algo tan jodido. Y menos en Navidad. Necesitaba aire fresco, liberarme de ese malestar que comenzaba a invadirme.
No sé cuánto tiempo pasé afuera, tampoco recuerdo la manera en que volví. De pura suerte no me estrellé. Por primera vez en mi vida perdí la conciencia. Tengo vagas imágenes en la mente de haber estado esa madrugada en el lobby del Hyatt tomando cucarachas con un grupo de gringos que celebraba ruidosamente al ritmo de Village People. Lo que sí sé es que Berta tuvo que devolver al niño antes de lo previsto. Me costó trabajo, pero logré convencerla. Insistió un poco, no demasiado. Sin embargo, se rindió cuando la amenacé con largarme de la casa. Esas adopciones temporales, estarás de acuerdo, les hacen más mal que bien a esos pobres huérfanos.
Lo malo, amigo, es que Berta nunca lo entendió de esta manera. Ha caído en depresión y nada, ni siquiera el Prozac o las llamadas telefónicas de Humberto, parecen reanimarla. Mañana, a sugerencia del psicólogo, se hará miembro de la Sociedad Protectora de Animales.
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July 5, 2014
Las venganzas de Moctezuma
Por Ana García Bergua
Carlos Martín Briceño es un narrador que cuenta ya con notables reconocimientos en un terreno bien difícil, en el que se ha mantenido con singular destreza y soltura. Sus cuentos podrían definirse como tragicomedias amargas muy bien urdidas que enganchan y arrastran al lector. Su prosa límpida y sin embargo rica en resonancias y sugerencias es muy atractiva, y muy interesante su manera de construir personajes masculinos tórpemente deseosos, absolutamente creíbles en su franqueza y su fragilidad.
Montezuma’s Revenge y otros deleites es un cuentario lleno de ironía: los protagonistas de estos cuentos se van involucrando poco a poco en situaciones aparentemente no buscadas, en las que sus propios deseos –los más carnales, los más inmediatos: el sexo y el hambre– los atrapan sin remedio. Por la fuerza de las circunstancias terminan involucrados en otra cosa mucho más compleja, dolorosa, a veces patética, a veces quizá mortal, que nunca sospecharon.
El cuento que lleva el nombre de “Montezuma’s revenge” obtuvo el premio internacional Max Aub hace dos años. Su protagonista, enamorado dolorosamente de una inglesa llamada Paige que a cada paso lo utiliza y lo desprecia, va construyendo un odio muy eficaz. Es este un cuento sobre los límites del amor y del deseo y su colindancia con sentimientos peores, mucho menos edificantes. También, de alguna manera, es un cuento sobre el racismo y las ambivalencias de nuestra relación con los extranjeros que vienen a visitar las tierras cálidas y las playas del sureste mexicano. Paige, la inglesa brumosa, es para el protagonista y narrador de este cuento admirable en su avance y estructura, una especie de horizonte huidizo, frío y esquivo y a la vez urgente, que lo arrastra a sus peores límites, a una felicidad satisfecha en la venganza.
En general, a los personajes de estos cuentos les pasan desapercibidos los límites, una raya tenue entre sus vidas y las posibilidades de otras vidas, como aquel hombre del tragicómico “Caprichos”, que va a pedir a la apetitosa vecina que le baje a la música, obligado por su aséptica mujer, y se ve envuelto en una situación ambivalente en la que el hijo de la vecina lo obliga a su vez a presenciar su número musical con fondo de Timbiriche, perdido en su propia debilidad, todo un poco en el absurdo. O aquel otro que cree haberse ligado a un muchachito de la edad de su hijo en el supermercado para darse un gusto rápido en “Autoservicio” y se lleva una tremenda sorpresa. O el ingeniero que va a hacer un gran negocio ilegal con un político corrupto en “Zona libre” y de regreso decide acceder a la mujer vestida de rojo que en el camino se le había ofrecido. Y el pobre oficinista de “Quizás, quizás”, convertido en la parte central de un sándwich entre la hipersensual asistente del jefe a la que ha perseguido hasta los precipicios más elevados de la calentura.
