Ian Colin Roditi's Blog, page 8
March 30, 2016
Razones para callar
Detrás de la muchedumbre de estatuas que parecían querer huir había una voz que llamaba a Oliver. Una voz que fue echando raíces en su mente, sacando todo lo demás de sus prioridades. Nunca escuchó cuando le gritaron que regresara, tampoco escuchó los gritos de dolor de Tobías. Mucho menos escuchó cuando sus amigos lo dejaron atrás, el pueblo ya lo había abrazado con fuerza para ese entonces. Las calles vacías le hacían llegar esa voz como el canto de una sirena buscando a su presa. Cuando se dio cuenta se encontró a si mismo frente a la casa que, en la Ciudad de Allá Lejos, lo había empezado todo.
-Entra –le dijo la voz- tengo mucho que contarte.
Oliver notó que su cuerpo obedecía a la voz sin que él tuviera opinión al respecto.
****
En lo más profundo del bosque, en una pequeña choza que era parte de la aldea de los sobrevivientes a la muerte del tiempo, la mancha de tinta que advertía el despertar de Hilda desapareció.
-Y… -dijo Iscariote- ¿nosotros podemos hacer qué al respecto?
-Por lo pronto, esperar que eso no desate otra tragedia. El bosque no aguantaría otra guerra como la que nos dejó en esta condición –dijo Luna al levantarse del lugar donde descansaba para acercarse a lobo de fuego en el que Tobías se había convertido-. Y tratar de ayudarle a tu amigo a que vuelva a ser humano.
-¿Se puede? –preguntó Augusto con una notoria preocupación que estaba a punto de matarlo de los nervios.
-Sí, él solito va a regresar –dijo ella con una sonrisa-. Sólo tiene que ser fuerte y querer regresar, saber que no está solo.
-Me siento un poco culpable de que esté así –dijo él rascándose la cabeza.
-No creo que debas, ¿hay una buena razón para ello? –lo miró sabiendo que había mucho pasado que contar.
-¿Sabes quiénes son ellos? No sé qué tanto el espíritu del bosque te haya contado. Él –Augusto señaló a Tobías y luego a Iscariote- y él estaban aquí el día en que Siobhan desapareció, el día en que los cuervos llegaron y… y… bueno, mucho antes de que tú tomaras el manto del consejo del bosque. Ellos saben de la guerra de que mató al tiempo.
-Espera… -interrumpió Iscariote- nosotros desaparecimos de aquí ese día, sí. Pero tampoco sé mucho de lo que en verdad sucedió, los cuervos nunca me han querido contar y estoy seguro que Tobías tampoco sabe. Todavía sigo sin entender por qué le confiaron la llave de la casa y por qué el bosque lo dejó entrar tan fácil.
-Eso bien fácil de responder –dijo Augusto apenado-, porque los cuervos siempre le han tenido mucha confianza a los lobos. Son parte de la manada, ellos sobrevuelan donde nosotros podamos cazar y al final todos comemos. Supongo que confiaron en que él podía resolver lo que ellos no han podido hacer. Los lobos pueden encontrar el amanecer donde sea, solo es cuestión de que crean en él.
-¿Y por qué él? –dijo Iscariote perdiendo la paciencia- si lo que querían es un lobo, ¿por qué no tú? ¿Por qué no vienen ellos?
-Porque ellos nos pueden venir al bosque, morirían…
-Y si mueren, morimos todos los que estemos aquí.
-¿Por qué? –insistió Iscariote.
-Hay muchas razones para que el bosque haya callado lo que pasó aquél día.
****
Dentro de la casa, Oliver encontró a quien lo hechizaba con su voz sentada en un diván. Su pelo negro se perdía entre la misma oscuridad del vestido, de donde estaba recostada y la poca oscuridad que había en el cuarto.
-¿Por qué te tardaste tanto? –le preguntó a él con exasperación.
-No sé de qué hablas, ni siquiera sé quién eres –le contestó Oliver con la sensación de querer irse corriendo.
-No te vayas, yo no te voy a dejar atrás como tus amigos. –dijo ella al ponerse en pie- Si me ayudas yo puedo ayudarte.
-¿Por qué debería de ayudarte?
-Para que dejemos de perder a los que queremos, para que no se vayan de nuestro lado nunca más. He estado sola por mucho tiempo. Quédate.
-No puedo quedarme, tengo que regresar.
-¡TE VAN A ENGAÑAR! –le gritó la mujer abriendo los brazos- ¡ES LO ÚNICO QUE SABEN HACER!
Asustado, Oliver volteó a ver la puerta por la que había entrado. Comprobó que había recuperado el control de su cuerpo. La puerta se cerró con fuerza.
-No puedes irte, no todavía –le dijo ella en una muy fingida actuación de conservar la paciencia- Hay muchas razones por las que me vas a ayudar.
-¿Y cuáles son esas? –le contestó él por puro nerviosismo.
-Porque tú puedes salir, porque me tengo que vengar de los que me encerraron con engaños, porque al venir aquí con el tiempo andando en sus vidas me dieron una segunda oportunidad, porque el bosque ya se robó a tu amigo también y porque juntos podemos acabar con todos los que nos han robado tanto. Éste era un buen pueblo, ¿sabes?
-Y el pueblo creció… -él contestó-, de donde vengo ahora es una ciudad. La ciudad de Allá Lejos.
-¿Sí? –dijo ella con una sonrisa tan fracturada como quien no la había usado en más de 500 años- Eso quiere decir que tal vez gané. Tal vez. Sólo necesito romper la burbuja y averiguarlo.
-Señora… -dijo él desesperado- en verdad, si los cuervos no lo han podido hacer, dudo que usted pueda hacer algo al respecto.
-¡CUERVOS! –exclamó ella antes de carcajearse histéricamente- Esos cobardes no van a volver nunca, huyeron cuando estuve a punto de matarlos.
La mujer se acercó a él, le susurró algo al oído y con el dedo índice lo empujó de la frente.
-Claro que sí, mi señora. No será problema alguno –dijo Oliver como cuando un mayordomo recibe una orden y se retira del cuarto para cumplirla.
****
-Hace mucho tiempo, los espíritus del bosque vivían entre nosotros. Ésta pequeña aldea es donde podías encontrarlos, junto al árbol más viejo de todo el bosque –dijo Augusto al sentarse a un lado de lobo Tobías que descansaba en paz-. Por muchos años, el pueblo fue amigo del bosque y muchos de sus habitantes incluso fueron aprendices de los espíritus del bosque y aprendieron a ser uno con la magia. Entre esos aprendices estaban los padres de mi madre Hilda y mi tía Siobhan. Y gracias a eso ellas dos tuvieron el don de la magia innato. Cuando mis abuelos murieron defendiendo al bosque, ellas empezaron a separar su camino. O al menos así es como Siobhan solía contarlo. Mi tía se inclinó por refugiarse más y más en el bosque, haciendo de él toda su vida y mi madre prefirió el bullicio de los pueblos y las ciudades. Un par de pérdidas después, el odio de mi madre ya estaba muy arraigado en ella y… bueno… cuando la magia se manifestó en ella ustedes saben todo lo que hizo.
-Nosotros no, llegamos aquí mucho después –dijeron Luna y Orfeo al mismo tiempo-, aunque las estatuas al límite del bosque me dan una idea.
-Por ahí va el asunto –contestó Augusto-. En el afán de no perder a nadie más, mi madre encerró al pueblo en una burbuja mágica en la que nada salía y nada entraba. Cerca de esos días fue cuando Tobías llegó con el libro que Siobhan había perdido bajo el brazo. Con el niño de la tinta de “Bajo la misma luna” pudimos establecer contacto con Iscariote que tenía el otro libro e, incluso, pudimos suministrar al pueblo de provisiones a escondidas de Hilda. Pero eso no duró mucho e Hilda nos declaró la guerra. En una de las muchas batallas, un hechizo estuvo a punto de golpear a Tobías si no hubiera saltado yo para quitarlo del camino. Esa cicatriz que tiene en el brazo es culpa de un garrazo mío. Por semanas pensamos que no iba a poder volver a mover el brazo, hasta que de repente pudo hacerlo. Desde ese día yo temía que el lobo se apoderara de él. Y supongo que él también, siempre hizo todo lo posible por evitar el tema. Lo que sí no entiendo es por qué se trasformó hasta ahora y por qué es un lobo de fuego.
De la mesa en el centro del cuarto, donde descansaba “Bajo la misma luna” salió la tinta una vez más para formar un nuevo mensaje.
Yo puedo explicar, eso… un poco. Por que él viene de donde el tiempo no ha muerto. En los últimos días de la guerra se creía que íbamos a lograr llegar a una tregua, hasta que Hilda puso un límite más estricto entre el pueblo y el bosque. Siobhan vino a hablar con los espíritus del bosque para que intervinieran en la guerra y así lo hicieron. El plan era llegar a un acuerdo con la Alcadesa, ofrecerle a Hilda entrenamiento mágico y tratar de hacerla entender que la gente viaja para ver el mundo, que hay mucho más allá que el bosque y el pueblo.
Hilda en un principio aceptó.
Pero sus intenciones eran otras, quería ganar el suficiente poder para destruir el bosque y cuando los espíritus del bosque habían accedido a salir de sus terrenos para entrar en los de ella, básicamente se estaban entregando a sí mismos en bandeja de plata para ser eliminados. Los espíritus habían previsto esto y habían trazado el plan de emergencia con Siobhan de que, en caso que algo pasara, ella quedaría como el espíritu del bosque.
Ese fue el día en que ella entregó su corazón.
Tobías y yo íbamos como guardaespaldas de la triada de espíritus e Iscariote con la otra mitad de mí bajo el brazo.
Y todo parecía ir por buen camino hasta que Hilda se sintió amenazada.
En su desesperación atacó a uno de los espíritus y lo hirió gravemente. Los espíritus llenos de ira empezaron a maldecirla, jurando encerrarla en una burbuja de la que no podría salir nunca aunque tuvieran que sacrificar a todo el pueblo. Mi otra mitad que vivía en el segundo ejemplar de “Bajo la misma luna” se escurrió del libro y se lanzó en contra de los espíritus para tratar de detener la maldición que, sin saberlo, iba a afectar a todo el bosque.
Los espíritus verdes de luz, de vida y magia fueron manchados de la tinta que soy ese día. Eso los convirtió en los cuervos que son y les otorgó el poder que tengo de escribir sobre la historia y hacer realidad las intenciones de quien escribe si la conexión del lector es demasiado fuerte. Con ese poder crearon la burbuja que encerró todo y los desterró del resto de la existencia. Por supuesto esto hizo enfurecer a Hilda aún más y atentó con matar a los dos espíritus restantes, a Iscariote y a Tobías pero yo que aún vivía en el libro sabía cómo salvarles la vida. Sabía que Oliver, amigo de Tobías, estaba en su tiempo con un poco de tinta que se quedó ahí y escribí su salida e hice que Tobías la leyera al mismo tiempo que Oliver en su tiempo. Eso sacó a los cuervos y Iscariote de la burbuja que habían creado y regresó a Tobías a su propio tiempo.
A través de mi otra mitad, lo cuervos entendieron todo lo que había pasado y se retiraron al no poder romper la burbuja que ellos mismos habían creado. Tenían que ayudar a su tercero a recuperarse aunque sabían que entre más tiempo pasaran afuera del bosque, más difícil iba a ser que volvieran a ser lo que eran.
Al abandonar el bosque, éste mismo echó raíces sobre la vida de Siobhan y la convirtió en la estatua que conocen, ya que lo que una triada de seres mágicos podían mantener armónicamente sin problemas es demasiado para que una humana lo pudiera sostener por sí misma.
Y por esa misma razón, es que aquí no hay tiempo.
Hay vida porque el alma de Siobhan está íntimamente enraizada al bosque y porque Luna se encarga de ser como un catalizador de la vida. De no ser por ellas y la fuerte esperanza de Orfeo, quienes ya vieron el amanecer alguna vez, el bosque sería un desierto.
-A… A eso… te referías cuando… -dijo una voz que claramente le costaba trabajo respirar- dijiste que… era hora… de echar al tiempo a andar.
Al escuchar esto, todos separaron la mirada de las letras en el suelo para voltear a ver dónde antes estaba el lobo de fuego y una forma humana había vuelto a estar en su lugar.
March 20, 2016
XIV · Lo que el viento sabe
¿Éste jardín otra vez? Pensó la enöriana al descubrirse una vez en el mundo de sus sueños. A lo lejos, donde termina del jardín flotante, podía observar la neblina subir y dispersarse por un cielo tan gris que anunciaba que algo no estaba bien. A través de la niebla todavía alcanzaba ver el castillo en ruinas decorando el fondo del lúgubre escenario.
Como un relámpago en su mente, llegaron los recuerdos de lo que había sucedido antes de descubrirse en ese lugar y se puso pálida al darse cuenta que soñar es lo último que debería estar haciendo.
