Ian Colin Roditi's Blog, page 6

September 20, 2016

XX · Sólo ceniza

Total, no tengo nada que perder. Pensó Dahlia recordando que cuando se unió al circo dijo exactamente las mismas palabras antes de abordar el tren. Abrió las puertas y se adentró a lo que en sus recuerdos era un glorioso salón real.


−¿Quien está ahí? −dijo la voz que había estado buscando.


−Dah… Dahlia. −contestó nerviosa, pues la había tomado por sorpresa.


−Todavía estás aquí… −dijo una figura que, al ponerse de pie, la luz de la luna dejó ver que no era una sombra.



−¡Eodez! ¿Qué sucedió? −preguntó mientras se acercaba para verlo más de cerca y asegurarse que su vista no la engañaba.


−Todo empezó a salir mal desde el día que te fuiste. Yo no sabía que tus padres le habían puesto tal decreto al collar. −dijo cabizbajo y avergonzado− Es mi culpa que todos estemos así, aunque también gracias a eso alcanzarás a saber la verdad.


−¿A… a qué te refieres? −preguntó intrigada. No sabía cómo es que su mejor amigo podía tener la culpa de su estado.


−Aquel día que te fuiste, te detuvieron en la entrada ¿Recuerdas? Yo le dije al guardia que te dejara salir, pero al despedirme de ti decreté que olvidaras tu propósito y todo lo referente a tu ciudad y tu misión de encontrar al  Gremio.


−¿Por qué habrías de hacer eso? ¡Explícame! −exigió Dahlia mirando a los ojos a su amigo olvidado.


−Porque… porque…  yo… −se detuvo unos segundos− No quería que sufrieras. Quería que empezaras una nueva vida, tenía que sacrificar que te olvidaras de todos nosotros a cambio de que, por lo menos tú, tuvieras una vida por delante y fueras feliz.


−Estoy harta de que la gente se sacrifique por mí, o peor aún, que decida por mí −dijo Dahlia tratando de conservar la calma− Yo decidiré sobre mi propia vida ¿tienes idea de lo que he sufrido sintiendo que soy un fenómeno en extinción? No sabes lo que significa no tener pasado, no poder de explicar mi propia existencia. No creo que hayas ayudado mucho en verdad.


−Es que… las cosas salieron mucho peor de lo que esperábamos. −susurró él  escondiendo la cara con lágrimas en los ojos.


−¡Pues dime de una buena vez! −demandó con un grito, sin darse cuenta que había perdido la paz interna que la dejaba escucharlo.


−Aquel día, después de despedirte y decretar tu olvido, fui a los laboratorios de los tecnomagos. Sabía que algo tramaban, pero necesitaba evidencias. Algunas personas de  la ciudad habían desaparecido y nadie parecía ser el culpable, su desaparición era un misterio, simplemente no estaban y no podían haber salido de la ciudad sin que los guardias los hubieran registrado.  Se habían esfumado, sólo encontramos un puñado de ceniza regada sobre sus ropas y no volvimos a saber de ellos.


Yo había escuchado a Zachs y Ortem, los tecnomagos de más alto rango y encargados del laboratorio, decir que con su último invento podrían exterminar todo Enör y de esa manera obtener el poder absoluto sobre el desarrollo tecnomágico, cómo según ellos merecían. Pero no tenía como probarlo, necesitaba evidencias.


−¿Y cuál era ese invento? −interrumpió Dahlia, transformando su enojo en curiosidad por saber el resto de la historia.


−Espera un segundo. −contestó Eodez con una comprensiva sonrisa− Tus padres y yo sospechábamos que sus proyecciones a color tenían algo fuera de lo común. Sí, aunque el color era algo nuevo e inofensivo, había algo dañino en esas proyecciones y no sabíamos qué. Cuando me enteré de sus intenciones, corrí a contarle a tus padres lo que había oído. Después de escucharme, entre los tres llegamos a la conclusión de que, de alguna manera, las desapariciones tenían que ver con esas novedades tecnomágicas. Aunque yo nunca estuve de acuerdo, tus padres consideraron que el Gremio de arcanos en Bleizig debía enterarse de lo que estaba sucediendo, supusieron que Zachs y Ortem los estaban traicionando, no creían posible que el plan de exterminio fuera un acuerdo de todo el Gremio. Y ahí fue donde entraste tú.


Nosotros intentaríamos detener las proyecciones, mientras tú irías a Bleizig por ayuda. Yo sabía cuánto odiabas las artes arcanas y se me hacía injusto involucrarte, pero eran tus padres y tenían más derecho que yo a decidir sobre el asunto. Su plan era atacar los laboratorios y destruir todo lo que pudiera causar más daño a la ciudad. Así, si pasaba algo malo, tú estarías lejos buscando refuerzos.


Eso último fue lo que me animó a decretar sobre tu collar. Tenía que hacer que olvidaras todo, que no regresaras y vieras la catástrofe que sucedería. Algo dentro de mí sabía que todo iba a salir mal aquí, y también sabía que enviarte a Bleizig era una misión suicida, incluso si lograbas salir viva de tu encuentro con el Gremio, cuando regresaras, encontrarías todo destruido y a todos muertos. Y pues… no pude cambiar gran cosa como ya te habrás dado cuenta. −Eodez se dejó caer en el trono, frustrándose por las consecuencias de su gran error.


−¿Y después? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por tu decreto es que es imposible entrar a la ciudad? −preguntó Dahlia.


−Por mi decreto, por el de tus padres y por todo lo que pasó. Sólo tú podías volver, porque en el collar llevabas parte de esta ciudad y con ese decreto, tu alma estaba atada a este lugar. Tus padres sabían lo que hacían después de todo, la ciudad no podría destruirse, ni alterarse, hasta que tú volvieras. Mientras nos mantuvieras vivos en tus recuerdos, nadie podía morir hasta que tú o el collar volvieran. Descubrí a la mala que así funcionaba el decreto de tus padres, si existíamos en tus recuerdos estaríamos intactos hasta volverte a ver. Pero yo decreté que nos olvidaras. −dijo poniéndose de pie una vez más, ahora con un semblante más fuerte y decidido− Ven, sígueme, te enseñaré algo que me ayudará a  explicarte mejor.


Dahlia lo siguió por los pasillos del castillo. Eodez no había dicho nada desde que salieron del trono. Ella supuso que tendría que esperar hasta llegar a donde fuera que iban para seguir escuchando la historia. En silencio caminaba a su lado, admirando las viejas pinturas descoloridas que adornaban las paredes. El humano se detuvo a medio pasillo y observó a Dahlia como si estuviera esperando escuchar algo malo.


−¿Qué pasó?  −dijo Dahlia notando la cara de preocupación de su amigo.


−No, nada, sigamos. −dijo apresurando el paso− La última persona cayó, sólo quedamos tú y yo en todo Enör. Tenemos que llegar rápido antes de que algo suceda.


¿Qué puede suceder si somos los únicos que quedamos en todo Enör? Pensó Dahlia mientras lo seguía.


Habían subido hasta lo más alto del castillo y a través de los ventanales se podía observar toda la ciudad y la negrura que la envolvía. Subieron un par de escalones más y llegaron a un pasillo que los dejó frente al portón que protegía el lugar donde los tecnomagos trabajaban. Eodez abrió el portón y volteó a ver a su amiga como invitándola a pasar a su propia casa.


−Oye… y… ¿qué le pasó al collar? −preguntó mirando su cuello desnudo.


−Se lo regalé a Alieth, es una amiga, fue ella la que me trajo de regreso. Ya estando aquí supuse que ella lo necesitaría más que yo. Cuando termines de contarme que pasó, si quieres, yo puedo platicarte como es que llegué aquí. −dijo Dahlia ya dentro del gran salón de los tecnomagos.


−No creo que tengamos tiempo para eso −dijo él cerrando las puertas a sus espaldas.


El laboratorio tecnomágico era lo suficientemente grande como para que unas cincuenta personas trabajaran sin estorbarse. Estaba lleno artefactos extraños y un gran proyector que los miraba como intrusos desde el centro del lugar. El cuarto estaba en ruinas, las mesas destruidas o volteadas de lado, como si a alguien le hubieran estorbado y las empujó con mucha fuerza. Pedazos de cantera que habían pertenecido al  techo ahora inexistente y manchas de color rojo habitaban el piso del salón. Dahlia se detuvo impactada frente al gran proyector, volteó hacía Eodez para descubrir que él estaba observándola fijamente. Se sonrojó y bajó la mirada.


−Aquí sucedió todo. −dijo con voz seria y profunda− La misma noche del día que te fuiste, tus padres y yo logramos llegar hasta este piso del castillo, pero entramos a este salón ya entrada la madrugada, cuando supusimos que ya no había nadie que nos impidiera cumplir nuestro objetivo. Al entrar, tus padres inspeccionaron el lugar unos minutos, luego él empezó a destruir todo lo que tenía a su alcance, mientras tu madre le quitaba el hechizo de protección al proyector. Yo estaba haciendo guardia en la entrada. Cuando tu madre gritó “ya está listo”, sentí cómo mi cuerpo se congelaba, me invadió una sensación de opresión que no me dejó moverme ni un centímetro. Quería gritarles que algo estaba sucediendo, pero ni siquiera pude mover los labios. Me hicieron quedarme ahí, como estatua congelada, a observar todo.


Ortem y Zachs entraron intempestivamente y trataron de inmovilizar a tu padre, tu madre corrió en su auxilio de inmediato olvidándose de destruir el proyector. Pero tu padre no necesitaba su ayuda, era el mejor arcano de esta ciudad. La batalla estaba pareja: dos contra dos. Rayos de luz, de agua y de fuego volaron a través del salón junto con los artefactos que tenían a su alcance. Los bleizens se empeñaban en matar a los arcanos y éstos se aferraban a sobrevivir, no fue una batalla fácil. Durante la pelea, Ortem admitió cuanto odiaba a los enörianos. Según él, ningún arcano merecía crédito alguno por la tecnomagia, mucho menos tenían derecho a decidir sobre su uso. A sus ojos, sólo Bleizig debía tener ese privilegio, pese al Éter.


Tu madre mató a Zachs con una flecha de fuego arcano. Se había acercado demasiado al proyector y quería utilizarlo en nosotros, hacernos cenizas como a los demás.


Era un invento mortal, tomaba la energía vital de los espectadores y la transformaba en imágenes que proyectaba a todo color frente a ellos. Sin que se dieran cuenta, el proyector los consumía por dentro, sin provocarles dolor alguno se alimentaba de ellos. Para cuando terminaba de devorarlos, eran sólo almas, reproducciones intangibles de lo que habían sido. Permanecían así por algún tiempo, hasta que un día, sin previo aviso, las  almas se desmoronaban por falta de un cuerpo, hasta convertirse en ceniza, polvo que se lleva el viento.


−¿Intangible? −dijo preocupada− Yo vi una de sus proyecciones un día antes de salir de la ciudad.


−¿Sí? Yo sabía que corrías peligro, todo Enör peligraba por culpa de los bleizens. Esa es la verdadera razón por la que dejé que tus padres te enviaran en busca de ayuda. No quería que regresaras, para que no te hicieran daño. −dijo acercándose a ella, acariciándole una mejilla para cerciorarse de que podía tocarla− No sabía que ya lo habían hecho.


−No nada más a mí, éramos muchos los que voluntaria e inocentemente fuimos a  disfrutar de las proyecciones a color, la última novedad tecnomágica. Nos usaron −dijo molesta de haber hecho una estupidez sin saber− Todo encaja, cuando desperté al día siguiente de que salí de aquí, nadie me podía tocar y yo podía atravesar lo que quisiera. Resulta irónico que gracias a esa habilidad me adoptara el circo. Pero… ¿por qué aquí si puedes tocarme? −Dijo ella acariciando la mano que la estaba tocando.