En general, la calentura, azuzada por el calor y la humedad tropical, arrastra a estos personajes a tirarse por distintos abismos y sus matrimonios no suelen funcionar, pues el deseo aparece donde no debe, se desencuadra, y tan sólo en “Dios los cría”, donde el marido y padre devoto es despreciado por su esposa actriz, capaz de todo por su carrera, el destino está ribeteado de tragedia. En general las parejas casadas y establecidas de estos cuentos son frías, desoladas, como el matrimonio de “Hacer el bien”, que por gusto de la esposa acoge a un huerfanito para que pase con ellos la Navidad y le dé a ella la fantasía del hijo que no tuvieron. O la pareja que acompaña a la cuñada a abortar, en el durísimo “Deleites”, dedicado a Mónica Lavín, en el que la comida juega al final como una especie de detonante de terribles verdades. O el que ve morir a su amigo en “Matrimonio y mortaja”, mientras la futura viuda finge un falso dolor.
Hablaba del papel de la comida como una especie de terreno alterno al cuerpo desatado, la comida y las cervezas que aparecen en muchos de los cuentos. “Made in China” es un relato un tanto distinto a los demás, donde la comida juega un papel preponderante. Trata de un abogado que es enviado a China con la encomienda de investigar las condiciones de trabajo en la fábrica que proporciona los enseres de plástico que la poderosa cervecería para la cual trabaja regala a sus clientes, a precios ridículamente baratos, con la finalidad de cuidar la imagen de empresa “socialmente responsable”. El abogado contrasta en su interior los animales vivos que se ofrecen para ser cocinados en un lujoso restaurante (entre ellos los koalas) y los trabajadores de la fábrica, explotados hasta lo animal para poder producir más baratas las baratijas, quienes ya pueden comer arroz y huevos. El otro mexicano que medra con esa fábrica le dice, para convencerlo, que antes comían cucarachas y gatos, cosa no muy distinta a fin de cuentas de lo que se ve en el restaurante. “Made in China” es un cuento muy lúcido, de final escalofriante, sobre la explotación, la domesticación y nuestra condición de animales que devoran a otros animales.
Múltiples interpretaciones, relaciones y resonancias despierta la lectura de estos cuentos de Carlos Martín Briceño, que parecen estar escritos con una navaja de disección. Su doloroso filo se interna en la frágil carne de sus personajes y en el desasosiego de los lectores, que en ellos reconocemos los turbios límites de nuestra propia naturaleza.
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May 29, 2014
Galería: Presentación del libro Montezuma’s revenge y otros deleites en Palacio de Bellas Artes
Video: Entrevista con el escritor Carlos Martín Briceño por su libro “Montezuma´s Revenge y otros deleites”
May 27, 2014
“Deleites” en Bellas Artes: El yucateco Carlos Martín presenta su libro en el D.F.
Por Patricia Garma Montes de Oca
Las resonancias de Yucatán rasgan los días nublados y las manifestaciones del Distrito Federal. Aquí, en la metrópoli, el escritor Carlos Martín Briceño presentaba su libro “Montezuma’s Revenge y otros deleites” (Ficticia-Ayuntamiento de Mérida) el pasado miércoles 14, en el Palacio de Bellas Artes, mientras acababa de presentarse una antología, también de Ficticia, de Francisco Castro Leñero sobre una posible teoría de Fernando García Ponce en torno a la pintura y el arte; una exposición de Fernando Castro Pacheco fue abierta el mes pasado en dos museos (la Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, y el Museo Mural Diego Rivera). Mañana, Sara Poot Herrera estará en un congreso de mujeres ensayistas.
“Uno como autor pensaría que es muy difícil llegar a Bellas Artes, los de provincia lo vemos lejos. Marcial (Fernández, uno de los editores de ‘Montezuma’s Revenge’) pensó que no se iba a llenar”, dijo Carlos Martín mientras agradecía la presencia de decenas de personas en la sala “Adamo Boari”.
En la “Adamo” no faltaron los yucatecos afincados en el Distrito Federal, como el escritor Agustín Monsreal y el periodista y escritor Joaquín Tamayo, que acudieron a felicitar a Carlos Martín. Había otros escritores, como Vicente Afonso y Liliana Blum, así como yucatecos radicados en el D.F. y lectores que al final de la presentación adquirieron el libro “Montezuma’s Revenge y otros deleites”, que luego firmó el escritor.
Colgaron una hamaca para la lectura las escritoras Ana García Bergua y Mónica Lavín, los editores Irving Berlín Villafaña y Marcial Fernández, directores de Ficticia y de la Dirección de Cultura del Ayuntamiento de Mérida, respectivamente, y el autor Carlos Martín Briceño.
