Álvaro Bisama's Blog, page 156

June 10, 2017

Chile, un país sin liberales

Uno de los aspectos más interesantes -y preocupantes- de la última encuesta CEP  es que sugiere que en Chile hay una profunda ausencia de liberales. No sólo hay una escasez de líderes políticos de corte liberal, sino que hay pocas personas que crean que el principio básico en torno al cual debe organizarse la sociedad es la libertad individual, libertad que debiera plasmarse tanto en lo económico como en lo valórico y social.


En efecto, la sección “actitudes” de la encuesta confirma algo que muchos ya presentíamos: la mayoría de los chilenos son muy conservadores en lo que a valores se refiere.


El matrimonio gay, institución que hoy existe en prácticamente todos los países avanzados -incluso en muchos países de la región-, es aceptado por menos del 40% de los encuestados. La adopción homoparental tiene un nivel de aprobación incluso más bajo (36%). El suicidio asistido -malamente conocido en Chile como eutanasia- tampoco genera apoyo; para ser justos, este es un tema controvertido incluso en los países europeos. Y para qué hablar del aborto. Cuatro de cada cinco chilenos rechazan en forma terminante el tipo de ley que hoy existe en todos los países desarrollados, leyes que les permiten a las mujeres decidir en forma libre e individual si quieren poner término a un embarazo, dentro de un cierto plazo (habitualmente hasta 16 semanas).


Conservadurismo económico


Pero el conservadurismo no sólo afecta el tema de valores sociales; también está presente en lo que se refiere a la organización económica y social del país. Hay un gran número de chilenos que cree que el Estado debe inmiscuirse en casi todo, reglamentando la vida diaria de los ciudadanos; un Estado poderoso que debe salir al “salvataje” de moros y cristianos, que debe controlar las identidades de los peatones nocturnos y decidir dónde y cómo deben estudiar los niños y jóvenes. Mientras en la mayoría de los países -y especialmente en los países a los que debiéramos aspirar a parecernos, como Nueva Zelandia y Australia- los ciudadanos quieren limitar el alcance del Estado y asegurarse de que sus funcionarios no se transformen en policías permanentes, en Chile un número elevado de personas quiere más Estado. Este conservadurismo económico es particularmente pronunciado en las fuerzas de izquierda, tanto en la Nueva Mayoría como en el Frente Amplio.


Dos ideas absolutamente conservadoras -y, por qué no decirlo, absurdas- que uno de los precandidatos del Frente Amplio ha planteado en los últimos días son las siguientes: que el Estado se haga dueño de un 20% de las “empresas estratégicas”, y que este 20% sea expropiado con pagos a plazos (¿bonos?). En prácticamente todo el mundo la tendencia es moverse en la dirección opuesta; reducir el rol productivo del Estado, para ampliar su papel de articulador de nuevas ideas y tecnologías, al mismo tiempo que proveer un marco regulatorio eficiente, que no asfixie a los emprendedores. Este precandidato llegó a la ridiculez de decir que si “solo se expropiaba un 20% de las empresas” el país no iba a sufrir en los mercados internacionales, ni iba a ver reducida su habilidad para obtener nuevos créditos.


En esta área es interesante contrastar estas ideas ancladas en un pasado nostálgico con las de un grupo de académicos y políticos que han sugerido vender hasta un 30% de Codelco en el mercado nacional e internacional para lograr dos objetivos: financiar proyectos de inversión en infraestructura física y social, incluyendo aquellos relacionados con las demandas mapuches, y terminar con el limbo legal y de gestión en el que la Contraloría ha puesto a la firma estatal.


De Velasco a Kast


La decisión del Servel de no certificar a Ciudadanos de Andrés Velasco como partido político fue un duro golpe para el liberalismo chileno. Una de las únicas instancias organizadas que bregaba por ideas modernas y que defendía la libertad en forma inteligente -tanto la libertad económica, como la individual y social- fue cercenada de la vida política del país. Personas valiosas y valientes, como Jorge Errázuriz, Juan Ignacio Correa, Viviana Pérez y Patricio Arrau, además del propio Velasco, han quedado sin voz institucional y no podrán exponer sus propuestas e ideales en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias.


Queda, entonces, tan solo Felipe Kast como la esperanza de quienes apoyan las ideas liberales. Pero, por alguna razón, Kast no prende entre los ciudadanos. De acuerdo la encuesta CEP, Kast es conocido por tan solo el 47% de los encuestados, y su imagen negativa (36%) excede a la positiva (22%) en más de 10 puntos porcentuales. Además, tan solo un 3,6% de los encuestados declara que votarán por él durante las primarias de Chile Vamos. (En contraste, Andrés Velasco es conocido por 62% de los encuestados y su apreciación positiva supera a la negativa).


¿Qué pasa con Kast? ¿Por qué marca tan bajo? Porque si bien las ideas liberales no son del todo populares, ellas debieran generar un apoyo en el orden del 12 al 15%, por lo menos.


La verdad es que no sé cuáles sean las razones de la baja popularidad de Kast, pero tengo dos conjeturas. La primera es que su actitud no-liberal sobre ciertas políticas sociales -y, en particular, sobre el aborto- aleja a los votantes jóvenes. Muchos lo ven como un “liberal selectivo”, lo que, en cierto modo, es una contradicción de términos. Una segunda posibilidad, relacionada a la anterior, es que al quedarse en Chile Vamos, un conglomerado dominado por la UDI y por el ala confesional de RN, Kast ha generado sospechas sobre su liberalismo; se ha producido una especie de “dime con quién andas y te diré quién eres.”


Pero sea cual fuere la razón de fondo, la verdad es que a pesar de sus actuaciones notables en foros y debates -cómo olvidar su performance brillante en el “mano a mano” con Mayol-, Kast no llegará muy lejos este año. Lo suyo, entonces, es decidir qué hacer en el futuro. Por el bien del país, debiera seguir adelante y aunar fuerzas con Andrés Velasco. Luchar por armar un polo liberal y moderno de verdad -liberal tanto en lo económico como en lo social-,  luchar por un ideario que defienda a las personas de un Estado intruso y rapaz, y de tantos talibanes de derechas e izquierdas.


