Álvaro Bisama's Blog, page 73
October 2, 2017
Subvención por asistencia en la educación inicial: Por qué repensarla
Recientemente hemos visto ampliada la polémica del sistema de subvención por asistencia en la educación, específicamente en los jardines infantiles denominados VTF (vía transferencia de fondos), vale decir, aquellos que son financiados por el Estado y operados por organizaciones privadas. Según cifras del Ministerio de Educación en el “Estado de las Artes de la Educación Parvularia” de 2014, citadas por los investigadores de Educación2020 en una columna anterior, un niño o niña de un jardín infantil VTF recibiría tan sólo un 42% de los recursos invertidos en la educación inicial de sus pares de los establecimientos de JUNJI y Fundación Integra.
Los jardines infantiles VTF son, al contrario de los colegios particulares subvencionados, administrados por fundaciones o corporaciones sin fines de lucro, que reciben dinero del Estado para abrir y funcionar sin ganancia neta. Algunos ejemplos son el Hogar de Cristo o Fundación Cristo Vive, y Corporaciones Municipales de Educación.
Estos establecimientos tienen a cargo un 65% de la matrícula de JUNJI y un 6% en el caso de Integra, y aportan en esta etapa con diferentes perspectivas y proyectos educativos y, principalmente, colaboran con aminorar la carga del Estado en esta materia, realizando una importante labor cubriendo necesidades de las comunidades en las que se desempeñan y a las que, sin este tipo de entidades muchas veces sería muy difícil llegar.
Lamentablemente, estos establecimientos tienen otro estatus: mientras los jardines infantiles de administración directa reciben financiamiento fijo a través de la ley de presupuestos, a los VTF se les otorga subvención por asistencia, es decir, si el niño/a asiste a clases recibe cierta cantidad de dinero; si el niño falta no lo recibe.
Como Fundación Educacional Oportunidad hemos dado numerosas veces nuestra opinión acerca de las dificultades que surgen a partir del sistema de “voucher” o subvención por asistencia, pero en el caso de la educación de niños de 0 a 4 y de 4 a 6 años, esta problemática puede tornarse aún mayor.
Primero, todos los jardines infantiles tienen gastos fijos: agua, luz, recursos humanos, materiales. Además, los edificios necesitan inversión constante en mantención, y las educadoras y técnicos en párvulos requieren de formación continua. Si la asistencia de los alumnos es baja, por ejemplo, en los meses de más frío y lluvias que conllevan más enfermedades en los niños pequeños, el dinero que llega al establecimiento es menor que el necesario para mantener los gastos fijos, lo que crea estrés en los administrativos y directivos, cuya primera prioridad es “mantener el barco a flote”.
Esto desemboca en el segundo motivo para replantearse el actual método de subvención: los directivos y equipos educativos podrían preocuparse de la asistencia por las razones equivocadas. Lo urgente muchas veces es enemigo de lo importante. Las subvenciones se entregan de acuerdo con la asistencia promedio, lo que oculta el problema del ausentismo crónico, definido como la ausencia de un 10% o más de los días lectivos al año, lo que, según la investigación de Attendance Works en Estados Unidos, puede incidir en bajos resultados académicos y dificultades en el desarrollo de habilidades socioemocionales.
Es así como una sala puede tener un 90% de asistencia promedio mensual, lo que parece bastante bueno a simple vista, pero esto puede enmascarar la situación de ausentismo crónico de, por ejemplo, dos, tres o más niños que sean los que siempre falten y constituyan ese 10% restante de forma estable, mermando su oportunidad de sacar el máximo provecho a la educación que recibe. Los directores ven desviada su mirada de esta situación importantísima y sus causas estructurales (caso a caso) por lograr lo urgente: que haya suficiente asistencia promedio para cubrir los gastos.
Esto nos lleva al tercer problema: con un alto ausentismo escolar crónico y con recursos variables e impredecibles, los niños matriculados en el jardín infantil pierden en cuanto a calidad de su educación en la edad en la que se sientan las bases de sus aprendizajes tanto cognitivos como socioemocionales.
