Hugo García Michel's Blog, page 189

April 19, 2016

Una joya llamada Parquet Courts

Hace un par de años, una amiga me recomendó a una agrupación que acababa de sacar un álbum llamado Sunbathing Animals y no le hice mucho caso. Luego de escuchar apenas un par de canciones de aquel grupo cuyo nombre ni siquiera memoricé, deduje que era una mala copia de Lou Reed. Prejuicioso y superficial que a veces es uno. Resulta que ahora los escucho, recomendados por uno de mis sitios de cabecera (AllMusic), y me impresionan desde el primer acorde. Llamo a mi amiga y le digo: “¡Tienes que escuchar esto que acabo de descubrir! ¡Es una banda llamada Parquet Courts!”. Casi me la mienta: “¡Pero si ya te la había recomendado, hasta me dijiste que sonaba como Velvet Underground!”. Ella estaba en lo cierto y merecí su inevitable regaño. Así que haré el intento de reivindicarme con esta reseña sobre Human Performance (2016), cuarto larga duración de Parquet Courts, editado por la disquera Rough Trade y publicado el 8 de abril pasado.
  Por supuesto que esta vez no me recordó a Lou Reed o al Velvet Underground, aunque puedan existir algunos ecos de estos. El sonido seco, austero, golpeante, urbano, con voces unidimensionales, guitarras entre punkeras y grungeras (hay muchas huellas de lo que en los noventa se conocía como rock alternativo y uno no puede más que pensar en Pavement, Beck, The Go-Betweens y Sonic Youth).
  No es un estilo común el de Parquet Courts. Existe algo de extravagante minimalismo que seduce e hipnotiza, lo mismo en composiciones intensas y tranquilas como “Steady on My Mind” que en otras más rítmicas y agresivas como “One Man No City”, ésta con un dejo irresistible de los Talking Heads.
  Otros cortes destacables (aunque en realidad los catorce tracks del disco son muy buenos y no hay uno solo de desperdicio) son “Outside”, “Berlin Got Blurry”, “Pathos Prairie” (punk puro), “Two Dead Cops” y la homónima “Human Performance”.
  Parquet Courts está conformado por Andrew Savage (guitarra, voz principal y líder del cuarteto), Austin Brown (segunda guitarra), Sean Yeaton (bajo) y Max Savage (batería).
  Para mi gusto, uno de los grandes discos de este año.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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Published on April 19, 2016 18:00

April 18, 2016

Las memorias de Daniel Cosío Villegas

Hacía mucho que no leía un libro tan ameno, instructivo, revelador y divertido. Memorias, del gran Daniel Cosío Villegas (1898-1976), editado originalmente en 1976 por la editorial Joaquín Mortiz y reeditado en 1986, en la colección Lecturas Mexicanas de la SEP, es una maravilla, una manera de ver la historia de México, del porfiriato al gobierno de Luis Echeverría, a través de los ojos de un testigo y actor importantísimo de ese largo periodo.
  La prosa de Cosío Villegas es exquisita y su sentido del humor, finísimo. Decenas de anécdotas desfilan a lo largo de las cerca de 300 páginas del volumen que se lee como en un suspiro. Decenas de personajes aparecen también, muchos de los cuales fueron actores importantes de nuestra historia contemporánea y amigos o conocidos del autor. Diego Rivera, José Vasconcelos, Narciso Bassols, Alfonso Reyes, Antonio Caso, Alfonso Caso, Carlos Pellicer, Gustavo Baz, Genovevo de la O, Manuel Gómez Morín, Vicente Lombardo Toledano, Pedro Henríquez Ureña, León Felipe, Gabriela Mistral, Jesús Silva Hérzog, Salvador Novo, Julián Carrillo, Julio Scheter, los presidentes Álvaro Obregón, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría (con todo y doña Esther Zuno). Con todos ellos y otros más se suceden los pasajes que narra con gran encanto e ironía el fundador del Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México, entre otras grandes instituciones.
  Un libro que recomiendo sin la menor duda.
  Una joya.
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Published on April 18, 2016 15:00

