Álvaro Bisama's Blog, page 162
June 4, 2017
Mapuches millonarios
El bufón de la corte siempre podía decir la verdad, porque no se le tomaba en serio. Esto lo salvaba del destino de muchos filósofos, que por decir la verdad en serio terminaban muertos. En este sentido, los bufones de nuestra transición democrática fueron los creadores del programa “Plan Z”, que en los 90 se atrevió a mostrar con genial humor negro las manchas del “jaguar”. Al lado de ellos, Yerko Puchento, nuestro bufón actual, palidece, pues su crítica es mucho menos elaborada y llena de lugares comunes e insultos. Comparándolos, y sabiendo que cada sociedad tiene el humor que merece, da la impresión de que viviéramos en una época más tonta y más grave.
De entre todas las genialidades del programa, se podrían escribir muchas columnas sobre “Esos locos pobres”, “Instituto Aplaplac” o “Mapuches millonarios”. Pero quisiera concentrarme, por esta vez, en estos últimos. ¿Por qué resultaba divertido imaginarse una sociedad donde lo mapuche constituía la alta cultura, y lo “criollo” aparecía como algo bajo y de mal gusto? Porque las cosas operaban justamente al revés. Era divertido imaginar mapuches millonarios, además, porque no existían. Porque todos sabíamos que ser mapuche era ser pobre y subalterno.
Pero, ¿por qué no existían mapuches millonarios? Todas las sociedades humanas han sido desiguales, y si uno revisaba la historia, los mapuche no fueron la excepción. Hubo, hasta fines del siglo XIX, mapuches millonarios. Grandes señores que dominaron económicamente a los dos lados de la cordillera. Pascual Coña, en sus memorias, nos da una idea de ellos ¿Por qué 100 años después hablar de “mapuches millonarios” era un chiste?
La respuesta se encuentra en el largo y racista proceso de invasión y ocupación de La Araucanía por el Estado de Chile, que se inicia con la intervención militar inmediatamente posterior a la Guerra del Pacífico llamada “pacificación” y culmina con el proceso de “reducciones” (amontonamiento de las familias mapuche en las peores tierras de la zona, mientras el Estado le entregaba las mejores a colonos europeos) de los años 20 del siglo XX. Toda una sociedad fue arrojada a lo más bajo de la estructura social. Desde entonces que no hay “mapuches millonarios” (los señores del trigo y los de las forestales no son, sabemos, de allá). Y en ese brutal acto, que afectó a los abuelos y bisabuelos de los mapuche de hoy, se encuentra el origen de la actual pobreza de la zona, que es, en combinación con la memoria herida que explica esa pobreza, caldo de cultivo para el etnonacionalismo, la insurgencia y el violentismo.
¿Se sigue de esto que hay que apoyar todas las reivindicaciones o justificar todos los actos que se hagan en nombre de los mapuche? ¿Que hay que idealizarlos como víctimas sagradas? No, por cierto. Esa es solo otra forma de no hacerse cargo del problema. Pero conocer y reconocer el origen de la situación vivida es la base para cualquier búsqueda de soluciones. Negar o minimizar esa historia, en cambio, es comenzar el diálogo sin entender de lo que se habla y escupiendo, por enésima vez, sobre un interlocutor ya humillado.
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June 3, 2017
Alguien te escucha
TE SIGUE, acecha y tiene en la mira. Le pasa a uno algo así, y en Chile parece dar lo mismo, se piensa que es algo exótico, de no creer, poco menos que de película. Si incluso cuando ocurren atentados a la intimidad ni siquiera nuestros expertos logran ponerse de acuerdo al respecto. Consultado Jorge Burgos por lo del micrófono en la Sofofa, se limita a mirar para atrás y, pues nada, afirma: “Tengo poca memoria que espionajes de este tipo sea de común ocurrencia en Chile”. Felipe Harboe al menos concede que “puede ser más común de lo que parece”. Es decir, se topa uno con comentarios como los anteriores y probablemente termina dudando que se llegue a saber la firme alguna vez, y eso que, en esta ocasión, habría afectado a gente poderosa.
El asunto, digan lo que digan, no es como para que lo tomemos livianamente. Tuvimos una muy larga dictadura; hubo “sapos” y soplonaje que aconsejaba cuidarse con lo que se decía. Tanto entonces como después figuras políticas han sido captadas más de alguna vez en situaciones comprometedoras. Y, es muy dudoso que a alguien se le ocurra comunicarse, hoy en día, con igual soltura por teléfono o Internet que en privado. No en un país en que no es inusual poseer más de un celular (algunos parlamentarios disponen hasta más de 14), y en que los niveles de confianza son bajísimos.
