Álvaro Bisama's Blog, page 114

August 5, 2017

Personajes secundarios

Personajes secundarios, menores, con escasa a nula proyección, de esos que apenas aparecen mencionados en las películas, dominan de pronto la escena política local.


Un señor de apellido Rincón se convierte en el sepulturero de la DC, el desconocido marido de una senadora arremete contra las mafias partidistas, un tal Mayol ahora quiere ser diputado, una señora con un punto en las encuestas titubea con su candidatura y así, suma y sigue.


¡Espejo, el exministro del Transantiago, renuncia a su reelección! Irrelevante, porque ni siquiera tenía opciones de ganar.

Saint-Jean y el PRI complican el acuerdo parlamentario de la derecha. ¡Pero quiénes son!

¿En qué minuto la política se volvió un torneo amateur?


¿Dónde está Zaldívar, Frei, Pérez Yoma?


¿Tomaron palco en la ceremonia fúnebre de su partido?


¿Cómo terminó Elizalde, otro personaje secundario, al frente del partido de la Presidenta?


A su haber tiene el apresurar la bajada de Lagos, solo para terminar apoyando a un candidato tan desinflado como Guillier.

Y qué me dicen del propio Guillier, que abandona la sala para evitar pronunciarse en contra de la dictadura de Maduro. “Es que las relaciones internacionales son relaciones de Estado”, nos aclara.


¿Qué significa eso? Todo para no contrariar al PC, como si los comunistas tuviesen la llave para entrar a La Moneda.

No señor Guillier, esta elección la definirá el centro político, el mismo que está quedando huérfano tras el sensible fallecimiento de la DC.


Y ya que mencionamos el drama venezolano, cómo podríamos calificar la notable diferenciación que Revolución Democrática, el partido de nuestro querido Giorgio, estableció entre “democracia procedimental” y “dictadura”. Eso, si me disculpan, es tan rebuscado como calificar al golpe de “pronunciamiento militar”.

La generación de recambio, me temo, no está dando el ancho. Son torpes, apresurados, apenas si se atreven a contradecir lo que se diga por tuiter. Se mueven al ritmo de las encuestas y difícilmente miran más allá de sus propios cálculos e intereses.


En resumen, personajes menores. Lamentablemente para nosotros, la historia registra contados casos en que individuos llamados a roles secundarios han brillado al momento de asumir un impensado protagonismo.


Tiberio Claudio, Jorge VI, Luis Cruz Martínez. Me temo que ni las Beas, ni los Giorgios, ni los Cotes, están a la altura.


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Published on August 05, 2017 23:50

Cargos a disposición

Hemos escuchado hablar de convicciones. Distinguidos dirigentes democratacristianos lo han repetido. Es lo que suelen subrayar cada tanto, con meticulosa pronunciación y la voz templada por el regocijo que les provoca el mero hecho de escucharse a sí mismos.


“Actuamos por convicciones”, han dicho nuevamente, como si en esa sola frase hubiera fuerza suficiente para acallar dudas y zanjar críticas. Nos han recordado que están convencidos de algo que todos nosotros -el resto, los que escuchamos sus frecuentes declaraciones- debiésemos tener en cuenta cada vez que se nos cruza una duda sobre sus procedimientos, sus objetivos políticos, sus tropiezos, deslices y contradicciones. Lo dicen como si cada palabra de la oración viniera en mayúsculas, esculpida en un friso de mármol que guardan bajo la manga para mostrarlo cada vez que sus discursos y la realidad de allá afuera -los hechos puros y duros- chocan de frente, como suele suceder cuando dos objetos van en sentido opuesto. Entonces, como una manera de amortiguar la crujidera de la colisión, alzan la voz para evocar sus “convicciones”. Una estrategia de sordina, un filtro para que la luz rebote en una telaraña retórica.


Los dirigentes DC nos dicen que aquello que escuchamos y vemos no es lo que parece, sino otra cosa; algo que sólo ellos son capaces de vislumbrar con nitidez gracias a los superpoderes que les confiere el mero hecho de tener convicciones -¿en qué?- y mencionarlo con una frecuencia rayana en la majadería. “Si bien en cierto, no es menos cierto”, repiten, explicándonos que sus intenciones no son de este mundo terrenal, sino de otro, un espacio paralelo, una experiencia numinosa y severa -suelen llamarla “humanismo cristiano”- que los ha obligado a sacrificios múltiples, como participar de gobiernos a disgusto. Una tajada de poder bien vale varios ministerios, subsecretarías y direcciones de servicio. Si es necesario subirse al carro y negar el programa de gobierno antes de que el gallo cante tres veces, entonces no queda más que hacerlo. En política los principios son los principios, hay que respetarlos, y si las circunstancias lo exigen, acomodarlos a los cargos a disposición y al círculo virtuoso que se genera cuando del Estado se salta a los directorios de empresas en menos de lo que se reza un avemaría.


