Álvaro Bisama's Blog, page 160
June 5, 2017
Servir a los ciudadanos, esa es la cuestión
¿Qué sensación experimenta un usuario de FONASA que tiene que esperar seis meses para una intervención que necesita con urgencia? ¿O una persona que debe enfrentar largas esperas en un paradero para tomar el bus del Transantiago que le sirve para llegar a su trabajo o para volver a su hogar? La experiencia de esas personas afecta su confianza en las instituciones, afecta su confianza en el gobierno y en la capacidad de respuesta que este tiene frente a sus necesidades más básicas. ¿Se puede hacer algo para recuperar la confianza de los ciudadanos en lo público?
La confianza es un factor clave para el desarrollo del país, así lo planteamos en un estudio en 2015, cuando ya se hablaba de la “crisis de confianza” en Chile. Por definición, los problemas públicos son complejos y no se resuelven sólo con mayor regulación, prestación de un servicio, aumento en el financiamiento o la creación de una nueva institución. Se requiere del compromiso y participación de todos los actores.
Los dos ejes de los que depende la confianza son la integridad –es decir, la adhesión a ciertas normas éticas por parte del actor en quien se confía– y de la competencia técnica para cumplir que se espera del otro. En el último año varias leyes han avanzado en el ámbito de la probidad, lo que sin duda es una buena base para el futuro, pero no es suficiente pues aún faltan diversos aspectos en su implementación. Lamentablemente, también hemos presenciado la formulación de varias políticas públicas con un importante nivel de improvisación, lo que redunda en una baja confianza en las soluciones que a través de estas se proponen.
Un reciente informe de la OECD reporta que en la última década la confianza en el gobierno y los organismos públicos ha disminuido en casi todos los países miembros, lo que es coincidente con los datos que tenemos para Chile. Situaciones de corrupción, conflictos de interés y falta de transparencia, junto a baja capacidad de respuesta de los servicios públicos son algunas de las causas asociadas a esta crisis de confianza en los gobiernos.
Los estudios de la OECD entregan evidencia clara: cuando los ciudadanos están más satisfechos con los servicios públicos esto redunda en que tengan una mayor confianza en las instituciones públicas y el gobierno. El acceso a servicios públicos es clave para el desarrollo económico y social, y juega un rol importante en formar las actitudes de confianza hacia las instituciones públicas. En este sentido, el mejorar la capacidad de respuesta de los servicios debería ser el objetivo principal de la modernización del Estado. Así cobra relevancia el diseño de servicios públicos centrado en los usuarios, una metodología muy utilizada a nivel internacional y que en Chile está siendo usada por el Laboratorio de Innovación Pública, LIP UC, que colabora con organizaciones públicas para mejorar la calidad de los servicios que prestan a la ciudadanía haciendo partícipes a los ciudadanos, directivos y funcionarios responsables de los servicios. Avanzar en este sentido podría ser una de las vías para recuperar la confianza de los chilenos en las instituciones y servicios con los que día a día tienen que lidiar.
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Sale Estados Unidos y entra… ¿quién?
En mi columna de la semana pasada analicé una de las mayores sorpresas de la política internacional de estos tiempos: la decisión de Estados Unidos de ceder unilateralmente espacios de poder en los que hasta ahora había gozado de un claro liderazgo. Concluí esa columna preguntando: ¿quién llenará estos vacíos de poder? Anticipé que no sería China. Tampoco creo que sea Rusia. ¿Entonces, quién?
Cuando escribí esa columna no sabía que, pocos días después, el Presidente Donald Trump anunciaría su decisión de retirar a EE.UU. del Acuerdo de París sobre el cambio climático, uniéndose así a Nicaragua y Siria, los dos únicos países que no lo firmaron.
Esta iniciativa de Trump ilustra bien el raro fenómeno de una superpotencia que cede poder sin que se lo quiten sus rivales. El ex secretario de Estado John Kerry la calificó de “grotesca abdicación de liderazgo”. Fareed Zakaria, un respetado analista, dijo que ese día Estados Unidos había renunciado “a ser el líder del mundo libre”.
Las reacciones a la salida de EE.UU. del Acuerdo de París también revelan incipientes pero interesantes tendencias. Miguel Arias Cañete, el comisario europeo de Acción por el Clima, dijo que la decisión de Trump “ha galvanizado” a los europeos y prometió que el vacío creado por EE.UU. sería llenado por “un nuevo, amplio y comprometido liderazgo”.
En EE.UU., tres gobernadores, 30 alcaldes, 80 rectores universitarios y los directivos de más de 100 grandes empresas anunciaron que llevarían a la ONU un plan conjunto para que su país cumpla con las metas de reducción de emisiones indicadas en el acuerdo aunque la Casa Blanca no lo apoye. Y en China, Shi Zhiqin, investigador del centro Carnegie-Tsinghua, pronosticó: “Si bien el gobierno de Beijing solo puede expresar su pesar por la acción de Trump, China va a mantener sus compromisos y cooperar con Europa”.
