Ian Colin Roditi's Blog, page 9
January 10, 2016
Con el tiempo despegado
Esperé ahí de pie por mucho tiempo.
Lo vi ponerse en pie y lo vi caer en ruinas, lo veo todos los días. Ahí, desde el mismo lugar. Verás, mi vida transcurre de una manera extraña, puedo verlo todo al mismo tiempo. Cómo empieza y cómo acaba. En vez de ser una línea, es una especie de ocho que cuando se cansa se hace infinito. No siempre fue así, antes iba de un lado a otro con un grupo de intérpretes, hacía teatro, hacía que la gente me viera, que entendiera la vida en otro punto de vista que no era el suyo. Lo que más me gustaba era hacer que quisieran, que se inspiraran, que desearan con más fuerza lo que querían lograr. Por lo mismo nunca me preocupé por mí o mis propios deseos hasta que llegue ahí donde esperé, donde fui yo la que observaba.
El tren del teatro se estrelló cerca del bosque, yo escapé de la explosión de una manera que aún no sé cómo explicar. En ese momento pensé que lo había perdido todo, que nunca más volvería a ser feliz, que sería invisible el resto de mis días. Quizá todo este drama suene a que era una de esas mujeres que esperaba que la felicidad llegara por fuera, en lugar de preocuparme por conseguirla. De ser feliz por mi misma.
Pero no lo era.
O quizá sí, un poquito.
Me dejé llevar por mi instinto, busqué quién pudiera ayudarme a encontrar sobrevivientes; todo lo que encontré fue una plazoleta gigante con salidas al bosque en muchas direcciones, me paré justo al centro. Ahí donde lo vi pasar todo en tantas ocasiones que no tengo las suficientes letras para contarlo todo. Tampoco tengo el orden para hacerlo. Ahí, un poco a la izquierda, a lo lejos, un letrero que me preguntaba cuál era mi más grande deseo acompañaba a una de las salidas al bosque. A su lado, a las doce en punto estaban los cimientos de lo que sería la construcción que le daría tiempo al bosque, la manecilla gigante más imposible, preciosa y digna de creer que he visto.
Un señor más pequeño que yo se acercó a mi por la espalda y cuando llego a mi lado se sentó en el suelo. Admiró el espacio frente a nosotros sin decir nada. Ni siquiera me volteó a ver, sólo sonreía como cuando alguien te da una buena noticia.
Cuando parpadeé, el edificio ya estaba ahí erguido.
El hombre a mi lado había desaparecido y yo estaba rodeada de una jardinera circular y bancas para los cansados. Había muchísima gente yendo y viniendo por el reloj al que yo le detenía el centro. Las personas pasaban a mi alrededor sin ponerme atención. Se sentaban a comer y admirar, a platicar y a planear. No me moví. Admiré el edificio en todo su esplendor sin entender que estaba sucediendo. Ellos festejaban la conclusión del edificio y yo me preguntaba cómo llegué ahí. Guardé el aliento.
Al volver a parpadear era de noche, el edificio ya se veía algo viejo.
Un niño se acercó a mi y me observó con atención.
–Sé que no eres una estatua –me dijo.
Una señora llegó y se lo llevó de la mano.
No me moví.
Me dieron muchas ganas de llorar, pero no lo hice. No por lo que el niño me había dicho sino por el contacto visual que había tenido con él. Nunca, en todos mis años de actriz me había sentido tan… apreciada. En el sentido literal de la palabra. Sólo bastó una mirada para hacerme sentir que existo, que estoy viva, que todo estaría bien.
Cerré los ojos y con un suspiro traté de guardar ese sentimiento en mi cabeza y en mi corazón, bien dicen que el cajón de tesoros te ayuda a sobrevivir cuando más lo necesitas.
Cuando volví a abrir los ojos, el edificio estaba a medio construir.
No había nadie cerca, la luz del sol estaba arriba de nosotros e iluminaba todo el parque mostrándome lo que momentos atrás era totalmente otro lugar.
No había nada que me rodeara o que impidiera mi movimiento, sin embargo, no me moví.
La tinta en el letrero, un poco más allá de la salida a las once, brillaba con fuerza; mi más grande deseo. Recordé que lo que quería era encontrar ayuda pero mi corazón gritaba algo más fuerte: volver a encontrar una mirada como la de aquél niño.
–¿Estás atrapada? –dijo una voz que al parecer no venía de ningún lado.
–Claro que no –contesté a la defensiva.
–Llevas años ahí parada –dijo la voz que me sonó al viento entre los árboles- la gente ha llegado a creer que algún escultor te hizo y te dejó ahí para que el edificio siempre tenga alguien que lo admire. Alguien que sepa observar.
–Claro que no –repetí, buscando a mi alrededor algo que me convenciera de llevaba solo unos segundos, de que estaba viva.
–¿Necesitas ayuda? –dijo la voz en un susurro.
No le contesté, la pregunta me recordó por qué había llegado ahí. Me limité a otro parpadeo, esperando que me llevara a otro momento.
Estaba rodeada de verde y bancas de nuevo.
El edificio se mostraba demacrado, el silencio y la noche sin luna lo hacían ver bastante tenebroso. A mis pies tenía un dije, una flor y una nota. Esta vez sí me dejé caer al suelo del cansancio. Sonó como a derrumbe. El dije tenía la foto de un hombre al que le reconocí la mirada intensa, al niño se lo habían comido los años y yo seguía ahí.
La nota tenía una parte de mi con lo que reconocí como mi letra:
“No te olvido para que puedas vivir por siempre”.
Yo no había escrito aquello, estaba segura, de hecho no me había movido de aquel lugar.
Me sentí terriblemente cansada y me dispuse a dormir ahí, abrazando el dije, sin importarme la intemperie.
Al despertar, el edificio estaba en ruinas. El atardecer estaba cayendo y tenía a dos hombres que me miraban fijamente. Uno vestía harapos del mismo color de sus canas y al otro le colgaban raíces de su quijada y tenía anillos irregulares tatuados en los brazos.
–Regresa al día en que llegaste, encuentra lo que buscas –dijo antes de cerrarme los ojos con una mano.
Así fue aquella tarde que duró incontables años, despegada de mi propio tiempo pero contenta de saber que existe, existirá y existió algo que me hiciera feliz a mí.
December 30, 2015
Larga Historia
No hay mucho que contar sobre el tiempo muerto. Sobre el bosque y la estatua de la mujer que lo defendió, sin embargo, podemos decir que la tragedia podría ser un mejor narrador.
Cuando la estatua respiraba y era líder del grupo de personas que se hacían llamar los Quinqués Perdidos, tenía por nombre Siobhan. En ese entonces también tenía una hermana, Hilda, quien era la alcaldesa del pueblo a las afueras del bosque. Mientras una adoraba la sensación que le causaba estar sola en el bosque, la otra odiaba la soledad que el bosque le había causado al ver partir todo lo que ella quería. Ambas eran descendientes de una mujer que muchos años antes huyó de la humanidad para refugiarse en el abrazo de su soledad. Muy al pesar de una de ellas, ambas comparten uno de los secretos más grandes del bosque, la magia. En su clara oposición, cada una cayó a un extremo y lo que empezó como una hermandad las llevó a cargar sobre sus hombros todo lo que su tátara abuela había dejado atrás en otra ciudad.
Guerra.
Por el afán de defender el pueblo y defender el bosque se terminó con muchas de las razones por las que se peleaba.
En su terquedad Hilda perdió a su hermana, a su hijo, a su mejor consejero y se ganó a muchos enemigos.
Siobhan en un inicio creyó que ganó; por intervención de los sabios cuervos logró sacar a Iscariote del pueblo. No había logrado que estuviera con ella, pero por lo menos ya no estaba preso en el pueblo del que nadie podía salir. También podía notar cómo día a día la pequeña hermandad de los Quinqués Perdidos iba disminuyendo sin razón alguna y en esa última batalla perdió también a Tobías que cargaba una de las caras de “Bajo la misma luna”. Vio a su hermana darle la espalda y perderse entre las calles de La Merced. Ella hizo lo mismo y se perdió entre los árboles de su bosque, podía verlo tornarse amarillento. No había grillos, no había búhos, ni luciérnagas, el viento apenas y susurraba. Cuando vio a un gigante y a un unicornio caer inconscientes dejó que el pánico la inundara.
Si el tiempo moría, todos los que vivían ahí también lo harían.
Corrió hasta su refugio en lo profundo del bosque, cerca del manantial donde el consejo de los seres mágicos se reunía cuando alguna decisión importante se tenía que hacer.
El lugar estaba vacío y en silencio.
Uno no conoce el verdadero significado de silencio hasta que no escucha al bosque callar.
Buscó con desesperación su mitad de “Bajo la misma luna” y la abrazó como una madre que se despide de su hijo por última vez. Confiar en el hijo de tinta que había creado con Iscariote era su última oportunidad de salvarlo todo, aunque tuviera que sacrificar su propio tiempo para hacerlo. Tomó la pluma del tintero con la que siempre escribía sobre el libro y salió de la casa con prisa, no se detuvo ni un instante hasta llegar con El Abuelo, el árbol más viejo de todo el bosque y ahí se pinchó un dedo con la punta de la pluma y con su sangre escribió sobre el libro:
“Bienvenidos al bosque, está prohibido salir sin echar al tiempo andar.”
“En ésta casa sucedió una tragedia que aunque ya murió hasta ahora no ha terminado. De hecho, con cada casa que le construyen a la ciudad, la tragedia crece sin que nadie recuerde como empezó todo.”
Escribió todo lo que había sucedido, su intención era dejar su corazón ahí, impreso y con vida para que latiera cuando Tobías o quien fuera que tuviera la otra mitad del libro pudiera encontrar la forma de volver y arreglarlo todo. Le puso llave al libro y se colgó la misma al cuello. Gritó y gritó el nombre verdadero del Abuelo para que de él emergiera el espíritu del bosque que la recibió aletargado. Le entregó el libro para dejarle a todo el bosque la suficiente magia y la vida necesaria para que sus habitantes no se murieran aunque el tiempo mismo lo hiciera. Se alejó del árbol lentamente, cobijada por el regalo con el que el espíritu del bosque le agradeció su sacrificio: una capa de hojas amarillas que iba a dejando a su paso.
Ahí fue cuando la encontré, perdiendo la vida a cada paso.
-Augusto –dijo ella con una dolorosa sonrisa y lentamente me contó todo lo que había hecho. La seguí hasta aquí, donde su último respiro terminó para ser un recuerdo más de toda la tragedia como todas las estatuas en los límites.