−Porque después de lo que pasó aquella noche, toda la ciudad es impalpable, por lo mismo nadie puede entrar. Con la muerte de Zachs, la ira de Ortem aumentó, a pesar de que luchaban dos contra uno, logró prender al aparato. Tu madre estaba detrás de Ortem, tratando de aprehenderlo cuando el proyector empezó a emitir su luz. En un acto de desesperación, tu papa lanzó a Ortem hasta el otro lado del cuarto con una onda de energía etérica, quedo clavado en uno de los estandartes de la pared. Con su último aliento, Ortem destruyó el techo con una llamarada de fuego y lanzó la luz del proyector al cielo. Para cuando tus padres trataron de apagarlo, era demasiado tarde. Toda la ciudad estaba bajo la  luz de la proyección letal. Ortem y Zachs murieron esa noche, todos los demás parecíamos intactos.  Pensamos que todo había terminado, pero días después más gente comenzó desaparecer. Tus papas estaban preocupados por ti, su decreto dictaba que nadie podía desaparecer si tú no habías vuelto, lo cual les hacía suponer que habías perdido la vida. Conforme pasaba el tiempo y más gente desparecía, ellos fueron perdiendo la fe en tu regreso. Después descubrimos que los que quedábamos “vivos”, si así quieres llamarlo, éramos la gente más cercana a ti, los que teníamos algún lazo que nos unía a ti, y los que no habíamos perdido la fe en tu regreso. Muchas noches le rogué al Éter que me hiciera saber tu paradero. Creí que nunca más volvería a verte.


−Y muchas noches el Éter me entregó tus mensajes a través de sueños. −añadió Dahlia a la oración de su amigo, ahora ella acariciándole una mejilla a él, que empezaba a tomar un color de piel grisáceo−  Aquí estamos juntos de nuevo.


−Sí, −dijo abrazándola fuerte para no dejarla ir notando que su cabello empezaba esparcirse por el aire− Podemos descansar en paz.


−Así es, −dijo ella, recargando su cabeza en los anchos hombros de su viejo amigo− Por fin podemos estar en paz.


Guardaron silencio para disfrutar de aquel cálido abrazo. Dahlia nunca se había sentido tan tranquila, miró el cabello de su amigo aún recostada sobre su hombro y notó como se tornaba ligeramente gris, lo acarició y sintió como se deshacía entre sus dedos. Gracias Éter, ¿sabes? no te odio después de todo. Sonrió satisfecha y bajó los párpados para entregarse a su destino.


Ningunos ojos miraron el desolado paisaje, sólo el gran proyector presenció cuando los primeros rayos del amanecer iluminaron la ceniza sobre el traje de Iseldis y Enör quedó sellada para siempre.

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Published on September 20, 2016 05:53

September 10, 2016

El último cigarro

Daniel se encontraba sentado al lado de Julio en el trigésimo cumpleaños de María. Compartían la última cajetilla de cigarros de la noche. A las 4 de la mañana es difícil conseguir más, así que eran el tesoro de la noche.


Julio le prendió uno y con él, prendió el suyo. Por alguna razón Daniel se sonrojó. Impresionado, le dio una fumada con la que su mente se nubló y empezó a divagar entre el humo.



“Yo sintiendo… Ja, qué irónico” pensó, perdido en sus divagues. “Quién diría que yo, el ser sin sentimientos declarados, estaría aquí sentado, sonrojado. Todo por un pinche cigarro. Ese masoquista placer que ambos compartimos. Podría decir que soy el más feliz al fumar, pero no… sería el más feliz si…”


Le dio dos fumadas a su cigarro. Una que interrumpió sus pensamientos y otra para reorganizarlos.


“Lo sería si tuviera lo que quiero. Alguien que no siente, que no tiene nada, ¿qué más puede hacer que querer y querer y querer…?”


Se interrumpió a sí mismo con un largo suspiro


“Lo siento pero no puedo” inhaló una larga dosis de humo para calmar las ansias y desesperación que empezaban a invadirlo. “Él sí siente y tiene algo, ¿cómo puedo privarlo de ir a que encuentre lo que le pertenece? No sería justo… con un buen abrazo me doy por el momento. Si él sólo supiera…”


Un humeante ardor le regresó a donde estaba. Se había quedado sin cigarro.


Sus pensamientos se consumieron a la mitad. Enojado, volteó a ver la cajetilla para descubrir que sólo quedaba uno. Volteó a ver a Julio darle la última fumada al suyo. Se encontraba inmerso en quién sabe qué aventura que su cabeza estuviera maquilando.


“Chingado, quiero otro cigarro. Pero sólo queda el último, el de la suerte, el mejor.” La cabeza de Daniel empezó a girar de nuevo. “Lo quiero… pero también lo quiero a él. ¿Qué haré? Demonios… Es el único que me ha hecho sentir.”


Lo volteó a ver esperanzado en encontrar la respuesta en sus ojos.


Julio se encontraba observando el suelo absorto en lo suyo. Cuando sintió la mirada de su amigo encima lo volteó a ver, sonrió y le dijo:


-¿Qué onda, lo compartimos?

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Published on September 10, 2016 14:31

August 31, 2016

La necesidad de volver

–Es que no entiendo Tobías, ¿por qué volviste? –dijo una voz que él sabía muy bien a quién le pertenecía.


–Ay no… ya me morí, ¿verdad? –dijo al comprobar quién era quien hablaba– sabía que la bestia tarde o temprano me iba a matar.


–Tobías… no estás muerto. Aún. –le contestó la voz impacientemente– hablamos de la bestia después, primero contéstame.


–Pero Siobhan, tú estás muerta. Vi la estatua en la que te convertiste.



–Eeemm… digamos que es algo complicado –dijo ella sin querer perderle el paso a la respuesta que buscaba.


–Soy todo oídos –dijo él con el mismo interés que ella por la respuesta.


–De hecho, en estos momentos, eres más fuego que oídos y no quiero que sea mi culpa. ¿Por qué volviste? –contestó ella cruzada de brazos, vestida con una túnica hecha de hojas de árbol que pareciera ser parte del mismo suelo donde estaba de pie. El bosque los rodeaba.


–Eeemm… digamos que es algo complicado –dijo él imitando el tono de voz de ella.


–Pues yo soy más bosque que oídos, así que te propongo algo, vamos contándonos lo que sucede para poder ver cómo vamos a solucionar todo el problema en el que estamos enraizados. Puede que no lo sepas pero cuando yo los expulsé a ti y a Iscariote junto con los espíritus del bosque fue por una razón. O bueno, más de una razón, pero una de las fuertes incluía el hecho de salvarte a ti, a él y a ellos. Lejos de la magia se suponía que estarías a salvo.


–¿A salvo de qué? –preguntó él ignorando lo demás.


–Esa herida que te causaron Augusto y el hechizo de Hilda –contestó ella al señalar la cicatriz que él portaba en el brazo–. Cuando sucedió, no sabíamos cómo hacer que mejoraras, hubieras muerto de no ser porque una parte del bosque aceptó vivir dentro de ti para curarte. Puedes hablar conmigo ahorita porque esa parte que está dentro de ti, la que está tratando de salir haciéndote una bestia de fuego, es parte de lo que ahora soy. Cuando los expulsé a ustedes yo hice por el bosque lo que él hizo por ti. Así que podrías decir que ahora somos uno mismo. Por eso no tenías que volver.


–La casa más vieja de la ciudad no dejaba de llamarme. –dijo él más para tratar de entender todo lo que estaba  sucediendo en su cabeza con esa nueva información– O eso es lo que pensaba antes, cada segundo que pasaba lejos de aquí sentía que el incendio me quemaba un poco más. El bosque estaba impaciente a regresar a sí mismo, supongo.


–El problema es que volviste con Iscariote y con quien él era antes de ser Iscariote. Yo pensé que congelando el tiempo y encerrando a Hilda impediría que le sucediera todo lo que la vida tenía planeado para él –dijo ella en un suspiro dejando salir toda la tristeza que había contenido en su conversación–. Supongo que es cierto eso de que el tiempo siempre encuentra cómo corregirse, aunque esté muerto.


–Espera… –dijo Tobías rascándose la cabeza– ¿de qué estás hablando?


–Iscariote y tu amigo Oliver son la misma persona.


–¿Cómo es eso posible?


–Lo es. Siempre lo fue. Cuando llegó al bosque por primera vez, o bueno… la segunda, creía que podía salvarte de alguna manera. Estaba buscando regresar al momento en el que estás hecho lobo de fuego pero llegó muchos años antes. Hasta podría decirte que somos amigos de la infancia. Decía que los cuervos le habían enseñado algo de magia para utilizar la caja de los vientos, que quería aprender más para salvar el mundo y el tiempo. Estudió con mi hermana y estudió conmigo. Se hizo muy bueno.


–Espera… esperaaaaa… –volvió a detener la conversación para asimilar lo que estaba escuchando. ¿Hilda y Oliver? ¿Hechiceros?


–Sí… este… –dijo Siobhan ahora siendo ella quien se rascaba la cabeza– verás, de nosotras dos Hilda siempre fue más adepta a la magia pero con todas las tragedias que nos sucedieron alrededor de la misma siempre lo negó. Yo hice todo lo contrario. Al principio me fue muy difícil aprender, incluso el mismo bosque me tenía muy poca esperanza pero yo siempre quise creer en mi misma. Egoístamente también creí que en la magia encontraría la manera de vengar a mi padre y hacer que la vida tuviera sentido de nuevo.


–¿Y te funcionó?


–Pues… no mucho realmente –dijo ella aún más triste–, si Oliver está en camino a ser Iscariote y tú estás aquí es posible que mi hermana encuentre la manera de ser libre de nuevo.


–¿Y por qué nunca volvió por mí? –preguntó al temer la peor respuesta– ¿nunca lo voy a volver a ver?


–Estaba muy triste y perdido. Se sentía terriblemente solo. Decía que el mundo estaba empecinado en dejarlo atrás y el único que se esforzaba por estar a su lado eras tú. Se cansó de que Hilda no quisiera salir del pueblo y empezó a entrenar más conmigo y con el bosque y los Quinqués Perdidos. Una de esas noches fuera la primera vez que dijimos “Aquí no estamos solos”, antes de que se convirtiera en el lema de todo el bosque. Mi hermana lo nombró consejero de la alcaldesa en un acto de celos. Quería tenerlo cerca, quería que nunca se fuera de su lado y que construyera su futuro con ella pero su corazón estaba conmigo y con el bosque. Lo mantuvimos escondido por muchos años. La idea de crear el libro de “Bajo la misma luna” era nuestra manera de estar juntos. Entre más fuerte sea el lazo con la otra persona, pueden compartir momentos y experiencias juntos, no importa la distancia. Cuando ella se enteró de esto ya estábamos en plena guerra. Le molestó mucho entender que había perdido a alguien más “por culpa del bosque”. Y luego llegaste tú.


–Tomaré esa larga respuesta como un “no, no lo volverás a ver” –dijo la voz triste de Tobías.


–Sí volvió. Aunque un tanto tarde. Lo verás cuando despiertes, con sus muchos años encima y su otro nombre.


–¿Qué le sucedió a su nombre?


–Eso es algo que no me toca a mí contarte –Siobhan guardó silencio por unos segundos, abrió los ojos lo más grande y puso cara de haber recibido la peor noticia.


–¿Qué sucede? –le preguntó Tobías preocupado.


–Te vas a enterar en unos segundos. Se fuerte, el bosque está contigo.


 


Todo desapareció.


Sentía que estaba dentro de un tornado que lo jalaba de un lado a otro sin poder ver absolutamente nada. Cuando despertó, Iscariote estaba jalando violentamente llamándolo por su nombre constantemente. Al parecer todo mundo tenía una excesiva prisa de irse de ahí.


–¿Qué sucede? –le preguntó tratando de poner los pies en la tierra para volver a sí mismo.


–Eso sucede –dijo señalando a la entrada de la cabaña donde estaba de pie una de las estatuas de ceniza como las que se encontraban a las orillas del pueblo. Los restos de toda la gente que perdió la vida a manos del rencor de Hilda.


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Published on August 31, 2016 23:20

August 22, 2016

XIX · Dentro del misterio impenetrable

−¿Entonces a ti también te persigue el Gremio? −preguntó Dahlia mientras veía el terreno que sobrevolaban, ya habían visto grupos uniformados de blanco peleando contra otros de negro.

−Sí, desde hace como dos meses, sí. −dijo Alieth separando su mirada del camino para verla a ella− Pero he luchado contra ellos, no se transformaron en bestias como tu me has contado.

Dahlia no entendía porqué si Alieth se había enterado de todas las mentiras que le había dicho, la estaba ayudando a llegar a Enör con tanto empeño. Enör estaba mucho más lejos de lo que suponía, pero el placer de ver todo el trayecto desde el cielo, nunca dejó de impresionar a Dahlia.

−Es curioso que todo este caos y esta guerra sean porque salí de mi ciudad, ¿no? −dijo Dahlia sin separar la vista de los grupos en pugna abajo en la isla− Supongo que por eso a los míos no les gustaba salir de Enör.

−Y aquí estamos huyendo de esa guerra −dijo Alieth riéndose de su mala broma.