No seamos ingenuos. Si de lo poco que ha trascendido y entiende del caso en comento, hay un par de cosas que saltan a la vista: que la Sofofa se tomó varios días en avisar a la autoridad pública (por motivos que tendrían que especificarse); que se prefirió recurrir a investigadores privados (i.e. servicios de este tipo existen); que estamos en un año electoral (siendo la elección en serio no la gremial); y que se ha producido un hecho noticioso aunque algunos lo presenten como freak o baladí.
Vivimos, además, en un mundo en que las filtraciones están al orden del día, algunas masivas y muy delicadas. Se hacen públicas bases de datos de toda índole, en algunos casos divulgándose informaciones que afectan relaciones entre gobiernos (WikiLeaks, los rusos y la campaña de Clinton, transcripciones de conversaciones entre Trump y su par filipino, datos que ponen en jaque investigaciones terroristas en curso como lo de Manchester); se recurre cada vez más a material almacenado para proceder a indagatorias judiciales; y nuestra tecnología de punta permite un seguimiento de cualquiera en pantalla como nunca antes.
El efecto “panóptico” que Foucault detectara a partir del siglo XVIII se ha perfeccionado. Somos cada vez más visibles, objeto de observación, a la par que nos percatamos menos de cuándo se nos vigila y cuándo no, permitiendo un mayor disciplinamiento social. Obviamente, plantar un micrófono solitario es anacrónico hoy día habiendo medios más eficaces, lo que no resta que pueda servir de amedrentamiento. Cualquiera su intención específica, este dispositivo estaba destinado probablemente a ser descubierto; alguien se propuso recordarnos que se espía en Chile.
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June 2, 2017
Reina por un día
LA PRESIDENTA aprovechó su última cuenta anual para intentar salir por la puerta ancha. En síntesis, dijo que cuando llegó, encontró un Chile con malestar profundo, que hoy el país es mejor que ayer, y que los que sueñan con volver atrás se encontrarán con la fuerza de un país entero que apoya sus cambios.
Bueno, al día siguiente, la realidad pulverizó todos sus pensamientos, mostrando un diagnóstico totalmente distinto. De acuerdo a la encuesta CEP, la gente está mucho más molesta que antes, piensa que el país está peor y que la mayoría quiere volver atrás. Prueba de ello es que casi nadie está contento con su gestión y la mayoría cree o quiere que Piñera sea el próximo presidente. El candidato deja muy atrás a los que quieren continuar la obra de este gobierno (Guillier y Goic) y casi no considera a los que pretenden ir aún más a la izquierda, como Beatriz Sánchez.
Bachelet sabía que la encuesta CEP saldría al día siguiente de su discurso. Y no había que ser un genio para saber que saldría mal evaluada. Ella, sin embargo, en vez de protegerse, optó por ser reina por un día. Que su último discurso fuera épico, aunque la realidad le dijera otra cosa. En suma, morir con las botas puestas.
¿Se derechizó Chile? Nada indica que ello sea así. El problema es que la coalición gobernante se fue a la izquierda, pensando que ello era lo que quería la gente, y nadie compró aquello. Por eso, el castigo a este gobierno no es solo porque hace mal las cosas, a estas alturas un dato de la causa. El verdadero problema es su mal diagnóstico. Nadie quería virar a la izquierda. La mejor prueba de ello es la misma Bachelet. En su primer gobierno, con ideas menos radicales, terminó con un 78% de aprobación. Hoy, solo tiene un 18%. La gente no cambió; cambió ella.
Esa es la verdadera fuerza que tiene a Piñera ad portas de ser presidente. No es solo porque esperan una mejor gestión -otro dato cierto-, sino también porque esperan que haya un cambio profundo en la ideología que representó Bachelet en estos años.
Por eso, la CEP no solo está proyectando una derrota de los candidatos de izquierda, sobre todo los más radicales del Frente Amplio; hay algo más profundo: la casi nula sintonía que tiene la gente con el discurso del descontento que se quiso imponer. Y menos que sea el Estado el que dicte las reglas de todo, dejando relegada la libertad individual a segundo plano.
En su primer gobierno, Piñera ganó por el desgaste de la Concertación. Esta vez, ganará porque la Nueva Mayoría abandonó las ideas que con éxito guiaron al país desde que regresó a la democracia, al punto que llegaron a despreciar ese legado, incluyendo el primer mandato de Bachelet.
