Eusebio Ruvalcaba's Blog, page 11

February 16, 2015

Nuevos textos de los lunes
Lo que fue es. Y es porque fue...

Nuevos textos de los lunes
Lo que fue es. Y es porque fue.

Tantas cosas. Me quedo estacionado en una calle solitaria de Tlalpan. La busco con denuedo. Antes era tan fácil. Y cuando digo antes no voy más allá de 35, 40 años. Había muchos menos miedos. La gente no andaba de aquí para allá con su mochila al hombro. Simple y llanamente se las ingeniaba para llevar sus cosas. Cada quien fumaba donde se le daba su regalada gana. Que podía ser en la sala de espera de un consultorio, en un elevador o en el atrio de una iglesia. Cuando se aproximaba la esquina donde esa persona habría de apearse, jalaba un cordón. Y el camión —Peralvillo-Cozumel, Peralvillo-Nonoalco— se detenía. Nadie hablaba de asaltos, aunque en la Olivar del Conde la pandilla de Los Panchitos (¡qué nombre!) hacía de las suyas. Se oía el radio en aquellas estaciones —Radio Mil, Radio Éxitos, Radio Capital— que hacían sentirse enamorados a los escuchas. Los gambusinos de historias preferían RCN o la XEW —Porfirio Cadena, el Ojo de Vidrio, Chucho el Roto, Kalimán. Los hombres le iban al Guadalajara. Los mariconcitos al América. Cuando alguien salía del país significaba que tenía resueltos sus próximos 50 años. Las palabras colesterol, diabetes, triglicéridos e hipertensión no existían en la cotidianidad. Nadie las conocía. Ni los médicos. Nadie tenía toneladas de dinero para hacerse una química sanguínea. Todo mundo tenía erección. Las parejas se besaban en los automóviles. —bajo la sombra, si era de día; o bien escondiditos, si era de noche. Nadie telefoneaba al extranjero, porque era muy caro. Los hombres no usaban cartera en la adolescencia. Y algunos fingían ser adultos en los restaurantes. Se le besaba la mano al padre, al padrino y al abuelo, y sólo los nerds usaban gafas. Se despreciaba a los gordos —todavía—, y las mujeres no se esmeraban más de la cuenta en fingir una belleza de la que carecían. Nadie leía a Octavio Paz. Y por supuesto, todo mundo se sabía cuando menos un chiste. Nadie iba a la Condesa, y mucho menos a Polanco. Aunque cualquiera admiraba un Mustang. Un Barracuda. O un Dart GTS de 320 caballos de fuerza. Los celulares no pertenecían ni a la ciencia ficción, y todos sabían dónde quedaba la caseta telefónica más próxima. Era de ley robarle unos traguitos de whisky a la botella del progenitor. Las güeras eclipsaban a las morenas. Y quien tenía una novia güera provocaba la envidia en todos los que lo rodeaban. Se aprendía a manejar de muy chamaco. Con el solo propósito de presumir. Porque nadie entre los jóvenes tenía coche. Todos se sabían el nombre de los miembros del gabinete. Porque en seis años no cambiaban. Se les identificaba hasta por su fotografía. Había un día del agente de tránsito. A los de crucero, les llovían regalos. Hasta refrigeradores. Los soldados no provocaban miedo, sino respeto. Como los bomberos y los policías. Enrique Guzmán era un ídolo. Aunque menos que Raphael. César Costa tenía una colección de suéteres. Los Teen Tops, los Locos del Rirmo, los Hooligans, los Hermanos Carrión se escuchaban a todas horas. La gente iba al centro a cualquier hora de la noche, sin temor a sufrir asaltos. En diciembre llovían las tarjetas postales de Navidad. Los carteros no se daban abasto. Los niños creían en Santa Clos y en los Santos Reyes. El cielo se cubría de globos con cartas en el extremo de la cuerda. Los chicos de la casa se cogían a las criadas. Las enfermedades venéreas iban de un punto al otro de este país. Que destilaba pureza.


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Published on February 16, 2015 04:39

February 12, 2015

Texto de los jueves
Música
Un trío
Para Amalia
Dejó la pa...

Texto de los jueves
Música

Un trío

Para Amalia


Dejó la partitura del trío en el atril del piano. Le atraía ese género. A su esposa Obdulia también. Por eso había emprendido su elaboración. Quería darle gusto en todo. Desde que la había conocido en una plaza pública. Aquel día de lluvia. Con las calles enlodadas. La vio caminar descalza. No resistió la curiosidad, se aproximó y respetuosamente, muy respetuosamente, le preguntó la razón por la que no usaba zapatos. Porque nada más tengo un par, y no puedo llegar con el calzado sucio a mi trabajo. Soy maestra. Con eso le había bastado. Le pidió permiso para formalizar su encuentro. Ella lo miró y le sonrió. Con lo que daba por sentado que lo esperaría. Fue la primera de muchas visitas. Hasta llevarla a los pies de Jesucristo. Pero aquella vez, lo primero que hizo fue presentarse ante los progenitores de la joven. Lo invitaron a sentarse en una sala que se veía tan antigua como perteneciente a un museo de muebles. Cuando el padre le preguntó a qué se dedicaba y él respondió que a la música, le señaló el piano vertical. Joaquín Turina se puso de pie y se dirigió al instrumento. Sus 23 años hablarían por él. Pasó entonces de Beethoven a Chopin. Y enseguida tocó sus propias composiciones. El padre de Obdulia gritó bravo, bravo. Cada grito acompañado de una sonora palmada. Pero a Joaquín Turina no le interesaba la reacción del hombre sino la de su hija. Se volvió a mirarla. Vio aquellos ojos con los que ya soñaba, los vio anegados de lágrimas. Y supo que eran por él. Y para él. Se sintió doblemente orgulloso. Había encontrado el amor de su vida. Como hombre y como músico.