−¡Voriana! ¡Karad! −gritó Dahlia lo más fuerte que pudo− ¡Braaaaaaamms! Carajo… no es momento de estar dormida Dahlia, ¡Despierta!
El niño al que Dahlia llamó “Yo” en su encuentro anterior se encontraba sentado no muy lejos de ella mirándola fijamente. El niño soltó una carcajada un tanto contagiosa.
−¿Cómo sabes que son tus sueños? −preguntó el niño todavía entre risas sin tomar en cuenta la angustia de la enöriana, quien lo volteó a ver con rencor.
−Pues… tú me lo dijiste la última vez que nos vimos –reprochó Dahlia sintiéndose burlada.
−Pero, ¿cómo sabes que estás soñando? −interrogó el niño con una mirada críptica, como si una verdad recóndita se escondiera en la respuesta− ¿Cómo sabes que no es real?
−Uuuum… −murmuró Dahlia con los ojos llorosos, se sentía desesperada, sabía que estaba en el lugar equivocado− Tal vez porque… cuando esto desaparece y abro los ojos, vuelvo a estar en mi cuarto, en el circo. Aunque si despierto ahora, no sé dónde apareceré.
−Supongo que sí −dijo él mirando hacia el castillo en ruinas, analizando la respuesta que había recibido.
−¡No me confundas con preguntas obvias! −dijo la mujer dándole un pequeño golpe en la nuca con la mano abierta. El niño se inclinó un poco por la inercia del golpe y luego la volteó a ver con los ojos llorosos.
−¡Qué rápido me perdiste el respeto! −dijo tallándose el ojo con una mano.
−¡Pues tú! −rezongó la enöriana con los brazos cruzados, mirando a otro lado− No me atormentes, no sabía que contestarte. Es obvio que son mis sueños, si yo soy la que los está soñando, ¿no?
−Es que yo también estoy soñando −dijo el niño serio− Pero sí, supongo que son tus sueños, porque yo sí recuerdo la ciudad y no es como ésta, además no acabo de acostumbrarme a estas orejas tan largas.
−¿También eres de Enör? −dijo Dahlia sorprendida.
−Jeje… no, pero vivo en ella. −dijo el niño sonriendo traviesamente para después ponerse de pie para extenderle la mano− ¿Quieres conocer mi casa? A ver si así recuerdas quién soy, este cuerpo es el que tu subconsciente escogió para representarme.
−Me gustaría más despertar, pero sí, ¿por qué no? −dijo Dahlia dándole la mano para ponerse de pie.
Ella se dejó guiar una vez más por el jardín hasta llegar a la orilla, pero esta vez el niño no se detuvo ahí, al llegar al borde dio un salto al vacío y ella cayó con él. Todo sucedió tan rápido que cuando se dio cuenta e intentó soltarse ya era demasiado tarde, sin contar que no pudo, algo unía sus manos de manera que no podían separarse. La sensación de caer era horrible, Dahlia sentía que la presión la aplastaba al tiempo que otra fuerza aún más poderosa la atraía hacia abajo. Quería soltarse, quería aletear, quería hacer lo que fuera para detener la caída y ponerle fin a esa ansiedad que empezaba a asfixiarla. Todo se volvió negro, ya ni siquiera tenía la referencia de la neblina que le hacía saber que seguían cayendo, sólo quedaba el sentimiento de que algo la jalaba con fuerza. Cerró los ojos resignándose a enfrenar lo desconocido, se abandonó, y como si eso hubiera tirado de un gatillo la velocidad disminuyó hasta depositarla sobre el suelo como si fuera una pluma.
−Por cierto… me llamo Eodez −alcanzo a escuchar la voz del niño desvanecerse. Sintió frío y una luz la encandilaba aún con los ojos cerrados.
−¿Yo? −dijo al abrir los ojos y encontrarse sola en medio de la oscura nada nuevamente. La presión no había desaparecido, de hecho, la oprimía aún más, pero logró ponerse de pie. Sintió una fuerte corriente de viento golpear su espalda y al voltear vio un hilo de luz verde a lo lejos, era de un verde claro, pero tan brillante que le ardían los ojos al mirarlo.
Por cierto… me llamo Eodez, Resonó en su cabeza como si el viento hubiera puesto esas palabras en su cabeza.
¿Eodez? Recapacitó, ese nombre le era familiar. Hizo un esfuerzo por ponerle una cara pero no lo consiguió, y aunque pudo asociarlo con memorias que recuperó gracias a Voriana, no logró recordar el rostro. De lo que sí estaba segura es que Eodez no era un niño enöriano como solía verlo en sus sueños, sino un humano que viajaba mucho.
Bienvenida Dahlia Dunod. Silbó el Viento en sus oídos.
−¿Quién me…? −dijo volteando a todos lados, mientras caminaba hacia la luz con la esperanza de poder ver mejor, pero avanzar le resultaba cada vez más difícil. Podía sentir como si una parte de su cuerpo se quedara atrás a cada paso− ¿Quién habla?
No avances, te vas a hacer daño. La voz del Viento volvió a hablar haciéndola retroceder un poco y caer al suelo por la fuerza con que había soplado.
−¿Quién eres? Si estás jugando conmigo, no es gracioso. −dijo acomodándose para terminar sentada y cruzada de brazos.
Soy el Viento y soy el Éter. Resonó en todo el lugar.
−El… el… ¿Viento? −murmuró ella recordando a Voriana referirse a ellos como los que todo lo saben.
−Sí, nosotros lo sabemos todo, sin embargo lo que sucedió contigo y con tu ciudad, es un vacío en nuestro saber. Escuchar al Viento hablar era una de las experiencias más fascinantes que había tenido, cuando rozaba su cara y depositaba palabras en su oído era aún más tranquilizante que la voz de Voriana, la hacía sentir en absoluta paz. Entonces comprendió porqué a la gente le gustaba entender y aprender las artes arcanas.
−¡Voriana! –dijo en voz alta recordado una vez más su situación− ¿El circo está bien? ¿Están todos a salvo?
Claro que sí, por eso estas aquí. Lamentamos sacarte de la batalla, pero era necesario para que el collar hiciera lo suyo y pudieran escapar.
−¿El collar? ¿Qué sucedió? ¡Cuéntenme, por favor! −exigió respuesta a la duda que la había atormentado desde que cayó en la cuenta que estaba soñando− Lo último que recuerdo es que estábamos rodeados de uniformados de blanco. Habíamos llegado al pueblo que Kali nos dijo y localizamos a su amigo Mannaz, pero los bleizens habían llegado antes y lo tenían preso trabajando para ellos. Intentamos rescatarlo aprovechando mi cualidad de intocable, pero no contamos con que Mannaz había hecho amuletos como el que Voriana me hizo a mí para tocar lo que está en mi cuarto, lo cual explicaba cómo Izu pudo herirme cuando se transformó en una bestia de hielo. Y entonces, estábamos rodeados a punto de ser aniquilados y ya no recuerdo más… acaso… ¿estoy muerta?
Yo sé todo lo que pasó, no necesitas repetirlo. Dijo el Viento soplando fuerte, haciendo sentir a Dahlia que se había molestado. Y no, no estás muerta. La piedra que traes contigo desde que saliste de Enör es un guardaespaldas muy poderoso, incluso más de lo que tus padres o Eodez se imaginaban. ¿Qué curioso que haya resultado así por accidente, no?
−¿Por accidente? −preguntó la enöriana confundida.
Sí… lo que sea que haya sucedido en tu ciudad, aunado a los dos decretos de protección que le implantaron por separado, crearon un nuevo decreto mucho más poderoso. Si Voriana no lo hubiera tranquilizado cuando te conoció, hoy estarían muertos todos, hasta tú. Claro que el hecho de que se encontraran fue un poco nuestra culpa. Con las palabras del Viento, Dahlia ató un par de cabos sueltos.
−Entonces… ¿Sí soy la del sueño? −preguntó.
Así es susurró el Viento.
−¿Y también soy la bestia de sombras? −preguntó atando aún más cabos de los que realmente quería saber− ¿Voy a matar al hijo de Kali?
Eso es parte de tu misterio, ese collar te protege hasta de nosotros. Por lo mismo, queremos pedirte que hagas algo que tal vez desate el nudo que no nos deja ver qué sucede.
−Ay vamos… ¿Qué puedo hacer yo, que no puedan hacer ustedes? −dijo de manera sarcástica.
Penetrar Enör, hacer que nos revele su secreto. Tu casa jamás te cerrará sus puertas, eres la única que puede develar la incógnita de todos. Sopló el Viento acariciándola como si intentara convencerla.
−Pe… ¡NO! −gritó la enöriana a la defensiva− No puedo abandonarlos, no voy a dejar solos a mi amigos, cuando tienen en contra a todo un ejército.
Nunca dijimos que debías hacerlo ahora mismo. Tomate tu tiempo y tú decide el momento apropiado. Silbó el Viento tranquila y pacientemente
−No les prometo nada −dijo sonriendo hacia el hilo de luz a lo lejos− pero yo también les quiero pedir un favor…
¿Cuál sería?
−Contarme qué sucedió. Nada más le dieron la vuelta a todo el asunto, pero aún no me dicen qué pasó, cómo llegué aquí, qué está sucediendo con en el circo. −dijo aliviada, pues sentía que le habían quitado un gran peso de encima.
Eso ya lo haremos, antes necesitas saber algo más. Nosotros observamos todo, desde el principio sabíamos que los iban a acorralar, pero no podíamos intervenir. El pacto por tu mundo no nos permite hacerlo, somos como padres con sus hijos, no podemos actuar a menos que nos pidan ayuda.
−¿El pacto? −interrumpió Dahlia sin darse cuenta− ¿Qué no son creadores todopoderosos?
Sí, pero cuando creamos tu mundo el Viento y yo pactamos no entrometernos en su devenir, seríamos meros espectadores a menos que fuéramos requeridos. Teníamos la intención de que aprendieran a elegir por sí solos y trazar sus propios caminos, pero ustedes son como nuestros hijos… tampoco podíamos dejarlos solos y ver cómo se perdían. Aún así el pacto ya estaba hecho y por más que quisiéramos, no podíamos meternos en sus asuntos si no nos llamaban. Sin embargo, el Viento, que tenía permitido pasearse en su mundo, encontró la forma de hacerlo, entonces creamos un mundo donde podemos hablar con quien queramos, aún cuando no hayamos sido llamados: el mundo de los sueños. Y así fue como conseguimos ayudarles, a través de sus sueños les enseñamos las artes arcanas a los primeros maestros.
−Yo… yo siempre creí que las artes arcanas eran algo malo. −dijo Dahlia apenada y sintiendo que había vivido engañándose a sí misma− Pensaba que si la vida estaba organizada bajo ciertas leyes, nadie debía entrometerse con ese orden.
Eso es lo que tu mundo siempre nos dice. Silbó el Viento impacientemente. Pero los que viven en él nos dicen otra cosa. Necesitan algo en qué creer, algo en qué apoyarse, algo que les diga que van por buen camino o viceversa, sentir que lo que hacen los hará felices. Entonces decidimos que si no podíamos inmiscuirnos, podíamos ser ese apoyo. Nadie los conoce mejor que nosotros, así que podemos darles un buen consejo de vez en cuando. Que lo escuchen y lo lleven a cabo, eso ya les toca a ustedes decidirlo. Lamentablemente la fuerza de voluntad y el libre albedrío no es algo que inventamos nosotros. El Viento dejó de soplar al silbar estas últimas palabras dejando un silencio incómodo en el aire. Dahlia estaba atenta escuchándolo, viendo como el hilo de luz se movía al tiempo que el Viento hablaba.
−¿Por qué me cuentan todo esto a mí? −dijo ella que aunque realmente disfrutaba mucho de escucharlos, aún seguían sin responder su pregunta. La próxima vez que alguien se quejara de lo ambiguas que eran las predicciones de Voriana, la defendería. Escuchándolos podía entender un poco más cuando ella decía que era un poco difícil entenderles.
Nos lo preguntaste. Silbó el Viento traviesa y rápidamente.
−Oh… ¡cierto! Entonces, continúa, ya no te interrumpo. −dijo disculpándose.
Voriana estuvo rogándonos por ayuda desde que te enviaron a rescatar a Mannaz. Le dijimos que la única manera de la que podrían salir bien de ahí era escapando, lo cual iba ser difícil siendo que tú ya estabas prácticamente rodeada y sola. Le dijimos que la luz de tu collar podría darles tiempo de huir, pero ésta no se activaría hasta que tú cayeras inconsciente o dejándote vulnerable y en peligro. Ella se prestó para dejarte inconsciente sin hacerte daño… pero el collar te esconde de la vista de los que te hacen daño con su luz roja. Así que esa opción quedó descartada. Tenían que esperar y rogar porque no te lastimaran demasiado, era la única manera de que pudieran escapar. Tuvo que aceptar muy a pesar de sus principios. Ella siempre ha sido muy sobre protectora de sus protegidos, ¿sabes? No es la primera vez que alguien le quiere hacer daño a uno de ellos.