Tobías, Iscariote y su amigo quien todavía no tenía el gusto de saber el nombre me miraban como quien espera más, yo volteé a ver a la estatua buscando lo mismo que ellos veían en mí. Y la llave me observó a mí desde el pecho de la inerte Siobhan.
-No sé cuánto tiempo haya pasado desde entonces pero sé que se ha sentido como una eternidad –les dije a aquellos tres y observé la cicatriz de Tobías que habitaba en su brazo-. También sé que probablemente no confíes mucho en mí después de lo que pasó entre nosotros, Tobias. Pero ya que están aquí, y qué mejor que sean ustedes, necesitamos hacer esto juntos si queremos salvar lo que sea que se pueda salvar del bosque.
-¿Qué necesitas? –dijo él con una duda tan palpable que casi podía abrazarla.
-Ese libro que traes… es EL libro, ¿cierto?
-Supongo que sí.
-Entonces, vamos a revivir el tiempo. Ya después veremos qué se puede hacer.
December 20, 2015
XI · Tres reglas y una despedida
El sol estaba en lo más alto, escondido detrás de un par de nubes perdidas que pasaban por ahí. Eso hacía que el día fuera perfecto para el circo, aunque un aire de nostalgia rondaba entre sus integrantes. Desde aquél día en que los enanos robaron el cartel, la presencia de Ellioth en los ensayos diarios se hizo casi obligatoria, Les había agarrado tanto cariño a todos en el circo que no faltó ni un sólo día. Sabía que en algún momento tendrían que separarse y recorrer caminos distintos, así que decidió aprovechar el tiempo que podía tener su compañía. A todos los participantes en la obra les agradaba tener público durante sus ensayos, la presencia de Ellioth los hacía sentir que no eran una proyección tecnomágica abandonada que se repetía una y otra vez sin que nadie la viera.
Durante su estancia en Wynn, el pintor había aportado al circo mucho más que sólo el cartel. Con su ayuda terminaron de afinar la trama, dieron un par de retoques a los trajes y ayudó a los enanos con la composición de la música que algunos de ellos interpretarían. Incluso había convencido a Karad de que debían dar funciones para el pueblo de Wynn, pues no quería despedirse sin haber visto la obra como todo el público la vería.
Dahlia había aprovechado esos días para estar con el pintor todo el tiempo que le fue posible, pero jamás se atrevió a decirle lo atraída que sentía por él, no porque no quisiera, si no porque Ellioth no le daba oportunidad: cuando estaban juntos, sólo hablaba de Alieth y de los viajes realizados en su búsqueda, cuando ella desviaba el tema e insinuaba sus sentimientos, como hecho a propósito, el pintor solía reiterar su amor por Alieth. Muchas veces llegó a creer que su comportamiento era una manera de evitar lastimarla con un rechazo. De cualquier manera ella disfrutaba tanto de su compañía que restaba toda importancia a lo que dijera. Con tal de poder escucharlo pero si llegó a lamentar que Ellioth evitara expresarle su cariño de alguna manera.
Tras casi un mes de ensayos y ajustes a la obra, el primer día fue mucho mejor de lo que esperaban, literalmente todo el pueblo estaba presente y todo marchó sin contratiempos, fue un buen inicio. Hasta el pequeño carnaval después de cada función fue único. Fue en esa primera noche de fiesta cuando Ellioth se despidió. No quería dejarlos, pero tenía que arriesgarse a recorrer toda la isla de Angharad, a seguir buscando. Alguien en algún lugar, tenía que por lo menos haber visto a su mujer y no descansaría hasta encontrarla. Lo hizo después del carnaval, el pintor les pidió a todos reunirse en la cabecera de la caravana, pues tenía una noticia importante que darles. Para no sentir que los dejaba con las manos vacías, el pintor entregó a cada uno una pequeña pintura del tamaño perfecto para separar la lectura de un libro, todas eran diferentes, las había realizado pensando en cada uno de ellos e incluían una breve pero cariñosa dedicatoria y un “gracias por todo”. La felicidad en el circo decayó un poco en ese momento, a todos se les había olvidado que tendrían que separarse en algún momento. Pero Bramms hizo de las suyas una vez más y a pesar de que corrían algunas lágrimas en más de una mejilla, no tardó en provocar la risa de todos y hacer que la reunión no pareciera un funeral.
Dahlia estuvo a punto de gritarle al pintor que no se fuera en vez de agradecerle por el separador. En su interior tenía el deseo egoísta de que él abandonara su búsqueda, que se quedara con ellos o mejor aún sólo con ella. Si él accedía, ella haría hasta lo imposible para hacerlo sentir pleno, feliz. Sin embargo guardó silencio, sabía que no podía detenerlo, él había dejado muy claro que Alieth era la dueña de su felicidad. Por su parte, ella ya había dejado toda una vida detrás, acostumbrarse a una ausencia más no sería gran problema. Con ese pensamiento se tragó sus palabras y dejó que la situación siguiera su curso.
Ellioth llevaba varios segundos viéndola sin decir nada, se acercó a ella lo suficiente para susurrarle al oído: “gracias por todo, fuiste lo mejor de todos los días”. Sus ojos estaban a punto de desbordar todo lo que su boca no podía sacar, lo vio despedirse de todos y cada uno antes de desparecer entre las calles del pueblo.
Déjalo ir. Escuchó en su cabeza la maternal voz de la adivina. Volteó a verla, tan sólo para encontrar la misma cara de tristeza que todos tenían. A nadie le gustan las despedidas. Quería soltarse a llorar, pero no podía permitírselo.
−¡WAAAAAAAAAH! −Interrumpió uno de los tres estudiantes que llevaban media noche escuchando la historia de la enöriana− ¡Que tristeeeeeeeeeeee!
−¡Aven! −gritó Vhan tocándose el pecho con una mano− ¡Me acabas de sacar el susto más grande del mundo!
−Pues que delicado −dijo Aven carcajeándose de ver a su amigo asustado− Y… y…
−¿Ellioth sí escribió? −preguntó Rheud serenamente sin darse cuenta que Aven casi lo quería matar con la mirada por preguntar lo que él tenía en la punta de la lengua.
−¡Eso viene más adelante! −dijo Dahlia riéndose, estos tres visitantes realmente le habían alegrado la noche bastante −No se adelanten… pasaron cosas antes.
−¿Ah, sí? −preguntaron los tres al mismo tiempo.
−Sí −dijo ella reacomodándose en su lugar− Después de que nos despedimos, los días se hicieron lentos, eternos, hasta una noche después del carnaval que vi correr histérica a Voriana, lo cual llamó mucho mi atención, ya que desde la vez en que los enanos hurtaron el cartel no la había visto tan preocupada. No quería meterme en su camino, así que sólo la seguí para ver si podía enterarme qué sucedía.
−Karad, tenemos que irnos −le dijo Voriana al director del circo.
−A… a… ¿A dónde? ¿Por qué? −dijo Karad tratando de salirse del mundo en el que estaba concentrado.
−Digamos que… −dijo mirando a su espaldas− hay un poco de agua metiche buscando problemas.
−¿Agua metiche? ¿De qué hablas? –preguntó el director rascándose la cabeza, tratando de entender lo que la adivina quería decirle.
−Sí, tu sabes… −renegó la adivina con poca paciencia− se enteraron que aquí están.
−¿Quiénes? −preguntó el director aún más confundido
−Aaargh… ¿por qué todos hacen tantas preguntas? ¿No pueden suponer que lo sé todo y ya? −dijo cruzada de brazos dándole la espalda al director para salir de su carpa.
−Pe… −intentó defenderse antes
−Pero nada, empaca, nos vamos en cuanto todo esté listo. No podemos detenernos más. −le dijo al director desde la entrada− Y tú Dahlia, ven y ayúdame, eso te sacas por andar metiendo las narices donde no.
−A… ¿ayudarte? −dijo la enöriana apenadísima de haber sido descubierta. −¿En qué puedo ayudarte?
−Tú sígueme y no hagas preguntas, estoy harta de que me hagan preguntas.
−Pe… perdón, no era mi intención escuchar −dijo aún más apenada tratando de alcanzarle el paso a Voriana.
−No es cierto −dijo la adivina volteando a verla por un segundo−, sí lo era, pero eso no importa ahorita. No te separes de mí, puede ser peligroso.
Esas últimas palabras por fin habían dejado sin habla a Dahlia, quien ahora se sentía culpable y no se atrevía a pronunciar ni la más mínima sílaba, así que sólo asintió y la siguió en silencio como una sombra. Se dedicaron a avisarle a los visitantes que por cuestiones de fuerza mayor el carnaval tendría que cerrar temprano y a pedirle a todo el grupo que desmantelaran el circo, pues partirían inmediatamente. La enöriana estaba que se la comía la curiosidad por saber qué estaba pasando, ¿quién o qué era el agua metiche? ¿Qué podría ser lo peligroso? ¿Cómo algo podría hacerle daño si era intocable?
Una vez que habían logrado que todo el público abandonara el lugar y cerrado las puertas, Dahlia se separó un instante de la adivina para ver cómo los enanos desmontaban su carpa: uno quitaba una estaca, otro la volvía a poner para que después otro la quitara y otro la guardara en su caja. Otros sacaban cosas de la carpa mientras otros cargaban una gran caja y luego todos metían las cosas para guardarlas en la caja. Parece que son tan desorganizadamente ordenados como en sus debates, Pensó entretenida al verlos, olvidando que venía siguiendo a Voriana.
−Dahlia… −escuchó una voz detrás de ella− ¡Dahlia Dunod!
−¿Qué? ¿¡Qué pasa!? −Volteó sobresaltada para ver a Voriana que la miraba impaciente.
−Te dije que no te separaras de mi lado, no puedo arriesgarme a perderte de vista. −dijo la adivina preocupada− ¿No has visto a Bramms? Lo necesitamos con nosotros también.
−Pero… ya cerramos las puertas, sólo estamos nosotros, ¿qué puede pasar? −se excusó incomodada por la insistencia− No lo he visto para nada, debe de estar guardando su carpa.
Sin decir nada Voriana señaló donde había estado la carpa, Tallod se encontraba guardando las últimas piezas ya que él y Bramms compartían el lugar. Al ver que las dos mujeres se acercaban a él, sólo sonrió y espero.
−Ya acabé con ésta, ¿necesita ayuda con la suya? −dijo solícito poniéndose de pie.
−Gracias, ¡eres un amor! −dijo ella haciendo una reverencia− ¿Puedes ayudarnos con la de Dahlia también?
