Ian Colin Roditi's Blog, page 10
October 26, 2015
La muerte de un goblin
Todavía tenía al goblin encima cuando abrí los ojos por décima vez. Podía sentir su peso en mi estómago y sus delgados dedos con uñas afiladas presionar mi pecho o arañar mi cuello.
Intenté verlo a los ojos, preguntarle qué tenía que hacer para que me dejara ponerme en pie. Ahí donde quería encontrar una mirada sólo había cuencas vacías y un poco más abajo una sonrisa que crecía con mi mal sentir.
Ya había perdido cuenta de los días que llevaba ahí, incapaz de cualquier cosa. Cada que despertaba había un poco de comida cerca. A veces la tomaba, otras veces llevaba tanto tiempo peleando por mi libertad que no tenía fuerzas ni para mover el brazo y alcanzar el alimento. Cuando sí lo lograba, el goblin se lanzaba contra mi mano y la mordía con fuerza.
Él era cuidadoso.
Observaba todos y cada uno de mis intentos de vivir. De vez en cuando unos gruñidos guturales salían de él, cuando hacía eso me gustaba creer que él estaba tan aburrido como yo y sólo buscaba un poco de conversación en la que entretenerse. Así como los desconocidos en el metro te ven cara de recipiente y te cuentan de las desgracias de sus hijos o lo preocupadas que están por sus gatos. Como si toda la vida hubieran estado ahí, como si hubiera una razón para salir al mundo a sonreirle a quien no le importa tu muerte. Y luego tener que pintar de naranja o rojo o verde tu presencia para que las horas en compañía sean menos pesadas y no acabar con las manos y las ganas rotas del cansancio. Pintarlas así cuando tú sólo quieres pintarlas de azul o gris o nada…
¡Auch!
Maldito goblin enfermizo, ni siquiera me deja distraerme con mis propios pensamientos.
Y es que tardé muchos días en descubrir que ese tipo de pensamientos eran su sangre. Que si el que sonrie eres tú -aunque no lo sientas- él se debilita.
Que no debes dejar, bajo ninguna circunstancia, que tus demonios internos no te dejen pararte de la cama.
October 20, 2015
IX · Admisión doble
El circo estaba a oscuras, poca gente transitaba por los pasillos del carnaval nocturno aunque la fiesta todavía seguía en el foro de la entrada. Las carpas estaban en su mayoría cerradas, pero una lucecita salía de una de ellas, como si no se hubiera dado cuenta que la fiesta se había movido de lugar. Dahlia había estado contándole su historia al trío de estudiantes durante la noche. Para ellos, la fiesta estaba en sus palabras más que en lo que sucediera fuera.
−Quiero suponer que Ellioth sí llegó, ¿no? −dijo el pelirrojo que se hacía llamar Rheud.
−Claro que sí, si no hubiera llegado, ¿cómo es que tenemos esto?, menso. −le contestó Aven levantando su cartel antes de que Dahlia pudiera contestar algo, aunque la interrupción le causó mucha gracia.
−Sí, sí llegó… −dijo Dahlia intentando aguantarse la risa.
−Y ¿qué sucedió? –preguntó Aven impaciente.
−¡A eso voy! ¡Espérame! –dijo sin aguantarse la carcajada.
Al día siguiente día el pintor llegó temprano por la mañana, minutos antes de que empezara el ensayo general. Los directores apenas tuvieron tiempo de darse cuenta que había llegado, a gritos desde el otro extremo del escenario le sugirieron tomara asiento en las gradas y prometieron que después del ensayo lo atenderían. El hombre, todavía aturdido por la larga noche que había pasado modificando la copia de la pintura, sólo contestó que sí con la cabeza, se sentó en la tercera fila para apreciar el espectáculo y dejó el cartel enrollado a su derecha.
Al pintor no le importó un ápice tener que esperar, desde el día anterior tenía la intención de quedarse a ver de qué trataba la obra que su pintura anunciaría. Las luces se apagaron y él se sumergió en el pequeño mundo de Iseldis. La acompañó embelezado a pedirle ayuda a los espíritus, odio con ella al villano de fuego y lloró junto a Tallod su pérdida. A pesar de los errores cometidos, como sucede en todo primer ensayo, Ellioth disfrutó mucho el espectáculo particular que acababa de presenciar. Le gustó tanto que hasta había olvidado a qué había ido al circo. Las luces se apagaron una vez más después de que el malabarista y su amada intentan abrazarse sin conseguirlo y poco después, salieron la adivina y el director al escenario. Esta vez no iban a interpretar ninguna escena, se dirigían hacia él.
−Y bien, ¿Qué te pareció? −dijo el director apenado− Todavía tiene muchos detalles que corregir, pero puedes presumir que eres el primero en ver la obra completa.
−¡Me encantó! la última parte es impresionante. −dijo sin separar la mirada del escenario vacío. −¿El domador de fuego es un Bleizen, verdad? ¿Cómo es que ella puede hacer que nada la toque?
−Sí, Bramms lo es; sobre ella, no lo sabemos aún −dijo la adivina sentándose a su lado− Ni ella lo sabe, pero lo ve como una maldición. Oye… ¿Traes el cartel?
−¡Ah! Sí, ¡claro! −dijo buscando el rollo de papel que había dejado a su lado desde que empezó la función. Lo había puesto a su derecha sin duda alguna, ¿por qué no lo veía? Miró hacia donde estaban sus pies y se asomó entre las gradas para alcanzar a ver al suelo sobre el que estaba montada la carpa, nada. De alguna manera el cartel había logrado desaparecer de la vista humana.
La adivina lo observaba esperando respuesta. Lo había visto cargando el cartel cuando llegó, así que éste no podía estar muy lejos. El director sin embargo se empezó a desesperar.
−¿Pasa algo, amigo? −preguntó el director agachándose para estar a la altura de sus ojos que buscaban sobre el suelo− ¿Acaso lo perdiste?
−No… tiene que estar por aquí. −dijo el pintor incorporándose nervioso− Lo dejé aquí a mi lado cuando empezó la función, lo juro. Nadie se me acercó y nadie entró. No puede haber desaparecido.
−Creo que yo sé donde está. −dijo Voriana mirando hacia la cortina que separa el escenario de los vestidores− Esperen un momento, ahora regreso.
Para cuando la adivina desapareció detrás de la cortina del otro lado del escenario, el silencio aún acompañaba al director y al pintor. Ambos se encontraban nerviosos por el contratiempo.
−Y… que…. ¿qué te trae a Wynn, joven Ellioth? −dijo el director, pasando saliva en un intento desesperado de romper el hielo que empezaba a tornarse incómodo.
El pintor, que en ese momento miraba fuera de la carpa, se sobresaltó al escuchar la voz del director y por el susto, no entendió lo que éste le acababa de decir.
−Pe… perdón. No lo escuché −dijo aún más nervioso por el susto.
−¿Pues dónde anda tu mente? ¡No te asustes! −dijo el director carcajeándose a todo volumen.
−Que pena, perdón. Es que… no sé donde quedó. Me gustó tanto su obra que olvidé la existencia del cartel, estaba tan embobado que pudo haber venido un dragón y comérselo y yo no me hubiera enterado. –dijo el pintor tan apenado que si pudiera escoger donde estar, en ese momento se escondería en un hoyo profundo.
−No te preocupes, tiene que aparecer. Te había preguntado que qué hacías en Wynn. Tengo entendido que vivías en Lienns, ¿no? −dijo Karad sentándose donde se supone que estaba el cartel y apoyando su brazo sobre el hombro del pintor.
−Es una larga historia, ¿seguro que quieres escucharla? –dijo Ellioth con muy poco entusiasmo.
−Sólo si tú quieres contarla −le respondió el director del circo amablemente.
−Pues… sí quiero… pero… ¿No deberíamos estar buscando a quien se llevó el cartel? −preguntó extrañado. Pensaba que era más importante encontrar al culpable que contar una historia que tardaría un par de horas en ser escuchada, pero Karad se veía tan tranquilo que daban ganas de hablar con él.
−Entonces cuéntamela, si Voriana dijo que ella sabía, deja que ella lo resuelva. Yo también estoy casi seguro de saber quién fue y puedo casi asegurarte que el cartel volverá a nuestras manos en un rato sin tener que ir a buscarlo.
La adivina había entrado en la pequeña carpa detrás del escenario donde regularmente los participantes esperaban su turno para salir a escena, iba a paso rápido en busca del culpable. Los integrantes del circo habían ido a descansar después del exhaustivo ensayo. Era la primera vez que lo actuaban completo como si fuera una función normal. En el cuarto sólo quedaban Bramms, Tallod y Dahlia. El cuerpo de Bramms todavía ardía, aunque ya era posible percibir su forma humana de nuevo. Regresar a estado normal siempre tardaba un poco más de lo que él quisiera.
Tallod estaba sin camisa, recostado sobre una banca, no estaba acostumbrado a hacer malabares con fuego, menos con el fuego arcano de Bramms, pero se sentía satisfecho de lo que había logrado después de todo. Dahlia estaba sentada entre los dos.