April 17, 2016

Oye, Reynaldo

No cabe duda: padecemos la publicidad que merecemos. Nuestros publicistas no sólo son en su mayoría analfabetos funcionales y destructores del idioma, sino que su ingenio resulta cada vez más pobre y lamentable. Un ejemplo claro lo tenemos en campañas como las del Consejo Nacional de la Publicidad para apoyar al Tratado Serra-Hills de Libre Comercio o en el anuncio en que se presenta a dos grupos de jóvenes como maniqueas opciones para elegir: los funestos reventados y los sanotes fresas, más estereotipados que nada.
  Este tipo de propaganda tiene uno de sus puntos más bajos en la campaña de la Secretaría del Trabajo para inducir a los obreros y empleados a "superarse” (whatever it means). Aparte de su tonito ultrapaternalista (¿con qué derecho se tutea impunemente a los trabajadores?), las frases que los distinguen son de un patetismo chabacano que da vergüenza ajena. Seguro usted los ha escuchado: "Oye, Reynaldo, ¿ya cobraste tu aguinaldo?", "No, Elena, ya sal de ese problema", "Así es, Encarnación, y todo gracias a la capacitación".
  Pero ya que tales mensajes existen y amenazan con proseguir tan campantes, sugiero las siguientes frases para nuevos anuncios de la dependencia que con tanta eficacia neoliberal dirige el inefable Arsenio Farell:

*Oye, María Bonita, te convirtieron en troglodita.
*Caray, Jacobo, ya no mientas de ese modo.
*Calma, Octavio, ser tan maniqueo no es de sabios.
*Aguas, Colosio, el PRI ya no es negocio.
*Cámara, Yuri, esos pechos son cachirules.
*Ya bájale, Monsiváis, estás hasta en los churrumáis.
*Por favor, Menotti, califícanos (aunque sea) de rebote.
*Chale, Brozo, no hagas raps tan horrorosos.
*Te lo ruego, Gorbachov, regresa por favor.
*Cuídate, Bibí, que no te coopte el PRI.
*Perdóname, Loaeza, pero leerte me da pereza.
*Lo siento, Víctor Roura, no hallo rima para Roura.
*Ni modo, Raúl Velasco, como místico eres un fiasco.
*Oye Alejo, ya no seas tan...

Y así, hasta el infinito.

(Publicado en mi columna "Bajo presupuesto" de la sección cultural de El Financiero, el jueves 13 de febrero de 1992)
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Published on April 17, 2016 12:00

April 16, 2016

Salinas, mon amour

Frase 1: “Salinas está detrás de la campaña en contra de Duarte y a favor de Yunes”.
  Frase 2: “Mi instinto me dice que Salinas se quiere venir a apoderar de todo Veracruz a través de Yunes Linares”.
  ¿Quién disparó semejantes enunciados? ¿Quién es la persona más obsesionada con la figura de Carlos Salinas de Gortari? ¿Quién le confiere a éste toda clase de súper poderes y le otorga la capacidad de mover a su antojo cada uno de los hilos de la política nacional? ¿Quién mantiene en boga a esta especie de súper villano que ya lo quisieran los de Marvel para una de sus producciones cinematográficas?
  Desde hace varios años, el mayor propagandista de Salinas de Gortari es ni más ni menos que quien se quiere mostrar como su némesis. El lector ya sabe a quién me refiero. El inefable Andrés Manuel mantiene tal obsesión por Salinas que uno empieza a sospechar que hay por ahí alguna historia de despecho sentimental que desconocemos. Don Peje menciona tanto a don Carlos que uno ya no sabe qué pensar. ¿Se trata de una manera un tanto retorcida de expresarle su enamoramiento? Un buen psicólogo tendría mucho que explicarnos al respecto. Digo, porque así solemos comportarnos los seres humanos cuando una persona nos rechaza y no responde a nuestros requerimientos. Entre más nos repele, más la convertimos en objeto de aborrecimiento, pero no dejamos de mencionarla a la menor oportunidad.
  Esto es lo que he visto y sigo viendo en el caso Salinas-López Obrador. El segundo nos restriega, un día sí y otro también, que el primero es un malvado, un canalla con los peores sentimientos del mundo. Se trata de una visión maniquea, por supuesto, en la que el sujeto Carlos es presentado, de modo unidimensional, como el mayor adversario de México, manera sublimada de decir que, en realidad, Andrés Manuel lo considera como el mayor adversario suyo.
  Se trata posiblemente de un caso psicológico que va más allá de lo político y debe tener raíces muy profundas en el subconsciente del tabasqueño, quien al decir “Salinas, mi  enemigo”, en realidad parece expresar “Salinas, mon amour”.
  Enigmas de la psique humana.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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Published on April 16, 2016 16:21