−¡Claro! Si encuentran a Bramms para que me ayude, podría hacerlo más rápido. –sugirió rascándose la barbilla.
−De hecho, veníamos a preguntarte si sabías donde está −sonrió la adivina, queriendo disimular su preocupación.
−Lo vi hace rato detrás de la carpa principal. Estaba platicando con un hombre más o menos de su edad de pelo azul. −dijo Tallod mirando al cielo como si eso le ayudara a recordar− Parecían buenos amigos.
−¡Gracias! −gritó la adivina encaminándose a paso rápido hacia el escenario sin separarle la mirada. Por la palidez que invadió a Voriana supuso que lo que ella tanto temía había sucedido.
−¿Pasa algo? −preguntó Dahlia, sin poder contenerse mientras corría para alcanzarle el paso.
−Sí −respondió contundente parándose en seco, lo cual provocó que Dahlia la atravesara, sólo para inmediatamente después volver a colocarse tras la adivina. Dos figuras masculinas venían caminando hacía ellas.
−¡Voriana! ¡Dahlia! −gritó Bramms a lo lejos agitando el brazo para saludarlas− ¡Qué bueno que las encuentro, les quiero presentar a alguien!
−Algo no está bien con esa persona, Dahlia. Ten mucho cuidado. −le murmuró la adivina en voz muy baja
−No es como si me pudiera hacer algo, ¿o sí? –dijo ella en el mismo tono de voz, sin separar la vista de los dos hombres que venían acercándose.
−No lo sé, pero no espero nada bueno de él.
Bramms se paró a un par de metros de ellas, a su lado venía caminando un hombre de pelo azul muy corto tal cual Tallod había descrito. Su cuerpo era grande y portaba una vestimenta blanca, si no se hubiera mostrado cabizbajo y decaído, su figura se vería imponente. Un collar negro dejaba descansar una pequeña esfera amarilla con el centro café sobre su pecho.
−El es Izu, de la familia del agua. −dijo Bramms dándole una palmadita en la espalda− Es amigo mío desde que éramos muy chicos.
−Mucho gusto Izu −dijo Dahlia buscándole los ojos con la mirada.
−¿Y qué hace aquí? −maldijo Voriana de mala gana sin separarle la mirada.
−Ve… ve… vengo de paso. Sólo a sa…
−¿No nos puedes voltear a ver? −interrumpió la adivina el tartamudeo nervioso del acompañante de Bramms. El hombre levantó la mirada y dejó ver un rostro fuerte y unos ojos plateados tan dulces que Dahlia no entendía por qué los escondía.
−Que lindos ojos tienes. −le dijo con una sonrisa para tratar de calmar su nerviosismo. No lo culpaba de trabarse de nervios al ser recibido de esa manera por Voriana.
−Gracias −contestó él volteándola a ver.
El chico guardó silencio un instante sin separar la mirada de la enöriana, luego torció el cuello hacia un lado y repentinamente sus ojos eran totalmente negros como si un gran vacío viviera dentro de ellos. Voriana se puso pálida una vez más y eso hizo que Bramms volteara a ver a su amigo.
−La niebla… debo… matar… −balbuceó el chico en trance.
−¡Izu! ¿Estás bien? −exclamó Bramms poniendo una mano sobre su espalda− No juegues de esa manera, no es divertido.
El chico de pelo azul volteó lentamente la cabeza como si ésta fuera empujada por un mecanismo de engranes, parpadeó y golpeó a Bramms en el estómago. El golpe mandó al domador de fuego varios metros atrás cayendo al suelo como un bulto inerte. Los brazos de Izu habían perdido su forma humana y ahora eran dos grandes estacas de hielo. Una de ellas, se veía a medio derretir y manchada de una sustancia naranja por el golpe que le había dado a Bramms. El hielo empezaba a cubrir su cuerpo, poco a poco se trasformaba en una bestia helada.
−¡Bramms! −gritó Dahlia al tiempo que agarró impulso para correr hacia él sin importarle.
−¡Dahlia, no! −exclamó la adivina levantando el brazo para impedirle el paso olvidando que no traía el collar que le permitía tocarla.
Dahlia corrió directo hacia la bestia de hielo, Bramms estaba a un par de metros detrás de él, si se movía rápido lo atravesaría y podría llegar a ver si su amigo se encontraba bien. La bestia sólo sonrió de ver a su presa correr hacia él.
−La mujer… de… la niebla… −susurró pausadamente levantando las estacas un poco.
Dahlia pudo ver que un círculo de runas purpuras comenzaba a formarse sobre la bestia de hielo, pero eso la detuvo unos instantes, cerró los ojos y corrió lo más fuerte que pudo. Un par de silbidos se escucharon y de la nada, una explosión de luz estalló a unos pasos de ella. El lugar se iluminó de rojo entintando todo lo que los rodeaba de una manera cegadora.
−¡Dahlia! ¡Dahlia! −gritó a la nada la adivina− ¡Contéstame!
Pero no recibió respuesta. Estaba rodeada de nada, sólo rojo hasta el horizonte. Pensó en caminar hacía adelante, Bramms debía encontrarse cerca y seguramente Dahlia con él.
Cerró los ojos y se concentró olvidándose del rojo que la rodeaba, ahí estaban, podía percibirlos a ambos, pero a la bestia también y más cerca de lo que esperaba. Abrió los ojos y volteó a su derecha para ver que estaba a punto de ser empalada en las estacas de hielo. Sólo le bastó murmurar una palabra para que la bestia quedara congelada en su trayectoria. Al ver que su decreto etérico había funcionado, se limpió la frente con el dorso de su mano y sonrió cínicamente.
−Intenta moverte todo lo que quieras, no vas a poder. −dijo picándole la frente con el dedo índice derecho. Una onda de energía resonó sobre él regresándolo poco a poco a su apariencia humana.
El hombre abrió los ojos desorientado y miró a la adivina que estaba frente a él.
−¿Y bien? −dijo la adivina cruzada de brazos− ¿Qué tienes que decir a tu favor?
−Po… ¿por qué está todo rojo? −dijo asustado el chico de pelo azul− ¿Porqué no puedo moverme?
−¿Eso es todo lo que tienes que decir? −dijo mostrando frustración, Volvió a picarle la frente y el chico cerró los ojos por el dolor que esto le provocó, pero no gritó.
−Que me… −se interrumpió a sí mismo, viendo frente a él lo que había sucedido, como si fuera una proyección.
−Ahora sí… ¿qué tienes que decir a tu favor? −repitió la adivina impaciente cruzándose de brazos de nuevo.
−Mátame… −dijo bajando la mirada.
−Vuelve a tocarlos y créeme que lo haré, sin duda.
−No, no entiendes, lo digo en serio… yo… yo ya estoy muerto. −dijo mientras litros de lágrimas corrían por su rostro.
−¿Qué? −exigió respuesta confundida.
−Cuando quemamos el laboratorio del gremio, Bramms fue el único que logró escapar. Mataron a muchos de nosotros, pero a algunos como a mí, desgraciadamente nos mantuvieron con vida, pues necesitaban cuerpos elementales para experimentar en ellos su tecnomagia, somos una especie de… marionetas. Insertaron mandatos en nuestra mente, órdenes que no permitirán a nuestro cuerpo descansar hasta ser cumplidas. Los quieren muertos, y harán hasta lo imposible por quitarles la vida, a él y a esa chica. No quiero ser yo quien lo haga, pero si no me matas la bestia no tarda en volver.
−A ver, a ver, a ver, vamos por partes. −dijo la adivina poniéndole una mano sobre su frente− Si no te molesta, haré esto más rápido. Puso la otra mano sobre la que ya tenía en su frente y cerró los ojos para hurgar en la mente del chico. Así, se enteró de lo sucedido en Bleizig, ya conocía parte de los hechos, pues estaban en la mente de Bramms, pero le interesaba saber qué había pasado después. Pero no encontró mucho, los atraparon, los hicieron presenciar la muerte de sus amigos y con ayuda de arcanos que trabajan para ellos torturaron su mente para introducirles los mandatos, estaban bien marcados por toda su mente, podía oírlas repetirse una y otra vez mientras navegaba en su memoria. Eran tres órdenes las que tenían que cumplir:
Uno ·
Averigüen qué tanto sabe Bramms.
Después mátenlo sin duda ni compasión.
Dos ·
Matarán a la mujer de la niebla.
Tres ·
Cumplidas las dos primeras, mátense.
Recordó la carta que venía dentro del collar de Dahlia y buscó en la memoria de Izu el porqué habrían de quererla muerta a ella también. Algo que confirmara que Dahlia era la mujer la niebla, a demás de sus sueños. Pero no había nada, sólo la orden una y otra vez, entre más buscaba, menos recuerdos veía y aumentaba la frecuencia con que las órdenes aparecían. Una oleada de frío intenso le caló en la piel y sabiendo lo qué esto significaba regresó en sí inmediatamente.
−Leí tus ordenes, −le dijo seria, viéndolo a los ojos− ¿porqué no lo mataste?
−Porque no logré saber qué tanto sabe. −dijo él con las lágrimas que corrían por sus ojos congelándose lentamente.
−¡Mátame, hazme descansar, la bestia no tardará en volver! −le gritó con los ojos negros que anunciaban el regreso de su inconsciencia.
−Pero… −se interrumpió, sabiendo lo que había en su cabeza, era un hecho que si ella le daba una muerte pacífica sería más fácil para su alma encontrar descanso, aunque había cosas que todavía quería saber.
−Sólo una cosa antes −pidió Izu− No le cuentes nada a Bramms, no quiero que regrese a busc… −torció el cuello como la vez anterior y sus brazos volvieron a congelarse− Mataaaar…
Cálidas lágrimas corrieron por las mejillas de Voriana, era una historia muy triste la de ellos y más aún para Bramms que no sabía con cuantos “amigos” más se iba a tener que enfrentar.
−Éter, escucha mi voz. −dijo poniendo las manos sobre el corazón de la bestia inmóvil− Carga en tu cauce el alma de este hombre. Déjalo descansar antes de que el destino que le fue impuesto lo corrompa…
Esperó la respuesta, ésta llegó con una ráfaga de viento que depósito en sus manos la energía suficiente para otorgarle al joven de agua descanso eterno sin que sufriera. La adivina dio un pequeño golpecito con las palmas de las manos sobre su corazón y una onda verde resonó por todo su cuerpo haciéndolo caer inerte. Al impactarse con el suelo, en el rebote se transformó en agua y la tierra la absorbió lentamente al caer al suelo. Voriana se dejó caer después de él, todo ese acto la había dejado tan exhausta que no podía moverse.