Hablamos de jardines infantiles que se emplazan en lugares con un alto índice de vulnerabilidad social, donde intervenciones significativas y con altos recursos fijos que garanticen la tranquilidad de equipos educativos y directivos para entregar una enseñanza de calidad son aún más necesarios: para crear primero un lugar donde los padres quieran que sus hijos asistan regularmente y luego para garantizar el camino hacia la equidad y el derecho a jugar en una cancha pareja.
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La vuelta de la Vuelta
En el barrio en que viví mi infancia, buena parte de mis amigos querían ser ciclistas. De primeras salíamos en nuestras bicicletas todas las tardes a recorrer la avenida Alemania. Éramos incansables. Disfrutábamos de esa libertad que nos ofrecía el movimiento de los pedales, la velocidad que alcanzábamos, el viento que soplaba en nuestra cara de manera distinta. Estábamos lejos de ser Los Ángeles del Infierno, pero algo de esa pandilla de motociclistas habíamos heredado: su sentido de pertenencia y cierto espíritu rebelde.
Algunos tenían más talento que otros, al punto que persistieron y llegaron lejos. O cuando menos más lejos que el círculo de hierro que conformábamos aquellos que vivíamos en torno al antiguo pasaje Dighero. Mis primos Loredo, por ejemplo, marcaron una época dorada en el club Valparaíso, con Marcial a la cabeza. Otros, entrenaban sagradamente y llegaron a vestir la casaquilla blanca con la V negra en el pecho: los hermanos Cubillos, Raúl Pituto Núñez y también Antonio Soto, a quien llamábamos Sotelo.
Durante varios años, seguimos de cerca las competencias en que todos ellos participaban. Los fines de semana íbamos al velódromo del estadio Sausalito y gozábamos con las carreras de persecución, las pruebas contrarreloj, la australiana.
Eran lindos años para el ciclismo. A nivel nacional, había verdaderas estrellas: Fernando Vera, Miguel Droguett, Roberto Muñoz, los hermanos Bretti, los Tormen, Sergio Aliste. Sobra decir que no nos perdíamos la Vuelta de Chile. Era, quizá, el mayor acontecimiento deportivo de esos años. Contábamos ansiosos los días que faltaban para que ese enjambre de ciclistas llegara a la ciudad. Nos agolpábamos en las calles para oír el zumbido de las ruedas y maravillarnos con ese hermoso engendro, lleno de colores, que articulaban cientos de ciclistas y bicicletas.
Siempre los colombianos fueron los rivales a vencer. Excelentes escaladores, sacaban ventaja en las etapas de montaña, en las que eran imbatibles. Por lo mismo, que un chileno ganara la Vuelta era una proeza. Celebramos como si fuera un título del mundo las victorias de Roberto Muñoz, en 1983, Peter Tormen, en 1987, y Fernando Vera, en 1988.
Pero hay un año en particular que recuerdo con cariño. Fue la Vuelta de 1982. En esa oportunidad ganó un colombiano. Pero uno de los nuestros, uno de los que pedaleaba en la avenida Alemania, asomó entre los grandes. Ricardo Lobos, el Huaso Lobos, tenía 22 años y un aguante descomunal en sus piernas. Corría por el club Valparaíso, pero ese año se puso la camiseta de GoodYear. Supimos por el diario que había rematado sexto en la etapa Chillán y Concepción, y eso nos puso de cabeza. Pero lo mejor estaba por venir. En la transmisión en vivo por televisión de la última etapa, el Huaso se escapó del grupo y en solitario avanzó con su quijotada rumbo a la meta. No sé cuánto tiempo se mantuvo lejos de todos, en punta, avivando un sueño imposible: que uno de los nuestros -uno de los de la avenida Alemania-, ganara una etapa de la Vuelta. Tengo vivas esas imágenes y la sensación extraña de vivir un sueño en la realidad.
Al final, claro, el pelotón dio caza al temerario Lobos y todo volvió a ser lo de siempre, lo habitual.
Sin embargo, ahora que la Vuelta está de regreso, es imposible no acordarme de esos largos minutos en los que sentimos que la gloria era nuestra, aunque todos los de Dighero y alrededores siguiéramos la carrera de Lobos por televisión, aunque le gritáramos a través de la pantalla y él no escuchara, aunque con el tiempo cada uno de nosotros siguiera su camino e hiciéramos nuestras vidas tan lejos unos de otros.