April 15, 2016

John Parish & Polly Jean Harvey / Dance Hall at Louse Point (1996)

Un disco alterno dentro de la discografía de PJ Harvey. Al lado de su más fiel colaborador, el talentoso John Parish, la inglesa crea atmósferas más angustiantes, duras y feroces aún de las que acostumbra habitualmente. Un disco tan bueno como (usemos el término) friqueante.

Mejor tema: “Taut”
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Published on April 15, 2016 18:40

April 14, 2016

Breve autohistoria de la cándida Mosca por su director desalmado

Más de veinte años hace ya que surgió La Mosca en la Pared. Veintidós para ser exactos, aunque su vida editorial fue de catorce; casi tres lustros de historia que nos remontan a mediados de los años noventa y específicamente a un año crucial, 1994, cuando en México gobernaba un poderoso partido político y el presidencialismo era santo y seña de todo lo que pasaba y no pasaba en nuestro país. Año del Tratado de Libre Comercio y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Año de asesinatos políticos y de elecciones presidenciales. Año incierto. Año cierto. Año que no sé si era el idóneo para que naciera una revista de rock que quería ser crítica y antisolemne, en un momento en el que, dentro de ciertos círculos de poder, la crítica y la antisolemnidad no eran muy bien vistas que digamos. Pero ahí nacimos, así nacimos, el 11 de febrero de ese mismo 1994.
  Para quienes jamás oyeron hablar de La Mosca, contaré que el proyecto surgió a finales de 1992, cuando le presenté la idea al editor Jaime Flores Montiel de hacer una revista de rock. Yo tenía alguna experiencia en la edición de revistas (me inicié en el oficio en 1979, cuando ingresé como redactor a la revista Natura de Editorial Posada, mi verdadera escuela. Poco después, ascendí a jefe de redacción de la misma y terminé por dirigir aquella publicación de temas naturistas, vegetarianos y ecológicos).
  El caso es que, por caprichosos azares del destino, a principios de 1993 Flores aceptó mi idea, convocó a un consejo de notables (notablemente desconocidos) y arrancó lo que llamábamos “la revista de rock”. Más de un año duró ese arranque, del cual formamos parte Karem Martínez (coordinadora editorial), Fernando Rivera Calderón (subdirector) y quien esto escribe (director).
  El título de La Mosca se lo debemos a Rivera Calderón. Se le ocurrió de pronto, durante una de las primeras juntas, al ver la camiseta que portaba uno de los presentes con la leyenda “U2: The Fly”. Así de impensado surgió el nombre que la haría conocida.
  Luego de varios meses de trabajo, tiempo que incluyó cambios en el equipo de diseño y hasta cambio de nombre y sede de la editorial (de Ejea pasamos a Toukán), el primer número de La Mosca apareció en febrero de 1994.
  ¿Qué tenía de especial la nueva revista? En primer lugar, su formato. Con dificultades, logramos convencer al editor para que la publicación tuviera una dimensión bastante sui generis en aquel momento: 34 centímetros de altura por 23 y medio de ancho. Nada que ver con el clásico tamaño carta. También el diseño fue desde el primer momento muy diferente y propositivo, en ocasiones incluso demasiado estridente. Pero pienso que lo básico fue su contenido y la manera de abordarlo. Durante años, en mi papel de lector, había observado que las revistas de rock en México tenían varias características que las hermanaban de manera por demás penosa y como lector quise evitar esas características, ese modo de hacer pseudoperiodismo roquero. Por fortuna, Fernando Rivera y Karem Martínez coincidieron conmigo y logramos romper con muchos mitos y vicios de aquellas revistas. En primer lugar, la actitud paternalista que trataba a los lectores como si se tratara de enanos mentales, de niños oligofrénicos, de seres impensantes, y que lo hacía, además, con un lenguaje paupérrimo y francamente pedestre. El buen uso del español fue una exigencia que tuvimos desde un principio. Estaba también la aplicación de la crítica. Por alguna extraña razón, las revistas nacionales sobre el género consideraban (y en su mayor parte siguen considerando) su deber “apoyar” al rock, sobre todo al que se produce en México. ¿Qué significaba apoyar para ellas? Simple y sencillo: hablar bien de los grupos y sus discos, sin importar qué tan malos fueran, ser complacientes con cuanto hicieran y deshicieran. En La Mosca no fue así. Desde nuestro primer número, aplicamos el principio de decir las cosas como eran y no como otros querían que fuesen. La crítica se convirtió en parte fundamental de nuestro quehacer cotidiano y muchísimas agrupaciones, sobre todo mexicanas, fueron cuestionadas sin contemplaciones. Casi de inmediato hubo reacciones, no sólo entre los músicos sino entre la prensa de rock. Se nos acusó de antinacionalistas, amargados, negativos, tendenciosos y un largo etcétera. Sin embargo, no nos movimos de ahí y aunque seguimos generando odios y rencores (larga sería la divertida lista de bandas que nos aborreció y aún nos sigue aborreciendo), nos ganamos el respeto de miles de lectores. Siempre he pensado que el mayor capital que tuvo siempre La Mosca fue justamente su congruencia y, por ende, su credibilidad entre los lectores.
