Ian Colin Roditi's Blog, page 3

July 20, 2017

Cinco casas para salvar la realidad

Si podemos definir a la vida como ese algo sustancial que permite desarrollarnos y cambiar el entorno para adaptarlo a nuestra supervivencia podríamos decir que muchas cosas que creemos muertas en realidad no lo están: los monumentos, altares, iglesias y demás sitios de concentración masiva pueden absorber energía acumulándola, cobrando vida.



Existen varios ejemplos de estos objetos y lugares que en un tiempo se consideraron inanimados y después empezaron a latir (Estatuas, construcciones, fuentes, hasta algunos juegos infantiles de parques muy concurridos), los más importantes son cinco puntos que cobraron vida hace mucho tiempo y han pasado desapercibidos por gran parte de la humanidad. Cinco casas que son puntos claves para mantener la realidad unida. Si una se ve afectada por desastres naturales, guerras, incendios, etc. las otras crean lazos emergentes que procuran mantenerla íntegra, como la historia de la casa negra que sobrevivió los bombardeos de Londres.  En algunos casos se reconstruye o cambia de locación, como aquella casa en Montevideo que se incendió hasta sus cimientos sin dejar una sola ceniza. Cada una de estas casa constituye en sí una manifestación de los ingredientes fundamentales de la realidad: tiempo, espacio, materia y energía; la quinta casa es el catalizador de la realidad, donde confluyen estas energías y por decirlo así, se produce todo lo que conocemos.


Esa es donde probablemente nos encontramos ahora.


Ésta casa -la de la realidad- por definirla de algún modo, nos había salvado de la ilusión maldita con la que nuestro anfitrión pretendía quitarnos nuestros poderes.


 


El cuarto al que nos condujo la casa tenía al fondo cuatro paneles de madera donde estaban grabados unos inmensos árboles genealógicos con el inicio tan alto que no se alcanzaba a leer con claridad lo que decía. Muchas de las ramificaciones terminan de manera abrupta y otras eran tan largas que casi llegaban al piso. Ahí, al final de cada panel, sobresalían nuestros nombres encendidos por una luz verde. Cada rama de los árboles era el registro exacto de nuestros antepasados: quiénes eran tejedores, fecha de nacimiento, de muerte y de cómo había sido el deceso. Cada quien se acercó al panel que le correspondía y pudimos notar que éramos los últimos tejedores de cada clase, que nos venían cazando desde hace mucho tiempo.


 


-No!!! –gritó Juliana- No puede ser  ¿Entonces todo el tiempo fui adoptada? –Agregó estupefacta.


-¿Cómo? –Preguntó Isaac asomándose al panel de los tejedores de materia.


-Estos que están arriba de mi no son los nombres de mis padres –dijo exaltada- y de hecho, según esto tengo otros tres hermanos.


Tristán soltó la carcajada –¿Como es posible que teniendo todo éste problema en nuestras manos te preocupe eso? -Le dijo a Juliana entre risas.


Juliana solo lo miro con desaprobación y de repente se soltó a reír también.


-¡Miren! –interrumpió Isaac señalando al panel de los tejedores del espacio.


La luz que emanaba del nombre de Ixchel se atenuaba hasta casi desaparecer.


-No se preocupen –dijo un voz que llenó todo el cuarto- Ixchel está bien, sólo esta en otra parte de la casa, la luz parpadea porque sabe que nuestro anfitrión puede detectar las huellas de los tejedores y precisamente eso eso es lo que queremos evitar, así que está ocultando su propia huella.


-¡Oh! ya veo –interrumpió Tristán- Entonces, ¿Todos podemos ocultarnos del anfitrión de la misma manera?


-¡Claro! –Respondió la voz misteriosa- Pero como ustedes son muchos es más improbable que lo puedan lograr estando juntos, es por eso que los traje al corazón de la casa, ésta parte de la casa está sellada y su anfitrión no podrá sentirlos pro el momento. Pero lo más importante es que los he conducido a esta sala porque sé cómo podemos deshacernos de este villano y así salvar la realidad.




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Published on July 20, 2017 13:06

July 13, 2017

El café sólo abre los jueves

Sobre los nombres se ha dicho todo. Y casi todo ha sido es cierto.


Es algo que aprendí, como en casi toda historia interesante por contar, de no muy buena manera.


Solía dar mi nombre con facilidad a quien me ofreciera una mano o una sonrisa sin importarme el poder que le estaba otorgando a esa persona, a esa situación. No siempre daba el mismo pero era mi nombre porque todas mis ramas somos el mismo árbol.


Era una especie de juego, también. Alguien entraba por la puerta del café, tomaba mesa y yo imaginaba quién era y qué había sucedido en su vida aquél día para haber llegado hasta esa mesa. Así, yo me creaba un personaje que perteneciera a esa historia. Sí, ya sé, no soy el primer barista que ha hecho esto (y estoy seguro que tampoco seré el último) no es nada original, pero en algo tenemos que entretenernos, ¿no?



Los clientes frecuentes eran terribles para mi imaginación porque, con el tiempo, su historia verdadera era la que venía de visita y con saber su nombre podía servirles los que desearan. Aunque me gustaba volverlos a ver y continuar con sus días. Los nombres también podrían ser un tipo de moneda, entre más sea nombrado, más poder tiene.


Y por lo mismo es mucho más seguro que llegarás más lejos. Por eso a los deseos también me gusta ponerles nombre, es mi forma de creer que tengo el total control sobre ellos.


Es algo necesario para el trabajo que tengo en este lugar.


La puerta se abrió para deja pasar a un hombre aburrido, inspeccionó todo el café -que realmente no es tan grande como para tomarse todo el tiempo qué él invirtió en eso- y se sentó en una de las dos mesas que están pegadas a la ventana. Observaba todo como si no creyera estar en el lugar correcto.


En mi cabeza lo llamé Tro así que para él me llamaba Logan.


Me acerqué a atenderlo y sin palabra alguna me hizo un gesto de que no quería nada. Su deseo era creer. Extrañado me regresé a la barra y volví a escuchar la puerta, era el viejo pintor. Con el no tenemos nombres porque así funciona nuestra amistad. Se sentó en la barra y me comentó sobre una chica que se encontraba afuera sin color y con cansancio. Le agradecí y salí.   


–Buenas tardes, te atiende Wille Verloren, ¿en qué puedo servirte? –le dije a la mujer que ya había tomado asiento aunque se veía con la clara intención de no consumir nada.