−Sí… −dijo Dahlia tristemente −Que patético. ¿Por qué terminó todo así?

−¿Cómo esperabas que terminara? −le preguntó interesada en aquella pregunta.




−Es una buena pregunta −dijo Dahlia por fin levantando la mirada− Ni siquiera sé cómo empezó. Tal vez si no hubiera salido de la ciudad no hubieras tenido tantos problemas para encontrar a Ellioth.

−Tal vez −le contestó Alieth con la voz de Rowan pacientemente− O tal vez evitaste que pasara algo peor. ¿No crees?

−¿Qué puede ser peor que toda la isla en guerra? Nada puede ser peor que ver a los que quieres sufrir de esa manera −dijo la enöriana con cierto remordimiento en la voz, recordando el grito de Bramms que escuchó cuando estaba huyendo cobardemente del circo.

−No se… yo sólo trataba de ser optimista. −dijo sonriéndole señalando un lugar al que se aproximaban− ¿No quieres descansar un poco?

−Sería bueno, tenemos casi un día sin dormir −dijo viendo hacia donde señalaba. Era el principio de un bosque que según Alieth estaba cerca de Enör. Hilando cabos supuso que era el mismo bosque donde el circo la había encontrado.

−¿Por qué me ayudas tanto? −Cuestionó Dahlia mirando a su compañera confundida− Bien pudiste sólo explicarme el camino y dejarme ir.

−Porque no hubieras llegado −dijo Alieth empezando a descender sobre el bosque− Confías demasiado en la gente, aceptas demasiado fácil ir a donde quieran llevarte.

−No me ha pasado nada malo hasta ahora −Se defendió la enöriana en tono de berrinche.

−Hasta ahora… −repitió Alieth− ¿Qué tal que el plan de Bramms era llevarte a Bleizig? ¿Qué tal que realmente era un espía y todo su plan realmente era una estrategia para ganarse tu confianza? Así fácilmente podría capturarte y llevarte a Bleizig.

−¡Él no sería capaz! −dijo pasando del berrinche a estar verdaderamente molesta.

−Tranquila, tranquila… sólo fue un ejemplo. −dijo la mujer aterrizando sobre el pasto en una zona del bosque tupida de árboles− Tienes mucha suerte, ¿sabes? a mí no me ha ido tan bien como a ti desde que salí en busca de Ellioth.

−¿Y por qué te interesa tanto que llegue a Enör? −preguntó evitando el tema, rutina que se estaba haciendo costumbre en sus conversaciones.

−Porque sería genial que arreglaras tus problemas y pudieras regresar con Bramms siendo una persona normal, ¿no?

−Si es que sigue vivo −añadió sonrojada.

−¡Por supuesto que está vivo! −le reprochó Alieth mientras se acomodaban en un pequeño espacio para descansar un momento.

Utilizando las habilidades aprendidas por Rowan, había decretado invisibilidad para ellas dos, así si les daba sueño, podrían dormir sin preocuparse tanto. Sin embargo, una hacía guardia mientras la otra descansaba, por mera precaución. Fue entonces que Dahlia se maldijo a sí misma por salir a las carreras y olvidar cambiarse: el traje de Iseldis no era lo más cómodo para dormir.

Aún así esa noche, por primera vez en mucho tiempo, sus sueños no fueron en aquellos jardines flotantes, deseaba tanto disculparse con Voriana por haber huido de forma tan infantil, que soñó con el Circo del Alma, era tangible y peleaba la guerra contra los bleizens al lado de sus amigos. En una de esas batallas, en las que ellos siempre ganaban por supuesto, recordó las palabras que el Viento había depositado en sus oídos tiempo atrás: “el mundo de los sueños es nuestro… ven y visítanos cuando quieras, sólo acuérdate de nosotros”.

−Solo dile que volveré, no podemos dejar que los bleizens ganen. −dijo Dahlia mirando el rio de luz verde, en aquella oscuridad que se había tragado la batalla con la que había estado soñando. Le hubiera gustado escuchar la respuesta del Éter y sentir la paz que venía con cada palabra que el Viento depositaba en sus oídos, pero la voz que la llamaba en el mundo real, fue lo suficientemente insistente para sacarla de su ensueño.


−¡Dahlia! ¡Dahlia! −gritaba Alieth− tenemos que irnos rápido antes de que los bleizens lleguen.

−¿No se supone que somos invisibles? −dijo la enöriana tallándose la cara para ver si así lograba mantener los ojos abiertos y despabilarse.

−Sí, pero no me quiero arriesgar, vámonos −dijo Alieth ayudando a su amiga a ponerse de pie.


Para el día que llegaron a las afueras de Enör, Alieth, aún dentro de Rowan, ya había escuchado todo lo que Dahlia podía recordar y había aceptado unas treinta veces las disculpas de Dahlia por haberle ocultado todo lo que sabía sobre Ellioth. Sin embargo, Dahlia no sabía mucho sobre su cuasi gemela. Sabía que la habían separado de él y que había partido en su búsqueda, pero fuera de esa novelesca historia de amor, no sabía más. ¿De dónde venía? ¿Dónde vivía antes de conocer a Ellioth? Parecía que no le gustaba hablar de su pasado, o quizá el parecido con ella iba más allá de su aspecto físico y también tenía una larga historia que explicaba cómo se separó de su familia. Su curiosidad era mucha, pero no se atrevía a preguntar nada que su compañera no contara voluntariamente. Ella era así, no solía preguntar mucho sobre la vida de los demás si no le contaban por propio gusto, Además, no quería incomodarla de ninguna manera, demasiadas molestias había causado ya, como para arriesgarse a ser impertinente. Pero la duda de por qué le ayudaba seguía golpeando su mente. Algo debe ganar ayudándome, pensó.


Encontraron las puertas de Enör abiertas de par en par, era de noche y nadie las vigilaba. El lugar estaba desierto. ¿No que estaba vigilado? Pensó mientras examinaba el lugar con la mirada. ¿Donde está su barrera?

Las dos se voltearon a ver con la misma cara de incertidumbre, sin más, se adentraron en la ciudad una al lado de la otra. Al pasar el portal abierto, Dahlia notó una luz púrpura que provenía de su collar y, conforme avanzaba, ésta se hacía más intensa. La ciudad estaba en total silencio. Por un segundo creyó haberse quedado sorda, porque no escuchaba ni su respiración, un silencio sepulcral invadía todo tu ser. Cerró los ojos por unos segundos y se tranquilizó cuando pudo escuchar su corazón agitado. He estado en peores silencios y peores penumbras, pensó para darse valor. De repente cayó en la cuenta de que no escuchaba los pasos de Rowan detrás de ella.

−¿Alieth? −dijo, mirando a las puertas de la ciudad sobre su espalda.

Estaba parada, cruzada de brazos, detrás de las puertas. No hacía nada más que verla, como si estuviera esperando a que hiciera algo.

−¿Porqué no vienes? −le gritó Dahlia desde donde estaba.

Algo salió de la boca de Alieth, algo mudo que no llegó a los oídos de Dahlia. No estaba tan lejos como para no alcanzar a oírla, pero aún así decidió acercarse y ver que ocurría. Al llegar a su lado, escuchó el rugir del viento y muchos otros sonidos que dentro no podía escuchar.

−¿Porqué no entras? −Dahlia preguntó.

−No puedo. −dijo Alieth molesta y fulminándola con la mirada. Sentía que le acaban de hacer una de las preguntas más tontas que le podían haber hecho– Mira.

Por más que la mujer intentaba avanzar, había una pared invisible que no la dejaba avanzar. Dahlia la veía intentar moverse sin lograrlo, mientras ella podía avanzar y retroceder sin problema alguno. ¿Acaso sería por ser nativa de aquella ciudad?

−¿Todavía puedes tocarme? ¿Aunque estés dentro de Rowan? −dijo parándose frente a ella, dándole una mano. Alieth miró la mano extendida como si en ella estuviera la respuesta que quería entregarle. La miró a los ojos con una sonrisa traviesa y puso su mano a unos centímetros de la de ella, mantuvo la mirada unos segundos y cuando por fin estuvo segura, estrechó la mano que le habían ofrecido.

−Parece que sí. −dijo con la sonrisa aún en su rostro.

Una esfera de luz purpura, o eso creían debido a la luz que emitía el collar, se aproximaba a ellas a toda velocidad, la enöriana jaló a Alieth dentro de la ciudad sin ningún problema y ambas cayeron al suelo, cruzando la barrera arcana que protegía la entrada. La esfera de luz se estrelló contra ésta y se quedó flotando ahí como si esperara alguna orden. Dahlia reconoció la esfera que le había entregado el mensaje de Kali a su general cuando estuvieron en Briah, entonces se puso de pie y se acercó para recoger lo que sea que fuera a entregarles.

−¿Qué te dije de confiar en las cosas? −dijo Alieth parándose atrás de ella.

−Esta esfera de luz es un cartero −respondió estirando la mano frente a la esfera− ¿Qué no eras tú la optimista?

La esfera en efecto traía una carta consigo y una pluma como la que Voriana le había dado a Ellioth. Ambas leyeron la carta en voz alta al mismo tiempo, como si necesitaran que alguien más las escuchara.


Dahlia:

Lamento muchísimo que no nos hayamos podido despedir como es debido y lamento aún más los últimos momentos que te hicimos pasar. Espero me puedas perdonar algún día.

Te extrañaremos mucho.

Bramms está bien… bueno, no del todo. La batalla contra los bleizen de tierra fue dura mientras la libró solo, pero cuando que llegamos Ethan y yo las cosas fueron mucho más fáciles. No te preocupes, se pondrá bien, de hecho fue él quien insistió en escribirte esta carta, quiere que sepas que te esperará a que regreses y puedan estar juntos si todavía quieres hacerlo. Ya podrían hacerlo sin necesidad de huir de nadie.

Le prometiste al Éter que volverías… más te vale cumplirlo.

Te mando la pluma que tenía Ellioth para que me escribas cuando puedas. Sin importar donde estés, las letras provenientes de la pluma sabrán cómo hacerme llegar tu mensaje. La noche que desapareciste él llegó a Zhür en medio de aquella carrera en la que competíamos por encontrarte antes que los bleizens. El pobre se sintió devastado al saber que Alieth también se había partido. Por cierto, si para cuando leas esta carta ella todavía está contigo, dile que Ellioth la estará esperando en Kynthelig, lo convencimos de que era el lugar más seguro.

Ethan también está preocupado por su alumna, quiere saber si ella se encuentra bien.

Cuídate mucho, te esperamos con los brazos abiertos.

Voriana


Pd: Kali te manda pedir una disculpa por la forma en que te trató, estamos con ella y todo su ejército planeando la siguiente estrategia en caso de que los bleizens vuelvan a atacar.


−Bien, Creo que es hora de que me regrese. −dijo Alieth dubitativa al ver la carta.

−¿Por qué? −preguntó Dahlia, sobresaltada por lo inoportuno del comentario.

−Ya cumplí mi promesa, te traje a tu ciudad. Ahora me toca ir a cumplir mi parte, tengo que encontrarlo, Dahlia. −dijo buscando comprensión con su mirada.

−Pero… todavía no encuentro nada. ¿Me vas a abandonar aquí? −dijo Dahlia asustada. Aunque le aterraba lo lúgubre y muerta que se veía su ciudad bajo la oscuridad, no se veía tan devastada como en sus sueños.

−Quisiera no tener que abandonarte, pero no puedo ir más adelante o tu maldición me va a consumir a mí también. −dijo con un dejo de culpabilidad en la voz− La adivina en tu circo me lo advirtió.

−¿Ella sabía de esto? −dijo molesta.

−Ella sabe muchas cosas. Tú misma me lo dijiste. −dijo Alieth secamente.

−Supongo que así debe ser, ¿no? −murmuró Dahlia para sus adentros recordando la luz purpura que provenía de su collar− Antes de que te vayas toma esto, si ya estoy aquí, supongo que ya no lo necesito.

La enöriana se quitó el collar para abrocharlo alrededor del cuello de Rowan. Al dejarlo caer sobre su pecho, la piedra que antes era morada, cambió. Ahora no sólo brillaba roja, sino que había adoptado ese color.

−Si lo que dicen es cierto, ese collar te protegerá hasta que encuentres a Ellioth. −Dahlia dijo nostálgica.

−¿En serio? −dijo mirándola a los ojos− Sólo que… ¿va a dejar de brillar en algún momento? Tú sabes, no quiero facilitarle a bleizens el trabajo de encontrarme.

