Mikel López Iturriaga's Blog, page 17
October 19, 2014
Snow y Excalibur, mártires animalistas
MATT MATERA
España es un país de contrastes, y este topicazo nunca fue tan verdadero como en nuestra relación con los animales. En un extremo tenemos a los homínidos que montan aberraciones como el Toro de la Vega y que tiran cabras desde los campanarios porque sus antepasados homínidos también lo hicieron, acompañados muy de cerca por esa gente tan culta y tan fina capaz de disfrutar con la agonía de un toro en la por fortuna agonizante fiesta nacional. En el otro, los defensores radicales de los animales, esos que tiran pintura sobre los abrigos de pieles o la toman contra restaurantes por servir foie.
Éstos últimos nos ofrecieron la semana pasada un gran espectáculo en la manifestación para salvar al perro de la enfermera contagiada de ébola. Me impresionaron los llantos y la ira en las imágenes, tanto como el entusiasta apoyo en las redes sociales a la causa, y pensé que menos mal que el bicho era adulto: aquí no ha habido revueltas por el paro, los desahucios o los recortes, pero si el pobre Excalibur hubiera sido un cachorrito, habría estallado la revolución.
La fiebre animalista no sólo se extiende por nuestra piel de toro sintética; es en su lugar de origen, el mundo anglosajón, donde muestra su cara más pintoresca. El vídeo del momento -más de medio millón de visionados-, titulado Disrupt Especiesism (algo así como “Desbarata el especismo”), nos descubre a una mujer llamada Kelly Atlas entrando en un restaurante y preguntando a gritos por “su pequeña Snow”. La activista proclama entre lágrimas que Snow ha sufrido todo tipo de abusos, y que la culpa es de establecimientos como ése. Porque resulta que Snow es una gallina, de la que los clientes deberán acordarse cada vez que coman pollo o vean a alguien comiéndolo. La performance termina con ella y otros gallinistas que la acompañan gritando: “¡Esto no es comida, es violencia!”.
La Kelly Family. / YOUTUBE
Como las personas más exaltadas de la mani de Excalibur, Atlas es el ejemplo viviente de cómo una causa noble -la defensa del buen trato a los animales- o una opción alimentaria legítima -la vegetariana-, aliñadas con un chorrazo de sentimentalismo, pueden degenerar en ideologías locas que califican de “asesinato” el consumo de carne y que sitúan a nuestra propia especie al mismo nivel que los perros, las ovejas, las vacas o los gatitos de YouTube. Esta gente da un poco de yuyu por su fanatismo, pero veamos el lado bueno: como entretenimiento para un día tonto en internet, sus cómicas acciones no tienen precio.
No estoy de acuerdzzzzzzzzz... / GIPHY
Esta columna fue publicada sin gifs de gatitos en la Revista Sábado de la edición impresa de EL PAÍS.
October 16, 2014
Crema de coliflor verde y yogur con avellanas caramelizadas

Coliflor de inspiración africana / EL COMIDISTA
Las verduras y frutas de otoño han llegado al mercado con fuerza, y da un gustazo tremendo ver ese festival de setas, calabazas de todas las formas y colores, granadas, caquis, chirimoyas y otras maravillas comestibles de la naturaleza. Entre todo ese Pantone hortícola que me guiñaba el ojo en la frutería, la que consiguió ligar conmigo fue una coliflor poderosa de un vistoso color verde, que me susurró al oído promesas de amor, salteados y lujuriosas cremas.
Cuando llegamos a casa y nos tomamos una copa para romper el hielo me contó que, al contrario que a su prima de color blanco, a ella le dejaban tomar el sol. Por eso podía desarrollar la clorofila y tenía ese saludable colorcillo, más vitamina C y más aroma que "la paliducha". Tampoco dejó muy bien a otro familiar cercano que me genera verdadera simpatía, el romanescu. En fin, que mientras ella me iba hablando de sus cosas yo me imaginaba ya en faena: cortar, picar, rehogar... y en un despiste cogí mi cuchillo más afilado y procedí. Le acompañé con algo de patata –poca, porque la idea era que fuera ligerita–, hinojo en bulbo y semilla para darle un toque fresco y anisado y yogur de oveja. Unas avellanas caramelizadas le dieron el toque crujiente y dulce que la elevó al Olimpo de las cremas. Y no tengo nada más que decir, Señoría.
Como primer plato se puede comer tal cual, pero se le puede dar un poco más de enjundia y convertirla en una cena ligerita si se acompaña con una tostada –o dos– de pan de centeno gratinada con vuestro queso favorito. Yo le puse un poco de cheddar madurito que tenía por la nevera, pero un poco de camembert, stilton o casi cualquier otro funcionarán igual de bien.
Ingredientes
Para 6 personas
Una coliflor –verde o no– de unos 800 gramos
2 cebollas
2 patatas medianas
1 puerro (la parte blanca)
2 yogures de oveja
1 bulbo de hinojo
60 g de avellanas
2 cucharadas de azúcar
750 ml de caldo de verduras o pollo
Sal
Pimienta
Aceite de oliva
1/2 cucharadita de semillas de hinojo o alcaravea
Preparación
1. Pelar las cebollas y cortarlas en trozos medianos. Dorarlas en una olla grande a fuego medio con un chorro de aceite de oliva. Cuando hayan cogido algo de color, añadir el puerro y la patata y seguir el proceso. Cuando todo esté dorado, añadir la coliflor y el hinojo troceados –solo hay que quitar las partes que sean realmente leñosas, el resto no es necesario– y darle vueltas al conjunto un par de minutos más.
2. Mojar las verduras con el caldo, llevar a ebullición y añadir las semillas de hinojo o alcaravea. Cocer tapado a fuego lento durante unos 15-20 minutos o hasta que las verduras estén tiernas. Rectificar de sal si es necesario, añadir uno de los yogures y procesar hasta conseguir una crema de textura fina.
3. Romper un poco las avellanas con ayuda de un trapo y un mortero (o la base de una taza, por ejemplo). No tienen que quedar muy pequeñas, y si queda alguna entera tampoco pasa nada. Ponerlas en una sartén antiadherente a fuego alegre hasta que cojan algo de color, en ese momento bajar el fuego a medio, añadir el azúcar y remover sin parar hasta que se caramelicen un poco. Poner sobre un plato hasta que se enfríen.
4. Servir la crema caliente o tibia con una cucharada del yogur restante y parte de las avellanas caramelizadas y un poco de pimienta recién molida. Se puede tomar sola o acompañada de tostadas gratinadas con queso.