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Published on June 10, 2017 23:32

Sí, cualquiera

Clarence Durrow, el legendario penalista estadounidense de comienzos del siglo XX que inspiró varias películas, decía haber escuchado desde niño que cualquiera podía llegar a ser presidente. Y ya viejo, en función de lo que le había tocado ver, reconocía con cierta resignación que estaba comenzando a creérselo. En Chile pareciera estar ocurriendo más o menos lo mismo. Basta querer para ser. El que quiere puede, y eso significa que de aquí en adelante las candidaturas presidenciales, junto con abaratarse, pasarán a ser una ganga con la que medio mundo en algún momento de su vida podría encontrarse. Se diría que la apoteosis de la ilusión democrática -“cualquiera”- lleva implícito el germen de su propia degradación.


Así las cosas, la extravagante galería de candidatos no tiene nada de raro. Y explica que varios de los que están en la carrera, a la pregunta de qué es lo que le plantean al país, respondan que todavía no lo saben, porque están en el proceso de recorrer el territorio y consultar a la gente para establecer qué es lo que quieren. Yo estoy por un liderazgo horizontal, aducen, tratando de convertir en ventaja lo que es simplemente carencia, vacío e inopia, no solo de sentido de Estado, sino también de contenidos.


A estas alturas debiera estar relativamente claro que para restaurar los equilibrios perdidos y volver a poner el país en movimiento lo que se necesita, más que escuchar lo que la gente quiere, porque de hecho los individuos o grupos pueden querer muchas y muy contradictorias cosas, es hacer lo que se daba hacer para conseguir que la sociedad chilena vuelva a manifestarse en todas sus potencialidades. En eso, a fin de cuentas, consiste el liderazgo. No en seguir a los demás, sino en señalar nuevos caminos. Consiste también, desde luego, en saber generar las confianzas en la colectividad para retomar los rumbos que, al margen de lo que quiera el de acá o el de allá, permitan hacer efectivas las oportunidades y capacidades que el país tiene.


No es por pura costumbre ni pura inercia que, en general, las puertas de acceso a las más altas responsabilidades del Estado hayan estado abiertas básicamente a figuras que acreditaron experiencias más o menos exitosas en el servicio público, sea en el Parlamento, en los partidos, en el aparato del Estado o los municipios. La Presidencia de la República, sobre todo en el sistema político chileno, es algo más que un lugar para que gente que todavía anda en busca de su destino se asome al cargo para saber si ahí eventualmente lo encuentra. En esto hay mucho narcisismo y frivolidad y hoy el país está en una coyuntura muy poco recomendable para aventuras y juegos de roles. Juguemos: hagamos como que tú gobiernas, así que echa al vuelo tu imaginación y dime lo que se te ocurre. Mira lo entretenido que puede ser.


Llevamos ya tres años en esas. A alguien se le puso entre ceja y ceja que Chile era una olla a presión, un infierno en términos de desigualdad social, un espacio saqueado por el capitalismo salvaje y un puñado de aprovechadores, no obstante que todos los indicadores señalaban que pocos países en el mundo habían tenido mejor desempeño que Chile al momento de acortar brechas de inequidad, masificar el bienestar, educar a la población, generar nuevas riquezas y expandir los márgenes de autonomía de las personas. Que había puntualmente problemas, abusos, rezagos, injusticias y desequilibrios irritantes, no cabe la menor duda y es responsabilidad de los gobiernos corregirlos. Lo que cuesta entender, sin embargo, es el intento por desmontar la racionalidad del capitalismo democrático, por hacer borrón y cuenta nueva, por sacar a Chile del camino que llevaba para ponerlo -vía impuestos, reformas, controles, expropiaciones o derechos sociales ilusorios- a la cola de las inflamadas aventuras políticas que emprendieron Chávez en Venezuela, los K en Argentina y el resto de los populismos pandilleros de la región. Todos terminaron o van camino a la bancarrota, ninguno triunfó ni se anotó triunfos perdurables en el combate a la desigualdad y no hay uno solo que no haya abierto en la economía, en la sociedad, en las instituciones políticas, o en todos esos frentes juntos, heridas y forados a través de los cuales esos mismos países se desangraron o se están desangrando. Pero acá, sin embargo, mucha gente, candidato o candidata, periodistas o líderes de opinión, persisten en culpabilizar al modelo, como si hubiera una vía distinta para generar oportunidades y trabajo, para expandir las libertades, democratizar el bienestar y hacer más autónomas a las personas. Si creen que la hay, ¿por qué no la explicitan? Si creen que sus entelequias funcionaron en algún país, ¿por qué no lo indican?


Al final, las campañas presidenciales tienen una parte que, aunque irritante a veces, es extremadamente sana: ponen al descubierto la palabrería y la improvisación, la incoherencia y la frivolidad. A Chile ya se le vendió hace poco lo que terminó siendo una inmensa nube de humo. Por lo mismo, es difícil que la ciudadanía vuelva a comprar algo parecido a eso, o peor que eso aun, otra vez.


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Published on June 10, 2017 23:30

Payasadas de candidato

EL COTE  no sabe lo que es el Acuerdo de París. La Bea no tiene idea cuánto se paga en impuestos, pero dice que igual hay que subirlos. El Chato, sin aportar antecedente alguno, se lanza con la tesis de que el origen del espionaje en la Sofofa se encuentra “del marrueco para abajo”, como diría su principal contendor en las primarias.


Payasadas más propias de un circo que de personas que aspiran a presidir el país y que, a punta de declaraciones para allá y para acá, incluso han conseguido elevar la alicaída imagen de estadista de nuestra actual Presidenta.


Pero basta de tonterías. ¿Acaso no se han percatado que ninguno arrasa en las encuestas? Díganme los integrantes del abultado equipo de campaña de Piñera si no les preocupa que su candidato, pese a todo el despliegue, se mantenga siempre bajo el 30% en las preferencias de los electores.


Eso, damas y caballeros, se conoce como ausencia de liderazgo y es exactamente lo que está demostrando el escenario electoral chileno. La Bea es simpática y cuenta con el favor de buena parte de los periodistas que, por una parte, comulgan con Giorgio y sus ideas y, por la otra, se benefician del espectáculo que supone una candidatura que genera conflicto a diestra y siniestra (conflicto = noticia). Incluso Bachelet advirtió lo grave que es desconocer el Acuerdo de París, pero ni parpadeó cuando la Bea dijo ignorar lo que pagamos los contribuyentes (¿acaso la Bea no paga o ni le duele lo que paga?).