−Supongo que cuando salgas de Enör volverá a ser sólo una piedra bonita. Te protegerá hasta que cumplas tu misión o se lo pases a alguien por voluntad propia, o al menos eso fue lo que dijo Voriana. −dijo riéndose de los ataques de paranoia de Alieth, aunque, por lo que había escuchado durante el camino, eran bastante justificados. Pero eso no evitaba que le diera risa que se pusiera como gato erizado cada que tenían que preocuparse por huir de sus enemigos.

−Gra… gracias −dijo Alieth acariciando la piedra del collar con una mano.

−Gracias a ti, no estaría aquí si no me hubieras ayudado. ¡Ahora vete! −demandó cabizbaja.

−Cuídate mucho y recuerda regresar, hay alguien esperándote. −dijo Alieth antes de darse media vuelta y dirigirse al gran portón de la ciudad.

Dahlia la vio alejarse, los colores del paisaje ya no estaban bañados de la luz purpura del collar, no se movió de ahí hasta que el cuerpo de Rowan pasó a través del portal y dejó de escuchar sus pasos.

Era hora de buscar respuestas.


Lo primero que notó era la soledad que reinaba en las calles. Los altos edificios estaban espaciados, separados por grandes jardines entre ellos. Algunos flotaban en pequeñas islas aéreas, levantando partes de la ciudad que quedaban fuera de la vista desde el suelo. Al fondo de la ciudad había una de esas islas voladoras que sobrepasaba la altura de todas las demás, pero aunque estuviera a esa altura, no podía esconder la colosal construcción que se erguía sobre ella.

Avanzó por la calle principal sin separar la mirada a aquella isla. Sus sueños se la habían mostrado de otra manera: destruida, en ruinas y mucho más oscura de lo que ahora podía verla. Cuatro grandes pilares blancos se levantaban sobre ella, todos a diferente altura terminaban en punta. Sobre las paredes de aquellas construcciones, podía distinguir un cúmulo de puntos de luz, que iluminaban su interior.

Se detuvo frente a una fuente de cantera vacía que se encontraba a la mitad de un parque. Comprobó que podía tocarla, se subió sobre ella y se sentó en la parte más alta para poder observar a detalle aquellas cuatro torres que la hacían sentir un poco de nostalgia. Sintió como el corazón le latía rápidamente y se perdió admirando cada una de las ventanitas en cada torre. El edificio central tenía, en el piso más alto, la ventana más grande de todas. Cuando la observó sintió que no sólo el corazón le latía, si no todo su cuerpo, Entonces empezó a sentir un intenso ardor en el pecho y pudo ver el interior de cada hueco de luz como si estuviera a unos centímetros de distancia. Las ventanas del comedor donde habían celebrado todas y cada una de las festividades, entre ellas sus cumpleaños, estaban ahí. Recordó todas las comidas y las fiestas a las que había asistido en ese lugar, las recordó tan vívidamente como si estuvieran volviendo a pasar. La ventana por la que observaba toda la ciudad cada que despertaba se encontraba al lado de la de sus padres. Para ella, fue como ir armando un rompecabezas, cada que observaba una de las pequeñas lucecitas, sentía como una nueva pieza encajaba en su mente y llenaba los huecos que su memoria tenía entre las imágenes que Alieth vio dentro de ella y las proyecciones del teatro de su alma.

Definitivamente estaba en casa.

Nombres, lugares, anécdotas, sonidos, todo estaba llegando tan de golpe que se sintió mareada y el ardor en su pecho se intensificó al punto que no la dejaba respirar.

Separó su vista del castillo conformado por aquellas torres para tratar de tranquilizarse, observar con tanto detenimiento la estaba saturando de información. Cerró los ojos para olvidar todo lo que la rodeaba por un segundo, para poder concentrarse, volver en sí y recuperar la respiración.

¡Odio las artes arcanas! Dijo su propia voz dentro de ella, aunque sonaba mucho más joven y con eco, como si viniera de muy lejos.

No puedes odiarlas nada más porque sí, hija. Le contestó otra voz, la de un hombre adulto. Reconoció la bonachona voz su padre.

Claro que sí… mírame, ¡LAS ODIO! Gritó la voz de la niña en la oscuridad detrás de sus parpados. Pero esta vez ninguna voz respondió, solo podía escuchar su propio llanto y sentir las lágrimas correr por su rostro. No, no puedo odiarlas nada más porque sí, se dijo a sí misma, aún con los ojos cerrados, como si con eso pudiera ganarle a la voz de su memoria.

¿Dahlia? Dijo la voz de su madre muy dentro de ella.

−¿Estás bien? −Preguntó una voz fuera de ella que no le era nada familiar, era como un chirrido ronco. Pensó que si las ratas hablaran, así sonaría su voz, lo cual la hizo abrir los ojos impulsivamente.

Al dirigir su vista a la ciudad bajo aquellos jardines flotantes, se encontró que todo estaba oscuro, marchito, tal como en sus sueños, pero sin ruinas ni niebla. La sensación de que algo malo había pasado ahí era tan densa que casi podía moverla con una mano. Entonces, recordó la voz chirriante que le había llamado y descubrió de dónde provenía: frente a ella, en una la orilla de la fuente, estaba la estatua gris de una persona que se veía asustada. Pensó que era raro que una estatua vistiera ropa de verdad y más extraño aún que estuviera ahí, donde minutos antes no había nada. Tenía un brazo alzado, como si tratara de alcanzarla, pero le faltaba la mano. Si tuviera mano, hubiera podido tocarle una rodilla, la cual encontró llena de ceniza. Miró a los ojos a aquella estatua pensando lo peor y sintió un nudo en el estómago. El viento soplaba carcomiendo el brazo manco.

−¿Tú estás bien? −preguntó ella sintiéndose ridícula por hablar con una estatua. Pero ésta no respondió. Dahlia se bajó de la fuente de un brinco e intentó llamarlo dándole una palmada en la espalda, el nudo en el estomago la dejó sin aliento cuando la estatua se desbarato como si hubiera estado hecha de ceniza.

Tenía ganas de gritar y salir corriendo, no estaba segura de querer saber qué había ocurrido, pero tampoco podía abandonar la ciudad, tenía que saber cómo lograr ser una persona normal y regresar. Había muchas batallas por luchar aún.

Pasó saliva y se armó de valor para avanzar. Al principio no sabía a dónde se dirigía, simplemente no quería quedarse en el mismo lugar por mucho tiempo pues temía encontrarse con otra de esas estatuas. Al avanzar por las calles de la ciudad, nuevos recuerdos se proyectaban en su mente haciéndola olvidar un poco lo aterrada que estaba, hasta que llegó al punto en el que se preguntó dónde estaba toda esa gente que ahora habitaba su memoria. ¿Acaso todos se habían vuelto estatuas de ceniza? Deshecho esa posibilidad por miedo a que fuera verdad.


En su camino encontró más y más de esas estatuas, incluso cuando regresó a un lugar por el que ya había pasado, notó una estatua que antes no había estado ahí. Dahlia se encontraba con los nervios de punta, ¿de dónde salían tantas estatuas? Entonces quiso llegar al castillo lo más rápido posible, o por lo menos, encontrar algún lugar donde no se sintiera observada por aquellas sombras sin ojos. Avanzó por todos los parques y las calles de la ciudad, cada que daba vuelta en una esquina se sentía más acorralada.

Millones de recuerdos la saturaron de nuevo cuando pasó frente a la biblioteca de la ciudad, pero de nuevo fueron interrumpidos por otra estatua. La vio sentada en una banca cerca de la entrada, parecía leer un libro tranquilamente. Se acercó despacio tratando de no hacer ruido, no sabía porqué estaba tan asustada si bastaba con tocarlas para que se desintegraran y se las llevara el viento. Cuando estuvo a unos pasos de aquella ávida lectora que no separaba la mirada del libro, la reconoció, era una reproducción fiel de una de las mejores amigas de su madre. Se llevó la mano al pecho para detener su corazón que quería salírsele por el susto, respiró profundo para armarse de valor y se acercó para tocarla, cuando la mujer que había estado leyendo levantó la mirada lentamente para sonreírle como si también la hubiera reconocido.

Dahlia se quedó paralizada al ver como la estatua se movía, la mujer de ceniza intentó hablar, pero de ella sólo salió el chirrido de un ratón antes de que un ventarrón la hiciera desaparecer de su vista. Sin pensarlo salió corriendo de ahí con todas sus fuerzas, necesitaba encontrar uno de los vehículos voladores con los que la gente solía llegar al castillo. Corrió en distintas direcciones buscando una de las plazoletas donde se estacionaban aquellos elevadores que en sus recuerdos la subían y bajaban todos los días de aquella construcción imponente que había sido su hogar. Iba por callejón amplio y bien iluminado, y si sus recuerdos recién readquiridos no le fallaban, en la esquina estaría el teatro donde se proyectaban las películas de los tecnomagos. Ese había sido el último lugar al que había ido antes de que sus padres la despertaran para hacerla salir de la ciudad. Y frente ese edificio podría encontrar una de las estaciones para subir al castillo, la cosa estaba fácil: sólo debía abordar uno de los vehículo y presionar el botón adecuado. No debería haber ningún problema.

Caminaba a paso rápido, cansada de tanto correr, cuando llegó a la taquilla del teatro, sólo necesitaba cruzar la calle, subirse al elevador y esperar.


−¿Dahlia? −dijo una de las voces chirriantes a sus espaldas− ¿Dónde habías estado todo este tiempo?

Dahlia se detuvo, volteó a ver quien había hablado y reconoció a una de sus amigas con quien había asistido a la proyección el día anterior a su partida.

−¡No tengo mucho tiempo! −le gritó echándose a correr, sin voltearla a ver.


Estaba a punto de subirse al elevador cuando escuchó un grito como una punzada agonizante o el alarido de algún animal que no había escuchado nunca. Una vez dentro del ascensor cerró la portezuela y presionó el botón que debería llevarla al castillo. Al comprobar que ninguna de aquellas estatuas se encontraba con ella, se dio tiempo para voltear y observar de dónde provenía aquél grito. Un pequeño grupo de aquellas estatuas estaba desmoronándose justo debajo de ella. Agradeció a su instinto haberla hecho correr lejos de su amiga, no quería averiguar qué podía suceder si la atrapaban. Tomó aire sintiéndose segura en aquel pequeño cuarto que la alejaba de sus cazadores.

El elevador se detuvo en seco frente a las puertas del castillo que, estaban abiertas al igual que las de la ciudad. Bajó del ascensor y pisó tierra después de ver que no había ninguna sombra alrededor. Los gritos que se oían no estaban cerca, eran de la multitud sombría cuyas cenizas se esparcían por la ciudad.


−Llegaste… sí volviste… te dije que no lo hicieras. −Una voz grave resonó cuando ella se paró junto al arco que sostenía la entrada al castillo. Reconoció aquél tono de hablar como la voz del niño en sus sueños. Pero por más que intentaba, seguía sin poder ponerle una cara.

−¿¡Quien eres!? −gritó a los cuatro vientos. Ni la suave luz de la luna que se filtraba a través de las desgarradas cortinas, podía amortiguar lo lamentable que se veía la recepción del castillo.

−Gente de tu gente. El día que te fuiste… nada pudo salir peor. −respondió la voz, resonando en los pasillos, sin mostrar de dónde provenía.

Dahlia había estado corriendo de cuarto en cuarto, buscando quien hablaba. Subió al comedor y nada, llegó a la habitación de sus padres y nada, subió y bajó por la torre central varias veces, pero lo único que invariablemente encontró fueron cenizas esparcidas por el suelo, ropa tirada, muebles sucios, nada más. Llegó hasta las puertas más grandes del pasillo en el piso más alto de la torre central: la habitación real.

Al entrar, vio el vestido de la reina tirado a un lado la cama. Un poco más allá estaba el traje del rey, pero no estaba en el suelo, una de las estatuas lo portaba con mucho orgullo.

−Dah… ¿Dahlia? −dijo una ronca voz proveniente de la sombra.

−Así es. −dijo a la defensiva desde la puerta.

−Hija mía… regresaste. Qué bueno que estás bien, aunque no debiste haber regresado −dijo la sombra antes de desplomarse en el suelo junto al traje de la reina.

−¡Su alteza! −dijo mientras corría para no dejar caer el traje, ahora relleno de cenizas.

−No −dijo la voz grave sin dueño que le hablaba desde que entró al castillo.