  Otro punto que diferenció a la revista de sus congéneres fue el uso del humor. Hasta ese entonces, las publicaciones roqueras eran insufriblemente solemnes y se tomaban demasiado en serio a sí mismas. Como si el rock no fuera finalmente una música lúdica y anticonvencional, los diversos magazines que existían se referían al rock como si de un objeto sagrado e intocable se tratara. El lenguaje era aburrido y jamás se permitía la más ligera licencia humorística. Curiosamente, esa actitud irónica de La Mosca no fue retomada por las otras revistas musicales sino por medios mucho más importantes, caso del semanario Milenio y posteriormente del diario del mismo nombre, cuyo empleo del humor se debe en mucho a que a sus páginas llegó gente que colaboraba en La Mosca en la Pared. El propio Fernando Rivera Calderón, Verónica Maza Bustamante, Jairo Calixto Albarrán, Rafael Tonatiuh, Juan Alberto Vázquez y Miguel Cane, entre otros, fueron parte de La Mosca. Incluso hay leve presencia de La Mosca en La Jornada, con la periodista Patricia Peñaloza que fue parte del equipo editor y más tarde colaboradora (aunque ella no posee el mínimo sentido del humor).
  Muchas son las vicisitudes que pasamos a lo largo de catorce años (las más graves, nuestra momentánea desaparición de agosto de 1994 a junio de 1996 y luego, en 2008, la desaparición en apariencia definitiva de La Mosca en la Pared), muchos fueron los contratiempos, pero muchas las satisfacciones. De estas, dos de las principales fueron: primero, la conformación de un equipo de colaboradores estupendo, el cual incluyó a plumas como las de José Agustín, Eusebio Ruvalcaba, Rafael Aviña, Fernanda Solórzano, Naief Yehya, Adriana Díaz Enciso, Armando Vega-Gil, Fedro Carlos Guillén, Sergio Monsalvo, José Xavier Návar, Andrés de Luna y varios más, aparte de un muy competente grupo de jóvenes escritores, fotógrafos e ilustradores de ambos sexos, y, segundo, nuestra contribución para formar un público lector muy crítico y exigente, no sólo con la música que escuchaba sino con las cosas que leía, incluida la propia revista (a diario recibíamos correos salvajes que nos hacían polvo ante cualquier desacuerdo). Gente que hoy tiene cerca de cuarenta años y que empezó a leernos a los quince. La Mosca acompañó a varios miles de jóvenes mexicanos durante sus tempranas vidas y cuando me lo dicen, no deja de resultar emocionante y motivador.
  Fueron catorce años, pues, de sobrevivir prácticamente del milagro de la venta al público -sin subsidios, sin becas, con poquísima publicidad- y de mantenernos aleteando a pesar de todo. Es cierto que hubo causas para que justo al cumplir catorce años el proyecto se viera interrumpido. Causas económicas básicamente: las ventas disminuyeron, revistas con mayor poderío económico surgieron y nuestro principal talón de Aquiles, la poca capacidad para vender espacios publicitarios, terminó por cobrarnos factura.
  Con la perspectiva que dan los años, puedo decir que probablemente no supimos adecuarnos a las nuevas generaciones de lectores, cuando internet empezó a cobrar una gran importancia y las redes sociales iniciaron su predominio. También caímos en el error de tratar de revertir la caída en las ventas con portadas más comerciales (The Killers, Muse, Soda Stereo, Zoé), lo que lejos de mejorar la situación la empeoró, pues muchos de los viejos lectores se sintieron traicionados y perdimos una parte de lo que, como decía párrafos atrás, siempre fue el principal capital de la revista: su credibilidad.
  Desde entonces se intentó revivir el proyecto, primero como La Mosca en la Red y luego como la revista Mosca (nueve números, de julio de 2013 a junio de 2014). Pero ya no funcionó, en lo editorial y lo financiero, y creo que fue lo mejor. Ahora que veo las cosas con una mayor y mejor perspectiva, pienso que La Mosca cumplió su ciclo y que hasta ahí debe quedar: como un muy buen recuerdo (aunque como fuente hemerográfica mantiene su vigencia).
  Así pues, de lo único que podemos estar ciertos es de que, a lo largo de esos años, los hacedores y los lectores de La Mosca nos divertimos mucho con esos dos juguetes tan peculiares y entrañables, tan maravillosos y recompensantes, llamados periodismo y rock.