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El rey de clásicos
Aesta altura, está clarísimo que el estilo futbolístico que se esperaba con la llegada de Guede a Colo Colo fue desechado completamente y se optó por uno mucho más pragmático, que se enfoca en lograr solvencia defensiva y aprovechar el talento que le sobra de la mitad hacia arriba.
No siempre funciona, y ya suma varios tropezones que lo confirman. A veces los jugadores no lucen del todo enfocados y dejan escapar partidos y campeonatos cuando menos se espera. Tampoco es muy vistoso ni agrada mucho al hincha.
Lo que no se le puede negar es que llegados los clásicos, el compromiso aflora en cada uno de los miembros del plantel. Los tres que ha jugado este semestre, los ganó. Los dos anteriores de manera maciza, incluso, demostrando que su plantel -a diferencia de sus adversarios- se agranda en este tipo de partidos.
Ante la UC aguantó una primera media hora complicada, con sus creativos totalmente aislados (Valdivia por Fuentes y Valdés por Aued), para después aprovechar una de las pocas ocasiones de las que dispuso, sin jamás dejar de proteger su zona, el lugar en la cancha donde se encuentra su fortaleza.
Y así es como Colo Colo parece despertar a tiempo para intentar aprovechar los empates del líder Unión, instalándose a su acecho.
Todo lo contrario vive la UC y, en especial, Mario Salas. El técnico leyó muy bien el inicio del partido, en el que dominó al Cacique (Guede cedió el control, es cierto, pero terminó asfixiado en el medio), pero no pudo contra un problema que ya es crónico: no tiene profundidad ni gol.
Si los cruzados han marcado apenas cinco tantos en ocho fechas es por partidos como éste, en los que tienen la pelota sin hacer daño, porque carecen de los especialistas para ello (lo de Silva ya es una constante y Vargas no es la alternativa que se espera) y, sobre todo, de vértigo y peligro. Buonanotte se mueve e intenta constantemente, pero no basta. Ayer Lobos y Fuenzalida arrancaron encendidos, pero fueron apagándose, como en otras tardes les pasó a ellos mismos y a otros también.
Un gol en contra, como les ocurrió la semana pasada frente a Temuco, expone su fragilidad colectiva y sicológica. Los liquidan la espada y la pared. Exigir la salida de Salas se repite como la solución para terminar los días críticos que, después de un par de buenos torneos, vive esta relación. No hay garantía de que así sea, no deja de ser menos cierto que se requieren medidas urgentes que remezan a un equipo que, pese a no lucir demasiado, se hunde en una posición que no le corresponde.
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James Baldwin y la pesadilla norteamericana
Esta mañana en la universidad, mientras profesores y estudiantes nos hincábamos para protestar simbólicamente contra los incidentes racistas de las últimas semanas, un colega mencionó a James Baldwin en su discurso: “Mirar los Estados Unidos hoy es suficiente para hacer llorar a profetas y ángeles”. El escritor norteamericano (1924-1987), prominente líder de los derechos civiles, está en todas partes hoy: aparte de ser la inspiración de una nueva generación de intelectuales negros, a cuya cabeza se encuentra Ta Nehisi Coates, su claridad moral y su retórica feroz son una de las mejores puertas de entrada para entender los Estados Unidos de Trump. Un fascinante documental sobre Baldwin, I am not your negro, de Raoul Peck, consolidará su reputación como un visionario que supo entender la amarga verdad de las relaciones raciales.