Pudo ver cómo la luz roja se iba desvaneciendo. Cuando todo volvió a la normalidad, se encontró rodeada de todos los participantes del circo. Al primero que vio fue a Karad que estaba más pálido que ella.
−¿Bramms y Dahlia están bien? −le preguntó extendiéndole una mano para que le ayudara a levantarse.
−Sí. −dijo señalándole a Dahlia que estaba inconsciente a unos pasos de ella y a Bramms que Tallod lo estaba llevando a su camerino− ¿Alguna idea para llevarla a su camerino?
−Si alguno de ustedes me trae el colguije que está sobre el marco de la ventana de su camerino, cualquiera puede llevarla. −dijo acercándose a ella para haber qué había sucedido.
−Yo iré −dijo Fenez.
−Será mejor que yo vaya. –añadió Karad rápidamente− No queremos que después falte algo de su cuarto, ¿verdad?
−No, no queremos, Gracias Karad −dijo ella con una sonrisa.
−Y ahora… con esto… ya no tenemos que irnos, ¿verdad?
−No ya no, Karad. −respondió como si su hijo le hubiera preguntado algo innecesario.
−¿Eso quiere decir que podremos ir a dormir? –volvió a preguntar, hablando por todos.
−Sí, podemos. −respondió enternecida por la simpleza de Karad.
La adivina miró a Dahlia descansar en el suelo, rastreo su cuerpo en busca de alguna herida que explicara por qué estaba inconsciente. La encontró a la altura de su estomago, sangre manchaba su vestido. Por favor Éter dime que fue él y no fui yo la que le hizo daño. Pensó desesperada mientras la observaba.
December 15, 2015
Todos somos escritores y el recuento del (d)año
Lo que vengo a contarles hoy o es ficción, aunque lo parezca. Espero que no les moleste un cachito de vida poco personal el cual estoy seguro que logrará empatizar con más de alguno.
Hay un par de genteses (sí, genteses) por ahí que dicen que cuando estás creando algo y sientes que no vale la pena, que en cualquier momento van a venir a tocarte la puerta y decirte que tienes que ser responsable y conseguirte un trabajo de verdad es muy probable que sea La Policía del Fraude.
Sobre dicha policía también se de dice que hay un par de maneras de hacerle ver que no tiene la razón: si te hace feliz lo que haces y no te causa ningún problema aunque a nadie le guste, si haces feliz a alguien más aunque tú sientas que no eres suficiente.
Si no te llena, te causa problemas y no le aporta nada a nadie quizá (y sólo quizá) La Policía del Fraude tenga un poquitito de razón.
Hace un par de meses, cuando estaba en una situación un tanto difícil por varios factores que son parte del plot de otro drama que no viene al caso ahorita, alguien me sugirió que le pidiera ayuda a familiares que aunque no tenemos mucho contacto quizá podrían ayudar.
Y, pues, ¿uno no tiene nada que perder, no?
Un par contestaron, ayudaron, amigos me echaron la mano, los patrones por los que en parte mucho de lo que sucedió este año pudo ser posible y esto sigue en pie me echaron porras y una persona en especial me contestó justo lo que esperaba que haría. Como no son mi psicólogo y no tengo por qué aburrirlos con toda la tragedia familiar de toda una vida se los dejaré en que me dijo “ponle orden a tu vida, trabaja y no seas terco, deja de escribir y dibujar para que tengas éxito”.
Y bueno no todas las personas tienen la misma idea de éxito que uno tiene, para mi que alguien se acerque a decirme “gracias por escribir un mundo tan bonito” y se queje de por qué no hay más, eso es éxito. Que haya el suficiente interés de la gente para juntar fondos para el tiraje de una novela y que dicho tiraje ya esté casi agotado y muy bien recibido (a lo cual estaré eternamente agradecido), eso también es éxito. Que la gente te apoye con gusto con el peso que les sobre para que puedas seguir contándoles historias. Que si pueden darse una vuelta -inserte aquí comercial- únanse, verán se pone padre por allá y les regalo más cositas aparte de las que pongo aquí, a veces los poquitos son mucho y se agradece un chingo que crean en uno.
Pensé mucho en qué decirle, no me quise hacer llamar escritor (de oficio, pues) porque llegué a la conclusión de que hay una diferencia entre un escritor y un cuenta historias.
Un escritor escribe por poner en papel lo que sea. Escribe y muchas veces de sus ojos no pasa. Escribe para sacarlo de su cabeza. Escribe para reportar lo que sea que suceda en su oficio, para contarle a su pareja su vida diaria, para saber qué de es sus amigos que uno no tiene cerca.
Todos somos escritores.
A mi, como a muchos otros también, me gusta ser leído y hacer que el que lea sienta, se enamore, se enoje, se confunda y trate de entender por qué tal o cual persona que vivió en mi cabeza por mucho tiempo hizo lo que hizo cuando decidió cae al papel y las palabras.
Me falta mucho por aprender y recorrer y contar porque el camino nunca se acaba, pero también estoy orgulloso de donde estoy y de la familia de ojos que me leen.
Así que con todo gusto le contesté que éste es mi trabajo, me hace muy feliz hacerlo, sentirme leído, querido y/o que al menos a unos cuantos les puedo alegrar el día con lo que aquí se cuenta.
Sé que me va a ir bien porque tengo las ganas y estoy lo suficientemente loco como para creer que puedo lograrlo.
Así que después de todo, fue un gran año. Si los que vienen son al menos parecidos a éste será una gran vida.
Muchas gracias a ustedes por este año y espero que al darle la vuelta al que viene nos volvamos a encontrar en éste día.
Felices fiestas (pásenla bien ya sea que festejen o no, crean o no, ése es el chiste).
December 10, 2015
Sobre la hoja
Camino sobre un desierto blanco, sin cielo y sin suelo.
No tengo rumbo. Todo es igual a donde mires.
Si algo es distinto, es que empiezo a imaginar.
Imagino árboles que se ponen de pie, que los ríos corren.
Que las palabras levantan al viento.
Imagino los puentes necesarios para que las historias existan y quiero llenarlo
todo de imágenes que salen de mi cabeza en forma de letras, pero se deshacen
antes de llegar al suelo. Se transforman en niebla, y lo borra todo.
Camino sobre un desierto blanco, sin cielo y sin suelo.
No tengo rumbo. Todo es igual a donde mires.
Si algo es distinto, es que empiezo a imaginar.
Imagino caminos a seguir.
Levanto la mirada para encontrar a dónde me van a llevar y
Allá lejos…
…una ciudad me espera.
Ahí parece que sucede todo lo que quiero.
Corro.
Mucho.
No sé por cuanto tiempo.
Sólo espero que la niebla me deje llegar
antes de que lo borre todo de nuevo.
November 30, 2015
Ella
La entrada a mi pasado estaba en mucho peor estado del que yo tenía mis ganas de continuar viviendo atrapado en él. Aunque el tiempo sí había pasado por el exterior de dicha construcción lo importante es que, como yo, seguía en pie y no se había perdido entre las ruinas de la modernidad.
Observé a Tobías abrir la puerta y mi estómago se hizo un nudo que estaba seguro iba a necesitar otra eternidad para deshacerlo.
–Sigo sin entender por qué o cómo es que los cuervos te cedieron la llave tan fácil –le dije asomando la cabeza adentro como si no supiera lo que iba a encontrar ahí dentro–. Más de alguna vez la reclamé como si fueran las llaves de mi propia casa.
–Quizá no te tienen la suficiente confianza –dijo Oliver, detrás de mí.
–Si dices que es por culpa de mi nombre te voy a pegar –le reproché antes de animarme a entrar a la casa.
–No, no, yo sólo decía –dijo él un tanto nervioso.
Tenía tanto tiempo sin entrar. Recordaba el recibidor mucho más grande y portentoso. Lo que tenía ante mis ojos parecían los restos de una vecindad cualquiera, sin embargo podía reconocer que estaba en donde quería estar así como uno reconoce al amigo de la infancia en las arrugas de la vejez.
–¿Dónde fue donde encontraron el libro? –les pregunté examinando con la vista todas las puertas que tenía ante mí. Sin decir nada los dos señalaron la única puerta que estaba abierta, en el segundo piso, a la mitad del pasillo. El que alguna vez fue el cuarto de Hilda. ¿Cómo carajos llegó ahí? ¿Por cuántas manos habrá pasado?–Y… ¿dónde fue que Tobías se perdió?
Oliver empezó a andar por los pasillos hasta que me llevó al portón más grande.
–Ahí adentro –dijo dudando de si abrir o no la puerta.
–Justo aquí fue donde se me cayó el libro –dijo Tobías, dejando caer el libro al suelo. Me agaché para recogerlo inmediatamente, al abrirlo ciertamente el libro estaba en blanco.
Los dos jóvenes me miraron como si esperaran que algo sucediera.
–¿Qué me ven? –dije, entregándole el libro a Tobías de nuevo– ¡Hay que abrir la puerta!
El crujido interrumpió el pequeño silencio incómodo que la decepción les había creado. El cuarto estaba vacío, era el comedor en ruinas que me habían descrito. Lo único que tenía igual al tiempo en que yo la lleguñe a habitar eran los ventanales que daban a la plaza.
Sólo los ventanales, la vista ya era muy distinta también.
–Esto es lo que te digo, no es al cuarto que entramos originalmente –dijo Oliver.
–Bueno, es hora de la magia –le contesté.
–¿Qué hacemos? –preguntó Oliver.
–Creer.
***
Lo que Iscariote hizo después… no sé cómo decirlo… se fue a cerrar el portón y se quedó sujetando las manijas, dándonos la espalda murmuró algo varias veces. No sé si lo hizo en un volumen tan bajo que no lo entendí o en un idioma que no se parecía a ninguno otro que hubiera escuchado antes. Sabía que era magia porque el tiempo que estuve allá en el bosque Siobhan también hablaba algo parecido cuando hacía de las suyas. Siempre me dijo que la magia era mucho menos complicado de lo que la gente creía, sólo había que saber hablar con las cosas a su manera. Que la magia era inexplicable, como lo eran muchas cosas en la vida, así como las acciones y la toma de decisiones de la gente, por ejemplo. Mientras él recitaba su encantamiento, el cuarto empezó a cambiar de forma. La mesa del comedor desapareció, las paredes empezaron a segmentarse y en cuestión de minutos árboles crecieron atravesando del suelo al techo el salón.
Oliver estaba como niño chiquito sorprendido del cambio del cuarto.