−¡Explícame que sucede! −dijo poniéndose en pie y dejando caer las ropas reales. Salió del cuarto esperando fervientemente encontrar al dueño de aquella voz antes de que desapareciera como todos los demás.

Por más que lo llamó, no respondió. Regresó a la recepción del castillo sollozando y se sentó en las escaleras que llevaban al cuarto del trono. No tenía fuerzas para continuar, se sentía derrotada. No quedaba nadie que pudiera ayudarla. ¿Su destino era terminar en cenizas como todos los demás? No, tranquilízate Dahlia, algo tiene que quedar. No puede acabarse así. Pensó. Guardó silencio y suspiró. Realmente no sabía qué hacer más que tomar fuerzas y dejar de llorar. Se puso en pie limpiándose la cara y miró a su alrededor. ¿Por dónde continuaría? ¿Qué cuarto le faltaba? Miró cabizbaja las puertas a su espalda. Eran las puertas del trono que estaban entreabiertas. Ahí no había entrado por una sencilla razón, si los reyes ya estaban muertos, no había nada que buscar.


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Published on August 22, 2016 11:59

August 10, 2016

En la ciudad de Allá Lejos

(Tomado de las anotaciones del moleskine de cierta mujer que puede -o no- tener buenas razones para querer destruir el Café de Nadie.)


La capital de éste país es la ciudad de Allá Lejos, también es la tercera ciudad más grande y la segunda más habitada del mundo. Mucha gente la detesta por estar tan llena de gente, de contaminación, de delincuencia, pero también mucha gente la ama porque le encuentra el lado entrañable.


Creo que es como todo, entre más grande sea tiene más cosas buenas y más cosas malas. Sólo es cuestión de saber por dónde, cómo y con qué tacones caminar.


Aunque he visitado ciudades mejor cuidadas, más impactantes y mejor organizadas; y vaya que he visitado muchas ya mi profesión me hace viajar bastante por todas ellas, ésta ciudad siempre tendrá un espacio en mi corazón por haberme ayudado cuando estaba perdida y no tenía a donde ir.


Siempre hay algo que hacer en ella. No importa a donde mires, algo está sucediendo. Hay en el sur una colonia con un gran parque, llena de artistas, que me recuerda un poco al callejón donde empezó toda mi historia. También, tiene un gran teatro de las bellas artes en el centro, justo afuera de una estación del metro que es una réplica de la entrada a una estación del metro de una ciudad cercana a la ciudad de Donde Nunca.


Si la pudiera comparar con alguna otra, diría que lo más cercano es a la ciudad de Donde Nunca, en un país del otro lado del océano donde se habla otro idioma. Ambas son mayormente nubladas (una por que todo el tiempo llueve y la otra por el smog), húmedas, tienen una gran red del metro que distribuye a su población de un lado a otro y lo más importante: debajo del metro existe una ciudad paralela, el Distrito Arcano, construida por y para gente como nosotros. Gente que se esconde del ojo humano de las maneras más inteligentes, sutiles y… “a la vista” posibles.


Llevo más de treinta años habitando en ella cuando mi carrera no me mantiene viajando para entretener al mundo de los que no son como nosotros. En ella encontré un hogar y una justificación para mi hambre, una razón para mi existencia, el arte no es para personas que lo entreguen al mundo, personas que lo dejan pasar y no lo devoran, es para nosotros.


Nosotros somos el arte y nosotros lo hacemos ser.


 *****


(En alguna otra página de la misma libreta)


Gracias a la llave-estrella por dejarme entrar y al pequeño fantasma que me la regaló. Que sin ella no hubiera aprendido sobre la fuerza que ahora poseo, no sería capaz de reclamar lo que alguna vez fue mío, lo que extraño y aquel callejón donde te perdí al ganar esta hambre insaciable. Por eso mismo, El Café de Nadie debe caer. Si yo perdí todo lo que fui para ser lo que ahora soy, el mundo puede todo lo que tú quieres.


El mundo sabrá de nosotros, querido, aunque sea lo último que haga.


Larga vida al arte en manos del arte.


Emily La’vie


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Published on August 10, 2016 08:25

July 30, 2016

Tempus Ex Machina

Con la caja en mano estuve frente al árbol muerto escuchando voces que no sabía de dónde provenían aunque sí a quién pertenecían. Cada que Tobías decía algo parecido le dije que estaba loco, si tuviera un peso por cada vez que lo he dicho a lo largo de nuestra vida… no, no sería millonario pero igual y podría mantener a un pequeño pueblo por varios años. Sin embargo, ahora empiezo a entender su obsesión por los lugares abandonados y la historia que vive detrás de ellos. ¿Cuántos amigos estarán pedidos detrás de algún pasado? ¿Cuántos presentes estarán buscando la manera de volver aquello que se quedó atrás? Nunca pensé que diría esto pero ésta es mi historia y no sé qué tengo que hacer al respecto. Digo… ¿tengo que hacer algo, no? La puerta al bosque no se va abrir mágicamente sólo por pararme aquí. O bueno… sí se abrirá mágicamente porque, pues, no hay una puerta y el bosque está atrapado en una burbuja y se supone que el árbol y la caja me van a ayudar a llegar pero… ay… ¿qué hago? En las historias el héroe siempre sabe qué hacer en estos momentos. Pero yo no soy ningún héroe. El héroe está del otro lado, sin poderse poner de pie porque el bosque quiere que sea un lobo de fuego y, por alguna razón, yo tengo que detenerlo. Soy… ¿el asistente? Espero que no porque ellos siempre terminan sacrificados, muertos o sufriendo por montones para que el protagonista logre que debe hacer. Maravilloso asistente seré aquí filosofando sobre la cualidad narrativa de los personajes mientras mi mejor amigo agoniza.



–Oliver –dijeron tres voces al unísono que buscaban mi atención con diferentes urgencias. Al levantar la vista, una gigantesca mano oscura estaba saliendo del centro del árbol con la intención de alcanzarme para arrastrarme a su interior. La caja brilló rojo con intensidad y sentí como un par de garras me levantaron del suelo un segundo antes de que la mano de árbol me alcanzara.


Pude escuchar a Hilda maldecir con la furia de la peor de las brujas.


Estaba volando, el aleteo de la bestia que me sujetaba era como escuchar incontables truenos a la mitad de una tormenta. Las garras que se aferraban a mis hombros estaban desgarrándome, quería gritar de dolor y por poco dejo caer la caja al suelo.


–Oliver –dijo una voz ronca que me despertó.


–Do… ¿qué pasa? –dije confundido al notar que había caído a la inconsciencia. Me preocupé por mí, por la caja y por todo lo que se supone que debía haber hecho. Me dolían los hombros y me costaba trabajo sentarme.


Para empeorar el asunto tenía a tres sombras enormes acechándome.


Cuando pude recuperar bien la vista los reconocí.


Los cuervos.


Por cosas como esta nunca quise ser uno de esos personajes que tenían la necesidad –o la inutilidad- del mundo sobre sus hombros.


–¿Está la caja bien? –pregunté rascándome la cabeza.


–Sí, gracias por no dejarla caer –dijo el cuervo de la izquierda.


–Lamento lo de tus hombros –dijo el de la derecha.


–Puedo ayudar a que no vuelva a suceder –dijo el del centro.


–Yo también lamento muchas cosas –les contesté con cierto cinismo y un poco de dolor de cabeza–, ¿ya perdí el juego?


–El juego decidió nuevas reglas –dijeron los tres cuervos–, ¿deseas continuar?


–¿Ya encontraron una mejor manera de hacer las cosas? –les pregunté.


–No, pero tú lo harás –dijo el cuervo del centro.


–¿Yo? Pffft… casi me muero frente a un árbol que ya está muerto, ¿están seguros de querer eso?


–Te podemos enseñar –dijo el cuervo a la izquierda.


–El tiempo no es lo que parece –dijo el de la derecha.


–Está en tus manos –dijo el del centro entregándome la caja una  vez más.


–Queremos vivir –dijeron los tres al unísono.


–Miren, lo pondré así: necesito que sean menos cuervos y más agua, ¿entienden? –les dije perdiéndole la paciencia a sus acertijos.


–El tiempo también fluye… –dijo el de la izquierda


–Como el ag… –dijo el de la derecha al que interrumpí antes de que terminara.


–No, no entienden –dije dejando la caja a un lado–. No sé qué hacer. Nunca he sabido. El que siempre sabe es Tobías y cuando no, lo busca, se mete en problemas y yo estoy ahí para decirle que puede salir de eso. Y ahorita no puedo, estoy aquí, sin saber cómo regresar y pensé que podría confiar en ustedes pero no están ayudándome mucho tampoco.


–Lo que necesitas es tiempo –dijo el del centro.


–Y aprender –dijo el de la derecha.


–¿Aprender qué? –insistí.


–Magia –dijo el de la derecha.


–Que lo tienes, todo –dijo el de la izquierda señalando la caja.


–Que aquí no estamos solos –dijo el del centro y los tres cuervos sonrieron.


 


****


 


En el otro lado de la burbuja, Luna y Orfeo cuidaban de un lobo que no podía mantenerse despierto. Afuera de la cabaña, Iscariote y Augusto miraban al cielo en silencio. Ninguno de los dos encontraba ahí las palabras que querían decir para romper el silencio, sin embargo ambos tenían una tonelada de preguntas que hacerse.


–¿Es difícil? –preguntó Augusto sin voltearlo a ver.


–¿A qué te refieres? –contestó Iscariote confundido.


–Vivir allá afuera.


–Pues… hay días en los que es como respirar, hay días en los que no puedes hacer ni eso. Lo normal, supongo.


–Me siento muy mal… Tobías está así por mi culpa, yo lo lastimé al querer salvarlo cuando el tiempo aún estaba vivo. Se supone que el  bosque es bueno y el tiempo cura las heridas, ¿por qué están intentando matarlo?


–El tiempo es de esos que funcionan de maneras muy extrañas, no deberías sentirte culpable. Al menos no ahorita.


–¿Por qué no?


–Porque te va a carcomer y porque hay muchos culpables de que todo esté como está mucho ante antes que tú, Augusto –le contestó el hechicero sonriéndole al cielo negro sin estrellas– Yo, por ejemplo.


–¿A qué te refieres? –dijo el hombre lobo por fin volteando a verlo.


–Deja que te cuente del primer día de mi entrenamiento como hechicero con los cuervos, poco antes de que perdiera mi verdadero nombre.




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Published on July 30, 2016 08:59

July 20, 2016

XVIII · La noche en la que el show continuó

El Circo del Alma estaba en silencio profundo. La carpa principal erguida imponía su presencia en el lugar, todo estaba bien montado, los puestos y toldos adyacentes estaban acomodados como si tuvieran ahí más de un día. Ni siquiera Karad, que siempre es el último en ir a dormir, estaba despierto. Al notar esto, Dahlia convenció a Alieth de que pasara la noche en su camerino, podría descansar y a la mañana siguiente obtendría todas las respuestas que quisiera. Las dos siluetas femeninas eran como un par de sombras que navegaban a través del silencio y la oscuridad de la noche.



La única luz que no provenía de la luna venía precisamente del cuarto de Dahlia. Desde lejos se veía misteriosamente alumbrado, las dos mujeres se acercaron lentamente preparadas para encontrar a alguien dentro, pero al entrar no vieron a nadie, descubrieron que lo que iluminaba el lugar era una vela en el buró, donde también había un par de vasos con jugo de frutas y un plato con dos de las empanadas de manzana que tanto le gustaban a Voriana. Debajo del plato había una nota escrita a mano, Dahlia la tomó y la guardó entre sus ropas sin leerla, antes de que su invitada pudiera darse cuenta que existía.


−¿Quieres comer algo? −le ofreció una de las empanadas− Parece que Voriana piensa en todo.


−¿Quién es Voriana? −preguntó Alieth tomando una de las empanadas del plato.


−La adivina del circo. Siempre parece saberlo todo. Es como la madre de todos aquí, es muy amable, ya verás. −la empanada en su boca hacía sonar graciosa la forma en que Dahlia hablaba.


−Eeeh… no sé. −dijo Alieth desconfiada− No quisiera mezclarme con arcanos, no he tenido muy buenas experiencias con ellos.


−A mí tampoco me hacen muy feliz, las artes arcanas no son precisamente de mis cosas favoritas. Pero a ella la quiero mucho y de cierta manera la entiendo, me ha ayudado muchísimo. −dijo Dahlia nostálgica, sintiéndose culpable de haber huido.