A primera vista se podía decir que estaban teniendo una plática amena, ya que con todo y cansancio, los tres se veían alegres. Al ver a Voriana entrar de manera tan brusca, su sonrisa se convirtió en nerviosismo. Dahlia se alteró tanto que perdió la concentración inconsciente que la dejaba sentarse sobre superficies más arriba del suelo y terminó sentada en la tierra con la banca atravesándole el pecho.
−¿Todo bien? −preguntó Tallod mirando a la adivina de reojo sin levantarse.
−No −dijo Voriana cortantemente− Alguien se robó el cartel.
−¿Cómo? ¿Quién? ¿Cuándo? −preguntó Bramms sorprendido tratando de no reírse por el accidente de Dahlia− ¿Tenemos algún sospechoso?
−El mismo de siempre −dijo una vez más con prisa− ¿Donde están Fennez y sus cómplices?
−Yo no los vi cuando regresé a la carpa −dijo Tallod incorporándose con toda la flojera del mundo encima.
−Yo tampoco −dijo Bramms volteando a ver a Dahlia que para ese entonces ya se encontraba de pie con la cara roja de vergüenza.
−Yo… yo… yo tampoco los vi… −dijo la enöriana asustada.
−Mi niña, ¿Por qué estás tan asustada? −dijo la adivina más amablemente acercándose a ella− ¿Pasa algo?
Cuando la adivina hablaba en ese tono tan suave, siempre tranquilizaba a Dahlia. Sentía que por más horrible que fuera lo que la agobiara, podía recobrar la paz.
−No, no pasa nada −dijo escondiendo su sonrojado rostro− es que… pensé… que nos ibas a regañar. Tallod nos estaba contando como los regañaron a todos un día que tuvieron un pésimo ensayo. Y… pues… como yo me equivoqué mucho en éste y… ¡perdón!
Al escuchar a la chica de piel azul grisácea, Voriana no pudo más que sentirse conmovida y reírse a causa de su inocencia.
−No puedo regañarte cuando es la primera vez que actúas. No es nada que no se pueda corregir, sólo es cuestión de práctica. −dijo mirándola a los ojos para después voltear hacia sus dos compañeros. En cuanto a ustedes dos…
Los dos se pusieron más pálidos que la misma leche y se voltearon a ver buscando una salvación. Que se haya detenido a pensar lo que diría no significaba nada bueno.
−Gracias por apoyarla, se que tú también acabas de llegar al circo como integrante Bramms, pero ya has trabajado conmigo antes. Para ser el primer ensayo, lo hicieron muy bien todos. −dijo la adivina con una cara de malicia que denotaba cuanto había disfrutado el susto que les acababa de dar− Ahora… ¿pueden ayudarme a buscar a los enanos? Fenez tiene el cartel.
−¡Claro! −dijeron los tres al unísono aliviados por no merecer regaño alguno.
−¿Está Ellioth afuera? −preguntó Dahlia mirando hacia el escenario y tratando de no demostrar demasiado interés
−Sí, no se puede ir hasta que sepamos qué sucederá con el cartel, lo dejé platicando con Karad. −respondió la adivina que ya estaba a punto de salir por el otro lado de la carpa hacía los camerinos− Apúrense, los espero aquí afuera.
Cuando la adivina salió, los tres se quedaron viendo en silencio. De repente una sonrisa se empezó a dibujar en sus rostros y Bramms fue el primero en carcajearse.
−¡Hubieras visto tu cara Dahlia! Jamás había visto a alguien tan asustado. −dijo el chico de fuego riéndose mientras revisaba si tenía todo listo para salir.
−Pues… ustedes no se quedaron tan atrás, ¿eh? −respondió mirándolos acusadoramente y siguiendo la broma.
−Como sea… −añadió Tallod en seco, vamos afuera, nos están esperando.
−Que genio… −le susurró Dahlia a Bramms mientras se encaminaban, miró hacia el otro lado de la carpa, el escenario donde el pintor se encontraba con Karad− Oye, ¿por qué está tan segura que Fenez tiene el cartel?
−¿Recuerdas cuando nos conocimos? Yo lo buscaba porque se había robado mi ropa. −dijo Bramms sintiéndose una autoridad en el tema− Esos enanos siempre se roban lo nuevo, cualquier cosa que consideren incidirá en su trabajo, y no lo regresan hasta que estén convencidos de que es conveniente que forme parte del circo.
−Y… ¿por qué nunca me han robado nada a mí? −preguntó intrigada.
−Pues… supongo que porque no pueden tocarte. A mí me robaron la ropa por tres días seguidos. Por eso, el día que nos conocimos me viste con el traje de la función, ya lo tenía preparado por si lo volvían a hacer, los días anteriores tuve que salir a buscarlos enredado en una toalla.
La enöriana no pudo más que reírse de lo que acababa de oír, escuchar ese lado de la historia la hacía sentirse ridícula al recordar que pensó que había sido atacada por ladrones.
−¿Qué hacen? ¡Vénganse ya! −gritó Tallod desde la entrada de la carpa.
−Vamos, antes de que el genio se enoje más, y éste no es precisamente el tipo de genios que cumple deseos. −dijo Bramms riéndose de su propio mal chiste.
Empezaron buscando por los camerinos, nadie había visto a los enanos por ningún lado, era como si justo después de la función se hubieran hecho uno con la tierra. Dahlia, Bramms y Tallod iban siguiendo a la apresurada Voriana por las afueras del pueblo, pasaron de largo por el parque donde habían comido el día anterior, transitaron por calles y callejones sin rumbo determinado y sin inspeccionar los alrededores. Cada vez se internaban más en el pueblo, y la manera en que eran conducidos carecía de sentido a los ojos de Dahlia, quien comenzó a inquietarse, pues consideraba que si estaban buscando a alguien, deberían ir fijándose bien en el camino, no correr aturdidos hacía ningún lado.
Según la adivina, los culpables estarían en algún lugar donde pudieran evaluar entre todos el cartel. Tenían una tendencia de creer que el gusto enano era el parámetro de lo que agrada al mundo entero, razón por la cual solían robar las cosas nuevas y ponerles de su propia cosecha. Por lo mismo, Voriana tenía prisa de encontrarlos, temía que hicieran de las suyas con el cartel.
−Alto −dijo de repente la adivina cuando se encontraban en un lugar que a Dahlia le pareció familiar. A lo lejos, detrás de un montón de árboles, pudo ver la casa del pintor.
−¿Qué pasa? −dijo Tallod queriendo escuchar la razón por la que se habían detenido a la mitad de la nada.
−Tenemos que regresar −dijo la adivina dándose media vuelta.
−¿Qué? −demandó respuesta Bramms− Pero no los hemos encontrado.
La adivina volteó a verlo sin detenerse, le guiño un ojo y sonrió haciendo una seña con la mano indicándole que estaba en un error.
−Te equivocas. −dijo parándose media cuadra después, frente a una cabaña abandonada construida a desnivel sobre una plataforma de madera que la separaba de la tierra firme, unas escaleras se elevaban hasta el pequeño recibidor que indicaba que en algún momento, esa casa había tenido una puerta donde ahora sólo estaba el hueco que permitía ver su interior.
−Dahlia, ¿podrías hacerme el favor? −dijo señalando al interior de la casa.
−De… ¿de qué? −realmente no entendía lo que estaba sucediendo. ¿Qué no íbamos a regresar?
−Te gusta el pintor, ¿no? −dijo Voriana en un tono burlón− Si rescatas el cartel, él te lo agradecerá mucho.
−Pero… pero… ¡él está buscando a su mujer! −dijo sintiéndose descubierta de algo que ni ella estaba segura.
−¿Y eso cómo te impide ayudarle? −dijo ella cruzada de brazos, sintiéndose victoriosa porque su treta había funcionado.
−Pe… este…. ¡Aaaah! −la enöriana se dirigió indignada hacia la morada en ruinas, pensó que se parecía mucho a la del pintor, pero vacía, sucia y oscura. Por algún motivo, le daba miedo entrar, no sabía por qué, pero se tranquilizó cuando recapacitó que realmente no le podría suceder nada ahí dentro, era intocable.
−¡Dahlia! −escuchó gritar a la adivina. Al voltear, vio que con la mano le decía que no y después señalaba hacia abajo. Bajo el piso, ahí es donde están, escuchó en su mente.
Resignándose a no saber qué le esperaba, miró el piso de madera que la sostenía a casi metro y medio del suelo, suspiró y se dejó caer aprovechando su habilidad. Tuvo que agacharse pues sus ojos seguían mirando el mismo piso de madera, sólo que ahora su perspectiva era a no más de quince centímetros de distancia.
La oscuridad debajo de la cabaña era intensa, de no ser por las sutiles líneas de luz opaca que dejaban pasar los tablones del techo y por un punto de luz que alcanzó a ver a cierta distancia, podría decir que estaba completamente ciega. Al acercarse, la luz resultó ser una lámpara de mano y pudo reconocer a los enanos en seguida. Kalia portaba la lámpara, tres de los hombres y dos de las mujeres rodeaban a Fenez quien, efectivamente, tenía el cartel en las manos. Se preguntó cómo habían llegado hasta ahí, por dónde habían entrado, nada indicaba que hubiera una puerta de acceso, una salida.