Estábamos en la biblioteca de nuevo.
Era de noche.
–¿Es este el cuarto? –preguntó Iscariote muy seguro de sí mismo cuando volvió con nosotros.
–Sí, éste es –dijo Oliver, señalando un par de puertas al fondo–. Por ahí es donde Tobías desapareció.
Una sonrisa que casi no cabía en su cara se plantó en la cara de Iscariote.
Cuando nos acercamos, el libro brilló incandescentemente y por unos segundos todo fue negro, el libro vibraba como si algo estuviera adentro queriendo salir. Lo dejé abrirse e inmediatamente el cuarto volvió a dejarnos ver las puertas por donde supuestamente yo me fui al bosque. En las puertas había un letrero que anunciaba:
“Ésta es la historia escrita en una de las hojas del bosque perdido.”
–¡La tinta! –gritó la histeria de Oliver.
–¿Estás bien? –preguntó Iscariote, por alguna razón supe que la pregunta no era para ninguno de nosotros dos así que guardé silencio y le pedí a Oliver que lo hiciera también.
“Me caí del libro, he estado sólo en esta casa por mucho tiempo.
Hay mucho silencio.
Quiero volver a mis páginas.”
–¿Qué necesitas? –preguntó el hechicero.
“Conectar los tiempos otra vez”
Cuando el último letrero desapareció las puertas se abrieron por si solas y detrás se podía ver el bosque.
–Creo que yo me quedo aquí –dijo Oliver con preocupación.
–¿Qué? –pregunté incrédulo y lo jalé de la muñeca– No, tu vienes con nosotros, no hay que separarnos, quien sabe qué vuelva a pasar.
–Pero… la vez anterior la tinta dijo que necesitaba quién escuchara la historia del pasado.
“Hoy es hoy, ha sido hoy por mucho tiempo”
–Creo que podemos entrar los tres –dijo Iscariote–, también creo que no vamos a llegar a donde esperábamos.
–¿Seguro? –preguntó Oliver.
–No –respondió él.
Antes de que siguieran discutiendo innecesariamente, volví a jalar a Oliver de la muñeca y entramos al bosque, Iscariote nos siguió en silencio.
Algo estaba mal.
Nada se movía.
No había viento, los árboles no murmuraban entre sí con el tallar de su follaje, las hojas secas no crujían en el suelo al ser pisadas. La luna lo observaba todo. Iscariote me observó preocupado como si yo tuviera la respuesta de qué estaba sucediendo.
–Si tú no sabes, yo menos –le dije–. El hechicero eres tú, no yo.
–Pero tú estuviste en el bosque cuando yo no podía salir del pueblo.
–Tú viviste todo el tiempo que yo no estuve.
–Pero nunca pude entrar al bosque, la línea del tiempo en la que vivimos es otra donde el tiempo no se murió. De todos los problemas que los cuervos han tenido, éste es el único que nunca han podido solucionar.
–¿Qué hacemos?
–Creo que seguir el camino podría ser buena idea –dijo Oliver señalando una línea de hojas amarillas que resaltaban sobre el tapiz de hojas rojas que poblaba el suelo. Conforme avanzábamos el camino amarillo se ensanchaba poco a poco.
–Tobías, creo que ya no estamos en…
–No acabes ese chiste, por favor, Oliver–le dije tratando de contener la risa.
–No, no estamos en Oz –dijo Iscariote–. Pero sí buscamos a una bruja que va a estar al final del camino. Aunque no es precisamente verde.
–Se van a decepcionar de lo que encuentren ahí –dijo una voz familiar que provenía de entre los arbustos. Cuando la luna nos dejó ver quien era me alegré de que al menos algo no estuviera congelado ahí.
–¡Augusto! –grité sin pensarlo y corrí a abrazarlo– ¿cómo nos encontraste?
–Todo el bosque lo sabe: los gigantes, los lobos, las hadas y todos los que sobrevivimos la muerte del tiempo los podemos escuchar, el silencio del bosque ayudó un poco. ¿Qué hacen aquí? ¿Por qué les tomó tanto tiempo regresar?
–Es una larga historia –nos interrumpió Iscariote–, ¿puedes llevarnos con Siobhan, por favor? Estoy seguro que ella también querrá escuchar lo que tengamos que decir.
El lobo suspiró y nos pidió que lo siguiéramos.
No dijo una sola palabra en todo el camino.
Y ciertamente ahí estaba ella, al final de las hojas secas amarillas. Llevaba puesto un vestido de hojas del mismo color. Nos daba la espalda. Iscariote y yo la llamamos al mismo tiempo y corrimos hacia ella.
No contestó.
El horror se apoderó de nosotros cuando la pudimos ver de frente.
–Qué… ¿Qué pasó? –preguntó Iscariote a punto de llorar.
Lo que teníamos ante nosotros era una estatua de Siobhan, igual de congelada que todo el bosque.
–¿Y los Quinqués Perdidos? –le pregunté yo.
–Es una larga historia –dijo Augusto en el mismo tono en el que Iscariote le había hablado momentos atrás.
November 25, 2015
Un poquito de letras por aquí y otras por allá
Antes de empezar con la historia del día de hoy vengo – de nuevo a hacerla de emoción con trailers y comerciales como en el cine- a contarles de que tuve un cuento en el número 30 de Penumbria, también la FIL GDL empieza éste fin de semana y allá andaré pa’ quien guste decir “hola”. Dentro de la fil se va a presentar una antología llamada GDL 747 y ahí dentro también hay una historia mía, en el link viene toda la información por si les interesa.
Y bueno… para los que ya leyeron Voz de Papel y se quedaron con la curiosidad de saber más sobre la historia que Aimé leyó en aquél libro que se encontró, esa es la historia que les vengo a contar hoy:
Éstas ruinas ante tus ojos
“Usted está aquí” dice una flecha con doble cabeza. De un extremo ésta señala mi pecho, a mi corazón y del otro a una parte en el mapa que tengo enfrente. En realidad el mapa no me ayuda en nada, está tan desgastado que con mucho trabajo se alcanza a entrever la forma de las calles y caminos de los que se compone. Le doy la espalda al anuncio y lo que mi vista encuentra es el centro de una gran ciudad, destruida.
Estoy en las ruinas de una plazoleta del tamaño de la espalda de un coloso. No muy lejos, a una distancia más pequeña, se levanta el esqueleto despedazado de lo que antes fue la fuente que le daba vida a toda la ciudad.
De ahí latía el agua y la esperanza para todos.
Cuando había vida.
Cuando tenía recuerdos de esta ciudad en la que ahora su población se cuenta en vacíos.
Camino a pasos lentos para otro lado, otro viento; casi arrastrándome, errático. Lo primero que mi cabeza piensa es que en algún punto debería de haber vida, que en algún punto, no importa qué tan destruido esté por dentro tenía que quedar algo que me hiciera recordar por qué estoy aquí. Pero en realidad camino sin rumbo, dando vuelta en una u otra esquina de vez en cuando, como si pasara mi mano por tu cuerpo con desidia.
Después de mucho andar, entre despojos de cafés, casas, teatros y cristales rotos de lugares donde alguna vez sucedieron más de un par de historias, empiezo a escuchar campanadas. Como las de un templo. De esas que suenan aterradoras, aunque en esta ocasión me llenan los pies de camino a seguir. También noto que después de que han inundando mis oídos, suenan a latidos.
O tambores. No sé.
Las campanadas parecen no tener procedente, siempre suenan cerca, aunque no pueda encontrar ningún templo en la distancia. A veces, cuando doy alguna vuelta que realmente no quiero dar, dejan de escucharse por completo. Las ansias me empiezan a carcomer y el silencio también, me entra la necesidad de saber por qué me abandonaron hasta que, en alguna calle veo algo que me llena la atención: un árbol torcido, escondiendo la fachada de un lugar, como quien esconde la cara por pena; una silla en perfecto estado, colocada a la mitad de una avenida central para que la ausencia se siente en ella a admirar la destrucción presente.
Hasta entonces vuelven y sonrío al volverlas a escuchar. Los campaneos y el silencio que me acompañan a habitar o deshabitar estas ruinas son como si al sonido le hicieran falta letras, no llegan a ser sonido, pero tampoco son silencio. Así me parece que es la ciudad de la que busco una salida o una razón para quedarme.
Dejo atrás la silla en la avenida donde la ausencia espera sentada, es un espacio abierto, lleno de árboles a los lados, que me llena de nostalgia conforme el cielo se va oscureciendo. Cada vez hay menos ruinas, menos casas, menos recuerdos.
Más espacio en blanco.
Y el cielo ennegrece.
Llego a una glorieta que en el centro hay una estatua de mármol de una pareja abrazándose. La chica me observa, el hombre me da la espalda recargando la cabeza en el hombro de su mujer.
Sin previo aviso cae una tormenta llenándolo todo de recuerdos, empapándome de otros momentos. Soy uno con ella. La estatua, como si fuera de ceniza, se desplomó ante mis ojos. Al igual que la oscuridad.
La luz ha vuelto y todo lo que caminé no sirvió de nada. Por alguna razón estoy frente a la fuente, en el centro de la ciudad que lleva tu nombre, de nuevo.
Todo es culpa de la tormenta, estoy seguro de ello, es la que me mantiene preso en ésta soledad en ruinas.
Me acerco al montón de piedras y escombros que en otro momento fueron una fuente de vida como si esperara que, al estar más cerca, ofrecieran una solución a mis problemas. Veo que ésta fue arrancada por fuerza bruta, como si una gran bestia con el nervio de un tornado endemoniado quisiera encontrar lo que hay debajo de ella. O sólo por el simple hecho de destruirla, no sé.
Antes de empezar a caminar de nuevo, decido que sentarme a pensar qué sucedió es mejor. Si no hay una sola alma en este mausoleo quiero salir de aquí. Donde quiera que “aquí” sea. Recuerdo que te nombré ciudad alguna vez, te nombré “aquí”, porque cualquier cosa sin ti era distancia y un lugar ajeno. Quizá por mero capricho de ser tu habitante, por rebeldía.
Eras mi motivo para ser una mejor persona.
En vez de campanas, truenos. El viento manda un papel que interrumpe lo que pienso al chocar contra mi pierna. Levanto el volante a la espera de que me de una buena excusa para no partirlo en dos y dejarlo ir. Como todo lo que llega a mis manos, al parecer.
Orquesta de Corazones Desafinados
solicita integrantes para interpretar:
Ausencias Presentes, el musical.