The fire next time (1963), su libro más reconocido -en español solo hay una edición de Losada (1964), inencontrable hace mucho- se compone de dos cartas –una escrita a su sobrino-, en las que Baldwin aprovecha el centenario de la abolición de la esclavitud para rememorar su infancia en Harlem a la vez que lanza una mirada descarnada al estado de las relaciones raciales: “El país está celebrando cien años de libertad con cien años de adelanto”. A su sobrino le aconseja: “Solo te podrán destruir si crees que realmente eres lo que los blancos llaman un nigger… naciste en una sociedad que te dijo con claridad brutal, de todas las maneras posibles, que eras un ser humano sin ningún valor”. El problema no está en los negros sino en la inhumanidad y el miedo de los blancos: “Mis conciudadanos son mis enemigos”; solo cuando ellos se liberen de esos miedos llegará la verdadera liberación de los negros. Mientras tanto, hay que asumirlo: el sueño americano se parece más a una “pesadilla”, para la cual uno debe armarse de valor: “Se necesita mucha fortaleza espiritual para no odiar a esos que ponen su pie sobre tu cuello”.
Baldwin recuerda los días de la adolescencia temprana en los que caminaba de Harlem a una biblioteca pública en Manhattan y los policías le decían que se volviera a su ghetto. Esas memorias se amplifican en I am not your negro: la profesora blanca que arriesgaba el desdén de su clase para poner en sus manos libros con los que él jamás hubiera soñado; las noches en que salía con una amiga blanca y, para evitar problemas, caminaban separados y en el metro se sentaban aparte. El punto de partida en el documental -narrado en tono solemne por Samuel Jackson- son las notas de un libro que Baldwin jamás llegó a escribir, dedicado a tres líderes de los derechos civiles que eran amigos cercanos y que murieron antes de cumplir cuarenta años: Medgar Evers, Martin Luther King y Malcolm X. Ellos le enseñan que “si uno no se enfrenta a lo que necesita cambiar, uno no puede cambiar aquello contra lo que se enfrenta”.
El documental muestra la elocuencia de Baldwin, su capacidad para transmitir lucidez moral sin perder por ello una retórica potente. Medio siglo después ha habido un presidente negro y progreso en muchas áreas, pero hay cosas que no han cambiado: Donald Trump es un supremacista blanco con libertad para insultar a los negros, los policías matan a negros inocentes y el sistema judicial no los encuentra culpables; la injusticia racial más explícita es tolerada desde el poder. Por eso Baldwin, que no tenía mucha fe en la reconciliación entre las razas, es más relevante que nunca: “Me da miedo la apatía moral -la muerte del corazón- que está ocurriendo en mi país. Esa gente se ha engañado a sí misma por tanto tiempo que de verdad no cree que soy humano. No me baso en lo que dicen sino en su conducta. Se han vuelto unos monstruos morales”.
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October 1, 2017
Def Leppard: ¿Todavía quieres roquear?
No es el estadio Monumental repleto de público maduro a pesar del frío y la lluvia. Es una fiesta adolescente hace 30 años un sábado por la noche, suena Pour some sugar on me con todo y por fin Def Leppard debuta en Chile con esas canciones que invitan a carretear y seducir con poesía barata y efectiva. La banda de Sheffield siempre fue chula aún cuando esquivaban con gracia el elemento travesti del hair metal. En un mar de grupos idénticos no se parecían a nadie a pesar del pelo escarmenado, esa chasca que increíblemente el bajista Rick Savage conserva intacta desde entonces.
Así como su caballera se mantiene, el quinteto británico controla la mayoría de las cualidades de antaño. Si bien la voz de Joe Elliot ha perdido fuerza, se ahoga en algunos agudos y es quien más denota el paso del tiempo con menos movilidad que antes, tampoco es un desastre. El resto de los músicos compensa al insistir en una cualidad característica del quinteto: en directo deben sonar idénticos a esos álbumes sobreproducidos con “Mutt” Lange a la cabeza, contando High ‘n’ dry (1981), Pyromania (1983) y el súper batatazo Hysteria, un disco que arrasó en un año extraordinario para la música popular anglo como fue 1987 con clásicos como Joshua tree de U2 y Kick de Inxs.
Joe Elliot no canta mucho pero la colaboración vocal del resto es vital para sostener esas armonías heredadas de aquella tradición británica del coro de estadio. Cuesta creer lo que el guitarrista Vivian Campbell ha dicho sobre ese bordado de voces, la ausencia de efectos y pistas detrás. Como sea, impresiona esa obsesión por la fidelidad que se traspasa al resto de la instrumentación: la batería de textura electrónica de Rick Allen, un músico injustamente obviado en las listas de los mejores considerando que con un brazo menos integra una banda de categoría mundial; el trabajo simple y contundente de Rick Savage en el bajo, y el aceitado juego de guitarras entre Phil Collen -a los 58 años congelado en el tiempo exhibiendo siempre el torso de gimnasio-, y Vivian Campbell.