October 15, 2014
El pan más rápido del mundo (o casi)
Robert Ditty o la felicidad panarra. / AINHOA GOMÀ
¿Es el soda bread el pan más rápido que existe? No puedo contestar a esta pregunta, porque no conozco todos los panes de este planeta. Aun así, no he podido resistir la tentación de dejarme llevar por ese moderno vicio periodístico de titular con hipérboles del tipo "el tal más no sé cual del mundo" o "los mejores patatines de patatán del universo", que consiguen incitar al clic aunque luego no cumplan lo prometido.
De lo que se trataba es de llamar vuestra atención sobre un hecho real: los soda breads se hacen en un santiamén, y prepararlos es tan fácil como hacerte un bocata. Ni levado, ni casi amasado, ni ná: sólo mezclar los ingredientes y al horno. Todo el trabajo lo hacen el bicarbonato y el calor, que debe ser muy fuerte al principio para generar el subidón de la masa. El proceso es similar al del bizcocho común, y la textura de estos panes recuerda un poco a la del cake, sólo que más recia y menos dulce. A mí me parecen una delicia, sobre todo si se acompañan de una buena mantequillaza.
La leyenda dice que en Irlanda, uno de los lugares donde esta variedad cuenta con más tradición, las mujeres católicas lo preferían porque con tantos hijos no tenían tiempo para preparar pan con levadura. Sospecho que la realidad obedece más a motivos económicos: la isla fue pobre de solemnidad y el soda bread era barato. Hablando de este tipo de pan con el especialista Ibán Yarza, me contó una curiosidad que hará las delicias de los más escrupulosos: junto con el bicarbonato sódico, en muchas partes del mundo se usa como impulsor químico el amónico, sobre todo para hacer galletas y panes planos. Antes se obtenía rascando los cuernos de animales muertos... y hoy se llama E-503.
Para hacer los soda breads que propongo hoy no necesitaréis cargaros ninguna cabra. Los dos los he aprendido a hacer en mi reciente visita a Irlanda del Norte, y garantizo que están requetebuenos.
El primero, un pan integral sabrosísimo con un ligero punto dulce, proviene de Ditty's, templo del pan, la bollería y los dulces de Castledawson. En este pueblo a medio camino entre Belfast y Derry opera Robert Ditty, un sonrosado panadero de segunda generación que ha logrado cierta fama en el Reino Unido gracias a sus fastuosas galletas de avena.
Robert se hizo cargo del negocio de su padre en 1980, después de haber aprendido el oficio con él y perfeccionado su técnica en panaderías de la Bretaña, en Francia. El establecimiento sufrió el conflicto norirlandés -un bombazo lo destruyó en 1976-, pero a la vez se benefició de él: según cuenta su dueño, los ochenta y primeros noventa fueron muy buenos para las tiendas de comida locales porque las grandes cadenas británicas de supermercados no pisaban el Ulster a causa de la violencia. Hoy Ditty's cuenta con varias tiendas, emplea a unas 70 personas y vende sus productos por todo el país, aunque sigue elaborándolos de forma artesanal. Visitar su obrador es un gustazo, sólo comparable al de zamparse un par de sus espectaculares scones con la correspondiente dosis de mantequilla, mermelada y nata.
La segunda receta viene de la Belle Isle Cookery School, una idílica escuela culinaria en medio del campo en el Condado de Fermanagh. El plan que propone este lugar no puede ser más apetecible: pasar un par de días o más en alguno de sus preciosos cottages -o, si tienes pasta, en la mansión de la propiedad-, dar paseos por el bosque o por la ribera del lago Erne, hacer un curso de cocina con el chef Joe Kelly y después entregarte a las comidas y bebidas locales. Yo sólo pasé allí un par de horas, pero me habría quedado una semana.
Joe Kelly en su cocinita. / AINHOA GOMÀ
Además de enseñarnos a hacer una especie de tortitas de patata llamadas boxty, que a mí no me entusiasmaron demasiado, Kelly nos prestó su receta de wheaten (un tipo de soda bread) con manzana y canela. Por la presencia de la fruta y la mayor cantidad de harina blanca, se trata de una versión algo más suave y dulce que el pan de Ditty's, y combina muy bien con productos salados como la morcilla. La dificultad de ambas variantes es la misma: para tontolabas.
Los dos panes llevan un ingrediente que te puede costar encontrar en España: el buttermilk o suero de mantequilla. En Lidl lo venden, pero si no tienes ninguno cerca, puedes sustituirlo sin problemas por yogur diluido con un poco de agua. Según Kelly, también funciona la leche cortada, pero ante la posibilidad de que los talibanes higienistas que vigilan este blog se me echen encima, no me atreveré a recomendar su uso. En cuanto a la harina, Ibán Yarza recomienda encarecidamente el uso de una integral molida a la piedra: la dulzura del pan que hagas en casa se parecerá mucho más a la del original irlandés.
'SODA BREAD' INTEGRAL
Ingredientes
400 g de harina integral, a poder ser molida a la piedra
75 g de harina blanca de repostería
25 g de copos de avena
9 g de sal
9 g de bicarbonato
25 g de miel
25 g de mantequilla fundida o aceite de oliva
500 ml de buttermilk o de yogur diluido en agua (3/4 partes de yogur, 1/4 de agua)
Preparación
1. Precalentar el horno a 230º.
2. Mezclar las harinas, la avena, la sal y el bicarbonato en un bol grande.
3. Añadir la miel, la mantequilla fundida o el aceite y el buttermilk o el yogur diluido. Mezclar con las manos lo justo para formar una masa homogénea.
4. Poner la masa en uno o dos recipientes metálicos de los de hacer bizcocho o pan de molde. Espolvorear la masa con harina o copos de avena, y aplastarla un poco con las manos. Hacer dos cortes en cruz a la masa con un cuchillo.
5. Hornear 20 minutos. Bajar la temperatura a 200 y mantener unos 20 minutos más aproximadamente hasta que el pan esté hecho.