Voriana y Bramms fueron detrás de ti, mientras que Karad, Tallod y los enanos alistaron la caravana para huir en cuanto ellos regresaran contigo. Al principio parecía que no sería cosa fácil. Uno de los militares dijo que quería llevarte con vida así que nadie tenía la intención de golpearlos, los estaban llevando presos a los tres. Pero gracias a tu impaciencia, uno de los militares se desesperó y te golpeó en la nuca para que pudiera cargarte como bulto. En ese momento fue cuando nuestro plan pudo entrar en acción.
El circo se encuentra en Kynthelig en estos momentos. Estas bajo cuidado de las enfermeras en la torre de las artes arcanas por órdenes de Bhel Kether. Cuando despiertes podrán darte de alta, ya realmente no tienes ningún mal. Están un poco preocupados porque no despiertas, pero no podíamos desaprovechar la oportunidad, teníamos que hablar contigo primero.
−¡Y yo aquí hablando con ustedes como si nada! ¡Hasta le dije al niño ese que me enseñara su casa! No tengo vergüenza −dijo preocupadamente poniéndose de pie rápidamente− ¿Cómo salgo de aquí?
Paciencia pequeña, no hay prisa. Si hay un lugar seguro para ustedes es Kynthelig. Por eso rodeé el camino de la conversación, cuando pensabas que estabas muerta no tenías tanta prisa de irte. Silbo el Viento de una manera interrumpida, como si se estuviera riendo.
−¿Hay algo más que tenga que escuchar? −dijo con las manos en la cintura molesta de que la entretuvieran más de lo que ella creía debido.
No, es todo ¿Sabes cómo regresar? ¿O quieres un empujón? Deberías intentarlo tú, si te regresamos nosotros, terminarás con un gran dolor de cabeza y el cuerpo apesadumbrado. Te recomendaríamos hacerlo tú sola. Si aprendes a hacerlo, podrías venir a visitarnos cuando quieras.
−¿Cómo se hace? −preguntó más relajada.
Es muy fácil, sólo cierra los ojos, concéntrate en sentir tu cuerpo y piensa en tu mundo. Cuando quieras volver, concéntrate y piensa en nosotros. Será un poco más fácil que los que nunca lo han hecho, porque ya nos conoces.
−Y fue un placer conocerlos −dijo con los ojos cerrados y una sonrisa de satisfacción− ¡Muchas gracias!
Al abrir los ojos se encandiló con un gran destello de luz que entraba por el ventanal que tenía enfrente. Se talló los ojos tratando de acostumbrar sus ojos a la iluminación del mundo real y observó el panorama que la vista le ofrecía. Se podía observar toda Kynthelig desde el cuarto en donde estaba. Es una linda ciudad pensó observando de pie desde el ventanal cómo las calles y las casas iban trepándose sobre las dos montañas que cubrían toda Kynthelig. Y al horizonte el hilo verde de luz que se desvanecía lentamente para desaparecer de su vista.
Pudo escuchar pasos hacia ella rápidamente, luego una puerta abrirse a sus espaldas.
−¡Bendito sea el Éter estas despierta! −Gritó Voriana corriendo para verla de cerca− ¿Qué haces de pie? ¿Te sientes bien?
−Muy bien, mejor que nunca de hecho. −dijo sonriendo de felicidad al ver a sus amigos. Estaban presentes Voriana, Bramms, Karad y un hombre entrado en edad. O por lo menos la barba de candado blanca y bien recortada aunada al pelo corto pero canoso lo hacían ver que había vivido mucho. Todos se veían agitados por el paso apresurado con el que llegaron.
−Estaba TAN preocupada por ti… ¡Perdóname! Te juro que no vuelvo a ponerte en un peligro semejante. Me sentía tan culpable de todo… −dijo la adivina con los ojos llorosos.
−¡No te preocupes! Estoy muy bien. −dijo Dahlia sintiendo que no podría convencerla con sólo eso− ¡En serio!
−Yo sabía que te levantarías tarde o temprano, tú no te mueres ni aunque te maten. −Soltó Bramms en un intento de hacer un cumplido. En reacción se escucharon un par de carcajadas en el cuarto y Dahlia sólo se sonrojó sin saber qué decir.
−Bienvenida a Kynthelig, Dahlia −dijo el hombre canoso extendiéndole la mano en forma de saludo, su voz se escuchaba profunda pero más joven de lo que su cuerpo se veía− Yo soy Bhel Kether, uno de los arcanos mayores de la Torre de Artes Arcanas.
March 10, 2016
Tu más grande deseo
Lo encontré cuando todo era bosque y un montón de caminos que sabían llegar a donde yo no. No era lo que buscaba pero estaba seguro que se convertiría en ello.
Este mundo se cruza con el nuestro en puntos a veces aleatorios y otras hasta parece que muy pensados para que algo acontezca, he llegado a creer que todos los mundos son uno solo. Todo depende de los ojos con que se mire. Y de la hora a la que llegues, sobretodo de la hora.
Fui enviado aquí a aprender. Se me dijo que nunca llegaría a ser un guardián hechicero hasta que no entendiera la naturaleza del más grande deseo, hasta que no supiera qué quería y qué necesitaba la magia para suceder. Si entender a un corazón humano y latente es difícil, creía que uno intangible, lleno de energía y capaz de hacer cualquier cosa realidad sería mucho peor.
Ese fue mi primer error.
Me perdí tratando de ayudar a quien no pedía auxilio.
Me desvié al querer encontrar camino con quien no sabía a dónde iba.
Lo entendí todo a la mala manera, a base de fracasos, engaños, ausencias y mentiras. Pero para mi suerte no todo era tan terrible, también tuve abrazos y sonrisas y miradas para curar las heridas anteriores. Siempre me repetía a mí mismo “todo es para aprender, hay una razón”. Aunque hubiera llegado al punto en el que ya no sabía qué era lo que se suponía debía aprender. Por un tiempo dejé de buscar porque encontré unos brazos y un refugio que me hacían sentir bien. Sabía que no estaba haciendo lo que debería pero no me importó porque mi mundo se había librado de la angustia y la incertidumbre. Sin embargo el reloj siempre me recordaba que yo solía tener un deseo. Siempre, a las 11:11, me traía a la mente la promesa que en otro tiempo me había hecho. Con el paso de los años el vacío creció sin que me diera cuenta y un terrible día me atacó con todas sus fuerzas. Inundó todo lo que había construido y, a la misma hora de siempre, alguien vino a mi rescate. Nunca pude verle la cara, era un montón de recuerdos, de ansiedades y de ganas de salir adelante. Una fuente rebosante de voluntad que hidrató el terreno árido en quien me había convertido. En ese momento fue cuando entendí que el miedo a perder lo que había conseguido irónicamente me había hecho perder lo que alguna vez tuve. Por otro lado también me había enseñado a escuchar lo que hay entre los latidos, así como lo que se puede leer entre líneas en una historia. Poco a poco me recuperé a mi mismo y volví a andar en la búsqueda pendiente dejándome guiar por aquel ser de luz que poco después nunca volví a ver.
Así fue como lo encontré.
Era un paraje hipnótico. Un círculo gigante dentro del bosque, sin vegetación alguna más que un pasto suave y de color verde brillante, al que se podía llegar por una serie de entradas distintas que lo rodeaban. El lugar latía con una fuerza aterradora que nunca antes había experimentado. Cuando conté las entradas mi imaginación proyectó sobre el lugar todo lo que quería que ahí cupiera. Todo lo que llegaría a ser. En ese momento no era lo que buscaba pero la certeza de que podía llegar a serlo había echado raíces en mí. Con ayuda de mi sombra lo visualicé como un gran reloj de sol el cual me señaló que, para variar, mi entrada había sido por la hora once. Perdí toda la tarde hablando con el bosque, con los planes, con el deseo de habitar lo que había encontrado. El viento entonces me susurró un secreto que no escuché del todo bien pero al levantar la vista admiré al fantasma de lo que iba a ser una imponente catedral que se levantaría como la manecilla del reloj en que aquella plaza donde todo estaba por suceder.
Ahora lo que necesitaba era el inicio que tenía bien claro en mi mente. Regresé al pueblo para dormir y a la mañana siguiente conseguí tinta y volví a aquel lugar. Lo hice tan rápido que me sorprendió no encontrarlo antes en una vuelta por equivocación. Incluso hasta me sentí un poco estúpido y ciego. Recordé la catedral para visualizar dónde caería su sombra para anunciar que eran las 11:11 y ahí fue donde clavé un gran tablón en el suelo.
Así fue como todo empezó, conmigo escribiendo sobre las ganas de encontrar y la hora en la que creía que todo podría suceder.
El sol iluminó el letrero para que todo el bosque y quien fuera llevado ahí en su búsqueda entendiera a donde había llegado:
Si lees esto a la hora indicada, dime, ¿cuál es tu más grande deseo?
March 1, 2016
Todas las posibilidades
Pensamos que sería más fácil. Tomábamos la llave, íbamos a donde se escondía el alma de Siobhan y la dejábamos libre. Todo volvía a su curso y felices por siempre. Pensábamos muchas cosas. ¿Qué tan equivocado se puede estar? Aunque el tiempo aquí no pase, conforme avanza las cosas se enredan más.
Yo, Iscariote, fui testigo de cómo se creó la burbuja en el tiempo que separó todo lo que quería de lo que viviría después. De cómo la tiranía de Hilda casi destruye todo un pueblo. De como la tierra que me vio crecer quedo atrapada y al mismo tiempo se convertiría en la Ciudad de Allá Lejos. Ahí la gente es otra, la vida es otra porque todo lo que debió ser se quedó adentro de la casa más vieja. Los cuervos se encargaron de que así fuera. Trabajé con ellos por muchos años para volver y nunca logramos nada. Hiciéramos lo que hiciésemos sólo podíamos observar la burbuja desde afuera. Siempre supimos que llegaría el día en que alguien se interesaría en volver y abrir las viejas heridas pero han pasado tantos años que ya no reconozco nada de lo que aquí podría haber sido. Es lo que más me causa conflicto, si dejamos vivir lo que sea que tenga que suceder aquí, ¿qué va a suceder con lo que viví allá afuera? Hay mucho de eso que tampoco quiero perder. Digo, sería egoísta querer borrar la existencia de toda una gran ciudad sólo por querer regresar a algo que quizá nunca estuvo bien desde un inicio. Y sin embargo aquí estoy, discutiendo con dos almas jóvenes, una mancha de tinta y un hombre que se transforma en lobo sobre todas las posibilidades.
Augusto nos llevó al límite del bosque, donde empieza el pueblo y habitan las estatuas de ceniza de todos los que quisieron escapar. Intenté pasar y recordar pero algo no me dejó hacerlo. Augusto dice que el pueblo se murió, que ya no hay nadie ahí adentro, pero eso es una mentira, yo puedo sentir al menos un latido. Uno lleno de odio y de rencor. Oliver pierde la mirada constantemente, casi podría estar seguro que él lo siente también. Tobías no deja de quejarse que le duele el brazo, grita como si estuvieran quemándolo vivo. Al correr a atenderlo notamos que la herida en su brazo brillaba como un carbón vivo. Augusto se culpa de ella, me contó que sucedió antes de que todo se congelara, cuando era el consejero de Hilda y me querían sacar del pueblo para reunirme con Siobhan. Que no quería hacerle daño pero si no se arriesgaba a salvarlo uno de los hechizos de Hilda iba a matarlo, lo quería abrazar, quitarlo del camino pero como lobo lo único que pudo hacer era darle un garrazo y hacerlo caer. Esto parece más que eso y estar tanto tiempo aquí donde sucedió parece estarle afectando. Hice uso de mi magia para hacerlo dormir y calmarle el dolor, dejó de gritar pero el carbón no dejó de brillar. Traté de dar a entender mi preocupación con sólo una mirada y Augusto sin decir nada se transformó en lobo y se acomodó para que Tobías lo montara. Cuando volteamos para decirle a Oliver que era hora de irnos no estaba en ninguna parte, le gritamos, le aullamos, le llamamos y nada. De repente Augusto lo vio caminar lento a lo lejos, entre las calles del pueblo. ¿Cómo logró atravesar la pared invisible que yo no pude? Es algo que por el momento iba a tener que dejar sin respuesta, apilado con todo lo demás. Los dos acordamos que eventualmente nos volveríamos a encontrar, aunque quizá no de la mejor manera.
Augusto me guió por el bosque sin decir hacia dónde me llevaba, me contó de todo el tiempo que el bosque llevaba encerrado, del polvo que habita el pueblo y yo le conté sobre el bosque de asfalto en el que he vivido con todo y sus coches y la tecnología y los cuervos y la ciudad subterránea que está conectada por el metro. Claro que también tuve que explicar qué era el metro. Y los coches. Y la tecnología.
