Carlos Martín Briceño's Blog, page 5

December 23, 2014

Habla sobre “Montezuma’s Revenge y otros deleites”

Karla Gómez | Tuxtla Gutiérrez, Chiapas


Forros Ficticia“La literatura que yo hago tiene que ver mucho con la sexualidad, con la vida, con las parejas, con el modo de relacionarse actualmente los seres humanos”, dijo en entrevista el escritor Carlos Martín Briceño.


Comentó que los seres humanos insistimos vivir en pareja “porque así estamos hechos”, es una circunstancia que en el siglo XXI ya no funciona.


El escritor informó que sus textos no son textos complacientes: “Son textos muy duros, pero no son aburridos. La literatura tiene que divertir, porque la gente tiene que decidir entre ir al cine, quedarse en el Facebook, jugar en el internet, o leer un libro”.

El entrevistado mencionó que “Montezuma’s Revenge y otros deleites” publicado en el 2014, es un libro de 10 cuentos publicado por la Editorial Ficticia, donde publicó dos libros de cuentos


Abundó que en uno de los cuentos narra sobre una relación enfermiza entre un mexicano, una inglesa y una española: “Más allá de lo erótico y de la simple anécdota de la relación, es más profunda”.


Apuntó que en esta historia abordó la forma discriminatoria que se ven uno a otro, ya que el mexicano piensa que las extranjeras están para “coger”, y ellas piensan que el mexicano está para pasearlas: “Porque ellas su moneda de cambio es el cuerpo y piensan que todos los mexicanos deberían caer en su seducción”.


¿Te incluyes en todos los cuentos?


Todas mis historias tienen una dosis de realidad, en todas me incluyo.


El personaje de Moctezuma, es un mexicano, y soy yo. La inglesa existió, anduve con ella, la española también.

Lo que siempre hago es llenar las historias de realidad y de ficción, tuve ganas de matar a la inglesa, pero no lo hice porque soy un ser racional; pero, le hago daño en el texto. Esto sucede con muchos escritores: ponemos en los textos lo que queremos hacer.


Por qué quisiste ser escritor


Yo siempre he sostenido que la gente que quiere ser escritor o escritora, es porque ha leído tanto y ha admirado tanto, y pretende escribir para homenajear a los escritores.


Desde Shakespeare y Miguel de Cervantes, nadie ha escrito nada nuevo. Hacemos la historia adecuada a nuestro tiempo y mente. Los temas son los mismos: el amor, la soledad, la muerte, la traición y el poder.


Yo soy un hombre un tanto pesimista con la humanidad; pero quienes lean mis textos terminarán con una visión negra del mundo, porque la gente se enfrenta con cosas que hubiera querido hacer.


Seguramente se van a divertir. La narrativa tiene que atrapar y seducirte, siempre busco esto. Cualquiera que se acerque a mi libro, va identificar situaciones que ha escuchado y vivido, va a decir: a mí me hubiera gustado actuar de esta manera.


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Published on December 23, 2014 08:28

December 5, 2014

Deleites literarios o camino a la crueldad

Héctor Cobá


mujer playa¡De que deleita, deleita! A lo mejor la lectura del libro Montezuma´s Revenge y otros deleites, editado por editorial Ficticia, en este año, orilla a este lector hacia la sociología más que a la literatura sin demeritar los productos literarios emanados de la pluma del escritor yucateco, Carlos Martín Briceño, que hoy presenta su reciente libro en Cancún.


Ilusión de realidad y detalle en las descripciones, gran realismo en cada historia marcan los (cinco) relatos revisados para este comentario, donde entre los personajes resalta el egoísmo y consumismo, primero la residencia y el coche, nada de hijos, ni mascotas; cachondería y regocijo sexual. Arriba el consumismo con el poder del dinero y abajo la familia.


Aunque Martín Briceño no vive en esta ciudad, en el cuento Made in China, registra situaciones que se podrían vivir si es que se autoriza la construcción del Dragon Mart, “naves industriales que exhiben la basura comercial del planeta…a un precio irrisorio”. Modernización inexistente-existente, como lo comprueba  un enviado mexicano a una factoría industrial en ese país oriental, quien comprueba: “el proceso que imaginó ultramoderno y mecanizado, resultaba arcaico”. Donde su voluntad por ayudar al trabajador explotado y mal pagado es quebrada a punta de cuantiosas comisiones por su acción. Sociología y literatura, o como dijo el “Rayo Macoy”, Rafael Ramírez Heredia, en la conferencia “El periodismo y la literatura, la literatura y el periodismo” el periodismo y la literatura se complementan, asunto que comparte Carlos en el punto ramirezherediano, “en todo creador serio habitaba un periodista curioso”, declaró en 2005, el finado tallerista y novelista.


La relación sexual entre hombres, previo a la conquista por placer carnal o por una remuneración económica, donde el conquistador sale conquistado, se esté de acuerdo o no con esta usanza sexual, cada quien eleva su papagayo como quiere, bueno su papalote. Una recreación cotidiana, de sustanciosa calidad narrativa, digna de las ediciones de Ficticia, donde también publicó su libro de cuentos la escritora chetumaleña, Elvira Aguilar, Cierro los ojos y te miro.


El fenómeno cultural del aborto o el legrado como parte cotidiana de la vida social, de la juventud, producto de una relación llevada a cabo sin el impermeable de protección. Regresa la creación literaria de Martín Briceño al sendero de la sociología y las relaciones humanas. Tema tan de actualidad, ya que la operación de un legrado dura cinco minutos, se puede leer en internet. Los relatos de Montezuma´s Revenge y otros deleites, están bien apegados a la realidad, tanto que Quintana Roo encabeza el número de embarazos no deseado en adolescentes, como lo indica la investigación del tema, realizada por la doctora Carmen Ortiz, financiada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).    


Narrativa, creatividad, nada alejadas del comportamiento social, ligado a otro tema como la depresión, preámbulo del suicidio. Temas crueles, presentes en el cuento Deleites. En el siguiente, Zona libre, ubicado en la región de Río Hondo, lugar común, microcosmos, que puede situarse en Chetumal, Veracruz u otro lugar del país, donde abruman la prostitución, la rodante también con el asalto al calenturiento; la ley del más fuerte, idas y venidas del narco y la infaltable corrupción política.


En fin la calidad le sobra y tiene hasta para tirar la prosa narrativa del texto analizado, la parte comentada. Asimismo, Quizás, quizás, relato bien hecho de calidad tres equis, que mejor lo descubran los lectores cuando lleguen a sus respectivas páginas. Otro más incluye el cliché de la música, charla intelectual y tragos, aunado al colofón del relativo acostón heterosexual u homosexual, incluso hasta combinados.