Casi le había escrito la palabra fin a la partitura. Llevaba tres, ahora el cuarto trío que le había brotado desde sus mismas venas. Había esperado más tiempo del prudente para componer la obra y dedicársela. Pero ésas eran cosas que decidía la vida; no él. Escuchó los gritos de sus hijos jugando en el patio. La verdad es que cada vez lo fastidiaban menos. Pero más que otra cosa porque habían crecido, y los juegos casi habían desaparecido. Quizás por eso. Escanció un coñac de la licorera. ¿De verdad Obdulia lo seguía amando como desde un principio? Reparó en que se estaba convirtiendo en otro hombre. Su música era cada vez más aclamada. Tenía el éxito del público y de la crítica. La pasión la vaciaba en su música. Pero no nada más ahí.


También en Aline. ¿Cómo se había enredado con ella? ¿Cuándo? Lo ignoraba. La buscaba en cada concierto. Terminaba, y lo primero que hacía era rastrear aquellos ojos, aquellos labios, aquella naricita respingona. Hasta dar con ella. En ese momento respiraba aliviado. Tendría una noche de amor plena. No tendría que justificarse con Obdulia. No sólo porque ella no iba más a sus conciertos. Simple y llanamente le diría que la fiesta se había armado en la casa de Modesto Olivares, el violín concertino de la Sinfónica de Madrid. Y que, como siempre, había decidido pasar la noche ahí.


Sin embargo, se encontraba en una disyuntiva. De un lado, cada minuto de su tiempo anhelaba pasarlo al lado de Aline. Le bastaba con mirarla desnudarse frente al espejo. De un talle soberbio, con la punta de sus senos mirando al cielo, los muslos delgados y musculosos. Una mata áurea de pelo en el pubis. Muy a su pesar se lo confesaba: ésa era una mujer. Y era suya. ¿Cómo su esposa?


Su esposa…


Más que nunca se sentía obligado con ella. De jóvenes se habían entregado por completo. Quizás por eso toda su música la componía para ella. Sobre todo su música de cámara. Que él veía como un río que brotaba de sí mismo. La amaba pero no como la había amado en su juventud. Ahora era un amor producto de la reflexión.


Obdulia entró a su estudio con un juego de té. “Es la hora de tu estimulante, cariño”. Y se volvió a mirarlo. Con una sonrisa tan dulce como aburrida. Tuvo la intención de darle un beso. Pero prefirió guardarlo para Aline.



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Published on February 12, 2015 08:12

February 10, 2015

Nuevos textos de los lunes

1) Prefiero cambiar de mujer ...

Nuevos textos de los lunes

1) Prefiero cambiar de mujer que de trago.


2) En la escala social, quien se lleva la crítica punzocortante no es quien está hasta abajo sino hasta arriba. Porque llegar hasta abajo cuesta esfuerzo. Todo el mundo lo sabe. Y entre más abajo, más se desparrama el respeto. Y entre más arriba, el respeto se resbala hasta filtrarse en las alcantarillas.


3) Cada trago de whisky que consumo me aproxima a Armando Manzanero. Cuando llego a mi estudio luego de una jornada ardua, abro mi botella de JB —Johannes Brahms— y escancio una buena dosis. Doy el trago y siento que mi cuerpo se fortalece. Alguna vez conocí la casa de Armando Manzanero —en Altavista—; la de Johannes Brahms jamás. Regreso. Escucho a Brahms —lo que sea, pero podríamos empezar por su trío en Do mayor—y al calor de ese whisky mi espíritu se colma. Mi trabajo es proporcionarle quietud a mi alma. Adiós a las mujeres. Mi alma quiere paz. No violencia. Prefiero vivir sumergido en el alcohol que en la pasión devastadora. En Brahms que en Schumann.


4) La mujer no me trae más que insatisfacciones. La mujer no cuenta en mi acervo de la experiencia. Porque es un ser impensado. Nunca actúa de la misma manera. Es tan imprevisible como la carrera de un tigre.


5) Los lunes doy mi clase de apreciación musical en el Centro Cultural Elena Garro. Soy tan feliz hablando de música. Es lo que vine a hacer a este mundo. Todo lo demás me resulta irrelevante. Mis clases de creación literaria en los reclusorios de la ciudad de México me entusiasman tanto como colgar la ropa mojada en la azotea. Sólo tengo oídos para mí si es a través del arte del sonido.


6) Tiro el dinero a lo imbécil. Lo poco que tengo. Que no es mucho. Pero me alcanza para tirarlo. Cada peso va a dar a la osamenta de mi corazón. Disfruto más el dinero que se me va de las manos que el que ahorro. Que no ahorro cinco centavos. Sólo los débiles ahorran. Es mejor vivir al día. Siempre habrá alguien que te saque del agujero. Siempre habrá alguien que se apiade de ti y te tienda su putrefacta mano. Provocar lástima tiene más mérito que causar arrobo o admiración.