'SODA BREAD' CON MANZANA Y CANELA
Ingredientes
225 g de harina integral, a poder ser molida a la piedra
225 g de harina blanca de repostería
1 cucharada de aceite de girasol
350 g de manzanas, peladas y cortadas en cubitos
1/2 cucharadita de sal
1/2 cucharadita de canela
1 cucharadita y media de bicarbonato
1 cucharada de miel
300 ml de buttermilk o yogur diluido en agua (3/4 partes de yogur, 1/4 de agua)
Preparación
1. Precalentar el horno a 220º.
2. Mezclar las harinas, el bicarbonato, la sal y la canela en un bol grande, y la manzana y la miel en uno pequeño.
3. Formar un hueco en el centro y verter el aceite, el buttermilk o el yogur diluido y la miel con manzana. Mezclar lo justo para que se forme una bola de masa.
4. Poner la masa encima de una superficie enharinada y formar un disco de unos 3 o 4 centímetros con la masa. Conviene amasar lo mínimo porque si no el pan saldrá duro.
5. Pasar la masa a una bandeja de horno enharinada. Hacerle una cruz con un cuchillo. Espolvorearla con un poco de harina o pintarla con más buttermilk o yogur diluido.
6. Meterlo al horno y bajar la temperatura a 180º. Hornear entre 30 y 40 minutos, o hasta que al tocar la base del pan suene hueca. Enfriar sobre una rejilla.
October 14, 2014
St. George's Market y ocho razones más para comer y beber en Belfast
La prodigiosa carne de Hillstown. / AINHOA GOMÀ
Ni barras de pinchos gourmet. Ni panaderías pijas. Ni fruterías que parezcan joyerías. Ni apenas turistas. El St. George's Market de Belfast se ha salvado de esa plaga que azota a buena parte de sus hermanos en Europa -especialmente en España-, por culpa de la cual cada vez es más difícil encontrar mercados históricos de comida que no se hayan convertido en desnaturalizados centros para tiendas de delicatesen, bares sin sustancia y guiris de espíritu. Algo que, para un edificio con más de 120 años de vida a sus espaldas, premiado este año como el mejor del Reino Unido, puede considerarse todo un hito.
El único superviviente de los mercados victorianos de esta ciudad, más famosa por los atentados del pasado que por su pacífico presente, sigue pareciendo un lugar agradable al que yo vendría a aprovisionarme de fruta, verdura, pescado, carne, queso, café o té si viviera aquí. Cuenta con 170 vendedores, sólo abre de viernes a domingo y no le faltan puestos de comida preparada, pero casi todos tienen el encanto de lo pequeño, además de una bendita falta de pretensiones. En definitiva, no es el Mercado de San Miguel en versión Ulster, sino un espacio donde la gente de a pie hace la compra, toma algo oyendo música en vivo -también hay actuaciones- o echa la mañana sin dejarse un pastón.
St. Georges Market ha vivido mucho de lo bueno y lo malo que ha ocurrido en Irlanda del Norte desde su fundación en 1890. Se creó para dar respuesta a las necesidades de aprovisionamiento de los trabajadores del lino, el whisky, los cigarrillos y otras industrias que convirtieron a Belfast en la urbe puntera en la que se construyó el Titanic. En 1941 sirvió de morgue para algunos de los muertos en el bombardeo alemán del Martes Santo, y en los ochenta estuvo a punto de echar el cierre por sus altos costes de mantenimiento. Tras su renovación en 1999, el mercado se ha beneficiado del fin de los troubles o "problemas" -así es como le llaman aquí al conflicto armado entre el IRA, el ejército británico y los paramilitares, que dejo más de 3.500 muertos-, y aunque está en una zona de predominio católico, por suerte la división entre unionistas y republicanos se ha diluido en su interior.
Panazos, tés y bacalaos ahumados. / AINHOA GOMÀ
¿Qué maravillas se pueden encontrar aquí? Como en toda Irlanda del Norte, las carnes sobresalen como producto obligatorio. Si tienes dónde hacerlas, no te deberías perder por nada del mundo las salchichas de Hillstown, una granja a sólo 40 kilómetros de Belfast con puesto en el mercado, porque son de las mejores que he probado en mi vida: finas, sabrosas pero nada grasientas, y con la portentosa capacidad de deshacerse en tu boca. Si no, el puesto de al lado vende bocatas de carne con un aspecto estratosférico.
El pan y la bollería es otro punto fuerte de la gastronomía norirlandesa, y uno no se puede marchar de aquí sin probar el soda bread, el pan de patata o los prodigiosos scones, de origen escocés pero omnipresentes por estas tierras. Los wheaten farls -primos integrales de los scones- llenarán de de felicidad a cualquier panarra, lo mismo que el Belfast bap, un pan creado por un panadero filántropo durante la brutal hambruna que azotó Irlanda a mediados del siglo XIX (más muertos, ésta vez un millón). Los puedes encontrar en Barley Cove o en Ann's Pantry of Larne, donde también venden fifteens, una guarrerida dulce riquísima elaborada con 15 galletas, 15 nubes, 15 guindas y 15 centilitros de leche condensada y 15 de todo lo hiperglucémico pilles por ahí.
Para los que no quieran morir de sobredosis de azúcar, los puestos de fruta y verdura ofrecen variedades locales como la manzana armagh y su delicioso zumo, las damsons (ciruelas de Damasco) o las scallions (cebolla de verdeo), mientras que en los de pescado te dicen "cómprame" unos anaranjados filetes de bacalao ahumado poco vistos por España. Si después de tanta comida necesitas estimulantes, no hace falta que busques un camello: pasa por el puesto de Suki Tea, donde encontrarás un té excelente, o por el de S. D. Bell, el más antiguo tostador de la capital, donde encontrarás un café... digamos que muy irlandés.
Colorinchis hortofrutícolas. / AINHOA GOMÀ
Seguramente Belfast no es un centro gastronómico mundial, ni tampoco la ciudad más bonita del universo. Pero posee el encanto de los sitios no invadidos por el turismo, y además la historia le ha obligado a manterer sus particularidades. A causa de los troubles las grandes cadenas de alimentación y restauración no entraron en Irlanda del Norte hasta hace relativamente poco, gracias a lo cual esta región aparenta estar algo menos globalizada que muchas otras de Europa. Y aunque no haya destacado nunca por la exquisitez de su comida, cuenta con una capital en la que, además del St. George's Market, no faltan tiendas, productos, restaurantes y pubs más que apetecibles. Ahí van algunos.