De literatura y mucho más, “…mutación histórica…en… que el universo de los objetos, de las imágenes, de la información y de los valores hedonistas permisivos y psicologistas que se le asocian, han generado una nueva forma de control de los comportamientos, a la vez que una diversificación de los modos incomparables de vida, una  imprecisión sistemática de la vida privada, de las creencias y los roles… una nueva fase en la historia del individualismo…”  señala Gilles Lipovetsky en La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo.


Recomiendo leer Montezuma´s Revenge y otros deleites, que arroba al lector y en el final de la decena de textos, se queda uno con ganas de más, de más literatura martinbriceñeana, si se me permite decirlo. Al son de la música de moda, en su momento, de Timbiriche, Maná, Juan Luis Guerra, Mocedades, aunque sólo el que escribe hable, por ahora de los cuentos: Caprichos, Made in China, Autoservicio, Deleites y Zona libre; lo de las melodías, lo señala el autor.


(Texto de presentación del libro Montezuma´s Revenge y otros deleites, editado por editorial Ficticia, del escritor yucateco, Carlos Martín Briceño, en la Casa de la Cultura de Cancún, el 27 de noviembre del 2014)


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Published on December 05, 2014 09:31

José Emilio Pacheco o el doloroso desengaño de la vida

jose_emilio_pachecoUna noche de la primavera pasada, reunidos en el Bar La Ópera de la ciudad de México, un grupo de narradores que insistimos en la testaruda veneración por el cuento, luego de algunos taquitos de queso fundido con chistorra, acompañados, claro, por varias rondas de cerveza oscura, comentábamos acerca del destino editorial del género literario más antiguo de la humanidad. Fue Eduardo Antonio Parra, acaso para ponerle un poco más de sabor a la tertulia, quien pidió que cada uno de nosotros nombrara al narrador que, a su parecer, pudiera recibir el título del mejor cuentista mexicano “fallecido”, del siglo XX.


Hecha la solicitud, afloraron de inmediato varios nombres célebres. Ipso facto, Marcial Fernández trajo a la mesa el nombre de Rulfo, uno de los dos Juanes. Liliana V. Blum, si la memoria no me falla, mencionó al segundo Juan, a Arreola. El que esto cuenta reviró enseguida recordando que Carlos Fuentes, en su primera etapa, había escrito más de una decena de cuentos magistrales. Mónica Lavín y Ana García Bergua, en una sutil, pero efectiva defensa de género, mentaron a Amparo Dávila y a  Elena Garro. Finalmente, Ileana Olmedo y Vicente Alfonso, dispuestos a hacer valer a sus favoritos, arremetieron con dos cartas fuertes: Juan García Ponce y José Revueltas, siendo este último el as bajo la manga que granjeó la aprobación del resto de los comensales, incluido un servidor.


Un par de horas después, en el cuarto de mi hotel,  mientras paladeaba un tequila doble antes de dormir, cavilando el resultado de aquella espontánea encuesta, le confesé a mi mujer que, con una timidez poco frecuente, había callado el nombre de José Emilio; de José Emilio Pacheco, el del cuentario de El viento distante.


-¿De quién?, me preguntó.


- Del poeta por quien le pusimos Emilio a nuestro primogénito; el autor de Como la lluvia, el libro de versos del cual tomamos prestado un dúo de palabras para titular, hace algunos años, El viaje inmóvil, la obra de tu grupo.


(De las formas de infierno/ Diseñadas en este mundo/Para hacer indeseable nuestra existencia/ La más amarga es nuestra condena. / Somos galeotes y en el viaje inmóvil/ Ritmado por el golpe de los tambores,/ El látigo en la espalda no permite/Aflojar el esfuerzo un solo instante).


Me bebí lo poco que restaba del caballito de tequila y cerré los ojos. El silencio me trajo a la cabeza el mosaico de escenarios cuentísticos pachequianos: el metro, ferias, parques, zoológicos, barcos, carnavales. La verdad, la mayoría estamos acostumbrados a pensar en José Emilio, primero como el enorme poeta que es, enseguida por sus deslumbrantes trabajos de cronista, comparables en brillantez con su faceta de novelista.  Pareciera que los medios de comunicación y las demandas del mercado editorial, han hecho a un lado sus logros en el cuento y los aportes de técnica literaria renovada que Pacheco hizo a este género literario, que algunos han dado en llamar, la poesía de la prosa.


Pero hay otros motivos. José Emilio Pacheco es, ante todo, un illuminati del verso, un bardo de la estirpe de Kavafis, Neruda, Whitman, Prévert, Sabines, Gelman, grandes cultivadores del poema cuyos textos, por su aparente simpleza que comunica verdades profundas, suelen ser aprendidos y citados con frecuencia por el pueblo. Sus relatos, por el contrario, escritos con una prosa clásica, cargada de lirismo, tienen una hondura capaz de seducirnos en varios niveles, desde la pura emoción hasta la sofisticación del intelecto cultivado, pasando por el entretenimiento y el interés cautivo, para terminar con el doloroso desengaño de la vida y del mundo. Me consta, pues desde la primera vez que leí las cinco historias que conforman El principio del placer comencé a admirarlo. Principiaban los años ochenta, la música disco resonaba en la radio, José Luis Cuevas se consolidaba como uno de los pintores más importantes de Latinoamérica, José López Portillo recién acababa de expropiar los bancos,  Miguel de la Madrid pugnaba por una renovación moral de la sociedad que jamás llegaría y yo era un quinceañero despistado, fácil de identificarse con los personajes de los cuentos de José Emilio. Desde el erotizado título, capaz de escandalizar a las buenas conciencias, intuí que El principio del placer iba a atraparme. Lo abrí al azar, y el primer relato con el que me topé fue La fiesta brava. Aquella historia compleja, llena de propuestas vanguardistas y críticas veladas contra la corrupción fue, en verdad, solo el principio, el principio de un placer literario al que no pude ya resistirme. Seguí con La zarpa, donde a través del sacramento de la confesión, el autor parodia las obsesiones de “movilidad social” de esa gran clase media que se forjó durante la breve etapa del “milagro mexicano”, de 1940 a 1956. Mi avidez por el libro creció cuando me sumergí en las páginas de Langerhaus y Tenga para que se entretenga: allí descubrí que, no obstante la ficción, si a uno le apetece, no hay razón para hacer a un lado la crítica social. El detective-narrador de la última historia, mientras investiga la desaparición en el bosque de Chapultepec del niño “bien” al que intuimos raptado por un Maximiliano de Habsburgo venido de las entrañas de la tierra, vierte opiniones. Opiniones que, cuarenta años después, evidencian que en México, en materia de Derechos Humanos, no hemos avanzado gran cosa:


 “En México siempre que hay una desaparición y se busca un cadáver se encuentran muchos otros en el curso de la pesquisa”.