7) Todos estamos en las últimas; pero yo lo tengo claro.


8) Soñé que hoy conocía a una mujer.


9) Platico con el cantinero de Xocongo. Mi amigo Ángel Romero. Paso a saludarlo luego de mi clase en la Sogem. Me tiene una paciencia enorme. Hablamos de Pessoa. De José Revueltas. De Octavio Paz. Coincidimos en unas cosas, y en otras divergimos. He conocido a tantos cantineros. A tantos interlocutores. Pero este hombre tiene algo especial. Como en mi clase del Reclusorio Oriente. Un alumno levanta la mano y me dice “Schubert era un prodigio”. Su apreciación me conmueve. Le pregunto por qué, y él prosigue: “Porque se dice que escribía su música en las servilletas”.


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Published on February 10, 2015 03:20

February 5, 2015

Texto de los jueves
Amigos muertos / IX

1) Héctor Trinid...

Texto de los jueves
Amigos muertos / IX


1) Héctor Trinidad Delgado. Célebre en el barrio de Carrasco. Médico de profesión, también era novelista —o mejor aún, narrador, pues el cuento le venía bien—, además de compositor y pintor. De pronto se dejaba ver en el taller de creación literaria. Sus historias versaban sobre situaciones que acontecían en el México de la Colonia. Provocaba la algarabía de quienes prestábamos nuestros oídos a su voz. Buen prosista, le interesaba sobre todo conservar el equilibrio entre estructura y estilo. La emoción no le inquietaba más allá de la cuenta. Su cometido no era apelar al corazón sino al razonamiento. Armó una novela de más de 500 páginas. Ya tenía editor. Todo iba viento en popa, hasta que se enamoró de una paciente. Sus íntimos tratamos de disuadirlo. Se trataba de una mujer de la que se hablaba mal. Más que mal. De belleza inquietante, una sola y misma cosa fue que viera al doctor —herr doktor, como yo le decía— para que lo hiciera suyo. El resultado no se hizo esperar. Poco a poco se pronunció su adelgazamiento. Por alguna razón desconocida para todos. Finalmente amaneció en su automóvil muerto de una forma trágica. Le escurrían hilitos de sangre de las orejas, la boca, la nariz, los ojos, y, según se supo, de los orificios impronunciables. Se dijo que le habían dado a ingerir veneno para ratas. Del anticoagulante. Se hubiese tenido a la mano una dosis de vitamina K, habría salvado su vida.


2) Alejandro Rojas. Fue mi alumno en la Iberoamericana, y al paso del tiempo le tallereé sus poemas. Impuesto al trabajo arduo se convirtió en empresario desde muy joven. Le hincó el diente al negocio de la panadería. Había que verlo. Abría las puertas de su negocio a las 5 de la mañana, y a las 10 ya estaba sentado en su pupitre de la Iberoamericana. Ganó un premio cuyo libro nunca le publicaron. Pero él no se arredraba. Sabía de lo que significa el esfuerzo para la obtención de una figura poética de altura. Aunque se le dificultaba dar con el temblor poético, no se daba por vencido. En su negocio de la avenida Miramontes, urdía reventones que rayaban en la locura. Corrían ríos de mezcal. Los hombres entraban unos y salían otros. Y los encuentros amorosos no se hacían esperar. Con el mismo ardor, lanzó una revista marginal. Incontables poetas vieron ahí sus textos por vez primera. En general todo mundo lo quería. Por su entusiasmo, o más que eso, su arrojo. Pero la ambición lo sobrepasó. De vender libros usados, pan y objetos varios, no le tembló la mano cuando prestó dinero en pesos contantes y sonantes. Alguien le advirtió que no hiciera eso. Sobre todo porque el interés era estratosférico. Pero no entendió. Al contrario, persistió en su codicia. Hasta que alguien le ajustó cuentas. Hallaron su cadáver a un par de calles del tan celebrado negocio. Un solo balazo en la frente fue suficiente. Aunque nadie sabe la razón exacta. Se habló incluso de un marido celoso. Pero a un hombre así no le habría bastado con una bala.


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Published on February 05, 2015 18:55

February 2, 2015

Nuevos textos de los lunes
Aforismos sobre el sonido
Para...

Nuevos textos de los lunes
Aforismos sobre el sonido

Para Lidia Camacho, que ama el sonido


1) El sonido permea nuestra vida diaria. Cuando el entorno resulta amable, el sonido es grato. Así, el sonido es el anfitrión de nuestra presencia en esta vida. Vigila que nuestra fugaz estadía sea soportable.


2) El sonido de la palabra es dulce. Por eso el hombre siempre está hablando. La comunicación no se debe nada más al entendimiento. Cuando la palabra de un hombre y de una mujer se topan, surge lo imprevisible. Aunque haya acontecido millones de veces.


3) La música cristaliza el sonido. A través de la música, el sonido estalla en nuestro oído a modo del grito de la madre cuando llama a su hijo a la distancia. En ese grito va la vida toda. En la música va la vida toda. En cada nota. Ni siquiera se requiere de una sinfonía. O de una ópera, que consta de palabras. Cada nota equivale a una gota de agua. Que siempre contiene más agua.