Prosigamos: Piñera tiene el mérito de haber pasado por La Moneda con relativo éxito, pero no consigue articular un discurso que vaya más allá de la fría promesa de sumar un par de puntitos al PIB. Ni hablar del exrostro del noticiero porque de ese no sabemos prácticamente nada. El Cote resultó tan livianito como su hermana del sueldo reguleque. Y así, para qué seguir…


Venga, entonces, un llamado de alerta a todos estos personajes que se sienten con la capacidad, prestigio y habilidades para encabezar los destinos del país. ¡La Presidencia de la República no es chacota! No es un puesto para practicantes ni un lugar de ensayos. No es el espacio para lanzar reformas mal hechas, inspiradas en su noble ánimo refundador o porque “sintonizaron” con las demandas “de la calle”.


Y no es un cargo del cual se puedan retirar satisfechos por “haberse atrevido”, aunque “tampoco ha sido perfecto”. Porque detrás de ese ataque de sinceridad, se esconde el sufrimiento de muchos ciudadanos que no se merecen sus improvisaciones.


Saben qué más, debería haber una prueba de conocimientos y habilidades mínimas para ser candidato a Presidente. Me gustaría ver cuántos de ustedes reprobarían.


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Published on June 10, 2017 23:30

Tiempos de populismo

Un grupo de personas de ambos lados del Atlántico nos reunimos esta semana en Madrid para abordar, en un foro formal y una reunión informal, el fenómeno del populismo a propósito de la salida de un libro colectivo que he tenido el gusto de coordinar. Convergimos allí algunos de los autores y el prologuista para tratar de explicar las causas, las consecuencias y la amplitud de esta cuestión central de nuestro tiempo.


Allí estuvieron, debatiendo ideas en torno al populismo, entre muchos más, los chilenos Roberto Ampuero, Mauricio Rojas y Cristián Larroulet, los cubanos Yoani Sánchez y Carlos Alberto Montaner, las venezolanas María Corina Machado (por video, ya que la dictadura no la deja viajar) y Rocío Guijarro, el español Lorenzo Bernaldo de Quirós, el argentino Gerardo Bongiovanni, Mario Vargas Llosa y este servidor.


La primera constatación es que estamos, por primera vez en la historia, ante un populismo global. Ha habido periodos populistas en ciertos países o regiones, nunca un populismo “viralizado” por el mundo, como si se tratara de un videoclip de Shakira o un improbable perro verde que recibe cien millones de “golpes” en YouTube.


Hubo populismo en la Rusia del siglo XIX, cuando un grupo de intelectuales decidió que era posible saltar del subdesarrollo al socialismo sin pasar por el capitalismo desarrollado, como creía Marx. Estos intelectuales, los “Narodnik”, se llamaban populistas. Lo hubo también, en pleno siglo XIX, en Estados Unidos, donde surgió el primer partido con ese nombre. La Europa de los años 20 y 30 vivió una etapa populista que derivó en movimientos fascistas. América Latina, quizá la zona del mundo que ha experimentado la mayor recurrencia de este fenómeno, ha sido populista, al menos parcialmente, desde hace más de medio siglo. Pero no habíamos visto nunca algo semejante a lo de hoy: populismo en Estados Unidos, Europa, América Latina y Asia (donde Duterte, el mandamás filipino, encarna una versión extrema).


¿Por qué? No es difícil concluir que la globalización encierra esta ironía: es capaz de globalizar rápidamente todo, incluyendo la antiglobalización. Por tanto es capaz de dar dimensión mundial a cualquier tendencia que parta de una región o país y toque un nervio sensible en otras partes. Así como las redes sociales dieron velocidad y multiplicación a la “Primavera Arabe”, un hecho esperanzador aunque hoy revertido por la tenaz prevalencia del autoritarismo y el fanatismo, también han sido capaces de diseminar mentiras, hoy conocidas como “fake news”, vertiginosamente. Hillary Clinton, por ejemplo, fue víctima de muchas de ellas y su campaña nunca pudo desbaratarlas, en parte por ineptitud y en parte porque su trayectoria en algunos casos hacía creíbles los embustes de sus críticos.


Un ejemplo salta a los ojos. La indignación ciudadana que estalló en 2011 como consecuencia de la profundidad y prolongación de la secuela de la crisis financiera de 2007/8 saltó de España a Estados Unidos en un santiamén. Nació en la Puerta del Sol, en Madrid, el 15 de mayo de 2011, cuando acamparon un grupo de personas en esa emblemática plaza gritando consignas contra el “establishment”; no pasaron muchos meses antes de que se vieran escenas parecidas en el Zuccotti Park de Manhattan bajo el membrete de “Occupy”.


Es cierto: también en el pasado, en épocas menos globalizadas, con comunicaciones menos instantáneas, hemos visto fenómenos sociales o culturales expandirse por Occidente como incendio en hojas secas. Lo que se llama la “contracultura” de los años 60 en Estados Unidos o “mayo del 68” en Francia fueron expresiones contemporáneas de rebeldía contra ciertas conductas y contra los símbolos de la autoridad. Pero la globalización de tendencias tiene hoy más velocidad y amplitud. No quiere decir esto que el hecho de que el populismo tenga esa presencia universal hoy en día se deba a que las comunicaciones han globalizado esa práctica y ese tipo de discurso político. Las comunicaciones son sólo uno de los factores que explican esa globalización. Otro más importante es lo que los filósofos alemanes llamaban el “zeitgeist”, o sea el espíritu de los tiempos, y lo que Hegel en particular denominó el “volkgeist” o “espíritu del pueblo”. El populismo habita hoy en líderes y ciudadanos de muy distintas regiones del mundo por razones que no pueden explicarse por una simple moda peripatética. Carece de sentido explicar el voto de Trump en Michigan por la coleta de Pablo Iglesias, el líder de Podemos, en Madrid o el hecho de que Marine Le Pen pasara a segunda vuelta en las recientes elecciones por las críticas contra la globalización imperialista provenientes de Evo Morales o Nicolás Maduro.