Recuerdo haberme quedado hasta la madrugada leyendo, meciéndome en la hamaca con deleite, sin hacer caso a las quejas de mi hermano que pedía que apagara la luz de la habitación. Había dejado para el final los cuentos un poco más extensos: Cuando salí de la Habana válgame Dios y El principio del placer. El primero, basado en un hecho de la realidad, narra la desaparición del Churruca, un barco de la Compañía Trasatlántica Española que se perdió en el mar al salir de La Habana en 1912; el autor retoma cómo pudo ser ese viaje, describe la manera en que los viajeros de primera clase bailaban, bebían y se enamoraban sin tomar en cuenta al resto de los pasajeros, avanza en ese tenor para regalarnos un final enigmático, inesperado, hiperbólico, digno del contador de cuentos que, exagerando la realidad, llega a lo fantástico. Pero fue, sin duda, el relato que da título al libro, aquel que, de alguna manera, anuncia el tema a tratar en su famosa novela corta Las batallas en el desierto, el que más me sedujo. El diario de Jorge, el adolescente que se enamora hasta la médula de Ana Luisa, una jovencita fácil que no le corresponde y por la cual estaba dispuesto a perderlo todo y volverse un guiñapo, era también mi diario.


“Vine a pie hasta la casa, con ganas de llorar pero aguantándome, con deseos de mandarlo todo a la chingada. Y sin embargo dispuesto a escribirlo y a guardarlo a ver si un día me llega a parecer cómico lo que ahora veo tan trágico… Pero quien sabe. Si en opinión de mi mamá, esta que vivo es  “la etapa más feliz de mi vida”, cómo estarán las otras. Carajo”.


Cuando cerré el libro descubrí, junto con lo avanzado de la madrugada, que salvo Las armas secretas, de Julio Cortázar, autor al que en esa época veneraba incondicionalmente, mis ojos púberes no habían seguido con tanto interés un libro como aquel.


A partir de entonces, me volví un leal lector de  los relatos pachequianos. Busqué El viento distante, me bebí con deleite El tríptico del gato, paladeé La sangre de medusa, devoré con avidez Las batallas en el desierto, un cuento largo que la editorial ERA prefirió anunciar como novela corta, por aquello de las veleidades del mercado.  A lo largo de mi vida como escritor he vuelto, una y otra vez, a esos textos, los he utilizado en mis talleres como ejemplo de creatividad, los he leído en voz alta para entusiasmar a mis alumnos. Siempre he encontrado en ellos otras posibilidades, nuevos ámbitos, sus técnicas e innovaciones literarias nunca me han defraudado: la experimentación del texto, el uso de coloquialismos, la fuerte presencia de una filosofía post existencialista hacen que varios cuentos de José Emilio se inscriban dentro de las páginas memorables de la narrativa en español de la segunda mitad del siglo XX.


“En mi caso”, dijo alguna vez el ganador del Premio Cervantes en el 2009, “la poesía no basta: el relato es un complemento necesario”.


Un complemento, cómo no, para que el autor, utilizando una amplia diversidad de tonos y temas, ubicados dentro de una extensa curvatura del tiempo, pueda compartirnos aquellas obsesiones con las que intenta descifrar el código del universo en que vive.


Cuenta José Emilio Pacheco que los amores verdaderamente desdichados, los amores terribles son los de los niños porque no tienen ninguna esperanza.


“En cualquier otra época de tu vida puedes tener alguna mínima posibilidad de reunirte con la persona que amas, pero cuando eres niño tu historia de amor no tiene porvenir.”


Creo que así es como uno termina por sentirse cuando acaba de leer estos relatos, historias sobre el transcurrir del tiempo, la inocencia y la pérdida de la misma.


Por cierto, meses después, me topé de nuevo con Eduardo Antonio Parra. En esta ocasión en Tuxtla, en la feria del libro de la Universidad de  Chiapas. Coincidí con él a la entrada del auditorio, cuando ambos llegábamos sudorosos, rojos por efecto del quemante reflejo del trópico.


Eduardo, le dije a bocajarro, ¿tienes un minuto?


Se detuvo a la entrada del recinto. Estuvo a punto de dejar caer la carpeta que llevaba en las manos.


¿Si?


Estuve pensando mucho en aquella tertulia en la cantina, cuando soltaste la pregunta de los mejores cuentistas mexicanos del siglo XX. No mencionamos a José Emilio Pacheco.


Parra se me quedó viendo con fijeza. Apretó los labios como para contener un suspiro involuntario.


Tienes razón, dijo, un error, una injusticia.


No lo debemos volver a cometer, finalicé.


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Published on December 05, 2014 09:22

La Venganza de Moctezuma no se sirve fría

Por Mauro Barea


presentacion de carlosTras leer a Carlos Martín Briceño puedo asegurar que es un gran estudioso del comportamiento humano, en especial del mexicano contemporáneo. Sin realmente saberlo, se dedicó a ello desde su niñez, navegando las lecturas de la Familia Burrón de Gabriel Vargas. Además, lector inquieto desde temprana edad, ya se identificaba con personajes tan complejos como los de La ciudad y los perros de Vargas Llosa y se preguntaba si podían ser reales. Llegó a tal punto de analizarse a sí mismo mientras los cambios en la adolescencia hacían mella en él, a través de las obras de Cecilia Eudave.


Carlos es un ciudadano consciente de la problemática ecológica que atraviesa su ciudad Mérida, y crítico incisivo de sus vialidades y carnavales; incluso la política no deja indiferente a sus múltiples análisis que van más allá de la ficción, y además celebra la poesía en sus múltiples vertientes. Es un férreo defensor de la lectura como regocijo individual y como vía para obtener elementos intelectuales para reaccionar ante situaciones adversas. Muchas de estas cosas le identifican como un escritor consciente de la tierra que pisa. Todo esto nos hace pensar que nos encontramos ante un observador cotidiano de primer nivel, que lleva lo mejor y más intenso de la naturaleza humana a cada uno de los cuentos que conforman su colección, en especial Montezuma’s Revenge y otros deleites, que considero su mejor obra hasta la fecha.


Al decir observador cotidiano no pretendo minimizar esta habilidad, todo lo contrario: el escritor debe ser capaz de captar los sucesos cotidianos, esos que aparentemente no tienen cabida en el ajetreado mundo que vivimos, pero que de alguna forma nos marcan y permanecen ahí en la mente, cocinándose. Y hay que recalcarlo: Carlos es un cuentista nato y obstinado; a pesar de que sus seres queridos y cercanos lo han conminado a escribir novela, el no desiste, es su medio válido para acercar a la gente a la lectura, como lo refiere en sus entrevistas.