“Me encanta que haya hamacas en sus cuentos, nosotros no podemos colgar hamacas en nuestros cuentos chilangos”, celebró Mónica. En particular una se le quedó “tendida en la memoria con visos de permanencia”, dijo, la de la escena “brutal y voluptuosa” de “Montezuma’s Revenge”.
A Mónica y Ana, Martín Briceño dedicó dos relatos de “Montezuma’s Revenge…”: “Caprichos” y “Deleites”. “Son cuentos de calentura… que parecen estar escritos con una navaja de disección”, comentó Ana García Bergua.
“Los matrimonios parecen no funcionar, pues el deseo aparece donde no debe; por lo general las parejas casadas y establecidas de estos cuentos son frías y desoladas, como el matrimonio del cuento ‘Hacer el bien’, que acoge por gusto de la esposa a un huerfanito en Navidad, o la pareja que acompaña a la cuñada a abortar, en el durísimo ‘Deleites’, dedicado a Mónica Lavín, en el que la comida juega como una especie de detonante de terribles verdades”, agregó Ana.
También habló de la comida y las cervezas en el libro de Carlos, como una especie de terreno alterno al deseo corporal, menos en “Made in China”, un cuento terriblemente lúcido, dijo, con un final escalofriante sobre la explotación, la domesticación y nuestra condición de animales que devoran a otros animales.
Mónica Lavín, admiradora manifiesta del autor y de Yucatán, se dijo fascinada de que en nuestro Estado haya actividades como la Filey y de que un poeta (por Irving Berlín) sea director de Cultura y haya editado este libro.
“A Carlos lo he leído desde siempre, desde los dos libros anteriores suyos publicados por Ficticia, ‘Los mártires del Freeway’ y ‘Caída libre’, y en este tercero descubro a un autor capaz de rozar las zonas más oscuras de nuestro proceder”.
Agregó que el autor, de quien elogia “la altura de sus cuentos memorables”, nos rasguña con sus relatos, “no quiere nuestra indiferencia, como tampoco la resisten sus personajes”.
Lo compara con Joyce
“Carlos Martín Briceño ha sido un leal cultivador del cuento: Chéjov, el Joyce de ‘Dublineses’ y Carver le andan por las venas… sus personajes, como los personajes de los cuentos carverianos, parecen que lo tienen todo pero se ahogan en los suburbios donde nada pasa y la vida es más interesante espiando los clósets del vecino y poniéndose su ropa”.
También comparó el cuento “Dios los cría” de Martín Briceño, “que estremece al lector”, con “La cigarra” de Chéjov, y citó esa frase de Hemingway de que “toda maldad siempre deriva de un acto inocente”, diciendo que los cuentos del yucateco parecen recordárnoslo.
Marcial Fernández, moderador y editor de “Montezuma’s Revenge y otros deleites” junto con el Ayuntamiento de Mérida, dijo que le gustaría trabajar con todos los coeditores como trabajó con Irving Berlín, antes de presentar al director de Cultura de la Comuna.
Heredero
Como introducción, Berlín Villafaña declaró que Carlos Martín pertenece a una generación heredera de los escritores recientemente fallecidos, como José Emilio Pacheco y Emmanuel Carballo, “que nos dejaron una obligación… Es un hecho muy feliz que escritores jóvenes estén tomando esa estafeta con el rigor, cariño, oficio y profesionalismo de Carlos”.
“No es difícil percibir los méritos que los jurados encontraron para premiar su prosa (con el Premio Internacional Max Aub 2012, precisamente por el cuento ‘Montezuma’s Revenge’), pero más que los premios el escritor debe sentirse satisfecho de escribir cuentos que involucran y atrapan al lector, que no lo va abandonar al tercer párrafo”.
Otra virtud del autor, destacó, es que sólo la experiencia de la vida o la intuición pueden darle a un escritor la destreza para mantener la congruencia psicológica de sus personajes, “Carlos Martín parece poseer ambas, se necesita además tener el don de la seducción, malicia, talento para llamar judío loco al Niño Jesús o declarar que lo difícil no es matar, sino deshacerse del muerto”.
“Desde el título, este libro de Carlos Martín Briceño me pareció una promesa, son diez cuentos escritos con una pluma precisa. Su narrativa revela a un narrador consumado que encuentra en lo cotidiano su materia prima. Sus espacios no son mágicos, tampoco guaridas de narcos… son la casa de la vecina, las calles de la ciudad, la clínica clandestina, la playa, las carreteras vacías. En sus desenlaces hay cinismo, muerte, ternura, moral comprada…”.