Así, el liderazgo en este campo está pasando de la Casa Blanca a las autoridades regionales y locales, a las empresas y a la sociedad civil. Y de EE.UU. a Europa y China.
Pero la lucha contra el calentamiento global no es el único ámbito donde EE.UU. se está replegando. Otro, y muy importante, es Europa. Esto lo hizo muy explícito Angela Merkel después de sus recientes contactos con Trump: “Los tiempos en los cuales podíamos contar con otros han terminado, tal y como lo he experimentado en estos últimos días. Los europeos debemos tomar el destino en nuestras propias manos”.
Es una interesante ironía que, sin quererlo, Trump pueda estar contribuyendo al resurgimiento geopolítico de una Europa que él desdeña y que ha estado agobiada por sus problemas económicos e institucionales, por la crisis de los inmigrantes, así como por el terrorismo islamista y el expansionismo ruso. Pero aún más importante es el espacio que se le abre a China para aprovechar el vacío dejado por la retirada de Estados Unidos.
Este declive de la influencia internacional de EE.UU. antecede a la llegada de Trump, aunque sus decisiones iniciales, como sacar al país del Acuerdo de París o del TPP, acelerarán el proceso.
¿Será entonces China el nuevo líder que dominará el mundo?
La expectativa de que así sea ignora importantes realidades que limitan la capacidad hegemónica del gigante asiático. Si bien China es una potencia económica y militar, también es un país muy pobre que enfrenta severos problemas sociales, financieros y medioambientales. Su modelo político tampoco parece muy atractivo para los ciudadanos de otros países. Esto no quiere decir que China no vaya a tener un claro liderazgo en algunos temas globales -como el cambio climático, por ejemplo-, o una enorme ascendencia en partes de Asia. O que no vaya a formar parte de las decisiones que afectan al mundo entero.
Pero una cosa es formar parte de las decisiones y otra muy distinta es ser quien las toma. Todo indica que hemos entrado en una era poshegemónica en la cual ninguna nación tendrá el dominio del mundo, como solía suceder antes. Desde esta perspectiva, la retirada de Estados Unidos no implica su irrelevancia. No será la superpotencia que solía ser, pero tampoco dejará de tener poder. El Pentágono, Wall Street, Silicon Valley, Hollywood y sus universidades continuarán siendo inmensas fuentes de influencia internacional.
¿Y la Casa Blanca? Menos que antes.
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El fenómeno del bajo apoyo a Goic
Si en algo coinciden las tres encuestas de mayor figuración pública: CEP, Cadem y Adimark, es en el bajo apoyo que tiene la senadora Carolina Goic en su contienda presidencial, pese al entusiasmo de su entorno y su partido. Más aún, pese al apoyo que le han dado lo que la opinión pública ha llamado las “viudas de Lagos”, tampoco tiene mayor repunte. Los errores no forzados de la candidatura de Guillier más bien los ha aprovechado el Frente Amplio y no su ex socia de coalición.
La propia candidata ha armado un discurso en base a la responsabilidad, apelando a ser un oasis en medio del desorden político, y quizá soñando que las personas quieren períodos pacíficos, sin retroexcavadoras, pero tampoco la restauración conservadora que ofrece Piñera. Su campaña parece ser una copia chilena de la de Hollande, que basaba su relato en el concepto del cambio tranquilo. O más cerca en la geografía, la famosa campaña de Fernando de la Rúa en Argentina que ocupaba como slogan “Dicen que soy aburrido”.
Pero lo que le funcionó a Hollande y a de la Rúa no le está sirviendo a Goic. No solamente por los distintos climas políticos. Ambos eran candidatos de oposición que se enfrentaban a gobiernos neoliberales en lo económico y estridentes en las formas. Una candidatura así podría funcionar bien en cuatro años más, si finalmente Piñera logra el objetivo de llegar a La Moneda, pero no hoy donde está en La Moneda la misma coalición de la DC, con un ministro del Interior de ese partido.
Pero sigue siendo difícil de explicar por qué una política correcta como la senadora Carolina Goic, con un buen historial de desempeño parlamentario, alejada de los líos de financiamiento de la política, moderada pero no conservadora, sigue estando con bajos resultados en las encuestas. En especial en una elección donde no hay ningún fenómeno estelar que marque el rumbo. No hay nadie comparable con Lagos-Lavín el 99 o Bachelet en 2013. Incluso Piñera tiene la cuesta más difícil que en su aventura anterior.
La razón más probable parece ser lo que explicó The Political Brain, el revolucionario libro escrito por un psicólogo en el año 2007 y que da otra explicación a por qué los candidatos tienen o no éxito en las elecciones, basándose en la elección Bush-Gore, donde el fracasado ex alcohólico derrotó a uno de los políticos más íntegros e inteligentes que tenía EE.UU. Westen, el autor del libro, plantea que en realidad las campañas no se pelean en el mercado de las ideas, sino en el mercado de las emociones.