¿Qué se puede decir de este compendio de cuentos? Todas las historias se salen con la suya, nos hacen sufrir, revuelcan la narrativa de tal forma que, inconscientemente, deseamos un final idóneo, y me sorprendió que no solo llegara ese final que el lector desea con toda la fuerza en casi todos los deleites —así denomina Carlos a los demás cuentos—, sino que sobrepasa la expectativa lectora y el golpe de efecto es crucial en cada uno de los relatos. Relaciones que se llevan con la tensión de cuerdas de violín a punto de reventarse, pleitos de pareja cotidianos que se salen de control al ritmo de acusaciones avinagradas, deslinde de culpas y estribillos de las canciones de Timbiriche chirriando en nuestros oídos. Conflictos políticos, empresariales y de doble moral impregnan el ambiente de personajes que juegan a ser morales, pero son inevitables: somos nosotros, con necesidades básicas e innegables.


Pero Montezuma es un caso aparte.


Montezuma’s Revenge es una historia que lleva la venganza implícita desde el título, un delicioso desquite entre personajes que manipulan la realidad y que no deberían tener la razón en sus actos, pero los personajes se convierten en personas, las personas en nosotros, y es cuando llevan actos cotidianos hasta sus últimas consecuencias, convirtiéndolos en actos moralmente condenables, pero soportados por el lector: el escritor nos hace cómplices sin necesidad de ponernos una pistola en la sien.


Lo raro de leer a Carlos es que encontramos un placer malsano en los actos que no saben de leyes ni moralidades, es un juego de temperamentos, de la sangre que gobierna a cada uno de esos espectros con piel humana y toman el control de la narración; la sangre que sube y baja cuando se le antoja. Debo decir que sucumbí al placer malsano: me sorprendí placenteramente satisfecho al terminar de leer este cuento.


La Venganza de Moctezuma es en el llano concepto una vulgar diarrea sí, pero Carlos la llevó más allá: sacó adelante una idea, y la colocó como el desquite definitivo del mexicano ante los extranjeros, inexpertos y desconocedores de nuestro imaginario popular. Nos lleva a la venganza rápida, trepidante. Es esa rara situación que se da cuando Goliat es vencido por David, en un juego donde el ingenio nacional sale a relucir y se muestra como algo de orgullo, y atrae por sí mismo al vulgo. Es en ese imaginario donde la venganza mexicana se regodea, se cocina en apariencia lenta mientras juega sus hilos invisibles; cuando nos damos cuenta, incluso la aplaudimos, porque nuestra idiosincrasia lo reclama: somos mexicanos, nos gusta ganar y a veces la obsesión de ‘ser más chingón’ y el terror constante de que puedan vernos la ‘cara de pendejos’ es un llamado de guerra que nos incendia y obliga a triunfar ante los extranjeros —sobre todo ante los gringos y españoles por antonomasia histórica—, en cualquier tipo de competencia en que la vida nos encuentre. Y más si esta competencia trae consigo una rubia “insoportablemente antojable”, un ingrediente explosivo que desde el inicio nos indica problemas, y de los grandes.


Carlos comprendió excelentemente la idea de esta venganza en particular, y terminó esculpiendo un cuento disfrutable de principio a fin, situaciones cuyos escenarios son el Sureste, el Caribe mexicano, sitios con los que nos vamos a identificar plenamente como quintanarroenses. El escenario es inigualable: el juego es en casa, jugamos de locales y queremos que el mexicano gane, y que no solo gane, humille, aplaste la Historia y la hegemonía implícita de las naciones poderosas. ¿Los medios cuentan? ¡Claro que no! México tiene que ganar, (a huevo). Para concluir: la venganza de Moctezuma no se sirve fría, y menos en el trepidante cuento de Carlos.


Fue un verdadero placer tener a Carlos Martín Briceño con nosotros en Cancún, un lujo por su calidad narrativa y como persona, del que podemos aprender mucho no solo como escritor en mi caso particular, sino como un lector que busca esas historias para emocionarse, pasar un buen rato. Ya de cada uno depende el desarrollo de su criterio a través de las lecturas.


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Published on December 05, 2014 09:16

October 18, 2014

La luz discreta del humor en Montezuma’s Revenge y otros deleites

Por Kenia Aubry 


[…] si toda la vida compleja de tanta gente se desarrolla


inconscientemente, es como si esta vida no hubiera existido. Shklovski


carlos martin leyendoEn 2015 se cumple el primer centenario en que los Formalistas rusos enseñaron al mundo otro modo de ver la literatura. Víctor Shklovski, entre los estudiosos de esta corriente crítica, es uno de mis favoritos, lo digo así con ese adjetivo pueril. Hoy, en la excesiva mercantilización y reciclaje literario, es momento de ponernos exigentes, de volver los ojos a Shklovski para reclamar a los hacedores de la literatura textos extrañados, textos que enrarezcan el objeto y las situaciones cotidianas (pienso, por ejemplo, en “Ante la ley” de Kafka) para atraer nuestra atención y despertarnos del amodorramiento en el que nos sumerge el hábito.


Algunas obras narrativas de los jóvenes escritores, y de otros no precisamente novatos, han expoliado la ficción de su literatura, al no esforzarse en la búsqueda de formas otras de contar una historia. Como la Historia es una mala maestra, dice Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, los temas se repiten: la corrupción, la impunidad, la alienación social, los abusos del poder, la violación a los derechos humanos, por mencionar algunos; ante el mal gusto que tiene la Historia de repetirse, los narradores tienen que ingeniárselas para contar sus historias desde otras perspectivas, si es que quieren huir de las imágenes obvias que no interesan a la obra de arte literaria. 


Traigo a los formalistas rusos a la presentación de Montezuma’s Revenge y otros deleites por el placer de acercar a los espectadores a un libro lleno de extrañamientos desde las situaciones más cotidianas. El autor no lo sabe, no tiene por qué, pero conozco algo de su narrativa. El primer texto que me acercó a su obra fue “La utopía extraviada”, antologizado en Un nudo en la garganta (2009), una selección de cuentos canallas de la editorial Trama y, en mi pensar, uno de los mejores relatos de esa antología. En 2010 tuve un encuentro con otro de sus libros de relatos, Caída libre (único género hasta ahora cultivado por el autor), publicado por Ficticia Editorial, misma casa editora de Montezuma’s Revenge y otros deleites.


Para comprender hay que comparar, decía Hermann Broch. Entre Caída libre y Montezuma’s Revenge y otros deleites hay un paralelismo y un distanciamiento. La correspondencia es por la temática: las circunstancias de la cotidianidad en las que algo rompe el curso de la aparente normalidad y las trueca en perversas, como el cordón del zapato (descontextualizo a Charles Bukowski) que se desata cuando caminamos deprisa. El distanciamiento lo pone el crecimiento narrativo: encuentro, entre una obra y otra, variaciones y perfeccionamiento. En el mejoramiento de la arquitectura de un texto en el qué dice y, sobre todo, cómo lo dice, se aprecia y se valora el largo camino a la perfección del estilo. El trayecto literario de Carlos Martín Briceño ha dado como resultado la prosa ágil y pulcra de Montezuma’s Revenge y otros deleites.