-Aquí no estamos solos –me dijo Augusto antes de darme la bienvenida a una pequeña aldea de refugiados. Todos sus habitantes nos voltearon a ver sorprendidos de ver caras nuevas. Había de todo: hadas, un par de gigantes, elementales, toda la magia del bosque estaba reunida en un pequeño pueblo escondido entre sus ramas. Entramos a una pequeña choza donde una mujer que tenía el mismo aspecto que la estatua de Siobhan y un hombre lobo con aspecto de druida nos miraban igual de expectantes que toda la aldea.
-Luna, Orfeo, tenemos un par de problemas –dijo Augusto antes de una ceremoniosa reverencia.
-¿Un cuervo? –dijo la mujer mirándome como si fuera uno de los bichos más raros- ¿por fin se van a dignar a hacer algo por nosotros?
-Mi nombre es Iscariote y no, no soy un cuervo –le contesté con la misma mirada.
-Eso ya lo veremos –dijo ella dudando de mi palabra antes de voltear a examinar a Tobías- ¿y él quién es?
-Su nombre es Tobías, él peleó con los Quinqués Perdidos cuando la guerra, me salvó la vida más de un par de veces –contestó Augusto-, y está herido por mi culpa desde entonces. Por favor, ayúdeme a ayudarlo. A Iscariote no lo conociste antes, pero es uno de los nuestros también. Los dos vienen del otro lado del bosque, allá donde el tiempo corre. Había un tercero, pero se nos perdió en el pueblo de Hilda.
-Si no son los cuervos con ayuda, ¿qué es lo que buscan? –preguntó con impaciencia el lobo druida- Aquí no hay tiempo, la agonía abunda. No creo que podamos hacer mucho por ustedes. Y ese tercero tampoco es nuestro problema.
-Queremos ayudar –les dije enseñándoles la llave de Siobhan y la copia de “Bajo la misma luna” que Tobías cargaba con recelo-, pero no sabemos cómo hacerlo sin hacerle daño a todo lo que vive allá afuera.
La mujer me miró a los ojos y sonrió.
-Soy todo lo que Siobhan era –dijo tomando el libro con cariño al reconocer todo lo que era-. Cuido del bosque como ella lo hacía porque cuidarlo es cuidarme a mí, ella me dice que ustedes pueden reiniciar el tiempo. ¿Los ha seguido algún zorro? Ya tuvimos problemas encontrando el amanecer por su culpa.
-Espera… ella… ¿cómo? –le pregunté confundido.
-Ella es el bosque, ¿no lo sabías? Si liberamos su corazón con esa llave que traes quizá ella te lo pueda contar, pero también eso quizá termine por matar al bosque en el que estamos.
Me inundó una nostalgia titánica el saber que podría volver a hablar con ella. Sin embargo aún sentía que había algo que no encajaba del todo.
-Yo quiero que el tiempo vuelva a andar, tú también lo quieres Luna y tú también Orfeo… ¿por qué no aceptamos la poca ayuda que ha llegado? –dijo Augusto volviendo a su forma humana con cuidado para dejar a Tobías descansando.
-¿Por qué habría de venir de lejos quienes no están limitados a vivir en una burbuja? –preguntó Orfeo interrumpiéndola discusión.
-Porque aquí no estamos solos -contesté inmediatamente.
-Por la libertad. Por resolver el misterio de la casa más vieja. Por…. –contestó Tobías intentado mantenerse de pie antes de gritar de dolor y que una llamarada lo envolviera. Donde antes estaba un chico ahora se paraba en cuatro patas un lobo de fuego.
De las manos de Luna el libro se estremeció con fuerza hasta que cayó al suelo y se abrió para dejar salir a la tinta como una fuente, las palabras fueron formándose en el suelo una a una.
“Hilda ha despertado. No dejen que los cuervos intervengan de nuevo o lo destruirán todo. Corran.”
February 20, 2016
XIII · Donde a uno no lo quieren
La caravana del circo avanzó a toda velocidad por el camino a Briah. De no ser por la invisibilidad que Voriana había decretado a todo el tren, el viaje hubiera sido mucho más largo ya que hubieran tenido que transitar por terrenos circundantes a los caminos, los cuales, dicho sea de paso, tal cual la adivina había previsto, estaban plagados de personas con el mismo uniforme blanco que portaba la bestia de hielo que los había atacado, mismos que para el circo servían como señal de que debían desviarse. Era muy probable que no pudieran ser vistos, pero no querían dejar entrar la posibilidad hasta tener una estrategia a seguir. Conforme avanzaban entre bosques y llanuras veían que el número de gente de blanco iba disminuyendo considerablemente, se concentraban en los poblados como si fueran una infección que apenas empezara a contaminar la gran isla de Angharad.
Cuando pudieron observar la ciudad de Briah a lo lejos, el sol resplandecía en sus espaldas indicando que el atardecer estaba cerca. Extrañamente, no había ni uno solo de los uniformados, lo cual hizo sentir tranquila a Voriana por unos momentos, al parecer su entrada a la ciudad sería mucho más tranquila de lo que esperaba. Quizá la razón era que le temían a la ciudad o a sus gobernantes.
La ciudad de Briah era bien conocida por ser el centro arcano ofensivo mejor armado de todo Angharad. Así como en la capital, Kynthelig, la gente se instruía en las artes arcanas, en Briah enseñaban a pelear con esas mismas artes. Todo aquel cuya meta fuera ser un guerrero, en algún momento terminaba parado en Briah aunque sea por un par de meses. Por esa misma razón, era el lugar más concurrido y con mayor vida nocturna de todo Angharad. Era difícil saber a qué horas descansaba la ciudad, a cualquier hora se podía encontrar gente en sus andares cotidianos sin importar que fuera de noche o de día. Por desgracia, era una ciudad bastante agresiva en la que si uno no se mantenía alerta, fácilmente podría salir herido en una pelea sin deberla ni temerla.
Todas las construcciones de la ciudad estaban hechas con una piedra negra que sacaban de una excavación cercana. La opacidad característica del mineral hacía lucir muy elegante a la ciudad durante el día, pero de noche los edificios se desdibujaban en la obscuridad, y la vista se puebla de anuncios luminosos de lugares que invitan a ser visitados.
El plan era entrar a la ciudad con el decreto de invisibilidad aún sobre el tren que los llevaba, que un pequeño grupo fuera a hablar con la reina y después de escuchar su consejo, instalarse en la ciudad y seguir sus indicaciones. Sin embargo, cuando llegaron a las puertas notaron que había guardias por todos lados vigilando la entrada. Voriana le dijo a Karad que los ignorara y siguiera conduciendo, pero conforme se adentraban la caravana de vagones iba perdiendo velocidad, como si estuviera siendo jalada hacia fuera de la ciudad por alguna fuerza más grande. No fue difícil saber porqué sucedía esto, desde el carro terraza se podían observar hilos de luz que detenían el carro, impidiéndole llegar a su meta. De alguna manera, los guardias los habían detectado. Al detenerse por completo, un grupo de guardias armados se acercó a la defensiva, hasta donde las luces les permitían intuir que estaba el frente del vehículo. Del grupo salió un señor alto de barba larga y negra.
−¡Muéstrense quienes quiera que sean! −gritó levantando el brazo derecho con la mano extendida. El grupo que estaba detrás de él apuntaba hacia frente con una ráfaga de de luz brillando en todo el largo de sus brazos, listos para disparar flechas etéricas a la más mínima provocación.
Karad estaba tan temeroso de aquellas flechas que aún no podía ver que Voriana le pidió que se quedara dentro del tren y se dispuso a bajar tranquilamente, como si la estuvieran recibiendo familiares después de un largo viaje.
−Soy vieja amiga de Kali, vengo a buscar su ayuda. −dijo al aparecer ante los ojos de los guardias, había hablado tan natural que era casi imposible no creerle.
−¿En qué viajas? −preguntó el guardia sin mostrar interés por lo que acaba de escuchar, su brazo seguía arriba, acechando sus movimientos.
−Vengo con el Circo del Alma. −dijo sin intención de decir más.
−¿En qué viajas? −preguntó de nuevo inamovible- ¿Por qué no lo podemos ver?
−Porque necesitamos la ayuda de Kali para ahuyentar a los enemigos que nos persiguen. −Contestó ella sin responder a la primera cuestión.
−No me has respondido… ¿en qué viajas? ¡Descúbrelo!
−¡En la caravana del circo! Quisiera hablar con la reina primero. −dijo la adivina empezando a perder la paciencia. El guardia hizo una seña con la mano y al instante tres flechas de luz salieron disparadas detrás de él pasando a sólo unos centímetros de Voriana chocando contra el coche terraza.
−¡Descúbrelo he dicho! –gritó él guardia barbudo mostrando que también estaba perdiendo la paciencia.
−¿Hay necesidad de tanta violencia? Es precisamente de lo que estamos huyendo. −dijo la adivina sintiéndose insultada.
−Mujer, descúbrelo ya o las flechas no fallarán esta vez.
Sin discutir, Voriana silbó un par de veces dejando a la vista el tren del circo. Había decidido que tenía que dejar el orgullo de lado y cooperar con el simio que los amenazaba, de otra manera entorpecería aún más las cosas y tiempo era con lo que menos contaban. En el carro-terraza estaban todos los integrantes del circo que habían salido a averiguar lo qué sucedía.
−¡Nadie se mueva! −dijo el guardia bajando el brazo.
−¿Puedo ir con la reina ahora? −dijo la adivina cruzándose de brazos.
−Ero, Anne… llévenla con la reina. Va en calidad de presa hasta que la reina diga lo contrario, ¿de acuerdo? Piérdanla de vista y díganle adiós a Briah. Cuando la reina haya tomado una decisión, envíen un mensajero. −dijo el general. Sin esperar más órdenes los dos chicos nombrados asintieron, se acercaron a la adivina y la tomaron del brazo para guiarla por las calles de la ciudad.
−¡Voriana! −gritaron varios desde la caravana.
−No se preocupen, no tardo. −la adivina volteó para despedirse con una sonrisa serena.
Nadie se movió de su lugar. Ambos bandos vieron como sus compañeros desaparecían en la lejanía, perdiéndose entre las calles de la negra ciudad. Asemejaban un tablero de ajedrez: las fichas blancas en el carro terraza, sin poder moverse buscando el modo de burlar a las negras que los acechaban; y las fichas negras observando atentamente a sus contrincantes con las flechas listas para cualquier acción. Los blancos no tenían mucha opción, les habían arrebatado a su reina, aunque a los negros les había costado dos piezas.
−¿Nos vamos a quedar aquí esperando? −dijo Fenez.
−Pues sí… o ¿qué sugieres? −preguntó Tallod, con temor de que en verdad propusiera algo.
−Pues… no sé… −dijo el enano.
−¡Cállense! −gritó el guardia desde abajo del tren que aún se encontraba amarrado por los hilos de luz− No van a ir a ninguna parte.
Un par de horas después el tablero seguía intacto. Nadie había movido una sola pieza de su lugar y los enanos empezaban a impacientarse como todo buen peón. Habían analizado en su mente y con la vista todas las posibilidades que tenían para bajar de la caravana y, al menos, husmear por ahí en lo que Voriana regresaba. La palabra rehén no formaba parte de su vocabulario, pero fue cuestión de tiempo para que descubrieran que sería inútil, los guardias de la ciudad estaban más que atentos a cada uno de los movimientos de las fichas contrarias, así que terminaron todos sentados alrededor de la mesa del carro terraza discutiendo sobre lo primero que les pasara por la mente y sintiéndose incómodos. Cada vez que volteaban, comprobaban asombrados que los guardias permanecían exactamente en la misma posición en la que se habían quedado desde que la adivina se había ido con los dos militares.
−¡Una luz viene hacia nosotros! −grito Bramms rompiendo el silencio que se había formado, ya que todos se encontraban viendo hacia la nada, perdidos en su propio mundo personal. Todos voltearon de inmediato a ver hacia donde señalaba el chico de fuego, unos en busca de algo para matar el aburrimiento, otros para decirle que dejara de bromear y mejor los entretuviera con algo más inteligente. Pero para su sorpresa, en efecto, una esfera de luz se acercaba a ellos a gran velocidad, ésta se detuvo justo enfrente del guardia. El hombre asintió un par de veces frente a la esfera y luego volteó a ver a sus presas.
−La reina quiere hablar con el bleizen y la enöriana. −dijo el guardia haciéndoles una seña para que bajaran del vehículo. Bajaron ambos y detrás de ellos todos los demás.
−Sólo ellos dos, los demás no bajen del tren. −dijo fulminándolos con la mirada.
−Pero… ¿y Voriana? −preguntó Karad curioso por saber si la reina los había recibido.
−¿La adivina? −dijo el guardia levantando una ceja− No se preocupen, están tomando el té, al parecer no mentía y sí eran viejas amigas.