–Dame cinco minutos y te digo qué deseo, gracias –contestó ella sin levantar la mirada de su celular que, desde dónde yo estaba parado, me alcanzaba a mostrar un mapa con un pin rojo muy cerca de nuestra ubicación.


–Ya llegaste –le sonreí y me metí al café.


 


–No deberías de dar tu nombre verdadero así de fácil –me dijo el hombre aburrido mirándome a los ojos–, podrías perderlo.


–Para ti soy Logan, Tro –le dije con una sonrisa como quien se sabe en un travesura–. ¿Ya sabes qué vas a tomar?


El hombre aburrido abrió los ojos de tal manera que por un segundo pensé que iban a salir corriendo y dejar su cuerpo ahí, en su incredulidad no cabía el hecho de que hubiera adivinado su nombre.


–Sí sabes dónde estás, ¿verdad? –le pregunté para detener a su conciencia de escaparse muy lejos.


El hombre pareció dudar. Miró hacia afuera y luego volvió a mirarme.


–Hace tiempo me dijeron que existía un lugar en lo profundo de éste bosque donde se cumplía tu más grande deseo si lo pides a la hora adecuada y que ahí se estaba construyendo una torre para albergarlos a todos. Siempre me ha parecido estúpido que un lugar así exista, digo, si deseas algo puedes cumplirlo donde quieras. Todos a mi alrededor fueron tan insistentes en eso que probar que estaban en un error ha sido mi más grande deseo.


–¿Y cómo te ha ido con eso? –le pregunté con algo de nostalgia al voltear a ver la torre a medio construir que se encontraba cruzando la plaza.


–Pues…  –dudó en contestar, volteó hacia la torre buscando una respuesta– no sé, acabo de llegar.


–Y llegaste en jueves.


–¿Eso qué? –dijo Tro lo suficientemente confundido como para dejar de buscar respuestas en la torre y voltear a verme.


–Este café sólo abre los jueves.


–Oh… ¿y el resto de la semana?


–Pues… quédate por aquí y lo aprenderás en otro momento, quizá eso le ayude a tu deseo.


–Entonces… Logan, ¿cómo sabes mi nombre?


–Me gustan los nombres y el poder que otorgan –contesté al recordar la razón de mi llegada a aquel lugar antes de que la idea de la torre existiera, cómo me convertí en uno de esos personajes que pierden su nombre nombre al convertirme en el guardián de este lugar. La memoria de ese momento me golpeó con tristeza que estuve a punto de vomitarla ante aquél desconocido de no ser porque fuimos interrumpidos por alguien que entró a prisa a nuestro rincón.


–¿Alguien puede ayudarme? –dijo un niño con la voz profunda y los ojos rojos como el fuego.


–¿Quién lo pide? –le pregunté seriamente– ¿el niño o el demonio?


–Yo –dijeron dos voces al mismo tiempo desde la boca del niño. Los tatuajes de anillos dendrones que habitan en mis brazos vibraron en respuesta. Si alguna vez te has preguntado cómo se vería la edad de un árbol en los brazos de un hombre la respuesta está en mis brazos. 


Tomé una galleta de la barra y me acerqué al pequeño para sentarme en el suelo frente a él. Se la entregué antes de despeinarlo con cariño con la mano derecha, la magia de los anillos de árbol que viven en mis brazos estaban por hacer su trabajo.


–Deja que el niño disfrute la galleta bajo la fuente, Mero –le dije al demonio que jugaba a ser quien no es–. Su familia lo va a venir a buscar como está dictado en su deseo y si interfieres en eso vas a tener serios problemas conmigo. No quieres eso, ¿verdad?


–Pero Keito… –dijo una presencia que empezaba a escurrirse fuera del niño a través de su sombra– me aburro. El tiempo pasa muy lento en este lugar cuando no deseas nada. Dame algo que hacer, nunca quieres ayudarme.


–Dejar en paz a este niño es un  buen comienzo, anda, vete –le dije aplicando algo de fuerza mágica sobre él para terminar de separarlo. El niño estuvo a punto de llorar cuando le aseguré que todo estaba bien, le pedí que me prometiera que no volvería a dejar entrar voces que le prometían tesoros ocultos. El niño se disculpó y salió del café con galleta en mano.


El anciano pintor estalló en una carcajada estruendosa que rompió el silencio que el niño dejó.


–Mírale la cara a Tro, ¡por favor! –dijo al señalarlo sin poder dejar de reír.


–¿¡QUÉ DIABLOS FUE ESO!? –Tro me gritó incrédulamente a la defensiva.   


–Eso fue parte de un jueves cualquiera por aquí –le dije ofreciendo una galleta a él también– y también fue el bosque queriendo decirte que no te cree que tu más grande deseo sea estar en contra de todos, curiosamente creemos que tu deseo es encontrar algo en qué creer. Vamos, ya va a ser la hora adecuada.



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Published on July 13, 2017 14:19

June 30, 2017

El mapa de unas alas rotas

Estaba casi segura de haber visto a Orfeo dar la vuelta en esa esquina. Vagaba con su nuevo atuendo por la ciudad de los sueños, en un jardín de enredaderas con flores moradas. Llevaba perdida desde que llegó, perdida en el sentido de que ya no encontraba a Orfeo por ningún lado y tampoco podía encontrar la calle del puente que llevaba al refugio del ángel. Caminó en distintas direcciones hasta que se dio por vencida. En otra esquina creía ver a su amado y se emocionaba y emprendía su búsqueda hacia él. A la otra esquina, recordaba el puente y se hacía ideas y cosas que quería preguntarle al ángel.


Y por un segundo se le podía olvidar Orfeo.


Esta falta de atención la tuvo, sin que ella se diera cuenta, caminando sin rumbo cerca de una hora. Había llegado a una explanada donde la gente caminaba de aquí allá, otros volaban por encima de ella y seres de todo tipo usaban el lugar como punto de reunión. Se saludaban, se abrazaban, se sonreían y partían a otro lado. Tenían hasta ritmo. Pero ella no, ella estaba parada en el centro, sólo observando. Estaba tan maravillada de aquél escenario que había olvidado sus dos anteriores búsquedas hasta que el viento empezó a silbar una melodía que atrapó su atención por completo, Orfeo estaba cerca.


Era su canción. Su voz.


Siguió la dirección del viento del oeste mientras le añadía letra a la melodía que escuchaba.