Dicho en simple, las personas adhieren a una candidatura no porque sea mejor, sino por lo que emocionalmente les ocurre en su interior con lo que propone el candidato. Así se explica entonces por qué funcionó el aburrimiento de De la Rúa: porque era un contraste con los excesos de Menem. También, sin duda, explica el fenómeno de Bachelet, en especial por la ya histórica imagen de la Presidenta subida a una tanqueta militar rescatando a poblaciones damnificadas por las inundaciones en Santiago.
Carolina Goic no ha generado ninguna razón emocional para que la mayoría vote por ella. Es una política correcta y respetada, pero nada más. Además de ello, cada vez que sale en televisión lo hace principalmente hablando de política. Y como advierte la encuesta CEP, la gente está convencida de que las autoridades no se preocupan realmente de lo que les interesa a las personas. Y en ese espacio, la política y los enredos de la Nueva Mayoría no están. Goic necesita pronto una tanqueta, y no se ve en el horizonte.
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¿Se quiebra la alianza entre EE.UU. y Europa?
Es probable que la primera gira internacional del Presidente Donald Trump quede en la historia como una sumatoria de episodios fallidos e incómodos. Y en ese sentido, su etapa europea dejó no solo un importante conjunto de interrogantes, sino también un sentimiento generalizado de decepción y molestia.
Es que su debut en el Viejo Continente estuvo marcado por las críticas a sus aliados de la OTAN, a quienes enrostró que no respetaran el compromiso de destinar el 2% de su PIB a la Alianza Atlántica; y que en la cumbre de los G7 manifestara su rechazo al Acuerdo de París de 2015 (COP 21), del cual Trump acabó retirando a Estados Unidos.
La suma de todos estos episodios —en gran medida— es lo que llevó a la Canciller alemana, Angela Merkel, a romper su tradicional moderación y sin nombrar directamente a Trump, afirmó hace algunos días que “los tiempos en que podíamos depender completamente de otros está terminando. Lo hemos experimentado en los últimos días”.
No contenta con eso, Merkel agregó que “todo lo que puedo decir es que los europeos tenemos de verdad que tomar nuestro destino en nuestras propias manos”.
A modo de respuesta, Trump manifestó —siempre a través de su hiperactiva cuenta de Twitter— su molestia respecto del déficit comercial que EE.UU. mantiene con Alemania.
Evidentemente esto no significa que Berlín y Washington estén a punto de poner fin a una relación que tiene más de 70 años de existencia. Pero es una señal clara y categórica de las dudas que el gobierno alemán —al igual que muchos otros países europeos— tiene hoy sobre el gobierno de Trump.
Es cierto que durante sus dos periodos presidenciales, Barack Obama privilegió el reposicionamiento de Estados Unidos en el Asia Pacífico. Pero nunca dejó de lado la relación transatlántica, tan antigua como relevante, sobre todo al momento de enfrentar crisis como la guerra en Ucrania y las crecientes aspiraciones de Rusia en Europa.
Para Trump, sus prioridades están puestas en la reactivación de la economía, la generación de nuevos empleos, el aumento de los controles a la inmigración y la lucha contra el terrorismo yihadista. De modo que lo que ocurra al otro lado del Atlántico, hasta el momento, le resulta lejano e irrelevante.
En el contexto de una Unión Europea (UE) que aún sufre los efectos de la crisis del euro que arrastra desde 2010 y con un Reino Unido que ya inició el proceso para abandonar la UE a más tardar en 2019, Alemania se ha convertido en el actor político y económico más poderoso del bloque.
Y en ese contexto, Merkel ya empezó a estrechar los lazos con el Presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien es abiertamente “pro Europa”, y que en varias ocasiones ha insistido en la necesidad de revitalizar el eje franco-alemán y “refundar” la UE.
Durante la campaña presidencial del año pasado, los dichos de Trump respecto de la política exterior de EE.UU. adelantaban una especie de “neo aislacionismo” que acabaría dejando vacantes espacios de poder a nivel mundial que podrían acabar siendo llenados por Rusia. Algo que Vladimir Putin veía, hasta hace muy poco, con gran interés.
Sin embargo, lo más probable es que —en la medida que Merkel gane un cuarto mandato en las elecciones generales de septiembre próximo— veamos un protagonismo aún mayor de Alemania en función de la estabilidad política y económica de Europa. Algo que con el tiempo podría incomodar a otros países de la UE, que no desean que las políticas comunitarias empiecen a ser dictadas desde Berlín.
Mientras tanto, el vacío de liderazgo que está dejando Trump, ha puesto a Merkel —junto con Macron, ciertamente— a cargo de reimpulsar a la Unión Europea y a la OTAN. Una oportunidad para que, tal como lo planteó la Canciller alemana, los países europeos aumenten su compromiso en este proyecto transnacional.