−Oigan chicos… necesitamos que nos regresen eso. −dijo Dahlia en voz alta parándose atrás de Fenez.
−Aaaaagh… −el enano volteó con la peor cara de fastidio que pudo expresar−. ¿Por qué siempre tiene que mandar a alguien? dile a la vieja loca que se espere, ya casi acabamos con esto.
−Eemmm… Creo que lo que quiere es que no le hagan nada al cartel. –dijo tratando de quitárselos de las manos.
−Muy tarde intrusa, ya le hicimos lo nuestro. −dijo uno de los hermanos.
−¡Tenez! -Le gritó el Fenez− ¡No seas grosero!
−Pero… ¡no la hemos inspeccionado! Es una intrusa hasta que…
−¡Basta! −gritó Fenez claramente molesto− Si tanto quieren saber de ella… aquí está, no necesitamos tomarle prestado nada, la tenemos aquí sólo para nosotros, pregúntenle lo que quieran hasta sentirse satisfechos.
¿Qué clase de mafia son estas personas? Pensó Dahlia paralizada por lo imponente que sonaba Fenez enojado. ¿O más bien… qué creen que son?
−¿Por qué? −dijo la enana que sostenía la lámpara− ¿Porqué eres la única que sale en el cartel?
−No… no soy yo. −dijo Dahlia un poco nerviosa por no saber qué contestar− Fíjense bien y notarán las diferencias.
Era un poco difícil ver la imagen bajo aquella lámpara que apenas iluminaba alrededor de ellos y aún más difícil con todos los rayones y anotaciones que los enanos habían hecho sobre él. Detrás del retrato de la mujer a la que el pintor buscaba salían unos garabatos que ella quiso creer eran los demás integrantes de la obra. Los enanos discutían viendo el cartel y volteando a verla una y otra vez. Parecía una discusión sin sentido en la que todos hablaban al mismo tiempo y nadie escuchaba lo que decían, pero en cierto punto, todos dijeron sí al mismo tiempo y voltearon a ver a la enöriana.
−Y entonces… ¿por qué habrían de poner a una mujer que no pertenece al circo? −dijo el enano que había sido escogido para hacer la siguiente pregunta. Dahlia no sabía qué contestarle, por un lado sabía que la verdad no los convencería, además, si lo que Bramms le había dicho era verdad, ¿de qué le servía al circo la imagen de alguien ajeno a la obra? Por otro lado, no sabía siquiera quién era esa mujer.
−Ella es la verdadera Iseldis −dijo tratando de sonar lo más convincente que sus nervios la dejaban aparentar.
La discusión se volvió a soltar entre los enanos, Dahlia estaba segura que el palabrerío se podía escuchar hasta afuera, aunque no hacía mucha diferencia estar cerca o lejos, pues hablan simultáneamente y tan rápido que resultaba imposible entender lo que estaban diciendo. En eso, todos se quedaron en silencio al unísono viéndose las caras unos a otros, finalmente Menez habló:
−Si es así… ¿Por qué no la usamos a ella en la obra?
−Porque no sabemos dónde está. Queremos encontrarla con la ayuda de ese cartel. −dijo la enöriana satisfecha de cómo había resuelto las cosas.
La habladuría de los enanos volvió a sonar. Dahlia quiso interrumpirlos, se estaba impacientando por estar agachada en ese encerrado lugar y si les daba rienda suelta quien sabe hasta a qué horas la dejarían salir. Notó que sus intentos eran inútiles, aunque volteaban a verla continuamente, no tomarían en cuenta lo que dijera hasta que terminaran de discutir y acordaran lo que dirían a continuación. Así, Dahlia decidió salir esperando que siguieran ignorándola. Cuando se dio media vuelta dejó de percibir las voces de los enanos, pero al dar el primer, escuchó a Fenez dirigirse a ella, sin importar que les estuviera dando la espalda.
−Dahlia, ¿podrías decirle a Voriana que en un minuto salimos? Sólo tenemos que arreglar esto. ¿Sí?
−Seguro. −dijo Dahlia sin darse vuelta para contestarles− Pero no se tarden, está un poco enojada.
−Seguro −respondió Fenez sin más.
La adivina vio salir a su casi hija por una de las paredes de aquella pequeña fortaleza. La enöriana avanzó hacia ellos desorientada, salir de la oscuridad a la luz de día fue casi como si la golpearan.
−¿Qué pasó mi niña, los encontraste? −dijo estirando la mano esperando ver el cartel, por los nervios, parecía haber olvidado que Dahlia estaba imposibilitada para cargarlo.
−Sí, te mandan decir que salen en un minuto. −dijo la enöriana sobándose la cabeza. −que tenían que arreglar algo.
−¿Y el cartel? −preguntó la adivina intrigada y molesta− Lo echaron a perder, ¿verdad?
−E… Están un poco inconformes porque según ellos sólo salgo “yo” −dijo más preocupada por los enanos que por el cartel.
Si ya de por sí la adivina se veía peligrosa cuando estaba molesta, ahora que una luz roja brotaba de sus puños cerrados resultaba mucho más atemorizante. Voriana dirigió sus brazos con fuerza hacía la cabaña y la energía roja de su sus manos se extendió hasta impactar y destruir la pared de la fortaleza, dejando ver a los enanos que estaban siendo atraídos hacía la arcana como metales a un imán.
Los enanos cayeron como bultos inertes al suelo frente a ellos, todos tenían la misma cara que Bramms, Tallod y Dahlia habían puesto cuando entró Voriana a la carpa. Pero ellos si tenían una verdadera razón para tener miedo.
−Denme el cartel, ¡AHORA! −dijo Voriana con una voz ronca, fuerte e imponente que Dahlia pensó era obra de las artes arcanas, pues era opuesta a la voz tranquilizante que regularmente la caracterizaba.
Entre todos los enanos empujaron a Fenez frente a la adivina, usándolo de escudo y permitiendo cobardemente que él recibiera todo el regaño, ante ella no se atrevían a jugar a ser una mafia como lo hacían en la oscuridad. Fenez extendió las manos dejando ver el cartel arrugado, la adivina al ver el estado en el que se encontraba, se lo arrebató de las manos sin pensarlo dos veces.
El cartel mostraba el retrato la mujer con el letrero de Iseldis y la información que la adivina le había pedido al pintor. Pequeñas manchas grises sin forma invadían la imagen, dejando ver que habían intentado ser borradas. La adivina respiró profundo, se tranquilizó y enrolló el cartel.
−Se va a quedar como estaba quieran o no. −dijo la adivina con su voz de costumbre.
−Sí, así se quedará… perdón −dijo Fenez poniéndose de pie junto con los demás enanos− y estamos dispuestos hacer lo que sea necesario para encontrar a la verdadera Iseldis, sabes que estamos a tus ordenes.
−Sí, sí… váyanse al circo, ya −dijo la adivina tapándose los ojos− Y discúlpense con Ellioth cuando lleguen. Si no lo hacen, no cenarán ni migajas de pan.
Los enanos corrieron de regreso al circo antes de que la adivina cambiara de opinión. Sabían que nunca se atrevería a hacerle daño a uno de los suyos, pero esta vez estaba tan enojada que no querían quedarse a averiguar si sería la primera vez.
−Así que la verdadera Iseldis, ¿eh? −dijo mirando de reojo a Dahlia esperando una explicación, sino certera, al menos interesante.
−Es lo único que se me ocurrió decirles cuando me preguntaron quién era ella. Perdón si hice mal. –susurró Dahlia sin saber qué más decir.
−¡Al contrario! No te disculpes, tal parece que los convenciste de que el cartel está bien sin sus modificaciones, no te imaginas el problema que es convencerlos de cualquier cosa. −dijo la adivina sonriendo mucho más relajada− ¡Muchas gracias!
El regreso al circo fue tranquilo. No hubo palabras entre quienes retornaban al lugar que podían llamar casa, el stress había desaparecido, pero quedaba por saber si Ellioth podría arreglar el cartel.
Al llegar, encontraron al pintor y a Karad justo donde los habían dejado. Voriana se disculpó en nombre de todos y le contó todo lo sucedido. No quería ser una molestia, pero el cartel tal cual estaba ahora no les serviría de mucho. Hubiera podido arreglarlo a la manera arcana, pero Voriana prefería que el pintor lo hiciera con sus propias manos. Ellioth estaba muerto de risa al ver las borrosas manchas que los enanos habían hecho y accedió a darles una nueva copia.
−¿Seguro que no es mucho problema? −preguntó el director todavía impresionado por la historia que había escuchado mientras los demás buscaban a Fenez y compañía.
Tener a todos a su alrededor hacía sentir al pintor como si estuviera en familia. La larga plática que había tenido con Karad le había servido mucho para expresar cosas de sí mismo que tenían mucho tiempo queriendo salir. Quería hacerlos sentir tan bienvenidos como ellos le habían hecho sentir a él.
−No es ningún problema, lo puedo hacer en un par de horas −dijo el pintor viéndolos a todos reunidos− pero quiero que vayan a cenar a mi casa esta noche.
