Eusebio Ruvalcaba's Blog, page 10
April 6, 2015
Texto de los lunes
Jirones
1) Para mí los días letales s...
Jirones
1) Para mí los días letales son los viernes. A esas alturas de la semana estoy harto de la vida. De sábado a sábado —excepto los domingos— tengo talleres sin parar. Lo mismo en la Sogem (artes) que en el Reclusorio Oriente y la Penitenciaría (viernes), en el centro de Tlalpan que en la Casa de la Cultura. Cuando salgo de los reclusorios estoy devastado. Desde Santa Martha Acatitla me dirijo a Tlalpan. Donde vivo. Directamente al Carro del Sol. Donde bebo. Hasta el embrutecimiento.
2) Al rato doy mi clase en la Sogem. ¿Pero de qué puedo hablar yo, un hombre que está viviendo la más abstrusa decadencia? Sin embargo, algún tema sobrevendrá. La asignatura que imparto lleva el pretencioso nombre de Novela II. El principio, los jóvenes están obligados a escribir una novela, concluir la que principiaron el semestre pasado, o pergeñar el adelanto de otra. Para mí eso equivale a una falacia. Es imposible escribir una novela bajo esas condiciones. Una novela se resiste a ser escrita. Ahí radica su grandeza. Cada línea es un peldaño hacia la muerte. Por eso las novelas se resisten a ser escritas. Porque el escritor sabe que el proyecto de su novela lo mantiene con vida. Mientras no la concluya, tiene esperanza. Dios no puede dispararle a los hombres que se empeñan en levantar una barda. Por más que este ganoso de matar. Cuando concluyan los pondrá en la mira. Y abrirá fuego.
3) La palabra cáncer se ha extendido como reguero de pólvora. Rarísima la familia donde no haya un canceroso. Es como si los médicos se empeñaran en descubrirlo. Alguien tiene que hincharse la cartera de esta explotación. ¿Los laboratorios? ¿Los oncólogos? ¿Los hospitales?
4) Me topo a Jesús Pacheco en la Feria del Auditorio. Me invitaron a hablar sobre literatura y alcohol. Compartiré la interlocución con Jorge Borja, amigo de buena entraña. El tema de la charla me resulta lejano. Yo no tengo nada que ver con la literatura, y menos con el alcohol. Sin embargo, ese día —1 de abril— iba crudísimo. Busco un fuerte con desesperación. Pero en la feria no venden trago. Gentilmente, Jesús Pacheco —narrador de frescura envidiable— sale a la calle y me consigue un pegue. Gracias a las preguntas de Jorge Borja, la plática despliega las alas y la algarabía remonta el vuelo. Comento algunos momentos memorables de los que he vivido bajo la férula del alcohol con ciertos escritores, la mayoría muertos —como pronto lo estaré yo: Sergio Magaña, Alí Chumacero…
5) Sé muy poco de lo menos.
6) Localizo en los atajos de mis circunvoluciones cerebrales el epitafio de Woody Allen: Ligero como una pluma de ave. Denso como una caca de caballo.
7) En términos generales, la cultura me da náuseas.
8) Los escritores son lambiscones del espíritu; los músicos viven sumergidos en el espíritu.
9) Salí de la Feria del Auditorio con la mochila llena de Ibros. Y no compré ni uno. Tengo suerte de que me regalen. Hubo una época en que gastaba carretadas de dinero en libros. Y en discos. Ahora nada más en discos.
10) Propios y extraños me dicen que cambie mi celular. Que es una verdadera reliquia. Pero no lo haré. Con trabajos uso celular. Del círculo de gente en el que me muevo, fui el último en adquirir uno. Por algo me decían El último de los mohicanos.

March 23, 2015
Texto de los lunes
Padre
Padre: Me confieso. He cometido...