4) El sonido de las voces animales nos concilia con la vida. Por más alejados que estemos del corazón, aquellas voces nos recuerdan que existe un orden ontológico. Las voces de los animales ejercen más influencia en el hombre que las escuchadas desde el púlpito. Porque son irrevocables. Porque son las voces ancestrales que alguna vez poblaron el mundo. El ladrido estremece lo mismo que el rugido. La naturaleza del hombre responde a estas manifestaciones con aprensión idéntica. El sonido del trino permea su espíritu de tranquilidad. No todo está perdido. Se dice cuando lo escucha.


5) El sonido del silencio proviene de las oquedades más profundas de la condición humana. El sonido del silencio se escucha cuando no hay nada más que oír como seres conscientes. Cuando se han agotado los miasmas de la experimentación. Al menos tres caminos se distinguen para la audición de este sonido: el sueño, la muerte y la lectura de Fray Luis de León —la sordera es relativa pues evoca sonidos o es capaz de crear sonidos en nuestro interior.


6) Si lográsemos escuchar los sonidos interiores de nuestro cuerpo, aun los más imperceptibles, nos asombraríamos de las armonías que prevalecen. ¿Acaso el corazón llevaría el compás?


7) El ruido puede devenir en sonido, tan así que está pendiente un concierto de celulares —¿o ya existe?


8) El sonido de un cuarteto de cuerdas contiene los sonidos terrenales. Basta con escucharlo con los ojos cerrados.


9) El sonido de la poesía reverbera en nuestro interior, en tanto el entorno cruje.


10) Nuestro oído reconoce el sonido de los instrumentos aun sin saber de qué instrumento se trate.


11) La métrica es a las palabras lo que el metrónomo a las notas. Pero así como la métrica más rigurosa —musical, podría decirse— no garantiza la tensión poética —ni siquiera lo que podría denominarse la poesía—, el metrónomo más rígido no garantiza la música. La métrica —con el patito feo de la rima— y el metrónomo son herramientas de trabajo. Y así hay que tomarlos. Para luego deshacerse de su vehemencia.


12) La mujer posee dos sonidos que la distinguen en el mundo de los seres vivos: la voz y el corazón. La voz por el timbre; el corazón, por el seno que lo cubre.


13) El estetoscopio puso delante de los entusiastas del sonido un orbe inusitado; fue el equivalente de la ciencia ficción para los escritores. O mejor aún, fue como entrar a la ciudad de los insectos. Cantidad de sonidos inadvertidos para el oído humano cobraron dimensión inusitada. ¿Que no…? Basta con poner un estetoscopio a flor de tierra.


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Published on February 02, 2015 06:00

January 29, 2015

Texto de los jueves
.
Mujeres musicales

Las chopinianas....

Texto de los jueves
.
Mujeres musicales


Las chopinianas. A la usanza de George Sand, se visten como hombre. Son poseedoras de un criterio amplísimo. No juzgan nada. Nada les parece mal. La vida tras bambalinas les da flojera sublime. Les interesa la acción comprometida. Prefieren la noche al día. Su caminata las lleva a zonas peligrosas. Pero no se arredran. La mayoría escribe prosa. Tramas en fuga. Hay que dirigirles la palabra con respeto. Sólo así se sienten comprendidas cuando el interlocutor las mira a los ojos. Cuando advierten que no hay evasión de por medio.


Las lisztsianas. Son proclives a admirar hombres que para ellas son héroes. Se sumergen en océanos de culpa. Saben que una palabra bien dicha soba el alma. Cuando tienen una cita caminan de puntitas. En el camino se arrepienten. Si están a menos de cincuenta pasos, se regresan por donde vinieron. Pero si se encuentran más cerca, se entregan. Esa misma noche.


Las mozartianas. Cuando menos se espera, son presas de ataques de melancolía. Suelen vestirse ligero, sin nada que las ate más de la cuenta. Se esmeran en pintarse los ojos de colores sombríos. Su conversación está colmada de metáforas, aunque cuando se refieren a términos escatológicos no dudan en llamar a las cosas por su nombre. Odian levantarse temprano, así como seguir la menor regla. Siempre dicen que no a la primera invitación.


Las beethovenianas. Hay en sus ojos un brillo inexplicable, como el que deja una ironía dicha a mansalva. Se adelantan a los acontecimientos. Van un paso adelante. Cuando se cruzan de piernas procuran hacerlo a la vista de todos. Sobre todo escuchan conciertos para violín. Escriben espléndidas cartas de amor, y de vez en cuando les da por ejercitar el endecasílabo aunque terminan por abandonarlo. Prefieren la lencería color vino, y el cabello largo al corto.


Las mendelssohnianas. Proclives a escuchar boleros, sólo asisten a conciertos cuando se les asegura que en el programa habrá música que les resultará reconfortante. En su estado anímico, la tristeza no las deja en paz. Se entristecen por cualquier cosa. Cada vez que timbra su celular, dan por sentado que será la llamada definitiva. Aun en jeans —pues jamás usan vestido o falda— es posible adivinar su parte generosa. No es posible mencionarles al padre muerto, porque lloran.


Las schumannianas. Llaman la atención en cualquier parte. Poseen un encanto que las sobrepasa; es decir, aunque no quieran atraen la mirada ora masculina, ora femenina. Cuando manejan no quitan el pie del acelerador. Jamás consultan el horóscopo ni pierden su tiempo leyendo lo que no les importa, o lo que consideran banal. Aunque no les den a escoger, prefieren hacer el amor con la ropa interior puesta. Por frío, no por erotismo.