−Esto está delicioso… ¿cómo se llama? −dijo terminándose el último bocado de la empanada. Si bien la pregunta era sincera y de verdad quería saber qué comía, el tono en su voz indicaba claramente que el tema de la adivina no le interesaba en lo más mínimo.


−Empanada de manzana, la comida favorita de Voriana. −pronunció a la par de una risilla nerviosa. Había notado el cambio de voz en su acompañante.


−Oh, ya veo. −dijo Alieth reparando en que debía intentar algo más interesante si quería cambiar de tema definitivamente− ¿Tienes el mapa a la mano?


−¡Ah! No, del que te hablé está en el primer vagón,  pero tal vez tengo otro por aquí, espera un segundo −dijo la enöriana poniéndose de pie para buscar dentro del pequeño armario donde guardaba toda su ropa, un par de recuerdos que Bramms le había comprado y un montón de papeles que Karad le había dado a guardar, pero no encontró ningún mapa. Antes de resignarse a esperar hasta el día siguiente, buscó en los cajones de su buró.


Sacó el par de libros donde estaba la foto de su familia y los dejó al lado del plato donde comieron. Debajo de ellos había varias cosas, con un poco de suerte, encontraría un mapa ahí.


−¿Qué es eso? −dijo Alieth señalando uno de los libros.


−Un libro −respondió Dahlia sarcásticamente−, uno muy bueno de hecho, llevo un poquito más de la mitad y me ha gustado mucho.


−¡Ya sé que es un libro! Hablo de lo que está entre sus páginas. –añadió molesta, la forma en Dahlia le contestó  no le había causado gracia.


Dahlia reparó en la pequeña pintura que Ellioth les había regalado el día que se fue. Desde que se la dejaron en su cuarto, la había utilizado como se debe, para separar la página del libro que estaba leyendo, supliendo el trabajo que hacía la foto de su familia.


−¡Nada! Sólo un separador para saber en qué página me quedé. −Dahlia agarró el libro y lo metió al cajón para cerrarlo después con la misma prisa que estaba buscando el mapa.


−No tengo ningún mapa aquí, pero mañana podemos usar el que está en la mesa, si quieres. −dijo la enöriana. Ahora ella era la que quería cambiar de tema.


−Bien, entonces, ¿te molestaría si me duermo ahora? Fue un día largo y horrible, me gustaría descansar. −dijo Alieth mirándola ya recostada en la cama. Si ninguna de las dos estaba dispuesta a hablar, lo mejor que podían hacer era dormir


−¡Ah, sí! ¡Perdón! Puedes dormir en mi cama si quieres, yo dormiré aquí abajo. –dijo Dahlia sacando un par de cobijas de la parte superior del armario para extenderlas en el piso y poder acostarse ahí− Sólo, ¿me prestas una almohada?


La mujer de cabello blanco, sin decir nada, le dio una de las varias almohadas que estaban sobre la cama, se despidió y cerró los ojos. Dahlia por su parte, se quedó despierta un rato más, tenía una larga discusión con el techo sobre todo lo que había sucedido y cómo en un solo día sus planes habían tomado un rumbo inesperado. Ahora la mujer que anunciaba la gira del circo estaba durmiendo en su propia cama. Qué ironía pensó. De todos nosotros, me la tuve que encontrar yo. Cómo fue que estaba de vuelta en ese cuarto que había pensado no volvería a ver. Pero sobre todo, la pregunta principal que rodeaba sus pensamientos era: ¿qué pasó con Bramms?  


Estaba ahí, mirando el techo y riendo de su propia suerte, cuando de pronto recordó la nota que estaba debajo del plato. La desarrugó, ya que al guardarla tan precipitadamente no tuvo el cuidado de meterla con prudencia, y la leyó:


 


Dile que se quede y mañana hablamos. Que bueno que la encontraste.


Disfruten la cena, supongo tendrán hambre.


Bramms está bien, un poco confundido porque fue Karad quien fue a recogerlo y no tú.


Mañana habrá tiempo de que hablen sobre sus planes.


 


Que descansen


Voriana


 


¿Por qué siempre lo sabe todo y no hace nada? Pensó mientras veía la nota. Si ya sabía que iba a regresar pudo no haberme hecho tanto berrinche y dejarme ir. Guardó la nota y durmió.


 


Al despertar, Dahlia descubrió que no fue la primera en hacerlo. De hecho, para empeorar la situación, se encontraba sola en el cuarto, el único rastro que quedaba de que alguien más había pasado la noche ahí era la cama destendida y el par de vasos vacios en el buró. Por fin tengo alguien con información y desaparece, genial. Pensó Dahlia, quien no tardó ni dos segundos en ponerse en pie, medio arreglarse para no hacer notar las prisas que la consumían por dentro, salir y ver qué había sucedido. Lo hizo todo tan rápido que no notó que el cajón del buro estaba abierto, ni que el libro sobre éste, había perdido su separador.


 


−Buenos días dormilona. −la voz del enano Fenez fue lo primero que escuchó al salir− La vieja loca te manda a llamar.


−Gracias. ¿Dónde? −dijo con voz aún adormilada sin poner atención a quien le había hablado. Con un poco de suerte, estará con ella, se dijo a sí misma. Lo pasó de largo, esperando que pudiera escuchar la respuesta antes de alejarse demasiado.


−Con Karad, en las taquillas. −gritó el enano notando el poco interés en su presencia.


 


O puede que no, al parecer hoy es uno de esos días… pensó Dahlia mientras se dirigía a la entrada del circo en busca de los directores. Esperaba encontrar a Alieth platicando con ellos, aunque, si tomaba como presagio el modo cómo había empezado el día, necesitaría mucha suerte para que fuera así.


La taquilla a lo lejos ya se veía poblada de gente esperando para comprar boletos para la función que presentarían al anochecer. ¿Tan tarde es? Pensó. Buscaba con la mirada a la adivina entre el tumulto que formaba su futuro público, cuando un par de personas que estaban fuera de la fila secuestraron su atención por su forma de vestir: una mujer pelirroja de ojos verdes, que tendría su edad aproximadamente, iba vestida de colores vivos y portaba muchas alhajas; la acompañaba un señor de pelo corto canoso y una barba de candado bien cortada, era difícil calcular su edad, pero su rostro demostraba que había vivido muchísimo. Era como ver a Bhel Kether, aún más viejo. Vestía de colores muy claros. El señor le recordaba a todos los visitantes que la adivina había llevado circo mientras estuvieron en Kynthelig. Debe ser incómodo traer tanta cosa encima, pensó inconscientemente mirando a la joven.


−¡Mi niña! −una voz familiar sonó a sus espaldas.


−Voriana, ¿me buscabas? −dijo,  esperando encontrar a Alieth cerca de la adivina.


−Sí, ven conmigo, hay alguien que quiere conocerte. −dijo la adivina jalándola de la mano con la misma prisa que ella había salido de su cuarto.


−Pensé que era por… − dijo decepcionada.


−Si te refieres a Alieth, la volverás a ver pronto, no te preocupes. −La interrumpió poniendo poca atención en lo que ya sabía que iba a preguntar.


−Pero…


−No, ¡nada de peros! Eso te pasa por despertar tan tarde. −exigió la adivina deteniéndose, después de atravesar la fila de gente, frente a las mismas dos personas en las que se había interesado segundos atrás− Maestro Ethan, aquí estamos.


−¿Esta es la muchacha? −dijo el señor barbudo con una voz profunda y ronca, examinando a Dahlia con la mirada. Por lo menos este no se va a meter en mis memorias. Pensó al verlo, de cerca se veía aún más viejo de lo que había supuesto.


¡Dahlia! ¡No seas grosera! La voz de la adivina retumbó en su cabeza como si le hubiera gritado en realidad. Era fácil deducir que se trataba de alguien importante, pero al no ser quien ella buscaba, hasta la mosca que iba pasando a pocos centímetros le resultaba más interesante en ese momento.


−Dahlia, él es el maestro Ethan. Uno de los mejores arcanos que hay, fue maestro de Bhel Kether, y director de la Torre Arcana en Kynthelig. −dijo emocionada por presentar a tal celebridad− Y también fue el mío.


−Vamos Voriana, sabes cuánto me desagradan los halagos. −contestó el anciano.


−Mucho gusto, maestro. −dijo Dahlia haciendo una pequeña reverencia. Que le importara poco quien fuera no la hacía mal educada.


−El gusto es mío pequeña. No es común ver a un enöriano fuera de su ciudad, menos en los últimos días que…


−¿Y quién es tu acompañante? −Voriana interrumpió en un intento muy arriesgado de cambiar el tema. No sabía lo que el maestro iba a decirle, pero fuera lo que fuera, de seguro la haría sentir peor con respecto a su maldición.


El arcano miró a Voriana unos segundos en silencio, era una fuerte mirada con acento de regaño. Ella lo vio a los ojos tratando de no sentirse intimidada, esperaba que entendiera porqué lo había interrumpido. La imponente mirada cambió por una más comprensiva, ella sonrió avergonzada como si acabaran de descubrirla en una mala jugada.


−¡Ah! ¡Cierto! ¡Perdón! Ella es Rowan Dunier, mi aprendiz, una niña muy poderosa que nació en el rio del Éter. Cómo sabrás mi querida Voriana, eso le da habilidades impresionantes que hasta tu amigo Bhel Kether envidiaría. Su padre me encargó que la instruyera en las artes arcanas hace un par años. Su madre murió dándola a luz.


−Mu… mucho gusto. −dijo la pelirroja con una timidez que contrastaba con su vestimenta. Poco a poco, su cara se tornó del mismo color que su pelo.


−Si tan sólo no fuera tan vanidosa y superficial… podría entender lo importante que es el don que tiene. –dijo su maestro a modo de reproche.


La aprendiz no volvió a pronunciar palabra durante toda la plática entre los arcanos, pero al parecer no era su culpa, a Dahlia tampoco la dejaron hablar mucho. Ahora que tampoco Dahlia mostraba mayor interés en hablar con un señor tan prepotente o con una pelirroja que parecía no tener mucho que decir. Así, los dos arcanos se embarcaron un una larga charla sobre temas más triviales. Sin embargo, una pequeña duda se había clavado como un alfiler en  el pecho de Dahlia cuando Voriana interrumpió al ex-maestro de Bhel, pero decidió que después le preguntaría porqué lo había hecho y, por lo pronto, dejó fluir aquella reunión que la adivina disfrutaba tanto. No se atrevía a creer que Voriana le estuviera escondiendo algo.


La conversación se extendió tanto como la fila frente a las taquillas, a la cual no se le veía fin. Dahlia se preguntaba de dónde había salido tanta gente, ya que a primera vista el pueblo no parecía ser tan grande. Sin embargo, las enanas hacían buen trabajo como taquilleras. Cuando una de ellas colgó el letrero de “localidades agotadas”, fue como si hubieran llamado a Karad, quien llegó histérico a pedirles que fueran a ayudar dentro. “No es tiempo para estar platicando, el show debe continuar” dijo. Tenían problemas: las luces no funcionaban como deberían, los enanos músicos no estaban concentrados y Dahlia tenía que practicar los cambios que habían acordado, ya que no habían tenido ni un solo día para ensayar.


La adivina se disculpó con su maestro por el usual nerviosismo de Karad y el final de su plática quedó pospuesto para después de la función. Dahlia sólo se despidió con un gesto de la mano mientras el director apuraba a ambas dentro de la carpa principal.


 


Debido a los ensayos y la infinidad de detalles que requerían atención, los integrantes del circo no tuvieron tiempo de pensar en otra cosa que no fuera la función. Incluso Dahlia se mantuvo tan ocupada que ni siquiera tuvo oportunidad de acercarse a hablar con Bramms, a quien había visto que la observaba con una mirada triste. También quería saber de Alieth, tenía curiosidad de saber qué le había dicho Voriana y a dónde se había ido, si ya sabía que el circo mantenía contacto con Ellioth o si la odiaba por haberle ocultado la verdad. Pero la voz de Karad resonaba en su cabeza cada vez que empezaba a distraerse: “la función es lo primero”.


Así llegó la hora de presentarse y la carpa se fue poblando como nunca en toda la gira. Al parecer, en los pueblos pequeños los habitantes preferían asistir a espectáculos pequeños, como los circos. Una vez que todos los asientos en las gradas estuvieron llenos,  cerraron la carpa y las luces se fueron apagando junto con los murmullos del impaciente público, sólo quedó encendido el reflector central que iluminaba a Karad en su traje blanco de maestro de ceremonias, como si fuera un ser de luz que rompía la oscuridad.