Padre
Padre: Me confieso. He cometido pecados. Algunos graves. Otros no tanto. Cosa de todos los días. Ya sabe, padre. No rezar mis oraciones por las mañanas. No ir a misa en días santos. Lo cual me convierte en un gran pecador. No acariciar la cabeza de mis hijos. Su pelo tan lindo. Padre. He cometido otros pecados. Como serle infiel a mi mujer. Que a estas alturas no sé si sea pecado o no. Yo digo que no. Pero ella dice que sí. Y ya sabe cómo son las mujeres de necias. No hay manera de llevarles la contraria. Y otros pecados. Maté a un chico. Se lo juro. Lo maté. También he violado mujeres. Por eso digo que soy infiel. Las he violado, y he purgado penitencias. Usted lo sabe. Usted me las impuso. Saliendo de aquí. De su confesionario. Pero ahora no se trata de asuntos que tengan que ver con el sexo. Sino con la ley. Maté a un chico. Le digo. A un adolescente. Y eso estoy seguro que Dios no me lo va a perdonar. O a lo mejor sí. Si se apiada. Porque alguna vez en su vida Dios fue adolescente. Y sabe que los adolescentes son imprudentes. Se lo juro que Dios lo sabe. Y en su infinita memoria, como ya le digo, si se apiada, me va a perdonar porque va a tener presente cuando fue chico. Digo yo. Padre, qué puedo decirle. Usted me conoce. Soy agente de la policía encubierto. Nadie sabe que lo soy. Obedezco cuando me mandan. Y hago lo que me dicen que haga. No lo discuto. No lo pienso. Obedezco las órdenes. Y tan tan. Si me ordenan que balacee a un ministro de la corte, lo hago. Y punto. ¿Me explico, padre? ¿Me escucha usted? Pues fíjese usted bien. Yo actué bajo las órdenes del crimen. Mata, me ordenaron, y maté. Le juro a usted que cuando tiré del gatillo tuve lo que algunos llaman la disyuntiva. Porque una cosa que tenemos los hombres por dentro me decía no mates, no mates. Y otra fuerza me decía mata, mata. Yo tenía ante mí los ojos de ese chico. Reflejaban tanta fe, tanto apego a la vida. Como que algo le hacían decirme no te atrevas. Sus ojos me decían eso. No su voz. Pero yo estaba aferrado. Tenía su vida en mis manos. En fin. Yo me decía: ¿Te perdono la vida, sí o no? Con todo respeto, padre, sí lo ha sentido, ¿verdad? Tener la vida de alguien en las manos. Yo lo he vivido. He visto lo que puede hacer un sacerdote en la vida de una persona. Yo lo he vivido. Mi hermano se confesó —no sé cuáles pecados andaba cargando— y salió otro. Tan fuera de pecado. Limpio. Tan otro. Tan limpio a los ojos del Señor. Y seguro tenía más pecados que yo. De ahí en adelante Dios pareció decirle ven. Te perdono. Como va a ser conmigo apenas salga de aquí. Pero no vengo aquí a decirle eso, padre. Vengo a que me hable de Jesús, y a que me diga si puedo aspirar al perdón. Porque maté, padre. A uno de estos jóvenes normalistas de Ayotzinapan. Le sorrajé un plomazo en el corazón. Antes de que lo enterráramos en la fosa. Conste que le dije: “Arrepiéntete, muchacho, porque de lo contrario te vas a morir”. Tan fácil que se dice. Pero nadie lo hace. Nadie se arrepiente. Si me hubiera dicho que se arrepentía lo dejaba correr y perderse en la noche. No importa lo que hubiera hecho. Pero por algo estaba ahí. Con el cañón en la cara. Porque ni lo supe. Padre, por favor perdóneme y dígame cuál es mi penitencia esta vez. Porque quiero estar limpio.

March 15, 2015
Texto de los lunes
Delirio
Quisiera morirme ya mismo.
A ...
Delirio
Quisiera morirme ya mismo.
A la hora en que esté hablando de música.
Luego de la audición de una sonata
de Brahms, o de un cuarteto de Beethoven.
O al momento de charlar con un amigo.
Enfrente de él. Podría ser
en una mesa cantinera.
O después de haber mirado
los ojos verdes de una mujer.
De cierta mujer.
O, por qué no, luego de acariciar
la mano de mi hija.
También disfrutaría morir
a la mitad de un cuento de José Revueltas.
O de un poema de Pessoa.
O acaso dando mi taller de creación literaria.