Deanes Meat Locker: carne de otro mundo
No siendo un gran fans del chuletoncio, disfruté como un vegano ante una hamburguesa de seitán en este restaurante. Allí se sirve una de las mejores carnes de vacuno del planeta: la de Hannan Meats. Esta marca madura sus piezas hasta 72 días en cámaras cuyas paredes están hechas con 17 toneladas y media de ladrillos de sal del Himalaya. Sé que suena a chorrada gourmet, pero os aseguro que la textura y el sabor del producto son excepcionales. Según nos explicó el dueño, Peter Hannan, la pureza de esta sal logra que un determinado tipo de bacterias buenas actúen sobre la carne haciéndola más tierna y gustosa, a la vez que inhibe el desarrollo de las malas que la descomponen. "También hay que decir que ése no es el único factor, y que son igual de importantes la humedad, la temperatura o el flujo de aire", asegura Hannan. "Eso sí, lo de la sal nos da muchos titulares".
Peter Hannan y su cacho carne. / AINHOA GOMÀ
The Dock: el café donde pagas lo que quieras
En el Titanic Quarter -zona de astilleros de Belfast rebautizada con este nombre para atraer al turismo- se encuentra un café cuyo concepto no puede estar más alejado de la tradicional trampa para turistas. The Dock es una especie de generador de comunidad de barrio en el que se celebran toda clase de actividades sociales. También es una galería a través de la cual los artistas locales pueden vender su obra. Y también un lugar donde rezar, con un jardín dedicado al culto y a las charlas sobre religión. Por si todo este batiburrillo no fuera suficientemente original, en el café puedes tomar tu propia comida, y pagar lo que quieras por lo que consumas en él depositando el dinero en la honesty box ("caja de la honestidad").
The Garrick: cerveza y 'champ'
Puede que The Crown sea el pub más famoso y bonito de Belfast, y desde luego vale la pena pasarse por allí. Pero a quien busque una experiencia un poco menos conocida, le recomendaría The Garrick, un lugar perfecto para conocer todas las cervezas artesanas locales que tu organismo pueda asimilar. Allí puedes practicar la muy besfaltense costumbre de pimplarte una birra mientras picas un champ, fastuoso puré de patatas con scallions. Y aprender, ejem, historia, ya que el pub data de 1870.
Viva la beer. / AINHOA GOMÀ
Sawers: el colmado norirlandés
Sawers es el clásico ultramarinos en el que te podrías quedar a vivir. Una imponente selección de quesos, embutidos y fiambres convive con toda clase de salsas, galletitas, dulces y otros productos envasados de aspecto delicioso en este local de 1897. Muchos son importados, sobre todo de Italia, pero también hay género local de alta calidad. Su feta con salsa de chile dulce es de esas mezclas que sólo se atreven a hacer en estas islas, y ante las que no queda más remedio que rendirse cuando las pruebas.
Lo quiero todo. / AINHOA GOMÀ
Established Coffee: cafés con barba
El café es el nuevo gin tonic, el nuevo pan casero o la nueva cerveza artesana, y Belfast no ha permanecido al margen de la oleada marrón. El lugar donde se rinde culto a esta bebida como si fuera el elixir de la eterna juventud es Established, un local hipsterosísimo en cuyas mesas compartidas se congregan estudiantes, modernos y barbudos desde diciembre de 2013. Su bollería, sus sandwiches y sus brunches también incitan al pecado.
El Established y su barbudo dueño, Mark Ashbridge. / AINHOA GOMÀ
Commercial Court: el callejón del pub
En la microscópica Commercial Court se encuentra uno de los pubs con más casta de Belfast, The Duke of York, pero es el propio callejón y su loa decorativa al bebercio la que es un espectáculo. Si tienes la suerte de que no llueva -y doy fe de que eso ocurre a veces en Irlanda-, mola tomarse las pintas fuera o ver la galería de murales del patio del Duke; si jarrea, no es ningún drama, porque los espectaculares interiores ofrecen distracción para rato. Otro aliciente: en el barrio (Cathedral Quartet) no faltan los sitios para comer y saciar la hambruna poscervecera.
La calle de las pintas. / AINHOA GOMÀ
Abernethy: la mantequilla de los dioses
La vida de Will Abernethy cambió el día en que una mujer de unos 90 años se acercó al puesto del mercado local donde el granjero hacía una demostración de cómo elaborar mantequilla. “Hijo, déjame enseñarte cómo se hace”, le dijo la anciana. Agarró dos palas de madera, aplanó un trozo y formó un rulo perfecto de masa amarilla. Esta presentación es la seña de identidad de Abernethy, una premiada mantequilla 100% artesana que sólo se vende en este formato y que se consume en restaurantes tan ilustres como el The Fat Duck de Heston Blumenthal. Para probarla, te puedes ir de excursión a ver a Will y a su mujer Allison a su granja de Dromara, a media hora en coche de Belfast, o la puedes comprar en Sawers, donde también venden su versión ahumada.


Una mantequilla de otra galaxia. / AINHOA GOMÀ
Mourne Seafood Bar: una escuela para comer pescado
La apuesta del Mourne Seafood Bar fue arriesgada: a pesar de vivir en una isla, los norirlandeses no se distinguen por su afición al pescado y al marisco. Sin embargo, su dueño, un ex cultivador de ostras, pensó que había un hueco para esta clase de restaurante en Belfast, y acertó. Ya tiene otros cuatro locales por toda Irlanda con la misma fórmula educativa: producto excelente y platos sencillos que respetan el sabor original del mismo. Las ostras son brutales, y los calamares fritos se deberían de enseñar en más de un bareto español.
Cabra norirlandesa que despide este post. / AINHOA GOMÀ
October 13, 2014
Panna cotta de castañas

Engancha más que las gominolas / LAURA BATALLA
Sabes que es otoño cuando –por desgracia, cada vez menos, y a unos precios cada vez más locos– en cualquier esquina de la ciudad te asalta el olor del brasero de una castañera, mezcla de tostado y dulce y con una capacidad de trasladarte a la infancia que ríete tú de los financiers de Proust.
Esta panna cotta, publicada originalmente en papel en el recetario escrito por servidora de ustedes, A vueltas con la tartera (Grijalbo, 2013) fue creada como homenaje a esa época del año y a esas buenas señoras que pasan frío para hacernos felices. Aunque hay versiones muy decentes en tiendas, para hacer el puré en casa sólo hay que hervir un kilo de castañas peladas, reducirlas a puré y mezclarlas con un almíbar hecho con 3/4 de kilo de azúcar y un vaso de agua. Llevar a ebullición a fuego suave y sin dejar de remover, y en unos 15 minutos se habrá vuelto de color tostado y olerá a gloria. Se puede aromatizar con vainilla o con canela, y envasar para disfrutar de esta delicia todo el año.