Las brahmsianas. Intérpretes de la vida, acostumbran mirar el horizonte o la bóveda celeste sin parpadear. Son disciplinadas, y si algo les gusta es contemplarse por horas al espejo hasta descubrir un punto negro. No suelen aceptar invitaciones si no ven en aquel hombre un rasgo de acre inteligencia. El dinero les interesa, y mucho, si les es útil para adquirir artículos suntuarios. Jamás para ahorrar. Repelen la caridad casi tanto como ser vulgares y previsibles. Leen, pero nada de literatura mexicana que caiga en sus manos.


Las chaikovskianas. La mujer adicta a Chaikovski prefiere la noche al día. Si por ella fuera, emprendería largas caminatas por bosques sólo existentes en su fantasía exacerbada. En su imaginación, tiene singular preferencia por los jinetes elegantemente uniformados, como los que desfilan en París el 14 de julio. O los cadetes del Colegio Militar en México, en particular los pertenecientes a la escolta que le entrega al presidente la bandera la noche del 15 de septiembre. Algunas se desmayan de sólo verlos.


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Published on January 29, 2015 01:56

January 26, 2015

Nuevos textos de los lunes
Amigos muertos / VIII
1) César...

Nuevos textos de los lunes
Amigos muertos / VIII

1) César Mauricio Hernández Anaya. Sus cuentos cimbraban el taller. Desde que cruzaba el umbral, la inquietud permeaba a cada uno de los integrantes. Cada quien suponía tema y trauma. ¿Y ahora sobre qué versará su texto? ¿Sobre un hombre que se viste de mujer para sobrevivir, o bien para alcanzar la felicidad? ¿Sobre una madre que encamina a su hijo en el torrente del amor? ¿Sobre un padre fracasado que estrangula a su cónyuge para obtener un triunfo? Si algo había que aprender de César Mauricio era su tenacidad para conseguir el equilibrio perfecto. Sus cuentos discurrían como fuentes de vida. Más de personajes que de atmósferas, hundía las manos en el flujo sanguíneo de sus protagonistas. Él mismo era proclive a la intensidad. Como sus narraciones. Mezclar el tinto y el mezcal lo ponía fuera de sí. Entonces arremetía contra el que estuviera más cerca. Fuerte y aguerrido, la mayoría se apanicaba por su forma de beber. Las mujeres trataban de tranquilizarlo. Le decían palabras dulces. Que él hacía suyas. Ducho en el oficio de la publicidad, de pronto se detenía en la vida que había llevado. Y se hundía en océanos de reflexión. Amaba a sus seres cercanos. Apegado a la verdad de los hechos, veía con disimulo a la diosa mentira. Murió de una congestión alcohólica. Aquella noche —que se prolongó 24 horas más— bebió tanto, que alguien calificó su muerte de suicidio. Aunque esto no se pudo comprobar.


2) Miguel Lozano. Navegaba por el mundo con un sobrenombre: el Gallo. Gallito, para sus íntimos. Yo el primero. Tenía una pasión incontenible por escribir. Narraba con enorme facilidad. Sus novelas —cuando menos dos por año— eran ejemplo de voluntad implacable. Los temas lo desbordaban. Concluía una, y en menos de que lo pensábamos ya estaba trabajando la siguiente. Nada le importaba tanto como darle el formato adecuado a sus historias. Alguna vez escribió sobre un hotel de paso. Lo que hizo fue trabajar justamente en un hotel de paso. Para empaparse de ese mundo. El peligro no lo arredraba; al contrario, lo atraía. Bebedor de Jack Daniel’s con ginger ale, desparrama cumplidos para las mujeres bellas. Siempre atento de cualquier mujer que llamara su atención, era capaz de ponerse de rodillas para atraer la mirada de aquella futura amante. Pues con seguridad se la llevaría a la cama. Aquella costumbre —que en él era una costumbre— le costó la vida. Impuesto a vivir cada día como si fuera el último —ésa era su máxima—, se enamoró perdidamente de una acapulqueña. Cada rato agarraba carretera al puerto. Su destino se advertía promisorio. Llegaba hasta la casa de aquella mujer, estacionaba su automóvil —un Mustang Cobra de 490 hp—, y con una botella de Jack Daniel’s en la mano llamaba a la puerta. No supo ni de dónde escuchó una ráfaga que lo cosió a balazos.


3) José Luis Landeros. Mujeriego empedernido, lloraba cuando oía la Heroica de Beethoven o leía Crimen y castigo de Dostoievski. Delgado, correoso más bien, de mirada inteligente y escrutadora, leía con una concentración envidiable. Alrededor el mundo podía venirse abajo, y él no quitaba los ojos de aquella página. Devoto del cine, su buen gusto era tema de conversación entre los amigos. Tenía seguidores. Dentro y fuera del taller —al que no iba, pero su fama trascendía fronteras. Siempre me sorprendió que le gustara el whisky o el vodka en vaso old fashion, sin hielo ni agua mineral. Cualquier bebida se la bebía así. Un vaso tras otro. A su lado el tiempo parecía sucederse a otra velocidad. Una mañana me acompañó a Pachuca. Lo llevé a un burdel. Mi idea era presentarle a una mujer de nombre Atzimba. Pero era la mujer equivocada. Cuando la tuvo a tiro, ella —que pertenecía a una secta satánica—lo acuchilló.