−¿Qué piensan? −dijo Voriana viendo a los demás.
Un largo silencio que nadie se atrevía a romper tensó el ambiente
−Pues… yo muero de hambre. −dijo Bramms, rascándose la cabeza, lo que provocó que todos rieran estrepitosamente.
October 14, 2015
Los pocos segundos del hubiera
Hace muchos años, existió un hombre en la tierra capaz de hacer cosas que nadie podía: mover objetos con sólo desearlo, encender las hogueras de la aldea con sólo algunas palabras, ver los pensamientos de las personas a su alrededor. Esta habilidad fue llamada magia. El hombre de la magia mejoró con el paso de los años, fue más exacto, más rápido en sus conjuros y más temido. Al principio todos lo admiraban, pero conforme su habilidad se desarrollaba más y más, los aldeanos lo evitaban en la medida de lo posible. Por temor lo desterraron y en su exilio, ideó la magia más grande de todas, aquella que le devolviera el favor de sus vecinos a quienes a pesar de todo, tenía en gran estima y afecto. Un día regresó y en medio de la plaza les anunció que iba a hacerles un gran regalo, para que jamás tuvieran que olvidar nada y que sus vidas tuvieran más de una oportunidad. Podrían decidir cortar leña y ver que hubiera pasado si en vez de ello hubiesen cazado un alce, y podrían decidir cual de las dos posibilidades resultó mejor; podrían tomar una esposa y ver si el tiempo los convertía en una pareja miserable, podrían ver como sus vidas fueron diferentes en una realidad en la que no se casaron, o se casaron con alguien más.
El pueblo desconfió de él.
Lo llamaron loco y decidieron hacerlo arder en la pira. El hombre no puso resistencia, pero justo antes de que el mayor acercara la antorcha el hombre cerró los ojos y con una sola palabra convirtió a todo el pueblo en una larga sombra.
La palabra fue: HUBIERA.
El hombre de la magia ordenó a la sombra del mayor que alejara la antorcha.
-Lo hice por ustedes -le dijo.
La sombra se detuvo un momento, miró al hombre atado y miró a su pueblo, todos eran sombras. El mayor exigió una explicación, esto no era normal y ciertamente no parecía un favor, parecía más una maldición en escala de grises. El hombre de la magia les pidió voltear hacia las alturas, en donde podían ver la imagen de su pueblo en total normalidad, con las madres tejiendo cobijas a la puerta de su casa mientras los niños jugueteaban en las callejuelas terregosas y el marido cortaba los trozos de leña que usarían esa noche para calentarse y preparar la cena. Todo parecía normal y más que una respuesta, parecía uno de los trucos del hombre de la magia.
-Les regalé una existencia sin mí, ustedes son los restos, sombras de una realidad donde yo viví, enojados y temerosos. Véanse allá, arriba, viviendo sus vidas con la tranquilidad que da la vida honesta y sin alteraciones desconcertantes. ¡He ahí mi regalo!
Las sombras se miraron, algunas con duda, otras con miedo y otras más con enojo. Los que fueran los ojos del mayor cambiaron de color, se tornaron rojos, como las brasas.
-¡NO! Nosotros no te lo pedimos –vociferó el líder de las sombras.
-Es demasiado tarde, no pueden hacer nada para cambiarlo -contestó el hombre. ´ -Tal vez no, pero aún puedo hacerte cenizas -gritó de nuevo el mayor al tiempo que acercaba la antorcha a la hoguera dispuesta.
-Detente -el hombre de la magia murmuró esta palabra y el mundo de sombras se detuvo.
-Desata -pronunció de nuevo y las cuerdas cayeron como trapos. Bajó con cuidado de la pira, se colocó por un lado del mayor y lo observó durante un tiempo.
-Los ojos rojos no eran algo que había previsto –dijo el mago con seriedad
-¿No? ¿Y que tus trucos no tendrían el mismo efecto, sí? -dijo el mayor girando su rostro hasta quedar frente al hombre. Antes de poder reaccionar, la sombra lo golpeó enviándolo a las afueras de la aldea.
Fue un golpe tan intenso, tan fuerte, tan lleno de odio, que el hombre de la magia por más que lo intentó no pudo detenerse a medio aire. La confusión de por qué el mayor no había sido congelado en el tiempo como todos los demás tampoco lo ayudaba a concentrarse. Un árbol a las afueras de la aldea detuvo su involuntario trayecto aéreo, bajo el precio de quitarle el conocimiento por unos minutos.
Lo hice por ellos, desagradecidos, no sé por qué me preocupé por ellos. Le decía su propia voz mientras trataba de levantarse. Los hubiera dejado morirse… si me hubiera ido entonces… hubiera… hubiera… hubiera…
Cuando por fin pudo enfocar la vista hacia la aldea, una horda de sombras con ojos rojos se acercaba hacia él, acechándolo como a una comadreja. Formaron un círculo alrededor de él y el mayor avanzó lentamente en una contradictoria sonrisa que representaba alegría y odio al mismo tiempo.
–Parece que estás en problemas, mago –dijo la sombra mayor en su ronca voz.
El hombre de la magia se puso de pie, sobándose la cabeza pero tratando de fingir que estaba en perfecto estado. Se recargó sobre el árbol que lo había detenido y miró a la bestia a los ojos.
–Esos ojos rojos no los creé yo. –dijo cortante, sin separarle la mirada– ¿Por qué pueden moverse? De qué derecho gozan, para romper mis decretos de esa manera.
–Porque puedes ser el domador del mundo, tener a las palabras, los elementos y la vida bajo tu control… pero los humanos tenemos algo que jamás podrás dominar. Ni tú, ni nadie. A veces ni nosotros mismos podemos hacerlo.
–¿Y qué puede ser eso? –respondió el mago rencorosamente sin pensarlo, si algo odiaba era que las cosas no salieran como él las había planeado. Algo que de cierto tiempo atrás, no había sucedido. De ahí su inspiración para crear el hubiera al que ahora pertenecían.
–¿El mago todo poderoso no lo sabe? –dijo de manera sarcástica, volteando a ver a sus compañeros– ¡No lo sabe!
Las sombras se rieron a un volumen estrepitoso. Cerrando el círculo cada vez más. El mago no se movió ni un centímetro. Tampoco dijo nada. Sólo observaba a su depredador como se acercaba hacia él, con la peor de las intenciones encima.
–Qué tristeza que el mago que se preocupaba por el bien común, se le haya olvidado lo que es ser humano –pudo escuchar en un susurro que provenía de su espalda. Al voltear, se dio cuenta que varias sombras lo tenían sujetado al árbol. En un descuido de él, las sombras se acercaron y no había manera de sentir como una humareda te tocara. Sin embargo, cuando intentó moverse, descubrió que era imposible. Miró al el cielo que a partir de ese día funcionaba como pantalla para todas las decisiones que nunca tomadas del mundo. Todas ellas le mostraban una imagen de él, triste, levantando el brazo al cielo, esperando ser alcanzado por alguien. La imagen repetida mil veces, en distintas versiones, lo mantenía hipnotizado, pero la realidad fue más fuerte y una gran punzada en el estómago le hizo regresar su atención a las bestias de ojos rojos.
–No te distraigas, estoy hablando contigo –dijo la sombra mayor que ahora tenía a unos centímetros de distancia y su brazo atravesándolo por el estómago–. Que mal educado eres, Seamus.
El mago intentó hablar, pero de su boca no salían palabras, sólo la sangre que intentaba escapar de la masacre que la sombra estaba haciendo dentro del cuerpo del mago.
–Para que no mueras sin recordarlo. –dijo acercando más su rostro– Lo que nos dejó movernos se llama “Libre albedrío”. No puedes decidir el destino de seres que tienen la opción de cambiar de opinión, de hacer decisiones, de crear. Pelear en contra de la fuerza de voluntad es una derrota segura, inclusive para la magia.
– Pero yo no pretendía doblegar la voluntad de ustedes, ¿qué no lo ven? – dijo el mago esforzándose para poder hablar con el dolor que estaba sufriendo -Intentaba hacer todo lo contrario, que lo que ustedes querían fuera posible, darle más poder a sus decisiones, ¡empezando con una vida sin mí!
-Y la creaste, es muy cierto, pero estás olvidando tus propias palabras, ¿no Mago? – Respondió el mayor al tiempo que esbozaba una sonrisa nuevamente en su rostro casi monocromático, – también nos creaste a nosotros, seres de odio y miedo, o como tú lo dijiste, restos de nosotros mismos, restos enojados y temerosos.
-Y sin valor –agregó el mago lastimeramente – creo que ya encontré mi error.
-Así es mago, nos creaste para saber que no somos nada, ¿cómo es que esperabas que lo tomáramos a bien?, ¿cómo es que esperabas que aceptáramos que nos creaste como un remedo de lo que fuimos nosotros mismos?, ¿esperabas que por vernos en el cielo felices y completos estaríamos contentos?, ahí estuvo tu arrogancia mago, y el odio que se desató en nosotros, o al menos en mi, al ver que solo soy un remedo de eso que está allá y que tu hubieras tomado una decisión por mí.