La opinión pública debería saber que esas son las gestas que exigen las convicciones, cuando hay una misión respaldada por una historia que suele relatarse como los pasajes de un libro religioso, con sus propios patriarcas, sus mártires de culto y sus familias fundadoras. Un evangelio escrito entre Cachagua, Ñuñoa y Vitacura con vista a La Moneda y platea reservada en el Congreso. La principal virtud de sus apóstoles durante la transición fue hacerse necesarios, encarnando un sello que certifica moderación y buenas costumbres. Han sabido indagar y sacar partido de los beneficios del agua tibia, de las bisagras y del freno de mano, extendiendo sus redes a través de protegidos y aprendices de caudillos de provincia de escrúpulos variables.


Nos fuimos acostumbrando a que todos ellos -apóstoles y monaguillos- estuvieran siempre allí, apretando clavijas, con el sigilo del oficial de aduana y la moral del inspector de colegio que en las mañanas prodiga castigos y en las tardes dicta catecismo. Hasta hace poco ejercían su poder en nombre de una supuesta militancia multitudinaria de fantasía que se encogió con el baño de realidad que significó el proceso de refichaje. Son los representantes -aseguran- de los ciudadanos que adhieren al centro político, un grupo fantasmagórico descrito más por adjetivos -moderación, cautela- que por sustantivos. Algo parecido a un rebaño que prefiere montarse sobre un animal llamado “sentido común”, que camina con pies de plomo con mucho temor y poca imaginación. Para convocar a este grupo -que solo parece existir en sus mentes- no es necesario ofrecer un horizonte de ideas, un proyecto de prosperidad, basta con una pócima de clientelismo, cálculo electoral y la maquinaria bien engrasada que transforma los adherentes en una hinchada de barrio capaz de defender a los gritos el más impresentable de los candidatos.


Esta semana hemos vuelto a escuchar discursos sobre convicciones políticas, sobre valores que no se transan y sobre una historia que arranca con los veteranos de la falange, se eleva con Frei Montalva, cambia el país con la Reforma Agraria, esquiva las responsabilidades del Golpe y reaparece aguerrida en plena dictadura desafiando al régimen en el Caupolicán. Sin embargo, el rumor de la épica de las convicciones esta vez no fue suficiente para disimular lo que vimos: una disputa sin pudores ni recato, una trifulca de ambiciones y zancadillas sin héroes ni heroínas. Un ritual esperpéntico, cuyo único objetivo parece haber sido conservar los últimos jirones de poder, antes del inminente derrumbe de una historia de la que solo queda una frágil cáscara de frases hechas.


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Published on August 05, 2017 23:45

Tiro al blanco

Dirigentes nacionales, provinciales, comunales y militantes activos de la Democracia Cristiana acaban de probarnos cuán cierto es lo que dijo Sigmund Freud en Más allá del principio del placer, libro donde postuló que en el alma humana habita no solo un impulso hacia la vida, “Eros”, cuya manifestación más intensa es el deseo de reproducirse y sus suspirantes anexos espirituales, sino también un impulso hacia la autodestrucción, “Thanatos”, el cual suele manifestarse como el daño que de vez en cuando nos infligimos por causa de un oscuro deseo de castigarnos, pero que, en ocasiones, aparece también con un definitivo y respetable balazo en la sien.


Ambas modalidades fueron ofrecidas en la reciente asamblea de la colectividad y en la que con una votación se hizo naufragar la candidatura de Carolina Goic en un océano de incertidumbre. Consternada, anunció sumirse en un proceso de reflexión de cuya profundidad y a pedido del respetable público emergió brevemente a la superficie para advertir que regresaría si el señor Rincón deponía SU candidatura. A eso se sumó la batahola de los diputados que acusaron a Goic de posar de víctima por hechos que son de su autoría. Ni Moliere podría haber imaginado una comedia con más peripecias.


Al escribirse estas líneas la desolación y furia de quienes apoyan a Carolina es irremediable, pero a su vez la obcecación porfiada de quienes desean su caída es irredimible. Por eso, aunque regrese a la carrera, el daño está hecho. Hay demasiados bandos en lucha y demasiados propósitos o imposibles o incoherentes y siempre contradictorios. Algunos sueñan con usar a Carolina para ganar fuerzas y un mejor pacto con la NM y que garantice la continuación de sus cargos; otros fantasean con convertirla en pabellón patrio de una Democracia Cristiana regresando a la pobreza evangélica; incluso un sector ha sustituido el lema “hay que derrotar a la derecha” por “hay que derrotar a la izquierda”, aunque solo susurrado, jamás proclamado. En medio de tan movediza mezcla es difícil prever en qué se traducirá el relanzamiento de Carolina, salvo más de lo mismo, confusión y desintegración. Con estas algazaras político-mediáticas la DC va rápidamente encaminándose a un estado de insubsanable catatonia política.

¿Cómo se llegó a esto?


De la esencia…

Es de la esencia de los partidos de centro no contar, ni siquiera cuando viven el entusiasmo propio de toda inauguración, con un ancla ideológica sólida que promueva y hasta imponga conceptos, valores y doctrinas que dificulten vaivenes ruinosos y/o ridículos. El solo hecho de intentar una síntesis de principios a menudo irreconciliables siembra semillas de destrucción; estas pueden dormir por décadas si el medioambiente político es apacible y nadie fuerza posturas extremas, pero aparecen y fructifican lujuriosamente apenas eso ocurre. La decé ya lo vivió en los años de Frei, lo vivió en los de Allende y lo vive ahora en los de Bachelet, en los tres casos por la misma razón.