“Qué tontería” pienso al doblar el papel en cuatro y guardarlo en mi bolsillo. Me pongo de pie y al primer paso las campanadas suenan de nuevo. Esta vez corro con todas mis fuerzas al otro lado de la explanada a la que le di la espalda la vez pasada.
Se siente bien correr. Esa libertad de sentir que los pies se despegan del suelo aunque sea por milésimas de segundo.
Y de pronto, una cerca de metal y sus barrotes me detienen.
Del otro lado de ella se encuentra toda la ruina, muchos metros abajo. Desde ahí puedo verla con ojo gavilán. Bien dicen que desde el corazón se tiene la mejor vista, ¿no?
El cielo y mis ojos se nublan al ver que las ruinas de aquella ciudad tan entrañable, a la que tanto confundí contigo, soy yo.
Con la tormenta caí de rodillas.
O la oscuridad en mí, no sé.
Así como la oscuridad, como la tormenta, fue como desapareciste. Así fue como el agua de la fuente, que solía ser el corazón de la ciudad, se envenenó de tu sabor y todos mis habitantes la arrancaron a fuerza bruta para tratar de olvidarte. Para vivir en mi ciudad, solo, donde nadie pudiera herirme otra vez. Temiendo a la tormenta que cuando cae inunda todo de recuerdos que trato de enterrar.
“Usted está aquí” dice una flecha con doble cabeza. De un extremo ésta señala mi pecho, a mi corazón y del otro a una parte en el mapa que tengo enfrente. En realidad no necesito para nada el consejo del mapa, está tan desgastado y andado que conozco la forma de las calles y caminos de los que se compone. Le doy la espalda al anuncio y me encamino sin rumbo a volverlo intentar.
Corro por las calles sin poner atención a lo que estoy dejando atrás, como si supiera a donde voy, quizá mi instinto sí sepa. Porque yo la verdad no, o sí, no sé.
Pasan las cuadras una a una, las avenidas, las citas, las memorias, lo que duele y lo que hace sonreír.
Todo lo que vive, o vivía, dentro de mí está ante mí. Y me doy cuenta de algo. El silencio está inundándolo todo, no sé desde hace cuanto tiempo.
Le grito al mundo muerto que me responda, aunque sea con un eco.
Y nada.
El viento no me dice nada.
Los truenos que se ven a la distancia, partiendo las nubes, no se quejan, no gruñen, no gritan. Sólo caen.
Los arboles no cantan.
Los pasos no suenan.
¿Y las campanas?
De repente
me
siento
vacío.
Observado.
A… Auxilio…
Escucho música que empieza a sonar de golpe. Como una bofetada, pero juguetona, llamándome la atención. Suena parecido a las campanas, pero con algo más. Algo que había olvidado. Voces. La emoción me hace levantar la mirada y buscar de dónde proviene tal sorpresa. Lo que encuentro es un teatro abandonado, con las puestas abiertas y una cartelera que anuncia “Ausencias Presentes, el musical”.
Dentro del lugar no hay una sola persona, al menos en la recepción. Pero las luces están encendidas. Avanzo lento, le tanteo al miedo.
–¿Hay alguien ahí? –grito queriendo ganarle a la música, deteniéndome para escuchar. En respuesta, la puerta al escenario se abre despacio, de la que sale una luz roja que se apaga segundos después y se lleva a la música, a las campanadas y a mis latidos. Me detengo antes de que la decepción me mate y el rojo vuelve con todo lo demás.
“Cuando uno tropieza y el otro cae, ambos vuelan juntos. El problema es que a los pies se les olvide como echar raíces.”
Empujo las puertas, para poder entrar sin que nada me estorbe. El salón está absolutamente vacío, como toda la ciudad. Del centro del escenario brilla una luz roja que lo ilumina todo al ritmo que la música canta.
“Contén la tormenta e invítala a bailar. Es la mejor salida.”
Cada que la luz late, las voces hablan. Me guían. Emocionan mi corazón y lo hacen correr.
“Déjate caer con la fe de los pájaros al arrojarse al aire. Regresa.”
Salgo de la función a paso veloz, decidido. Antes de poner pie al aire libre un trueno hace que todo el lugar tiemble de miedo. Por su presencia o por temor a que yo cambie de opinión. Cae la tormenta y me inunda. Primero me asusta y luego me acaricia. La música me hace sentir bien, no me deja flaquear, me acompaña y las campanadas suenan tan fuerte y rápido al unísono con mi corazón. La solución está en seguirlo, ésta vez atravesaré la tormenta, lo sé.
November 20, 2015
X · En el mismo hoyo
Esta casa se ve mucho más alegre ahora que está llena de gente. Pensó Dahlia al ver a todos sus amigos en la sala donde el pintor había llorado tan amargamente por la mujer que ama. Sintió una gran curiosidad por saber si aquella desconocida lo amaba tanto como él a ella, si merecía ser querida de esa manera.
Ellioth había preparado una cena deliciosa y todos charlaban animadamente reviviendo anécdotas de otros tiempos. Dahlia se sentía fuera de lugar, ya que ella no tenía viejos recuerdos con el circo, así que se distrajo pensando en otras cosas. Con trabajos me acuerdo quien soy se dijo a sí misma mientras sus ojos inspeccionaban la casa detenidamente. Le gustaba mucho el toque que el pintor le había dado a aquella cabaña, se notaba instantáneamente que un artista la habitaba. Ellioth tampoco compartía con el grupo, después de la cena les había dicho que se sintieran en casa mientras el terminaba de arreglar el cartel.
La curiosidad la carcomía, ¿qué era lo que estaba haciendo? ¡Yo quiero ver! Pensó viendo el cuarto que estaba al fondo del corredor por donde el pintor había desaparecido. Se puso de pie con la decisión de ir a averiguarlo y su mente la detuvo antes de dar el primer paso hacia allá. Dijo que nos quedáramos aquí, pero que dejaría la puerta abierta, que si lo necesitábamos, le echáramos un grito. Respiro profundo para agarrar valor y se encaminó. Poco antes de llegar al pasillo que lleva a los cuartos, una voz la interrogó.
−Eh, Dahlia, ¿a dónde vas? −preguntó Bramms desde la sala.
−A… a… ¡al baño! −dijo sin atreverse a decir la verdad. De por sí ya se sentía apenada, ahora que la habían atrapado a la mitad de su travesura de seguro la vergüenza había teñido de rojo su azulada tez.
−Pero el baño está allá −dijo Bramms inocentemente señalando la puerta al otro lado de la sala. Era obvio que no se había dado cuenta de las intenciones que la enöriana se traía entre manos.
−Ah sí… ¡es cierto! −dijo acelerando el paso hacia la puerta que le habían señalado− ¡perdón!
¡Qué le importa! Se dijo a sí misma haciendo berrinche dentro el baño. Se sentía tan mal por enojarse tanto porque arruinaron su plan, que ahora no sabía qué hacer: podía quedarse en el baño hasta que se le pasara el coraje o salir y fingir que nada había sucedido. Descartó la primera opción porque además de ser un lugar muy pequeño e incómodo, que tal si alguien quería usarlo realmente; pero la segunda opción tampoco le gustaba mucho, no quería salir y que todos vieran la cara de disgusto que el espejo le mostraba. ¿Qué hago? se preguntó mirando por la ventana que daba hacia el jardín. Cuando un pequeño petirrojo se detuvo sobre el marco de la ventana fue como si todo tuviera sentido de nuevo. Simplemente atravesó la pared y se sentó en el suelo, al pie de los pocos escalones que separaban la cabaña del suelo, junto al caballete que permanecía cerca de entrada. ¡Que me dé el aire un rato y todo será genial! Después podré volver con todos los demás, pensó.
Dentro de la cabaña, los enanos se habían ofrecido a lavar los platos y arreglar todo a manera de disculpa por los problemas que habían causado. La noche avanzaba lentamente, Ellioth aún no salía de su cuarto y a la plática aún se le veía largo camino por recorrer, sin embargo Bramms decidió salir a tomar aire y averiguar por qué Dahlia seguía sentada a unos pasos de la entrada viendo al cielo. La había observado desde que llegó a sentarse en el suelo, luego se movió hacía al pórtico, después de un rato se acostó sobre la madera y luego se volvió a sentar a donde se encontraba anteriormente. Si su propósito era esconderse, lo estaba haciendo muy mal, alcanzaba a verla a través de la puerta que estaba abierta de par en par.
−¿Qué tanto ves? −dijo Bramms sentándose a su lado.
−El cielo −dijo Dahlia sin separar la vista de su presa visual− ¿Las nubes saben a dónde van? o ¿saben de dónde vienen?
−Eeeem… Yo creo que… has hablado demasiado con Voriana −dijo Bramms muerto de risa por no saber qué contestar.
−No, ¡en serio! −afirmó en tono de queja, ahora así volteando a verlo, lo cual provocó que él dejara de reír− Quiero saber si soy la única que no sabe de dónde viene ni a dónde va.
−Yo no sé a dónde voy, si eso te sirve de consuelo. −dijo con cierta nostalgia mirando al suelo− No puedo volver a Bleizig.
−¿Por qué? −dijo Dahlia interesada.
−Ciertos problemas… digamos… ardientes −dijo con una triste sonrisa prendiendo un poco de fuego en su mano.
−¿No todos son como tú allá? −dijo confundida.
−Realmente no te acuerdas de nada, ¿verdad? −dijo volteando a verla sorprendido.
−Pues… ¿no? −dijo ahora ella mirando al suelo− Recuerdo partes de mi vida, pero no dónde la viví, ni qué había fuera de ese lugar. Con trabajo recuerdo a mis padres. Lo único que tengo claro es que tenía una misión que cumplir, pero no sé cual, no sé dónde y no sé el porqué. Pero cada día que pasa, es más grande mi deseo de saber qué pasó.
−Que feo caso… −dijo Bramms comprensivamente, aunque por otro lado se sentía envidioso de Dahlia, a él le gustaría dejar dentro de un cajón a Bleizig y vivir en el circo sin temor de que en cualquier momento alguien viniera a buscarlo. Habitar el circo sin esperar visitas no era tan difícil, ya lo estaba haciendo, olvidar era lo que si le costaba trabajo. Suspiró perdido en sus recuerdos sin que ninguno de los dos dijera nada y luego agarró aire antes de hablar.