La pregunta que aún no es posible responder es con qué clase de Europa se encontrará a futuro el sucesor de Donald Trump, quien —sin duda— tendrá que hacerse cargo de las consecuencias de la impredecible política exterior del actual gobierno estadounidense.
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La felicidad de Marías
Me he acordado de Javier Marías, el escritor español -autor de libros como Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí-, luego de que el Real Madrid barriera en la final de la Champions contra la Juventus. No ha sido una evocación caprichosa; Marías es un hincha confeso, casi fundamentalista, del Madrid. En la víspera del duelo en Cardiff, Marías había escrito una columna dando cuenta de la crueldad de ambos finalistas. El feroz sustantivo, en el caso del campeón italiano, lo circunscribía a los tifosi albinegros y ponía por ejemplo cómo ellos se burlaban del trágico accidente aéreo ocurrido en mayo de 1949, donde hubo 31 muertos, entre ellos 18 futbolistas del Torino, el clásico rival de la Juve. La crueldad, en lo que toca al Real Madrid, Marías la reservaba para lo que era capaz de hacer el equipo en cancha. En las últimas líneas escribía: “La Juventus sabe que el Madrid tiende a ganar las finales de esta competición. Si además recuerda el famoso cabezazo de Zidane a Materazzi, deberá ser ella la que se eche a temblar”.
Tenía razón, Marías. Los temores terminaron por pasarle la cuenta a la Juve. Los temores y un rival que atraviesa un momento único y que les ha llevado a ganar tres de las últimas cuatro Champions League, enterando así seis finales sin conocer la derrota -desde que la ganó en 1998, paradojalmente ante el mismo rival, Juventus.
Pareciera que, si tomamos lo que hizo en la liga española, el Madrid vuelve a ser el que siempre fue, un equipo que sólo sabe ganar. Ya lo decía el mismo Javier Marías en esa colección de columnas publicadas en el diario El País en los 90, y que tomaron forma de libro bajo el título de Salvajes y sentimentales: “Se dice que los madridistas no sabemos perder, y nada más cierto, no estamos acostumbrados a ello. (…) Uno se acostumbra a ver el fútbol desde un estado de ánimo determinado, y el de los madridistas era un estado de confianza con una expectativa de lujo y derroche: no sólo se ganaría, sino que cabría el adorno y sobrarían algunos goles”.
De la mano de Cristiano Ronaldo, el Real Madrid modelo 2017 parece estar en la línea de lo que escribía Marías, goza de ese estado de confianza que obliga al lujo y, en cierta medida, al derroche. Porque en un principio, en Cardiff, la Juve fue la que se vio en mejor forma, al punto que muchos creímos que esta final sería la oportunidad que el gran Buffon estaba esperando para alzar, en la parte final de su carrera, la Copa. Fue precisamente Cristiano Ronaldo quien se encargó de negarle el trofeo al portero italiano anotando con maestría el primer gol y volviendo a marcar cuando el partido ya estaba 2-1 a favor de los merengues.
A pesar de que por estos días la Feria del Libro de Madrid lo tiene subsumido, imagino cómo habrá vivido Javier Marías este nuevo título de su equipo. Según propia confesión, el fútbol “es una de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera -exacta- en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperación semanal de la infancia”. Habrá vuelto a ser niño entonces, y habrá corrido gritando por la calle del barrio, revoleando, ante quien quisiera verlo, la camiseta blanca del, hoy por hoy, equipo más grande del mundo.
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Cuando miras hacia atrás
A la salida del metro del parque O’Higgins los vendedores ofertan credenciales de fantasía, cintillos y gorras con el nombre de Miguel Bosé. No hay diferencia alguna con el merchandising de cuneta ante la visita de cualquier ídolo juvenil con un tercio de la edad del protagonista de la noche con 61 años, y cuatro décadas exactas como astro de la canción hispanoamericana. En el interior del Movistar Arena un corazón blanco de papel espera en cada butaca con la leyenda “te agradecemos subir el corazón SÓLO en la canción ‘ESTARÉ’”, que da título a esta gira conmemorativa, sin embargo un corte nuevo escrito por el español a sus hijos. El pedido fue respetado a medias por el público mayoritariamente femenino. En los conciertos de Bosé, a diferencia de estrellas similares, la composición etárea siempre resulta diversa, desde la tercera edad hasta chicas en el adiós de la juventud. Sigue siendo atractivo no solo por su figura, sino porque Miguel Bosé nunca ha subestimado a su gente, jamás. Lleva 40 años oficialmente como una estrella romántica, pero casi como una obsesión rehuye los lugares comunes de su territorio estilístico.
Esta gira conmemorativa ejemplifica esa moral del español. Cualquier artista transforma un aniversario en una celebración nostálgica utilizando viejas imágenes a toda pantalla gigante, como si se tratara de revisar un álbum de fotografías y recortes. En el rock es moneda común, pero Bosé prescindió con elegancia de ese recurso. Fue nostalgia con estilo.