Hoy se ha vuelto una generalidad hablar del humor de la literatura con un sentido festivo, como si toda obra literaria tuviera la obligación de contener esa condición estética de la festividad. Pienso (y no me destornillo de risa) en el niño mongoloide y obeso del relato “Caprichos” «vestido con ropa brillante y una capa pringada de lentejuelas» que escucha sin parar las canciones de Timbiriche; el alto volumen de la música importuna a los vecinos, una pareja formada por una mujer autoritaria y un hombre pusilánime que detesta a su madre por los recuerdos de una infancia rígida y llena de reproches.  


Quiero decir con el ejemplo anterior, que el humor que desprende Montezuma’s Revenge y otros deleites (me refiero al humor que mueve los sentidos del lector) no es esa chispa que salta para hacernos reír. El humor de los relatos es el del aguafiestas que inquieta y remueve los ánimos. En ello reside, a mi juicio, la condición estética y la profundidad del libro. Las situaciones que plantean la mayoría de los cuentos no inducen a la comicidad, pero eso no impide (tomo la idea de Kundera) que la luz discreta del humor que recorren los relatos del autor peninsular abarque «todo el entero paisaje de la vida» en la cotidianidad.


Si bien las narraciones contenidas en Montezuma’s Revenge y otros deleites no tienen un desenlace cómico, sí puedo decir que detrás de cada relato sobresale la experiencia del autor sobre la condición humana. Es evidente que desde hace tiempo, Carlos Martín Briceño dejó (vuelvo de nuevo a Kundera) «de tomar en serio la seriedad de los hombres» y dejó de solemnizar a la vida. Por esa razón, sus relatos tienen el artificio de la simplicidad a través de una arquitectura narrativa que ha procurado otras formas de contar las insignificancias de la cotidianidad; los diez cuentos que componen el libro (“Caprichos”, “Made in China”, “Autoservicio”, “Montezuma’s revenge”, “Deleites”, “Zona libre”, “Hacer el bien”, “Dios los cría”, “Quizás, quizás” y “Matrimonio y mortaja”) son la prueba de que un lenguaje hermético no siempre es el precio de la profundidad.


Es un mérito narrativo esa aparente linealidad en relatos como “Autoservicio” o “Caprichos”. El efecto del recuerdo es algo más que un simple trasladarnos al pasado, es el elemento fundante en algunas narraciones. Pongo por caso “Autoservicio”. El narrador nos lleva a las recordaciones del personaje con una doble intencionalidad: primero, para desentrañar la identidad del individuo; segundo, para explorar diversas situaciones de la experiencia humana. Si, en la infancia, el personaje de “Autoservicio” no hubiera estado encerrado en una caballeriza con uno de sus primos que le murmura al oído: «vamos se siente bien rico, date la vuelta, es lo que sigue», sería totalmente distinto al adulto que se encuentra —en una tienda de autoservicio mientras escoge «el cereal […] que tanto le gusta a Chema, su hijo menor»— con el joven Rodrigo en busca de sexo; o, por lo menos, es el pretexto narrativo del hombre para justificarse a sí mismo su preferencia sexual.   


Me ha fascinado, por los efectos de sentido que genera, el epígrafe de “Zona libre” tomado de Agustín Labrada (lo cito): «En casa esperaron las noticias del viaje». Esta frase más que conducir al lector a una lectura posible, cumple con la función del final no dicho en la historia, aunque sí advertido. Un ingeniero de la John Deere acude presto a su cita con el alcalde de Río Hondo para cerrar un negocio de ventas de maquinaria agrícola. Cerrado el trato y de vuelta a casa sucumbe a los placeres de la prostituta de carretera, olvidando que el tiempo «le había enseñado que si no quería terminar como su antecesor, con la garganta cercenada […] debía andarse con cuidado e intimar lo menos posible con esa gente» venida del norte, «seres de médula podrida» que han venido «hasta esta frontera olvidada huyendo del narco o de líos con la ley». No les cuento el final, sólo les recuerdo el epígrafe: «En casa esperaron las noticias del viaje».     


No hay personaje en Montezuma’s Revenge y otros deleites que no sucumba a los diferentes placeres. Y no por nada el libro de Carlos Martín Briceño incluye en su título la frase “y otros deleites”, pues los placeres sensuales y del ánimo debaten a los seres de tinta y papel entre el ser y el deber ser, como sucedió al protagonista de “Zona libre”, de “Autoservicio” o a los personajes de “Dios los cría” que son la cara y el envés de una moneda. La dualidad del individuo representada en Ivett y en Octavio asiduos a las reuniones de «seudointelectuales en las que se daba cita ‘todo el mundo’», pero con intereses muy diferentes, su mujer necesitada de esas fiestas para existir en el mundo actoral y «ansiosa de ganarle la partida al tiempo»; Octavio, «no obstante haber publicado […] un par de novelas policiacas en una editorial de cierto prestigio, no pasaba de ser un hombre de familia jugando al intelectual». Octavio está harto de ese ambiente y de su vida misma, que no compagina con los intereses y el carácter de su mujer, pero no puede imaginar su vida sin ella.    


El cuento que, a mi parecer, sintetiza con acierto la dualidad del ser y que recoge el espíritu del libro es “Matrimonio y mortaja”. El narrador nos introduce al drama de Chéjov, Tío Vania, para corroborar, a través de la representación, la hipocresía de Lourdes que dramatiza en exceso un falso dolor por la gravedad de Raúl, su marido, que ha sido contagiado por el virus de la gripe H1N1. Hacia el final del texto, el narrador —que piensa en el fingimiento de Lourdes— parafrasea lo que mira de la puesta en escena: «en el papel de Elena Andreevna, mi mujer se había retirado llorosa de la finca, rumbo a Moscú, en compañía de su anciano esposo, cambiando el amor por las apariencias y el dinero, aceptando con total sumisión su rol de hembra buena».    


El asunto de la cotidianidad es el eje que vertebra todos los relatos. Mas su particularidad es una cotidianidad que siempre se fractura por alguna debilidad de la condición humana (por la dualidad del ser y del deber ser) y ese recurso nos depara la sorpresa al final de cada relato; como acontece en “Dios los cría” en el que se vislumbra un sentido trágico en los hijos de Ivette y Octavio, sugerido por una incompleta llamada telefónica; o, bien, la buena fortuna del protagonista de “Montezuma’s revenge” que ha cometido un asesinato, se ha desecho de la oportunista Paige y tiene al destino de su parte.