−Bleizig es una ciudad de, como nos llaman fuera, elementales. No somos como los humanos, ni como ustedes los enörianos, y aunque nuestra apariencia física es la que más se parece a la de los humanos de entre las razas de Angharad, por dentro somos muy distintos. Por dentro… ¿cómo explicártelo? Hay cuatro familias principales: la del fuego, la del agua, la del viento y la de la tierra. Bueno, estos son elementales puros, los linajes antiguos. Pero de esos ya no hay, hoy sólo existimos híbridos, que se casan entre sí, o incluso con gente que no es bleizen. ¿Te estoy confundiendo, verdad? −preguntó Bramms, con un gesto que dejaba ver que el confundido era él y no quien lo estaba escuchando.
−No, no, continúa… −dijo Dahlia poniéndole toda la atención posible− Supongo que tú eres de la familia de fuego.
−Eerr… algo así. –respondió Bramms sonrojándose y rascándose la cabeza− Los linajes puros son realmente un mito, no hay bleizen que en su árbol familiar no tenga algún integrante proveniente de otra familia, o un humano o una enöriana, dijo con una encantadora sonrisa− Pero sí, efectivamente, por dentro soy de fuego. Lo que nos hace diferentes a los humanos es que podemos tornar todo nuestro ser en el elemento que predomina dentro de nosotros, el más fuerte. La razón es que no somos carne y hueso, somos elementales. Se dice que los bleizen nacen del río de Éter a través de los elementos. Pero aunque estemos muy conectados con la naturaleza, por alguna razón no podemos usar las artes arcanas como todas las demás razas. Podemos manejar los elementos de manera muy similar a como los usan en las artes, pero ni los de la familia del viento pueden hacer que el Éter les haga caso si es que de usarlo se trata.
−Pero… ¿para qué quieren usar las artes? −dijo Dahlia, intrigada− ¿Qué no es mejor lo que ustedes tienen? Digo… los maestros arcanos juegan con el poder natural de las cosas. Y pues… a lo que alcanzo a entender, ustedes SON el poder natural. No hay razón para querer tomar prestado lo que ya tienen.
Bramms se quedó boquiabierto al escuchar esa respuesta, jamás se le había ocurrido pensar su situación de esa manera, ni a él, ni a nadie que él conociera.
−Pues… es que… ¿me creerías si te digo que nunca lo había pensado así?
−¡No puede ser! −dijo Dahlia carcajeándose− ¿Por qué no?
−Pues, tal vez nuestra historia nos lo impide. Te cuento: hay un grupo de gente en mi ciudad que se hace llamar “El Gremio”. Este grupo se dedica a hacernos creer que tenemos el derecho ”natural” de usar las artes arcanas. Ellos creen que somos algo así como “los hijos favoritos” del Éter, que si no fuera así, ¿por qué somos los más cercanos a él? Ese mismo gremio y con este afán hizo tratos con gente poderosa de tu ciudad para desarrollar la tecnomagia.
−¿Los…? ¿De mi ciudad? −interrumpió Dahlia impulsivamente, al parecer no esperaba escuchar eso− ¿Entonces… en ese gremio, alguien podría saber qué fue lo que le pasó a mi ciudad?
−Es muy probable, no lo sé, pero yo no te recomendaría acercarte. −dijo mirándola fríamente.
−Pero… ¡ellos pueden saber algo! −dijo poniéndose de pie. Bramms intentó jalarla del brazo para que se sentara de nuevo olvidando que no podía tocarla.
−Siéntate y te acabo de contar. − optó por provocarla, con una sonrisa que mostraba que no tendría mucha paciencia respecto a ese tema. Sin que lo dijera dos veces, la mujer se volvió a sentar a su lado.
−Por culpa de ese gremio, yo no puedo volver a Bleizig, si lo hago… me matarán.
−¿Pues qué hiciste? −dijo ella asustada.
−Quemarles un par de cosas. −dijo cruzando los brazos y mostrando una sonrisa más segura, y de cierta manera, victoriosa.
−¿Qué cosas y por qué? −le exigió una respuesta acercando sus manos a las rodillas de Bramms, y su cara a unos centímetros, fulminándolo con la mirada.
−Aaaam… pues… es que… querían utilizar la tecnomagia para destruir algo, pero nunca supe a ciencia cierta qué o cómo, pero al parecer los enörianos no estaban de acuerdo con ello tampoco. El gremio planeaba llevar a tu ciudad sus inventos. Cuando intervine, buscaban la manera de meterlos de contrabando y usar a la gente de tu ciudad como conejillos de indias, argumentaban que era justo, que era el precio que debían pagar por impedir la evolución del mundo.
−Pero sin los enörianos, su tecnomagia no funciona, ¿no? −dijo ella volviendo a su lugar y sintiéndose bien porque finalmente podía decir algo de su ciudad.
−Es lo que creíamos todos los que estábamos en contra del gremio. Pero, al parecer ellos conocían todos los procedimientos y alegaban que tu gente no era indispensable, podría sustituirse. Entonces… un día nos metimos en uno de sus laboratorios y ¡quemamos todo! −concluyó triunfante.
−¿Y por eso te persiguen? −dijo la enöriana sorprendida de escucharlo decir aquello como si hubiera sido un juego muy divertido.
−No −dijo él con una gran sonrisa tan grande, que Dahlia pensó que le hacía ver como un gran idiota.
−¿Entonces? −dijo molesta esperando una respuesta.
−Entonces nada, esa es la razón por la que no puedo volver. −dijo con su sonrisa de tonto.
−¿Y cómo fue que llegaste al circo? −dijo pensando en darle por su lado, era demasiado increíble que lo hayan dejado escapar, si era tan importante ¿por qué no habían venido a buscarlo?
−Después de escapar de la ciudad, cosa que no fue muy difícil, ¿Cómo distingues a un fuego de otras miles de llamaradas? me encontré a Voriana y a su circo, todos menos Voriana se veían un tanto sorprendidos de verme −dijo el de manera divertida.
−¿De verte? −preguntó ella con duda− ¿Qué no se conocían desde mucho antes?
−Sí, me conocían todos, pero cuando nos encontramos, yo apenas estaba recuperando mi forma humana, nunca me habían visto como ser de fuego. Voriana, por su parte, se veía feliz con nuestro reencuentro, aseguraba que era parte de su buena suerte, pues ellos iban camino a Bleizig a buscarme para que participara en su nueva obra.
−Espera… −dijo ella uniendo cabos− ¡Eso fue hace como una semana!
−Así es, de hecho fue dos o tres días antes de encontrarte. −dijo él asintiendo con la cabeza
−Entonces… −dijo Dahlia pensativa− ¿Crees que mi misión tenga algo que ver con tu ciudad o con lo que quería hacer el gremio?
−Como ya te dije, es muy probable, pero no creo que sea buena idea averiguarlo.
−Pero… ¿y no vendrán en tu búsqueda? ¡Eres como un prófugo! No creo que te quieran dejar suelto. −dijo ella mirándolo acusadoramente.
−¡Te pregunto lo mismo a ti! Nadie sabe qué pasó en Enör, puede haber sido cualquier cosa y nadie lo sabrá hasta que alguien pueda penetrar sus muros. Es fácil suponer que si el gremio se entera que tú estás fuera, vendrán a interrogarte… si te va bien. −dijo cortantemente en venganza− Si me preguntas a mí, creo que los dos estamos en el mismo hoyo y cavando.
−Y… tú crees… ¿qué opina Voriana de todo esto? −preguntó ella sonrojada al sentirse descubierta una vez más− A mi no me dijo nada de esto, no sé qué tanto haya visto cuando se metió a mi alma sólo me explicó que cuando estuve inconsciente, intentó entrar a Enör sin conseguirlo, me sugirió me quedara con ella, que en el circo estaría segura. Supongo que tú en cambio, le contaste tu historia.
−Si, le conté todo lo que te he contado a ti y me dijo lo mismo: que me quedara en el circo. −dijo mirando dentro de la cabaña− La conozco desde hace varios años, algo debe de estar planeando. Pero no se qué.
Dahlia miró dentro siguiendo la mirada de Bramms, los enanos seguían limpiando, Voriana estaba de pie dándoles la espalda, se agachó un poco hacia Karad y caminó hacía el pintor. Aunque la puerta estaba abierta, Voriana la golpeteó suavemente, quería llamar la atención de Ellioth de una manera sutil, pensaba que llamarlo por su nombre rompería su concentración. El pintor volteó enseguida, como si hubiera sentido su presencia y golpear la puerta no hubiera sido necesario, mientras enrollaba un lienzo entre sus manos.
−Justo a tiempo, ¡ya acabé! −exclamó el pintor entregándole el trabajo en sus manos.
−Perfecto −dijo la adivina− a cambio yo te traje algo que te será muy útil.
El pintor recibió una pequeña cajita que dentro tenía una pluma fuente morada con varias runas pintadas en negro sobre ella. Se veía muy sofisticada.
−¡Muchas gracias señora! −dijo poniendo la cajita en el escritorio− está muy linda pero soy pintor, no escritor.
−Pero cuando te vayas de este pueblo nos vas a escribir. −dijo ella en respuesta
−¿Cuando me vaya yo? ¿No se irán ustedes? ¿Cómo sabré a dónde enviar la carta?
−¡Claro que nos iremos! Tenemos una gira que cumplir −dijo riendo abiertamente− Pero tú tienes que irte también, debes ir a buscarla, ¿recuerdas?
−¡Claro que recuerdo! Cómo olvidarlo. −dijo él sintiéndose un tanto regañado− Eso es lo que he venido haciendo desde que salí libre, sólo me detuve aquí un tiempo a terminar unos trabajos, pero en cuanto acabe, partiré. ¿Cómo sabré si ustedes la encontraron?
−Para eso es la pluma. Las runas negras son un decreto arcano, lo que sea que escribas con ella, encontrará la manera de llegar a mí sin duda alguna. Quiero que me escribas indicando dónde estás, cada que vez que mudes de aires, hasta que la encuentres. Y yo encontraré la forma de que recibas una respuesta ¿De acuerdo? –dijo la adivina clavando la mirada en la cajita donde estaba la pluma.
−¡Ohh sí sí sí! ¡Claro! −dijo el pintor emocionado− ¡Será un placer!
November 10, 2015
Un café con dos de lluvia
Eran la 4 de la tarde. Estaba sentado en “nuestra” mesa del café esperando a mi mejor amiga, recargado en la ventana veía el panorama que la ventana me ofrecía, tan tranquilo y a la vez todo tan ruidoso. El ambiente un poco nublado ya olía a mojado, en paz y silencioso a pesar de que podía oír la música que estaban pasando por la radio, los coches de afuera y las platicas que los clientes entablaban entre sí. “La calma antes de la tormenta” lo llaman algunos. Llevo treinta minutos esperándola, ¿me habrá plantado? No creo… siempre llega, tarde, pero llega.