Aunque Collen reclama cierto protagonismo en los solos, la alternancia con su compañero permite que ambos luzcan una trama quirúrgica entre metal, hard rock y aderezos new wave que hicieron de Def Leppard una atracción mundial en los 80 hermanando audiencias de distintos géneros.
El grueso del set list giró en torno a Hysteria incluyendo Animal, Love bites, Armageddon it, Rocket y el corte homónimo más otros éxitos como Let it go, Bringin’ on the heartbreak, Foolin, Rock of ages y Photograph. Es un listado de grandes hits ochenteros con algo de inercia en su interpretación pero completamente efectivo. Por hora y media Def Leppard te toma de la mano y te lleva al pasado sin pudores, sin importar si te gustaba el pop, el rock, las guitarras o los sonidos electrónicos. La pregunta que lanzan en Let’s get rocked -“¿quieres roquear?”- aún encuentra respuesta en su gente.
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September 30, 2017
Querellas inconstitucionales
El allanamiento del gobierno a la demanda de los comuneros en huelga de hambre de poner fin a su prisión preventiva, constituye un grave precedente que las presiones indebidas son rentables. Y demuestra que el estado de derecho es débil y está sujeto a las consideraciones políticas.
Así, es necesario terminar de una vez con el ejercicio de la acción penal por parte de gobierno y órganos del Estado, en casos que no son parte afectada. Porque es injusto e inconstitucional. Es injusto, porque el imputado es atacado desde varios frentes por el aparato público, lo que atenta contra la igualdad de las partes en el proceso penal. Por lo mismo, en muchos países no se permite. Aquí es frecuente -aparte del Ministerio Público (MP), que cumple su deber-, que se querelle el Consejo de Defensa del Estado (CDE), el Ministerio del Interior, los alcaldes y hasta parlamentarios, debiendo el imputado defenderse de diversos persecutores con poder y que usan de fondos públicos para tal fin. Una duplicidad que involucra un dispendio de los recursos de todos.
Es específicamente inconstitucional, cuando la Carta Fundamental solo contempla un órgano especializado del Estado, el MP, como encargado de ejercer la acción penal. Agrega la Constitución, que “el ofendido por el delito y las demás personas que determine la ley podrán ejercer igualmente la acción penal”, de lo que fluye que su ejercicio es restrictivo y que se requiere de ley expresa para que un órgano público pueda hacerlo. Hay pocas leyes que se han aprobado para este efecto, pero se abusa de normas dictadas bajo el antiguo sistema para querellarse. El Estado solo puede hacerlo cuando es víctima, como sucede con un fraude al Fisco; y en tal caso, le corresponde actuar únicamente al CDE. Pero resguardar el interés público en el proceso penal, es el cometido propio del MP.
Además, es inconstitucional porque se afecta la autonomía de este último, la que se consagró precisamente para evitar la politización de la investigación y de la persecución penal. Pero el hecho es que los gobiernos han ejercido la acción penal siempre por motivos políticos, como para demostrar que están haciendo algo frente a la delincuencia. Aún más grave, han usado las querellas interpuestas para quitarle el piso al MP, como sucedió en el gobierno de Sebastián Piñera, cuando recalificó delitos terroristas por presión de una huelga de hambre, y con el actual gobierno, en más de una oportunidad, al plegarse a solicitudes de los querellados de revocar su prisión preventiva, cediendo también a huelgas de hambre. En estos casos hay adicionalmente envuelta una presión indebida al tribunal que debe decidir la revocación de la medida, lo que atenta contra la independencia del Poder Judicial, consagrada en la Constitución.
Como el tribunal mantuvo la presión preventiva, el gobierno contraataca recalificando los delitos. Como ha dicho la Presidenta: “Cada día puede ser peor”.