Pero también podría morir
mientras reverbera en mis oídos
el violín de mi padre.
O el piano de mi madre
cuando tocaba Chopin para mí.
En cualquiera de estas circunstancias
me gustaría morir.
Si acaso no le parecen excesivas a Dios.
Que él decida. Yo me adapto.
Y desde ahora le doy las gracias.
Con tal de que no se tarde.
O no más de la cuenta.

March 13, 2015
Texto de los jueves
Dos poemas
Mi padre
A la memoria de m...
Dos poemas
Mi padre
A la memoria de mi padre Higinio
Ayer, cuando crucé la calle
descubrí que iba de la mano de mi padre.
A mis sesenta y tres años de vida,
aún mi padre me guía.
¿Vendrá del paraíso, vendrá del infierno?
Su sombra me protege del sol
y con su pie hace a un lado los escollos.
Se siente responsable de mí.
Él me trajo al mundo, sembró esa semilla
como un campesino que ama su labor.
Sembró esa semilla exactamente como
lo han venido haciendo
cientos de miles de generaciones de hombres.
Es hombre, como lo soy yo, como lo fue su padre.
Y el padre de su padre.
Que a él lo guía en donde esté.
Una madre se arrepiente de ser madre
A la memoria de mi madre Carmela.
Ve a su hijo crecer.
Ve a su hijo sufrir
injustamente por ella.
Lo ve devastarse,
perderse en la ignominia
y la traición.
Lo ve en la mitad de la calle
llorando
con el corazón escurriendo
bajo la lluvia implacable.
Una madre ve eso.
A su hijo fustigado
y dolido como un perro hambriento.
Una madre ve eso
y se arrepiente de haber sido madre.
Quisiera regresar a su hijo al interior,
al sitio de donde vino.

March 9, 2015
Texto de los lunes
Los tríos
Segunda parte
III
Pero, ¿y ...
Los tríos
Segunda parte
III
Pero, ¿y qué acontecería si intentásemos agrupar según un criterio geo-político la producción de trío? Porque está visto que los compositores crean impelidos no nada más por esa parte sustantiva que se llama la pasión, el sentimiento, sino también por factores de índole política. De ahí las escuelas nacionalistas.
Sólo así se entiende la tragedia de los tríos checos (léase Smetana, Dvorák, Suk, Novák). La exquisitez de los tríos franceses (piénsese en Fauré, en Ravel, en Chausson, en D´Indy). La sobriedad e intensidad de los tríos alemanes (considérese a Brahms, a Schumann, a Mendelssohn, a Fanny Mendelssohn, a Klara Schumann). La fortaleza infausta de los tríos rusos (cavílese respecto de Glinka, Rimsky-Korsakov, Tchaikovsky, Arenski, Taneyev, Rachmaninoff; o bien de Shebalin y Shostakovich. Y eso para no mencionar al inmenso Babadzhanian). Imposible pasar por alto los briosos tríos de autores españoles (Turina y Granados, para no ir más lejos). O de plano húrguese en los inclasificables César Franck o Edward Grieg. Que dotaron a la música, en lo que al género del trío se refiere, de sobria brevedad.
IV
Estas líneas —de suyo incompletas— estarían doblemente incompletas de no aludirse a la interpretación. No son muchos los tríos —vigentes o no, da igual— que marcaron una forma de tocar, engendraron escuchas y provocaron polémica. Baste con recordar al Trío Oistrakh, al Trío Borodin, al Trío Israel, al Trío Wenderer, al Trío Beaux Arts, al Trío Lowenthal. Y al efímero trío integrado por el violonchelista Pablo Casals, el violinista Jacques Thibaud y el pianista Arthur Rubinstein.