La segunda constatación es que todos los populismos de hoy tienen cosas muy importantes en común pero también diferencias. ¿Cuáles son los principales vasos comunicantes? Tal vez podamos resumirlos en cuatro ideas. Una sería la comunicación personal entre el caudillo y el pueblo por encima de las instituciones o estructuras intermedias de la democracia (el populismo por lo general se da en democracia en una primera instancia). La segunda tiene que ver con un claro desdén por las reglas de juego y las formas -el lenguaje, la actitud, el sentido de límites- tolerantes y propias de consensos básicos. La tercera es la construcción de un pasado mítico y un futuro utópico que nunca pueden contrastarse con la realidad. Finalmente, el enfrentamiento entre una elite y una base social.


Este enfrentamiento -el cuarto gran elemento que tienen los populismos en común- no siempre es socioeconómico. Suele serlo en el populismo latinoamericano, donde las desigualdades son mayores y por tanto propicias para la demagogia clasista. Pero hay lugares donde puede darse en términos más bien culturales. Por ejemplo, en Estados Unidos el odio populista de la base contra la elite no es el del pobre contra el rico (puesto que el “pobre” ese en realidad de clase media) sino la del ciudadano de a pie contra quienes ocupan un lugar de privilegio y profesan valores que se consideran contrarios a la tradición o la herencia estadounidense (por ejemplo, ese odio se extiende contra Hollywood, al que en épocas de John Wayne se veía desde una cierta base social como difusor de valores patrióticos y hoy se ve como caballo de Troya de valores extranjerizantes o socialistoides).


Los matices que sí diferencian a los distintos populismos tienen algo que ver -ellos sí- con la ideología o la tribu política. Los populistas que provienen de la izquierda tienden a poner un énfasis mayor en el estatismo (por ejemplo, el líder laborista británico llevó en su reciente programa electoral una propuesta de nacionalizaciones que había desaparecido de la plataforma de aquel centenario partido desde hacía décadas). También tienden a buscar la “igualdad”. Las distintas vertientes del socialismo chileno surgidas en los últimos años, que cuestionan el modelo que hasta hace poco gozaba de un consenso en la clase política (por llamarla de algún modo), han puesto un fuerte acento igualitario en su discurso.


En cambio, el populismo de derecha tiene una dimensión nacionalista muy propio de movimientos como el de Le Pen o el Ukip británico. También en Trump el nacionalismo es un fuego crepitante. Steve Bannon, uno de sus asesores principales y creador de la red de comunicaciones de la “derecha alternative” Breitbart News, ha elaborado un discurso muy potente sobre al papel del nacionalismo como “rescate” de una esencia que se estaría perdiendo por culpa de la globalización y, por supuesto, de la inmigración. El Estado-nación es al populismo de derecha lo que la “justicia social” es al populismo de izquierda.


Pero las diferencias no se limitan a la dinámica izquierda-derecha. Dentro de la propia derecha populista hay marcadas diferencias. Un sector mezcla el nacionalismo xenófobo con un cierto liberalismo económico, mientras que otro desconfía abiertamente de la libre empresa. El Ukip británico está en el primer grupo y Marine Le Pen o Viktor Orbán en el segundo.


Hay una tercera corriente en el populismo de derecha que apuesta muy decididamente por el orden público como elemento aglutinante de la base política. Es el caso de Duterte en Filipinas, que ha violado los derechos humanos sistemáticamente con el pretexto de combatir el narcotráfico.


Dicho todo esto, y para complicar más las cosas, es sorprendente constatar que las diferencias son menos marcadas entre los votantes populistas que entre los líderes populistas. Es la razón por la cual hay votantes del viejo Partido Comunista francés en el Frente Nacional  y hubo votantes de Bernie Sanders, el populista demócrata, que se inclinaron por Trump en las recientes elecciones estadounidenses.


¿Qué factores transversales llevan hoy a ciudadanos de países y regiones tan diversas a prestar oídos al populismo? Los más poderosos parecen estos: las dislocaciones temporales que en el campo económico ha provocado la globalización, con su movilidad y velocidad mareantes; el terrorismo y otros asedios contra la paz social y la seguridad, que han traído a la superficie miedos y desconfianzas que estaban bajo mayor control emocional y psicológico en otros tiempos; la vulgarización de la política y su contrapartida, la corrupción, que si bien ha existido siempre tiene hoy una mayor incidencia porque la crisis financiera y la Gran Recesión han acentuado la sensación de que la ciudadanía es víctima de aquellos que la representan; ligada a lo anterior, se da, por último, una crisis de representación, tal vez acelerada por la revolución informática, que ha convertido a cada ciudadano en un partido y en un periódico unipersonal: la intermediación, elemento clave de la democracia liberal a través del sistema de partidos, está en decadencia y aún no está claro qué forma tomará en el futuro.


A diferencia del comunismo y el fascismo, a los que es posible enfrentarse golpe a golpe, el populismo plantea -y esta es mi postrera reflexión- una dificultad mayor a la hora de plantar cara al adversario. Al no ser una ideología y tener una morfología cambiante y difusa, no siempre es fácil identificar el peligro inmediato ni por tanto ilustrar, ante el público, dónde está la amenaza directa. En última instancia el populismo es el enemigo de la democracia liberal, los derechos civiles, la economía de mercado y la globalización, pero a menudo eso sólo acaba siendo claro para mucha gente cuando el daño está hecho. Millones de venezolanos que hoy darían un brazo por deshacerse de Maduro votaron a favor del chavismo en numerosos procesos electorales (independientemente del hecho de que muchos de ellos fueron muy poco limpios).


Vivimos tiempos populistas. Será para la derecha y la izquierda liberales, el gran adversario de los próximos años en medio mundo. Apasionante reto, estremecedora perspectiva.


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Published on June 10, 2017 23:24

Tejado de vidrio

No tomó demasiado tiempo para que una multifacética horda de ganosos leñadores se precipitara sobre el caído árbol político de Manuel José Ossandón para despedazarlo debido a su desafortunada presentación en Tolerancia Cero. Desde las “redes sociales” le cayeron encima aun antes que terminara el programa, La Moneda se demoró no más de media día en manifestar su elevado reproche, el periodismo trompeteó declarando abierta la temporada de caza del Cordero de Dios y hasta desde el Congreso Nacional, en ningún caso la Biblioteca de Alejandría en materia del Saber, se oyeron los aullidos de la manada sedienta de sangre. Fue, en resumen, uno de los más consensuados y unitarios episodios de linchamiento que hemos visto en este Chile dividido de arriba abajo. A Ossandón lo tildaron de ignorante la prensa, la academia y la calle; de hecho fue una ocasión propicia, al alcance de grandes y chicos, para por default posar de culto; bastaba hacer causa común junto a la patota implicando así que el ladrador, a diferencia del malhadado Ossandón, estaba y está enterado de los Grandes Temas que aquejan a la humanidad.