-Pero, no fue arrogancia lo que me hizo crearlos.
-¿Será? –Lo interrumpió con un grito el mayor – ¿no fue arrogancia que llegaras a cambiar toda nuestra vida para que no te odiáramos o te temiéramos?
-¡Fue un regalo!
-¿Para quién?, ¿para nosotros? – el mayor levantó la vista y señaló hacia el cielo, donde la versión completa de él estaba asando un par de conejos en medio de la aldea -¿o para tí al no ser odiado?
-¡Para ustedes, querían ser felices y los quise hacer felices!
-Oh si mago, nos hiciste felices, pero, ¿a dónde crees que enviaste todo el odio que de otro modo hubiera existido?, lo mandaste aquí, lo mandaste a nosotros, ¡es lo único que podemos sentir!, ¿y sabes qué?, el odio es un sentimiento muy fuerte que puede hacer impulsar a hacer cualquier cosa.
-Como romper mi magia.
-Así es mago.
-Muchas gracias –dijo Seamus mientras levantaba el rostro para ver hacia el cielo, hacia el espejo que mostraba el mundo real.
-¿Eh?, ¿Qué quieres decir?
-Te estoy dando las gracias.
-¿Por qué mago? –dijo mientras con su mano apretaba algo de las entrañas del mago– ¿Acaso estás jugando con nosotros?
Seamus gritó un alarido de dolor mientras su cuerpo se retorcía en el poco espacio que las sombras que lo tenían sujeto le daban para moverse.
-Gracias por explicarme mi error y gracias por ayudarme a resolver este ligero problema, no solo son odio y miedo, son también arrogancia… al igual que yo.
-¡Calla mago!
El mago cerró los ojos un instante y cuando los abrió una luz verde empezó a surgir de sus ojos, en cuestión de instantes una explosión de luz cubrió el área donde estaban y los arboles del bosque alrededor de la misma empezaron a desvanecerse, las sombras del mayor y de los demás que lo estaban sujetando gritaron como si estuvieran viendo su propia muerte llegar. Un alarido de terror se conjuntó entre ellos y soltaron al mago alejándose rápidamente de él, en las mentes de los aldeanos y del mayor imágenes de todo lo que pudieron ser y que no fueron aparecieron incesantemente, entre ellas, sus cientos de posibles muertes.
October 7, 2015
Un cuento viejo para ojos nuevos
Cuando escribí este cuento se publicó por primera vez en la antología 20a de Penumbria que le hacían homenaje a Guillermo del Toro, si no la han leído pasen allá para echale un ojo a esa y todas sus otras antologías llenas de gente que quiero mucho, gente que admiro y… pues… gente que no conozco pero escribe padre, seguro hay algo que les llene el ojo.
Lo publico aquí a petición de la Bruja Roja a quien deberían de seguir allá en el pajarito azul porque sí.
Y porque tuitea padre.
La foto de aquí arriba es de Andre Govia que si tienen el mismo morbo que yo por los lugares abandonados, encontarán también más de alguna foto que les guste.
Y bueno, después de los comerciales (y antes de parezca Cinemex/Cinepolis con sus 40 minutos de comerciales y trailers) aquí los dejo con…
Hasta que las letras se hagan ceniza
He pensado mucho en la inmortalidad últimamente. Y creo que todo es culpa de una casa. Una mansión, específicamente. Ni siquiera sé por qué ese día iba por ahí, caminaba sin rumbo. Mi cabeza estaba ocupada en sufrir el mal día, el mal recuerdo, hasta maldije que me quería morir. Uno no debería andar gritando esas cosas en la calle. Era demasiada maldad como para preocuparse por donde iba hasta que a mis ojos se les atravesó el cancel cerrado que defendía a las ruinas de la mansión Blackwood.
En ese momento se me olvidó todo.
Una voz que sonaba a muchas niñas me invitó a entrar. Voltee a ambos lados de la calle, no había ni un alma que pudiera juzgarme si me saltaba la reja y como si la misma casa hubiera escuchado mi duda la reja se abrió solita. Ya sabes, lo típico, una reja se abre con un chirrido espectral y lo único que se te ocurre es entrar. Como si no hubieras aprendido ya de tantas otras historias que eso no es buena idea.
De entrada la casa estaba vacía. No era sorpresa pero sí un poco decepcionante, ¿en qué estaba pensando?
La voz me volvió a llamar. Venía de la sala con chimenea, del sótano o arriba, de todos lados. Evité la oscuridad del sótano y me acerqué a la sala que parecía ser lo más abierto. El viento tumbó un pedazo de ventana que apenas tenía fuerzas para sostenerse, la cual creó una nube de polvo que no me dejó ver el resto del cuarto. Intenté buscar la salida al tanteo, el polvo no se disipaba y con el tiempo mi oído escuchó el aleteo de un bicho. Un escarabajo dorado volaba hacia mí decidido a embestirme. Me aterró la idea de que, en un mundo ficticio, un escarabajo igual transformó en vampiro a un incauto como yo. Morir no era lo mío, no señor, no aún. Corrí sin ver y se desapareció el camino bajo mis pies. Caí a una oscuridad profunda, el sótano seguramente. Eso quería creer hasta que me repuse de la caída y abrí los ojos. Lo primero que encontré fue una pileta con un niño que jugaba abajo de ella, levantó la mirada y sonrió. Me acerqué para poder verlo mejor. Ese niño estaba muerto, estaba roto como mármol cuarteado, gris.
–¿Eres un fantasma? –le pregunté. Claro, vez un muerto y lo más inteligente que puedes hacer es preguntarle si está muerto. Eres un genio, caray.
–¿Qué es un fantasma? –contestó al ponerse de pie y darme la espalda. Estiré el brazo como si eso alcanzara para detenerlo y desapareció antes de que pudiera tocarlo. Mi intuición me gritó que saliera de ahí y lo olvidara todo. Al dar media vuelta descubrí que eso sería más difícil de lo que esperaba; tenía un laberinto enorme enfrente. Ahí donde hace unos segundos estaban unas escaleras por las que casi me rompo la espalda al caer. Lo caminé con incredulidad. La lógica lo dicta: al final hay una salida.
No estaba solo. Los pasillos estaban llenos de seres que nunca creí posibles, seres que sin duda acabarían conmigo en un segundo. Di cada vuelta haciendo todo lo posible por pasar desapercibido. Ya me había encargado de evitar a un hombre pálido con ojos en sus manos y a un ángel ciego con alas negras. Cuando le saqué la vuelta a un fauno azul choqué con una niña que la verdad no sé por qué no vi, brillaba como si fuera la luna en aquella noche.
–¿Qué haces aquí? –me dijo consternada. Me jaló de una muñeca para esconderme en un rincón donde nadie me viera. O para matarme, quien sabe.
–Buscando la salida, me caí sin querer –contesté honestamente y la miré a los ojos buscando esperanza–. No quiero morir.
–No creo que la inmortalidad sea lo tuyo –me contestó al bajar el brillo que emanaba de ella–. Sígueme. En silencio.
Caminé detrás de ella como si fuera su sombra hasta una colina que subía a un árbol rojo. Se detuvo frente al árbol y le dio dos golpes como si fuera una puerta. El árbol abrió en el centro un orificio que creció y creció como si se tratara de su boca.
–Tú no eres un recuerdo –me dijo al dejar salir un suspiro de paz–, entra ahí y regresa al lugar de donde vienes. No vuelvas. Vive.
No sé por qué confié en ella. Quizá porque fue la luz al final del túnel. Quizá porque no era un monstruo. O quizá sólo porque quería volver con vida a mi casa. Entré a la boca del árbol y esta se cerró a mi espalda en un momento y la oscuridad me digirió una vez más.
–Vivos o muertos aquí todos existimos eternamente, pero eso es otra historia –fue lo último que escuché antes de que una luz intensa me dejara ciego.
Estaba frente a la reja.
Otra vez.
La golpee con fuerza para comprobar que estaba firmemente cerrada.
Escribo esto para recordar lo que siento que se me escapa como si fuera un sueño, lo escribo para ser inmortal. Al menos hasta que las letras se hagan cenizas y nadie pueda recordarme.
September 30, 2015
El tiempo, la tinta y la historia
La casa más vieja es mucho más grande de lo que la pequeña puerta en la entrada te haría pensar. Tobías guardó el libro que habían encontrado bajo el brazo cuando escuchamos como si un árbol cayera ahí dentro, a un par de cuartos de distancia. Yo lo perseguí como su propia sombra a través de los cuatros estrechos, de las ruinas, de un par de pasillos, escaleras arriba, a través de un salón hasta una puerta de madera degastada que parecía tener luz del otro lado. Nos miramos y Tobías asintió en silencio, acción que aquí significaba que me estaba pidiendo permiso para abrir la puerta. Cuando le puso la mano encima a la perilla ésta brilló como si fuera la luna misma y, tratando de proteger nuestra vista de la luz, Tobías dejó caer el libro al suelo y éste cayó con las páginas abiertas.