En mejor condición vocal que en la visita de marzo del año pasado, cuando llegó a Santiago a rematar Amo tour con voz quebradiza, Bosé montó un show de grandes éxitos aplicando matices. Si en 2016 sus acompañantes vestían de blanco, esta vez fue de negro. A la manera de una secuencia de créditos, los músicos aparecieron uno a uno mientras sus respectivos nombres surgían en pantalla. Las canciones se sucedieron con rapidez pero sin ánimo febril. Desde Sereno, la primera, el público olvidó las butacas y se embarcó en un karaoke constante. Duende fue cantada completa por la asistencia y hubo alaridos en Nena ante algunos de sus más reconocibles pasos. Luego saludó subrayando que estos 40 años de música los “hemos construido juntos”.
Visualmente ofreció la sofisticación habitual. Donde otros montan escenografías torpes recreando la urbe, instalan una orquesta o un cuerpo de baile hiperactivo, el concepto de Bosé se refugia en un coro que sigue sus movimientos sincronizadamente, a veces con la complicidad de algunos músicos como ocurrió en Mirarte, cuya representación tuvo la categoría de un musical. En la introducción de Nada particular, éxito de 1992 que aborda el tema de los refugiados y víctimas de guerras, habló del ataque en Manchester y lo sucedido en Londres este fin de semana. Mencionó a Trump y su política de muros. Hilvanó todo en torno a un mensaje de paz parte de un guión (tuvo palabras similares en Buenos Aires hace unos días), interpretado con sinceridad. Así, la pieza alcanzó alturas litúrgicas.
“Ha llegado el momento de dar un salto enorme hacia atrás”, dijo después, refiriéndose a 1977 sin mencionar el año para introducir clásicos de los primeros tres lustros incluyendo Amiga, Morir de amor, Creo en ti, Linda, Hojas secas, Superman, Don Diablo y La Chula. Miguel Bosé sonrió como un chico en ese bloque de canciones de sus primeras etapas que alguna vez -tal como su adorado Bowie sobre su primer repertorio- prometió desterrar. Suerte que no cumplió. Aquellas canciones, como la mayoría de lo que vino después, son peldaños irreemplazables de una obra mayor en la historia de la música popular hispanoamericana.
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País de las maravillas
Al escuchar la última cuenta pública de Michelle Bachelet me pregunté, igual que muchos chilenos, en qué país vive la Presidenta. Pareciera que en el “país de las maravillas”, igual que Alicia. Como dijo un senador, más que una cuenta pública, fue un “cuento” público. Su descripción de éxitos y logros muestra una total desconexión con el Chile real y no puede estar más alejada del sentir mayoritario del país, donde 7 de cada 10 chilenos creen que vamos por un camino equivocado.
“Hoy Chile es mejor que ayer”, planteó Bachelet con un voluntarismo y obstinación que desconocen absolutamente la contundente realidad. Hay menos crecimiento -pasamos de un 5,3% promedio a un magro 1,8%-; hay menos empleo -bajamos de un promedio anual de 254 mil a 80 mil- y de menor calidad; hay menos inversión -llevamos tres años con cifras negativas-; en resumen, menos oportunidades. Y la lista que podría enumerar es larga: salud, educación, Transantiago, delincuencia, violencia en La Araucanía.
Pero la Presidente decidió hablarle a su mundo, al 18% que respalda su gestión según la última encuesta CEP, y se olvidó de la mayoría de los chilenos y sus problemas. Trató de convencernos de que hay que seguir haciendo las cosas igual, cuando la mayoría de los chilenos quiere un urgente cambio de rumbo. Cero autocrítica, pura autocomplacencia, que omite la mochila de malas reformas que dejará su gobierno, que estancaron la economía y paralizaron el progreso social. El aplauso de la NM y de sus presidenciables es la mejor señal de que ellos creen que se debe continuar por el mismo camino. Que no vengan después a “lavarse las manos” como los hemos visto por puro interés electoral.
Además, la Presidenta hizo una serie de anuncios y promesas que sabe que no podrá cumplir. A ocho meses de que termine su mandato, ¿alguien cree que se podrá avanzar en los proyectos que prometió enviar al Parlamento? Son actos testimoniales, para la galería, que no tendrán efecto alguno o que buscan dividendos electorales: el matrimonio igualitario, la nueva Constitución, el Plan Araucanía, la reforma a las pensiones. Bachelet sabe que llegarán a un Congreso donde campea el desorden y división de su propia coalición, que sigue sufriendo los embates de tener dos candidatos presidenciales y, lo más probable, dos listas parlamentarias. La Moneda sabe que en lo que queda de gobierno es muy difícil avanzar.
Es ese mismo contexto el que la hizo transformar su cuenta pública en un meeting político donde, en vez de hablarle a todos los chilenos como corresponde en este acto republicano, optó por llamar a la unidad de la NM. Muy tardíamente, Bachelet intenta asumir el liderazgo de su coalición, el mismo que se rehusó a ejercer durante tres años y medio.