Se me olvida recordar


no me gusta planear


No sé determinar


No entiendo tu verdad


No seré yo quien lleve el timón


No sé de dónde vengo, ni a donde voy


Pero puedo oír el viento y cantar su canción


Tengo una suave inclinación


Una ligera tendencia


Una sutil vocación


Para perder la cabeza….


No he de ser yo quien tenga razón  


No sé de dónde vengo, ni a dónde voy


Pero puedo oír el viento y cantar su canción


Es un problema menor


Una franca adicción


Una dulce disposición


A perder el control


No he de ser yo quien de dirección


No sé de dónde vengo, ni a dónde voy


Pero puedo oír el viento y cantar su canción


 


Cuando llegó a donde se escuchaba más fuerte aquella canción, se encontraba de frente a un callejón que no alcanzaba a enseñarle qué había del otro lado, así que se metió entre aquellas dos paredes y cuando menos se dio cuenta, el piso se le acabó. Cayó rodando y rodando, llevándose consigo ramas, piedritas y cuanto estuviera en su camino. Iba tapándose la cara con los brazos, tratando de no lastimarse y sin ver a dónde se dirigía, cual bola de nieve humana. “Si tan sólo hubiera encontrado mi escoba, esto no estaría sucediendo” pensó cuando por fin sintió que se había detenido, sintiendo el dolor en todo su cuerpo. Al inspeccionar el lugar, todo estaba oscuro, una pequeña luz llegaba de arriba. Pero la voz de Orfeo retumbaba en toda la caverna. O pozo. O lo que fuera en donde había terminado.


Se dejó guiar por la voz, una vez más, hasta que sus ojos se acostumbraron a la poca iluminación que había.


–¡Pero mira nada más cómo estás! –exclamó cuando vio unas alas grises descompuestas, completamente liadas en las enredaderas y todas embarradas de mugre y lodo.


–Lo mismo diría yo, querida –dijo el ángel, rascándose la cabeza. Inconscientemente Zarzamora se sacudió un poco y evito verlo a los ojos. No sabía si sentirse defraudada por no encontrar a Orfeo o contenta por encontrar al ángel, aunque fuera en aquél estado.


–¿Cómo  llegaste hasta aquí? ¿Como te enredaste de esa manera?


–Eso es muy largo y difícil de explicar dijo Ike, sólo puedo decirte que tengo una debilidad: a diferencia de mi padre que gustaba de volar alto, a mí me gusta volar bajo, arrastrar mis alas, rozar la tierra. Con frecuencia me meto en verdaderos problemas, pues mis alas sucias y dañadas no pueden volar –dijo él, buscándole la mirada a la chica– la pregunta es, ¿cómo llegaste tú? ¿Qué te pasó? ¿Otra vez sin escoba?


Tantas preguntas estaban haciendo que las piedras en su cabeza hicieran lo suyo.


–Me caí creyendo que tu cantar era el de alguien más –dijo notablemente indignada.


–¿Así nada más? –dijo él riéndose cínicamente, al grado que el pozo hacía eco. Como si a él también le causara gracia– ibas caminando y dijiste: “Oh eso parece una canción, ¡me tiraré por un barranco a un pozo sin salida!”


–¿Tienes algún problema con eso? –contestó aún más molesta de que se riera de ella. Cosa que a él no le importó en lo más mínimo.


–Pues, si quieres que salgamos de aquí, tendrás que cumplir tu palabra y limpiar y acomodar mis alas, pluma por pluma.


–Pero eso parece una tarea interminable –protestó.  


–No lo es –dijo Ike dándole la espalda–, es como hacer un rompecabezas. Sólo se requiere paciencia para unir pieza con pieza. Y continuidad en el amor a lo que se hace, pero bueno, tu tienes suficiente en la cabeza como para arreglar mis alas y sacarnos de este lío.       


Se sentó ante esas alas a las que les había prometido cuidado a cambio de volar y se puso a recorrerlas con las manos, aprenderse el orden de ellas, los dobleces naturales y enderezando los accidentes. Quitando las ramas, el polvo, todo lo que no fuera material de vuelo.


–Y… –dijo antes de jalar una de las plumas enterradas– eso que cantabas, ¿cómo te la sabes? ¿Por qué la cantabas?


–Un amigo me dijo que si la cantaba, llegarías –dijo rechinando los dientes de dolor, esperando que la chica no lo notara.


–¿Un amigo? ¿Cómo sabe? ¿Me estás persiguiendo? ¿Quién te crees que eres? –bombardeó Zarzamora, al quitar una enredadera lo más rápido que pudo, sabiendo que le iba a doler.


–¡AUCH! ¡Con cuidado mujer! –Se sacudió el ángel la espalda y las palabras– Digamos que no es que me crea, es que soy algo así como tu ángel guardián. Estoy encargado de que no mueras, de que el hechizo que durmió a todos en el mundo de tus días no te mate. Y no, no te estoy persiguiendo, tengo que evitar que alcances a Orfeo antes de que llegue a las tierras blancas. Perseguirlo te va a llevar a la muerte y nunca lograrás verle la cara. Es por tu bien.


Esas últimas palabras fueron el alfiler que tronó el globo.


El sonido de una cachetada fue lo último que escuchó antes de despertar.


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Published on June 30, 2017 10:59

June 20, 2017

VII · Laberinto vivo

La ilusión se rompió y la oscuridad los había envuelto a todos una vez más cuando escucharon el grito. Isaac trató de levantarse y encontrar una manera de salir de aquello, la telaraña del tiempo le decía que sí había una salida pero estaba tan oscuro que no encontraba dónde. Golpeó todo lo que pudo hasta que se cansó y se dejó caer por el cansancio. De repente escuchó como si un espejo se cuarteara, era fácil encontrar de dónde provenía eso ya que un rayo de luz entraba de la rajada cada vez más grande. Cuando la oscuridad se rompió pudo ver que algo se acercaba a él, no podía distinguirlo porque su vista todavía no se acostumbraba a la luz, porque la oscuridad estaba quitándole toda la energía que la permitía estar en pie.


-Vamos, es hora de encontrar qué sucede –dijo una voz que le sonó familiar-. Salgamos de aquí.


Sintió que un par de brazos lo ayudaron a ponerse en pie y aquello lo llenó de energía. Incluso su vista se recuperó en un instante.


-¿Tristán? –dijo lleno de felicidad.