“Sus personajes son niños fastidiosos, esposas recatadas, suegros convencionales, industriales y políticos corruptos, hombres calientes”.
El autor defendió sus personajes diciendo que ninguna persona es totalmente mala o buena, “siempre he pensado que la gente es capaz de matar, de seducir… si las circunstancias o condiciones son oportunas o precisas para eso, lo que sucede es que los seres humanos normalmente no andamos matando gente porque tenemos una fuerte carga moral y religiosa que nos lo impide”.
La literatura en su caso, dijo, le sirve para exorcisar de su mente los demonios de todo lo que cree que la gente puede o quisiera hacer. Son tan realistas, que una persona una vez le llamó para preguntarle cómo es que no estaba en la cárcel por el crimen que acababa de cometer.
“Los cuentos que escribo tienen su base en la realidad pero están aderezados de ficción, para que el lector se deleite. Ibsen decía que todo lo que escribía tenía que ver con él, con lo que escuchó, vivió o quería hacer, y creo que ésa es la magia de un texto que puede atrapar, porque el lector puede decir ‘a mí me hubiera gustado hacer eso’”. Su lucha, su deseo, concluyó Carlos Martín, es que el lector no lo abandone, sino que se lleve su libro al baño o se aguante las ganas de ir, que luego se le queden rebotando las historias del personaje y que incluso tenga pesadillas o sueños con alguno de ellos. “Si eso pasa, habré cumplido mi cometido”.
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La literatura tiene la obligación de vencer a Internet para atrapar al lector, señala cuentista*
Por Reyes Martínez Torrijos
En el sureste mexicano, en contraste con el resto del país, existe una violencia silenciosa, debido al racismo, la falta de oportunidades y el incesto, fenómeno que permite explicar la alta tasa de suicidios en la península de Yucatán, señala el cuentista Carlos Martín Briceño.
El autor del libro Montezuma’s Revenge y otros deleites, que hace unos días fue presentado en el Palacio de Bellas Artes, señala: “Ninguno de mis cuentos es complaciente, son relatos duros que hacen cuestionarse a las personas, y pensar.
Procuro siempre que sean respetuosos. Sí, hay mucho sexo, mucha violencia en algunos casos, pero trato de cuidar esa línea fina para que no se convierta en pornografía o en relato descarnado de violencia, dice Briceño (Mérida, 1966) a La Jornada.
Describe el volumen como “intenso y gozoso. Hay mucha alusión a la comida, la música. Siempre me preocupa porque el lector se divierta o se atrape… La literatura hoy tiene la obligación de vencer a Internet, las redes sociales, el cine, la televisión; tiene que competir con todos esos medios para atrapar al lector”.
El libro, publicado por Ficticia, toma el título del relato Montezuma’s Revenge que ganó el Premio Internacional de Cuento Max Aub en 2012, aborda en 10 relatos la situación de parejas e individuos personajes que exploran una situación extraña a pesar de su cotidianidad en el contexto, la mayoría, del sureste mexicano.
En Mérida hay esta dura realidad social del maya discriminado, de la supremacía blanca que genera una serie de complejos en todos los niveles sociales, que provocan estas historias. El índice de suicidios más alto de la República, comparable con los países escandinavos, está en el sureste. Leí unas estadísticas de que el promedio de personas que se suicidan en Yucatán, Campeche y Quintana Roo es igual o mayor que el promedio diario de los que se mueren víctimas del narco en el centro y norte del país.
Y contrasta el carácter de la literatura realizada en su región: “Más intimista, más dirigida hacia lo que le sucede a uno, si tiene ganas de echarse a alguien o si no le hicieron caso; la literatura del norte es más hacia afuera: lo que está sucediendo, lo que hacen los narcos, el gobierno y cómo afecta a las personas.
Al final de cuentas los seres humanos seguimos viviendo a pesar de lo que sucede a nuestro alrededor, porque no pueden hacer otra cosa sino tratar de vivir. Pueden estar en Michoacán despedazándose los defensores con el gobierno y los soldados y sin embargo en una casa las personas tienen que seguir levantándose, desayunar, comer, tratar de ir a la escuela; tienen que vivir a pesar o encima de todo eso.
El poder de transformar
Briceño se declara enamorado del cuento y lo describe como la manera “más honesta de acercar a las personas al mundo de la literatura (…) El cuento es tan preciso que a pesar de que puedas tener finales abiertos, ser posmoderno, sus reglas no han cambiado desde Chéjov y Maupassant: pocos personajes, un ambiente opresivo, un inicio atrapante, un juego de complicidad del lector con el autor”.