Pero México también ha dado lo suyo. En cuanto a los compositores de tríos, ahí está el maestro Manuel M. Ponce. Y en lo que se refiere a los intérpretes —aquellos maestros de mano trémula—, viene a la memoria el Trío México. Conformado por el violinista Manuel Suárez, el pianista Jorge Suárez y el violonchelista Carlos Prieto, constituían un plantel con arrojo y soltura. Quien esto escribe, los escuchaba cada vez que le era posible. Se presentaban con frecuencia. El éxito estaba asegurado. Su repertorio era tan vasto como novedoso, aunque iban de lo clásico a lo moderno con una facilidad inaudita. Les escuché lo mismo Smetana —mucho mejor interpretado, en vivo, que con el trío Beaux Arts—, que Mozart, Shostakovich que Brahms. Sesiones de verdad memorables. Alguna vez se lo comenté al ya finado Manuel Suárez, y simplemente soltó una sonora carcajada.
Epílogo
A la hora del dulce reposo, cuando el sueño acomete con toda su gravedad, tener un trío a la mano obliga a la sensatez y a la quietud.

March 6, 2015
Texto de los jueves
Los tríos
Primera parte
I
Los tríos ...
Los tríos
Primera parte
I
Los tríos están en todas partes. En aquellas tres estrellas que conformaban la estela de los Reyes Magos, y que en enero los papás les señalaban a los hijos acuciosos. En los puntos suspensivos —signo puntual de la gramática— que dejan una idea en el aire, como volando en la bóveda celeste. En la punta de la flecha con sus dos extremos a los lados, y que de sólo verla uno se la imagina surcando el viento rumbo al corazón de un hombre. En la regla de tres, que permite ahondar en los secretos de la caverna de lo insondable. En esos tres aviones que en forma de punta cortan el cielo, durante los desfiles militares, y cuyo solo estruendo provoca estupor.
Pero también en los tríos amorosos, que incontables veces permiten salvar la vida a matrimonios extraviados. En el tercer hijo que dota de feliz equilibrio —como quería Mendelssohn— a los maridajes que consienten más de la cuenta a los dos primeros. En la jauría de tres perros que viene en sentido opuesto, y que el sensato prefiere esquivar. En los tres bolígrafos —negro, azul y rojo— que el mesero trae en el bolsillo superior de su camisa. En los tres colores patrios, que incontables banderas combinan: verde, blanco y rojo; azul, blanco y rojo; amarillo, café y rojo.
Signo que Carl Jung adoptó como tema de estudio, los tríos de tres —¿habrá tríos de dos, o de cuatro? seguramente que sí para otra matemática—, estos tríos convencionales y previsibles se filtraron en la música.
¿Qué sería del feliz arte, si no existiera esta mixtura? Dotación amable por antonomasia —menos áspera que el cuarteto de cuerdas, más dulce que la sonata para violín y piano, más rica en su timbre que la sonata para violín solo, o para piano también solo—, si no es exagerada la hipérbole —no hay hipérboles que no sean la mar de exageradas, de lo contrario no serían hipérboles—, poco habría aportado la música a la parcela espiritual del hombre de no existir el trío. Sobre todo del llamado trío de piano —porque bien que existe el trío de corno, piano y violín, o el de clarinete, piano y violín, o el de violín, viola y violonchelo. En fin. Los tríos socorridos para piano, violín y violonchelo. Un tema en el que vale la pena abundar. O un tema que vale la pena abultar —como el lector lo decida.
II
Y como suele acontecer, los viejos alguna vez jóvenes dan los primeros pasos. El nombre de Haydn ilustra esta idea peregrina. Cuando los países imperialistas se disputaban a espadazos las naciones que habrían de hacer suyas, Franz Joseph Haydn creaba tríos tan soberbios como el de Mi mayor, o el de Fa sostenido menor, o el inequívoco de Mi bemol mayor. Tríos que abrirían horizontes a compositores que venían compitiendo en el maratón de la música, como Beethoven y Schubert.
Y mientras los soldados obedecían órdenes de muerte y destrucción, Mozart tallaba —exactamente como un alfarero sus humildes piezas— los tríos en Si bemol mayor K 502, o el inolvidable en Sol mayor K 564. Cosa que hacía a la vista de todos. O en la intimidad más inexpugnable. Le daba lo mismo. Mozart hizo del acto de componer, un banquete que compartir.