Nada más falso. Ni doña Juanita ni el Congreso ni la opinología pueden adjudicarse, sacrificando a un tercero, una sabiduría que no poseen. No sólo Ossandón es quien no sabe mucho del Acuerdo de París, qué puntos comprometió Chile al firmarlo y de qué trata todo el asunto, sino prácticamente no lo sabe nadie. Saber que el acuerdo existe es una cosa; saber en qué consiste, otra. No hay tanta diferencia entre no saber lo segundo y no estar enterado de lo primero. La distinción es, en este caso, bizantina. Se pregunta uno cuántos congresales, amén de Ossandón, lo firmaron sin siquiera haber leído el título en la portada del legajo donde se detallaba lo que a Chile le corresponde cumplir. Ya sabemos de leyes que han sido aprobadas sin que el honorable que dio el sí tuviera la menor idea del proyecto. Algunos lo han confesado. Y considerando las dificultades para implementar diversas iniciativas debido a su torpe concepción y redacción, parece que ni siquiera los autores las leyeron pese a haberlas escrito. La diferencia entre Ossandón y esa masa indistinta y anónima de ignorantes es esta: aquel al menos tuvo la honestidad y franqueza de reconocerlo. 


Títere con cabeza


En efecto, de hacerse un examen acucioso del grado de conocimiento que los políticos -y para qué hablar del ciudadano de la calle- tienen respecto de lo que hacen, opinan, aprueban, rechazan, denun- cian, anuncian, firman o dejan de firmar, no quedaría títere con cabeza. Nos encontraríamos con la desoladora evidencia de que a fin de cuentas los malos resultados escolares y académicos que ya se detectaban hace 20 años no son cosa del pasado sino tienen poderosos efectos, qué otra cosa podía esperarse, en los adultos de hoy. La entera sociedad se ha analfabetizado y nuestros prohombres son sus fieles representantes, posiblemente más fieles representantes de eso que de ninguna otra cosa. Más aun, el referente del político promedio -hay tal vez una docena de excepciones- no es hoy su par y/o su superior y hasta, en ciertos casos, el juicio de la historia; tampoco es la calidad de su trabajo, su acuciosidad para enterarse de la ley que va a votar o está creando: hoy su referente es la barra brava, la calle, el  beneficiado con un paquete de tallarines, el cliente político, el viejo o vieja que abrazó en un puerta a puerta; es eso, la “cercanía con la gente” y la amplia sonrisa en la gigantografía lo que vale, no el conocimiento y el sentido común. Una prueba de aptitud académica aplicada a la totalidad del personal político de la nación arrojaría resultados no mejores que los ofrecidos por escolares de colegios públicos de barrio pobre. Probablemente serían peores. Más de algún honorable debe ya haber olvidado la tabla del tres. 


Ignorancia transversal


La ignorancia es transversal, no patrimonio de los “de abajo”. Políticos que como Ossandón no estén muy al día en acuerdos, tratados o leyes son hoy la norma, no la excepción. A diferencia del crucificado Ossandón, lo que el rank and file del Congreso sí sabe es ejercer la útil virtud de la hipocresía y obedecer prontamente el instinto de supervivencia que les sopla cuándo huirles a los micrófonos. No hay ya elites que al menos, en reembolso y compensación por sus privilegios, tengan una educación y formación que les permita cierta independencia del superficial juicio del público, alguna coherencia en la confección de leyes y un mínimo de eficacia en su implementación. Es, esa, la de las elites más o menos cultas, una política ya muerta. En una sociedad de masas empoderadas lo que vale es el control  de sus votos, sin duda poco informados pero cada vez más decisivos, para lo cual no se requiere saber pensar sino saber encantar, saber prometer y sobre todo saber mentir, todas ellas virtudes contrarias a la sana y pura razón porque el mentiroso en serie no sólo “falta a la verdad”, como dicen los siúticos, sino de tanto falsearla pierde de vista su naturaleza y al perderla pierde los referentes necesarios para un buen pensar. Primero no sabe, luego no sabe lo que no sabe y finalmente no sabe si hay un saber que deba saberse. En esa confusión infinita medran, prosperan y hasta se pensionan en olor a santidad.


Populismo


De esto trata el populismo. No es cosa de tribunos que vengan “de afuera”, no sean parte del círculo de la clase política, entren por la ventana del Congreso y tengan la tupé de disputar escaños que parecían hereditarios; el populismo es una condición de inanidad espiritual que deriva de la entera sociedad en la que nace, prospera y finalmente ejerce su acción tóxica. Populismo es pensar con las patas. Es no tener juicio propio. Es pan para hoy y hambre para mañana. Es la política de la idiotez pura y dura. De eso no están libres los “históricos”.


Por eso populista puede serlo cualquiera tanto en la derecha como en la izquierda. Populista es Trump, del todo dependiente de su base electoral de rednecks que lo empujan por el resbalín de las medidas torpes, contraproducentes y hasta devastadoras; populista era el matrimonio Kischner que terminó por arrasar con Argentina; populista es Evo Morales, quien por mantenerse en el poder primero se gastó toda la plata del gas y ahora juega con fuego en la frontera con Chile; populista fue y es el entero elenco del “Partido de los Trabajadores” en Brasil, manga de obesos sabedores tan sólo de cómo ponerle ruedas a su país; populista era Chávez y populista sin fondos pero con balas es Maduro; populista quiso ser Marine Le Pen, populistas los que incitaron a la población menos educada del Reino Unido a dispararse en el pie saliendo de la UE, populistas los del “Podemos” que no pudieron siquiera formar gobierno para suerte de España, populistas los demagogos griegos que creen posible mantener funcionando a un país con jubilados de 40 años, etc., etc.