-Así es… -dijo el hombre de anteojos- y Juliana también. Vamos a buscar a Ixchel y salir de aquí. No puedo sentir su energía, pero estoy seguro que está escondida en alguna parte de ésta mansión.


-¿Qué fue lo que pasó? –Le pregunté cuando la oscuridad se terminó de romper y los tres nos encontrábamos en el recibidor de la casa una vez más.


-Al parecer hay alguien más dentro de la casa. Alguien que puede controlar la forma de sus pasillos y cuartos a su gusto. Alguien que quiere lo que es nuestro y está dispuesto a matarnos para conseguirlo –dijo Tristán al acomodarse los anteojos sobre su nariz-. Lo que no sabe es que se topó con la gente equivocada, tú sabes lo que dicen “metete con el toro y tendrás los cuernos”.


-¿Y qué vamos a hacer al respecto? –dijo Isaac al mirar la incomodidad con que Juliana los observaba a ambos.


-Juliana tiene una idea –dijo Tristán.


-¿Yo? –dijo ella aún más incómoda- No es gran cosa, tenemos la teoría de que la casa no es más que un gran laberinto esperando a ser resuelto. Y al poder manipular algunas de sus características tenemos una gran ventaja. Sólo tenemos que encontrar a Ixchel y hacerlo sin que quien está detrás de todo este se dé cuenta.


-Suena más fácil de lo que seguro es –admitió Isaac con pesadumbre.


-Y yo pienso hacerlo aún más difícil –dijo una cuarta voz que al parecer no provenía de ningún lugar y de todos al mismo tiempo- no van a ir a ninguna parte.


El salón comenzó a temblar inmediatamente, las puertas y ventanas estaban siendo borradas una a una pero había algo raro en todo aquello. Algo que los tres que buscaban refugio de aquél desastre podían notar gracias a la materia, la energía y los hilos del tiempo; parecía que la casa estaba resistiéndose a aquél cambio.


Su presentimiento se confirmó cuando en una de las paredes vacías se escribió una nota por si sola.


 


“Necesito que confíen en mí un poco”


 


Debajo de dicho letrero había una pequeña puerta abierta.


–¿Deberíamos? –preguntó Juliana en voz alta sin ver a sus compañeros.


El letrero cambió a una sola palabra.


 


“Rápido”


 


-Sólo hay una manera de saberlo –dijo Tristán al jalar a sus compañeros de la mano- pero creo que la casa misma nos está intentando ayudar. Sólo creo.


La puerta desapareció a sus espaldas y alguien, en algún lado, no estaba muy contento al respecto.



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Published on June 20, 2017 11:48

June 12, 2017

Estación Godot

Se me dijo que aquí pasaba el tren a mi destino. La estación estaba sola cuando llegué, el silencio esperaba para abordar sin prisa, él fue el primero en irse.  Quién sabe qué pasó que huyó con prisa al escuchar al primer tren acercarse.


Según el tablero de tiempos ese no era el mío.



La gente bajó para habitar ese pequeño mundo que yo había conquistado antes. Había querido llegar temprano para estar segura de que tomaría el tren correcto, cargaba conmigo una pequeña maleta, un par de cartas y dos toneladas de nervios con un poco de emoción. Observé a la gente que había llegado para encontrar a un igual. Encontré mucho palabrerío sobre los desayunos, sobre los proyectos por venir, sobre la pareja actual de alguien ausente y una que otra mirada perdida entre páginas. Abandoné la búsqueda con algo de decepción y me senté en el suelo a leer, debajo del reloj que indicaba a qué hora llegarían todos los trenes que llegarían para llevarnos de ahí. Me senté ahí específicamente para no perder el tiempo, para esperar, para imaginarme en ese mítico lugar que la carta en mis manos prometía que podría cumplirme mi más grande deseo si se lo pedía a la hora exacta.


El siguiente tren tampoco era el mío. Más gente se bajó y la cantidad de suelo por persona empezaba a reducirse. Una chica se sentó a mi lado, nuestros hombros se rozaron por un segundo, ignoré el hecho por continuar ensoñando mi llegada a aquél mágico lugar. Lo había dejado todo para ir y cada segundo que esperaba mis expectativas crecía, no estaba muy seguro de que todo eso y yo cupiéramos en el tren si seguía demorándose en llegar.


Cuando el siguiente tren iba llegando al andén ella me jaló del brazo.


–Ese puede ser tu tren, si te vas conmigo y me acompañas a resolver un problema puedo llevarte ahí después. Conozco un café buenísimo que solo abre los jueves justo en ese lugar.


–Prefiero esperar, gracias –le contesté.


–Ten cuidado con lo deseas –dijo ella al ponerse de pie, antes de desaparecer detrás de las puertas del vagón. Así de simple desaparece gente de tu vida que en otra situación bien pudo hacer tu vida totalmente diferente. Así de simple continué con la mía muy segura de mi destino.


El siguiente tren llegó sin anunciarse. No tenía destino pero mucha gente decidió abordarlo. Algo en él me llamó la atención y me puse en pie. Estuve a un segundo de abordarlo pero la indecisión me cerró las puertas antes.


–¿A dónde iba ese? –me preguntó un hombre cansado de correr para alcanzar al tren que se fue.


–A la incertidumbre –le contesté.


–Ese quizá me hubiera servido –dijo al tratar de recuperar el aire.


–¿A dónde vas? –le preguntó buscando destinos en el tablero del reloj.


–A buscar refugio, perdí la vida hace unas horas y no sé qué sigue


Su respuesta me confundió lo suficiente para quitarle mi atención al tablero y voltear a verlo, prestarle mi total atención. Solo quedaba el eco de sus palabras en mi memoria. A mí alrededor la gente seguía con sus vidas, como si no se hubieran dado cuenta de lo que acababa de suceder. Mi instinto me dijo que hiciera lo mismo y lo dejara ir.


“Si tu destino no aparece en el tablero, ten paciencia, alguien más está construyendo el camino. Gracias por tu espera.” Dijo una voz genérica en la estación.


–¿Paciencia? Pft… –pensé en voz alta al reírme del cinismo de su anuncio. Miré el tablero minuciosamente para asegurarme de que mi tren estuviera ahí. El anuncio decía “Su tren no tarda en llegar, gracias por esperar”. Respiré. Aún tenía camino en la vida.