Esa “misma razón” es la vaguedad nebulosa del credo democratacristiano, ya aparente en su endeblez el día mismo cuando la colectividad nació desprendiéndose del tronco conservador. La fe cristiana puede ser suficiente si se trata de salvar el alma y acceder a la Vida Eterna a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, pero es mucho menos precisa y operativa cuando se trata de dilucidar el qué y el cómo de la vida en sociedad. No basta hablar de “humanismo cristiano” para definir un camino claro respecto de impuestos, propiedad, el bien o el mal de las desigualdades, etc. No bastó en el pasado y no ha bastado ahora. Inevitablemente, si las circunstancias fuerzan una definición sobre esos tópicos, los elementos contrarios apenas pegados entre sí con el adhesivo de la retórica se van a separar y seguir sus propias lógicas.


Lo hemos visto en los temas tributarios, de educación, de salud, de relaciones exteriores, en todo. En cada ocasión dentro de la decé han surgido voces pidiendo menos, otras exigiendo más y algunas sin saber qué pensar ni decir ni pedir. La confusión e indefinición se da entonces por partida doble: entre facciones con ideas distintas y dentro de individuos que no tienen idea. Cuando eso no ha sucedido es solo porque el tema no ha sido activado.


Cincuenta años, 20 años…

Si acaso los 50 años pasados desde la coronación de Eduardo Frei Montalva completaron el desvanecimiento -“el tiempo que todo lo borra” decía Lucrecio- de las proposiciones programáticas inspiradas en encíclicas papales y piadosos ensayos de Jacques Maritain, 20 años de cómoda gestión bajo el palio de la Concertación disiparon también el capital de honestidad y coherencia moral que, para desgracia del género humano, solo prospera o se sostiene en condiciones espartanas, al margen de la tentación, nunca jamás en el suculento ejercicio del poder y el goce del privilegio. Este deterioro es más marcado en los que tienen débiles frenos ideológicos, pero aun quienes los poseen fuertes suelen perder el Buen Camino si hay demasiadas estaciones intermedias bien provistas con los bienes de este mundo. Como fruto del desgaste de ambos procesos históricos, hoy la dirigencia democratacristiana, salvo las excepciones que confirman la regla, solo posee dos cosas: por un lado, un catálogo de frases hechas que apenas tuvieron contenido en el pasado y ahora ninguno, al punto que, es de lamentarse, sus fatigosas peroraciones sobre el “centro”, su afán de hacer de padre adoptivo de la “huérfana clase media”, sus llamados al “bien común”, su cacareada inspiración cristiana y todas las demás expectoraciones provenientes de dicho sector suenan ininteligibles como un eco llegando con retraso; por otro lado, poseen una feroz determinación a seguir donde están, ganar otros cuatro años en el poder y evitarse la tan difícil subsistencia en el ámbito privado, el cual, en su crueldad, evalúa a los ciudadanos no como prometía el idílico comunismo, esto es, exigiendo de cada quien según sus capacidades, sino al revés, retribuyendo a cada quien según sus capacidades.


Por eso no es casual que los dirigentes históricos que rechazan las actuales posturas y apuestan por un camino propio sean quienes están ya literalmente jubilados tanto de la colectividad como del Estado, razón por la cual no tienen nada que perder. Desde su ya ganado confort material pueden darse el lujo de jurar votos de pobreza.


Vida, pasión, etc…

Tal ha sido la vida, pasión y muerte de la decé. Vivía cuando luchaba por principios que aun en su vaguedad insuflaban su quehacer con un hálito épico o siquiera inocente; conoció la “pasión” al enfrentar la adversidad de muchas derrotas y la sordera nacional ante sus prédicas humanitarias, si acaso no muy llenas de sabiduría, al menos de ingenuidad; conoce ahora la muerte, porque convirtió esa pasión en vulgar miedo y resentimiento ante la posibilidad de ser apartada del erario nacional. Puede que su cuerpo siga respirando, pero su espíritu ha fallecido -como el de otras colectividades- porque olvidó lo que era. El puro afán de poder por el poder, el poder para seguir en el poder, en breve, el poder amnésico que ya no sabe para qué es constituye un pobre remedo del sentido y la finalidad. En subsidio envuelve ese vacío en hipócrita y relamida retórica, ayer humanista y hoy populista. Todavía celebra sus rituales, sus asambleas, sus primarias, sus elecciones internas, pero todo huele a simulacro. Mutó en sociedad de socorros mutuos, donde no hay cabida para la lealtad ideológica sino solo para un práctico “hoy por ti, mañana por mí”. Cascarón hueco y sin alma, la Democracia Cristiana recuerda hoy esas catedrales europeas solo visitadas por turistas japoneses. Quizás un día la insoportable levedad de dicha condición despertará a Thanatos y los llevará a una jornada como la de esa noche del 4 de agosto de 1789 cuando la nobleza francesa cometió harakiri rindiendo sus derechos feudales.


Tal vez lo haya sido, en escala menor, la de la votación. Un insuperable cansancio agobia todo aquello que ha extraviado su destino.