Si tenemos vegetarianos entre los comensales, se puede sustituir la gelatina –hecha con colágeno de origen animal– por unos polvitos derivados de un alga roja que, por suerte, cada vez son más fáciles de encontrar en tiendas especializadas y supermercados grandes. El producto en cuestión se llama carragenato, y lo comercializa la firma Sosa con el nombre de pro-panna cotta. Aunque el envase que aparece en el link es el de tamaño pro, se pueden encontrar unos mucho más pequeños (de 50 gramos) en el formato Home Chef, en el que también comercializan todo lo necesario para esferificar, hacer espumas o aires y desvelar el genoma de la creatividad gastronómica sin necesidad de salir de casa. No intentéis hacerlo con agar agar porque a nivel de textura no chutará del todo bien, os lo digo desde la experiencia de haberme comido parte una remesa que parecía una gominola de tofu.
Dificultad
Para boniatos.
Ingredientes
Para
6 raciones
Un tarro (300 g) de puré de castañas
750 ml de leche entera
400 ml de nata líquida
100 g de azúcar
Una vaina de vainilla, una cucharadita de vainilla azucarada o en esencia líquida
10 hojas de gelatina, o la proporción que corresponda de carragenato
4 marron glacés (opcional)
Preparación
1. Lavar bien bajo el grifo las hojas de gelatina de una en una, y después pasarlas a un recipiente con agua fría, donde reposarán hasta que se hidraten y se vuelvan elásticas y blanditas. Entibiar la leche en un cazo grande y reservar.
2. En un cacito calentar la nata con el azúcar, la vainilla (si se usa una vaina, abrirla por la mitad y raspar bien para sacar las semillas) y dos cucharadas de puré de castañas. Llevar a ebullición y retirar rápidamente del fuego. Añadir la gelatina ya hidratada y remover hasta que se deshaga completamente.
3. Verter la mezcla de nata en el cazo grande, y remover hasta estar seguros de que la mezcla está bien integrada. Montar en tarritos o en un recipiente grande poniendo una base de puré de castaña y la panna cotta encima, llevando a la nevera un mínimo de una hora y media para que cuaje. Si se quiere, una vez cuajada, poner trozos de marron glacé por encima.
October 12, 2014
Un 'punk' entre las estrellas
MATT MATERA
La felicidad me embarga porque la semana pasada tuve la suerte de asistir a uno de los mejores congresos del mundo en su género: San Sebastián Gastronomika. No trataré las texturas y las redondeces en boca que hubo por allí, pues no creo que este sea el lugar para ponerse organoléptico. Me parece más pertinente hablar de las superstars culinarias que pasaron por en encuentro: los Roca, Juan Mari Arzak, Massimo Bottura, Andoni Aduriz, Quique Dacosta... y Honorato de Top chef, con el que me hice hasta una foto de lo fan suyo que soy. Casi todos -Honorato no, que estaba de público- dieron a probar a los congresistas sus últimas creaciones, unas excelentes, otras regulín y unas pocas horrorosas. La alta cocina está endiosada, pero es muy humana a la hora de caer en el fracaso, la mediocridad o la horterada.
Un momento bonito lo vivimos en el homenaje a Pedro Arregui, cuando a Karlos Arguiñano se le saltaron las lágrimas recordando al fallecido héroe del asador Elkano de Getaria. También hubo destellos de sinceridad en la intervención de Marcos Morán, de Casa Gerardo, quien primero se atrevió a soltar un “menos congresos y más ir a los restaurantes”, y después dijo una de las grandes verdades escuchadas en el auditorio: “A los cocineros se nos da demasiada importancia, y lo que escasean son los buenos camareros”.
Joan Roca brilló, Aduriz se confirmó como el chef que mejor comunica y Mauro Uliassi hizo una necesaria y urgente defensa de la buena cocina callejera como salvación ante el imperio de la comida basura. Ahora bien, si me preguntaran qué me ha dejado más picueto del acontecimiento, tendría que señalar a Arzak. Y no porque su ponencia, compartida con su hija Elena, fuera ejemplar: dos platos mal explicados de cosas envueltas en hojas y un postre complicadísimo que acabó siendo un bombón relleno despertaron poco entusiasmo. Lo que me fascinó la caótica puesta en escena, la impredecible actitud del personaje.
Apareció tarde, cuando Elena ya llevaba cinco minutos en la palestra. A la mitad se puso a tomar notas, como pasando de lo que ocurría en la presentación. Salió. Entró. Divagó. Se rascó el culo. Y terminó metiéndose a la gente en el bolsillo con su comicidad.
Habrá quien interprete tanta soltura como un signo de desgaste mental, pero en ese instante yo vi a Arzak como el último gran punk: alguien que hace lo que le da la gana, que resulta irritante y divertido al mismo tiempo, y al que le importa tres testículos lo que nadie opine de él.
Esta columna se publicó en la Revista Sábado de la edición impresa de EL PAÍS.
October 9, 2014
Salmón marinado con ginebra
De mi viaje veraniego a Menorca no sólo me traje la polémica ensalada murciana / moje de hace unas semanas, sino también otro plato no especialmente balear. Se trata de un salmón marinado con ginebra que probé en el restaurante de la bodega Binifadet, y que me sorprendió por su sencilla efectividad. Siendo un alcohol al que no suelo acudir cuando quiero darme a la bebida, me gustó el punto ligeramente aromático que le dió al pescado.
Los dueños de Binifadet accedieron a pasarme la receta, bastante agradecida por su sencillez de preparación. La clave para que el salmón quede tierno está en marinarlo poco tiempo, sólo unas tres horas frente a las 12 (o más) de los marinados clásicos. Después se puede acompañar con la salsa que te apetezca: allí lo sirven con una espuma de yogur que yo he tuneado a mi manera, pero supongo que una crème fraîche o un queso batido servirán igual.
La elección de la ginebra también tiene su relevancia: yo seguí el ejemplo de Binifadet y usé la única ginebra menorquina que queda viva (Xoriguer), perfecta para este cometido. Pero cualquier otra de calidad y con mucho aroma puede valer.
Dificultad
La podría hacer Ana Mato.