−Bienvenidos sean −dijo la silueta blanca haciendo una reverencia− Esta noche el Circo del Alma representará la historia de un espíritu, una mujer, una convicción que podrá hasta con la muerte misma. Iseldis.


Una ronda de aplausos respondió al presentador mientras éste salía del escenario y la música comandada por la melodiosa voz de Voriana tomaba su curso. La niebla ya cubría el escenario, cuando Dahlia salió con pasos inseguros a interpretar el primer acto. No es que no confiara en sus habilidades para que todo saliera acorde a la historia, era que seguía vivo en ella el presentimiento de que aquel no era un buen día.


Mientras realizaba su danza y los enanos volaban en los trapecios, observó de reojo al público, ojos nuevos que impactar, mentes nuevas que impresionar. Suspiró cuando su vista pasó por el lugar donde el pintor solía acomodarse durante los ensayos, ya se había resignado a no volver a verlo en ese lugar. En una pirueta que la dejó frente a aquella butaca descubrió al anciano arcano en su pose característica: cruzado de brazos, serio e inexpresivo, casi muerto; y su lado, su aprendiz, que a diferencia de él sí parecía estar disfrutando de la función.


El sentimiento de tener la mirada de alguien encima la hizo voltear a ver quien ocupaba el siguiente asiento junto a la pelirroja. Ahí estaba la mirada que la acosaba viéndola ahora a los ojos. Dahlia detuvo en seco su actuación al darse cuenta de quién se trataba,  lo cual causó que uno de los enanos que volaba al ras del escenario la atravesara, lo cual reveló la intangibilidad de Iseldis antes de tiempo, arruinando la obra. Alieth sintió pena ajena, sonrió apenada e hizo un gesto de negación con la cabeza después de asegurarse de que Dahlia aún la estuviera viendo. Fue cuestión de un par de secuencias más para que Dahlia saliera de la pista. Quería correr a encontrarse con ella y no dejarla ir hasta que le diera respuestas, intuía que si no lo hacía en ese momento jamás la volvería a ver. Pero no contaba con un Karad furioso detrás de la pista, que le tenía preparado un regaño tan grande como para entretenerla hasta su siguiente acto.


Cuando volvió a salir a escena Alieth seguía ahí, aunque ya no como en el acto anterior que parecía un cuervo negro acechando a su presa; al contrario, estaba completamente distraída platicando con la pelirroja aprendiz; o eso es lo que su mente creyó  hasta que una de las dos mujeres la señaló y ambas fijaron su atención en ella. Eso le dio un poco de seguridad de que, tal vez y sólo tal vez, el día no terminaría tan mal y cuando se acabara la obra podría correr a su encuentro y sacarle toda la información que quisiera.


Pero no fue así.


El siguiente acto fue la batalla contra Bramms y en esa ocasión, para ellos dos la batalla sería real. Obviamente no podían hablar, ya que la discusión sobre qué sucedió la noche anterior y el porqué estaban los dos de regreso en el Circo no entraba dentro del guión de la obra, pero  bastaron las miradas y los tonos de voz al decir sus diálogos, para anticipar la discusión que vendría al terminar la obra.


Una vez más, Karad la entretuvo demasiado junto con todo el grupo. Sin remedio, tuvo que escuchar todos los comentarios y errores a corregir a partir del día siguiente. Como el de detenerse abruptamente a medio acto y estropear con ellos el sentido la obra. Para cuando pudo salir corriendo antes de que dijeran una cosa más, las gradas ya estaban vacías y el público caminaba entre el los puestos del festival nocturno. Bramms intentó seguirla para hablar con ella, pero justo cuando la tenía a unos metros de distancia,  un jalón en su hombro lo detuvo de hacerlo. Descubrir quién era el responsable causó que la perdiera de vista.


Dahlia estaba paralizada por la desesperación en la entrada de aquel pasillo lleno de puestos con cosas para curiosear. La gente pasaba a través de ella sin que dijera una sola palabra. Parecía una estatua, o más bien, como si no existiera. Necesitaba actuar rápido y no sabía hacía dónde dirigirse. Un grupo de gente la rodeaba mirándola expectante, Verla ser atravesada de cerca, fuera de la función y de posibles ilusiones visuales era todo un espectáculo para los pueblerinos de Zhür, lo cual ella no notaba ya que estaba inmersa en sus pensamientos, tratando de hilar las opciones posibles. Su ansiedad no dejaba espacio para darse cuenta de dónde estaba, ni de quién la observaba.


Una imagen mental fue la que la hizo reaccionar: “hablamos después de la función” había dicho el arcano en la tarde. Si se apuraba, quizá y sólo quizá, ella aún estaría con ese par. Que hipócrita, ¿no que odiaba a los arcanos? Pensó mientras corría hasta la carpa de Voriana atravesando a los que la rodeaban. De la impresión, nadie de los presentes hizo nada más que verla alejarse.


Al despegar la vista del suelo, lo primero que vio a lo lejos fue uno de esos uniformes blancos que tanto habían estado evadiendo. ¿No se supone que no pueden entrar? Pensó sobresaltada, no quería volver a experimentar heridas como las que obtuvo cuando sucedió lo de Izu, la bestia de hielo. Ya tenía una excusa más para correr a la carpa de Voriana, pero  en el camino se encontró otro más, éste era una mujer de pelo café muy largo y no estaba caminando hacia el circo, sino sentada platicando con alguien que no alcanzaba a ver porque una de las carpas obstaculizaba su vista. Pensaba ignorar el hecho y correr a avisarle a Voriana, pues si había bleizens aquí es que algo había salido mal con su plan, pero la voz que le contestó a aquella mujer la hizo detenerse frente a ellos.


−Yo quería regresar por ustedes en el algún momento−dijo Bramms que sonaba nervioso, como aquel día que le había pedido que huyeran juntos− Pero pensaba primero salvar mi vida. Nunca pensé qué…


−No sabes cuánto te extrañamos… −dijo la mujer mientras que el color de su piel morena empezaba a tornarse más oscuro y a  endurecerse, como si fueran piedras de tierra seca.


−¡Bramms! −gritó Dahlia señalando a la mujer que estaba a su lado.− Tenemos que hablar, no deberías estar hablando con ellos… es más no deberían estar aquí.


−Pero, no quieren hacer daño… −dijo el joven de fuego mirándola a los ojos.


−La mujer de la niebla está aquí −dijo en una voz rasposa, como si una montaña hablara. Bramms volteó a verla decepcionado, tenía los mismos ojos negros que Izu y aquellas palabras lo habían tomado desprevenido.


−¡DAHLIA! −gritó Bramms empujando fuertemente a la mujer que estaba a su lado− ¡CORRE!


−Pero… tú y yo… −dijo titubeando paralizada, sabía que no era un buen momento para arreglar sus asuntos pendientes, pero si no era en ese momento, ¿cuándo?


−¡Hablaremos después! −gritó él transformando sus brazos en grandes llamaradas −Necesito que estés a salvo, no te preocupes por mí. Ve y avísale a Voriana lo que está sucediendo.


−Pero… tú también tienes que estar a salvo, no puedo irme sola. −dijo ella dando un paso hacia adelante.


−¡LARGO! −dijo lanzando una llamarada hacia ella para asustarla.


Dahlia corrió más por reflejo a esquivar la llamarada que por cuidarse de no ser incinerada. Por favor no te mueras, Bramms dijo para sí misma y se dirigió a la carpa de la adivina que estaba cruzando el carnaval. La carpa estaba cerrada, pero podía oír la voz del arcano anciano hablar.


−¿No se te hace injusto? −dijo el anciano exigiendo más que preguntando.


−¿Desde cuanto tú hablas de justicia? −respondió la adivina a su maestro en un tono sarcástico que por el sonido que hizo el maestro, Dahlia dedujo que el comentario no le agradó en lo más mínimo. Iba a entrar en la carpa e interrumpir su conversación, pero el maestro dijo algo antes que la hizo detenerse.


−¿Cuando le vas a decir? Tiene derecho a saber el poder que su collar tiene y su contenido, también tiene completo derecho a saber que toda esa ciudad está muerta. −dijo el arcano tratando de hacerla entrar en razón− Entre más lo escondas, más te va a odiar cuando se entere.


No podía creerlo, ¿estaban hablando de ella? Siempre pensó que Voriana le contaba todo. ¿Cuánto más le habían escondido?


−Tú sabes el caso que le hago al Éter, tú me enseñaste a escucharlo y fue él quien me dijo que todavía no es tiempo de que ella lo sepa. −escuchó decir a la adivina, se oía triste− No quiero que sufra. pero ya no sé qué hacer, no quiero lastimarla.


Al escuchar esto, Dahlia  se puso furiosa, ella sabía cuánto sufría o si sufriría. ¿Que no sabía por todo lo que pasaba después de cada función? Estaba harta de ser tratada como fenómeno, como maravilla, como si fuera un tesoro. Sintió tal coraje, que se metió a la carpa aprovechando su habilidad. Voriana se puso pálida al verla aparecer, era la última persona que esperaba ver en ese momento, hubiera podido jurar que estaría en junta con Karad.


−¡Dahlia! −la adivina se puso en pie preocupada y corrió a su lado− ¿Qué pasó mi niña, todo bien?


Sin responder, examinó la carpa de un vistazo, sólo estaban Voriana y el arcano. No había rastro de la aprendiz, ni de Alieth.


−¿Tan pronto acabó la junta? –dijo, tratando de romper el silencio incómodo que Dahlia estaba creando al no responder.


−Sí y vengo a decirte que el circo está lleno de Bleizens −respondió secamente.


−¿Cómo? −dijo Ethan sorprendido− se supone que Rowan mantiene una barrera que les prohibía el paso.


−¿Dónde está Alieth? − dijo ignorando al maestro que acababa de hablar.


−No sé… − dijo Voriana en voz muy seria.


−¡Sí lo sabes! ¿También eso me lo vas a esconder? −gritó Dahlia con los ojos llenos de lágrimas.


−No, mi niña… escúchame… −murmuró en un intento de abrazarla, olvidando que no lo lograría. Terminó hincada en el piso abrazándose a sí misma, llorando por lo impotente que se sentía. Tanto poder, tanto conocimiento y no podía hacer nada para que no la odiara. Después de todo no había aprendido nada, había cometido el mismo error que con su alumna de Kynthelig, la había herido profundamente. Arrepentida, subió la mirada, para encontrar la de Dahlia. La miraba desde arriba con una mezcla de lástima, asco y odio.


−No, ¡no quiero escuchar nada! −dijo la enöriana al tiempo que salía corriendo de ahí.


−Te lo dije. −dijo Ethan cómo si no hubiera pasado nada.


−¡Cállate! −le gritó la adivina del circo.


 


Dahlia huyó del carnaval corriendo entre la gente que quería alejarse de la batalla entre Bramms y la mujer de tierra, la cual se había puesto reñida dado que el otro bleizen que estaba vagando por los alrededores se había unido para ayudar a su compañera.


Histérica, buscó por todos lados una salida por donde no hubiera gente, empezaba a sentirse más frustrada, entre toda esa gente en pánico jamás podría encontrar a Alieth. Entonces,  un grito de agonía llegó hasta sus oídos y al reconocer la voz del fuego, lágrimas empezaron a correr por sus ojos. Quería irse, no volver a saber nada del Circo, se sentía traicionada una vez más, no sabía si podría siquiera volver a verlos a los ojos. Su única esperanza estaba en quien sabía cómo llegar a donde pertenecía, de donde nunca debió salir. Ahora más que nunca estaba convencida de que tenía que averiguar porqué estaba fuera de ahí, necesitaba saber qué sucedía, si toda esta catástrofe era por su culpa, jamás se lo perdonaría. Corría sin dirección alguna, sólo para alejarse de ahí y después de mucho tiempo, cansada de tanto correr y resignada, se tiró a lado de las raíces de un gran árbol a descansar. Definitivamente hoy es… no… es PEOR que esos días. Pensó limpiándose los ojos, mirando  el cielo a través del follaje del árbol.


−Shhht… Dahlia, ¡despierta! −una voz de mujer la hizo volver. Entre el sueño y la oscuridad de la noche, tardó unos segundos en enfocar la vista para reconocerla.


−Soy Al… Rowan −dijo la pelirroja aprendiz de Ethan.


−¿Qué quieres? −dijo Dahlia, cerrando los ojos una vez más.


−Llevarte a Enör.


Ese último comentario hizo que perdiera todo el sueño y volviera a mirarla a los ojos inmediatamente. Espero no esté jugando esta mocosa. Pensó mirándola incrédula.