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Published on August 05, 2017 23:43

Hipótesis que dan para todo

Carolina Goic salió fortalecida. Al tomar la decisión de mantener su candidatura y de vetar desde ya la postulación de Ricardo Rincón, la abanderada DC dio un poderoso testimonio de convicción que no hará sino fortalecerla. Los días que se tomó para evaluar si seguía o no seguía en carrera le dieron una visibilidad mediática que su candidatura nunca tuvo, y esa exposición, además de favorecerla, dejaría en claro que ella no está en política para liderar cualquier cosa, sino un proyecto político comprometido con la decencia y la ética. Ahora sí que la opción presidencial de la DC podría tener piso y viabilidad. Hacer política desde la convicción, en cualquier caso, la obligará, por razones de estricta coherencia, no solo a bajar la candidatura del parlamentario involucrado en un caso de violencia intrafamiliar, sino también otros, donde también están en juego valores éticos sustantivos de la acción política. Si lo hace, quizás convenza al electorado que seguía viendo su candidatura con reservas, y este efecto no puede sino ser favorable para ella en tanto candidata. Pero también profundizará los desencuentros que tiene con sectores importantes de su partido y esto no necesariamente la ayudará en su conducción de la colectividad.


Carolina Goic salió debilitada. Debilitada, porque demostró tener poco liderazgo y autoridad en su partido y porque su candidatura, al menos hasta el sábado de la semana pasada, seguía sin convencer mayormente no solo a la ciudadanía, sino incluso a sus propios parlamentarios y a los dirigentes de base que acudieron a la junta nacional. Los cinco días que, además, la senadora se tomó para evaluar y decidir, unidos a los contactos, telefonazos, declaraciones y contradeclaraciones que salieron en el intertanto, dieron piso para pensar que en su resolución hubo quizás más cocina que la que tolera la política de las convicciones. Básicamente por este concepto, la decisión de perseverar en la carrera presidencial no cambiaría mucho las cosas desde el momento que, antes que como un tributo a la ética, que es la lectura cándida del episodio, podría ser una salida de emergencia para que a la presidenta de la DC no se le siguiera desarmando el partido.


El reposicionamiento de Carolina Goic le hará las cosas más difíciles a Piñera y será fundamental para salvar del naufragio a la centroizquierda y mantener dentro del sistema político a un amplio sector ciudadano que, si ella no está en la papeleta en noviembre próximo, simplemente no va a ir a votar. Como la candidatura de Alejandro Guillier ha perdido convocatoria y rating, y parece cada vez más divorciada del tronco socialdemócrata que fue uno de los ejes de la antigua Concertación, el voto moderado que Carolina Goic pudiera capturar se vuelve entonces clave para evitar un triunfo aplastante de la centroderecha. Otra cosa es lo que ocurra después, en segunda vuelta, donde la DC podría condicionar su apoyo a Guillier -supuesto que sea él quien saque la segunda mayoría- a cambio de incorporar al programa de gobierno al menos algunas de las prioridades que su candidata haya podido plantear en la campaña.


Lo ocurrido en la última semana, no obstante haber inflamado la escena política, no obstante haber coloreado con emociones, acusaciones, arrebatos, descalificaciones y palabras destempladas y sangrantes las páginas normalmente circunspectas de la crónica política, ha dejado las cosas donde mismo. Nada importante se ha movido. Esta ha sido una de esas peleas feroces que la gente mira tal como hace con videos malsanos de animales salvajes que tratan de devorarse entre sí: nos impresionan, pero en el fondo no nos van ni nos vienen. Y por eso saltamos al próximo video. Todo, entonces, seguiría igual: la clase política y sus querellas allá arriba, la gente común con sus problemas acá abajo. La cancha, al final, habría cambiado poco. La izquierda chilena continúa dividida. La derecha sigue en una posición expectante. Y los mismos problemas y demonios que la DC como partido tenía antes de la junta, los sigue teniendo ahora y en algún momento tendrá que ponerse a trabajar para resolverlos y exorcizarlos. Entre otras cosas, no solo le está haciendo falta un proyecto común, sino también entregar algunas explicaciones: por ejemplo, por qué habiendo dado por acabada la experiencia de la Nueva Mayoría, la DC continúa, sin embargo, en el gobierno; qué fue lo que no le gustó de la actual administración, a pesar de haberla apoyado y de seguir apoyándola con incondicionalidad y entusiasmo hasta hoy, y por qué, habiéndole sido tan fácil ayer votar por Bachelet, le resultaría tan difícil hacerlo por Guillier ahora.


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Published on August 05, 2017 23:41

El instinto suicida

La DC fue arrastrada al fondo de sus posibilidades por la que puede ser la junta nacional más absurda de su historia, una junta que siempre supo que si decidía en contra de su presidenta y candidata se exponía a quedar sin presidenta y sin candidata a tres semanas del cierre de las inscripciones. E increíblemente, como el escorpión montado sobre la rana, decidió en contra.

Lo que lleva a los partidos a comportarse de esta manera suicida es uno de los grandes misterios de la política, pero está claro que ocurre con más frecuencia cuando se juntan la confusión ambiental con las directivas toscas. Caso previo: el PS.