El siguiente tren llegó sin gente, abrió las puertas y nadie se subió. Cerró las puertas y las volvió a abrir. Nadie se subió. Agresivamente el vagón volvió a abrir y cerrar sus puertas. El tablero aún decía “No tarda en llegar”. No me subí. Retrocedí unos pasos al sentirme atacada por la insistencia. El tren se fue sin que una sola alma se subiera.


Volví a leer la carta.


Once trenes y otros cuatro desencuentros después un hombre de lentes profundos se me acercó.


–Disculpe que la interrumpa señorita pero la curiosidad me carcome, ¿sabe usted a dónde va? La he visto esperar todos los trenes y no se ha subido a ninguno.


–Ya no debe tardar, estoy segura –le contesté.


–Eso no ha contestado mi pregunta –dijo el hombre al acomodar sus lentes para no perder la vista y la paciencia.


–Perdóneme, me han querido llevar a tantos lados que la verdad ya estoy algo cansada. Este es mi destino –le dije enseñándole la carta que atesoraba entre mis manos–.


El hombre la leyó cuidadosamente. A veces sonreía, en algunos renglones su mirada crecía con sorpresa, como si así entrara mejor lo que acababa de leer. Al final me miró a los ojos buscando ahí la continuación de la carta.


–Hay una diferencia muy grande entre saber qué es lo que quieres y saber a dónde tienes que ir –dijo el hombre con una sonrisa llena de compasión antes de entregarme la carta– ¿ya te diste cuenta cuantos trenes se te fueron por no saberla?


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Published on June 12, 2017 14:01

May 30, 2017

Bajo el hechizo

-¿Cómo es que llegué a mi casa? -preguntó Zarzamora, -¿Por qué dormí en la sala?


Sabina puso cara de preocupación y sin decir una sola palabra, puso un dedo entre sus labios, agarró el control de la televisión y la prendió. Estuvo negando con la cabeza un par de canales, mientras con la mano le picaba al botón que haría que el siguiente apareciera en la pantalla. Dejó de presionarlo cuando “La masacre musical” se anunciaba con la voz del locutor y Sabina le señaló el televisor a su amiga, mirándola a los ojos. Acción que en esta ocasión significaba “ahí está tu respuesta”.


El reportero explicaba, en pocas palabras, que la gente que había asistido al concierto de Silvanna la noche anterior había caído en una especie de coma sin explicación alguna. Un coma muy profundo que, de no ser porque la gente respira, se les podría considerar muertos. No laten, están fríos, pero respiran. No hubo sobrevivientes, decía el reportero. Justo en ese momento, Sabina volteo a verla para guiñarle un ojo. La chica se puso de pie e hizo la mímica de ir cargando algo en su espalda.


-Ya veo -dijo Zarzamora, con la mirada en el suelo, a todas las palabras regadas que había dejado ahí la noche anterior- ¿Y qué pasó con…


-La artista, principal sospechosa de estar detrás de todo esto, desapareció pocos minutos después del accidente. La policía aún no da con su paradero y sus agentes afirman que se encuentra perdida. Si usted la llegase a ver, aléjese y reporte el caso a las autoridades. Es una mujer peligrosa y debe ser tratada con cuidado -el locutor del noticiero interrumpió la pregunta que la chamanita apenas formulaba, se le cayó la boca al suelo al escuchar que la consideraban una amenaza. “No puede ser”, se decía a sí misma.


-Ya escuché suficiente, Sabina. Ayúdame a limpiar y hay que salir a buscar algo de comer después -Dijo a su amiga con una sonrisa al cambiarle a otro canal.


 


Remendó un par de trapos para arreglar el campo de guerra en el que estaba convertida su casa y mientras pensaba que las palabras no sólo servían para meterse en problemas, también eran necesarias para sellar pactos y hacer canciones. Tal vez las palabras inútiles son sólo aquellas pronunciadas por quienes no las hacen realidad, los que no saben lo que dicen o a los que les gusta andar engatusando a los demás o tal vez los que desconsiderados que no tienen palabra o a quienes les sobran.


Poco antes de que terminara de arreglarse ella misma para salir, en la tele empezó una canción que la hizo quedarse helada por unos segundos.


 


Night was darkness itself,


Something pulled me in


Doors were closing behind me


When I saw the red moon


Saying goodbye


Gray light wings opened to let me in


Inside there was a witness,


but neither of us care


I fall over your chest


And let out all I had …


Revelation  show up  in your eyes


You could not foresee that rush


and released a promise


 


En cuanto el verso terminó y la música continuaba sin decir palabra alguna, la estatua en la que Zarzamora se había convertido por un momento logró apagar la televisión. Tenía prisa de hacerlo, mucha, como si esta le hubiera estado comunicando las peores noticias que había escuchado. Como si se le fuera la vida en ello.


Su corazón latía para un lado con toda fuerza y el corazón de las elecciones la empujaba a salir de la casa lo más rápido que pudiera. Por un lado esa canción la había hecho sentir muy bien, la hizo recordar aquellas alas de ensueño en las que se había recostado la noche anterior. Pero eso era un sueño. Eso era lo que la perturbaba. Nunca, en todos sus años de vida, sus días habían querido insinuar algo sobre sus noches. Y lo que acababa de escuchar fue un grito. Algo que no estaba bien.


Trató de olvidarlo en el camino, de disfrutar la tarde ordinaria, de ir por un café, pasear, husmear entre las vitrinas, ver la cartelera del cine, eso que uno hace un día de cualquier fin de semana en un centro comercial. De verdad que lo intento, pero su mente terminaba regresando a esas alas grises. A la promesa que había hecho. De repente, la canción volvió a sonar en todo el centro comercial. La había arrinconado, ahí no había forma de apagarla y no se iba a salir, no iba de cambiar su tarde porque una canción quería taladrarle sus pensamientos. Por un momento deseó con todas sus fuerzas que Sabina hablara, para tener con quién ignorar lo que estaba escuchando. Pero como cosa hecha adrede, hasta su helado se acabó justo en el momento de la canción en el cual había apagado la televisión más temprano. Resignada, esperando que eso apaciguara a los dos corazones que estaban por partirla en dos, se dispuso a escuchar.


 


Woman we got a pact,


You can rest your soul in my arms


or fly on my wings to neverland  


But you’ll have to pay me back


If you see me dawn in the scum,


You’ll pull me out of that pack.