La esfera luminosa escupió un pedazo de papel en las manos del guardia, lo leyó y luego se lo entregó a Bramms que ya estaba con ellos, al igual que Dahlia.
−Creo que es para ustedes −dijo en tono aburrido.
−¡Léela! –exigió Dahlia exaltada al ver que Bramms sólo observaba el papel y luego la volteó a ver esperando que ella lo sacara de su confusión.
Todo está bien, no se preocupen. Kali está feliz de volver a verme y tiene muchas ganas de conocer a Dahlia y a Bramms. Ya le platiqué nuestra situación y dice que ella nos puede proporcionar protección por un par de semanas en lo que localiza a un hombre que dice es experto en maldiciones. Que no nos preocupemos por nada.
Karad… Vayan buscando un buen lugar para instalarse. En un rato estamos con ustedes.
−Jaque mate −dijo Fenez mirando al guardia con una cínica expresión que claramente demostraba cuanto estaba disfrutando su victoria.
−Como sea, muévanse de aquí −dijo el guardia sin darle importancia− No estorben el paso.
−Y… ¿cómo se supone que vamos a llegar con su majestad? –Interrumpió Dahlia intrigada al ver el tamaño de la ciudad y el aspecto de todos los edificios que eran prácticamente iguales. El guardia la volteó a ver como si hubiera hecho una pregunta muy estúpida y sin decir nada sostuvo la esfera de luz entre sus manos, la aplastó y la estiró.
−Súbanse aquí −dijo bajando a la ahora plataforma brillante al nivel de sus rodillas− ella los guiará hasta el castillo.
La plataforma viajaba a tal velocidad que era imposible ponerle atención al detalle de la ciudad, de su gente o de lo que sucedía en ella. Todo lo que sus dos tripulantes alcanzaban a ver, eran grandes manchas negras con esporádicas líneas de uno u otro color que se barrían sobre ellas. Además, por lo mismo, en cada vuelta o cambio de rumbo batallaban buscando de donde agarrarse para no caerse. Especialmente Dahlia que tenía que concentrarse mucho para que su maldición no la hiciera quedarse atrás en el suelo.
La esfera aplastada se detuvo fuera de un edificio redondo y muy alto, dos guardias uniformados de negro salieron a recibirlos, pero antes de que alguno de los dos dijera palabra alguna, los guardias observaron la esfera y asintieron un par de veces como si estuvieran conversando con ella, luego volvieron a su lugar y abrieron el portón para que la plataforma pudiera continuar su camino. Dentro del edificio sí tuvieron tiempo de observar lo que sucedía dado a que su transporte había decidido avanzar mucho más despacio. Dahlia supuso que sería porque se encontraban en un espacio mucho más pequeño y se deslizaban hacía arriba, pero le hubiera gustado subir escaleras o moverse de modo más común. Nunca había estado en ninguna especie de elevador y no sabía muy bien cómo concentrarse para no caerse. Por su parte, a Bramms le hubiera gustado que la plataforma ascendiera por los pisos de aquella torre a la misma velocidad que había atravesado la ciudad. Aunque ver a Dahlia con medio cuerpo bajo el disco peleándose contra su propia maldición para mantenerse sobre la plataforma era tan cómico que compensaba la pérdida de velocidad. Para él fue uno de los viajes más divertidos que había tenido en mucho tiempo.
El vehículo hasta el último piso de la torre, y dejó caer a sus tripulantes frente a un gran portón blanco que contrastaba con la negrura de los muros del edificio.
Sin ellos encima, la esfera volvió a su forma regular y atravesó la puerta. Segundos después, se abrió por sí sola.
−¡Mis niños, pasen! −dijo la voz de Voriana tras la puerta − ¿Quieren una taza de té?
Al entrar pudieron observar que el salón donde se encontraban probablemente ocupaba todo el piso de la torre. El salón redondo estaba rodeado de paredes de cristal a través de las cuales se podía observar toda la ciudad sin problemas. La única pared negra era la que soportaba la puerta, y a su lado había un enorme librero empotrado, que almacenaba mapas, instrumentos de medición e infinidad de libros sobre Angharad, sus costumbres y demás. Había una mesa igual de descomunal en el centro del salón con mapas extendidos y pequeñas fichas sobre ellos. Las dos amigas se encontraban en una especie de terraza habitada de plantas variadas en un medio piso dentro del mismo recinto.
Dahlia y Bramms se encontraban pasmados por el tamaño de ese espacio. Encontraron las escalerillas para llegar al segundo piso después de rodear la mesa con mapas y subieron para reunirse con las mujeres que los esperaban. Voriana los recibió con un abrazo como si tuviera años de no verlos. La reina sólo los observó sin decir una palabra.
−Ella es Kali, compañera arcana desde que entramos a estudiar en la torre de Kynthelig. Ella y Bhel han sido de los mejores amigos que he tenido. −dijo la adivina orgullosa de presentar a los que eran como sus hijos. La reina de Briah era conocida por ser una mujer fría y su apariencia no le ayudaba a demostrar lo contrario. Era una mujer alta y de facciones largas, su cabello lacio y negro se perdía entre su vestido de encajes y listones negros que la envolvían como si fueran cintos. Era de piel clara, pero fuera de eso hasta sus ojos eran negros.
−Mucho gusto muchachos, siéntanse bienvenidos. −dijo la reina cálidamente. Ante sus amigos era otra cosa, más aún viejos amigos como Voriana.
−Muchas gracias −dijeron al unísono intimidados por la mujer.
−La razón de haberlos hecho venir hasta aquí es, además de ver con mis propios ojos que ustedes son como Voriana los describió, planear nuestra estrategia a seguir. Pero primero me gustaría oír sus historias. ¿Primer voluntario?
−Te… ¿tenemos tiempo para eso? −preguntó Bramms angustiado por tener que gastar un par de horas en explicar su situación y más aún por considerar que Dahlia se vería en problemas para explicar su estado y lo que sabía. Por su parte, Dahlia no dijo nada, pero tenía el mismo gesto de angustia.
−Podemos hacerlo de la manera rápida si ustedes y Voriana me dan permiso. −dijo con una sonrisa que denotaba que tenía muchas ganas de reírse pero debía mantener el comportamiento digno de una reina de la guerra.
−Si tu eres quien pareces ser, no eres bienvenida aquí −la voz de la reina sonó sólo para los oídos de Dahlia, como si le hubiera hablado con la mirada.
−¿Qué dicen? −dijo la reina esperando la respuesta de Voriana.
−A mí qué me preguntas, que ellos te digan. −dijo Voriana despreocupada dándole un sorbo a su té− Sabes que confío en que no te meterás más de lo que debes, sólo te aconsejo tener cuidado con ella, su interior es… engañoso.
−Pues, por mí no hay problema… −dijo Bramms confundido.
−Supongo que mi cabeza sabe mejor qué sucedió que yo. –dijo Dahlia intimidada por la pequeña amenaza que secretamente había recibido.
−Perfecto −dijo la mujer sentándose frente a Bramms− A ver, veamos, primero contigo.
La reina cerró los ojos, cerró la mano derecha y con el costado del puño le dio un pequeño golpe de rebote en la frente. Bramms quiso quejarse, pero cayó inconsciente antes de que pudiera pronunciar palabra. La reina se encontraba inmóvil, la única razón por la que se podía decir que seguía viva era su respiración constante.
Después de ver que no se movía por varios segundos, Dahlia miró de reojo a Voriana buscando refugio.
−¿Qué pasa mi niña? −dijo Voriana notando su preocupación.
−No… nada… sólo que… −no sabía si decirlo y arriesgarse a que Kali escuchara.
−¿Qué? ¿Pasa algo? −preguntó la adivina buscándole la mirada.
−Ella me da miedo −dijo Dahlia viéndola a los ojos. La adivina soltó una carcajada que no pudo detener.
−No te preocupes, es normal… a todos les da miedo al principio −dijo dejando su taza vacía en la mesa− Si pudiera, te daría un abrazo para hacerte sentir mejor.
−Eso es lo que me preocupa. Va estar todo bien, ¿verdad?
−Sí, no te preocupes, confía en mí.
−En ti confío hasta mi vida, pero no sé…
Bramms balbuceó algo que interrumpió su plática, de cierta manera se alegró porque hubiera sucedido. No quería decir algo de lo que se iba a arrepentir después. Fue cosa de un momento para que el joven despertara y la reina regresara a su estado normal. Dahlia se puso aún más nerviosa al notar que Bramms se veía muy pálido.
−¿Todo bien? −le preguntó la reina al chico de fuego.
−Sí… sólo necesito… tomar aire −dijo el chico sofocado− siempre me pasa esto cuando un arcano quiere algo de mi cabeza.
−Tómate un té y te sentirás mejor. −dijo la reina con una taza− Gracias por dejarme entrar.
−Después de ver lo que sucedió, creo saber dónde encajas tú −dijo la mujer girando su cuerpo para quedar de frente a Dahlia.
−¿Sí? −exclamó sorprendida olvidando los nervios− ¿Me explicas?
−Primero vamos a ver qué me dice tu interior −dijo la reina levantando el puño para hacer lo mismo que había hecho con Bramms.
La siguiente cosa que Dahlia pudo ver fue… nada. Hacía donde mirara sólo había oscuridad a su alrededor. Intentó gritar, correr, brincar, o lo que fuera que pudiera darle alguna referencia de dónde estaba, pero lo más que logró fue provocar un suave temblor que generó una nube gris que le hizo compañía en la mitad de la nada.
−Eres la mujer de la niebla, ¿no es así? −se escuchó una voz a través de la neblina
−No… no sé, pero Voriana dijo lo mismo cuando la conocí. −dijo asustada por no poder ver con quien hablaba, o más bien, por estar sola con la mujer que la había amenazado.
−¿Qué sucedió? ¿Por qué no puedo ver nada de lo que hay dentro? −preguntó la voz que sonaba confundida.
−No sé… es lo que intentamos averiguar desde que me adoptaron en el circo. −dijo la enöriana sintiéndose decepcionada, una vez más, no le podían ayudar.
−Pero… ¿eres la mujer con la que sueño? −preguntó la voz, más para sí misma que esperando respuesta de Dahlia.
−¿Es el mismo sueño de Voriana? −dijo Dahlia sin saber qué contestar− Ella cree que sí soy esa mujer, que me tiene que cuidar, que de mi dependen muchas cosas… yo no creo ser tan importante. ¿Qué tanto puedo hacer siendo intocable?
−Regresar al lugar de donde vienes, −contestó la voz como si fuera la respuesta más obvia−llevarte ese collar rojo lo más lejos de aquí y no volver jamás.
−No sé donde está y dicen que nadie puede entrar −dijo aún más decepcionada, de todas las respuestas es la última que esperaba escuchar.
−¿Ya lo intentaste? −preguntó una vez más en el mismo tono− Si lo que necesitas es un mapa, yo tengo muchos. Yo les daré uno con algunas instrucciones. Deberías intentarlo… tu casa jamás te cerrará las puertas.
−Pues… −dijo pensando en algo inteligente que responder− no, nunca lo he hecho.
−Ahí está el problema… −dijo la voz de la reina− Los mandaré con un amigo, Mannaz se llama, es experto en maldiciones… el debe saber algo, pero quiero que se vayan hoy, no puedo arriesgarme.
−¿Arriesgarse? ¿A qué? −exigió respuesta cuando notó que el negro iba hacia al blanco.
−A que tú seas la culpable de la muerte de mi hijo. −dijo la voz que se escuchó a lo lejos.
Al despertar, se sentía muy mareada y se encontró sola en la mesa. Trató de concentrarse para averiguar qué sucedía. El atardecer estaba haciendo lo suyo y ya no había mucha luz dentro del gran salón. Podía escuchar las voces de los tres que habían estado con ella antes de que cayera inconsciente. Agarró fuerzas y se acercó al balcón que dejaba ver al piso de abajo. Los tres estaban dándole la espalda, viendo algo sobre la mesa.
−¡No podemos irnos tan rápido! −dijo la adivina en voz muy alta.
−Realmente lo lamento Voriana, pero así tendrá que ser. −dijo la reina cruzada de brazos− No pueden quedarse aquí.
−¡Hace unas horas me prometiste otra cosa! −exigió la adivina molesta por no saber la razón de su cambio de parecer.
Mientras, Dahlia quiso bajar silenciosamente para meterse en su discusión, pero el ruido que hizo al bajar las escaleras interrumpió la plática de las arcanas.
−Mira, ya despertó Dahlia. −dijo la reina acercándose a la enöriana que había terminado de bajar un poco mareada− Llegas justo a tiempo, acércate a la mesa para poder explicarles.
−¿Qué sucede? −preguntó Dahlia recargándose sobre la mesa entre Bramms y Voriana. El mareo la hizo perder la concentración y traspasó la mesa cayendo al suelo.
−¿Estás bien? −le preguntaron Kali y Voriana asomando sus cabezas bajo de la mesa.