Restarle seriedad a los individuos y a la vida no atenta contra el humor, es la luz juiciosa de éste que se posa sobre los relatos para hacerlos parir de significados, para develarnos que el principal aspecto de la condición humana oculta «los demonios de la resignación y la hipocresía». Una idea más elaborada sobre la enfermiza y pedestre cotidianidad llega al alma de las cosas en “Matrimonio y mortaja”: a través del parlamento de la actriz del Tío Vania (la obra que miramos dentro del cuento) se explícita la conformidad y el tedio del día a día: «¡Qué podemos hacer, hay que vivir! Nosotros, tío Vania, viviremos. Viviremos una larga hilera de días y tediosas noches. Soportaremos pacientemente las pruebas que nos depare el destino…».


Las voces narrativas que emplea Carlos Martín Briceño para la construcción de sus historias son las tres personas gramaticales (yo, tú, él). Mas lo que destaca en cualquiera de ellas es el recurso del monólogo narrado o la reflexión de los personajes sin la exteriorización de sus pensamientos. Este recurso estético viene, quizá, a redondear una preocupación del autor, me refiero a la vida insatisfecha y vacía de los personajes que sólo expresan sus verdaderos deseos a través de la confesión mental, con lo que el autor parece decir que los individuos sólo en ese estado psíquico somos medianamente auténticos. En suma, la composición narrativa de Montezuma’s Revenge y otros deleites realza el poder de lo fútil (de la cotidianidad) para confrontarnos con nuestra naturaleza humana.


No tendría que decir lo que voy a expresar si la vida cultural de nuestro país no continuara centralizada en exceso. En el sur existen voces que tienen un sinfín de historias que contar y Ficticia Editorial —que nació patrocinada por el Anis del Mono de la Casa Osborne, el alcohol no siempre tiene connotaciones negativas— apuesta por los escritores del sur que han decidido residir en sus ciudades de origen. Para contar historias con verdaderas condiciones estéticas no se requiere estar en la capital del país ni pasarse la vida en el jet set literario; lo que se necesita es la megalomanía para querer escribir la historia más bella del mundo, belleza que sólo se alcanza —como ya nos lo enseñó Cervantes, Sterne, Kafka, Woolf, Joyce— en ofrecer significados nuevos para dotar al mundo de narraciones que piensan.  


Enhorabuena, Carlos, por las hermosas ficciones que nos regalas en Montezuma’s Revenge y otros deleites, sin las cuales la vida fútil y complicada de tanta gente se desarrollaría inconscientemente, como si nunca hubiera existido.


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Published on October 18, 2014 07:12

Las delectaciones en Montezuma’s Revenge y otros deleites de Carlos Martín Briceño

Por Carlos Vadillo Buenfil 


Forros FicticiaEn Montezuma´s Revenge y otros deleites (2014), Carlos Martín Briceño da continuidad a una línea cuentística trazada en Caída libre, su anterior libro de relatos, también publicado por Ficticia Editorial, hace cuatro años: el sondeo de los entresijos y las nebulosidades que rondan el interior de los seres, esos claroscuros que en ocasiones son la perdición de los destinos humanos. Lo decíamos a propósito de Caída libre, y ahora lo ratificamos con el libro que nos ocupa: los personajes de Martín Briceño planean sobre sus decadencias y son víctimas de sus individuales abismos. Y no es que el cuentista se repita o se plagie a sí mismo, sino todo lo contrario; Martín Briceño ha encontrado una floreciente veta que ha considerado seguir explotando y explorando, cuestión que nos parece estimulante a los lectores, pues revela la autenticidad de una obsesión literaria incubada y mantenida por este autor.


            Las diez historias contenidas en este volumen muestran a un autor que domina la forma y el fondo de la prosa breve, un autor con oficio que no abandona el rigor del cuentista que conduce sus historias hasta buen término, sin concesiones ni vericuetos, pero con los elementos suficientes para que el lector, una vez repuesto del nocaut de la sorpresa, recomponga en su sensibilidad esa ilusión de realidad que acaba de desfilar ante sus ojos. Son relatos rigurosos de principio a fin, como manda el canon del género, cada historia narrada es la flecha disparada hacia una sola dirección, sin retorcimientos en el trayecto, como gustaba comparar el cuentista dominicano Juan Bosh. Y, como en el libro de cuentos anteriormente citado, los relatos de esta nueva obra acusan diversos registros narrativos, incluyendo el monólogo narrado, estrategias narrativas que enriquecen la lectura y la hacen amena, cumpliendo así con el mandamiento de la buena literatura, tal como la entendían los antiguos: deleitar y hacer esplender el entendimiento. En las anécdotas contenidas en estas historias, el autor sabe extraer lo extraordinario y lo digno de contarse de la cotidianeidad, sabe rascar lo que se oculta bajo las apariencias, debajo de la superficialidad de las relaciones humanas. Y es eso lo que hace un genuino escritor, mostrar y develar lo que tenemos frente a la vista, pero no siempre sabemos verlo o queremos reconocerlo.


Un autor español contemporáneo compara en una novela al inconsciente con un lúgubre castillo lleno de túneles, con fosos infestados de cocodrilos y habitado por fantasmas; estos espectros pueden ser los deseos recónditos, las voluntades camufladas, las pasiones y perversiones reprimidas, las regresiones a la infancia, la culpa por algo vago e inconcreto, la violencia agazapada. Todos estas sombras gravitan por las historias de Montezuma´s…, incluso son leitmotiv del accionar de los protagonistas, proporcionándole a este libro una unidad temática sustentada en la auscultación de los, a veces, inexplicables resortes que catapultan las voluntades. Por ejemplo, en “Montezuma´s revenge”, cuento que da título al volumen, el afortunado asesino sostiene, sin ningún remordimiento, que “Toda felicidad nos cuesta muertos”. Es un abogado que, desde la placidez de su matrimonio y desde la playa escenario de su crimen, relata la aventura que en el pasado intentó sostener con una estudiante inglesa, la única testigo del homicidio que cometió el depredador protagonista, en contra de un aventurero gringo que gozaba en la hamaca a su veleidosa pretendida. El destino, también antojadizo, lo bendijo con una doble suerte: el receptor de su furia era un indocumentado que nadie echaría en falta, y la inglesa falleció esa misma jornada en la que retornaban de la isla, en un accidente de tráfico en el que él había salido algo maltrecho: “La Providencia o como se llame estaba de mi lado. Paige, como su amigo el gringo, estaba bien muerta la hija de su puta madre”. Son los muertos que callan y que le permiten seguir vivo al narrador para mirar con satisfacción a su hijo y a su mujer que disfrutan las olas, mientras él bebe una cerveza.


Otra especie de violencia, la social, marca “Zona libre”, relato que metaforiza y testimonia el azote que, como una mancha siniestra, va expandiéndose libremente por el país, como en la región de Río Hondo, microcosmos veracruzano en el que gravitan la prostitución, la barbarie del más fuerte, la huida del narco y la corrupción política, problemáticas nacionales que se entretejen en este texto y que arrollan en su travesía al calenturiento vendedor de maquinaria de la John Deere.