Bueno, la historia les pasó la cuenta más temprano que tarde. Porque los gobiernos duran cuatro años, pero el actual, si fuera por popularidad, debió haber terminado hace rato. Como sea, cuando ya quedan pocos meses, la cosa parece estar más clara que nunca. La gente quiere cambios, pero no los que prometió Bachelet. Quiere lo que hoy promete Piñera, que es justo lo contrario.
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El orden público económico
CONSTITUIRÍA UNA hipocresía ignorar que existen inquietudes y aprehensiones respecto del tema del orden público económico y los contenidos que sobre él posea una nueva Constitución.
Hay quienes ven en el proceso constituyente y su desenlace una amenaza al tipo de economía que ha caracterizado al país durante algo más de un cuarto de siglo, amenazas cuya concreción en el extremo implicarían una regresión hacia modelos de economía hoy simplemente anacrónicos.
Obviamente, carece de sentido predecir los contenidos específicos respecto del orden económico que asumirá una nueva Constitución. Todo proceso de deliberación democrática supone un grado de indeterminación, cuya ausencia implicaría la negación de ese carácter democrático del proceso. No obstante, hay antecedentes suficientes que permiten desechar la existencia de esas amenazas.
La economía chilena contemporánea se organiza en términos de dos pilares institucionales fundamentales: el mercado y el Estado.
Si se estudian las diversas visiones que sobre el orden económico existen hoy en Chile, los estudios se toparán solo en casos muy excepcionales con visiones que contradigan ese tipo de economía que articula mercado y Estado.
Puesto de otra manera, visiones o concepciones que postulan sea una economía de comando central donde solo hay Estado, o una economía libertaría donde solo existe mercado, son concepciones que en el mejor de los casos habitan en los márgenes ideológicos de la sociedad.
El desafío en realidad no es debilitar uno en favor del otro, sino, si se me permite plagiar una formulación que creo que expresa mejor que ninguna lo que es deseable, aspirar y trabajar por más y mejor mercado, y por más y mejor Estado.
Contrariamente, creo que esta deliberación democrática sobre las bases del orden público económico, vaya a descarriarse y se traduzca en la aniquilación de una combinación virtuosa de mercado y Estado.
Contrariamente, creo que esa deliberación democrática puede abrir importantes oportunidades para explorar e identificar fórmulas institucionales que posibiliten respuestas eficaces a diversos problemas que hoy nos plantea la operación de nuestra economía.
Pienso en temas y los consiguientes desafíos que plantean;
1.La protección y estimulación de la libre competencia, y las bases institucionales requeridas para su regulación.
2.La protección de los derechos de las personas en cuanto consumidores, usuarios de servicios financieros, de prestaciones de salud, de servicios educacionales, y en general en cuanto a la regulación de las relaciones entre personas y empresas.
3.La identificación de bases institucionales claras y eficientes que sustenten la regulación de procesos productivos y sostenibilidad medo ambiental.
4.Una definición moderna del principio de subsidiariedad que permita una acción estatal en áreas como políticas industriales, investigación y desarrollo, incentivo del emprendimiento.
La lista puede constituir una buena expresión sobre cómo superar la idea de un debate que básicamente es un riesgo para la economía por una visión que busca definirlo como uno que abre oportunidades para arribar a una arquitectura cuyos pilares son el mercado y el Estado.
Ya existe hoy un orden público económico, y ciertas instituciones básicas de origen constitucional, como la existencia de un Banco Central autónomo, constituyen piezas claves de ese orden y su operación.
El desafío reside entonces en identificar principios y normas de rango constitucional que posibiliten una mucho mejor articulación de mercado y Estado. Ahora ese debate debe ser sobre la base de propuestas en que prime la sensatez, la coherencia y por el contrario evitar prometer cosas que no cuadran presupuestariamente.
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Violencia política mapuche
¿ES TERRORISMO la quema de un camión en la carretera? Convencido estoy de que no. Es básicamente un ataque contra propiedad privada, con móviles que van desde el vandalismo a la protesta política, sin olvidar por supuesto el “cobro de seguros” como se ha demostrado judicialmente en al menos media docena de casos.
Lo acontecido desde hace años en la Ruta 5 Sur creo trata básicamente de protesta política mapuche. Violenta, por cierto; condenable, también, pero en ningún caso terrorismo. Como tampoco lo fue en junio de 2007 la quema de once buses en el acceso a la mina El Teniente de Codelco por parte de trabajadores subcontratistas en huelga.