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Exposición escolar
El último debate presidencial volvió a dejar dudas sobre su utilidad y pertinencia. La mayoría de ellas devienen del formato y la manera de plantear el debate. Una de las primeras cuestiones difíciles de resolver, es dar con un procedimiento que aliente el diálogo entre ocho participantes. Salvo que alguien nos demuestre lo contrario, se trata de un número que hace imposible tener un resultado algo mejor del que observamos esta semana. Puesto de esta forma, la primera disyuntiva es resolver entre cantidad y calidad; en donde parece razonable volver a preguntarse si es un imperativo el que este tipo de confrontaciones consideren a todos los participantes o, como ocurre en democracias muchas más asentadas y civilizadas que la nuestra, se tome la decisión de incorporar a un número de candidatos que representen las opciones mayoritarias o más competitivas del proceso. Y aunque a muchos esa selección pudiera parecerles contra intuitiva o derechamente injusta, igual tiende a corregirse con la existencia de una franja electoral presidencial, donde todos los aspirantes tienen el mismo tiempo de exposición.
Una segunda manera de poder resolver este problema, es aplicando la selección en los temas y no en los invitados. Dicho de otra manera, si hemos de querer escuchar a todos los candidatos en los debates, cualquiera sea su número, la única forma de hacerlos interactuar y que se pueda profundizar en la discusión, es elegir dos o a los más tres ejes de discusión, donde se centren todas las intervenciones. El problema ahora, es que muchas cuestiones importantes quedarían fuera, lo que solo podría solucionarse con el compromiso de los aspirantes para asistir a varios de estos encuentros y así poder abarcar una mayor cantidad de temas con los candidatos.
Pero he ahí el problema fundamental. Estos enfrentamientos verbales son siempre una fuente de peligro para aquellos candidatos que mantienen una posición expectante, lo cual los hace reacios a participar y, cuando lo hacen, terminan exigiendo condiciones que reducen al máximo los riesgos, ahogando cualquier posibilidad de una real discusión e interpelación mutua. Lo que se agudiza, además, cuando deben participar junto a otros postulantes que no tienen nada que perder y eventualmente mucho que ganar, a los que se mira con recelo y desconfianza por lo que éstos puedan llegar a decir o hacer.
Y eso que todavía no decimos nada de los medios de comunicación y los periodistas, que en vez de andar mendigándole a los candidatos, podrían ponerse los pantalones -como dicen tenerlos puestos para otras cosas- y de manera conjunta imponer sus términos, tanto en el número de debates, como en su formato y protagonistas, notificando públicamente de las fechas y horas. Y quién decida no asistir, sea el que deba dar las explicaciones.
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Primer debate presidencial
Se realizó el primer “debate” presidencial, de tres que habrá hasta la elección. Éste fue organizado por ANP. Raya para la suma, es difícil que haya tenido algún impacto relevante. Ocho candidatos, entrevistados por cuatro periodistas y con muy poca interacción entre ellos, es básicamente para volver a escuchar exactamente lo mismo que dicen siempre. Ninguno dijo nada nuevo. La clave fue la actuación y puesta en escena de cada uno.
Lo primero que destacó fue la falta de cifras en los candidatos, probablemente debido al tenor de las preguntas. Esto se tradujo en amplias generalidades y la completa falta de conciencia de las restricciones propias de la realidad de un país. Todo se podía solucionar en forma simultánea. Crecimiento, empleo, medio ambiente, salud, educación, delincuencia, etc. El formato tampoco daba la posibilidad de profundizar en nada. En ese plano, los más patéticos fueron sin duda Artés, Navarro, Sánchez y ME-O, aunque este último destacó cuando dijo que la discusión real no eran los objetivos sino el cómo. Los más republicanos fueron Piñera, Guillier, Goic, y Kast, aunque este último a veces se encabritó especialmente por las declaraciones o acusaciones destempladas de Navarro y ME-O.