A diferencia del PS, que aún no se da cuenta de lo que produjo, el suicidio de la DC resultó fallido. El instinto estaba actuando, pero, quizás por su estridencia, abrió la oportunidad para que la ofendida presidenta y candidata, Carolina Goic, resucitara con la sorpresiva posibilidad de representar una “remoralización” de la política. La tenaz resistencia del diputado Ricardo Rincón calza inopinadamente con el rechazo social al maltrato de las mujeres, pero abre también el escenario para castigar otras incorrecciones.


Lo que Rincón no comprendió -y quizás aún no lo hace- es que su desafío a Goic confirmaba, en un oscuro nivel simbólico, las acusaciones que sufrió 15 años atrás, y le daba a la candidata la oportunidad de castigarlo de tal modo que cualquier reacción defensiva tendrá costos cada vez más altos. Quién lo iba a decir: una candidatura à la Macron.


Por supuesto, los primeros en echar a perder sus oportunidades suelen ser los propios candidatos. Pero el jueves, Goic salió por arriba, que es como se llama a esos pequeños instantes donde un dirigente puede combinar virtuosamente la moral de las convicciones con la moral de la responsabilidad. Quién lo iba a decir: una candidatura tocada por la virtud.


La semana infernal que tuvo la DC reflotó también esos episódicos pronósticos sobre su crisis “terminal”, una enfermedad que se le viene diagnosticando desde los años 70, casi siempre con más deseos que bases factuales. De una manera similar, Pinochet primero, y la derecha después, estuvieron vaticinando la muerte de la Concertación desde 1988 en adelante. Y, sin embargo, para matar a la Concertación fue necesario crear un imbunche, la Nueva Mayoría, y alinear tras ella a un repertorio de ambiciones, necesidades y apetitos con un grado variable, pero siempre relevante, de oportunismo.


¿Qué se debe crear para matar a la DC?

Por ahora, puede ser más útil aceptar que la DC es una anomalía procedente del siglo XX, una singularidad de la política chilena, similar a lo que son, por ejemplo, el PPD o el Partido Humanista. Curiosamente, pocos analistas se preocupan de la persistencia del PPD o el PH, que no existen sino en la imaginación local, mientras que la DC lucha por subsistir en Alemania, Italia, Venezuela, Bélgica, Centroamérica, espacios donde alguna vez fue mucho más que una sombra.


La DC irrita, por lo general, a los que requieren radicalidad -izquierdas versus derechas, pobres versus ricos, creyentes versus agnósticos, generosos versus egoístas-, a todos los muchos que sienten que la ambigüedad política es intolerable y a los que creen que no se puede vivir con contradicciones. Y tienden a predominar, sobre todo en esa ancha faja del llamado progresismo, los que detestan el sesgo religioso de la DC, que en esto, como en lo demás, se desliza por el medio: ni confesional ni escéptico.


Esa presión que se le impone desde fuera ha sido también parte de su vida partidaria. La DC ha vivido siempre dividida entre los que quieren afirmar su pertenencia a un centro equilibrado y ecuánime, puramente imaginario, y los que creen que su destino está ligado a una alianza con la izquierda. Esta última corriente creció a la sombra de Radomiro Tomic, que en 1970 lanzó la convocatoria a la “unidad del pueblo” y la izquierda le respondió creando la Unidad Popular, que era lo mismo, pero sin Tomic.

En realidad, la única materialización de esa idea ha sido la Concertación, y su muerte es lo que está en el fondo del renacido debate entre la ubicación de centro o de centroizquierda, aunque esas figuras son igualmente inútiles cuando nadie quiere ser tu aliado.


En la Concertación siempre hubo algún grupo al que le disgustaba la alianza con la DC, pero no llegó a tener hegemonía hasta estos últimos dos o tres años, cuando la dinámica propia de la Nueva Mayoría fue modificando los poderes dentro de los otros partidos socios. De esto no se dio cuenta -o no quiso hacerlo- buena parte de la dirección de la DC en los años de la Nueva Mayoría.


Hoy es evidente que la candidatura de Goic ha sido cooptada por el sector más de “centro” de la DC, pero eso se debe, precisamente, a que el sector más de “centroizquierda” fue incapaz de vislumbrar la soledad en que lo estaban dejando sus socios, miopía de la que participó -todo hay que decirlo- la misma Carolina Goic.

En cambio, no es verdad que el sector más de “centro” pueda reflotar la tesis sesentera del “camino propio”, pero no porque le disguste, sino porque es inviable.


La política de alianzas ha pasado a ser una obligación de los partidos, y ella significa también, o quizás sobre todo, observar con cuidado qué está pasando con los posibles aliados.

Pocos candidatos habrán tenido el poder que esta semana ha acumulado Carolina Goic. Las únicas amenazas relevantes provienen de su propio entorno: la intromisión de la familia, el anecdotismo, la banalización. La beatería confundida con ética. El infantilismo. Las ganas de ser querida. La peste de la bondad.

Hasta aquí, todo lo que le ha pasado a Goic ha ocurrido por añadidura o ha caído del cielo. La política también se hace de casualidades, y muchas de esas casualidades tienen una dirección histórica que es casi imposible desentrañar mientras están ocurriendo. Pero hay un punto en que los dirigentes deben tomar el volante y arrollar los obstáculos. La inercia es también parte del repertorio de los instintos suicidas.