Tejado de vidrio


Tal vez estas hornadas de sonrientes y dicharacheros analfabetos sean la señal del futuro, el alucinante pródromo de lo por venir. Nada de raro. Vive, la humanidad, un momento histórico de tal prevalencia de la masa que hasta la democracia plena pero tradicional es ya insuficiente para “recoger” sus aspiraciones, todas ellas ilimitadas, insaciables e incontenibles. Como en la Roma antigua, ha de pasarse entonces del inteligente, cauteloso y prudente Augusto cuidando los sestercios y las legiones al destemplado Nerón cantando malos poemas en medio de las llamas. Pero así como Nerón se creía un gran lírico, hoy sus sucesores de menor monta parecen imaginar que están a la altura de las exigencias intelectuales que supone la buena política, pero no estándolo llevan a cabo la clásica tarea de crucificar salvajemente a alguien que cargue las falencias de todos. ¿Somos ignorantes? ¡Nada de eso! El ignorante es él. Y siendo él no lo somos nosotros. Y arrojan sus piedras sin percatarse de su quebradizo tejado de vidrio.


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Published on June 10, 2017 23:15

La astucia y la ignorancia

El senador Manuel José Ossandón dice que para ser presidente hay que saber poco. Que para conocer la manera en que funcionan las cosas allá afuera están los asesores que deben acompañar al líder del modo en que lo hacen esos cardúmenes de peces pequeños que siguen a los más gordos. Ossandón describe entonces la figura de un candidato a la presidencia que en lugar de informarse y buscar los conocimientos por sí mismo, recibiría estudios bien elaborado por ese conjunto de colaboradores que son los encargados de dibujar, para él, el ancho mundo que escapa a su vista.


Todo esto no quiere decir que él no tenga convicciones; las tiene y las repite con el aplomo de quien conoce el modo exacto en el que se hacen las cosas. ¿Cómo se soluciona la amarga crisis en La Araucanía? Metiendo balas. No es necesario dar cuenta de un dominio del conflicto -para eso estarán los asesores-, pero sí es posible prometer balazos para acabar con una historia de violencia. ¿Qué política tendría su gobierno sobre el cambio climático? Poca y quizás ninguna. Esas son cosas que no le interesan a la gente, no tienen que ver con su vida diaria. Porque una jornada corriente -esa que necesita de agua, que se trastorna con los aluviones, las sequías y los incendios- es un asunto que transcurre independiente de las alharacas internacionales sobre tonterías de ambientalistas. ¿Habrá que despenalizar el aborto? No. Nunca. Jamás. Ni Dios lo permita.


Para llegar a tamañas certezas no es necesario ver estudios, escuchar a los expertos, conocer las experiencias ajenas. Le basta con su fe ruda, la misma que lo hizo a él -y a tantos otros- defender al estandarte de los sacerdotes abusadores chilenos.


Ossandón no sabe. No quiere saber, porque en su proyecto político no es útil demostrar conocimiento: “Los estadistas nos han dejado la grande”, dijo en una entrevista, aclarando con esa frase el orden de las cosas que tiene en mente. Aquellos que conocen el mundo, los que se pasean por los salones internacionales de la política, los que lucen sus posgrados, los que hablan con fluidez la jerga de los economistas, los especialistas en traducir a números la desgracia ajena, no le interesan. Ellos son una minoría que el senador -con su diploma de técnico agrícola de un instituto profesional- mira con distancia y recelo.


Ossandón se une entonces a la manada de los descontentos, ese grupo que por origen no le corresponde -¿hay algo más agrariamente pije que su familia?-, pero al que supo acercarse, conocer y entender en su lógica. Entró en la política en esa arena, la de las poblaciones de casas de cartulina y botillerías enrejadas, armado con las herramientas que tuvo a su alcance. Logró combinar el lenguaje ancestral del patrón paternalista y rústico -el que se movía con naturalidad entre inquilinos y peones- con el de los marginados por los políticos profesionales. Aquel diploma técnico en medio de un clan de distinción y privilegios debió haber hecho brotar en él una destreza privada y efectiva. Tal vez su desdén por la arrogancia de los que sí saben fue el puente que lo conectó con ese nuevo mundo, el de hombres y mujeres viviendo en la desventaja perpetua.


Ossandón es una poción que en una dosis justa y en el lugar adecuado funciona con eficacia: le arrebató una de las comunas más pobladas del país a la izquierda, logró llegar al Senado y ha sido capaz de hablarle golpeado a un candidato y ex presidente de su propio sector. El senador sabe que algunos lo pueden mirar con vergüenza ajena -seguramente conoce esa manera de ser tratado- y entiende que ellos nunca lo aceptarán. Sus votos los da por perdidos. El discurso de Ossandón no surte efecto entre quienes verán un programa político el domingo por la noche, ni entre los que leerán sus descargos por la prensa. El senador les habla a quienes no les da el tiempo para leer, estudiar ni conocer. Su discurso va dirigido a los que no levantan cabeza más allá de una jornada asfixiada de rigores; a los que no están dispuestos a discutir algo que esté más allá de sus urgencias; a los que ven en el rostro de la mayoría de los expertos nada más que un gesto de asco propio de los afuerinos.


Manuel José Ossandón apuesta a buscar la confianza de las personas que no ven en el conocimiento algo valioso, sencillamente porque sus vidas son la evidencia de discursos políticos finamente elaborados y rotundamente fracasados.


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Published on June 10, 2017 23:10

En tierra prometida

UN SANO escepticismo aconseja tener en cuenta que los gobiernos que se proponen corregir y perfeccionar la historia gozan de una muy limitada capacidad para hacerlo competentemente bien. Como medios de mejoramiento, suelen ser demasiado toscos, sus autoridades en exceso burdas. ¿Cuándo, además, cambios reformistas o revolucionarios no han sido discutibles, ni decir lo traumáticos que pueden llegar a ser? Es más, esto de que se puede recuperar en la tierra al Edén, no es sino una transmutación de ideales religiosos en políticos. Los gobiernos omnicompetentes serán absolutos, pero no hay un solo camino.


De hecho, existe una larga tradición política, también moderna aunque escéptica, opuesta a la política de la fe (pensemos en el realismo de Maquiavelo y de los padres fundadores más cautelosos de la república norteamericana) que deja en vergüenza al fideísmo haciendo de cable a tierra. La explica muy bien Michael Oakeshott en La política de la fe y la política del escepticismo (1996). Libro que quienes le redactaran el discurso a Bachelet del otro día, por cierto, desconocen. Una lástima, es brillante y tiene a favor de su tesis que no sabemos hacia dónde va la historia. “Se encontrará en la historia una línea homogénea de desarrollo sólo si se hace de ella un muñeco para practicar las habilidades del ventrílocuo”, concluye Oakeshott.