De ahí —y como siempre sucede hablando de música— la historia da un brinco hasta Beethoven. De pronto la música se desparramó por el mundo. El mundo se inundó de música. Y la gente aficionada al asombro y la estupefacción tuvo oídos para el trío en Do menor, o para el trío en Re bautizado como “Fantasma”. Que el autor fuera sordo le imprimía una dosis de fascinación morbosa al acontecimiento.
De la fuerza inexorable de Beethoven, tomó aire Franz Peter Schubert. Y ahí están sus dos tríos para confirmarlo: el número 1 en Si bemol, y el número 2 en Mi bemol. Pero no son tríos que se destaquen por su avasallamiento, sino por una extraña combinación de vectores opuestos: dulzura vs coraje, ternura vs brío. Tríos que ponen a prueba —como todas las grandes obras— el nerviosismo de los intérpretes. Que no es decir cualquier cosa.

March 2, 2015
Texto de los lunes
Música
Plagios
1) Hasta donde sé, que ...
Música
Plagios
1) Hasta donde sé, que es bien poco, en la llamada música académica no se han dado plagios en el sentido de robarse la música de otra persona y capitalizarla como propia. (E insisto en llamarla académica —o música culta, clásica o buena música—, porque en lo que se refiere a la música popular sí han acontecido plagios memorables. Agustín Lara solía quejarse de que había sido víctima de tal o cual plagio, y a su vez otros músicos lo señalaban a él como plagiario inclemente.)
2) Naturalmente que plagiarse una sinfonía no ha de ser cualquier cosa. ¿Quién se atrevería a cometer semejante atropello? Sería imposible por varias razones. Para empezar, quien tendría que hacerlo sería un compositor. Un músico que se identificara con aquella voz, la del plagiado. Se estaría hablando de una obra sin estrenar. El ratero se allegaría la partitura —en la cual se registra la música de cada instrumento— y ya con ella en la mano se ocuparía de elaborar todas las partes, es decir la particella de cada instrumento. Como se ve, la sola idea de sentarse a reescribir tanta música suena descabellado.
3) Ésa es una cosa, y otra la admiración. Pensemos en Beethoven. Admirador de Haydn —en alguna época alumno suyo, aunque la amistad entre ambos no fructificó—, decidió hacerle un homenaje en el segundo movimiento de su cuarteto 13, el cual intituló Presto y que basta con escucharlo para percatarse de que está escrito a la manera de Haydn. Esto es más común de lo que podría pensarse. Por ejemplo, el violinista austriaco Fritz Kreisler era muy proclive a componer a la manera de fulano o de zutano. Maestro violinista del siglo XIX, sobre todo trajo a numerosos compositores del barroco a su legión personal. Lo hizo en tantos casos, que nadie sabe si simplemente componía música al modo de equis compositor o retrabajaba alguna obra que a él le parecía eminentemente violinística y que funcionaba bien para sus intereses. Un caso: el Preludio y Allegro de Pugnani-Kreisler.
4) Aquí es donde entra el tema de las variaciones, y que bien podría servir de ejemplo a incontables artistas. ¿Qué hizo Ravel cuando escuchó Los cuadros de una exposición de Moussorgsky, y que hizo Brahms cuando oyó los Caprichos de Paganini, y Schumann y Rachmaninoff cuando escucharon la misma obra, y Schoenberg cuando se desparramó en sus oídos el cuarteto en sol menor de Brahms? Pues simplemente tomaron aquella obra, la pusieron en el atril y la orquestaron o crearon variaciones alrededor de ella. Con lo cual lo que hicieron fue honrar al compositor y honrarse ellos mismos. Práctica que se sigue haciendo y que nadie ve mal. Es como si un escritor leyera el cuento “La Cuesta de las Comadres” de Juan Rulfo y a partir de ahí escribiera una novela. ¿Alguien podría reclamarle, si damos por sentado que bien podría intitularse Variaciones sobre la Cuesta de las Comadres? Creo que no.
5) Así pues, multitud de compositores han tomado ideas musicales de otros y las han hecho suyas. Quizás lo verdaderamente importante es el enriquecimiento espiritual. Vamos a pensar que existe una montaña de la música, y que la música es la arena de la que aquella montaña está hecha. Vamos a pensar que los compositores se aproximan a aquella fuente y extraen las ideas musicales que les parezcan idóneas. Y que trazan sus sinfonías, sus conciertos, sus oberturas, o bien la complejidad de su música de cámara con aquella materia prima. Con la condición de que publiquen dicha música en forma anónima. Porque le pertenece a todos.