(Publicado este mes en la revista Marvin)
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Published on April 14, 2016 19:22

April 13, 2016

Poema en rojo


En día 13, dicen, uno debería permanecercerrado             encerrado                              aferrado                                             a la seguridaddel entorno conocido.Sobre todo, dicen, si el día comienza malerrado            equivocado                                fallido                                           sin seguridadde lo que pueda venirMas resulta, digo, que de pronto todo cambiaenrojece               se sonroja                                 se ilumina                                                   de rojocomo tu blusa rojacomo tu sonrisa rojacomo tu belleza rojacomo tu presencia roja
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Published on April 13, 2016 21:30

April 12, 2016

León Larregui contra Weezer

Las comparaciones pueden ser odiosas, pero también suelen resultar muy útiles. Es el caso que nos ocupa, el de dos discos de pop rock muy recientes: Voluma de León Larregui y White Album de Weezer, aparecidos ambos en estos días.
  Empecemos por Weezer y su décimo trabajo en estudio (cuarto de la serie colores que incluye los discos azul, verde y rojo, de 1994, 2001 y 2008, respectivamente). Se trata de una obra de gran perfección roquera, pulida pero entrañable, fina pero con garra, seria pero con sentido del humor. El sonido de Weezer a plenitud, con un Rivers Cuomo, su líder, en estupenda forma como compositor, guitarrista y cantante. Diez temas llenos de ganchos, melodías contagiosas, energía y una sabia combinación entre el rock puro y un pop que rinde tributo a la música californiana de los sesenta, con ecos de los Young Rascals y los Beach Boys, en temas tan gratos como “California Kids”, “Thank God for the Girls”, “(Girl We Got a) Good Thing” y “Endless Bummer”.
  Por lo que toca a Voluma, (un título, por cierto, muy à la Björk: remember Volta, Voltaic, Vulnicura et al)) sí, es cierto, se trata también de un disco de pop rock, del que había yo escuchado comentarios muy favorables, pero el contraste no podría ser más dramático. Pretensioso, solemne, pagado de sí mismo, Larregui se repite ad nauseam con ese su estilo de cantar ahuevado y su típica pronunciación del español como si cantara en inglés (entenderle está en chino). Musicalmente está correctamente ejecutado, pero sus aportes son mínimos y no sale de ese mismo rockcito intrascendente que hace con Zoé y que repite esquemas del pop rock argentino, con obvias influencias de los Babasónicos. Falto de energía y estamina, con pocas huellas de rock (por ahí se escucha de pronto una guitarra más o menos roquera que es neutralizada en seguida por un teclado ababasonicado), con melodías edulcoradas y armonías vocales repetitivas, Voluma tiene una producción que de tan limpia suena pasteurizada, nimia e inocua, incluso cuando intenta entrarle a lo beatlesco-psicodélico, como en “Tremantra”.
  Dos maneras de hacer rock pop. Dos maneras de entenderlo e interpretarlo. Que cada quién elija la suya.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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Published on April 12, 2016 20:02