Probablemente en ello tuvo que ver el clima de pesimismo oficialista de cara a las elecciones, que volvió a recibir un balde de agua fría con los resultados de la CEP, donde el expresidente Piñera tiene un gran resultado. Aparece como ganador de las primarias de Chile Vamos y en primera y segunda vuelta. Pero, ojo, aún queda mucho trabajo por delante. La campaña para las primarias recién comenzó; aquí no hay carreras corridas.
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Horizonte más claro
La elección presidencial será estrecha entre Sebastián Piñera y Alejandro Guillier, aunque hoy la derecha tiene mayor chance de ganar. ¿Puede triunfar Guillier?
Para responder, analicemos lo que pasó y lo que viene. Las últimas dos encuestas fueron realizadas en un periodo complejo para Guillier. En esos días se sintió el efecto de la decisión del Partido Socialista, que decepcionó a muchos que respaldaban a Lagos, y también el remezón de la DC al llevar candidato propio. Además, emergió fuerte Beatriz Sánchez. Y para no ser menos, asomaron diferencias del candidato con los partidos y entre los mismos partidos. Aun en tales circunstancias, dos importantes encuestas vaticinan que Guillier pasaría a segunda vuelta y quedaría a muy corta distancia de Piñera.
Salvo eventos inesperados, las condiciones irán siendo más propicias para la centroizquierda y esa brecha se puede revertir ¿Por qué? Guillier posee tres rasgos favorables para crecer. Primero, es el mejor evaluado de la lista de políticos (44 % positivo-21% negativo, CEP), mejor que Piñera (35% positivo-35% negativo). Segundo, ha afincado su imagen independiente, cualidad apreciada por la gente. Tercero, es reconocida su honestidad y austeridad, y es garantía la separación de dinero y política.
El resultado dependerá de la estrategia y de la inteligencia política para ejecutarla. ¿Qué hacer? Primero, preservar la unidad y los puentes con la Democracia Cristiana. Creo que podemos aún desembocar en una lista parlamentaria única, lista de gobernadores única y un programa único. Hay amplio margen para convenir condiciones de convergencia, estar juntos en la segunda vuelta y conseguir la mayor cantidad de parlamentarios para sostener a un futuro gobierno. En seguida, asegurar un respaldo activo de los partidos y una mejor coordinación con el gobierno para lograr resultados positivos. El llamado de la Presidenta a la unidad de los “demócratas progresistas” debe ser acogido.
Tercero, la campaña presidencial debe perfilar los ejes prioritarios de gobierno. En particular, reducir la vulnerabilidad que sienten millones de personas, garantizar el avance de la gratuidad de la educación superior y la educación pública y privilegiar la salud pública y pensiones justas. Su campaña debe identificar nuevas formas de participación, y advertir el carácter elitista de las propuestas de derecha.
Y debe asumir con fuerza el desarrollo económico, con innovacion, productividad, tecnología, formación técnica, ambiental y socialmente sustentable, desafío crucial de Chile. De este modo se contrarresta el ataque persistente contra Alejandro Guillier, cuestionando su capacidad de gobernar.
Creo que la mayoría de los chilenos anhela más acuerdos y menos polarización. Guillier y Goic representan entendimiento y voluntad de cambio, gradual, con sensatez y mayoría ciudadana. La situación está abierta. La centroizquierda puede ganar. La tarea es trabajar unidos, con la gente y cometer pocos errores.
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Nuestra mayor falla
Durante sus casi 500 años de historia, Santiago ha probado ser una ciudad resiliente a los desastres urbanos. El último siglo sobrevivimos a seis terremotos, 18 erupciones volcánicas, 10 temporales con inundaciones y 14 aluviones con desborde de cauces. Si a estos shocks puntuales agregamos estreses crónicos como la contaminación ambiental, los efectos de la segregación espacial o la compleja gestión de movilidad urbana sin duda los santiaguinos, al igual que el resto de los chilenos, somos duros de matar. En este contexto, cobra relevancia que el Gobierno Regional de Santiago y el programa 100 Ciudades Resilientes de la Fundación Rockefeller, hayan institucionalizado una Dirección Ejecutiva de Resiliencia, que acaba de lanzar la “Estrategia de Resiliencia de la Región Metropolitana: Santiago Humano y Resiliente,” disponible en www.santiagoresiliente.cl .
La Estrategia aborda en forma holística, transversal e integradora seis pilares clave de la resiliencia urbana: Gestión de Riesgos, Medio Ambiente, Movilidad Urbana, Equidad Social, Seguridad Ciudadana y Desarrollo Económico; estableciendo 21 objetivos y 75 planes, programas y acciones concretas para enfrentar los riesgos y desafíos futuros. Dentro de la Estrategia, se invitó a siete centros de estudio a realizar un informe de “Profundización Académica” respecto al estado de los seis pilares.