February 26, 2015
Texto de los jueves
En algún valle de lágrimas de José Re...
En algún valle de lágrimas de José Revueltas
1) Qué modo de penetrar en el alma de un hombre. Qué modo de abrir el pecho de un hombre, extraer el corazón y arrojárselo a los perros. Sin lugar a dudas me atrevería a decir que En algún valle de lágrimas es la más grande novela de la literatura mexicana. Cuán desgarradora. Cuán terrible. Cuán atrozmente humana es esta novela. En ningún momento complaciente. Cada vez parece que la historia llegó a su fin, y cada vez avanza más en el alma de sus protagonistas. Como si atrás del dolor hubiese una punción que obligara a ir más allá. Más allá de cualquier tormento inimaginable.
2) Porque el alma avanza en su propia tortura. Aunque se remonte en alta mar como un navío sin distracciones. A salvo de cualquier embestida. Hay que meter el escorbuto de la confesión hasta las heces mismas de lo inconfesable. ¿Por qué el protagonista masculino de En algún valle de lágrimas se mantiene impoluto? ¿Por qué está armado de una coraza que lo hace inconmovible, sujeto a su propia moral? Para que se salve. Para que sienta la mano de Dios sobre su nuca. Sabe que la peor miseria puede ser curada por el Redentor. Por eso actúa así. Porque representa la parte más abyecta de la sociedad. Y sabe que se va a salvar a través de sus eruptos malignos. Ni siquiera el demonio es tan hijo de puta.
3) Este personaje vive apegado a su criada. Una noble mujer que no ve maldad en él. Aunque quizás por miedo oculta sus emociones. Quizás porque en el fondo de su corazón sabe que su patrón —tan cuidadoso de sentarse correctamente en la taza del baño— es capaz de matarla. Lo ha visto hacer cosas atroces —arrojar los cachorros de su gata en el escusado, cuando el hombre decide que ella, la gata, es una puta, como “todas las mujeres”. Pero como la criada —Macedonia, una anciana decrépita, consagrada al arte de atender a su patrón— permitió que su gata anduviera de caliente por las azoteas, en lugar de encerrarla en el desván, no merece estar en su casa. Se apresta a darle un castigo ejemplar. Aunque en forma simultánea piensa en comprarle un féretro humilde. Como la condición misma de su criada. Desde luego no podrá disponer para ella un féretro de lujo porque los pobres tienen que atenerse a su condición social. ¿Cómo si no funciona el mundo?
4) Otro de los personajes más acuciantes es el director de la escuela a la que el personaje asiste cuando es un niño. El director era el hombre más severo del mundo. Quien imponía medallas y castigos por igual. Y a quien le fascinaba hacer escarnio de la miseria a costa de los que lo rodeaban. Humillar a los alumnos de origen humilde, por ejemplo preguntándoles lo que habían hecho cada mañana. Y se relamía la boca entre más severa era la confesión de los chicos. Si un niño decía llegué tarde porque mi mamá me mandó a comprar la leche, y no había dinero porque mi papá llegó borracho anoche y se gastó todo el gasto, entonces el director le pegaba al niño para que sintiera en carne propia el error del padre. Así pues, un día el ínclito director llega tarde a la escuela perdido de borracho. Los maestros tratan inútilmente de que los niños no lo vean. Pero el propio director lo impide. Entonces se busca en los bolsillos y les da caramelos a los chicos. Poco a poco se aproximan y descubren en la mirada del director un brillo de piedad. En ese momento se presentan en la escuela dos judiciales con un policía. Lo esposan y se lo llevan arrestado. En cosa de minutos, se corre la voz de que acaba de matar a su mujer.
5) Y eso para no hablar de la tensión dramática.
6) En fin. La mejor novela mexicana. Con mucho.

February 23, 2015
Texto de los lunes
Música
Fanny
Félix Mendelssohn no tuvo...