−Sí, sólo un poco mareada… ahora entiendo porqué Bramms se veía tan pálido. En un segundo estaré bien. −dijo, rascándose la cabeza.
Cuando se puso de pie y se sintió mejor, vio uno de los mapas sobre la mesa. Era un mapa de todo Angharad, pero tenía algunas lucecitas sobre él.
−Éstas son ustedes. −dijo la reina señalando un grupito de luces blancas que se encontraban en la parte izquierda superior de la isla, estaban sobre un letrerito que decía “Briah”
−Y éstas… −dijo pasando la mano sobre el mapa y cuya sombra hacía brotar otras lucecitas de color negro− son sus enemigos. Si le hacen caso, este mapa les ayudará a evitarlos.
−Y esa lucecita roja, ¿quién es? −preguntó Bramms señalando un puntito rojo brillante que se encontraba en medio de muchos negros.
−Mannaz, un amigo mío… −dijo la reina volteando a ver a Dahlia− No conozco a nadie que sepa más de maldiciones que él. Vayan antes de que se mueva de lugar.
−Ese pueblo está camino a Kynthelig, ¿verdad? −Voriana veía el mapa molesta.
−Sí… ¿por qué? −dijo la reina al no entender qué tenía que ver eso con su amigo.
−No vamos a llegar, se lo van a llevar antes de que lleguemos. −dijo la adivina sin despegar la vista del mapa.
−Vamos no seas pesimista −Kali intentó animarla.
−No es eso… iremos, tenemos que hacerlo, no podemos perder la oportunidad… pero el Viento no cree que alcancemos a llegar. −dijo poniendo la mano encima de la bolita roja y haciéndola cambiar de color a azul.
−¿Qué hiciste? −preguntó Bramms.
−Darnos un poco de tiempo −contestó volteándolo a ver con una sonrisa traviesa.
−Muy bien chicos, vámonos, aquí no somos bien apreciados −dijo la adivina doblando el mapa hasta quedar hecho un cuadrito que cabía bajo su brazo.
−¡Ay! no digas eso Voriana, tú sabes que eres bienvenida −dijo la reina disculpándose, sabía exactamente a lo que la adivina se refería.
−Sí, sé que yo lo soy, pero al parecer algunos de los míos no −dijo mirándola con una mirada más fría que la suya.
−Y no tienes que sentirte mal por eso, Dahlia −le dijo a la enöriana mentalmente cuando noto su cara de preocupación.
−Hasta luego Kali, que tengas buen día. −dijo la adivina dándole la espalda para salir del gran salón. Dahlia y Bramms se voltearon a ver, encogieron de hombros en reacción a la rápida faena de la adivina, le hicieron una seña de perdón a la reina y siguieron a Voriana en silencio.
La puerta se cerró dejándola sola con sus mapas y la noche.
−Hasta luego… −dijo Kali viendo la puerta cerrada− Perdón.
February 10, 2016
El color de nuestro nombre
Alguna vez fuimos uno. O al menos teníamos el mismo nombre.
A ti te gustaba creer que eso había creado entre nosotros un vínculo irrompible que siempre nos mantendría juntos, que siempre encontraría la manera de juntarnos cuando estuviéramos lejos. Incluso la leyenda de un listón del color de la sangre que en teoría une a las personas del meñique te hizo creer que tus ideas tenían más fuerza. Decías que nuestro listón era especial porque nos unía del pecho, del corazón.
Éramos unos niños con apenas un dígito en nuestra edad.
Tú te preocupabas por las conexiones personales, por hacer y convertir lo que pasaba por tu cabeza en la nueva aventura. Yo estaba preocupado por controlar mis súper poderes, por controlar la lluvia, el viento, el color de los semáforos y adivinar quién tocaba a la puerta antes de abrirla.
Un día no pude adivinar qué era lo que sucedía, te convertiste en tormenta y por más que intentaba no podía evitar que dejaras de llover. Entre los sollozos decías que se iban a ir lejos, cuestiones familiares. Dijiste que me amabas y que el color de nuestro nombre nos volvería a juntar algún día.
Desde entonces los días son grises.
El tiempo pasó y la toalla alrededor del cuello ya no amarraba tan bien. La capa me empezó a quedar chica. Cada vez me perdía más lejos de casa, aunque estuviera en mi propio cuarto. Necesitaba una excusa para viajar, para seguir creyendo, para aún tener esa magia. Para encontrarte. Fue cuando aprendí a actuar y a contar historias.
–Déjalo, los niños tienen derecho a soñar –le decía mi madre a mi padre cuando quería regañarme por estar inventando días en los que los dragones habían creado todo esto, por explicarle a mi hermano pequeño que para conseguir que le bajara el tarro de galletas de la alacena primero tenía que conseguir la flor dorada que crecía en el bosque en la noche más oscura del año, custodiada por una parvada de colibrís que utilizaban el néctar de dicha flor para despertar a su reina del sueño que cada seis meses la obligaba a abandonar a su súbditos.
Entonces, años después, sentí un tirón del pecho. El teatro se había convertido en mi vida. Estaba listo para cumplir mi más grande deseo: saber que existes. Que no fuiste un cachito de mi imaginación infantil. Que mis súper poderes aún funcionan.
Una vez más mi padre quiso detenerme.
-A los adultos no se nos permite soñar -me dijo con una tristeza profunda acuchillando todo lo que deseaba desde dentro.
Recluté a gente que viajara conmigo, gente que tenía un propósito, similar. Lo había de todo. Nuestra estrella era una chica que buscaba ser vista. Con ellos viajé a donde mi nombre me llevara, a donde el jalón del pecho se sintiera más fuerte. Llevé mi obra a todos los ojos posibles que pudieran entender lo que quería. Fui recolectando pistas que estaba seguro venían de tu parte. Que tú también tenías la misión de encontrarme. Incluso a veces podía ver el listón salir de mi pecho y extenderse a lo lejos hasta perderse en el horizonte. Algunas veces pensé haberte visto en otros ojos, otras veces pensé que no te encontraría. Muchas veces me di por vencido. Muchas veces me cerraron la puerta en la cara. Y una vez en especial el tren del teatro se estrelló cerca de un pueblo donde pretendíamos instalarnos.
Ahí lo perdí todo. Me rompí por completo y luego lo dejé ir. Con los años había aprendido que si alguien o algo jugaban a perderte, lo más sensato era dejarlo ganar.
Me quedé a vivir en el pueblo, tratando de sobrellevar la vida y tragedia que eso acarreaba. Me olvidé de todo por un tiempo, lo mejor que pasaba en mis semanas eran los días que decidía perderme en el bosque hasta encontrar un buen árbol donde sentarme a descansar. Ahí en el bosque a veces sentía el pecho caliente, como si me abrazaras.
Una vez, bajo el árbol más grande que había encontrado jamás me quedé dormido mientras leía. Soñé con un hombre que tenía los círculos de la edad de un árbol tatuados en los brazos.
–Mírate nada más, el soñador perdió sus súper poderes –dijo aquél hombre en tono de regaño. Casi podía jurar que tenía la voz de mi padre– como si a los súper héroes no se nos permitiera amar.
Al despertar regresé al pueblo con aquella frase retumbando en mi cabeza.
Me senté a comer en una taberna en la que con el tiempo se había convertido en mi segundo hogar y admiré a los comensales. Algo había diferente ahí. Me puse a escuchar conversaciones ajenas, que si la noche anterior, que si la vecina y en la mesa contigua un hombre hablaba sobre sacarle provecho monetario a los deseos más íntimos de las personas.
La camarera me llamó por mi nombre y me sacó del trance en que había estado. Hace mucho que nadie me llamaba por ese nombre. Sin decirle nada me paré, sonreí y me salí del lugar. El pecho me estaba jalando de nuevo, más fuerte que nunca. O quizá sólo había olvidado cómo se sentía. Me sentí como un tonto dejándome llevar por aquella sensación. Caminando sin rumbo por aquí, dando la vuelta por allá, mirando al frente como si supera lo que había más allá.
Claro que lo sabía.
Había escuchado los rumores del gran reloj en el bosque y el edificio que se estaba construyendo ahí. “Es un lugar mágico” suelen decir. “Todo lo que quieres que pase, sucede si lo deseas con fuerza a la hora correcta”. Los años y la pérdida de mi capa me habían llenado de apatía. Las aventuras siempre fueron lo tuyo, no lo mío. Sin embargo aquél coloso a medio construir era ciertamente algo en lo que podría perder una gran cantidad de tiempo admirando. Avancé hasta la estatua que habían construido en el centro y abandoné el edificio por unos momentos, algo en ella se me hacía familiar. Me senté a sus pies a continuar mi contemplación del edificio.
Sonreí de oreja a oreja. Recordé la última vez que adiviné quién tocaba la puerta.
–¿Por qué te tardaste tanto? –le dije a unos pasos que escuché a mi espalda.
–Pues tú que te escondes, Rojo –dijiste al sentarte a mi lado.
Ahora que sé que existes no quiero menos.
February 5, 2016
La primer vuelta al sol y un regalo
Hoy, hace un año, inicié esto de contarles historias a la luz del Quinqué.
Por esa misma razón algunos de los protagonistas de lo que se cuenta aquí en los inicios del bosque, allá en el Circo del Alma, en La canción sobre las tierras verdes, en la Voz de Papel o en la librería donde empezó todo, vienen a compartir una rebanada de pastel en forma de Wallpaper.
Entre lo que tengo planeado para éste mes también yo tengo algo de lo que viene éste año para ustedes 
En la ciudad de Allá Lejos hay un café donde se reúne mucho talento con ganas de comerse al mundo. Tristán, el dueño del Café de Nadie, dedica su vida a apoyar a la gente para construya su camino hacia lo que desean, la historia del café se centra en un grupito de creadores, una desaparición y el descubrimiento de que el arte y la magia pueden llegar a ser una misma cosa.
Aquí les dejo el primer capítulo a cambio de que me regalen un tuit o una publicación de facebook
Espero lo disfruten y el café se vuelva unos de esos lugares favoritos donde a uno se le pasa el tiempo como si no existiera, bienvenidos.
A los patrones que se han preguntado para qué sirven los puntos que han acumulado a través del año con sus aportaciones de Patreon, en unos días les traeré una sorpresa, estén atentos 
¡Muchas gracias a todos por prestarle sus ojos y sus oídos a lo que aquí se cuenta!
Cuando los días vuelvan a dar la vuelta nos vemos a ver por acá, ¿va?
January 30, 2016
El reloj de arena
¿Cuántas veces has escuchado que el bosque es peligroso, que no te salgas del camino, que la gente se pierde ahí dentro, que la tragedia te va a encontrar si lo intentas atravesar de noche?
De todas esas veces, cuántas tragedias han caído sobre sus víctimas por quien iba pasando, por los caminos cruzados de uno, dos o tres destinos o por una mujer que no soporta ver espacios donde la humanidad no tiene control.
Lo que quiero dejar claro es que la culpa no es mía sino de quien se esconde donde puedan decir que la maldad es ajena.
Por eso hice lo que hice antes de ser bosque, por eso soy quien soy.
Cuando las horas transcurrían y el tiempo podía contarse en años Hilda me declaró la guerra y muchos de los que fuimos bosque peleamos por defendernos, peleamos por no dejar que ganara su ambición de destruir nuestra libertad de saber aquí se vive mejor.
Y todo porque ella no quería escucharse ni a si misma, porque me obligó encerrarlo todo en una burbuja que evitara la destrucción, porque juzgó la soledad del bosque a la par de la suya propia; confundir una soledad con la otra fue como querer decirle luna al sol. Hizo mal en comparar lo terrible de no poder evitar el tener que escuchar sus pensamientos que llegaban a acompañarla cuando estaba sola con su persona a tener que escuchar al viento enredarse entre las hojas, al río correr con prisa y a todo lo verde abrazar a quienes viven aquí adentro.
Aunque entiendo que si no hablas bosque, todo lo que digo te parezca inteligible.
Desde que le di mi corazón al bosque y el tiempo se detuvo comprendí toda la verdad que había detrás de lo que por mucho tiempo fue un saludo y una marca de complicidad: Aquí no estamos solos.
Desde aquí, desde cada rama, cada hoja, cada roca y cada pedazo de musgo puedo verlo todo y esperar el momento en el que llegarían quienes nos regresarán el amanecer. Aunque yo nunca vuelva a ser la misma, aunque eso le de la libertad a mi hermana de despertar y darse cuenta que el bosque aún está aquí, de atacar y de querer volver a matar la soledad que vive en ella.
Y desde aquí los vi llegar.
Desde aquí reverdecí de gusto al verlos tomar la llave de la mujer que fui y ver que tienen un plan para regresar el tiempo y que todo el bosque que soy pueda volver a vivir.
Desde aquí me preocupa la oscuridad que ha crecido en el pueblo con todo el resentimiento y odio que ha echado raíces en mi hermana desde el exilio del tiempo.
Los veo dudar.
Discuten.