El “informe de Gestión de Riesgo Sísmico” elaborado por el Programa de Reducción de Riesgos y Desastres -Citrid- y el Programa de Riesgo Sísmico -PRS- de la Universidad de Chile, junto con realizar un exhaustivo análisis de los estudios existentes y condiciones geológicas de la Región, advierte que el peligro sísmico en la Región Metropolitana es alto, particularmente respecto de eventuales sismos corticales asociados a la falla de San Ramón, emplazada en el pie de monte cordillerano del sector oriente de Santiago.
Los sismos corticales, por tener epicentros muy cercanos a la superficie, son altamente destructivos, no están incluidos en la zonificación sísmica del país y no están integrados en las normas sísmicas nacionales. Estudios han establecido escenarios posibles sobre la ocurrencia de un evento sísmico importante en la falla de San Ramón con desplazamientos promedios de 1 a 4 m, y magnitudes comprendidas entre 6,6 Mw y 7,4 Mw. Un sismo de estas características sería extremadamente destructivo para la región. La alta concentración de personas, bienes y estructuras, entre ellas un reactor nuclear, cinco hospitales y clínicas, varias universidades, colegios y miles de viviendas; junto con la exposición a un alto peligro sísmico, hace de vital importancia identificar y caracterizar la amenaza sísmica de la región y establecer estudios de estimación del riesgo sísmico que permitan prevenir, mitigar, transferir riesgo, y preparar un potencial impacto.
El PRS inició en 2016 un proyecto de simulaciones de terremotos en la falla de San Ramón, de manera de estimar el peligro sísmico asociado a ella y que incluye una red de 12 sismógrafos que permitirán monitorear la actividad en la falla.
Para no subestimar el riesgo sísmico en la región, ni alarmar irresponsablemente a la población, es necesario continuar con una caracterización de la amenaza sísmica, incorporando las vulnerabilidades físicas y sociales. Si no lo hacemos, sin duda ésta podría ser nuestra mayor falla.
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June 4, 2017
Del entendimiento
El lunes pasado, un grupo de dirigentes de los transportistas se reunió con el ministro del Interior, señor Fernández, para solicitarle medidas. Estaban, parece, algo molestos con los más de 200 camiones que han sido quemados por el brazo armado de la CAM cuando pasan por la región, la cual ese grupo reclama como territorio privado de la etnia mapuche. No es primera vez que dichos empresarios recurren a las más altas autoridades y no es la primera vez que salen con las manos vacías. Fernández sólo les ofreció poner “una caseta más” en la ruta, algo así como un quiosco de diarios con un policía bostezando en las largas noches de invierno. Para coronar el ofertón les donó lo que las víctimas del regalo describieron como una “clase magistral en derecho constitucional”. ¿Y qué decir de las palabras presidenciales en su cuenta pública? Nos quedamos con la impresión de que la señora Bachelet preside un país más imaginario que el individuo imaginario de Nicanor Parra. Su tono frenéticamente político y maniqueo, su llamado a eliminar los “vestigios” del modelo liberal y todo eso mezclado con afirmaciones tales como la del nene que recibió un computador azul tal como él quería suenan, es de temerse, a artefacto verbal muy por encima o muy por debajo del pedestre entendimiento. Agréguese que lo dijo mientras una horda de descerebrados atacaba la Comandancia de la Armada y la Confech anunciaba un paro nacional.
Son la clase de declaraciones que traen el recuerdo de las disquisiciones de Hegel sobre la naturaleza del entendimiento. No es la facultad más alta de todas, explicaba el filósofo, pero permite comprender hasta cierto punto cómo opera la realidad. Agregamos: siempre que visiones y consignas fallidas no interfieran. Hay que andarse con cuidado porque una vez que eso sucede resulta casi imposible rectificar. La lentitud del progreso humano tiene parcialmente esa causa; otro factor es el interés creado por mantener vigentes los idiotismos imperantes. De ahí la condena de Galileo y las manos vacías del gremio.
Fragilidad
Frágil facultad es, en efecto, la del entendimiento. Alejandro Navarro acaba de definir a Venezuela como dueña de la democracia más sublime del planeta y es sólo una de entre innumerables perlas por el estilo que hemos oído estos años. Vivimos, es verdad, una “transformación profunda”: la sustitución del sentido común por los cantinfleos, las generalidades y las frases vacías. Es cosa grave porque mucho depende de la calidad de las elites. El ejército mejor armado va a la derrota si lo conduce un inepto y la empresa más fuerte va a la quiebra si su nuevo CEO resulta un idiota. Chapaleamos en medio de una de esas situaciones de revoltijo histórico que llevan al poder no a una o dos personas deficitarias, sino a enteras subculturas de ese talante.