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Published on August 05, 2017 23:38

Más y más Estado

Según cifras del INE, aparecidas en la prensa, cerca de un millón de chilenos (961.060) trabajaría para el Estado. El dato ha sido traído a colación en el contexto de un aumento en un 83% del empleo fiscal correspondiente al trimestre abril-junio 2017; cuatro de cinco empleos habiendo sido creados en el ámbito público en dicho lapso, sus remuneraciones aumentando en un 9,7% los últimos 12 meses.


Ello, a su vez, en un momento especialmente delicado, con un desempeño económico deficiente (el desempleo, un 7%), y encontrándonos en plena coyuntura eleccionaria además. Cualquier aumento en gasto de esta índole, por tanto, es motivo de justa suspicacia.


Más aún, si la tendencia al crecimiento del empleo estatal hace rato que manifiesta alzas. Son cada vez más los empleados a contrata u honorarios, habiéndose duplicado este universo entre 1996 y 2008, triplicado incluso entre 2004 y 2013. En paralelo, eso sí, a una planta administrativa sin grandes variaciones, pequeña si se la compara con la de otros países (e.g. vecinos), de ahí el despiste. ¿Acaso la cifra extraordinaria aquella, a que hemos llegado, miente? ¿Ese casi millón de chilenos dependientes del aparato estatal, en distintos grados, niveles de remuneración y permanencia asegurada, aunque asalariados todos, califíqueseles como sea? En La Moneda algunos asesores ganando más que el promedio de sus pares en la Casa Blanca. ¿Y sin cundir el clientelismo político?


Aproximadamente 1 de cada 8 trabajadores (12,5%) supeditados a tamaña máquina de poder hinchada, da como para hacerse preguntas incómodas.


Con todo, el fenómeno podría seguir pasando desapercibido, negándoselo. Las estadísticas son, desde luego, abstractas, difíciles de entender (fáciles también de camuflar). En ciertas comunidades algún ente estatal puede que sea la principal fuente de trabajo (lo era la U. de Talca en su ciudad en los años 90), por tanto, ¿quién ahí habría de atreverse a morder la mano que le alimenta? Si podría estar produciéndose, incluso, lo que afirma Anthony de Jasay – que “las personas llegan a creer que porque tienen Estados, los necesitan”-, les parecen instrumentos neutros. Acostumbrados a una existencia pintada como benévola y pródiga, ¿importará que sea un monstruo, un Leviatán? ¿No es el Estado de todos los chilenos? “Ogro filantrópico” llamó Octavio Paz a este fenómeno no desprovisto de lógica y razonamiento, Hobbes otro tanto antes, clave la complicidad pasiva de quienes han de beneficiarse de él.


También el enredo intencional, como cuando se proclaman eslóganes a todas luces absurdos. “Defendamos una Universidad del Estado y no del gobierno de turno” reza el lienzo en el frontis de la Escuela de Derecho de la UCh. ¡Pero vamos! ¿Es que allí adentro ignoran que quienes manejan el gobierno se apoderan del Estado?


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Published on August 05, 2017 00:00

August 4, 2017

Opus Lagos

Hay personas, muy pocas, que con el paso del tiempo conservan un aura de poder, aunque no lo tengan. El caso del expresidente Lagos, es uno de ellos. Cuando renunció a su candidatura, muchos pensaron que le había llegado el momento de pasar a los cuarteles de invierno. Que había arriesgado todo su capital político en una aventura fallida. Y la verdad es que no supimos mucho de él desde aquel momento.


Esta semana, sin embargo, el hombre decidió volver. Y lo hizo como los que saben. El momento preciso, la ocasión perfecta. Y es su estilo, fue duro, muy duro, para poner las cosas en su lugar. “La tarea número uno de Chile es crecer; lo demás es música”, dijo en un seminario económico, atestado de empresarios, quienes como un público embobado escuchando la mejor sinfonía, no dudaron en aplaudir sin tapujos al maestro conductor.


Es cierto, era la música favorita para la audiencia escogida. La sonata perfecta para los hombres de empresa. Pero, ojo, el mensaje de Lagos va mucho más allá. Es un misil de potencia atómica contra el actual gobierno y, especialmente, hacia Bachelet.


Porque toda la impronta de la Presidenta se remite a sus reformas, mientras el crecimiento nunca ha sido su tema, lo que es claro cuando uno mira las cifras: este período ha sido por lejos el más malo en términos económico, por donde se lo mire.

Bueno, las palabras de Ricardo Lagos son lapidarias: si no hay crecimiento -que no lo hay- entonces todo lo demás es música, una forma directa de decir que el legado de este gobierno es muy pobre. Por decir lo menos. Punto final. Fin de la discusión.


Con esto, Lagos demuestra que sabe dónde pegar y lo hace sin contemplaciones. El hombre no está para medias tintas. Siempre ha sido un duro y no está dispuesto a transar en su estilo. Uno que ya sabemos no lo llevará a La Moneda nuevamente, pero que lo mantiene vigente como una de las voces más escuchadas.