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Published on January 26, 2015 07:12

January 22, 2015

Texto de los jueves
.
500 palabras sin destino posible

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Texto de los jueves
.
500 palabras sin destino posible


1) Estoy solo en medio del vacío. Del vacío interior. A mi alrededor todo está muerto. Aun los recuerdos más llenos de vida. Mis padres, en primer término. A nadie evoco con tanto dolor. Y tanta nostalgia, como a ellos. Aunque he sufrido cosas peores que su pérdida. Como la pérdida de mi añoranza.


2) No recuerdo mi casa. La casa donde pasé mi infancia. No recuerdo celebración ninguna. Ni fiestas conmemorativas. Ni fiestas religiosas. Que no es lo mismo. No recuerdo nada. Menos a los parientes desapegados. ¿Tuve primos? ¿Tuve tíos padrinos? Lo ignoro. Sólo sé que me siento desvalido. Como un pájaro que viéramos fuera de la parvada. Extraviado en medio del azul. Pero acaso tengo memoria de un acontecimiento en mi vida. Que me llevó a no matar a mis padres. Fuera de ahí, la vida —para mí— es tan irrelevante como una mujer desnuda a quien le apesta la boca.


3) Tengo que empezar por el principio. Y no hablaré de ese acontecimiento. Del cual soy incapaz de expresar nada. Los grandes acontecimientos son inefables. Sólo el silencio los remonta. O la música.


4) Aún me dejo acariciar por una mujer como si la mitad mía fuera un hombre que acabara de abrir los ojos.


5) Los hombres nacemos con un tramo formidable a cuestas. Ponemos un pie en la tierra cuando ya tenemos la columna vertebral apostada en la ruleta. Dan ganas de odiar a todos. Porque todos se burlan de esta incapacidad. De la incapacidad de nacer libre. Ni eso. Ni así.


6) Los hombres somos perdedores. El hombre impuesto a triunfar no es un vencedor sino un perdedor. Pero aquí las cosas se tuercen. Porque a nuestros ojos el perdedor es un pobre diablo. Justamente el hombre que merece la piedad. La caricia. La contemplación espiritual. Algo que el triunfador jamás va a cosechar. ¿O alguien querría apapachar a un triunfador? Que lo apapache el demonio.


7) Cada quien arroja su moneda al aire. El que la arroja es un triunfador. Sabe que si pierde, triunfa.


8) El hombre ha caído en tal estado de inmundicia, que nada se le dificulta tanto como hablar de sí mismo, de su dolor. Del apabullamiento que significa estar vivo. De su estulticia. En apariencia, nadie tiene nada que decir.


9) Nunca como ahora, el hombre había estado tan adherido a su podredumbre. Antes solía darse fuerzas de flaqueza. Se justificaba. Volvía los ojos al cielo, y pedía comprensión. Que le caía del cielo.


10) La mitad de las cosas en la vida son mera adulteración. La ropa, el cuerpo, la sonrisa. Todo se finge. Y todo regresa al sitio del fingimiento. Nadie puede arrojar al fuego de la verdad su concepción de las cosas.


11) No sopla un viento apacible. No hay más que fulgores de relámpago. Pero se dice que así se anuncia el advenimiento del alma salvadora. A través de la caricia del viento. No de la descarga flamígera.


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Published on January 22, 2015 09:28

January 18, 2015

Nuevos textos de los lunes
Amigos muertos / VII
1) Juan M...

Nuevos textos de los lunes
Amigos muertos / VII

1) Juan Manuel Landeros. Lector culto. Hombre paciente, acomedido, fiel a sus convicciones, sin embargo el alcohol lo ponía fuera de control. Trabajaba afanosamente en su taxi. Varias horas al día. Servicial e incapaz de cobrar más de la cuenta, atendía a las señoras bajo la férula del comedimiento y deleite. Enemigo de faltarle el respeto a nadie, no le afectaba que los clientes le hablaran con despotismo. Su taxi era una feliz librería. Vendía libros o los prestaba para la distracción del pasajero, entre un punto y otro del viaje. Pero se arriesgaba más de lo necesario. Si traía un vodka entre pecho y espalda, no admitía que nadie lo tratara con arrogancia. Entonces mostraba sus garras. Lo vi arrojarle un casco de cerveza a un incauto que se le cerró. Cierta vez, un automovilista aferrado y prepotente se le echó encima hasta arrastrarlo varios metros. Amigo personal de escritores relevantes —léase Víctor Roura, Huberto Bátiz, Roberto Escudero—, era vigilante de la amistad y el respeto. En la calle, se las sabía todas. Desde los sitios donde se consigue trago a horas inhóspitas, hasta los lugares donde se venden los mejores tacos de esta inicua ciudad. Por supuesto, tenía en mente las rutas más cortas para llegar en menos tiempo de un lugar a otro. Lo mató un marido celoso.