Nadie en el gobierno o los gremios habló entonces de terrorismo. Pese a la magnitud del atentado, tampoco se aplicó la Ley de Seguridad Interior del Estado, que sanciona duramente a quien atente contra medios de transporte. Bastó con la ley general.
Tras la investigación penal, solo un trabajador resultó condenado por los sabotajes; cinco años y un día por el delito de “incendio simple”. Jamás puso un pie en la cárcel. Alcanzada a través de un procedimiento abreviado, cumplió su condena firmando.
¿Por qué se habla entonces con tanta facilidad de terrorismo al sur del río Biobío? Alguien podrá argumentar que en Codelco no se queman buses todas las semanas. Y que en La Araucanía los camiones siniestrados superan los doscientos en la última década.
Es verdad. Pero Codelco no está todas las semanas en huelga. Ni los subcontratistas enfrentados a diario con Carabineros. Ello sí acontece en algunas zonas de La Araucanía y Biobío. El conflicto allí es permanente. Y en zonas militarizadas como Ercilla hasta cotidiano. Por algo los medios la bautizaron como “Zona Roja”.
Hay quienes argumentan, por otro lado, que basta “producir en la población o en una parte de ella el temor justificado de ser víctima de delitos de la misma especie” para que sea terrorismo. Es lo que dice textual la subjetiva Ley Antiterrorista.
Pero el temor es inherente a cualquier delito. Es lo que siente cualquier santiaguino respecto de los portonazos. O un sureño que transita por el Paseo Ahumada respecto de timadores y carteristas de diversa calaña. Tal vez por ello la propia ley establece, a continuación, que no se trata de cualquier temor. Y tampoco de cualquier delito.
Para el caso de los camiones, debe tratarse de alguno de los delitos que enumera el artículo 2 inciso 4: “Colocar, enviar, activar, arrojar, detonar o disparar bombas o artefactos explosivos o incendiarios de cualquier tipo, armas o artificios de gran poder destructivo”.
¿Se usaron en Pidima complejas bombas o artefactos de “gran poder destructivo”? No que sepamos. Es quizás la misma duda razonable que han tenido los jueces que, en abrumadora mayoría de casos, han absuelto desde 2001 a los mapuche acusados mañosamente por dicha ley.
No, en el caso de los camiones no podemos hablar de terrorismo. Hacerlo es irresponsable. Y un acto de discriminación y racismo, como estableció la Corte Interamericana de Derechos Humanos en su fallo condenatorio contra Chile de 2014 tras analizar las únicas ocho condenas por dicha ley contra dirigentes mapuche.
En la sentencia, la Corte concluyó que Chile violó el principio de legalidad y el derecho a la presunción de inocencia. También el principio de igualdad y no discriminación al utilizar los jueces en sus sentencias “razonamientos que denotaban estereotipos y prejuicios”.
Insisto, estamos ante casos de violencia política mapuche, no de terrorismo. Al menos no todavía. Y es que político es el conflicto en el sur. Y político debe ser también su abordaje. Es hora de que en La Moneda y el Congreso lo vayan de una buena vez entendiendo.
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Terrorismo: una realidad
EN FORMA reiterada señalamos, en las cientos de charlas que realizamos a lo largo del país, que el peor de los escenarios para los habitantes de la región de La Araucanía era precisamente que las cosas se mantuvieran tal como lo han estado en los últimos 20 años.
Hoy vemos con gran esperanza que las cosas están cambiando y lo que otrora fuera una lucha constante de parte de los gremios, de las víctimas y de cuanto grupo o asociación relacionada con este conflicto, en demostrar la existencia del terrorismo en el sur de Chile, hoy es una realidad. Se ha reconocido por el gobierno de turno y por un sector político con las más claras opciones de obtener el favoritismo del electorado y en definitiva convertirse en gobierno en los próximos meses, la existencia del terrorismo instalado en nuestra región.
Somos testigos de cómo esta simple y no menos grave situación ha sido objeto de sendos debates en el diario devenir de la vida política nacional y ya es un tema país y por qué no de Estado.