Algunos podrán criticar que a Lagos lo quiere más la elite o la derecha, que la gente de izquierda. Bueno, es claro que hay un sector de la derecha que lo sigue con mucho entusiasmo. Eso no se puede negar. Pero, la música de su discurso no está muy alejada del sentido común de la gran mayoría de este país, que critica con fuerza al actual gobierno y que tiene a Piñera ad portas de ser presidente nuevamente con un discurso muy similar.


Roger Federer, al ganar su último título en Wimbledon, dijo que no sabía qué otros campeonatos jugará. Claro, a sus 35 años, ya no puede ir de torneo en torneo, compitiendo con los jóvenes. Por eso, él se cuida para las grandes ocasiones. Porque ya no aspira a ser el número 1 del mundo. Quiere ser, simplemente, el mejor. Con Lagos pasa algo así en el mundo de la política. Sabe que no puede aspirar a ser el número uno de la política -ser presidente-, pero tiene claro que sí puede ser el mejor. Y vaya que lo está logrando.


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Published on August 04, 2017 23:58

Hacia un modelo post neoliberal

El capitalismo es un dato mayor del mundo actual. El intento de construir una opción socialista desde la URSS y sus aliados terminó con su desplome producto de la imposición de una “dictadura sobre las necesidades” según la feliz expresión de Hannah Arendt. El capitalismo reina sin contrapeso.


No hay en la actualidad una alternativa frente al capitalismo. Existe, sin embargo, al interior del capitalismo una amplia gama de opciones. La extensión y profundidad de las intervenciones públicas, la cobertura de la protección social, las formas de la competencia o la intensidad de las regulaciones dan lugar a modelos que permiten muy diversas combinaciones y presentan enormes contrastes.


El neoliberal es uno de esos modelos, el más extremo de todos los que permite una economía de mercado. Está construido sobre la premisa de que el factor capital es el determinante del proceso productivo. De ahí entonces que busque limitar la presencia del Estado a su estricto mínimo, que considere que la mayoría de las regulaciones son “lomos de toro” que es preciso remover, que la protección social debe reducirse a una asistencia social muy focalizada. El neoliberalismo tiene gran coherencia interna. Si el capital es el factor fundamental del proceso productivo es lógico que pague los menores impuestos posibles, que por la vía de las privatizaciones se le abran amplios campos para su despliegue, que la legislación laboral no establezca obstáculos para su desarrollo.


Este es el modelo que se heredó de la dictadura y que a pesar de sucesivas reformas todavía persiste. La tarea de las fuerzas progresistas es empujar el proceso en la dirección de su superación.


Y en esto hay que ser muy preciso. Lo propio del neoliberalismo es el privilegio del factor capital, lo que en su traducción más popular corresponde a la idea de que hay que “cuidar a los ricos porque son ellos los que crean la riqueza”. La apertura al mundo, el rigor macroeconómico o la racionalización de la presencia del Estado no son monopolio del neoliberalismo y deben en consecuencia formar parte de una propuesta alternativa.


Un modelo post neoliberal debe asumir la apertura al mundo como un factor de progreso por oposición a un proteccionismo ineficiente; el rigor macroeconómico como condición indispensable para el desarrollo y la protección de los ingresos de los más pobres; la racionalización de la presencia pública para estimular la creatividad y capacidad de innovación de la sociedad civil.


Un modelo post neoliberal debe perseguir simultáneamente tres objetivos: dinamismo económico, igualdad social y sustentabilidad ambiental. No es tarea fácil. Hay que avanzar desde la sociedad de mercado a una sociedad de derechos, del Estado subsidiario a un Estado emprendedor en los términos que lo plantea Mariana Mazzucato, de una ciudadanía pasiva e individualista a una activa y solidaria, consciente de sus derechos pero también de sus obligaciones.


No es la revolución. Son sí reformas estructurales que requieren de mucho rigor técnico y de un gran respaldo social y político. A fin de cuentas, este es el dilema al que está confrontado Chile. O damos el salto hacia un nuevo modelo o retrocedemos hacia el viejo neoliberalismo.


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Published on August 04, 2017 23:55

Legalización inconstitucional

El proyecto de ley que “regula la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales”, no representa una mera despenalización del delito de aborto en los tres casos que contempla. Si así fuera, dejaría únicamente de considerar como conducta punible esos tres supuestos de aborto.


El proyecto, sin embargo, va más allá y contiene toda una regulación para la práctica de las acciones abortivas, las que son calificadas en su articulado de “prestaciones” o “atenciones médicas”, o bien como dice el Mensaje de la Presidenta de la República con que se inició su tramitación en el Congreso Nacional, “legítima prestación de salud”.


Junto con esto, el proyecto impone una serie de obligaciones a los profesionales que trabajan en clínicas y hospitales, y a estos como instituciones, para satisfacer el propósito de la mujer que manifiesta su voluntad de abortar. Se regula, entonces, la realización de las acciones abortivas solicitadas, que será un deber satisfacer y del cual el profesional obligado a actuar solo podrá excusarse de intervenir si ha invocado su negativa a hacerlo como objeción de conciencia, objeción que, por lo demás, se admite en términos bastante restrictivos.