Otro depredador sexual que es víctima de su propia euforia y excitación lo encontramos entre las páginas de “Quizás, quizás”. La historia de este cuento sorprende por su vaporoso e inesperado final, como en “Zona libre”, cuando toda la relación de hechos parecía quedarse en un simple acoso laboral y en una relación calenturienta entre compañeros de trabajo de una dependencia gubernamental, a cargo del Mataperros, funcionario priista de la vieja guardia, violento sujeto capaz de asesinar a batazos a uno de sus detractores; por eso, es creíble que el funcionario sea capaz de tenderle una trampa al joven estudiante de Derecho para sodomizarlo bajo el efecto de la coca, utilizando como gancho a Elsa, la asistente, quien también, al mismo tiempo, le proporcionaba deleites bajo su cuerpo. Una escena de trío en la que las pasiones salen a flote bajo los dictados de la agazapada perversión. Las verdades se conocen a medias, como la “verdad” que una secretaria propagó en el sentido de que habían sorprendido al joven fornicando en un hotel, con la supuesta amante del jefe. Un episodio que, cuenta el personaje a otro, “decidí guardar en un apartado perdido de mi memoria, pero que a veces vuelve, excitándome como entonces”. Los lectores nos preguntamos, en una segunda lectura, si la excitación del mancebo se produce por el solo recuerdo del cuerpo desnudo y el aliento de la mujer evocada, o por toda la escena que incluye esas recias manos surgidas de la nada y que lo aprisionan por detrás de sus caderas, esa “sensación de dolor, placer y humedad que comenzó a invadir mis entrañas”. Quizás, como se lee en la última palabra del texto, “Quizás, quizás”, como el título del cuento.


“Deleites” y “Hacer el bien” plantean extrañas fijaciones ocurridas al interior de la familia. No es gratuito que el epígrafe del primero, tomado de Raymond Carver, contenga una respuesta para salir del paso. Dice esa voz de Carver que cuando alguien le pregunta por su familia contesta: “le digo que todo va bien”. En esta ocasión el eje gira alrededor de un hombre y dos hermanas, una de ellas su mujer. Los deleites del protagonista provienen de la fusión de los sentidos: primero un estimulante masaje que le han dado en un erótico spa y que lo han dejado desestresado; luego, la visión de los muslos bronceados de su joven cuñada, quien acaba de salir de la clínica donde ha abortado, para rematar con tacos de lechón al horno en un añorado local al que llevaba su padre, años atrás. Al placer de la evocación y de la carne se une el tacto de una mano bajo la mesa. Sin importarle que su mujer esté presente degustando también los tacos, el deseo del narrador protagonista es que sea la mano de la hermana menor de su mujer. “Hacer el bien” es la narración de un marido sorprendido por el capricho de su esposa: adoptar temporalmente a un huérfano, durante las fiestas decembrinas. La decisión samaritana  plantea problemas dentro de la pareja, al grado que la relación, desde la perspectiva del marido, estuvo a punto de desestabilizarse por culpa de la estorbosa presencia del niño. La ironía es que las buenas intenciones no pueden sentarle bien a todos. Pero el martirio del cónyuge no concluye con esa experiencia. La depresión de la mujer le llevará a otra nueva decisión, una nueva sorpresa, tanto para el consorte como para los lectores. La línea contundente del final contiene el sarcasmo hacia las generosidades dudosas, como la decisión de la amante de hacer el bien sin mirar a quién, aunque haga sufrir al prójimo.


Otro texto que llama la atención es “Made in China”, pues pone de nueva cuenta en circulación el debate que desde el siglo XIX se ha entablado a raíz del positivismo y la industrialización: la civilización y el progreso contra la barbarie y el atraso. La explotación de los trabajadores en las fábricas insalubres chinas plantea si la individualidad y la dignidad humanas no se han diluido en tiempos de la globalización, frente a la productividad y la eficiencia que exige la nueva era, a costa del dolor humano, es decir, estamos ante otro texto de Martín Briceño que sugiere una nueva manifestación de la violencia laboral. Vuelve a resonar la frase de Plauto, con toda su escandalosa actualidad: “Homo homini lupus”. Un problema de conciencia que plantea al personaje la visita que hace a la fábrica de artefactos instalada en el pabellón industrial de una región de China. El detonante: la opacidad de la mirada, como la de un koala a punto del sacrificio, y la dentadura podrida de una obrera que pegaba calcomanías en los objetos de plástico que la Cervecería del Pacífico iba a obsequiar en México. Pero el abogado protagonista es también una víctima del sistema globalizado; tiene que apartar los clamores de su conciencia, pues tratar de impedirles el tránsito es como detener el avance de una locomotora, en medio de los raíles, con la fuerza de los dos brazos. Se sabe inútil y sabe que firmará el contrato de su empresa.


Me uno a los múltiples deleites que sugieren las historias de la nueva obra de Carlos Martín Briceño. Sólo que los míos, a diferencia de los de sus personajes, provienen de su buena prosa, del placer de su lectura. Uno lamenta haber terminado de leer el libro. Es lo malo que le puede suceder a un intuitivo y ávido lector. Es lo bueno que le puede pasar a un buen fabulador de historias.


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Published on October 18, 2014 06:57

September 5, 2014

A la española

barPoco faltó para que el caso llegara a la policía. Los que nos negamos a denunciar, fue por lealtad a Alfredo. Quienes se empeñan en hacerlo desistieron cuando les demostramos que tenían más deseo de venganza que razón. Lo difícil será hallar otro sitio donde obtener tanto por tan poco.


 *


El Sansouci, como siempre, repleto. Tuvimos que esperar un buen rato para conseguir una mesa. Alfredo nos trajo las primeras cervezas a la barra. Llevábamos varios meses viniendo a diario porque era el único lugar donde servían brochetas como botana.


Al principio creí que ser condiscípulos del hijo del dueño era nuestra carta de recomendación, pero luego observé que todos los clientes recibían el mismo trato. “El éxito del Sansouci —decía don Roberto, el padre de Alfredo— es que no tenemos preferencias: da lo mismo atender a un albañil que a un licenciado.” Y sonreía con esa actitud franca de aquél que ha logrado lo que quiere. Le gustaba presumir su ascendencia española y creía que, boina y puro, aunados a un ceceo fingido, daban mayor validez a sus afirmaciones.


Recuerdo que era el último viernes del período de clases. Al día siguiente saldría cada cual a su pueblo a pasar la temporada navideña. No siempre tuvimos la oportunidad —y el dinero— para comer y beber sin límite. Esta vez, parecía que lo hubiéramos planeado. Y, entre trago y trago, comenzó una tarde que pudo haber transcurrido plácida, sin mayor problema.