2) Rafael Ríos. Empresario. Su amor por la poesía lo puso al borde del abismo financiero. Levantó una librería sobre las calles de Córdoba, a unos metros de la avenida Álvaro Obregón. Fue un fracaso. En el tramo de un año, apenas vendió unos cuantos libros. Pero su veneración por los textos era providencial. Llegaba cualquier cliente y él le hacía conversación de inmediato. Se enfrascaba en charlas que podían durar años luz. No se movía de su silla —en la entrada había acondicionado un café (bar, sería más apropiado decir)— hasta que quedaba satisfecha la curiosidad del cliente, y desde luego de él mismo. Tuvo dos hijos ya veinteañeros: Claudio, pintor, y Eugenio, músico. Bueno para el tiro —decían los rumores urbanos que le rompió la madre a Ultiminio Ramos—, originario de Tlatilco, sin embargo huía de los golpes. Prefería la cordialidad —de que hablaba Pascal. Probó el jugo de las empresas y se hartó. Su negocio de venta de papel estaba por la colonia Obrera —en donde más tarde se fundó un taller literario. Sobre Gutiérrez Nájera, en el número 111, si mal no recuerdo. Un taller, por cierto, en el que si no había dinero para pagar podía liquidarse la cuenta con una botella de tinto. Lo mató un cliente insatisfecho de aquel su negocio de la librería.


3) Arturo J. Flores. Editor y narrador. De mirada acuciosa y gesto penetrante. Cine-maniaco y defensor de la pornografía, siempre se le venía de buen humor. Sobre todo cuando había dado con un cuento original de su autoría —siempre apostaba por la originalidad, sin percatarse de que es un valor irrelevante de la literatura. Lector entusiasta, infructuosamente quedaba de llevar textos memorables al taller (un ensayo de Ray Bradbury se quedó pendiente por los siglos de los siglos). Amigo personal de los escritores de la Condechi, sin embargo disfrutaba de la amistad de los escritores lumpen —quienes por cierto le tenían pavor a sus críticas. Alérgico a los gatos —¿o a los perros?— su sensibilidad echaba a andar la maquinaria de la repulsión apenas distinguía un animal excomulgado. Leía bien. Sin comerse las preposiciones. Murió al tropezarse en el filo de una alcantarilla. Cayó en picada un par de metros, pero se dio un golpe en la cabeza al cual no alcanzó a sobrevivir. Se le lloró. Alguien llevó una caja de mezcal.


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Published on January 18, 2015 21:19

January 11, 2015

Nuevos textos de los lunes
Aproximaciones a Higinio Ruval...

Nuevos textos de los lunes
Aproximaciones a Higinio Ruvalcaba

A los 110 años de su nacimiento, hoy 11 de enero de 2015


1) Para Higinio Ruvalcaba su violín era la forma definitiva de estar. Aunque no lo trajera en las manos —o en el inefable estuche—, el violín le daba sentido a su vida.


2) El resto de la vida carecía de sentido para él. Cualquier motivación le resultaba inocua. No pasaban de meres resplandores. Solamente le importaba la vida en la medida que podía hacer música.


3) La música arropaba la existencia de Higinio Ruvalcaba. Cada día despertaba para entregarse a la música. Como fuera, bajo el ropaje que dictara el destino. Bien a través de la música de cámara —con el cuarteto Lener o al lado de mi madre, su esposa Carmela Castillo al piano—, a través de la música sinfónica —como director o violín concertino—, o como compositor —de sus propias cadencias, de sus cuartetos o de sus canciones populares. como el fox trot Chapultepec.


4) La música no lo dejaba en paz. Si un perro aullaba, ese sonido lo remitía al abismo sonoro.


5) Para Higinio Ruvalcaba la música era sagrada; su instrumento era el sacerdote, y el estuche de su violín el templo. Por eso mismo, en el estuche traía las estampas de las tres vírgenes por antonomasia de Jalisco: la de San Juan de los Lagos, la de Zapopan y la de Talpa.


6) Su cuarteto de arcos No. 6 —compuesto en 1919, en el rancho que era Guadalajara en ese entonces, cuando era un adolescente de 14 años— es radical en extremo. De armonías extrañas, inopinadamente inusitadas e inauditas, de melodías que se adhieren a la piel como insectos, provocó la hilaridad de unos y la estupefacción de otros. Oficialmente, esta obra la estrenó el cuarteto Lener en el Palacio de Bellas Artes el 17 de noviembre de 1955; pero en la vida real, el cuarteto Ruvalcaba lo estrenó en 1925, en la azotea de un edificio ubicado en las calles de Moneda.


7) Para Higinio Ruvalcaba la música constituía una cofradía de amigos. Todos los músicos con los que el maestro Higinio se topaba en su vida cotidiana, se convertían en sus amigos. Que estaban con él en las buenas y en las malas; es decir, haciendo música, les pagaran o no. Pero música de primera, porque Ruvalcaba era implacable e impaciente; tal vez por eso siempre fue maestro, pero nunca formó alumnos. No tuvo un solo discípulo.


8) La llamada lectura a primera vista en música es extremadamente difícil. Hay que entender la música en su esfericidad para captar lo que significa cada modulación, cada matiz. Solamente los intérpretes desapegados del lado pedante de la academia son capaces de leer a primera vista con perfección, de corrido de principio a fin. Esto es, cuando leen el principio leen el final. El maestro Ruvalcaba podía acometer esta lectura con enorme facilidad, y no sólo al violín sino también al piano y al violonchelo. Cantidad de veces lo demostró.


9) Higinio Ruvalcaba nació el 11 de enero de 1905, y murió el 15 de enero de 1976. Vivió 71 años consagrados al arte del violín. Nació en Yahualica, un pueblo perdido en el horizonte de Jalisco. Su padrino, Atilano González, mariachi, le enseñó a poner las manos al violín. Al revés, de zurdo, para que causara gracia. Ésa fue su vida.