Subraya que el siglo XXI es el momento de ese género. Para mí el cuento es el instante de una vida que puede abarcar toda una vida y nos sumerge a los lectores en el momento de ese personaje, que siempre tiene que salir transformado de alguna manera. Un cuento o un relato donde al personaje principal no le pasa nada no es un cuento, puede ser una buena crónica, un chisme, un divertimento pero el verdadero cuento sale transformado, a la par del lector.
*Texto publicado el 17 de mayo del 2014 en el periódico La Jornada
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Dorar la píldora
Por Mónica Lavín
Carlos Martín Briceño ha sido un leal cultivador del cuento. Anda a sus anchas por el género de lo breve donde prolonga la tradición del cuento de atmósferas, donde la anécdota a veces es tenue y las zozobras se descubren en las sutilezas. Chejov, el Joyce de Dublineses y Carver le andan por las venas. Lo suyo es lo cotidiano. Los personajes insatisfechos que no saben que lo están, o que lo reconocen porque la felicidad está en otra parte.
El deseo es elemento esencial para que los personajes que habitan estos mundos compactos exhiban sus fragilidades. Lo he leído con entusiasmo desde siempre (“Los mártires del Freeway y otras historias”, “Caída libre”, “Ficticia”) y descubro en este libro reciente también de Ficticia, Montezuma’s revenge y otras delicias a un autor capaz de rozar las zonas más oscuras de nuestro proceder. Por algo el cuento que da título a esta colección ganó el premio Internacional de cuentos Max Aub en el 2012, entre una multitud de concursantes del mundo hispanoamericano. La voz del protagonista que quiere seducir a la extranjera, la imaginación incendiada por la posibilidad de poseer esa tierra extraña con fama de permisiva, llevará a límites que el protagonista no puede sospechar y menos el lector; afirmará que “toda felicidad nos cuesta muertos”. La escena brutal y voluptuosa de la hamaca se queda prendida a la memoria.
Una constante en la cuentística de Martín Briceño han sido los matrimonios, casi podríamos pensar en un Updike mexicano, asentado en su Mérida natal. Matrimonios donde el silencio se instala y donde el deseo desde luego está en otra parte como en “Capricho”, uno de los cuentos que más me gustan de esta selección. El volumen de la música de la casa de al lado molesta tanto al protagonista de esta historia que decide tocarles a la puerta. Para su sorpresa una pelirroja que no recuerda le abre y detrás de ella un niño que insiste en bailarles un numerito escolar. La situación se vuelve incómoda y de golpe la música deja de ser un problema porque el deseo se instala poderoso mientras pasa y se acerca a esta mujer cuyo pubis rojo se volverá ese paraíso exótico que le brinda una puerta de escape a la vida acomodada y quieta. Porque los personajes que habitan los mundos de Carlos tienen casas grandes y coches, visten bien, van a restaurantes. Parece que lo tienen todo pero, como los de los cuentos carverianos, se ahogan en los suburbios donde nada pasa y la vida es más interesante espiando los clósets del vecino y poniéndose su ropa. “Matrimonio y mortaja” es un cuento complejo donde los escenarios de la vida y de la representación en el teatro se confunden, de tal manera que nos preguntamos dónde acaban los bordes de la representación.
Los espacios de estas historias nos llevan del corazón siempre secreto de casas, hoteles, centros de masaje al horizonte abierto e incierto de las carreteras, que a veces están claramente situadas en el extremo sur del país y llevan a playas como Isla Pájaros, también aparecen lugares remotos como en “Made in China”. En “Zona libre” trasgredir las reglas tendrá su consecuencia, dar un aventón en carretera es abrir la puerta, voluntariamente, al riesgo. En “Autoservicio” y “Quizá quizá” el poder dicta las formas. El sexo y la seducción siempre son el punto más frágil de los personajes sedientos de una felicidad que buscan en el contacto de los cuerpos, en el efímero deslumbramiento del desfogue. Una fragilidad que los corrompe. Sostenidos por fantasías que a veces no nombran, buscan su lugar en el mundo o se revelan poseyendo al otro. El espacio que gobiernan o creen gobernar es el del cuerpo y sus voluntades.