Llamó la atención la agresividad (en distintas modalidades) de ME-O, Navarro, y Artés. Sin duda, como actuación o puesta en escena, entre ellos, ME-O es claramente el más histriónico y probablemente el más agresivo, lo que yo creo que a estas alturas no le reporta dividendo alguno, quizás al contrario. Fue quien emplazó más repetidamente de manera especial a Piñera y a Guillier, por cierto haciendo caso omiso de las preguntas que se le hacían. Navarro a estas aturas ya casi da un poco de pena. Cada vez que decía “yo como presidente voy a…” era evidente, en su lenguaje no verbal, que tenía plena conciencia de que quizás ni siquiera llegue al 1% de votos. Su defensa irrestricta al régimen de Maduro y a Allende dio claras muestras de su fanatismo y poca racionalidad.
Artés es un caso aparte. Yo me he formado la opinión de que, de alguna manera, se está riendo de todos nosotros, y no amerita demasiados comentarios. Si el FA se situó a la izquierda del PC, Artés se fue aún más a la izquierda, a tal grado que ya se salió del mapa de la realidad y sostuvo que en Chile no hay democracia y él es candidato. Sánchez fue la más diestra en generalidades, y por cierto se sumó, en su estilo, a la idea refundacional del país. En suma, ella ofreció literalmente la felicidad.
Piñera, en estos debates, dada su amplia mayoría en las encuestas y la cantidad de candidatos, es el único que podía perder algo. No obstante, estuvo especialmente sólido y jamás perdió la calma. Probablemente no ganó más puntos pero ciertamente no perdió ninguno y consolidó. Kast respondió con creces a su electorado -como siempre, fue claro y directo en sus planteamientos- y probablemente ganó algo del sector más duro de la derecha. Guillier se mostró muy republicano, su discurso fue elegante, pero esencialmente retórico. Quedó claro que, tal como Bachelet, tiene muy buenas intenciones pero ninguna capacidad de realizarlas en lo concreto. Finalmente Goic, agradable y simpática, pero como de costumbre no dijo absolutamente nada contundente, que es la razón esencial de por qué no sube en las encuestas.
En suma, un debate que no fue tal. Si sumamos que en la franja habrán partidos que tendrán dos segundos, la conclusión es que en la política hacemos las cosas muy mal. Hay cuatro candidatos que juntos, con suerte, suman un 10%. La pugna real está entre tres de ellos, dos de los cuales irán a la segunda vuelta, que serán Piñera y Guillier. Después de ver este show, no parece muy posible que la centroizquierda se una para la segunda vuelta. Habrá que esperar el nuevo “debate”.
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La otra caverna
Mario Vargas Llosa vino al país a respaldar la candidatura presidencial de Sebastián Piñera, y terminó dejando una estela de crítica a las posiciones sostenidas por la derecha chilena en materia de aborto. Un contraste y un signo claro de los resabios culturales que posee un sector político que todavía exhibe con cierto orgullo sus atavismos provincianos, ese espejo desde el que mira con entusiasmo la globalización económica, pero refleja desconfianza hacia una sociedad secular que refuerza las opciones individuales en temas valóricos.
Sin duda estar en desacuerdo con el aborto en función de argumentos religiosos o bioéticos es perfectamente legítimo; lo que convirtió en “cavernaria” las posiciones sustentadas por la derecha fue el intento de absolutizar una visión única sobre el instante en que se origina la vida humana, un aspecto que ni siquiera la ciencia ha podido zanjar de manera concluyente. En paralelo, hay que reconocer también que muchos de los que con toda legitimidad defendieron el proyecto de aborto en tres causales, lo hicieron con el mismo grado de intolerancia y ausencia de respeto que cuestionaban en los críticos a dicha iniciativa.
Con todo, resultó casi irónico que la misma semana en que el Nobel de Literatura vino ilustrarnos sobre su imagen del sector que apoya al candidato que él también respalda, afloraran a la superficie “sedimentos cavernarios” bastante más impresentables y nocivos para la sociedad chilena, que los expuestos en el debate sobre el aborto. En los hechos, la candidata a diputado de la UDI Loreto Letelier, afirmó que Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana no fueron víctimas de uno de los crímenes más atroces y emblemáticos cometidos en dictadura, sino que se habrían quemado a sí mismos producto de un accidente causado por el material combustible que trasportaban. Lo que se habría estado haciendo desde entonces, por tanto, es inculpar de manera falsa y dolosa a una patrulla militar completamente inocente.