Si lo que escucho que dicen es cierto, la situación es como un reloj de arena. De un lado está con vida la ciudad del tiempo de donde provienen y de éste otro lado está todo lo que está detenido en el pasado. ¿Qué va a suceder cuando volteen el reloj y la arena de un lado empiece a caer en el otro?
Iscariote argumenta que si los cuervos no han podido hacer nada por salvar lo que quedó congelado, ¿qué pueden lograr dos humanos, un hechicero y un poco de tinta hecha conciencia?
Los tres dicen que si afuera el bosque no existe porque la ciudad creció entonces no van a ganar. Tobías argumenta que algo debe de haber sucedido porque si la ciudad existe allá es porque el tiempo volvió a avanzar de éste lado.
Augusto se desespera de que si no encuentran pronto la manera de salvarme a mi y al bosque, toda la magia morirá y ¿entonces cuál es el beneficio de volver a vivir?
¿Vamos a perder contra mi hermana, verdad?
La incertidumbre me carcome como a ellos el miedo los inunda.
Pero el niño de tinta que llamo hijo insiste que alguien tiene que romper la burbuja y dejar que la vida suceda.
January 25, 2016
Por tu sonrisa y la mía
Hace un año empecé con la locura de escribir aquí por las ganas de contar cuentos y vidas de otros mundos con la intención de hacer sus días más llevaderos esperando tener un poco de suerte y dejarles una que otra sonrisa en sus caras al pasar un rato con mis letras. Lo empecé con la intención de hacer un juego de palabras entre lo que escribo y lo que ustedes leen. No sobra decir que la respuesta ha sido muy cariñosa e incluso algunos se han acercado con la intención de saber cómo apoyar para que siga habiendo historias con qué alimentar sus ganas de más mundos. De eso es de lo que vengo a hablar hoy y es algo a lo que siempre contesto que hay muchas maneras, que no hay por qué sentirse mal de que sea lo que pueda ser, los poquitos hacen mucho cuando se juntan y siempre, sin falta, son muy agradecidos y se recuerdan con mucho cariño.
Una forma sencilla es correr la voz de lo que lees, comentarlo, recomendarlo, unirte a las fan pages, participar, compartir y hacerlo llegar a más gente en una especie de bola de nieve que llegue más allá de éste teclado y el círculo de bocas que nos rodean.
Otra manera que me han interrogado bastante al no entender su función o cómo es que ayudar a quien hace cosas como yo es la que vengo aquí a explicar, así es cómo funciona la magia sin que sea una carga o un desgaste y todos seamos felices de un lado y del otro.
Dicho de otra forma:
¿Cuál es el sentido y el chiste de Patreon?
Para eso tengo que decir antes que a mí, en lo personal, me gusta que la gente lea por gusto y, si se puede, gratis. Que esté al alcance de las manos, los ojos y el interés de quien quiera y que el apoyo de los lectores sea como mejor le parezca y les acomode. Por esa misma razón tengo desde las arcaicas épocas del livejournal y blogspot y demás terrenos desolados del 2001 contando las desventuras desde ahí hasta las actuales tierras del Twitter, Facebook y WordPress.
Así es que gracias a los patrones / mecenas / fondeadores / suscriptores o como quieran llamarles hemos llegado a un año de crear historias, de organizar eventos, de imprimir y de viajar para vernos las caras y hacer repartición de ejemplares.
Esto es lo que Patreon es; una oportunidad de crear para ustedes sin intermediarios. Tener la seguridad de tener los fondos para trabajar sin depender de las limitantes de una agencia, una editorial, una marca y tener la libertad de entregarles algo de calidad con el corazón intacto, sin haber sido trasquilado por la preocupación de qué es lo que vende.
Es, realmente, un gran alivio poder trabajar de ésta manera.
¿Cómo funciona?
Es exageradamente sencillo, de verdad, más de lo que crees.
Es como una alcancía de cochinito. Tú le echas una moneda, otro le echa otra y así poco a poco y más con qué hacer cosas.
Con muchos poquitos se va haciendo un gran mucho y a inicio de mes lo puedo vaciar para costear lo que se quiera llevar acabo.
Así de simple.
Así que si les gusta lo que leen aquí o lo que han leído y les sobra un dolar al mes, échenselo al cochinito acá.
No tiene que ser más (a menos de que quieran y no les afecte el bolsillo, pues), ni tienen que esperar a que puedan echarle más. Si uno es todo lo que se puede uno es UN CHINGO, entre muchos “unos” se hace un montoncito y Patreon hace un solo cargo a fin de mes y me lo transfiere un par de días después.
Y a mi la verdad me aliviana mucho la vida.
¿En qué lo uso?
· Muchos de ustedes ya fueron testigo de todo lo que se pudo lograr para Voz de Papel.
· Con un cochinito un poquito más regordete podríamos hacer cosas mucho mejores, sin necesidad de hacerles campaña y demás faramalla.
· Podríamos hacer más colaboraciones y pagarle a quien preste su trabajo.
· Puedo mantener la página libre de publicidad y esas cosas que estorban.
· Podríamos llegar a crear más allá de lo que podemos imaginar y encontrarnos cara a cara en más eventos.
· Y lo podemos hacer en conjunto, eso es lo más padre.
Como un Patrón estás apoyando a mi trabajo, recibes correos de vez en cuando, opiniones sobre lo que sucede alrededor de lo que escribo, una que otra sorpresa que les regalo (ebooks, impresiones, posters, pines y cositas así) en agradecimiento a todo su apoyo porque sin ustedes esto no sería todo lo que es.
Finalmente es una manera sustentable de crear y con ello puedo concentrarme en hacer y buscar la mejor manera de hacer que su corazón lata más rápido, de poner una sonrisa en su rostro cada vez más grande, de emocionarlos y de que de vez en cuando se preocupen por el paradero de quienes viven en estos otros mundos que mis letras reflejan.
Yo creo que juntos podemos llegar muy lejos, espero poder lograr que crean en mi como yo creo en ustedes. Aunque sea un poco.
January 20, 2016
XII · Tercera llamada, tercera
−Oye… oye… −la voz de un niño resonaba cerca− ¿Estás bien?
El timbre le era muy familiar, pero por más que lo intentaba no podía asociarlo a una cara. Abrir los ojos le estaba costando mucho trabajo.
−Dahlia… ¿estás bien? −insistió la infantil voz.
−¿Quién… eres? −murmuró la enöriana en cuanto logró recuperar su vista. Se descubrió a sí misma recostada en un amplio jardín. Para su sorpresa, podía sentir el roce y la frescura del pasto en su cara.
−¿Cómo que quién soy? −dijo el niño exasperado arrodillándose frente a ella extendiendo los brazos como si la fuera a abrazar. ¡Soy yo!
−Hola Yo, mucho gusto… −dijo ella levantándose poco a poco hasta terminar sentada sobre el césped− ¿Cómo sabes quién soy?
El niño no contestó, una de sus manos tapaba su cara en señal de frustración.
−¿Qué pasa? ¿Te sientes bien? −la preocupación ahora era de Dahlia en relación con el pequeño. Mientras esperaba una respuesta se detuvo a examinarlo con la vista. Era alguien como ella, tenía la piel gris, las orejas largas, y el pelo, aunque él lo llevaba muy corto, también era blanco y nebuloso− Do… ¿dónde estamos?
−Una pregunta a la vez, ¿va? −dijo el niño impaciente. Cuando descubrió su cara, el verde tan claro de sus ojos la cautivó, sabía que había visto esos ojos en algún lado.
−Supongo… −se contuvo de hacerle todas las preguntas que vivían dentro de ella y querían respuesta.
−Bien. −dijo el niño poniéndose de pie y extendiéndole una mano− Ven, te enseñaré algo, para que sepas dónde estamos.
El pequeño la guió en silencio hasta el fin del jardín. Era un jardín volador, debajo de él habitaba una espesa niebla que no dejaba ver si existía algo más debajo. A la altura del jardín a lo lejos, se podía ver un castillo gris en ruinas.
−¿Qué hay ahí abajo? −dijo la enöriana sintiendo vértigo por no saber qué tan lejos se encontraba de suelo firme.
−Había, querrás decir. −dijo él viéndola a los ojos.
−¿Había? ¿Ya no hay nada? O sea que si te caes… ¿caerás infinitamente? −cuestionó ella atemorizada clavando nuevamente su mirada en la niebla. El vértigo se hizo más intenso.
−Aquí, en tus sueños, no… ya no hay nada. −dijo mirando a la niebla.
−¿Qué había? −pregunto mientras volteaba buscando la mirada del niño, pero advirtió que empezaba a desaparecer, no sólo él, todo el jardín estaba siendo tragado por la niebla.
−Tu ciudad… −dijo la niebla que la envolvía.
Despertó de un sobresalto, había sentido como si se hubiera caído de aquel jardín y algo abajo la jalara con tal fuerza, que la había despertado de golpe. La cabeza le punzaba y el estómago le dolía. El cuarto que la rodeaba no era el suyo, sin embargo, extrañamente podía sentir la textura de las sabanas sobre las que estaba recostada. Era un cuarto más grande que el suyo y había otra cama además de la suya y alguien en ella. Miró hacia al techo esperando respuesta y vio el colguije que regularmente se encontraba en su cuarto. Eso explicaba sus sensaciones: Voriana le había revelado alguna vez que esa pequeña piedra era la que la que hacía que pudiera tocar los objetos que estuvieran en su espacio, sin embargo jamás le dijo de dónde había salido o cómo la había conseguido. Ya habían discutido sobre sus bondades en más de una ocasión, pues Dahlia abrigaba la esperanza de que si se la colgaba, podría hacerse una persona normal que podía tocar, como todo mundo, pero Voriana explicó que la piedra no funcionaba de esa manera, la maldición o lo que sea pesara sobre la enöriana era tan fuerte que colgado de su cuello se hacía como ella. La pequeña bolita con una estrella dentro se dejó mecer por el viento que entraba por la ventana como si estuviera saludando a su compañera. Dahlia agarró fuerzas para sentarse y un dolor punzante la atacó en el estómago. ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era que corría para salvar a Bramms.
El bulto que estaba en la otra cama se movió y reconoció que era el chico de fuego.
−Bramms… ¿estás bien? −preguntó ella desde su cama. El chico no respondió ya que estaba en un profundo sueño. Llevaba vendado un brazo y todo el pecho. Al verlo así, recordó el dolor en su estómago que aún le punzaba y notó que ella también estaba vendada. Intentó ponerse de pie, pero el solo hecho de hacer fuerza para levantarse hizo que el dolor se avivara, era un ardor frío, como si una parte de su estómago se hubiera congelado y quisiera invadir el resto de su cuerpo. Estaba sentada en la orilla de la cama con las manos sobre la herida y doblándose de dolor, cuando la puerta del cuarto rugió anunciando que alguien entraría.
−¡No no! ¡No se ponga de pie todavía señorita! −dijo una mujer de edad muy avanzada que entraba con ropa holgada y una bandeja con varios recipientes.
−Al cabo que ni quería. −dijo molesta volviéndose a acomodar en la cama con cuidado de no lastimarse.
−¿Quiere algo de comer? −preguntó mientras le acercaba la bandeja con intención de abrirle el apetito. Ésta contenía un par de jugos, leche y panecillos con varios tipos de relleno.
−Por… co… co… −tartamudeó sorprendida− ¿Cómo supo que estaba despierta?
−No sabía −dijo la mujer acomodándole la bandeja en las piernas al ver que Dahlia no le separaba la vista a los panecillos. −La señora Voriana me mandó traerte comida, dijo que hoy estarías hambrienta y que más tarde vendría a visitarte.
−Ya veo −dijo para sí− Disculpe, ¿sabe cuánto tiempo llevaba inconsciente?
−No mucho −dijo la viejecita sacando un par de botes de un buró a lado de la cama− Hace dos días llegaron aquí, yo esperaba que estuvieras fuera de juego tres o cuatro días más. Aunque tu herida no está tan profunda como la de él.
−¡Bramms! ¿Estará bien? −preguntó consternada. Pasar el bocado de panecillo con frutas le había costado trabajo al escuchar sobre las heridas de su amigo.
−Sí −dijo la curandera tranquilamente mientras sacaba un par de vendas de uno de los botes− Me preocupas más tú. Él es de fuego, cuando su ser se estabilice puede avivar su llama y evaporar el hielo que su atacante le dejó dentro. Pero tú no tienes defensas contra eso. ¿Me dejas revisar tu herida?
−¡Por favor! −dijo haciendo la bandeja a un lado para que la anciana pudiera quitarle los vendajes. Al escuchar sobre su estado se había puesto más pálida de lo que ya de por sí era su azulada piel. Le preocupaba su estado, pero le daba más curiosidad saber cómo es que había logrado ser herida, se preguntaba si sería posible que hubiera recobrado su capacidad de tocar y ser tocada.