−¿Sabes dónde está?  −le preguntó con desconfianza.


−Alieth me mandó por ti. −dijo con una sonrisa.


−Me estás jugando una broma, ¿verdad? −dijo sarcásticamente− Alieth odia a los arcanos, ¿por qué te enviaría a ti?


−Digamos que… se dio cuenta que para vencer al poder, necesita poder. –dijo Rowan cabizbaja.


−¿Y dónde está?


−Aquí −dijo la pelirroja abrazando su pecho.


Dahlia la miró con los ojos bien abiertos. ¿Qué había sucedido? ¿De qué se había perdido? Una vez más, demasiadas cosas giraban en su cabeza a una velocidad tan rápida, que era imposible escoger una que decir.


−¿E… e… estás dentro de ella? ¿Por qué? −tartamudeó. Eran demasiadas sorpresas en tan poco tiempo. Algo no estaba bien.


−En el camino te cuento. −dijo mirando a sus espaldas− Tenemos que irnos antes que los del circo o los de blanco te encuentren. Te han estado buscando por todos lados, fue pura suerte que te encontré yo primero.


−Pero… ¿por qué me estás ayudando? −insistió en conseguir una respuesta− Te mentí en tantas cosas… no merezco que me ayudes.


−Lo sé, la adivina me lo dijo todo y creo que lo mejor es que vayas con los tuyos. −dijo mirándola fríamente− Tendremos mucho tiempo para hablar después ¡Vámonos ya!


−¿Y cómo nos iremos? −preguntó poniéndose de pie.


−¡Como quieras! Tengo poderes, ¿recuerdas? −dijo burlonamente. Con sus manos, concentró una esfera de energía purpura que colocó en su propia espalda. La esfera vibró y cambió de forma varias veces hasta que poco a poco tomó forma de un par de alas etéreas al control completo de su usuario.− ¿Qué te parece si volamos?


−¿En serio? −preguntó más para sí misma que para responderle. Rowan no hizo más que carcajearse por la cara de Dahlia en ese momento, aleteó las alas para levantar el vuelo un poco y le ofreció una mano.


−En serio −afirmó Rowan.


−¡Entonces vamos! −aceptó la mano emocionada por descubrir lo que le esperaba. Rowan formó otra bola purpura de energía y la puso en la espalda de Dahlia tal cual lo había hecho con ella. Al primer intento no funcionó, la energía etérica no se mantenía en su espalda y terminó en el suelo, pero en una segunda prueba logró que las alas se mantuvieran en su espalda, al control completo de Dahlia. Estando las dos aladas, sería más fácil el viaje, Dahlia sólo tendría que seguirla.


Después de todo, quizá no sea tan mal día. Pensaba mientras se elevaban por encima de las nubes, bajo la luz de la luna. Una vez más eran un par de sombras que navegaban a través del silencio de la noche, si alguien las hubiera visto, vería a Iseldis surcar el cielo estrellado.


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Published on July 20, 2016 12:44

July 10, 2016

July 5, 2016

Fui solo un expectador

Una parte de mi pudo evitarlo pero no hice nada, sólo observé ahí, en silencio.


Pude verla a través de la ventana como caminó hjasta ese punto y su gran sonrisa que sin problemas le daba la vuelta al mundo para llegar hasta el otro extremo de su boca se transformó en miedo.


El pánico la inundó por toda la vida que estaba a punto de caerle encima.


No era muy grande, la vida, de hecho ni siquiera se si llamarle vida.


Era una bestia, una como esas que se dedican a absorber la vida de los demás con la intención de recuperar la que perdió miles de años atrás no estoy muy seguro cómo clasificarla.


La mujer iba tan segura de sí misma, como siempre; no es la primera vez que la observo. No se si será la última. Nunca le importó pasar por encima de la gente y dejar atrás todo lo que le estorbaba. Por eso siempre estaba sola. Supongo que por eso le dio miedo al ver lo que estaba por caerle encima.


Era ella misma, sus ambiciones, sus deseos y sus ganas de comerse al mundo la mataron para poder avanzar y pisotear sin que tuviera remordimientos de conciencia.


Desde entonces no sonríe.


Aún la veo a la vuelta de la esquina, en el café, en el transporte público y en el centro comercial.


Pero ese día fue el último que la observé.


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Published on July 05, 2016 13:09

June 30, 2016

La novena vuelta en la que todo cambió

Desde donde estaba acostada podía ver al sol colarse entre las hojas, había estado en el bosque más de medio día tratando de evitar cualquier cosa que le recordara que ese día cumplía nueve años. Le gustaba ir a acostarse debajo de aquel árbol porque ahí nadie del pueblo la molestaba, los únicos que sabían encontrarla eran quienes vivían en el bosque, especialmente un zorro al que le gustaba usar corbata por alguna extraña razón.


–No deberías estar aquí en días cómo hoy –le dijo el consternado animal–, hoy es día de llenar tus más grandes deseos.



–Dile eso a mi papá, desde que mamá no está no ha hecho nada más que trabajar para el pueblo –dijo la niña al levantar la mano para ver los rayos del sol a través de su mano–. Hasta parece que se le olvidó que tiene hijas, aquí me siento en paz, aquí no me siento sola aunque lo esté.


–¿Y tu hermana? –preguntó el zorro al sentase a su lado.


–Siobhan está demasiado ocupada con sus libros y la hechicería. Tú eres el único que tiene tiempo para jugar conmigo, Fausto.


–Ay, Hilda… –el zorro se levantó y le ofreció una garra– ve a casa, estoy seguro que deben de estar esperando para abrazarte. No deberías estar aquí.


–Naaaah… ¿tú crees?


–No vas a averiguarlo y mucho menos va a suceder eso que quieres hasta que vayas.


–Quizá tengas razón –dijo ella al ponerse en pie aún con la duda en pecho–, ¿te veo más tarde, va?


–Quizá –dijo el zorro viendo cómo se alejaba. Se sentía triste de que aquella niña creciera y que algún día lo dejara de ver como su mejor amigo, vivía con la angustia de un futuro que en realidad estaba lejos del presente en que vivía. Todo lo que él quería era un poco de humanidad para envejecer con ella por el resto de sus días aunque sabía que eso no iba a suceder jamás.


 


En las calles del pueblo a nadie le importó que ella anduviera sola, los pocos que la notaron andar por ahí le sonrieron con la amabilidad de que uno otorga a quien ve a los ojos al pasar pero no hubo palabra alguna. No tenía por qué haber, pero ella quería. O algo raro estaba sucediendo y todo el pueblo era muy bueno fingiendo o su familia ni siquiera había notado su ausencia.


Al llegar a su casa tampoco había palabra alguna, de hecho había más silencio del que esperaba. Llamó a su papá, a su hermana, al consejero y nadie le respondió. Se asomó al salón de su papá y estaba vació, el cuarto de su hermana también. Fue a la biblioteca y no había persona alguna ahí, sin embargo en la mesa había un pastel y una caja de madera.


Se acercó.


El pastel tampoco tenía palabra alguna, mucho betún de chocolate, eso sí.


La caja tenía tallada algunas ramas, como si la abrazaran pero cuando la abrió la encontró vacía también. ¿Dónde estaban todos? ¿Habrán ido a buscarla?


–¿¡Dónde estabas!? –le gritó una voz desesperada a su espalda, la reconoció al instante sin tener que voltear, era su hermana.


–En el bosque, donde siempre, no me grites –le contestó sin muchos ánimos de discutir.


–Nadie sabía a donde te habías ido, pensamos lo peor, ¡y en tu cumpleaños! –su hermana corrió a abrazarla para desahogar su preocupación– Papá fue a buscarte y ahora no puedo encontrarlo a él, ni siquiera el bosque me sabe decir dónde está. Algo no está bien, Hilda. Regresé a casa para buscar algo con qué encontrarlo y gracias a los vientos te encontré a ti, ven, ayúdame y tráete esa caja. Ahorita te explico.


La hermana mayor le pidió a la cumpleañera que guardara silencio hasta salir del pueblo para no inquietar a los habitantes chismosos que podrían iniciar una ola de pánico innecesario.


–Esa caja es un cachito de la magia del bosque, está hecha de la madera de uno de los árboles más sabios, él me la entregó personalmente. Iba a ser tu regalo de cumpleaños –dijo Siobhan ya que estaban rodeadas de árboles y una que otra luciérnaga que acudía al atardecer.


–¿Iba? –preguntó Hilda la levantar la caja para verla de cerca, siempre le pareció que todo lo que su hermana le contaba acerca de sus fantasías en el bosque eran una locura. No las desmentía porque después de todo, uno de sus mejores amigos era un zorro que hablaba pero vamos, ¿un árbol que hace cajas? Tenía que admitir que cada vez su hermana le contaba cosas más raras.


–Todavía es, pero por lo pronto nos va a ayudar a encontrar a Papá –le contestó tratando de aguantarse la risa–. Vamos a hacer algo, esa caja está encantada para guardar tu más grande deseo y guiarte hacia donde tengas que ir para cumplirlo. Entre más deseos tengas, la caja va a estar más llena de vida. Así que, como primer deseo necesitamos pedirle que nos lleve hasta donde papá está.


Sin decir nada, la pequeña Hilda abrazó la caja y pensó en su papá. Trató de dejar afuera todas las veces que se había sentido abandonada, todas las veces que lo culpó de que su madre desapareciera. Trató de dejar ahí sólo el amor y el hecho de que lo necesitaban con ellas; fue entonces que le pidió a la caja que les dejara encontrarlo. La caja tomó luz propia en cuestión de segundos, tomaron el camino que tenían frente a ellas. Cuando el paso se dividía en varias ramificaciones era sólo cuestión de dejar que la caja brillara. En algunos caminos dejaba de brillar, esos definitivamente eran los que no había que tomar. Entre más brillara, mejor. Así, cuando ya tenían el anochecer encima llegaron a una madriguera que la caja inundó de rojo. Ésta parecía estar amueblada con mesas y sillas y roperos y una cama todos construidos a base de ramas, daba algo de ternura el esmero con el que todo aquello había sido construido. Las niñas encontraron a su papa inconsciente en una esquina, trataron de despertarlo pero no reaccionaba así que decidieron entre las dos sacarlo de ahí y después averiguar qué hacer. Con lo que no contaban es que Fausto, el zorro, las encontrara a ellas llevándose lo que él ya consideraba suyo.


–Me apena mucho tener que decirte que te estás llevando algo que es mío, Hilda –dijo el zorro molesto.


–A mí me apena decirte que es mi papá y no voy a dejar que le hagas lo que sea que planeabas –dijo ella sorprendida de la rudeza de aquel que consideraba su amigo.


–Tú… ¿papá? –dijo el zorro sin entender cómo era posible que precisamente aquel que necesitaba para poder lograr lo que quería es lo que le haría más daño a ella a quien más quería.


–No voy a repetirlo.


–Hazte a un lado, Fausto –dijo una enfurecida Siobhan empujándolo con magia.


–Ustedes no entienden, es demasiado tarde para salvarlo –dijo el zorro mientras destapaba un pequeño frasco que emanaba luz verde, de un par de tragos bebió toda la luz y su cuerpo y el del alcalde del pueblo brillaron con la misma luz. En cuestión de segundos, las niñas pasaron de tener a un hombre en sus brazos a tener nada más que luz que el cuerpo del zorro fue absorbiendo.


–Sí, ¡puedo sentirlo! –decía el zorro mientras se tallaba las extremidades.


–¿Qué hiciste? –Preguntó Siobhan aún sin comprender que estaba sucediendo.


–¡VOY A SER HUMANO! –gritó el zorro carcajeándose de victoria.


–Tú… –lo interrumpió Hilda al borde del llanto– ¡tú no vas a ser nada!


–¿Qué podrías hacer al respecto? –inquirió el zorro que sentía como su cuerpo poco a poco empezaba a crecer.


–Desear… –dijo Hilda al tomar la caja y aventársela con fuerza al zorro. Cuando la caja se estrelló con él la luz que estaba transformando al zorro salió en  una explosión y las hizo caer inconscientes a metros de ahí.


*****


Hilda despertó muchos años después, en la casa en ruinas donde había estado encerrada desde que el tiempo se murió. Se sintió ridícula de despertar con lágrimas en los ojos, con el recuerdo fresco de la última vez que vio a su padre, al zorro y a la caja; sus primeras pérdidas ante el bosque. Pero ahora sabía que la caja aún existe y podría servirle para cobrar su venganza.


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Published on June 30, 2016 16:24