Cuando bajé el brazo para ver, Tobías ya estaba dentro del cuarto con el libro una vez más bajo el brazo. Parecía haber todo un bosque ahí dentro entre lo restos de una biblioteca abandonada, al fondo había otro portón entreabierto. En la puerta donde me encontraba estaba escrito en tinta negra:
“Bienvenidos al bosque, está prohibido salir sin echar al tiempo andar.”
Al entrar al salón palabras que se escribían con la misma tinta que la de la puerta me distrajeron de llamarle la atención a Tobías.
“En ésta casa sucedió una tragedia que aunque ya murió hasta ahora no ha terminado. De hecho, con cada casa que le construyen a la ciudad, la tragedia crece sin que nadie recuerde como empezó todo.”
Levanté la mirada para ahora sí llamar a Tobías para que viera aquello y noté que se encontraba viendo el portón hasta el otro lado del salón. Dí un paso adelante y me disponía a gritar antes de que mi amigo empujara el portón para saber qué había del otro lado.
La tinta se pintó de nuevo en suelo.
“DETENTE”
Me dijo de tal tamaño que la palabra apenas cabía en mi vista.
Escuché al portón cerrarse, tragándose a mi amigo.
La tinta volvió a moverse.
“Estará bien, lee.”
-¿Por qué debería de confiar en ti? –dije en voz alta sin pensar en lo que estaba haciendo. Cualquiera que me viera en ese momento me tiraría de loco observándome conversar con la soledad de una biblioteca en ruinas y árboles que atravesaban loss techo y las paredes. Estaba platicando con la sangre de un bosque dentro de un bosque. Poético, lo sé. O patético, no sé.
“Porque tengo una historia que contarte”
-El de las historias es quien se acaba de meter por allá, no yo –le contesté.
“Necesitas la historia si quieres a tu amigo de regreso”
Ignoré al letrero y corrí para intentar abrir la puerta por donde perdí de vista a Tobías. Al segundo intento abrió para dejarme ver que todo lo que había adentro era un pequeño cuarto vacío.
Dí la media vuelta y la tinta estaba ahí.
“Esta casa se construyó por la familia de mi familia.
Aunque en ese entonces no se planeaba que existiera dicha familia.
Ni pueblo.
Y mucho menos la ciudad que es ahora.”
Una flecha que salió del último punto me guió a uno de los retratos que colgaban de las paredes. A un lado, las palabras seguían naciendo de la tinta.
“Ella es Hilda, fue la última Alcaldesa del pueblo, antes del exilio.
Su hijo está en el bosque, aullándole a la luna que no baja.
Su hermana está perdida en el bosque, haciéndole honor al nombre de su gente.
Ella está culpando al bosque de todos sus problemas”
-Lo que estás diciendo no tiene sentido –le contesté.
“Tu amigo se va a encontrar con uno de los tres. Espero por su bien y por el de todos que sea su hermana.”
-¿Si no qué?
“Todo va seguir igual.
O peor.”
-Sigo sin entenderte, ¿quién eres?
“Mi papá se quedó atrapado en el pueblo y mi mamá detuvo el tiempo en el bosque para que pudieran encontrar la manera de solucionar las cosas. Se supone que sería sólo un poco. Pero ese poco ha durado toda una civilización entera. Mi papá intentó salvar al bosque desde el pueblo pero su magia y la de la alcaldesa chocaron. Tú y yo podemos hablar ahorita porque estamos compartiendo el abrazo de la soledad del bosque. La única manera de salvarlo todo fue guardando al bosque dentro de la casa. Transformando a la casa en un reloj de arena que tiene muchísimo sin ser volteado.”
-Y… ¿mi amigo de qué sirve? –le pregunté tratando de tener un par de cabo que atar.
“De tiempo”
-¿Y la historia?
“De arena, de conexión entre aquí y allá. El libro ayuda un poco, mientras estemos bajo la misma luna, estamos en el mismo lugar.
Espera, el bosque est…”
La tinta se diluyó como agua y por más que le grité no volvió a escribir nada. Golpeé el suelo, las paredes, la puerta por donde Tobías desapareció y nada. Salí de la biblioteca, cerré la puerta y la volví a abrir y ya no había nada de todo lo que había visto. El cuarto estaba en ruinas, sí, pero ahora era un comedor que realmente no tenía tanto tiempo abandonado como aquél cuarto en el que la tinta hablaba.
Me volví a salir, cerré la puerta y la golpeé con fuerza. Pocos segundos después había luz de nuevo detrás de ella. Y las puertas se abrieron como si un tornado las empujara. Tobías estaba ahí, con la ropa desgarrada y una cicatriz que le recorría todo el brazo.
-¿Óliver? –me preguntó confundido- No… no… necesito volver, NECESITO VOLVER.
Pero el salón seguía siendo un comedor abandonado.
September 25, 2015
I od eveileb ni cigam
A veces creo que deberíamos a hacer más cosas a mano, se nos olvida lo relajante que puede ser abrir la llave y dejarlo caer todo en el papel.
Soldier on, soldier on.
And above all, believe in magic.
September 20, 2015
VIII · Maestro del color
−¿Alieth? ¿Se llama Alieth? −preguntó Dahlia señalando el cuadro.
El pintor observó el retrato sin responder y luego miró a la enöriana con cierta repulsión.
−¿Quién eres? −dijo haciendo ver que estaba molesto.
−Yo soy… Dahlia… Dahlia Dunod. −dijo un tanto intimidada.
−¿Y qué te trae por aquí, Dahlia? ¿De dónde vienes, qué quieres? −preguntó el pintor aún incrédulo y desconfiado.
−Perdón por entrometerme en tu trabajo. No quería ser una molestia. Vengo con el Circo del Alma que está por instalarse en las afueras de este pueblo. Acabamos de llegar y todos están desayunando en un parque parecido a éste, pero mucho más grande y… pues… yo −la mujer dudó sobre lo que diría a continuación− no tenía mucha hambre, así que decidí darme una vuelta por los alrededores.
−¿Y por eso te paraste aquí? −el pintor estaba recargado en el marco de la puerta, y clavaba la mirada en la mujer.
−Es… que… me llamó la atención que tu casa fuera la única de un piso, luego vi el cuadro y no pude resistir la curiosidad. Nuestra obra aún no tiene cartel que lo anuncie. Así que me acerqué para ver qué clase de pintura hacías, entonces me sorprendí mucho al verla a ella. ¿Se llama Alieth? −la enöriana intentó terminar con una sonrisa, no quería que el pintor se enojara antes de proponerle que pintara para el circo.
Con cada segundo que pasaba frente a la gemela de su pintura, el pintor empezaba a notar las diferencias con su amada. Cuando uno conoce muy bien a su pareja, es posible distinguirla con facilidad ante cualquier semejante que se aparezca pero el deseo de ver a esa persona puede confundir hasta al más observador. No podía culparse de no reconocerla, pues llevaba meses buscándola. Le molestó que el destino le jugara tan mala broma poniéndole un intento de reemplazo. ¿A caso realmente creía que la sustituiría tan fácilmente?
−Sí, así es. Se parecen mucho −dijo con resentimiento.
−¿No es sólo una pintura? −preguntó la enöriana aún más sorprendida− ¿Dónde está? ¿Puedo conocerla?
La paciencia del pintor estaba a punto de estallar, no había tenido una buena semana y no estaba dispuesto a permitir que una misteriosa desconocida llegara a tomar como suyos los recuerdos de su amada. Sin decir nada, dejó que el coraje lo invadiera por completo.
−¡Lárgate! −gritó el pintor azotando la puerta de su casa− Ella no está aquí.
Dahlia no sabía qué hacer, ni siquiera entendió qué pasó, pero no podía irse. El pintor tenía respuestas que ella necesitaba y aunque no pareciera dispuesto a dárselas en ese momento, tenía que intentarlo. Quizá no es buen momento, pero si no es ahora, ¿cuándo? Pensó. Subió los tres escalones del pórtico y se detuvo frente a la puerta dudando acerca de lo que iba hacer. Entonces alcanzo a escuchar pasos sobre el piso de madera en el interior de la casa, que se detuvieron abruptamente, pensó que podrían ser del pintor que abrirá la puerta en cualquier momento y entonces podría disculparse de lo que fuera que hubiera hecho para molestarlo de esa manera, así que ahí se quedó.
Esperó y nada.
No me va a dejar aquí parada, yo tengo que saber. Pensó incomodándose por el trato que el pintor le había dado. Decidida a reclamar por lo menos una explicación, le encontró utilidad a su maldición, se concentró para no caerse del piso de madera que la separaba del suelo y poder traspasar la puerta que la apartaba de sus respuestas. Dentro vio al pintor sentado en un gran sillón, sollozando, ocultaba su rostro entre sus manos. Él se lo ganó pasó por su mente justificando que la había hecho enojar. Se acercó lentamente tratando de hacer el menor ruido posible y se paró frente a él.
−¿Dónde estás, Alieth? −decía entre sollozos, apretando las piernas con fuerza para desahogar el coraje− Prometí que volvería… ¿Por qué te fuiste?
La enöriana se sintió vulnerable al escucharlo, no pudo seguir enojada con él, en su lugar, la invadió un sentimiento de compasión. Quería brindarle ayuda, pero no sabía cómo hacerlo y tampoco si él la aceptaría.