Ingredientes
Para 4 personas
600 g de lomo de salmón fresco con piel y sin espinas
300 g de azúcar
300 g de sal marina
1 cucharada de bayas de enebro
1 cucharada de pimienta negra en grano
100 ml de ginebra
2 cucharadas de vino blanco
1 limón
200 g de yogur natural
1 cucharadita de cebollino picado
Pimentón (opcional)
Aceite de oliva virgen extra
Brotes de ensalada para acompañar
Preparación
1. Mezclar en un bol la sal, el azúcar, el enebro y la pimienta.
2. Formar una base con parte de la mezcla en un táper y acostar el salmón sobre ella. Cubrir con el resto hasta que el salmón quede totalmente tapado.
3. Mojar con la ginebra y dos cucharadas del vino. Meter en la nevera y dejar marinando tres horas.
4. Sacar el salmón de la mezcla de sal y azúcar y limpiarlo bien hasta que no queden restos de la misma.
5. Rallar el limón y reservar la ralladura.
6. Batir el yogur con el cebollino, un chorro de aceite, otro de zumo de limón, una cucharada de vino blanco y una pizca de sal.
7. Filetear el salmón desechando la piel. Servir sobre una base de salsa de yogur, con un poco de ralladura, más cebollino y los brotes de ensalada picados por encima. Se puede poner también ensalada a los lados, y espolvorear la salsa de yogur con un poco de pimentón.
October 8, 2014
Pan naan con paté de anacardos y ensalada crujiente

Pancito, cremita, verdurita / EL COMIDISTA
¿Quién quiere una sola receta pudiendo tener tres que funcionan estupendamente juntas y por separado? Ese es el caso de la propuesta de hoy, que consta de un pan base, un untable y una ensalada fresca y crujiente que por separado podrían tener otros usos bastante divertidos. Aunque al ver tres pasos es posible que los más vagoncios ocupados os echéis atrás, pero os aseguro que el proceso completo no lleva mucho tiempo: la parte más larga es la del remojo y el levado, y precisamente ahí vosotros no tenéis que hacer nada.
Para empezar, el pan indio naan –vilmente mangado a Ibán Yarza, para variar– no tiene ningún secreto. Unos minutos (pocos) de amasado, una hora de levado, cortar, dar forma y levar un rato más, hasta ahí no difiere mucho de los panes más básicos, excepto porque este no necesita horno. O sea, puede hacerse en el horno, pero queda mejor en la sartén, donde se controla perfectamente su punto de cocción y no se tarda más de tres minutos por pan. A la masa se le puede añadir alcaravea, queso rallado, ajo o especias al gusto, aguanta unos días en la nevera y se puede congelar sin problema. Os lo podéis comer prácticamente con cualquier cosa, incluso solo, especialmente si la masa lleva cosas que le den alegría.
Después, el paté de anacardo, una maravilla de sabor y textura que me descubrió Carla, una amiga intolerante a la lactosa cuyo instagram es una fuente inagotable de trucos fantásticos sobre maquillaje y comida sana. También se puede tunear a muerte y su textura es muy agradable, a medio camino entre un hummus muy cremoso y un queso de untar. Vale la pena hacer más cantidad y guardarlo en la nevera, y se le puede poner cebolla deshidratada, chile fresco o seco, especias o, como me sugirieron ayer Genís y Carlos de la discográfica Arre Austrohúngaro, una combinación de albahaca, lima y ajo que sonaba cañón. Yo había pensado ponerle ras el hanout, pero charlando con Xesco Bueno me enteré de que contenía proteína animal en forma de cochinilla, un insecto que se usa para dar color a la comida desde hace siglos.
Y para terminar, una ensalada que mezcla verduras de la temporada que entra, como la remolacha y la calabaza, con una que se termina (el hinojo). Todas en crudo, cortadas pequeñas o picadas, dan como resultado una ensalada crujiente y llena de sabor que podría acompañar una carne o pescado a la plancha o al horno, o incluso, con pescado picado a cuchillo y algo más de limón, convertirse en un tartar sui generis.
Las tres preparaciones juntas tienen el punto perfecto de contraste fresco-cremoso-caliente-frío-crujiente que forma, a mi humilde parecer, el bocado ideal. Aunque os he puesto las recetas base, en esta preparación en concreto mi naan ideal lleva ajo –un diente rallado en la masa– y remataría la ensalada con un buen puñado de cilantro (pero no lo he puesto porque soy consciente de que últimamente si me dejo ir se lo pongo hasta al café).
Las cantidades están calculadas para 4 personas.
Pan naan
Ingredientes
300 g de harina de fuerza
6 g de sal
6 g de levadura fresca
75 ml de agua tibia
1 yogur natural
40 gr de mantequilla derretida (o aceite de oliva) y un poco más para el reposo
1. Diluir la levadura en el agua y dejar que se active durante unos 10 minutos. Añadir la harina y la sal mezcladas y el yogur, amasando hasta obtener una masa homogénea y elástica. Hacer el primer levado en un bol untado con un poco de aceite, tapado con un trapo húmedo y al abrigo de corrientes de aire hasta que doble su volumen.
2. Desgasar la masa –amasándola un poco– y dividirla en 4 partes. Darles forma de bola y, sobre una superfície lisa enharinada y con la ayuda de un rodillo, darle forma redondeada u ovalada (y del tamaño de un plato, más o menos). Dejar levar unos 20 minutos antes de hacerlos.
3. En una sartén muy caliente, poner –de uno en uno– los panes pincelados con los dos lados con aceite o mantequilla. Cuando la masa empiece a hacer burbujas, es el momento de darles la vuelta. Si no se van a consumir inmediatamente, envolverlos en un paño para que no se sequen.
Para el paté de anacardos
Ingredientes
100 g de anacardos crudos
1 cucharadita de pasta de curry
1 cucharada de zumo de limón
1 cucharadita de Marmite o levadura nutricional (opcional)
1 cucharada de cebollino picado
Sal al gusto
150 ml de agua o leche vegetal sin endulzar
1. Remojar los anacardos en agua entre 3 y 8 horas. Este paso es opcional, y se puede solventar añadiendo más agua durante el proceso, pero la textura mejora con el remojo.
2. Ponerlos en una batidora o robot de cocina con el resto de ingredientes menos el cebollino y el agua o la leche vegetal. Añadir esta última poco a poco (seguramente no hará falta toda) hasta conseguir la textura deseada.