Revelation lighted my eyes


I didn’t expect that hush


I couldn’t lie


couldn’t fight the spell


 


Zarzamora sucumbió al deseo de no poder esperar a volver a dormir. Estaba contenta con sus decisiones del día pero necesitaba enredarse de nuevo en esas suaves alas grises que la habían hecho sentir paz. Al llegar a casa intentó cantar,  “Sueño con soñar contigo, con ser libre entre tus alas…” pero la letra de la canción tomó otro rumbo, algo como  “soñar es el refugio de los cobardes, es el mal de los rehenes” y por tercera vez en el día sintió a sus corazones perder el ritmo. Entonces guardó de nuevo su corazón en el cajón y pensó, “La verdad es que soy esclava de mis miedos. Sueño y sueño porque tengo pavor a volar despierta. Y hablando de volar, ¿dónde estará mi escoba?”


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Published on May 30, 2017 11:18

May 22, 2017

VI · La Realidad Absoluta

Desde hace mucho tiempo lo he deseado… o bueno, siempre he querido tener esa capacidad absoluta de poder modelar mi futuro a mi antojo. Yo nací con la habilidad de ver cómo las cosas se relacionan entre sí, supongamos que las consecuencias del efecto mariposa no solo tienen que suceder al otro lado del mundo, también suceden a unos metros. Entonces cada acción, cada decisión afecta el entorno de una manera importante. Si en la mañana hubieras dado vuelta en esquina a la derecha la persona de a tu lado se movería un poco para abrirte paso, esa acción a su vez la distraerá de voltear a la derecha donde al otro lado de la acera hubiera visto como un perro callejero trata de robar las sobras de hotdogs de un carrito. Si todo esto no hubiera pasado esa persona habría notado al perro y lo hubiera adoptado, quien en un futuro lo salvaría de una fuga de gas.


Lastima que no lo hizo.


Y…


Bueno, mi don es ese. El de poder ver todos esos camino aleatorios que se trazan a través de las decisiones, al principio era abrumador pero de alguna manera aprendí a filtrarlos y solo poder notar los caminos que me interesaban. Día a día me preguntaba si esos caminos eran definitivos, si esas relaciones podrían ser cambiadas al antojo como un gran algoritmo que diera el resultado que quiero y así poder moldear el destino.


Con el tiempo noté que esos caminos están compuestos de cuatro factores: tiempo, espacio, materia y energía.


Y esto es lo que me trae al día de hoy a esta mansión. He descubierto que existen personas que pueden tejer estos factores a su antojo, aunque no tienen el control sobre el destino en sí, influyen en cómo se teje.


De alguna manera debía de obtener ese poder.


En la década de los cincuentas conocí a un físico alemán (tejedor de energía no muy brillante en su juventud) que se hizo famoso por descubrir la relación entre materia y energía, me demostró que gracias a mi don podía obtener control sobre estos factores siempre y cuando pudiese obtener lo elemental de estos individuos. Según él, sólo debía de trazar los caminos en reversa para convertirme en el anti-elemento de cada uno de ellos y así absorberlos, es una lástima que Albert no sobrevivió para poder explicarme la integración de estos cuatro elementos fundamentales, si lo hubiera hecho tal vez todos cambiaríamos esos caminos a nuestro antojo.


Lo cual no me convenía porque yo quiero ser el único capaz de hacer eso.


Es por eso que he convocado a los tejedores a esta casa, para arrebatarles sus poderes y alimentar los míos como el tejedor absoluto del destino. Mi pan es muy simple, solo tengo que lograr que ellos se destruyan entre sí y que el contenedor que les arrojé pueda absorber todo para canalizarlo hacia mí.


Aunque este grupo es muy similar a los anteriores, me preocupa demasiado, hay dos tejedores muy poderosos y con mucha experiencia que contrastan con la de las tejedoras. Será mejor que me apresure a deshacerme de ellos.


 


****


 


– ¿Lo es? –Lancé la pregunta que resonó en cada uno de los cuartos buscando responderle a quien aseguraba que era una mentira.


Tristán que sostenía en los brazos a una Juliana enloquecida, notó que ese cuerpo no emanaba energía, que al contrario se la estaba absorbiendo como un hoyo negro. Sintió como perdía sus fuerzas, sus recuerdos, su sabiduría, trato de soltar a la falsa Juliana pero en un abrir y cerrar de ojos se dio cuenta que era él quien estaba siendo abrazado por un anti-Tristán, su copia al carbón, lo único que se le ocurrió hacer fue sobrecargar el flujo de energía hacia el impostor.


–¿Quieres tener todo esto? Pues abre bien la boca –gritó Tristán mientras aumentaba el flujo de energía hacia el impostor quien no pudo contener tanto poder y terminó explotando, llenando la habitación de luz por un instante y arrojando a Tristán al vestíbulo de la mansión.


– ¡No, no lo puedo resistir más! –Escuchó Tristán justo en el momento en el que dejó de percibir la energía de uno de los tejedores.


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Published on May 22, 2017 10:49

May 10, 2017

Una absurda muestra mostrada en el demostrador

 Se supone que el me demostraría la muestra del muestrario mostrado después de haber prendido la luz. Pero no… se negó a desprender aquella etiqueta que el muestrario mostrado del mostrador contenía para mantenerlo cerrado.


            -No… No puedo hacerlo. Sí la demostradora se da cuenta que abrimos el muestrario mostrado del mostrador demostrado nos va a aprehender. El jefe no será muy comprensivo si yo me encuentro aprehendido.


            -Ay, ay, ya… hazlo, ya nos metiste en este problema como para cambiar de opinión a estas alturas –le dije en respuesta con una mirada que demostraba no estar cediendo a su negación.


            Tanto estuvo insistiendo en qué tenía que ver lo que había adentro de la muestra mostrada en el demostrador que hasta había logrado que me interesara en meternos a la tienda sin permiso y hurtar aquél tesoro. Cuando me decidí a emprender aquella hazaña  la luz comenzó a prenderse. La demostradora se encontraba justo detrás de la puerta, al otro lado del cuarto, portando orgullosamente el uniforme de la empresa. La pura silueta de la mostradora mostraba que no lograba comprender lo que sucedía.


            -¡Ay, Dios! Pero ¿qué hacen aquí? ¡Quítale las manos al muestrario mostrado del mostrador demostrado justo en este mismo momento! ¡Hazlo a menos de que quieras una emostración de lo que les hacemos a los que nos intentan robar!