Música
Fanny
Félix Mendelssohn no tuvo el impulso para levantarse de la cama. Era la enésima mañana que se quedaba acostado. Dos fuerzas se disputaban su pensamiento. Cada una de ellas tiraba con igual potencia hacia la dirección opuesta. Cada una quería apropiarse de su voluntad. De un lado escuchaba claramente las palabras: levántate y haz música. Aún tienes muchas cosas que decir. El piano te espera. Del otro lado oía, con palabras que parecían martillazos: Quédate acostado. No te levantes. Deja que el sueño bendito se adueñe de tu alma. Ya compusiste lo que te correspondía. Ya engendraste la música que te atañía. Ahora descansa. Has ofrecido tu vida a la música. Es suficiente. Que nada perturbe tu sueño.
Unos toquidos lo volvieron en sí. No podía ser otra más que Cecilia, su esposa. O alguno de sus hijos. Pero ellos no hubieran llamado, habrían abierto la puerta y entrado como una estampida. Mejor que no entrasen. Era una suerte que no estuvieran en casa. Menos podría descansar con su presencia. Cecilia los había alejado. Sí. Seguramente.
En efecto, era su esposa. Como cada mañana en los últimos dos meses —desde que la melancolía había hecho presa de él—, acudía presurosa a verlo apenas despuntaba el sol. Con el desayuno en una charola. “No quiero nada”, dijo él cuando se hubo aproximado ella. Y simplemente hundió la cabeza en el almohadón. “Mi amor, tienes que desayunar. Nadie puede resistir sin comer”, imploró ella.
Pero él no escuchó nada. Le hizo la seña de que se retirara. Obedeció al instante. Con los ojos anegados de lágrimas. Nadie lo conocía tan profundamente como ella. En algún momento de su vida había sentido celos de Fanny. Era tal el amor que Félix sentía por su hermana, que sencillamente todo desaparecía alrededor. Por supuesto que su esposo le había hablado de ese inmenso amor. De que un hermano y una hermana podían amarse espiritualmente cuando las almas eran afines. Porque ambos hacían música. Ambos tocaban el piano —y ella toca mejor que yo—. Ambos pintaban y escribían poesía. Ambos practicaban esgrima y equitación. Pero si él había destacado por encima de ella, se debía a que su padre se había opuesto a que ella hiciera una carrera en la música. “No quiero tener una hija que llame demasiado la atención”, había amenazado. Así que Félix publicaba aquella música escrita por la mano femenina, con su propio nombre. Que en la práctica ella le llevara cuatro años, no significaba nada.
—Se me olvidaba —dijo ella, regresando abruptamente—, esperamos la visita de Klara Schumann. Vendrá a visitarte. Como todo mundo, está muy preocupada por ti.
—No la quiero ver. No quiero ver a nadie —dijo él.
—Excepto al médico. El doctor Schuppanzing vendrá a visitarte hacia el medio día.
—Que se vaya al diablo —sentenció él y se sumergió una vez más en la nostalgia de su hermana.
Vino a su memoria aquella vez del paseo a la Selva Negra. Eran muy jóvenes. Solteros. Cada quien iba en su montura favorita. Él, una hermosa yegua a quien había puesto el hermoso nombre de Juno; ella, un pura sangre negro como el carbón, brioso, cuyo pelaje brillaba al sol y a quien había nombrado Marte. Se vio corriendo atrás de su hermana. Pero se alarmó cuando se dio cuenta de que la velocidad era cada vez más pronunciada. Quiso alcanzarla para ordenarle que bajara el ímpetu, pero no pudo hacerlo. De pronto, ella voló por los aires. Él se apeó y corrió hasta ella. Había perdido el conocimiento. Aunque se recuperó a los pocos minutos. Por sus sienes escurrían gotas de sudor. Y sus ojos reflejaban una honda consternación. Como si se hubiera asomado a la caverna de la muerte.
—Qué susto me has dado —alcanzó a proferir…
—Yo tuve la culpa… No debí dejar que mi caballo compitiera con el viento.