3. Rectificar de sal y añadir el cebollino picado, mezclando con un tenedor. Reservar.
Para la ensalada crujiente
Ingredientes
1 remolacha mediana
150 g de calabaza sin piel
1 cebolleta
1 bulbo pequeño de hinojo
2 cucharadas de aceite de oliva
1 cucharada de zumo de lima
Sal
Pimienta
1. Eliminar la capa externa de la cebolleta y la parte más dura del hinojo y pelar la remolacha. Cortar todas las verduras a daditos o rallarlas, aliñarlas con el aceite, el zumo de lima, sal, pimienta y las hojitas tiernas del hinojo.
Montar el plato poniendo el naan como base, untando encima un poco de paté y terminando con la ensalada crujiente. Para comerlo cómodamente, lo mejor es enrollarlo, y a disfrutar.
October 7, 2014
El descubrimiento de la pizza frita
Street food desde 1945. / MASARDONA-FACEBOOK
Pizza. Frita. Veo en tu mente la imagen de una guarrería de cadena estadounidense de fast food. Y te sugiero que la borres de inmediato porque no vamos a hablar del nuevo KFP de KFC, sino de un invento italiano con unos 70 años de historia. ¿Que te suena un poco bastorro? Pues quizá te equivocas: este producto napolitano, que acaba de viajar por primera vez a España, ha triunfado en un lugar donde congregan cual abejas en colmena cientos de aficionados y profesionales de la gastronomía, y en el que presentan sus nuevos platos tres estrellas como Joan Roca, Arzak o Carme Ruscalleda: San Sebastián Gastronomika.
La pizza frita se vende como churros desde el domingo en un puesto en la entrada del Kursaal donostiarra, a pesar de ser un plato prácticamente desconocido en España. El embajador que la ha traído hasta aquí ha sido Enzo Piccirillo, propietario de su gran templo en Nápoles, la freiduría Masardona. "Nunca habíamos hablado de ella fuera de Italia", dijo ayer Piccirillo en su presentación en el auditorio del Kursaal. "La pizza al horno se ha popularizado en todo el mundo. La pizza frita nació en Nápoles y se quedó en Nápoles, y por eso ha permanecido auténtica".
¿Pero cómo se fríe una pizza? Al contrario que sus primas horneadas, las pizze fritte esconden su contenido. Se montan de forma similar a las empanadas: llevan dos discos de masa, y entre ellos, un relleno que típicamente consta de ricota, queso provola, una especie de panceta llamada cicoli, pimiento y albahaca. Como el gazpacho, la piadina y otras creaciones geniales, son hijas de la pobreza: "Después de la II Guerra Mundial", cuenta Cristiano, el hijo de Enzo, "las mujeres las preparaban y la vendían para llevar algo de dinero más a casa. Las podían hacer con una simple olla, sin necesidad de un horno que en aquel entonces era un lujo no al alcance de todos".


Parece un escalope, y no lo es. / EL COMIDISTA
Con su exterior crujiente y su interior fundido, el sabor de la pizza frita te explota en la boca. Y aunque suene a bomba de grasa, no lo es tanto si está bien hecha. "Es lo que todo el mundo dice, pero antes tendrían que informarse", protesta Cristiano. "La pizza frita debe estar hecha casi a la perfección, y exige un trabajo muy meticuloso. Es importante cerrarla bien para que el aceite no entre dentro del relleno, sino que se forme una costra dorada y casi caramelizada. La temperatura de la fritura debe ser la correcta, a unos 180 grados".
Según Cristiano, resulta bastante más difícil preparar una pizza frita decente que una al horno, lo que explicaría su nula capacidad de implantación fuera de Nápoles. Se requiere un conocimiento preciso en cuanto a materiales y técnica: por ejemplo, la harina debe crear una masa con la humedad suficiente para absorber la mínima cantidad de aceite. El que utilizan en Masardona, por cierto, no es de oliva, sino de girasol: "La fritura en esta grasa es sana, tal como demostró un estudio de la Universidad Autónoma de Madrid que se publicó en el British Medical Journal. Nosotros lo usamos porque creemos que con aceite de oliva la pizza resulta más pesada, y coge un aroma que puede desplazar al de la masa".
Cristiano, prueba viviente de que la pizza frita no engorda. / EL COMIDISTA
La bisabuela de Cristiano, Anna, fundó Masardona en 1945, y sus pizzas pronto alcanzaron la reputación de ser las mejores del barrio. Hoy es el único local especializado en esta variedad. "Se vende en otros lugares, pero como también hacen pizza al horno, que da más dinero, la frita no está tan buena", dice Cristiano. El local abre a las 7 de la mañana porque los napolitanos la toman hasta para desayunar. "Tenemos mesas, pero la gente más auténtica, la más tradicional, se la lleva para comérsela en la calle. La pizza frita es la reina de la comida callejera, que en Nápoles no es una moda, sino una tradición centenaria".
Cristiano, que habla un castellano más que correcto gracias a un Erasmus en Zaragoza, no se siente en absoluto intimidado por defender un plato tan humilde en un lugar como el Gastronomika, donde reina la alta cocina. "Para mí, la pizza no tiene nada que envidiar a los platos de los chefs más famosos del mundo, porque nosotros y otros pizzeros napolitanos la hacemos con productos de máxima calidad. La diferencia es que lo nuestro se vende a un precio asequible a todo el mundo: dos euros el tamaño pequeño, y cuatro el grande", asegura. "Mi abuela, antes de morir, le dijo a mi padre: 'Tienes que hacer la mejor pizza, pero que puedan comerla todos. El rico igual que el pobre'. Y eso es lo que yo haré en el futuro".
October 6, 2014
Revuelto de trastos: el cortador de salchichas, el rallador definitivo y el cuchillo inteligente para mantequilla
Después del parón veraniego y la esperada edición de septiembre, vuelve a vuestras pantallas amigas el revuelto más comidista de todos los que se hacen y deshacen. Una vez más, nos hemos zambullido en los confines de internet para ofreceros una mezcla de objetos prácticos, locos o preciosos, que te harán sentir la imparable necesidad de lanzarte de cabeza a por tu tarjeta de crédito (aunque lleves desde 1998 sin entrar en la cocina, así es el mundo del gadget).
Moldes para bento en forma de animales
¿A quién no se le ha quedado alguna vez el culo torcido mirando esa maravilla de la gastronomía nipona que es el bento? Esos platos que hacen las madres japonesas para las tarteras de sus retoños –que yo, personalmente, moriría de inanición antes de comerme, de monos que son– requieren de muchísimos complementos y accesorios para su preparación. Uno de ellos son estos moldes con carita de animales que también tienen múltiples aplicaciones entre los profanos en la materia: pueden servir desde para moldear galletas hasta para cortar los canapés y minibocatas más cuquis del mundo. Cuestan 9,55 dólares en Amazon.