−Oye, pintor que ni siquiera sé tu nombre −dijo suavemente arrodillada frente a él−. Quiero ayudarte, pero ni siquiera sé tu nombre.
El pintor en respuesta, volteó a mirarla con los ojos enrojecidos tratando de comprender lo que estaba sucediendo. La había dejado afuera, ¿cómo es qué estaba ahí frente a él? ¿Acaso estaba teniendo una pesadilla?
−¿En qué podrías ayudarme? No sabes nada de mí. –dijo con la esperanza de que sólo fuera un mal sueño.
−Pues… −dijo dubitativamente pensando bien su respuesta y terminó sólo diciendo: “a dar con ella.”
−¿Qué te hace creer que tu podrás encontrarla? −preguntó el pintor mientras le lanzaba una mirada que revelaba que consideraba que su propuesta era la estupidez más grande de todo Angharad.
−No, no la voy a encontrar yo, tu pintura lo hará por nosotros. −dijo ella triunfante celebrando su buena idea.
−¿Cómo? ¿Le pondrás patas y un rastreador? No me hagas reír. −dijo el pintor sarcásticamente.
−¡Claro que no! –respondió molesta− El circo viaja por todo Angharad, ¿sabes? El retrato de Alieth podría convertirse en el cartel emblemático de nuestra obra. Y si ella se acerca al circo, o si alguno de nosotros la reconoce, le diremos dónde estás o buscaremos la forma de contactarte.
El pintor no pudo negar que no era mala idea, por más ridícula que sonara.
−Podría ser −guardó silencio antes de preguntar− Lo que no entiendo es… ¿por qué no tienen cartel si ya están en gira?
−La verdad, yo tampoco lo sé bien, estaba inconsciente cuando eso sucedió… pero me contaron que pasaron por un pueblo del que no recuerdo su nombre y que el pintor que debía realizarlo no estaba ahí porque se había ido… −se interrumpió la mujer sorprendida de lo rápido que su cabeza hizo las conexiones.
−¿Ajá? –se quejó el hombre, esperando que terminara. Él había descubierto de quién hablaba antes que ella.
−¡Eres tú! −gritó la mujer señalándolo.
−¿Yo, Ellioth? −dijo señalándose sarcásticamente.
−¡Sí! Tú, ¡tú eres al que los directores buscaban para que hicieras el cartel! –emocionada la enöriana se puso de pie.
−¿Por qué yo? –dijo, pensando que realmente tenía que ser un sueño.
−No sé, Voriana tiene un modo bastante extraño de hacer las cosas. −dijo la mujer mientras regresaba a la entrada de la cabaña− Vamos al circo, ¿sí? Ellos te pueden explicar todo mucho mejor que yo.
−¡Espera! −dijo alcanzándola para intentar jalarla del brazo y seguir cuestionándola. Lo único que consiguió, como todos, fue atravesarla y asustarse.
−Definitivamente esto es un sueño, todo esto es demasiado… debo dejar de viajar −pensó en voz alta confundido.
La enöriana intentó explicarle todo lo que le había pasado desde el momento en que se despertó en aquél árbol del bosque. El pintor estaba impresionado de lo que escuchaba. Seguía creyendo que todo era un sueño del que despertaría en cualquier momento. Cuando ella acabó, él accedió a acompañarla al circo con la pintura de Alieth bajo el brazo. Soñando o no, era una oferta bastante tentadora, le pagarían por la pintura y al mismo tiempo serviría para encontrar a Alieth, no podía pedir más.
Dahlia no paró de hablar durante el trayecto de regreso al parque donde había dejado a sus compañeros comiendo, pero ya no los encontraron. Realmente no esperaba verlos ahí todavía, había estado lejos casi medio día y sabía que tenían que ensayar y montar la carpa, Sin embargo, regresar a buscarlos a ese pequeño bosquecillo había sido la excusa perfecta, ya que desde ahí, ella sabía cómo llegar a donde el circo se había instalado. Allá, la carpa ya estaba armada y Karad estaba cerca de un colapso nervioso porque Dahlia no regresaba. En cuanto la vio acercarse corrió para abrazarla y preguntar si todo estaba bien, tardó en darse cuenta de que venía acompañada. Voriana, que había estado tratando de calmarlo, sólo sonrió desde lejos al verla de vuelta.
−Y tú… ¿quién eres, amigo? −preguntó el director, examinándolo con la mirada.
−Ellioth, señor. Mucho gusto. −dijo el pintor, incómodo ante la presencia del director− Dahlia me decía que necesitaban un pintor, traigo ya una propuesta conmigo.
−¡Vorianaaaaa! −gritó volteando hacia la adivina− ¡Ven, llegó tu esperada sorpresa!
La adivina se acercó a paso lento, observando al nuevo visitante justo como lo había hecho con Dahlia la primera vez que había llegado al circo. El pintor se sentía aún más incómodo, la adivina emanaba una fuerza que lo intimidaba aún más que el director, su mirada lo hacía sentir que su vida era un libro abierto para ella. Sabiendo esto, Voriana se detuvo a un lado de Karad y lo tomó del brazo esbozando su característica sonrisa de “yo lo sé todo”.
−Bienvenido, maestro del color. Gracias por traerla de regreso.
−No… no se preocupe. −dijo él con voz nerviosa− Vine a petición de ella.
−Déjame verlo −dijo la adivina clavando la mirada al cuadro.
El pintor les mostró el cuadro sosteniéndolo con las dos manos. Karad abrió los ojos lo más que pudo, ver el retrato casi exacto de Dahlia lo había dejado boquiabierto. La reacción de Voriana, sin embargo, sólo fue una sonrisa de como cuando las cosas caen en su justo lugar.
−Es perfecto, ¿por eso tardaste tanto mi niña? −dijo el director inmerso en los ojos de la pintura en cuadro− Pero… ¿Por qué no te puso la piel azul?
−Porque no es ella, es otra persona −contestó la adivina cortantemente.
−Pero… ¿cómo? Son tan parecidas. −dijo Karad.
El pintor sólo suspiró y bajó la cabeza sin saber qué decir. Empezaba a creer que no había sido tan buena idea venir al circo e involucrarse con esta gente, además, no quería volver a contar su historia.
−La encontrarás, pero no aquí. −la adivina intentó consolarlo diciéndole lo que el Éter sabía− No sé dónde, pero el Viento dice que no te rindas.
−¿Usted qué sabe? −dijo Ellioth retadoramente y con profundo desánimo.
−Que ella salió de la ciudad de Soleth hace unos años para reunirse contigo, que te separaron de su lado hace unos meses y que no has podido encontrarla porque ella también te está buscando. −lo miró imponiendo su autoridad.
−¿¡Entonces qué hago!? −gritó el pintor de desesperación.
−No sé. −dijo apenada.
−¿Cómo es que parece saberlo todo y se atreve a decir que no sabe? −dijo él indignado. Se sentía engañado. Cómo quisiera que esta pesadilla terminara ya, me está sacando de quicio ¿Cuándo voy a despertar? Pensó mirando su cuadro.
−No estás soñando. −dijo la adivina sacándolo de sus pensamientos− Tú eres el que tiene que decidir qué hacer.
−¿Qué dem… −se detuvo el pintor antes de maldecir, la última vez que maldijo a un arcano, lo separaron de su amada− ¿Van a querer el cuadro?
−No podemos quitarte tus recuerdos de ella, pero… −la adivina se calló unos segundos para pensar una segunda alternativa que los hiciera ganar a ambos−. Podrías hacernos una copia del retrato, en la que añadas los datos de la gira, el título y demás ¿Podrías hacer eso?
−¡Te pagaremos bien! –añadió el director, tratando de sonar convincente.
−Gracias, sí, supongo que puedo. −dijo el pintor avergonzado de haber hecho aquel berrinche.
−Sería una lástima perder el original, es una pieza irremplazable, ¿no crees? −dijo la adivina tratando de hacerle comprender que entendía lo valioso que era para él.
−Sí, lo es… perdón por comportarme tan gruñón. No he tenido una buena semana y todo lo que ha pasado hoy ha sido muy extraño.
−Hombre, no tienes que excusarte, queremos ayudar. Todos tenemos malos días. −dijo el director amigablemente. Con eso bastó para que Ellioth se relajara y sonriera en acto de agradecimiento por su comprensión.
−Así te ves mucho mejor, puedo ver porqué ella te eligió para que la pintaras. −dijo la adivina sorprendida de lo diferente que se veía el pintor sonriendo− Entonces, en eso quedamos. ¿Cuándo podrías traer la copia? Ahora mismo te daré la información que debes agregarle.
−Es sólo una copia, tengo un aparato tecnomágico que me ayudaría a hacerlo muy rápido, estará lista mañana mismo. De hecho, si les sirve y les gusta, puedo hacer todas las copias que requieran para su gira. −dijo el pintor con una paz que Dahlia pensó que sonaba rara en él. Todo el día había estado enojado o triste y ya se había acostumbrado a escucharlo de mal humor.