Félix sabía que aquella caída había sido una premonición. Esta vez, su hermana se había resbalado en la escalera principal. El golpe había sido letal. Le había provocado la muerte casi al instante. Apenas unas horas después. ¿Para qué vivir si su hermana estaba muerta?
Una idea musical vino a su cabeza. Que ya no fue capaz de concretar.

February 19, 2015
Texto de los jueves
Cuentos de Gabriela Torres
Vengo en ...
Cuentos de Gabriela Torres
Vengo en son de paz. Soy enemigo de las presentaciones de libros. En la Ciudad de México —de donde vengo— es inusitado que asista a una conmemoración semejante. Pero ahora es diferente. Porque el libro de cuentos que nos convoca está armado con paciencia y sabiduría. Lo cual me parece una virtud muy rara en estos tiempos, en que las cosas parecen correr a velocidades vertiginosas.
Conozco a Gabriela Torres desde tiempos ya remotos. No inmemoriales, pero sí lejanos. Ella es una mujer joven y yo un viejo vetusto. Pero eso me da autoridad para expresar lo que siento y pienso. Siempre la consideré una autora sumergida en la seducción de las palabras. Que es la primera condición para subirse en el barco de la escritura. Me consta su obcecación por encontrar el mejor modo de decir las cosas. Cuando leo sus cuentos —éstos que ahora mismo conforman el volumen Prisioneros, tan cuidadosamente editado por Lectórum—, advierto las particularidades del artesano de historias. Me atrevería a decir que son textos tallados con el mismo amor y esmero que un orfebre talla sus piezas. Un trabajo que está por encima de la frialdad y la innoble distancia que impone la soberbia, tan cara a los enanos de espíritu.
Advierto asimismo la tensión dramática. Son textos escritos desde el corazón mismo del conflicto que significa estar vivo. Llevan a cuestas la enorme responsabilidad de invocar a la reflexión y al deleite. Pocos escritores pueden aspirar a este peldaño de la escalera literaria. Gabriela Torres, sí.
Sin embargo, no se trata de una tensión calcada del cliché de los manuales. Sino de la filigrana de la palabra. Porque conforme el cuento se lee, crece en el interior del lector una suerte de angustia. No sabe hacia dónde se dirige. Sólo está consciente de que algo se está armando en el tramado de esas líneas. Éste es un recurso de Gabriela. El de cautivar por medio de situaciones que de pronto rayan en la fantasía.
Estructura y estilo, trauma y trama son vectores que apuntan hacia un mismo punto: conmover al lector.
Veamos. Soy de los pocos que aún cree que la literatura debe conmover. Más allá del pelotón de fusilamiento de las palabras formadas en fila, de que esas palabras deben asombrarnos por su sonoridad, su cadencia, su propuesta semántica, me seduce la emoción. El inmenso Dostoievsky solía decir a los prospectos de escritores: “Primero sufra, luego escriba”. Yo me atrevería a decir que Gabriela Torres está empapada de experiencias humanas que le urge contar.
Dije líneas atrás que la conozco desde hace cierto tiempo. Lo cual me honra. Sé que coordina talleres de creación literaria —llegué tarde a la repartición de canonjías, pero me habría encantado ser su alumno, dicho sea esto con todo respeto—, sé que tiene voz en la radiodifusión, sé que ama los perros. Quien converse con ella. Quien conversa con ella, sabe que le espera un menú de temas fecundo y variado.
Para terminar, he seleccionado un solo cuento que ahora mismo me propongo comentar. Lleva el título de “Composta”. Y a mi modo de ver me parece una pieza de artilugio notable. Una maquinaria que va modificándose delante de nosotros. El personaje protagónico masculino se transforma conforme el tiempo de la narración transcurre. Y uno como lector lo celebra. Porque uno también está atravesando cambios que provocan esa difícil mudanza, por la que tanto apostaba Henry James.
En fin. Sólo me resta desearle los mejores parabienes a Gabriela Torres. Se lo merece. Y ya que la noche ha avanzado, lo que sigue es beber.
Gracias.
Nota: Texto leído en la presentación del libro Prisioneros de Gabriela Torres (edit. Lectórum) el 20 de febrero en Guadalajara, Jal.

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