Poco a poco las mesas del Sansouci fueron quedando vacías hasta que sólo se mantuvo con vida la nuestra. Alguien le pidió a Alfredo que ahora sí enviara otra tanda de brochetas. “¡El ron —gritó el padre de nuestro amigo desde atrás de la barra sin dejar de contar el dinero—  abre el apetito! ¡Coman hasta reventar, que esta noche la casa invita!” Y así lo hicimos.


De haberme aguantado, quizás no hubiera ocurrido nada; pero uno no puede contener la vejiga cuando ha bebido tanto, y entre esperar a que se desocupe el baño, mearme en los pantalones o forzar una puerta con un letrero que decía “exclusivo meseros, prohibido el paso a clientes”, escogí esto último.


Una débil claridad se filtraba por el dintel de la puerta; apenas la indispensable para no tropezar. Frente a mí, noté el inodoro. Aun con el cerebro embotado, elegí correctamente; el lugar alguna vez fue baño. Como pude llegué al borde del bacín y me puse a orinar en él sin saber que estaba roto y fuera de uso. Siempre que estoy en un baño público procuro respirar con la boca en lugar de la nariz para no sentir la pestilencia del sirio. Y mientras hacía esto luchaba por conservar el equilibrio y atinar justo al centro.


Hasta hoy, recuerdo perfectamente el instante en que distinguí que algo o alguien me miraba desde el suelo. Fue cuestión de segundos. Abrí bien los ojos y me agaché cuanto pude. Vomité en el acto. Estaba parado sobre un montón de pequeños cráneos y esqueletos a punto de ser alcanzados por la orina que corría a mis pies. Ante el desconcierto de mis compañeros, salí maldiciendo de aquel cuarto, porque allí, en la cantina de ese gachupín hijo de puta, las brochetas eran de perro.


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Published on September 05, 2014 08:00

September 1, 2014

De vuelta

casa antigua del barrio santiagoDe nuevo voy hacia ellas; ya las puedo sentir: altas, arrogantes, se van alineando lentamente, como si se besaran; nada de encaramar bloques como ahora: crecieron piedra a piedra para ofrecer sus cornisas al sol; venciendo mi rígida educación, coloco las manos en forma de visera para acechar a gusto en la ventana de barrotes azules: la sala convida a deleitarse en sus mecedoras de cedro en forma de concha; empujo el postigo, cede el pasador —como siempre, no le han puesto llave…—; sentado, cierro los ojos para disfrutar mejor del vaivén mientras escucho que a lo lejos me gritan muchacho te vas a romper la cabeza con tanto zarandearte; entonces camino en silencio, hechizado por los caprichosos mosaicos españoles que subyugan mis pupilas; dicen que poniendo la barriga desnuda contra ellos su frialdad alivia de inmediato los cólicos; en la pared del fondo, me sorprende una galería de chiquillos y una fotografía grande de una pareja de novios cortando un pastel de tres pisos; llega de la cocina un inconfundible olor a plátanos fritos y a un bisteces de vuelta y vuelta, que de seguro se servirán con frijoles colados y arroz blanco; tengo que apurarme, van a dar las doce y la familia se reunirá alrededor de la mesa; es demasiado tarde; me han visto; ahora intento explicar mi presencia, les digo que no resistí las ganas de mecerme en los sillones de madera, que la casa me invitó; una vieja se ríe de mi desesperación y me pide quédese a almorzar, debe tener hambre, por favor, ayúdeme con el refresco de naranjas agrias; menos mal, pienso, esta vez estoy de suerte; un anciano de pulcra guayabera, al que imagino su esposo, se sienta y dice qué bueno que vino, joven, hay suficiente, ella se ha lucido con el menú de hoy; comemos en silencio, muchas sonrisas de por medio y gatos insolentes que maúllan por un bocado; recién terminamos, el sopor del mediodía invita a la siesta; me cuelgan una hamaca que mira al patio interior; pareciera que las malangas, los helechos y las jardineras quisieran entrar a adormecerme; un rayo de sol, colándose por el tragaluz, baila con el polvo una danza policroma; en mi duermevela, sueño que llueve en el cuarto de baño, que de la amplia regadera renegrida de verdín cae un manantial de fragancias: jabón rosa, talco boratado, alhucema y romero; alguien me despierta, la tarde languidece y la anciana ha servido una mesa de fantasía: chocolate espumoso, café con leche, pan dulce —patas rellenas de queso holandés, trenzas, conchas y hojaldras—, galletas metafóricas —soles, aviones, animalitos—, además, ha bajado dos taúches del patio trasero y los ha mezclado con jugo de naranjas de china; el marido nos llama, está sacando los sillones a la puerta para llenarnos del fresco que la calle nos regala; el día está muriendo, la anciana me dice ya le puse su pabellón, joven, es que en la noche hay mucho mosco, va a dormir en el mismo cuarto, no se apene, estamos muy contentos con su presencia; intento levantarme para irme, he llegado demasiado lejos, la última vez me retiré a tiempo, se está tan a gusto; el viejo cabecea de cansancio, su esposa sigue hablando no sé qué cosas, los moscos comienzan a zumbarme los oídos, trato de explicarles que la pasé muy bien pero debo regresar, un gato se unta en mis piernas, tengo tanto sueño, la vieja me toma cariñosa del brazo y me ayuda a entrar de nuevo, me guía, me tiende en la hamaca, no debiera, se está tan a gusto…


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Published on September 01, 2014 10:37

August 27, 2014

Al final de la vigilia

castillo1Dispuesta a iniciar el ritual que creías desterrado de tu vida, hundes ávida la mano entre las piernas. Furiosa, te detienes: tus dedos no logran suplir la labor habitual del ausente. Saltas de la cama, miras a través del vitral: en la torre más alta del castillo, como cada madrugada, aún se percibe luz. Nadie lo ha interrumpido durante la fase final de su obra. Así ha sido durante los dos últimos meses. Pero sientes que ya es demasiado y, resuelta, vas a exigirle siquiera un breve encuentro. Recorres los pasillos a oscuras, sin reparar en las ratas que te observan cuando te sitúas junto a la puerta. Introduces con desesperación la llave. Yerras. Pruebas con otra, giras hacia la derecha y empujas: dos gotas salpican tu rostro y un grito muere en tu garganta al ver que él fornica, bañado en grasa, con un complejo artificio metálico.


 


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Published on August 27, 2014 10:27

August 26, 2014

Noche estelar

table dance1Te encuentras justo enfrente: bella y oscura. Hasta hace un momento, camuflado entre los parroquianos, gozaba de la danza de tus caderas. Pero tuviste que escoger pareja para tu último acto. Había escuchado de él y ardía de curiosidad por presenciarlo. Ahora, desnudo, cubierto sólo por las luces y las porras de los trasnochados, por más que intento, no consigo levantarlo.


 


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Published on August 26, 2014 23:52

Carlos Martín Briceño's Blog

Carlos Martín Briceño
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