             Acto seguido, lo solté. Fue una reacción inmediata a aquel muestreo aprensivo de hostilidad. Cayó al piso y se rompió el sello. Con ello comenzaba a mostrarse lo que había dentro. Una luz emanaba desde dentro.


            En un acto demostrativo de cómo llamar la atención mi histérico amigo empezó a gritar:


-¡Ay Güey! ¡Ya lo rompiste! Haz algo, ¡rápido!


-¿Podrías callarte imbécil? Todo esto es tu culpa


Claro que mi comentario fue demasiado tarde. Una horda de militares verdes  empezaban a mostrar su cabeza en el lugar. Uno de ellos se abrió paso picándolos en la espalda con un prendedor. Cuando llegó al frente dijo en voz muy clara:


            -¡Salgan! ¡Están rodeados! ¡No pueden hacer nada el respecto! ¡Que salgan carajo! ¡Salgan o les demostraremos cómo hacerlo por las malas!


            -¡Está bien! ¡Está bien! Yo sólo quería mostrarle la muestra del muestrario mostrado del mostrador demostrado que ya se mostró con la luz mostrada que salió mostrándose del mostrador que atiende la demostradora en un muestreo de buena demostración. 


            Una melodía dentro de mi pantalón, como de cajita musical, nos interrumpió a todos. Cosa que muestra confusión en la cara de todos. Un celular…


            -Sí, ¿bueno? ¿Mamá? No puedo hablar ahorita… sí, sí, ya sé que es tu día… estoy ocupado…


           


-¡Corte! ¡Corte! ¡Se repite todo! ¿¡Porque no lo apagaste carajo!?



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Published on May 10, 2017 11:56

May 4, 2017

Con cierto desconcierto

A petición de algunos de ustedes, esta es otra historia sobre Zarzamora y sus dos corazones; muchísimas gracias por sus comentarios, su apoyo en Patreon y por correr la voz cuando alguna de mis historias les gusta.


Cuénteme qué les gusta, que no y qué les gustaría leer aquí a la luz Quinqué, me gusta escucharlos.


Aquí vamos con la historia de hoy, pues:



Con cierto desconcierto 


Era un tarde de otoño cualquiera… para cualquiera. Más precisamente la tarde previa al solsticio de invierno, pero la razón importante de porqué la cuenta de los días empieza aquí es el eclipse que sucedería esa noche junto al concierto que Zarzamora y Sabina tenían planeado asistir desde meses atrás cuando Silvanna, la artista, anunció que estaba preparando una sorpresa para sus fans el día del eclipse de luna.


Ese concierto que empezaba a las ocho de la noche.


Y que siendo las siete, Sabina no aparecía por ningún lado.


Zarzamora, en su desesperación (y con un poco de resignación a ir sola), empezó a escupir palabras como dardos en todas direcciones. El cuerpo se le llenó de aire y un dolor intenso en las entrañas la obligó a callar. También es que veía como las palabras iban quedando regadas en toda la sala donde caminaba de un lado a otro como péndulo de reloj.


Recordó que había que tener cuidado, que las palabras son poderosas, muy poderosas. Tomó su boleto de la mesa y lo sustituyó con una nota que anunciaba que ya se había ido, que si no se encontraban allá, se veían más noche. Las notas siempre eran su mejor método de comunicación, por no decir el único que tenían. Así como Zarzamora tenía un don para hablar por hablar, sin a veces llegar a decir algo, Sabina era todo lo contrario. Ella sólo escuchaba. Zarzamora creía que su amiga le tenía tanto respeto al poder de las palabras que por eso jamás la había escuchado pronunciar alguna. Que lo haría cuando fuera importante. O quizá no. Con todo esto en su cabeza, así como ella recorría las calles le hicieron creer que entendía que las palabras eran totalmente inútiles, todavía le dolían las que había escupido y las seguía repitiendo.


“Peor que inútiles, sólo sirven para meterse en líos”, afirmó su razonamiento al corroborar que Sabina, calladita como era, nunca se metía en problemas. “La televisión es el mejor ejemplo. Esa caja tonta, o más bien tabla, porque esa nueva que compramos ya es demasiado plana para ser caja. Esa escupe más palabras que yo y mira que eso es mucho decir y no es difícil notar todos los problemas que causa en el mundo por no tener cuidado”.


Poco antes de llegar al auditorio, de tanto hacer coraje las piedras en su cabeza le empezaron a doler. Inconscientemente, movió la mano como si quisiera buscar en su bolsa algún caramelo o algo que entretuviera a las piedras. Pero así fue como se dio cuenta que había salido sin nada de la casa. Sólo cargaba el boleto y las llaves en un bolsillo del pantalón. “No es como que necesite nada” se dijo “ni a nadie, puedo hacer lo que quiera yo sola”.


Había un mar de gente esperando a que Silvanna saliera a hacer su magia con su voz, el arpa y los tambores que la caracterizaban. Hubo un punto de la espera en que la gente apretaba tanto, por los que querían avanzar tratando de alcanzar un mejor lugar, que agradeció haber dejado en casa su escoba y su bolsa con su otro corazón.


Cuando las luces se apagaron, lo único que importaba era la pequeña figura que entraba al escenario como si fuera diosa pagana. El mar de gente se transformó en uno de bestias devotas, en ese momento olvidó que había salido sin su mejor amiga con la que compartía hasta su casa. Y el coraje. Y las piedras.


Todo era paz por dentro y adrenalina y canto y brincos y gritos por fuera.


Eran música.


Una misma canción.


Todos.


Hasta que pidió que se voltearan a ver entre sí, que se abrazaran, que se sonrieran, que para su siguiente canción necesitaba que lo entregaran todo.


Y así, a media canción, a medio hechizo, con el eclipse de testigo, fueron cayendo uno a uno. Como títeres a los que les iban cortando los hilos.


“Palabras peligrosas” pensó Zarzamora en un intento de mantenerse despierta, antes de caer inconsciente.


 


***


En los sueños todo estaba oscuro frente a ella. Se puso de pie y se sacudió un poco la ropa, tratando de encontrar dónde estaba. ¿Y la música? ¿Y el concierto? ¿A qué horas se quedó dormida?