Para los sectores más cercanos a la izquierda política, que constantemente intentan en vano convencer a la ciudadanía de que el cúmulo de los graves atentados de que somos víctimas o espectadores no constituyen terrorismo, solo queda agradecer que con su miopía han obligado a los sectores que durante años guardaron un conveniente silencio en estas materias, a tomar partido y definir de una vez y por todas, una posición, la que gracias a Dios, hoy se condice con el más elemental y mínimo ejercicio de sentido común: cuando algo camina como león, huele a león, duerme como león, se declara león y ruge, solo queda concluir que es un león y sostener lo contrario solo demuestra la necedad de algunos sectores políticos que hace mucho rato perdieron el rumbo y el afecto del electorado.
Cuando la dramática narración de la realidad que diariamente nos sorprende con titulares que dan cuenta de cientos de atentados terroristas en el sur del país y la evidencia resulta de tal fuerza de convicción, no se requiere consultar los conceptos desarrollados por organismos internacionales y primeramente tenemos que atenerlos a las normas vigentes y de general aplicación en un país.
Es del caso que el art. 1 de la ley 18.314 que sanciona las conductas terroristas, nos da todos los elementos necesarios para poder distinguir cuando un acto es o no terrorista, señalando que “cuando el hecho se cometa con la finalidad de producir en la población o en una parte de ella el temor justificado de ser víctima de delitos de la misma especie, sea por la naturaleza y efectos de los medios empleados, sea por la evidencia de que obedece a un plan premeditado de atentar contra una categoría o grupo determinado de personas, sea porque se cometa para arrancar o inhibir resoluciones de la autoridad o imponerle exigencias” estaremos frente a conductas que pueden ser calificadas como terroristas.
Pretender desatender el tenor de la ley por quienes hoy se postulan al sillón presidencial, resulta más grave y preocupante incluso de lo que ocurre en La Araucanía, por cuanto nace la legítima duda respecto de cuántas normas de nuestro ordenamiento son capaces de desatender, si éstas no sirven a sus fines políticos.
El problema queda planteado y la pregunta que sigue parece casi obvia, sobre todo en épocas electorales: ¿y ahora qué?
En este escenario, pareciera que lo pertinente y serio será proponer una salida a la violencia y necesariamente en forma conjunta una salida política a esta olla de presión que hoy solo tiene como válvula de escape la violencia terrorista.
Después de 20 años de violencia terrorista, donde muchos lo han perdido todo, donde se ha atentado contra la vida, la libertad, la propiedad y contra la moral de las personas que habitan el sur, hoy esperamos no solo ver coaliciones de gobierno o candidatos codolientes en este tema, sino que ver plasmados en sus programas y propuestas de gobierno la necesaria solución que se propone, como consecuencia lógica del diagnóstico.
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Días de cuentas
Tres “cuentas” tuvimos este final de semana: la de Adimark, la de Bachelet, la del CEP.
La de Adimark auguraba un día positivo para la izquierda. La presidenta recuperaba su adhesión. En la suma, Sánchez y Guillier superaban a Piñera, Ossandón y Kast. Luego vino la sorprendente cuenta de Bachelet, evidenciando que aún cabe esperar que emerjan, desde la Nueva Mayoría, una mística y una narrativa capaces de otorgarle sentido a unos resultados, en realidad, mediocres. El diagnóstico que le dio el triunfo a esa alianza, de una nación desigual y desintegrada, volvió a aparecer con elocuencia en el tono desafiante de la presidenta y las referencias a su país imaginario. Ella acertó en un punto indesmentible: las reformas de la Nueva Mayoría, aunque criticables, vienen a modificar el horizonte dentro del cual se moverá la política de los próximos años.
La semana parecía terminar, así, bien para la izquierda. Pero, el viernes, la encuesta del CEP vino a darle un justo baño de realidad a los insuflados por los datos y el discurso con tono de arenga. La adhesión a Bachelet queda por el suelo, bajando al 18% (en Santiago el apoyo se reduce a un paupérrimo 13%). Y en las presidenciales, la centroderecha le gana a la izquierda en primera vuelta y en segunda. En todo caso, los resultados no son demasiado holgados, de tal guisa que la rueda de la fortuna sigue girando. Eso, dentro de un contexto en el cual el Frente Amplio rezuma vitalidad, vanguardismo discursivo y práctico, y la gris y vacilante candidatura de Guillier ha resultado sorpresivamente apuntalada desde las honduras del alma de la Nueva Mayoría.
¿De dónde le vendrá a la derecha la fuerza que necesita para remontarse sobre sus hombros y consolidar su mayoría? Y, especialmente, ¿de qué fuente extraerá el saber necesario para -si llega a ganar- conducir la discusión política, mantener la adhesión popular y contribuir eficazmente a modificar virtuosamente el horizonte de sentido del país del futuro? Las respuestas son difíciles de encontrar. Hay un asunto, empero, en el que ese sector no puede omitirse, si quiere alcanzar la altura de visión y praxis que exige el momento actual, a saber: la renovación ideológica.