Los niños parecen proscritos de este mundo donde su inocencia no cabe. Ellos son los disparadores de historias que ocurren a sus padres y que en “Dios los cría”, muy a tono con “La cigarra” de Chejov, que se deslumbra por el bullicio y la fiesta y descuida lo íntimo y cercano, estremece al lector. En realidad es un acto inocente el que lleva a los personajes a rozar los límites de su fragilidad y violencia. Bien sabía Hemingway que toda maldad siempre deriva de un acto inocente. Los cuentos de Martín Briceño parecen recordárnoslo.
Violencia callada, o violencia que se expresa sin que el personaje se mortifique, una lava de rabia por una vida quieta, cada uno de los que habitan este cuentario, con esa apariencia de personas normales, reproduce la sombra que nos acecha. Briceño parece exhibir nuestro desamparo y las formas de batearlo. Saca a la luz la oscuridad con que nos toca vivir en un mundo de silencios. Como buen escritor que es, como poderoso constructor de lo breve donde lo incisivo del cuento es el vehículo que mejor revela los instantes más negros de nuestra representación, Carlos Martín Briceño nos rasguña con sus cuentos. No quiere nuestra indiferencia, como tampoco la resisten sus personajes ni nosotros. Con él y con sus cuentos, nos revelamos contra la grisura y nos sentimos halagados con la altura de sus textos memorables.
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May 25, 2014
Carlos Martín Briceño o breve repaso desde la cantera
Por Jorge Daniel Ferrera Montalvo
Conocí a Carlos Martín Briceño, hace más de cuatro años, en una sala pequeña y reservada de la facultad de antropología. Por aquellas fechas, yo había decidido estudiar literatura y Carlos-supongo- amablemente accedía a prestar sus servicios, impartiéndonos un taller de creación literaria. Lo primero que me llamó la atención fue su atuendo de maniquí y su acento ligeramente cubano. Traía unos pantalones caquis, acompañados de unos zapatos marrón, de puntas ovaladas, y una guayabera blanca que le confería un extraño dejo de altivez a su labio inferior caído. Tomó asiento y, con la frescura habitual que le otorgan los años de oficio, se obstinó a presentar sus credenciales: bueno, mi nombre es Carlos, ya me conocen (la mueca hacia abajo) soy escritor y les garantizo que…momentos después una acalorada discusión se iniciaba cuando se evidenciaron los perfiles académicos. Las diferencias habían comenzado cuando Martín expresó que nos olvidáramos de las enseñanzas universitarias; que si queríamos ser escritores debíamos, en primer lugar, escribir en abundancia, leer aún mucho más y abandonar la teoría literaria. Un compañero, que tomaba la clase conmigo, le recriminó el valor de sus observaciones y, presintiendo que no llegaría a buen término, cerró la puerta de vidrio vociferando a regañadientes que era un pendejo.
Con todo, llegó la hora para presentar los trabajos y con ella mi turno para leer. La historia, minutos antes, había sido celebrada y vitoreada entre los miembros del salón; por ello cuando Carlos me comentó sus primeras impresiones, mi cara se desencajó: hay que tener cuidado con los títulos recuerden que yo quise si pero no está en el texto en Rulfo hay pero Rulfo aunque recoge Harold Bloom afirma olvídate de eso te faltan más lecturas. ¡Cómo! Yo que me afanaba de abandonar las clases por preferir estar en la biblioteca, este cabrón debía de estar equivocado. Con impaciencia esperé la resolución de la clase y en el camino de regreso a casa, me convencí, al igual que mi compañero, que Carlos era un pendejo.
No fue hasta hace unos meses que, revisando entre una carpeta de cuentos escogidos, me topé con un texto de Briceño. ¿Quién era este cabroncito que aparecía tanto en antologías y colecciones? ¡Su relato me deslumbró! Durante horas, no sé cuántos días, estuve recordando la imagen de aquel viejo del pene por fuera, arrugado y flácido, y la del hombre que, muy a su pesar, se excitaba con los fluidos y sopores de la anciana. La historia sencillamente me parecía abrumadora y fascinante. Entonces busqué más textos de Martín en Internet, y para mi sorpresa di con Al final de la vigilia, su página personal como escritor.
El blog Al final de la vigilia, como otros tantos, está compuesto en su mayoría por cuentos, reseñas, artículos y entrevistas que dan cuenta de la trayectoria de Martín como escritor. El Blog reúne un total de treinta y cinco artículos y reseñas. Pero no sus artículos y reseñas los que me interesan, sino sus cuentos los que me producen especial interés; y en particular por dos razones: una, la construcción de la imagen femenina en su obra y dos, la música como manifestación del deseo. Sí pudiera adelantarles algo diría que los cuentos publicados en el blog Al final de la vigilia son de una factura inigualable. Escritos bajo un lenguaje sencillo, nutrido de tradición y recursos literarios, sus lecturas pueden ejercer una no sé qué de poderosa fuerza seductora. No agregaría nada al afirmar que para muchos sus argumentos son de un gusto ambicioso por las atmósferas opresivas, por el pavor ante el compromiso conyugal y hastío por lo rutinario. Pues bien, sin más contratiempos, pasemos a lo que les decía.