Al ver su cuerpo descubierto, comprobó lo que había sentido, la herida había congelado parte de su cuerpo, lucía como una gran cicatriz de un azul más oscuro que el de su piel. La anciana no la tocaba para nada, sólo mantenía sus manos abiertas, estaban a unos centímetros de la herida y con los ojos cerrados murmuraba algunas palabras en el mismo idioma raro que Voriana solía usar cuando decretaba algún hecho arcano. Aunque había una diferencia notable; el modo de entonarlo de esta mujer no sonaba como el silbar del viento que producía la adivina del circo, era más como el tarareo de una canción de cuna.
Un brillo tenue salía de las manos de la mujer y se intensificaba con algunas palabras, pareciera que seguía el ritmo del canturreo. Dahlia se encontraba tan hipnotizada por él compás de aquel fulgor que no se había dado cuenta que le proporcionaba un calor que apaciguaba el dolor y su cabeza.
−Listo. −dijo la mujer, abriendo los ojos y quitando las manos para observar la herida− Si sigues así, mañana o pasado estarás como nueva.
−¡Muchas gracias! −dijo la enöriana que todavía no separaba la vista de donde había estado el brillo que le había provocado aquel trance.
−No hay de qué pequeña, es mi trabajo. −dijo pasando la mano por la nube blanca de su pelo, que se expandía en muchas direcciones después de haber estado dormida tanto tiempo− Sólo resta descansar.
−Supongo que lo haré, no creo que pueda hacer otra cosa −dijo acercándose la bandeja de nuevo para seguir comiendo.
La mujer hizo lo mismo que había hecho con ella en las heridas de Bramms antes de retirarse del cuarto. Las heridas de Bramms no se veían como una cicatriz sólida. Eran más… aguadas, como manchas acuosas.
Estar sola y sin poder moverse, le dejaba mucho tiempo para pensar y hacía que el día transcurriera más lento de lo normal. No quería que nadie más saliera herido por su culpa, aunque realmente no sabía si era su culpa. No quería estar en peligro, ni causar problemas al circo, su mente empezaba a acariciar la idea de alejarse, de huir a escondidas, de volver a Enör aunque fuera impenetrable. Pero oportunamente Voriana llegó a hacerle compañía junto con el atardecer e hizo desaparecer esas ideas. No había olvidado la sensación de que por su culpa estaban todos en peligro, pero no podía negar que sin Voriana muy probablemente ya estaría muerta. Le contó su sueño y de los jardines voladores, pero la adivina no quiso dar rienda suelta a ese tema, como si no quisiera prestarle atención a algo que para Dahlia era importante. La escuchó atentamente, pero en respuesta sólo le dijo que, si eso la hacía sentir tranquila, le contara la próxima vez que soñara con eso. A Dahlia le sorprendió el comentario ya que no le gustaría volver a soñar con eso, el sólo hecho de recordarlo le daba miedo.
El circo se había preocupado por desmontar todo y empacar con calma en lo que la curandera daba de alta a sus dos pacientes. Así que para cuando Dahlia y Bramms estuvieron en condiciones de viajar, ya no había mucho que hacer en ese lugar. Todos recibieron con mucha alegría a los recién recuperados, esa noche sirvieron una buena cena sobre la mesa del vagón de la caravana. Dahlia se sentía tan feliz de estar de vuelta, que no le importó que la cicatriz en su estómago no desapareció. Sin embargo los enanos que trabajaban como costureros no estaban del todo contentos, se habían enfrascado en un debate en torno al traje de Dahlia, pues tendrían que rediseñarlo para que no dejara ver la cicatriz. Del otro lado de la gran mesa, lejos de la discusión de los enanos, Voriana se puso de pie con un papel en la mano.
−¡Mis niños! –dijo dando un golpecito en la mesa para llamar su atención, una vez conseguida, volvió a hablar− Primero, bienvenidos de regreso Bramms y Dahlia, nos da mucho gusto tenerlos de regreso. Lo que sucedió hace unos días no fue algo que deba tomarse a la ligera. El gremio de Bleizig se ha enterado que su prófugo está con nosotros y al parecer no van a detenerse hasta que lo tengan entre sus manos. Creo que el ataque de Izu nos dejó bien claro eso.
−¿Dónde está Izu? ¿Escapó? −preguntó Bramms impaciente.
−Bramms… −dijo Voriana, pero se interrumpió a sí misma para pensar lo que iba a decir, no sabía si iba a ser capaz de contarle lo sucedido, la historia aún la entristecía. Un silenció cundió en el lugar que segundos atrás había estado de fiesta. Voriana era la única que sabía lo que realmente había pasado con el ser de hielo, había cumplido su promesa y no le contó a nadie por qué los había atacado, pero todos menos Bramms sabían que había muerto.
−¿Qué pasó? ¡Dime! −gritó el ser de fuego que empezaba a prenderse de preocupación.
−Él… no pudo… −dijo mirándolo con ojos de tristeza− ¿Podemos hablar de esto más tarde?
−¡No! −dijo él con los ojos llorosos− ¡Él era el más fuerte de nosotros!
−Lo sé, vi dentro de él −dijo la arcana sintiéndose culpable− Antes de morir me pidió que hiciera lo posible para que lo disculparas. No era su intención hacerte daño, pero no tenía otra opción. Lo lamento mucho Bramms.
−Ese estúpido gremio… ¡Me la van a pagar! −dijo poniéndose de pie golpeando la mesa.
−Bramms, te necesitamos aquí. Izu intentó prevenirte de buscar venganza. −dijo la adivina con voz imponente.
−Pero… ¿y si atrapan a los demás? −dijo con lágrimas de coraje evaporándose en sus ojos. La mesa empezó a humear bajo su mano.
−Sabrán defenderse, ¿no? Son tus amigos, no dudo que sean tan buenos como tú y como él. –dijo ella tratando de sonar convincente, pero la verdad es que no se había convencido ni a ella misma− Además, si te vas, ¿quién va a proteger a Dahlia cuando envíen a alguien más?
−¿A mí por qué? −dijo Dahlia que no se le había ocurrido que ella tuviera que ver en esa historia hasta que recordó la plática que habían tenido en la cabaña de Ellioth.
−Lamentablemente, los archivos que Bramms desapareció tenían que ver con los tratados de Enör, que seas la única enöriana fuera de la ciudad en estos momentos, te convierte en el blanco perfecto, querrán saber porqué es impenetrable. No sé si el Gremio sabe qué pasó o no, pero que se preocupe tanto por saber… o por esconderlo, no puede significar nada bueno. Ellos no saben toda tu historia, así que harán hasta lo imposible por sacarte información o hacerte callar para siempre y…
−Y no voy a dejar que eso suceda. −completó Bramms volteando a verla.
−Pe… es que… −realmente Dahlia no sabía qué decir, no quería quedarse sin familia de nuevo− No quiero que se pongan en peligro por mi culpa.
−Cariño −dijo Voriana con una sonrisa sarcástica−, es inevitable. Si no te protegemos, el mundo entero estará en peligro y no será tu culpa, será la nuestra por no haberte cuidado.
−Pero… ¡no puedo quedarme sentada viendo como arriesgan su vida! ¡Ni que yo importara tanto! −levantó la voz casi maldiciendo− ¡Son muchos en nuestra contra y mucho más armados que nosotros!
−Tiene un punto ahí −dijo el Fenez metiéndose en la discusión− ¿Planeas que un pequeño circo peleé contra todo un ejército entrenado?
−Sí −dijo Voriana con una sonrisa pícara e infantil, dejando claro que para ella todo el asunto parecía ser como una gran travesura.
−Estás loca −dijo Fenez− ¿Cuál es tu plan? ¿No puedes preguntarle qué sucedió a esos que te chismean las cosas del mundo?
Esos tienen su nombre, Fenez. –dijo la adivina riéndose de la forma en se refirió a sus “informantes”− No, no puedo y esa es una de las razones que me hacen temer por nuestras vidas y tomar tantas precauciones. Ni el Éter, ni el Viento saben qué está sucediendo, lo cual ya es bastante grave de por sí. Sólo sé que tenemos que cuidar a Dahlia a toda costa. Por eso quiero proponer que la siguiente locación del circo sea Briah.
−¿Por qué ahí? −preguntó Karad.
−Quiero hablar con Kali, la reina de la negra Briah. Es la hermana de un viejo amigo, no puede negarse a ayudarnos, me debe un par de favores. Es experta en estrategias de guerra, de algo debe servir. −dijo Voriana tranquilamente− Además, por si esto no fuera razón suficiente, la última vez que el circo se presentó ahí, nos fue muy bien.
−Eso es cierto. –dijo Karad pensando en las ganancias.
−¿Están pensando en dinero en momentos como éste? −preguntó Menez bastante molesto.
−¿Quieres seguir comiendo la cantidad insana de comida que tú y los tuyos consumen? −le respondió Karad.
−Bueno bueno… no nos desviemos del tema. −los interrumpió Voriana antes de que los demás enanos se sumaran a la discusión− Mañana partimos hacia Briah y a partir de entonces la caravana viajará con un decreto de invisibilidad. Eso nos protegerá mientras viajamos siempre y cuando el Gremio no tenga entre sus miembros a alguien que pueda ver lo invisible, lo cual es poco probable, a cómo veo las cosas.
−¡Ay! Ni que fueran a estar buscando en cada esquina. −rezongó Fenez.
−Sí lo están haciendo, ¿Quieres comprobarlo? −dijo Voriana enseñando el papel que traía en la mano desde que se puso de pie− Es la primera carta de Ellioth, se las leeré en voz alta por petición suya:
Hola Voriana, como prometí aquí está mi primera carta, ¿podrías leerla cuando todos estén presentes? Me gustaría que supieran de mí. ¡Gracias!
¡Hola cirqueros del alma! ¿Cómo están? Espero que bien. Estoy en la aldea de Zhür, si alguno de ustedes la conoce sabrá que lo bonita que es. Dentro de unos días planeo visitar a los Solethenses que viven cerca de aquí, se han ganado la reputación de ser muy sabios y quizá ellos sepan algo sobre Alieth.
La dueña del lugar donde me hospedo y desde donde estoy escribiendo esta carta me ofreció montar una exposición con mis pinturas en una pequeña galería, yo estoy muy contento con la idea porque tendré oportunidad de conocer a mucha gente, tal vez alguien haya visto a mi mujer y la reconozca en uno de mis cuadros.
Todo marcha bien, lo único que me desagrada de este lugar es que lo rondan un grupo grande de gente uniformada de blanco, ya estaban aquí cuando llegué. Durante todo el camino vi algunos, pero aquí hay muchos, demasiados para mi gusto. Los lugareños dicen que son militares de Bleizig, parecen estar buscando algo, están en las calles, en el mercado, en todas partes te los encuentras, pero en las principales entradas del pueblo están registrando a todos y cada uno de los que entran o salen ¿por allá también? ¿Siguen en Wynn o ya se fueron? Yo espero que pronto se vayan porque, la verdad, incomodan bastante en un pueblo tan tranquilo donde realmente no pasa nada.
Pero bueno… por lo pronto me despido. Cuando tenga más noticias volveré a escribirles. A ustedes ¿Cómo les ha ido en la gira? Quiero saberlo todo.
Les mando muchos saludos y un abrazo muy grande para todos.
Cuídense.
Ellioth
La adivina dobló la hoja de papel por la mitad y la dejó sobre la mesa sin decir nada, esperaba que uno de sus hijos postizos dijera lo que fuera.
−Es bueno saber que está bien, −dijo Dahlia con alegría, ignorando la información sobre las actividades de la milicia de Bleizig. Al parecer todos reaccionaron de manera similar, de alguna una manera la carta había logrado relajar la tensión que se había generado, saber el paradero de su amigo los animó.
−Entonces… ¿estamos juntos en esto? −retomó el tema Voriana− Los que no quieran arriesgarse, están a tiempo de irse, nada los detiene y no habrá rencor si deciden separarse.
−¡Por supuesto que estoy dentro! −dijo Bramms en grito de guerra− Hagamos que se arrepientan de haberse metido con el Circo del Alma.
−¡SIIIIIIIIIIIIIII! −Gritaron efusivamente todos los enanos al unísono, más en respuesta a Bramms que a la adivina.
−Cuentan conmigo. −dijo Tallod que se había mantenido expectante durante el discurso.
−Sabes que yo te sigo a donde vayas, Voriana. −dijo Karad.
−Si puedo hacer cualquier cosa, díganme. No quiero sentirme la inútil del grupo. −dijo Dahlia, odiaba sentirse la damisela en peligro.
−Pues por lo pronto vayamos a descansar, que mañana nos espera un largo día. −dijo Voriana feliz de saber que podía contar con su pequeña familia.
Todos se fueron a sus cuartos para descansar y alistarse para lo que venía. Fuera del circo esa noche fue silenciosa y tranquila como ninguna, como la calma antes de la tormenta. Hasta los sueños decidieron descansar y no molestar a ninguno de los integrantes.