Que una joven abogada realice semejante afirmaciones -que contravienen todos los antecedentes del proceso, a los que se agregaron hace poco las confesiones de un miembro de la patrulla militar que decidió romper el “pacto de silencio”-, resulta a estas alturas insólito. Pero mucho más delicado y sintomático han sido las escasas reacciones y la impunidad general con que finalmente su sector está dejando pasar este incidente. Las críticas fueron menos que mínimas y su candidatura a diputada ha seguido adelante sin que nadie tuviera la estatura moral para cuestionarla. Precisamente los mismos que en el debate sobre el aborto hicieron un verdadero panegírico sobre el “derecho a la vida” del que está por nacer, pero optaron por el silencio y la ausencia de sanciones políticas, cuando se intenta negar uno de los crímenes de lesa humanidad más atroces cometidos por la dictadura militar.
Al preguntarnos por qué para un sector significativo del país la derecha chilena simplemente no tiene legitimidad democrática ni aún ganando elecciones con mayoría absoluta, la reacción esta semana a las expresiones de Loreto Letelier entregó buena parte de la respuesta.
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Liberalismo y progreso
En su reciente viaje a Chile, el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa fijó su posición sobre el aborto. Según él, oponerse a su práctica es una estupidez incompatible con el respeto a los derechos humanos; y la derecha que se resiste a aceptarlo sería nada menos que cavernaria. Tal es el singular evangelio liberal que predica el escritor peruano. Con todo, la tesis resulta altamente discutible.
Por un lado, es dudoso que estos argumentos estén a la altura de una buena discusión. La democracia, solía repetir Camus, consiste en sabernos falibles: siempre es posible que estemos equivocados.
Dicho de otro modo, la primera condición del diálogo es tomarse en serio la posición contraria, y evitar los (des)calificativos ampulosos que intentan clausurar una discusión en lugar de abrirla. Vargas Llosa no es el único que piensa que la tesis según la cual el feto tiene dignidad sea equivocada, pero hay un paso de allí a sostener que se trata de un delirio cavernario. El Nobel deja una buena cuña -digna de la civilización del espectáculo-, pero sirviéndose de un maniqueísmo cuando menos ramplón.
En lo que respecta al fondo, el argumento no deja de ser curioso en boca de un liberal. En efecto, hay un progresismo histórico implícito en el adjetivo utilizado. La tesis subyacente es hegeliana, y supone que el curso de la historia es ascendente y unívoco: la humanidad mejora, y prueba de ello es que ya no vivimos en cavernas. La dificultad estriba en que el liberalismo político (al que Vargas Llosa dice adscribir) se aviene muy mal con el progresismo, y es curioso que tantas mentes caigan en esa trampa. Por un lado, suponer un curso unidireccional de la historia implica negar la libertad humana, y asumir acríticamente que ésta tiene una dirección predeterminada, como si fuéramos esclavos de fuerzas que no manejamos. Por otro lado, importa asumir una omnisciencia incompatible con el escepticismo que caracteriza al liberalismo. Si el marxista cree ser (como decía Aron) el confidente de la providencia, el liberal se define supuestamente por lo contrario. Esto exige reconocer el carácter trágico más que progresivo de la historia: no sabemos lo que va a ocurrir, y hay que ser muy cuidadosos antes de condenar el pasado en virtud de una ilusoria superioridad moral del presente y del futuro (no se han cometido ni defendido pocas atrocidades bajo el rótulo del progreso). A fin de cuentas, el progresista no se permite dudar, pues dice poseer una certeza fundamental que dota a sus juicios de infabilidad.
En sus trabajos sobre Kant, Hannah Arendt afirma que creer en el progreso es contrario a la dignidad humana. Hay allí una idea profunda, que deberíamos meditar seriamente: la idea del curso ascendente de la historia implica una especie de sacrificio constante en nombre de un futuro que sería necesariamente mejor. Sin embargo, para salir de la auténtica caverna (la platónica) es imprescindible buscar honestamente la verdad en lugar de esperar que el paso del tiempo nos ahorre el trabajo de pensar. Nada más, ni nada menos.
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