La mesera con su amabilidad de siempre me trajo el frappe que había pedido, bebida rara para este momento dado a que hace frió. No me importa, es lo que el antojo quizo. Estoy aquí sentado perdiendo el tiempo pensé. Debería de ponerme a hacer algo productivo, ¿pero qué? Aquí no tengo más que esperar. Todo estaba tan tranquilo y pacifico que no que no podía más que tomar mi café y esperar.
Decidí sacar mi cuaderno y escribir, eso sí lo podía hacer en ese momento. ¡Que ya llueva! Me encanta salir y mojarme, me hace recordar que estoy vivo. Fue un pensamiento que fue contradicho por otra parte de mi cerebro: No podrás salir, estas esperándola y seguramente llegara toda mojada y querrá un café caliente. Un suspiro salió de mí y deje de escribir por un momento; un relámpago me había interrumpido. Siempre tan imponentes, su rugido es oído por todos, en algunos con miedo en mi caso en particular con mucho gusto y cierta alegría. Y con su grito iluminan todo el lugar unos cuantos segundos, como si quisieran que viéramos algo por más oscuro que este. Pero aún no llovía.
Continué escribiendo la historia de un gran mago que se hizo amigo de la lluvia y las tormentas, los rayos y relámpagos.
Otro de esos áboles de luz que caen de cabeza se dejo ver, pareciera como si se hubiera quejado, como si él también estuviera esperando a alguien o algo. La calle estaba desierta, solo unos cuantos coches transitaban por la avenida que regularmente está llena. ¿Y yo? Sigo esperando…
Un minibús se paró en la esquina y la gente empezó a descender, tenía la esperanza que después de toda esa gente ella bajara y así mantuve mi vista fija en el autobús esperando ese momento, pero no llego. Volví a mi café y a mi cuaderno, pero la pluma ya no me decía nada mas, lo intente pero no quiso. Se harto de esperar y ya no quiso escribir, supongo. Después de todo no la culpo yo empezaba a estar harto, también.
Otros dos camiones fueron detenidos por la luz roja en la esquina, de los que descendieron una señora adulta con sus bolsas del mandado, un par de gentes que al parecer se conocían entre sí y una señora joven con su hija. Decepción, la idea de largarnos de la pluma me empezaba a parecer la mejor a seguir, pero mi café me mantenía sentado.
Me di cuenta que hasta el café se había hartado de esperar cuando el mismo transitaba más rápido por el popote. Decidido a irme pedí la cuenta, la pague y empecé a guardar mis cosas. Alguien entro al café y la tormenta se soltó, de repente todo el silencio y tranquilidad que había reinado la última hora fue roto, ya no existía. La intensidad de la lluvia nubló nuestra visión a través de las ventanas a una velocidad impresionante. Esto no me detuvo, mojarme no me molestaba en lo más mínimo, de hecho era lo que quería. Al levantarme y continuar viendo hacia la ventana, una mano se posó en mi hombro y otro trueno ésta vez amigable sonó. Ella había llegado y con su sonrisa antes de saludar me dijo:
– ¿Ya nos vamos? ¡Que bien! Me gusta la lluvia.
October 30, 2015
El nombre, el hombre y todo lo perdido
Ésta ciudad es todo lo que no debería ser, así como todos los años que he vivido aquí desde que debí morir. Perdí al pueblo, perdí al bosque, perdí mi nombre, perdí el libro, perdí a Siobhan y perdí mucho tiempo lamentándolo todo. Lo único que no pierdo es la pesadilla recurrente que no me deja dormir, la que me recuerda cuando Hilda se volvió loca, cuando proclamó que había dejado de ser el consejero para ser un traidor más y por lo tanto debía morir como todos los que habían intentado salir del pueblo. Ese día en que todo se fue al carajo.
Y hoy hasta eso fue diferente.
En ese sueño había alguien más al lado de Siobhan y Augusto defendiendo el bosque. Alguien que estoy seguro que antes no pertenecía a esa escena y sin embargo mi mente no podía imaginar las cosas sin él. Alguien que cargaba el libro que perdí bajo el brazo. Y justo en el momento que estaba por recibir el golpe fatal, él se cruzó usando al libro como escudo y desapareció. El consejo de cuervos dicen que perdí mi nombre desde aquél día porque ellos intervinieron. Que era dejar mi nombre con el bosque o dejar mi vida. Se fueron por lo que creyeron más conveniente. Lo curioso es que aquello es un recuerdo que, por más que lo intento, estoy seguro que antes de ayer no formaba parte de mi memoria.
Tengo que hablar con los cuervos hoy.
Tengo que saber qué sucede.
Es un día de suerte cuando el consejo no está ocupado. Siempre alguien quiere algo, siempre alguna ciudad perdida a plena vista está a punto de ser descubierta por quien no debe, siempre hay alguien que descubrió que pertenece a donde creía que no lo hacía. Y cuando no, el Distrito Arcano los necesita para algo.
Hoy no es un día de suerte.
Me encontraba en la sala de espera, sin saber en qué entretenerme, para no perder la cordura en lo que tocaba mi turno, cuando no pude evitar escuchar parte de lo que estaban hablando ahí adentro.
–¡Tengo que volver! –gritaba una voz que se me hacía familiar– ¡Debe haber una manera!.
Hubo un silencio en el que estoy seguro que fácilmente cabe la respuesta de los cuervos a dicha demanda.
–¡Iscariote está a punto de morir si no hacen algo! –volvió a gritar la voz– ¡Nos costó mucho trabajo quitárselo a la alcadesa como para dejar que vuelva a sus garras!
Silencio otra vez.
Iscariote.
Yo… lo conozco.
Sí, estoy seguro.
¿Quién es?
Las puertas se abrieron de golpe y del salón salieron furiosos dos chicos. Uno de ellos me miró a los ojos y se puso más pálido que la luna llena. Traía el libro bajo el brazo, como en mi sueño.
–Te dije que estaba vivo –dijo uno de los cuervos a su espalda.
–Pe… pe… ¿cómo? –habló la incredulidad a través del chico.
–Vamos, no tenemos todo el día –le contestó el cuervo y luego me volteó a ver a mi-, váyanse afuera y averígüenlo. Ustedes tienen mucho de qué hablar y nosotros tenemos mucho tiempo que arreglar. Shú.
–¿Hilda volvió? –preguntó el chico preocupado.
–Nunca más –dijo el cuervo en un susurro.
–¿Entonces?
–Shú –dijo el cuervo dándonos la espalda y cerrando las puertas de su salón sin decir nada más.
Nos vimos a los ojos sin saber qué decir por más tiempo del que me hubiera gustado.
–Ese libro… –le dije buscando la manera de romper el hielo– ¿es EL libro? ¿Dónde lo encontraste?
–En la casa más vieja –dijo él tratando de ocultar su nerviosismo–. Supongo que sí, lo es.
–¿Sabes quién soy?
–¿Iscariote?
–Ese era mi nombre, sí. Hace muchos años que nadie me llama así, los cuervos dicen que se quedó con el bosque y los demás. Pero sí, ese soy yo. Y el creador de ese libro que tienes entre tus brazos.
–Este… creo que lo descompuse…
–¿Cómo descompones un libro?
–No sé… antes escribía algo y me contestaba. Con el tiempo supe que era Siobhan la que contestaba, gracias a que la tinta que vivía en el libro también vivía en la copia que tiene ella. Aunque ésta copia dejó de funcionar desde que llegué a estar con ella, cuando atravesé el bosque dentro de la casa más vieja.
–Es un poco más complicado que eso, pero dejemos esa explicación para otro momento. Así que por ahora sólo digamos que es magia. ¿Qué es lo que le pasa?
–Simplemente ya no contesta, ni siquiera puedo escribir en él por más que lo intente… es como si estuviera muerto.
Aquella oración casi me mata a mí, después de todo es casi como escuchar que mataron a tu hijo. En eso, el otro chico que había estado en silencio todo el momento se acercó.
–Creo que yo sé qué le pasa… –dijo con esa timidez que uno tiene cuando se cree que lo que se va a decir es una estupidez– O bueno, no sé si tenga que ver, antes de que Tobías desapareciera al atravesar el portón en la biblioteca de la biblioteca, yo estuve platicando con manchas de tinta sobre toda la casa. La tinta me dijo que vivía en el libro, así que supongo que es de la misma de la que hablamos. Tal vez… no sé… se cayó.
–Eso es imposible –le contesté descartando toda posibilidad–, a menos de que se haya salido intencionalmente.
–También dijo algo de que los tiempos estaban conectados porque él contaba la historia, ahí en el centro de donde todo había sucedido –añadió el chico mientras podía leerse en su cara que estaba tratando de recapitular todo detalle que estaba dejando fuera–.
–Pero cuando tratamos de volver a la biblioteca el cuarto no nos dejó volver a entrar –interrumpió Tobías intempestivamente–, sólo está un comedor en ruinas y nada de libros y ventanales y portones como antes.
–Pues sólo se me ocurre algo que podamos intentar –les dije a los dos de la manera más optimista que pude.
–¿Qué? –dijo Tobías a la defensiva– ¿Más magia?
–Digamos que sí –le contesté tratando de aguantarme la risa.
–¿Y va a funcionar? –dijo el otro chico.
–Esperemos que sí –respondí más por decreto que por querer decir algo.
En todo el camino a la casa platicamos sobre qué otras opciones podíamos tener como si fuéramos un equipo que tenía toda una eternidad trabajando juntos, como si nada más importara, hasta que Tobías se animó a preguntar lo que desde su primer miraba exigía respuesta.
–Sólo contéstame algo –dijo y luego se detuvo a formular su pregunta– ¿Cómo es que estás vivo y fuera del bosque? Digo, independientemente de que hayas muerto cuando me fui… si mis teorías son correctas, esos fue hace muchisisisisisisisisimos años, ¿eres inmortal?
–Digamos que mi tiempo está detenido, como todo lo está allá adentro. Digamos también que los cuervos me ayudaron a salir, así como te ayudaron a ti. O más bien, yo fue un daño colateral de sacarte a ti y así como tú regresaste justo a este día, yo viví todo el crecimiento del pueblo a ciudad. Tú sabes, magia. Y pues, siendo sinceros, lo que quiero es volver y voltear el reloj de arena que está detenido ahí, para que todo vuelva a andar. Sé que se puede, porque aquí estamos, pero no sé cómo hacerlo yo solo. La verdad es que aquí sí he estado muy solo.