Algo se ha hecho, especialmente en los partidos, pero no se advierte en las candidaturas un discurso comparable al del Frente Amplio ni al de la Nueva Mayoría. Salir del papel de conglomerado retardatario exige desarrollar una comprensión específicamente política, no sólo económica, de la situación. En ella debe volverse nítida, al menos, la relevancia de dos principios. Por un lado, uno republicano, que aboga -contra el revolucionario- por la libertad y -para resguardarla- por la división del poder, incluida la división del poder social entre el Estado y una economía privada fuerte. El desplazamiento completo del mercado de áreas enteras de la vida social significa concentrar todo el poder -político y económico- en manos del Estado; en Chile: del gobierno de turno. Con esa concentración, las condiciones de la libertad son dañadas. Por otro lado, ha de afirmarse un principio integrador o nacional, atento a la realidad concreta del pueblo en su territorio, que asuma decisivamente la tarea de superar las exclusiones y diferencias más graves, y avanzar hacia la conformación de una manera de ser de ese pueblo más colaborativa y comunitaria.
Si una tal concepción política no cuaja, difícilmente las propuestas y medidas de la centroderecha, por promisorias que parezcan, lograrán evitar su fracaso, sea en las elecciones, sea ya en el gobierno.
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Brasil: realismo mágico
La difusión de la grabación según la cual supuestamente el presidente Michel Temer avala pagos, para evitar que el depuesto presidente de la Cámara de Diputados del Brasil (Eduardo Cunha) “hable” y perjudique sus intereses, desató una crisis política de proporciones, luego de sólo 13 meses que la ex-presidenta Dilma Rousseff fuera depuesta también de su cargo por corrupción y reemplazada por él. Parece ficción insertada en la realidad, tal cual la famosa corriente literaria latinoamericana.
El efecto de cortísimo plazo fue la estrepitosa caída de los precios de los activos brasileros que se trajo abajo al resto de los de América Latina. Las acciones brasileñas cayeron más de 16% en dólares al día siguiente de la noticia, medidas por el ETF EWZ, que replica el índice accionario MSCI Brasil. Por su parte, la bolsa de Sao Paulo se desplomó 8.8%, y el real se depreció 7% dicho día.
El EWZ se ha recuperado 6.5% desde su mínimo de este episodio, aunque aún está 10.9% por debajo del nivel pre-escándalo.
A poco más de dos semanas de la difusión de la grabación, se han sucedido una vorágine de eventos y potenciales desenlaces, ampliamente difundidos y analizados desde diversos ángulos.
El escenario base más “benigno” es que Temer deje el poder en el menor tiempo posible. La vía más rápida –y que sería viable- es insólitamente, un juicio en el que el Tribunal Supremo Electoral invalide las elecciones de 2014 por financiamiento ilegal de la campaña “Dilma – Temer”. Juicio que ya estaba en curso desde antes, en pausa desde abril pasado, y que se reanudaría el próximo martes 6 de junio y debiera finalizar el viernes 9 del mismo mes. Cabe la posibilidad que se vuelva a postergar, lo que dilataría este escenario por semanas…o meses.
Los otros 3 escenarios que sacarían a Temer del poder son (i) la renuncia (a la que Temer, al menos en sus declaraciones públicas, se niega); (ii) un juicio en la Corte Suprema de Justicia o (iii) un nuevo impeachment. El primero parece improbable y los otros dos tardarían demasiado, para resolverse probablemente ad portas a la elecciones presidenciales de 2018.
La siguiente etapa es que si Temer abandona la presidencia, se llamaría a elecciones indirectas en el Congreso. En éstas, la coalición de PMDB/PSBD (dominante en el Congreso) no tendría mayores dificultades para elegir a un gobernante que continúe en la línea de las reformas pro crecimiento y de convergencia fiscal.