Se introduce de esta forma en el Código Sanitario un conjunto de disposiciones que regulan prestaciones exigibles, por lo cual, en los supuestos que contempla puede decirse que introduce en la legislación chilena el derecho a abortar. Esta normativa legal adolece, sin embargo, de un vicio insalvable: es abiertamente contraria a la Constitución que prescribe que “La ley protege la vida del que está por nacer” (art. 19 N° 1).

Proteger no es simplemente respetar, que es una actitud pasiva que se limita a no dañar, sino exige algo más, y en ocasiones, mucho más.


Obliga a amparar, a defender, sobre todo a los débiles, ante quienes los atacan e incluso atentan contra su vida. Esa protección impone actuar en favor de quien se encuentra indefenso o en una situación de peligro, por lo que la mera omisión representa ya una infracción al deber de protección. Más grave es la conducta negligente del obligado a proteger que actúa con descuido, más la de quien agrede, y más aún, del que quita la vida al vulnerable o indefenso que tiene bajo su protección. Proteger no es matar o facilitar la muerte del protegido. ¿Qué diríamos si el Ministerio Público – que tiene la obligación constitucional de hacerlo-, en lugar de proteger a las víctimas y testigos de un delito, las eliminara?


El significado de la norma constitucional que ordena a la ley proteger la vida del que está por nacer, es inequívoco, y así lo señaló la Comisión de Estudio de la Nueva Constitución en 1978 al concluir su trabajo: “la consagración del derecho a la vida implica necesariamente la protección del que está por nacer, porque si bien la existencia legal de la persona comienza con su nacimiento, no es menos cierto que ya en la vida intrauterina tiene una existencia real que debe serle reconocida. Se constitucionaliza así un principio que, por lo demás, contempla nuestro Código Civil desde su dictación”. Y el Código, según explicara en su momento Luis Claro Solar, uno de sus intérpretes más prestigiosos, al decir en el art. 75 que “la ley protege la vida del que está por nacer, exige que se garantice la existencia de toda criatura desde el momento de su concepción.


Los delitos, así como todos los hechos indirectos que pudieran poner en peligro su existencia, son castigados o prevenidos cuidadosamente”.


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Published on August 04, 2017 23:54

Aborto terapéutico y los derechos fundamentales

Quienes sostienen que la despenalización del aborto en tres causales abre el camino al aborto libre no solo defienden un argumento añejo, que pretende alertarnos contra una supuesta mala fe; sino que impiden el avance de la protección del derecho fundamental a la vida, a la integridad física y psicológica y a la libertad de las mujeres y que se funda en una conjetura.


La Constitución de 1980 asegura a todas las personas el derecho a la vida, a la libertad y a la integridad física y psíquica, como también asegura que la ley protege la vida del que está por nacer. La norma distingue de una parte los derechos de las personas y de otra un mandato de protección. Dicho mandato se desarrollará en la medida de lo posible y, en determinados casos graves, cede frente a la entidad y fortaleza de los derechos fundamentales, especialmente protegidos en los supuestos de la despenalización del aborto terapéutico. Para el caso de una violación, la norma aprobada asegura y protege el derecho a la libertad y la integridad de las mujeres que opten por interrumpir el embarazo. Protege la libertad porque podrán decidir en conciencia, conforme su valoración y convicción, si están dispuestas a seguir el embarazo hasta su término, no les impone su fin, les permite decidir. Protege su integridad personal porque no le asigna irremediablemente un sufrimiento grave e intenso, que puede acompañar la espera de un hijo no deseado y fruto del quebrantamiento de su libertad e integridad personal.


La decisión de despenalizar el aborto en tres causales se hace cargo de las recomendaciones de los organismos internacionales del ámbito de los derechos humanos. “Chile se comprometió en 2014, en el marco del Examen Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, a revisar y modificar la legislación actual que criminaliza la interrupción del embarazo en todas las circunstancias, y a adoptar medidas para reforzar y proteger los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres”, declararon el 25 de junio de 2015 la Oficina Regional para América del Sur del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Organización Panamericana de la Salud, la Organización Mundial de la Salud en Chile y el Fondo de Población de las Naciones Unidas en Chile.


El aborto terapéutico fue regulado por el legislador en el Código Sanitario de 1931, artículo 119. Poco antes del retorno a la democracia, en 1989, la Junta Militar terminó con una norma que hasta entonces era pacífica. Casi 30 años después, el legislador democrático acuerda retomar el estatuto jurídico vigente hasta los últimos días de la dictadura y que en su momento fue compatible con la Constitución del 80. No se trata del aborto libre, la norma es clara. Suponer la mala fe de las mujeres en este asunto es un argumento para restringir derechos fundamentales basados en la sospecha. Esto resulta inaceptable desde el punto de vista jurídico.


El Tribunal Europeo y la Corte Interamericana de Derechos Humanos sostienen un argumento que me parece importante tener presente en este caso, se trata de la interpretación evolutiva del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, que supone que el derecho debe ser interpretado a la luz de los tiempos. Trasladado este argumento al ordenamiento interno, no parece posible sostener hoy, ya en la primera parte del siglo XXI, que las mujeres deban llevar a término un embarazo no deseado en casos de violación y que esta imposición provenga del Estado. La norma aprobada no es un avance, en realidad, implica despenalizar aquello que el legislador no democrático criminalizó.


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Published on August 04, 2017 23:53

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Álvaro Bisama
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