Platos de porcelana de Abe The Ape
Una marca que tiene como filosofía vital hacer "objetos originales y divertidos" que "deberán ser usados exclusivamente para hacer de nuestro día a día una experiencia más agradable" se merecería por lo menos una subvención estatal. Como se ve que las prioridades del gobierno son otras, tienen que vender sus platos –a 30 euros– y sus porcelanas (a partir de 35) elaborados en pequeños talleres artesanales como si fueran simple mercancía. No sé a vosotros, pero a mí solo con verlos ya me ha entrado buen rollito.
Cualquier aficionado a la panadería casera que lea esto sabrá que un banetón es un recipiente en el que se crea la atmósfera perfecta para el segundo levado del pan. A mí me gusta imaginármelo como la madre de la masa madre (¿la abuela del pan?) cantándole nanas y arrullándote, pero tampoco me hagáis mucho caso, que estoy fatal. El caso es que de todos los que he probado, mi favorito es el de pulpa de madera, porque me da la sensación de que –ya podéis ir llamando a la López-Ibor– la humedad se condensa menos, la masa respira mejor y la corteza queda más crujiente. Podéis encontrarlos en El amasadero a partir de 8 euros, pero también los venden en muchos otros sitios: preguntad a vuestro dealer panarra y seguro que os da algún buen consejo.
Me encantan los Misfits, los padres del horror punk, la cresta caída, responsables de la modita de las camisetas de calaveras y protagonistas de este vaso pensado para ir por el mundo tomando café. Es molón, oscuro, de porcelana y apto para microondas. Si te tienes que pasear con un cafetazo de litro en la mano -ay, si te lo hubieran dicho antes de que incluso en los lavabos de Starbucks hubiera otro Starbucks, por si alguien tiene mono de triple-latte-machiatto-moka-shakeratto mientras va a hacer un pis– que sea con estilo, ¿no? Lo encuentras por 20 dólares en Rockabillygirlz : la actitud es obligatoria; las creepers, opcionales.
El mejor fregadero de la historia (con tabla, colador y mucho más)
Cierra los ojos y piensa en tu cocina ideal. Da igual que sea de madera, lacada, grande, pequeña, más tradicional que la de Martha Stewart o fresca y adorablemente contemporánea como la de Nigella. Sea como sea esa cocina, seguro que tiene un fregadero como este, listo para cortar, escurrir o colar, fregar platos o lavar verdura. Una maravilla cuyo precio desconocemos, instalada en la cocina de la foto por los interioristas especializados de Kitchen + Bath. Si tenéis la suerte de poder pagarles, podéis contratarles por aquí mismo, compartir el resultado y hacernos poner verdes de envidia de la mala.
Juego de cubiertos desparejados de Cutensils
El nicho de mercado de esa tendencia tan evidente en Pinterest y otras webs de decoración, consistente en poner la mesa de manera que ningún elemento coincida con ningún otro ya ha sido cubierto y, una vez más, no hemos sido nosotros. Pero en lugar de pensar en todos los familiares vivos y muertos del cerebrito al que se le ha ocurrido esta chulada, la vamos a pedir para Reyes: seguramente sea la única manera de disimular la misteriosa desaparición de las cucharitas de postre, que dan muy mala vida a los juegos de cubiertos tradicionales. Cuestan cerca de 40 dólares en ModCloth, pero valen muchísimo más.
El rallador de cuatro caras de Microplane
Si hay un trasto de cocina simple, práctico y capaz de hacerte la vida más sencilla, ese es el rallador. Los de Microplane ofrecen resultados profesionales y larga durabilidad, pero hasta ahora había que ir comprándolos de uno en uno –los hay finos para rallar parmesano, aún más finos para cáscaras de cítricos, tipo mandolina o gruesos para hortalizas, un no parar– y al final la colección completa salía por un pico. Desde que existe el 4-Sided Box Grater, uno solo de sus dispositivos podrá cubrir el 100% de tus necesidades relacionadas con el rallado de alimentos. Lo encuentras por unos 35 dólares en Amazon.
Contenedor, organizador y dispensador de especias
"Un pellizquito", "una puntita de dedo", "una brizna", o "un pelín" son medidas que solo las personas mayores de 50 años saben descifrar, y que –por lo que hemos visto en anteriores ediciones de Aló, Comidista– traen a la juventud por la calle de la amargura. Para evitar terminar con el esófago arrasado por un plato en el que un pelotari de dos metros dispense una "puntita de dedo" de cayena, se impone crear una medida universal y regulada: la cucharadita (esperamos que nos den royalties por esto). La primera piedra en este tema la ha asentado este contenedor de KitchenArt, capaz de repartir milimétricamente cantidades a partir del clásico 'cuarto de cucharadita'. El futuro entendimiento con las recetas de tu abuela, madre o tía cuesta 35 dólares en Amazon.
Cuchillo inteligente para mantequilla
Cada mañana la misma historia: sacas la mantequilla de la nevera, haces el café, pones la tostada y cuando el pan está listo para convertirse en el desayuno ideal, la mantequilla sigue ahí, más tiesa que Anna Wintour y poco dispuesta a dejarse untar. Pues en noviembre de este mismo año, el frotar se va a acabar. Gracias a SpreadTHAT!, un cuchillo fabricado con un material de alta conectividad que transmite el calor corporal directo a la mantequilla y la pone a la temperatura –y textura– ideales antes de que te hayas hecho el zumo de naranja. Si crees que no puedes vivir sin él, corre: todavía quedan algunas recompensas en su Quickstarter.
Cortador de salchichas de frankfurt en forma de dachshund
No podíamos cerrar este revuelto sin uno de esos productos que nos fascinan de puro absurdo, de los que ahora mismo nos reímos pero si viéramos en Teletienda un poco chispis a las tantas de la mañana vete a saber si caía (aunque comamos dos frankfurts al año y nunca en casa, da lo mismo). Se trata de un cortador en forma de perrete salchicha –por supuesto– que trocea las ídems en pedazos minúsculos y poco prácticos incluso para los niños, con un pequeño recipiente en el que poner cualquier salsa en la que quieras o no acabarás mojando los dedos. Conocerlo es amarlo, y tenerlo en casa cuesta poco más de diez dólares –el pack de dos– en Amazon.
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