10) ¿Qué tocas?, le pregunté a mis 11 años cuando lo escuché improvisar en la cocina. Porque le gustaba ensayar (más que ensayos eran improvisaciones) en la cocina, o hacer sombra, como él decía. Improvisar y perderse en el limbo de la música jamás escuchada ni repetida —que en eso consiste la improvisación. ¿Qué tocas?, le pregunté alguna vez que mis oídos se esforzaban por reconocer aquellas armonías inauditas. “El silencio”, me respondió. “¿Y quién te enseñó a tocar así?” “Dios”, respondió.


11) Por Beethoven, don Higinio sentía una admiración rayana en la locura —o en la devoción. Aún más que por Brahms y por Mozart. ¿Cuál es su concierto para violín favorito?, se le preguntaba y la respuesta sobrevenía en el acto: el de Brahms. ¿Y cuál es el músico que quisiera escuchar toda su vida? Mozart, interrumpía. ¿Y cuál es el más grande compositor de todos los tiempos para usted? Entonces su voz se quebraba. No podía pronunciar esa palabra. Principiaba con la primera sílaba, y el llanto sobrevenía incontenible. Nunca lo escuché pronunciar la palabra Beethoven. Lo juro sobre las cenizas de mi madre.


12) Cuando daba un concierto, llegaba una hora antes a la sala. Yo le cargaba el violín. ¿Por qué llegas con tanta anticipación?, se me ocurrió preguntarle. Estábamos haciendo tiempo para que abrieran las puertas del Degollado, el principal teatro de Guadalajara. De pronto dijo: Porque yo era muy informal de jovencito, cuando era violín concertino de la Orquesta Típica de Lerdo de Tejada. El ensayo no podía comenzar hasta que yo llegara y me sentara en el lugar que me correspondía. Llegaba como media hora tarde, impecablemente vestido porque en esa época ganaba mucho dinero, y yo era todo un dandy. Tocaba como pianista en un trío en el Sanborns de los Azulejos, con Fernando Burgos al chelo y mi maestro Mario Mateo al violín. Mi padre tocaba el violonchelo en la misma orquesta. La Típica. Era de los últimos. Y una vez me dijo: “O llegas temprano o te voy a dar un castigo ejemplar”. Ni caso le hice. Volví a llegar tarde. Y estaba abriendo el estuche de mi violín cuando alguien me agarró del cuello y me llevó a rastras al baño de hombres. Ahí me aventó al miadero. Y si vuelves a llegar tarde una vez más, te va peor. Era mi padre. Don Eusebio. Tú llevas su nombre. Como ves, enemigo de la impuntualidad. Y de que se le desobedeciera.


13) Yo le cargaba el violín y le tensaba el arco —y se lo destensaba cuando acababa de tocar. Toda mi atención estaba puesta en él; no sólo cuando tocaba sino también cuando platicaba cualquier cosa, lo que fuera de su infancia. Su voz escurría temblorosa. En el camerino del Teatro Degollado de Guadalajara me dijo. Estaba yo con él, esperando que lo llamaran para tocar el concierto de Tchaikovsky. Me dijo. Aquí di mi primer concierto, en el Degollado, tenía 10 años. Fue el concierto de Max Bruch. No tenía yo traje para debutar. Éramos muy pobres. Mi mamá me hizo la ropa de unas cortinas viejas y deslavadas. Me pagaron esa misma noche. Al día siguiente me puse a jugar con mis amigos en la calle. Canicas. De apuesta. Yo tenía el dinero que había ganado en mi concierto. Ya les había dado a mi papá y a mi mamá casi todo. Pero me quedé con unos cuantos centavos. Y los estaba apostando cuando sentí unas botas junto a mí. Era mi padrino Atilano González, mariachi de San Juan de Dios. Qué haces, Higinio, me preguntó. Pues nada, jugando, respondí yo. ¿Estás apostando, chamaco del demonio? Sí, mi dinero. Y entonces se quitó el cinto y me empezó a sorrajar unos buenos fajazos. Me eché a correr. Llegué a la esquina y me topé con mi papá, que venía como si nada. Me le eché a las piernas. ¡Qué te pasa? Es mi padrino, que me viene persiguiendo para pegarme. ¿Qué hiciste? Nada, no hice nada. Pues si tu padrino te viene pegando es por algo. Y entonces que se quita el cinto, y que me da con todo. Ai sí ni modo que me echara a correr.


14) La violinista Celia Treviño fue uno de sus amores más hondos y duraderos —cuando menos le conocí una docena de mujeres—. Lo seguía a todas partes. Si mi padre se cambiaba a Mixcoac, ella se cambiaba a Mixcoac; si mi padre se mudaba a la Condesa, ella se mudaba a la Condesa. En cierta ocasión, mi padre me ordenó: Llévame al concierto de Celia, va a tocar Mendelssohn en Bellas Artes. Lo llevé. Cuando acabó, mi padre fue a saludarla al camerino. Había mucha gente formada para felicitarla. Cuando Celia vio a mi padre, se deshizo. Le indicó que se adelantara y que no hiciera la cola. Nomás vengo a darte un consejo, sonó la voz de don Higinio. Celia se puso a temblar. ¿Cuál?, preguntó. Que no te pongas vestidos sin mangas porque no sabe uno si escuchar la música o verte los pellejos que te cuelgan. Celia rompió en llanto.


Higinio



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Published on January 11, 2015 21:01

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Eusebio Ruvalcaba
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