Opinar siempre sobre la construcción de la imagen femenina, de unos años para acá, se ha vuelto todo un reto al integrar un campo más extenso de definiciones. Por ello, sabiendo que éste no es un ejercicio de representación que incluya teoría de género, me inclinaré por el sentido común y describiré lo femenino como el papel y atributos que tienen las mujeres en la obra de Carlos Martín Briceño.
Gran parte de los relatos publicados en el blog de Al final de la vigilia están poblados por personajes femeninos que ocupan un papel secundario. A mi parecer, creo que bajo la evidente intención- autoral- de sacar a relucir lo más oscuro de las pasiones humanas, de no plegarse a las buenas costumbres, se filtra una visión sexista que se expresa a través de la voz de los narradores. Así, mujeres de piernas y pantorrillas bien formadas, libres de varices y rodillas firmes (Iracema en el Cielo Perdido, la Arquitecta en Se renta) de pechos grandes, jóvenes y anchas caderas (Helena, la Arquitecta) pero sobre todo de traseros firmes y redondos (Julia, Iracema, la Arquitecta) alojan estas historias como modelos de belleza y estereotipos prevalecientes en Occidente. Quizá lo más significativo no sean sus atributos físicos, ni su condición social de mujeres abnegadas- amas de casa y profesoras insatisfechas, secretarias infieles, embarazadas irritables- sino su caracterización bestial y hasta misógina como objetos sexuales. Para muestra un botón “a cambio de un poco de amor, había una hembra dispuesta a regalarle el monte de Venus…”(Abismos)/”Las mujeres son animales difíciles, te pasas de pendejo con Irene”/ Una mujer, bien la definiría Ricardo, en celo permanente”(Piso 17)/”las mujeres no son como los albatros, esas aves cuyas hembras caen rendidas ante el macho que ejecute la danza más elaborada, sino como los pájaros glorieta, que prefieren aparearse con el macho que les construya la galería de ramas más impresionante.”(Memorial de la danza del vientre o breve repaso de lo bailado) En fin, creo que cada quien formará su criterio.
Continuando por la misma línea, el de las pasiones desenfrenadas, la literatura erótica, un escenario importante es el de la música como manifestación del deseo. Ya en un artículo anterior, titulado El ruvalcabiano arte de musicalizar las palabras, Carlos Martín Briceño reflexionaba sobre el poder emancipador de la música: “El texto versaba sobre un menáge a trois entre una madre, su hija adolescente y una seductora pianista. Mazurcas de Chopin, rapsodias de Liszt y las gimnopedias de Satie envolvían su deseo.” Y es que no sólo se trata de las referencias explícitas a los compositores clásicos, sino también de la potencialidad seductora del baile: “Entonces me fue revelada la capacidad seductora del baile. ¿Cómo olvidar esa escena en la que el buen John, al ritmo de You should be dancing, es vitoreado por las mujeres mientras se contonea como iguana sobre el piso iluminado de la discoteca? Era demasiado. Si Travolta, pensé, en virtud del ondulante movimiento de sus caderas es capaz de llevarse a la cama – o al asiento trasero del automóvil – a la que se le antoje, debía imitarlo.” Comentario un tanto aparte recibiría Salón Bach, relato en el que se ficcionaliza la muerte de Guty Cárdenas y en el que el deseo no solamente es de corte sexual, sino también de violencia.
Para finalizar, diría que a pesar de lo anterior-aunque pueda sonar contradictorio- la obra reunida en el blog Al final de la vigilia es de una calidad admirable. Escritos con un lenguaje exquisito, sus cuentos no sólo cumplen las expectativas, sino que además se circunscriben como un fehaciente modelo literario. Y es que un escritor-entre otras cosas-no es aquel que deja indiferente a sus lectores, sino aquel que tiene la capacidad de persuadirlos a través de sus personajes.
¡Saludos!