Por tanto, esto de obstinarse y querer dar a entender que sin gobiernos de este tipo estaríamos peor, como se dijo en la cuenta pública, suena a pretensión voluntarista. Puro afán de que se les confirme que con la mera convicción propia basta.

Con todo, comprendámoslos. ¿Qué alternativa tenían? Este podrá haber sido el gobierno que más ha invertido en propaganda, pero su apoyo se ha esfumado. La Nueva Mayoría está hecha añicos. Han tenido problemas comunicacionales, nadie de gobierno se creyó lo del “realismo sin renuncia”, y no se ha sido suficientemente enérgico en promover el “relato”. Pero, ahora, ante la Historia, el asunto quizás es distinto, hay demasiado en juego, ¿por qué no entonces volver a apostar a la convicción? Bachelet otras veces ha sostenido que tiene “pálpitos”; 70% alguna vez le creyó. Y que Chile está mejor suena familiar. El “aquí no ha pasado nada” y el “doblemos la página” del consensualismo complaciente, en su momento (años 90), convencieron. Lo que es el “vamos bien, mañana mejor” obtuvo un 44% el 88, y lo de la copia feliz está en el himno nacional.


Es más, la buena onda y la posverdad aconsejan ser “cool” (la gente se encanta con lo que quiere oír). A nadie, hoy, se le ocurriría hacer un discurso como el de Allende el 11, admitiendo la derrota, teniendo que dejar las cosas para cuando se abrieran de nuevo las grandes alamedas. Por último, la actual literatura de auto ayuda sugiere ser asertivo. Un poco como Piñera que, si vuelve a ganar (no habiendo alternativas), él y Bachelet habrán gobernado 16 años consecutivos: un record. En fin, ¿cómo no van a quedar por ahí suficientes chilenos que sigan creyendo?


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Published on June 10, 2017 00:00

June 9, 2017

Conjunto vacío

ES CLARO que ser presidente es mucho más difícil que ser candidato. Así lo dejó claro esta semana Manuel José Ossandón, pero no fue el único. Me parece que las entrevistas que dieron Beatriz Sánchez y Alberto Mayol, hablan un poco de lo mismo.


Lo de Ossandón es ya insólito. El tipo es lo más parecido a un conjunto vacío. Es decir, pareciera que no hay nada en su cabeza.

O nada que valga la pena. Lo cierto es que el hombre ha construido su discurso criticando a los otros, especialmente a Piñera. Pero nunca ha puesto una idea sobre la mesa. Y, por lo que vimos ahora, parece que es porque no las tiene.


Los otros candidatos -Mayol y Sánchez- no lo hacen mejor. Lo mismo se puede decir de Guillier. Si bien son más articulados, lo único que repiten es que Chile está mal. Que hay un descontento general contra el modelo, lo cual ya es muy discutible. Pero de ahí no salen. Cuando les piden medidas concretas siguen un guion que a estas alturas es clásico: argumentan que no son expertos. Si les preguntan quiénes son los expertos que los ayudarán, dicen que ya lo sabremos. Y el programa, bueno, eso lo van a hacer con la gente. O sea, nada.


Todo esto demuestra, a mi juicio, una clara ignorancia a la hora de plantearse como presidente. La verdad es que no tienen idea alguna de lo que significa aquello, esto es, gobernar un país, lo que ya sabemos es un arte muy complejo, incluso para los que saben. Ninguno de estos candidatos está a la altura de un Alywin, Frei, Lagos, Piñera, ni siquiera Bachelet. O sea, están a miles de kilómetros de distancia.


Por eso, uno no entiende en qué minuto sucedió en Chile que personas sin trayectoria alguna quieran ser presidentes. Algunos son rostros, otros intelectuales, pero al final, ninguno se imagina lo que significa dirigir un país.


Es cierto que nadie gobierna solo. También lo es que el que dirige no tiene que ser experto en todos los temas. Pero de ahí a no saber nada hay un salto cuántico. Un presidente debe liderar, tomar decisiones, y para ello no puede ser un ignorante en materias de Estado.


Hay que subir, entonces, el nivel de la cosa. Lo que está en juego es algo demasiado importante como para que personas recién aparecidas se den el lujo de jugar a ser candidatos. Y aquí ni siquiera se trata de compartir las ideas. En política nadie tiene la razón absoluta, pero al menos se debe ser capaz de articular un discurso coherente. Por eso la gente de derecha respeta Alywin y Lagos. Son tipo sólidos. De la misma manera, la izquierda podrá decir muchas cosas de Piñera, pero nadie dice que no está preparado para ser presidente.


Lo contrario sucede con algunos de los candidatos actuales. Son personas que, aunque hayan sido destacadas en sus respectivas áreas -periodistas, intelectuales, alcaldes-, se están metiendo en una zona que no conocen ni de cerca. Yo creo que ellos también lo saben. Y por eso resulta más extraño que estén ahí, jugando a querer ser presidente, como quien quiere ser Messi sin haber jugado nunca al fútbol. La verdad es que no están ni para la banca del Barcelona, lo que ya es mucho decir.


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Published on June 09, 2017 23:55

La fuerza de Bachelet

TENÍA POCAS expectativas respecto de este último mensaje presidencial. Pensaba que iba a ser una triste ceremonia del adiós .Me imaginaba el típico inventario tedioso que prepara cada ministerio, sin mística, sin nervio, con muchas explicaciones y poco relato. Imaginaba también un público respetuoso pero distraído y a una presidenta con ganas de que todo terminara pronto.

Me llevé una buena sorpresa. Este fue de lejos el mejor de sus ocho mensajes. Tuvo muchos méritos. El principal: la fuerza de la Presidenta para sobreponerse a un escenario adverso.


Este ha sido el gobierno más mal tratado por los medios y la opinión pública en toda la historia ya larga de la transición. Las críticas a la Presidenta traspasaron todos los límites. De la crítica política se pasó a la descalificación personal. Su núcleo familiar íntimo fue objeto de burlas y escarnio. Su honestidad e idoneidad fueron puestas en entredicho. Esto no se había visto nunca.