Más allá de lo político, en lo que a los fundamentos de la economía y el mercado brasileño respecta, un atraso significativo en la agenda de reformas es perjudicial, por lo que mientras más rápido se produzca el desenlace, mejor. En cuanto a la senda en que está parada la economía brasileña hoy, es considerablemente más sólida que hace un año atrás. El PIB brasileño pasaría de haberse contraído 3.6% en 2016 a crecer 0.2% en 2017 (FMI) y los indicadores líderes (anticipan la actividad en los próximos 6 a 12 meses), ya están en terreno de expansión. Otro flanco significativo, la inflación, pasó de 9.3% anual en diciembre de 2016 a 4.1% actualmente, lo que ha permitido al Banco Central bajar tasas y estimular la actividad. De hecho, la tasa de política monetaria pasó de 13.75% a 10.25% en el mismo período.
Los precios de los activos brasileños se recuperaron de las caídas iniciales y se mantienen estables. El análisis de flujos sugiere algo similar. La semana siguiente al escándalo entraron más de 750 millones de dólares a fondos accionarios brasileños (casi la totalidad de lo que entró a América Latina).
A pesar de la incertidumbre y escasa visibilidad, los mercados parecen estar otorgándole el beneficio de la duda a Brasil, de acuerdo al alza observada en los precios de las acciones de casi 100% desde los mínimos alcanzados a principios de 2016 (pre impeachment de Rousseff).
El mercado nos está señalando que este episodio es sólo un paréntesis en un necesario proceso de ordenamiento fiscal y de reformas estructurales pro crecimiento.
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El populismo peruano
A diferencia del mundo desarrollado, donde hoy se asocia al populismo con la derecha (el nacionalismo, el proteccionismo y la xenofobia), en América Latina esta palabra evoca más bien a regímenes o gobiernos de izquierda, dictatoriales o democráticos.
Una excepción es el Perú. Allí, si bien existe un populismo de izquierda, actúa también una derecha populista que conspira contra el progreso. En ella participan el fujimorismo –heredero de la dictadura de los 90—, varios medios de comunicación, el cardenal y ciertos personajes públicos que uno no sabe dónde situar profesional o moralmente.
Este sector ha existido desde el retorno de la democracia, pero ahora tiene algo de lo que carecía: una mayoría parlamentaria aplastante. Su misión es destruir al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y luego llegar al poder. Ya han tumbado a dos ministros (el primero, el de Educación, al poco tiempo de estrenado el gobierno y el segundo, el de Transportes y Comunicaciones, hace pocos días) y apuntan contra un tercero, el de Interior, cuyos logros en seguridad ciudadana, todavía insuficientes pero ya cuantificables, suponen para el populismo de derecha una competencia o “dumping” político desleal.
Al primero de los ministros lo liquidaron con pretextos pueriles y al segundo, que además es Vicepresidente, por tratar de mejorar un contrato firmado por el gobierno anterior.
Si esto sucediese en el contexto de un repunte de la inversión privada, sería menos grave. Pero ese repunte no se produce, en parte por la crispación que provoca el populismo fujimorista. Otra parte de la culpa la tienen el entorno latinoamericano, el insuficiente atractivo de las materias primas en esta etapa del ciclo y el desasosegado ambiente internacional.
Kuczynski ha empleado hasta ahora la estrategia de la paciencia, respondiendo con baja intensidad a sus adversarios y tratando de ganar tiempo porque piensa que a la larga este ruido político no impedirá el avance de su proyecto y el éxito de su gestión.
Desde el inicio se le plantearon a Kuczynski tres posibilidades de cara a la mayoría opositora. Una: la confrontación temprana, que lo beneficiaba porque la virginidad de su gestión le garantizaba el respaldo mayoritario del país, especialmente del antifujimorismo, pero podía consumir las energías de su gobierno. Dos: la confrontación tardía, que podía ayudarlo a ganar tiempo al comienzo, aunque implicaba el riesgo de llegar a ese momento de definición sin la fuerza política de la primera hora. Tres: no caer en la confrontación ni temprano ni tarde y dejar que la gestión se defendiera sola.
Ya es tarde para la confrontación temprana. Esa oportunidad existió con motivo de la moción de censura contra el primero de los ministros, cuando Kuczynski pudo haber hecho “cuestión de confianza” y forzado, dentro de la Constitución, la caída de dos gabinetes para convocar nuevas elecciones parlamentarias. Ahora quedan dos opciones. Ambas tienen riesgos, pero una cosa está clara: el populismo peruano, ensoberbecido, avanza, contribuyendo a debilitar las instituciones de la democracia, el clima de convivencia y la posibilidad de éxito del gobierno.