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May 12, 2014
Del cuento en México y otras revanchas
Por Vicente Alfonso
Casi no me gusta leer lo que ofrecen las mesas de novedades en las librerías. Prefiero dejar que la criba del tiempo vaya decantando las toneladas de papel que lanzan las editoriales, pues estoy convencido de que la frescura es un criterio que aplica más en los mariscos que en literatura. No obstante esta semana me apliqué en la lectura de un libro de cuentos recién salido del horno. Antes de revelar señales del libro y de su autor, es preciso decir que el volumen atrapó mi atención por varias razones, pero principalmente por dos: la primera es que llega a los lectores publicado por el sello de Ficticia, editorial fundada por Marcial Fernández con la idea de difundir cuentos exclusivamente. Con los años, Ficticia se ha ganado el título de la mejor editorial del género en nuestro país.
El segundo motivo por el que este libro de cuentos reclamó mi atención es que, desde el comentario de la cuarta de forros, se anuncia que incluye el relato ganador del Premio Internacional de Cuento Max Aub en 2012. La historia seleccionada por el jurado entre cientos de relatos enviados por autores de todo el mundo, es la que da título al libro: “Montezuma’s Revenge” y es un auténtico garbanzo de a libra. En el argot popular, la revancha de Moctezuma es el malestar que la comida mexicana provoca a los extranjeros que visitan nuestro país. A partir de un juego de palabras, el autor del relato construye una historia que nos lleva a reflexionar sobre la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno y los precios que pagamos.
A estas alturas ya muchos sabrán quién es el autor del libro: Carlos Martín Briceño. Para quienes no han tenido noticia de este narrador yucateco, diré que nació en 1966 en Mérida, lugar donde radica actualmente, y que es miembro del Centro Yucateco de Escritores. Entre otros galardones podemos mencionar que en 2003 cosechó el Premio Nacional de Cuento Beatriz y al año siguiente obtuvo el Premio Nacional de la Universidad Autónoma de Yucatán. Además de Montezuma’s Revenge, ha publicado, también con editorial Ficticia, los volúmenes de cuento Los Mártires del Freeway y otras historias (2006) y Caída Libre (2010).
Leo con atención a Carlos Martín desde su primer libro (Los Mártires…) conformado por catorce relatos armados con precisión y contundencia. Desde aquella lectura inicial me di cuenta de que para él no hay temas vedados: lo mismo puede fabular a partir de una fotografía de Korda que desde las obras para piano de Erik Satie. Leyendo su segundo cuentario Caída Libre, me encontré con “Casi lo que ella buscaba” un excelente relato narrado en la tradición fantástica al estilo de Adolfo Bioy Casares. Así pues, no me extrañó enterarme de que, en 2012, se alzara con un galardón codiciado por muchos.
Montezuma’s Revenge y Otros Deleites es un libro esperado por muchos. El volumen ha despertado muchas expectativas entre los aficionados al género. Y el punto es que Carlos Martín no sólo enfrenta con solvencia dichas expectativas, sino que, en varios de los diez cuentos que conforman el libro, las rebasa. Luego de leerlo, me he quedado con la impresión de que Carlos Martín pudo haber obtenido el premio Max Aub con dos o tres de los cuentos más entre los que integran esta publicación.
Las relaciones de pareja amenazadas por la monotonía, y las dificultades de la paternidad son dos temas constantes en la obra del autor que hoy nos ocupa, por ello no sorprende que aparezcan también en este nuevo libro. Orbitando dichos conflictos podemos citar, entre otros, cuentos como “Caprichos”, “Hacer el bien” y en especial “Dios los Cría”, que conjuga ambas temáticas en una trama apretada y de tensión creciente.
Los diez relatos tienen vueltas de tuerca bien preparadas, finales contundentes y personajes complejos. No obstante, los mejores cuentos del volumen son, a mi gusto, el ya citado “Montezuma’s Revenge”, “Made in China” (que es al mismo tiempo una crónica puntual de cómo la macroeconomía determina la vida de los habitantes del país asiático), “Deleites” (al que podemos llamar un relato a tres bandas, que juega con la técnica del dato escondido). En una cultura literaria que suele tomar el arte del cuento como entrenamiento para quienes desean escribir novelas, autores como Carlos Martín Briceño nos recuerdan que es un género complicado, que respira con autonomía, y al que le queda larga vida. Y en libros como este, cobra su revancha.
Periódico El Siglo de Torreón, 31/Mar/14
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May 8, 2014
Presentan “Montezuma’s Revenge y otros deleites” en el Palacio de Bellas Artes | 14 de mayo | 19 horas
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