Chile, hoy
Es el caso, hoy, de Chile. Ha habido cuatro años para evaluar los dichos y hechos de quienes conducen la nación y tal vez hayan sido más que suficientes, aunque si se desea ser más riguroso puede hacerse el arqueo del entero pasado de esa subcultura. La historia está repleta de experiencias similares en mayor o menor escala. Hoy se ven ejemplos con caracteres de farsa o de triste remedo en varios países de América Latina. Estamos sumándonos al elenco.
El desbarajuste se palpa en todo: en las cifras, en los resultados, en los programas, en iniciativas legales contrahechas y en discursos ridículos. Su raíz no es un error o varios, la “descoordinación” o una inadecuada “comunicación”, sino la flora invasiva y tóxica de una ineptitud sistémica derivada de un Nuevo Testamento de mala calidad. Alimentados de ese modo, inevitablemente sus devotos se hacen propensos a caer en una equivocación tras otra tal como el alcohólico de la familia cae en una borrachera tras otra. No ayuda a reparar ese déficit la proveniencia del feligrés de dicho evangelio, quien suele emerger del pool humano producido en serie por las “ciencias sociales” tal como se las mal entiende en Chile. Es gente formada con los documentos del mar muerto de teóricos añejos, el carrerismo académico y una erudición más al tanto de la vida, pasión y muerte de Michael Jackson que de cómo usar la regla de tres simple. Vienen además de un medio social y cultural repleto de rabiosas cuentas por cobrar que se arrastran por generaciones y a las que intentan compensar con una inflación ególatra, la cual los persuade de ser los salvadores de la galaxia.
Ejemplos
No hay tema en que eso no se manifieste. Ya sea que hablen del terrorismo, de los pueblos originarios o ancestrales, de los brotes verdes o de la amistad entre los pueblos, es notorio que nunca los cultores del género han examinado los axiomas sobre los cuales edifican sus retóricas. En vez de reflexionar en qué significa terrorismo y en qué condiciones existe se limitan a cacarear el cliché acerca del “terrorismo de Estado”, conducta en la que aparentemente caería todo Estado por el solo hecho de perseguir policialmente a quienes cometen actos de violencia. No importa que los hechores no sean miembros de un pueblo entero agitando infinidad de banderas como en las óperas chinas, sino de una agrupación específica, como ella misma lo deja muy en claro en sus comunicados; aun así se sigue parloteando sobre la “lucha del pueblo mapuche”. Es la sustitución masiva de la realidad concreta por palabrería insustancial.
Por doquier
Los miembros de esta subcultura son numerosos. Han invadido el Estado “terrorista” que al menos tiene la virtud de pagarles muy bien sus desvelos, pululan en todos los poderes públicos, hacen nata en la burocracia, brotan a raudales en los municipios donde suman miles de empleados fantasmales sin otra materialización física que la necesaria para el día del cobro y han sido capaces, además, de colonizar el mundo universitario, convertido en un paraje donde predomina no el estudio ni el esfuerzo sino el matonaje político disfrazado de acciones combativas. Dominan también gran parte de las comunicaciones, donde o por necesidad o por miedo o por oportunismo o cualquiera combinación de dichas variables un número abrumador de “comunicadores” se limitan a repetir las consignas aprobadas por el comité central de las barras bravas. De hecho han instalado como referente semántico, sintáctico y programático del hablar y el pensar la casi totalidad de su marchito catecismo. Como discurso políticamente correcto dicha palabrería incapaz de resistir el menor escrutinio lógico establece “el marco teórico y ético” dentro del cual es necesario moverse si no se desea ser puesto en la lista de proscritos a la espera de una ejecución a conveniencia de los verdugos, por ahora limitados al veneno que derraman en las redes sociales.
Ilusiones
Lo curioso es constatar que los miembros de esta subcultura más bien incompetente se atribuyen, al contrario, las más altas facultades espirituales. Creen representar los Verdaderos Principios de la Humanidad y saben lo que el país necesita. En ocasiones y para dar muestras de su superioridad citan la larga hilera de artistas y celebridades del entertainment que se pliegan a su confesión religiosa. Es una estadística que debe examinarse con detalle; a menudo la destreza para componer versos aprobados por la Cheka no equivale a capacidad intelectual para discriminar entre lo verdadero y lo falso. Más aun, posar de poeta es cosa distinta a ser buen poeta. El Olimpo no se parece mucho a las “peñas literarias”. La presunción de la “intelectualidad de izquierda”, instalada en los años 20 del siglo pasado, tiene mucho de alarde y no poco de oportunismo. Un intelectual progresista tenía mejores opciones de ser aplaudido, publicado, premiado y mimado si caía de hinojos ante la Verdad Revelada y aun hoy eso sigue siendo válido. Hablamos, además, de las llamadas “humanidades” porque en las ciencias dicha prevalencia es inexistente. Hoy, año 2017, son pocos los estudiantes de carreras arduas -¡las terribles matemáticas!- que se hayan visto desfilando del brazo con comandantes y combatientes. Tienen cosas más importantes que hacer.
La entrada Del entendimiento aparece primero en La Tercera.
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