¿Qué hacer? La respuesta viene dada por la propia dinámica de los acontecimientos. El populismo fujimorista ha declarado una guerra política a Kuczynski y a los defensores de la democracia. Cada vez que hizo esto mismo desde el año 2001, fue derrotado. Por tanto, es posible volver a hacerlo. Pero la primera condición es entender lo que está en juego, sacar las conclusiones adecuadas de lo que sucede y tener el fuego en el estómago –como dicen los gringos- para acudir a la cita de combatientes. Todavía eso no ha ocurrido y no es seguro que ocurra.
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La verdad sin dudas
Me abruma la cantidad de personas confiadas en sus ideas y creencias. Son personas que han resuelto grandes problemas con palabras. Saben y opinan con aplomo de cualquier asunto que se les pregunte. Son demasiadas las certezas políticas, científicas y filosóficas. Pero, sobre todo, están las tablas de la leyes económicas que se perforan cada semana, no obstante, siguen inmaculadas. Está claro: las dudas no están de moda, son consideradas ofensas, pese a que vivimos diariamente incógnitas domésticas y disyuntivas morales en todos los planos de la vida.
Es comprensible el anhelo de seguridad que se satisface con verdades. Aferrarse a una fe es una forma de navegar en la realidad. Las creencias absolutas permiten definir el bien y mal, y anulan los equívocos, se supone. Para muchos son un respiro a la soledad. Las certezas prefiguran el futuro y explican el presente; las creencias religiosas refieren a la muerte y sus consecuencias. Quienes poseen la verdad no necesitan escuchar a los otros con detención, les parece innecesario. Mejor instruyen a los suyos, recriminan a sus adversarios y enaltecen sus dogmas. Por supuesto que no requieren intelectuales que cuestionen. Son una peste inconducente. El ejercicio de la crítica lo ven como una práctica resentida o un vestigio burgués. Poco les importan las formas, el cómo están escritas o dichas las frases, lo que pesa es cuan alineados están con el mundo descrito por sus certidumbres.
En el espacio político cada uno anda convencido de su verdad. Les da lo mismo que sean muchos los que no la comparten y les da igual ganar o perder las elecciones. Es posible que quienes nos gobiernen de aquí en adelante profesen el convencimiento obstinado, según el cual el error y la irresponsabilidad prosperan en la disidencia.
En lo personal, un paisaje intelectual repleto de apoderados y ortodoxos me aburre. Recuerdo que Raúl Ruiz indicaba que en Chile primero se opinaba y después se pensaba. Hay exceso de juicios y falta el humor. La historia indica que el arte y la literatura adelgazan cuando abandonan la libertad y lo enigmático para adoptar caricaturas o ilustrar causas pasajeras o nobles. Las obras que perduran exploran zonas donde lo incierto y lo sensible se fusionan, donde las contradicciones remiten a la complejidad del carácter humano. Lo impredecible es una constante en el arte, así como el deseo y la tensión por liberarlo. La falta de control sobre la muerte es otra obsesión de quienes han develado los escondrijos de la existencia. Sí, son éstos y otros enigmas los que nos angustian y movilizan sin darnos cuenta.
Debo reconocer que mi afición a la duda ha ido más allá de lo que yo mismo pude tolerar en algún momento de mi vida. Cuando joven alenté mucha interrogante respecto de nimiedades que otros daban por zanjadas. Terminé en el psiquiatra y con diagnóstico. El exceso de escrúpulos es una forma de locura, una neurosis que no deja vivir tranquilo. Paul Valery escribió La idea fija para contar lo que implica la duda cuando deja de ser un método intelectual y se convierte en una pulsión.
Es curioso que en tiempos de suspicacia y corrupción muchos requieran confiar. Por eso aparecieron los amos de las convicciones. A mí me basta con tener unas pocas certezas. Las llevo en la piel. Son pocas pero íntimas. Las demás, las que dicta la razón, la historia o la experiencia me parecen lábiles. Siempre podrán ser cuestionadas y siempre irán mutando con la coyuntura. El resto son dogmas dictados por la religión o la ideología.
Nada mejor que volver a leer a los maestros de la sospecha para resistir la avanzada de censores y fanáticos del discurso apropiado y de moda. En particular a Nietzsche, que explica en breve los resortes del poder que residen en aquellos que sentencian en público y sin pudor. En El ocaso de los ídolos, afirma que “en todos los tiempos se ha querido reformar al hombre: esto es la moral por sobre todas las cosas”. Y que ese intento siempre se ha traducido en un esfuerzo por domesticar -“perfeccionamiento” lo llaman- al que piensa distinto.
La entrada La verdad sin dudas aparece primero en La Tercera.
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