−¡Perfecto! Ven, sígueme. −le dijo la adivina al pintor− Despídete de ellos, porque tienen que ir a ensayar sus actos.
−¡Muchas gracias por todo! −agradeció el pintor haciendo una reverencia− Supongo que los veré mañana.
−¡Claro que sí! −contestó Dahlia.
−¡No hay de qué, hombre! Si tienes tiempo, mañana puedes quedarte a ver el ensayo. −lo invitó el director dándole la mano.
−Será un placer, entonces −aceptó estrechándole la mano.
Ojala la encuentre algún día, pensó Dahlia mientras lo observaba subir al carro terraza que jalaba los vagones del tren. Estaba a punto de seguirlo, no sabía por qué, pero no podía quitarle los ojos de encima. Quería saber todo de él.
September 10, 2015
Galletas en guerra
Daniela quería una galleta. Sería una dura misión que tendría que resolver por ella misma. Una de las primeras. A sus 7 años, su vida apenas empezaba a mostrarle los caminos a seguir, de los cuales el más cercano (y el más interesante) era alcanzar el tarro de galletas que estaba sobre la repisa más alta de la alacena. Hizo un recuento de lo que tenía como si estuviera en el ejército:
Soldados: ella.
Campo de guerra: la cocina
Enemigos: la altura.
Misión: recuperar un par de galletas sin que nadie se dé cuenta.
El primer paso era sencillo, encontrar los objetos suficientes que la ayudaran a trepar y cruzar el campo enemigo. Agarró una silla del comedor y la colocó entre la barra sobre la que preparaban la comida y el refrigerador. Eso le permitió ascender un poco. Se movió un poco para acomodarse y se puso en pie sobre la barra tratando de no golpearse la cabeza con la alacena que se encontraba más arriba empotrada a la pared, cuidando la barra de intrusos. Al estirar los brazos descubrió que un par de repisas aún la mantenían lejos de su meta.
Regresó al suelo y miró la batalla con la mirada calculadora de una niña pequeña pero la analizó con la de un feroz soldado. Las galletas se encontraban en la última repisa, hasta el final. Lo más cerca que había a esa altura para poder sentarse era el refrigerador que ronroneaba como buen gato feliz.
Con una sonrisa maquiavélica, trepó una vez más la barra y de ahí, escaló el refrigerador. Tuvo que hacer a un lado la barra de pan y las cajas de cereal que se encontraban ahí estorbándole, eran obstáculos que trataban de impedir que ella cumpliera con su misión.
Ahora son mías, galletas. Pensó la niña al estirar su mano. La sorpresa fue encontrar que aún le faltaban un par de centímetros para alcanzar al tarro captivo. Se acercó más al borde del refrigerador y sin querer miró al suelo con algo de vertigo. Con todo y miedo estiró la mano una vez más para por fin tocar el tarro. No alcanzó a agarrarlo, pero ya lo había tocado. Lo siguiente, sin duda, sería tenerlo en las manos.
Estiró ambas manos, jaló el tarro hacia ella hasta que sintió que la gravedad estaba haciendo lo suyo, lo soltó para tratar de agarrarse de algo y no acabar en el suelo con una herida de guerra que sería difícil ocultar. Sin ver donde, puso las manos sobre lo que ella creía “tierra firme”, lo que resultó en aterrizar sobre una caja de cereal que la hizo resbalar y caer de sentón sobre la azotea del refrigerador. La caja de cereal por su lado salió disparada contra la alacena y golpeó al tarro que asomaba parte de su cuerpo desde la trinchera donde se encontraba.
Ella pudo ver como el tarro fue impactado por aquel cañonazo involuntario, la víctima en cuestión retrocedió un poco tratando de recuperar el equilibrio y falló, cayendo sobre la barra para romperse en pedazos y esparcir su contenido sobre el suelo.
Misión fallida, soldado. Pensó tristemente la niña mientras observaba los decesos de la guerra. Ahora, ¿cómo me bajo de aquí? Malditos sean todos los que hayan inventado los muebles altos.
September 7, 2015
El Quinqué en vivo
Faltan unos días para salirnos de la pantalla por primera vez y que en vez de cruzar palabras crucemos miradas, sonrisas e historias.
Vengan a La Mole en el WTC, en la Ciudad de México, del 18 al 20 Septiembre a hablar sobre ustedes, sobre mí, sobre el bosque, la mujer detrás de la niebla (Posters de la obra “Iseldis” incluídos), a hacer dibujitos y todo lo que quieran.
Seguro que la pasamos genial.
También, el 2 de Octubre sucederá esto:
Con libros, comida y la voz encontrada.
Yo que ustedes iba a todo, se va a poner padre 
August 30, 2015
Exilio
Ha sido un largo mes en el pueblo.
Por órdenes de la alcaldesa nadie tiene permitido cruzar los límites entre el bosque y el pueblo bajo la advertencia de que “es por nuestro bien”.
El problema radica en que la gente que se encargaba suministrar al pueblo de provisiones se quedó afuera y si nadie puede entrar sólo contamos con lo que tenemos. Quien ha intentado salir del pueblo, especialmente si lo hace por el bosque, ha dejado de existir de una manera u otra. El primero fue un valiente de toda una comitiva que no se animaba a averiguar qué sucedería si desafiaba las reglas, se separó del grupo al dirigirse al camino que llevaba al bosque y desapareció frente a todos, nada espectacular ni revelador, simplemente caminó hasta que ya no estuvo ahí. El segundo llegó hasta el límite y se derritió hasta ser agua. Con el tercero… la estatua de cenizas sigue en pie, haciendo más evidente dónde están los límites y la advertencia.
Sin intentar salir de ninguna manera, como hechicero he podido romper un poco aquella regla de no traer nada de fuera y multiplicar las raciones para mantenernos sin hambre a todos con lo suficiente, como consejero de Hilda todo el pueblo voltea a verme a mí desde que ella decidió encerrarse para estudiar las opciones de sobrevivencia que debemos seguir si no queremos morir encerrados en esta caprichosa burbuja. Yo quiero creer que también lo hace para recobrar la fuerza suficiente para saber qué hacer con respecto al pesar que carga por la pérdida de su hijo, según ella, bajo las garras de los lobos.
El funeral se realizó exactamente hace un mes.
Fue el último día de libertad.
Ese mismo día en el que yo le entregué a su hijo vivo el libro que más tarde llegaría a la líder de los Quinqués, la hermana de alcaldesa y la que se encuentra del otro lado de mi listón rojo del destino.
Somos los únicos tres que ya sabíamos que tarde o temprano esto iba a suceder.
Los únicos tres que sabemos la mentira, que sabemos que el exilio impuesto es todo tramado por ella y sus inseguridades porque el mundo no funciona como ella quiere.
Gracias a la tinta que Augusto trajo pude hacerle una casa a nuestras ganas de estar juntos entre muchas otras páginas, ese libro es casi como nuestro hijo, mientras estuviéramos bajo la misma luna no nos sería imposible estar en el mismo lugar.
Tomé una copia de ese libro que es el mismo que entregué y escribí en una de las páginas en blanco:
¿Cómo va el exilo allá afuera?
Aquí nadie ha vuelto a querer salir, ni siquiera tu hermana se ha atrevido a salir del salón donde se encerró. Temo que esté tramando algo peor de lo que ya hizo. No sé cuánto tiempo más pueda mantener al pueblo con vida y sin hambre.
Algo tenemos que hacer.
La casa más vieja no se construyó para esto.
Te extraño.
Aquí no estamos solos.
Dejé el libro abierto y me paré para asomarme a la ventana, algo estaba sucediendo en las calles que llamó mi atención. La luna lo iluminaba todo y en la plaza central habían iniciado una fogata. La gente cantaba, al parecer estaban contentos o al menos intentaban estarlo. No era nada grave, gracias al cielo. Suspiré y descansé la cabeza unos segundos sobre la ventana. Entonces sentí una mano en mi hombro, al voltear una mujer formada de tinta estaba frente a mí. Era casi una réplica de Siobhan y sostenía el libro abierto en la otra mano. Conforme hablaba con esa voz que extrañaba tanto la respuesta a mi carta se iba escribiendo en la siguiente página.
Aquí afuera hay libertad, ¿cómo va el exilio allá adentro?
Algo tenemos que hacer, ciertamente, pero aún no sé qué.
Le he pedido al tiempo que se detenga para poderte esperar hasta que puedas salir, hasta que encontremos la manera de hacer entrar en razón a Hilda.
Algún día tiene que entender.
S eguro la está pasando muy mal al descubrir que la magia del bosque vive con ella también al igual que con nosotros. Espero que sea pronto.
Augusto y la manada tienen un nuevo amigo ciego que le gusta tararear y hay una chica cerca de ellos que le pone letra a esa melodía, están buscando cruzar el bosque para poder verse.
Me recuerdan un poco a nosotros.
Antes de que se vaya, abraza a la tinta como si fuera yo misma.
El bosque te extraña, pero yo más.
Aquí no estamos solos.
Ni siquiera tuve tiempo de abrazarla.
El libro cayó al suelo y yo me quedé tratando de atrapar al aire entre mis brazos.
Un día más a la cuenta.