La de Michelle Bachelet no es la historia de una vida fácil. Hay episodios muy dolorosos en su biografía pero fue siempre capaz de sobreponerse y logró salir bien parada de un escrutinio público tan exigente como el de una campaña presidencial. Examen tanto más difícil tratándose de una mujer. No era fácil. Chile tenía que acostumbrarse a ser presidido por una mujer. Lo consiguió y tan bien que logró algo muy excepcional en la historia republicana: reelegirse por un segundo periodo, apoyada por una fuerte mayoría.


La historia de Michelle Bachelet no es tampoco la del político que desde muy pequeño decide entrar a una carrera que se sabe áspera y llena de obstáculos y genera las defensas correspondientes. En su caso, la presidencia ha sido más bien una obligación impuesta por las circunstancias que la culminación de una carrera planificada.

Por eso los ataques resultaron especialmente dolorosos. Hay políticos a los cuales éstos terminan resbalándoles. A ella no. Y se le notó. En varias oportunidades se la vio cabizbaja e incluso triste. La cercanía y la empatía, atributos indiscutidos, parecían diluirse.


El 1 de junio fue distinto. Esta vez mostró aplomo y convicción. No fue autocomplaciente, reconoció que las cosas se pudieron haber hecho mucho mejor. Y de esto no cabe duda. Pero, defendió con gran fuerza la idea que durante estos años se dio inicio a un proceso de reformas indispensable para enfrentar las desigualdades y asegurar un piso mínimo de protección social.


En el mensaje mostró un número importante de avances en materia política, social y también económica. Desmienten la visión de país estancado y arrasado que proyecta permanentemente la oposición.

Lo que se construyó durante estos años en el plano de las grandes reformas es todavía una obra gruesa. Es evidente que se cometieron errores. Hay cosas que se debieron hacer antes como, por ejemplo, el fortalecimiento de la educación pública. El terreno está todavía lleno de escombros. Pero, hay que reconocerle a este gobierno que se atrevió a hacer lo que ningún otro había hecho: emprender reformas muy costosas en el corto plazo y cuyos frutos se cosecharán en tiempos mayores. Y se atrevió también a plantear temas hasta ahora tabú como el aborto en tres causales. Esto es exactamente lo contrario del populismo.


La obra gruesa iniciada admite múltiples terminaciones. La campaña presidencial en curso será el espacio en el que se confrontaran posiciones. Habrá muchas propuestas. Dificulto en todo caso que alguien proponga pasar una retroexcavadora por la obra gruesa levantada.


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Published on June 09, 2017 23:50

Me opongo a una regulación

ME RESISTO a la regulación. Cuando comencé a trabajar en encuestas éstas eran “reguladas”, lo recuerdo muy bien: el cuestionario debía ser enviado en forma previa a una oficina del gobierno, donde funcionarios revisaban qué preguntas eran aceptables y cuáles no. Pasado algunas semanas, el cuestionario era devuelto con tachas en lápiz rojo, indicando qué preguntas debían eliminarse. Además, debíamos enviar una lista con el nombre y rut de los encuestadores en forma previa al trabajo de terreno. Algunos nombres de la lista eran borrados, sin mayores explicaciones. Bueno, eso era Chile a fines de la década de los 70, y esas sí que eran “regulaciones”. De más está decir que, por entonces, muchas otras áreas de la vida ciudadana eran también “reguladas” y en forma bastante más drástica.


Es por esta experiencia que tengo profundo temor y rechazo a las regulaciones, a casi todas. A veces son necesarias, es cierto, pero esto constituye siempre un mal necesario, una pérdida de libertad que solo es posible justificar por un bien superior y siempre deben ser minimizadas en duración y alcance.


Pero mi rechazo no es solo por lo vivido. La opinión pública es un elemento clave de una sociedad democrática. Los estudios de opinión pública son parte de la democracia. Ellos son una forma de expresión ciudadana, de actitudes y opiniones difíciles de manifestarse y de conocerse por otros canales. Las encuestas de opinión no son, desde luego, la única forma que tienen los ciudadanos de hacer oír su voz, siendo la más solemne y formal el voto emitido en elecciones democráticas. Pero no todo se decide por elecciones y las políticas públicas requieren conocer más de las opiniones y actitudes de los ciudadanos, así como de la evaluación que hacen de sus gobernantes. Los estudios de opinión permiten sacar a la luz la opinión de muchos que no tienen acceso a otras formas expresión, como protestar, presionar u otras formas del “movimiento social”. Así, postulo, los estudios de opinión son un irreemplazable contrapeso a otras formas de expresión ciudadana y permiten una visión más equilibrada del ánimo colectivo. Las dictaduras de todo el mundo, de cualquier color, siempre limitan, suprimen o “regulan” la expresión de la opinión publica medida por encuestas.


¿Regular qué? Muchos países han implementado regulaciones a las encuestas. Éstas van desde prohibiciones totales, a prohibiciones de preguntas específicas tales como la evaluación de las autoridades y sus familias, religión y otros (es el caso de Arabia Saudita, China, Jordania), en general se trata de países con sistemas de gobierno no democrático, monarquías o dictaduras. Otra regulación común es establecer plazos de prohibición en días previos a las elecciones. Tal plazo de prohibición no existe en 22 de 85 países analizados (Chung, University of Hong Kong, 2012) donde destacan países como Estados Unidos, Alemania, Dinamarca y Austria. Varios paises fijan un período corto de prohibición 1 o 2 días antes de la elección (Noruega) y otros más largo (Argentina 15 días, Honduras 45 días). Por último, un tercer tipo de regulaciones se refiere a la información que debe ser entregada junto con los resultados de la encuesta. De acuerdo al citado análisis efectuado por Chung de 85 países en 2012, en 30 de ellos (35%) existían normas legales a este respecto. Las normas más frecuentes obligan a informar sobre: quién encarga la encuesta (35%), cobertura geográfica (25%), fecha de toma de datos (25%), margen de error (24%), fraseo preciso de las preguntas (21%), caracteristicas de la muestra (20%), método de entrevista (19%) y en último lugar la tasa de respuesta (15%).


¿Regular? Los ciudadanos tienen derecho y capacidad para decidir en qué encuestas creen y en cuáles no creen. Ojalá haya muchas y variadas. Como sucede con la prensa, no hay duda alguna que para la democracia es mejor una prensa libre a una regulada, aun cuando a veces se cometan errores o excesos. La libertad tiene riesgos, lo sabemos, pero vale la pena protegerla.


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Published on June 09, 2017 23:45

Álvaro Bisama's Blog

Álvaro Bisama
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