April 11, 2016

El rock y la siniestra (pero inevitable) industrialización

No lo puedo negar: a pesar de mi imputado cinismo y mi irresponsable vocación por la sorna más impía, en algunos aspectos de la vida sigo siendo un romántico. No que no sea realista o deje de reconocer lo inevitable que resulta que la música en particular y el arte en general deban integrarse a la maquinaria industrial del capitalismo, para terminar convertidos en mercancía generadora de plusvalía. Imposible escapar a ello y peor aún en el caso del rock. Sin embargo, como hacedor de canciones que también soy y dado que mis composiciones han permanecido en el cuasi anonimato a lo largo de más de cuarenta años, debido a mi incapacidad para hacerlas entrar en esa maquinaria industrial que mencionaba, quisiera hacer algunas reflexiones sobre la relación entre la música y la industria.
  Cuando el blues y el country se fusionaron en eso que conocemos como rock n’ roll, el nuevo género no tardó mucho en ser absorbido por las casas disqueras. Primero por algunas de pequeñas dimensiones, tipo Sun Records, y un poco más tarde por las grandes compañías discográficas trasnacionales como RCA, Decca o Capitol. En una palabra, el rock era aún un niño balbuceante cuando fue tragado por la industria, para jamás volver a salir de su implacable sistema digestivo.
  No se crea que lo que sigue es un alegato marxistoide en contra de dicha industrialización. De hecho, gracias a ella el rock comenzó a difundirse a lo largo y ancho del mundo occidental (primero) y del mundo todo (algunas décadas después). Claro que hubo resistencias, sobre todo en la segunda mitad de los años sesenta, cuando muchos grupos y solistas adoptaron posiciones militantes y contraculturales que cuestionaban al capitalismo y todos sus males, aunque sin abandonar jamás las ventajas que les deba ese mismo capitalismo y que terminó, para bien y para mal, por dominarlos, domesticarlos y enriquecerlos.
  Sin la industrialización de la música, por ejemplo, no existirían las superestrellas del rock. Sin esa siniestra pero necesaria unión que hubo, sobre todo en los últimos veinticinco o treinta años del siglo pasado, entre las gigantescas disqueras, los emporios de la comunicación (radiofónica, televisiva e impresa) y los grandes promotores y empresarios que organizaban magnos conciertos y festivales, muchos de los artistas cuya música hoy forma parte de nuestra educación sentimental, tal vez nunca habrían salido de sus pequeños barrios o ciudades. Los Beatles necesitaron a una disquera de primer orden no sólo para difundir su música, sino para gozar de todas las posibilidades para progresar artísticamente y luego convertirse en millonarios.
  Gracias a la industria, grupos como Led Zeppelin tenían aviones particulares y sus integrantes podían adquirir castillos medievales en la campiña inglesa. Hasta los músicos del punk o del grunge gozaron de las mieles de la fama y el dinero que les proporcionó esa industria tal maldecida por ellos.
  Así fue hasta el arribo de este siglo y el surgimiento de dos enemigos emanados del seno mismo de la industrialización: internet y la digitalización de la música.
  No fue la piratería sino las ventajas que la red otorga a los músicos lo que puso en jaque a las grandes disqueras, las cuales no han podido salir de la grave crisis en que se encuentran desde hace casi diez años. La facilidad para hacer música digital en estudios casi caseros y para difundirla por redes como YouTube, Soundcloud o Facebook, entre otras, ha hecho que la industria haya perdido por primera vez el control que siempre tuvo sobre los músicos.
  Claro que esto aún no es algo definitivo e inexorable, pero a menos que los dinosaurios industriales logren adaptarse al nuevo fenómeno (de hecho, algunas grandes discográficas han desaparecido del mapa), los músicos se volverán autónomos… y quizá yo pueda por fin dar a conocer mis canciones.