Una luz roja que la hizo voltear a sus espalda interrumpió el tren de preguntas y la pusieron a andar. Después de cruzar un puente encontró unas enormes puertas iluminadas que se iban cerrando despacio. No podía ver lo que había dentro, pero parecía un recinto abandonado. A su izquierda y a lo lejos, estaba la luna, rojísima, escondiéndose en el horizonte. Se acercó a las puertas que ya podía ver con claridad. Algo la jaló desde su interior, no supo qué. En el último paso, antes de entrar, alcanzó a ver de nuevo a la enorme luna roja que se despedía latiendo. Lo hacía tan fuerte que retumbaba en todo el vacío del recinto al que estaba a punto de entregarse.  Sin saber por qué, sus ojos se llenaron de lágrimas y cantó.


 



Adiós, luna roja,  adios


Te vas, esta vez no sé si volverás


Adiós luna roja, adios


Me voy


Pero yo sé que volveré


No llores luna roja


No llores más


Nos volveremos a encontrar



 


Las puertas se cerraron por completo. Dentro, un hombre joven con hermosísimas alas grises las extendió para recibirla. Había alguien más, un testigo, pero a nadie le importó. Zarzamora no pudo resistir la luminosa belleza de las alas de su anfitrión y dejó caer toda su tristeza desnuda entre ellas, por unos instantes fue completamente feliz.


-Soy Ike, hijo de Ícaro  -dijo, antes abrazarla y cantarle al oído.


 



Soy el hechicero


en la ciudad de los sueños


ahí donde caminas desnuda,


por la calle del puente


Señor de tus ensueños,


Vecino de los duendes


Cuando te miras en la fuente


Y bebes de mi suerte


Dueño de tu mente


en las noches transparentes


Cuando los sueños que sueñas


Te miran de frente


Me buscarás dormida,


Me encontrarás perdida


Seré tu guía


Serás mi vida


 



-¿Dónde está tu escoba?  -preguntó el ángel al terminar de cantar. Durante toda su canción tuvo tiempo de reconocer que no era algún cualquiera, era una chamanita. Y a al parecer, perdida. Las de su tipo jamás se separaban de su escoba.  


Zarzamora no le respondió, sólo levantó los hombros en señal de “no tengo idea”, un poco por no querer explicar el regadero de palabras que había dejado en su casa y su coraje y el concierto.


-Podrás mecerte en mis alas cuando quieras. Descansar tu alma en ellas, incluso te llevaré a donde tú lo quieras. Pero a cambio, cuando esté hundido en lo gris, cuando las cenizas se quieran apoderar de mis vuelos, tendrás que sacarme de ahí y limpiar mis alas de toda suciedad.  


Zarzamora se sentía tan bien que asintió encantada.  Será un placer, pensó.



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Published on May 04, 2017 11:53

April 20, 2017

V · Tal vez, quizá, no.

Isaac ayudó a Tristán a ponerse de pie para después golpear una pared invisible que no le permitía pasar al cuarto donde Ixchel había entrado. Para el tercer golpe la puerta se cerró en sus narices. Por el impulso cayó al suelo de un sentón y fue ahí, en ese momento que trató de llamar a sus otros dos compañeros, cuando escuchó otras dos puertas cerrarse. Sólo quedaba una abierta a unos metros de él. Se puso de pie y se acercó a dicha puerta para observarla como si fuera un espejo.


–¿Qué clase de trampa es esta? –pensó en voz alta y obviamente, para su decepción, nadie le contestó. Lo que sí llegó a sus oídos fue cómo la casa cambiaba de forma una vez más a sus espaldas. Dio media vuelta para examinar la nueva apariencia del pasillo y se encontró a la mitad de un pequeño cuarto sin ventanas cuya única salida era aquella puerta que seguía abierta, anunciando una red abstracta hecha de figuras geométricas.


–Está bien… –dijo Isaac burlándose de su situación– si tú insistes.


Y la puerta se cerró a sus espaldas.  


El nuevo cuarto era obscuro para los cuatro. Se intentaron llamar entre sí para descubrir su completa soledad. Unos pasos más adelante la negrura se pobló para volver a dejar ver el salón donde habían dejado atrás al cadáver. Sólo que en esta ocasión estaba vivo, leyendo y sentado en el marco de uno de los ventanales.


Ixchel estuvo tentadísima a acercarse para averiguar cómo era posible de que estuviera vivo quien hasta hace unos momentos estaba más que muerto pero la entrada intempestiva de un tercero al cuarto la interrumpió.  Los dos hombres discutían sobre la telaraña del tiempo, sobre la muerte y el destino hasta que debido a un erro de cálculos el hombre antes muerto acabó muerto a manos del otro. Cuando este dio retrocedió, Ixchel claramente pudo reconocer a Isaac. Se quedó congelada al tratar de asimilar lo que acababa de presenciar. ¿Qué estaba sucediendo?


 


Juliana también tuvo toda la intención de acercarse y preguntarle a aquél hombre quién era. A ella la interrumpió una pequeña niña que caminó lentamente hacia él, se trepó en el marco de la ventana y se acostó sobre su regazo. El hombre sonrió con cariño y la despeinó, dejándole ver a Juliana que aquella niña era Ixchel.


Al acercarse un poco más el pánico la inundó.


Lo que había sido Ixchel había mutado en una araña gigante que usaba el cuerpo del hombre como nido para ella y un millón de arañitas que tenían mucho muerto de dónde alimentarse. Quiso correr, quiso gritar, pero una densa telaraña la mantenía en su lugar. En su cabeza sólo se repetían sus posibles acciones una y otra vez: De alguna manera tenía que escapar, tenía que matar a la araña, tenía que avisarle a los demás del peligro. Eso es lo que tenía que hacer.


 


Cuando Tristán se dio cuenta de dónde estaba lo único que vio fue a Juliana enterrarle un atizador de hierro en el pecho al hombre muerto. Lo hacía una y otra y otra vez mientras le gritaba que tenía que morir, que no se los iba a comer a todos. Cuando ella dejó caer el atizador él corrió a abrazarla para tratar de tranquilizarla.


 


Isaac se sentía fuera de lugar en aquél cuarto. Estaba acostado sobre la mesa del muerto. De alguna manera estaba observando el lugar desde los ojos del cadáver y tenía a un Tristán desquiciado a muy pocos centímetros, sintiendo cómo le absorbía la vida hasta matarlo.


–¡Todo esto es una mentira! –gritó como si eso fuera a detener lo que fuera que estaba sucediendo y escuchó como sus palabras se replicaron en un eco que le sonó a tres voces que acababa de conocer cuando llegó a la mansión.


Y entonces, una quinta voz les contestó:


–¿Lo es?  


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Published on April 20, 2017 10:49