(Texto publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin)
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Published on April 11, 2016 16:06

April 10, 2016

El artesano Howard Hawks

Lo peor que le puede suceder a un crítico es creer que su palabra se vuelve divina. A partir de que esto sucede, el crítico (ya sea de literatura, de artes plásticas, de teatro, etcétera) se transforma en un pontífice y trata de colocarse siempre en un plano superior al del sujeto o el objeto criticados.
  En el caso de la crítica cinematográfica, lo anterior resulta especialmente claro. Dentro de nuestro mundillo cultural, abundan estas pequeñas deidades soberbias y pedantes. Lejos de acometer la crítica como un análisis concienzudo y a fondo de la obra (en este caso la película), lejos de desmenuzarla en sus partes y tratar de diseccionarla con el rigor del científico, esta cauda de críticos (me veo tentado a entrecomillar la palabra, pero me aguanto) se dedica a adjetivar las cintas, a calificarlas alegremente según sus gustos y tendencias personales, con un subjetivismo paternalista que, bajo un disfraz orientador ("escribimos para que el público sepa si una película es buena o mala"), oculta un enorme desprecio por el lector.
  Lo tendencioso de esta clase de crítica resalta a la hora de denostar a aquellos cineastas que no son afines al comentarista, mientras se alaba en forma desmedida a los favoritos. En lo que respecta a los denostados, resulta muy frecuente toparse con críticos que definen como artesanos a aquellos directores con los que no congenian o a los que de plano desconocen, si bien les admiten dotes así sea a cuentagotas.
  Un ejemplo concreto: el pasado 22 de febrero, en las recomendaciones de cine en televisión de El Nacional (sección de espectáculos), Naief Yehya se refiere a Howard Hawks (¡a Howard Hawks!) como un "artesano" al que la comedia "le viene al dedo". Caramba, qué manera tan sencilla de rebajar a un cineasta de los tamaños de Hawks de un solo plumazo (o más bien maquinazo). Quizás Yehya, como buen redactor posmo, considere que todo el cine anterior a David Lynch (el sobrevaloradísimo ídolo de los jóvenes coyoacanenses aspirantes a intelectuales) es basura o mera artesanía barata. Le sucede lo mismo al comentar discos: para él, tal parece, antes del rock industrial todo es obra de dinosaurios indignos de escucharse, llámense Rolling Stones, Bob Dylan, Led Zeppelin, The Who o quien se quiera.
   Pero volviendo al despreciado Hawks, según el criterio del mencionado crítico debemos considerar como obras menores, artesanías sin valor real, a filmes de las dimensiones de Río Rojo (western paradigmático, para usar un término dominguero postmoderno), Scarface (obra maestra del cine negro, recreada en 1983 por Brian de Palma), El sueño eterno (una de las mejores adaptaciones a la pantalla de la novelística de Raymond Chandler), Tener o no tener (con los actores artesanales Humphrey Bogart y Lauren Bacall) o Los caballeros las prefieren rubias (divertidísima comedia con la inolvidable Marilyn Monroe).
  No es posible que los críticos nacionales de la nueva hornada arriesguen epítetos de manera tan irresponsable. Si Howard Hawks es un simple artesano, debemos inferir entonces que también lo son John Ford, Raoul Walsh, Billy Wilder, John Huston, Michael Curtiz, Elia Kazan, Nicholas Ray, Frank Capra, Otto Preminguer, Orson Wells y otros de los realizadores nacidos a fines del siglo pasado o principios de éste. No se vale.

(Texto publicado el 27 de febrero de 1992 en mi columna "Bajo presupuesto" de la sección cultural de El Financiero y que me ganó, primero la enemistad y luego la amistad que persiste hasta hoy del querido Naief Yeyha)
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Published on April 10, 2016 11:11

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