Ian Colin Roditi's Blog, page 7

June 20, 2016

XVII · Ver desde adentro

Los preparativos para el nuevo viaje habían requerido más tiempo del pensado, llevándose consigo las horas de sueño de los integrantes del circo. Habían estado demasiado ocupados alistándose, viendo cómo partía la ilusión creada por Bhel y esperando a ver si el ejército del Gremio mordía el anzuelo. Para cuando el circo ilusión se topó con ellos, el original ya había desaparecido de la vista humana, de nuevo bajo el mismo decreto que la adivina utilizaba desde que necesitaron no ser vistos.



El sol llegó a saludarlos con la noticia arcana de que, como dictaba el plan, el Gremio había caído en su trampa y estaban siguiendo a toda velocidad al circo que se dirigía hacia Kali y su ejército. En cuanto eso se confirmó, el Circo del Alma partió hacia Zhür escondido en el viento. Las casi doce horas de viaje sirvieron para que los integrantes fueran retirándose uno a uno a sus camarotes, a reponer la deuda somnolienta que arrastraban y para que nadie además de los directores se dieran cuenta en qué momento Bramms abandonó la caravana antes de llegar a su destino, donde Ethan los esperaba en el punto indicado.


En el mapa que Kali les había dado, el pueblo de Zhür se encontraba a la izquierda, debajo de Kynthelig en la falda de una pequeña loma. Era como un hermano recién nacido de la capital. El Circo del Alma se instaló al norte del pueblo al anochecer de ese mismo día mientras se encendía el alumbrado de los callejones, que funcionaba con pequeñas esferas de éter que se encontraban resguardadas en faroles de madera que salían de la tierra como si fueran arboles esparcidos por todas las calles. Algunos parecían, a primera vista, estar situados a la mitad de la nada, pero al observar más detenidamente, se podía notar que había un par de casas cerca o iluminaba un parque que se disfrazaba con los árboles del pueblo.


A la luz de la noche, el escenario resultaba romántico y tranquilo. En comparación con Kynthelig, el cambio de ritmo de vida era claramente notorio, muy poca gente transitaba el pueblo, menos de lo normal.


Ethan se presentó ante Voriana y Karad como estuvo acordado y, antes de saludar, fijó la vista sobre los vagones que cargaban todo el circo y sus integrantes, hizo un gesto de preocupación y preguntó dónde se encontraba el que faltaba.


−Hace falta una presencia. −dijeron sus labios tranquila y lentamente mirando ahora a Karad y Voriana. Ethan se molestó mucho al escuchar que habían modificado el plan. Si las instrucciones habían sido que todos llegaran a Zhür para ser protegidos, él se refería a todos, Bramms incluido. Ante tal postura no les quedó más que disculparse y prometer que mandarían a alguien por él lo más pronto posible. El maestro puso mala cara al escuchar eso, pero finalmente accedió, aunque agregó que mientras esto sucedía tenían que instalarse, ya que deberían ofrecer función al día siguiente. Karad al principio renegó alegando que era casi imposible, ya que montar la carpa y dejar todo listo para que la obra pudiera llevarse a cabo sin problema alguno, llevaba mucho más tiempo. Pero mientras él expresaba todas sus quejas, el maestro se encontraba dibujando un par de runas en el aire de los cuales nacieron un grupo de seres traslúcidos esperando órdenes.


−Si los dejan trabajar, tendrán todo listo por la mañana en lo que ustedes duermen, se ven cansados. −dijo haciendo una seña con la mano, la cual el pequeño ejército de Viento y Éter interpretó como la señal de ponerse a trabajar.


 


−Los veo mañana en la función −dijo Ethan retirándose lentamente hacia donde habían sido informados que vivía. −Quiero conocer a la mujer de la niebla. Fuera de eso, hagan lo que quieran, están en su casa y no se preocupen, están seguros.


No lo tenían muy lejos, el pueblo no era lo suficientemente grande como para no llegar en diez o quince minutos caminando a donde fuera.


 


Dahlia, que fue la última en dormirse a causa de los nervios, despertó en uno de los sillones del vagón al aire libre cuando escuchó el ruido que los etéreos causaban al mover todo del tren a un claro cercano donde se ubicaría el escenario y el carnaval. Al darse cuenta lo qué estaba sucediendo se puso de pie de prisa, molesta por haberse quedado dormida, pues ahora no tenía idea dónde quedaba la casa de los sabios, aunque probablemente ya habían enviado a alguien a recoger a Bramms. Bajó del tren y corrió con mucha prisa a donde estaban montando el circo. La urgencia de saber qué estaba sucediendo la empezaba a carcomer por dentro, algo dentro de ella le decía que las cosas no iban por buen rumbo. Entonces, vio a lo lejos a la adivina subiendo al tren y corrió lo más rápido que pudo en línea recta sin evitar chocar con algo, al cabo nada estorbaría su trayectoria.


−¡Vorianaaaaaa! −le gritó mientras se acercaba a ella− ¿Dónde está Bramms?


−Tú sabes dónde pequeña, el plan fue de ustedes. −dijo ella consternada por la pregunta− ¿Cuál es la urgencia?


−¿Ya fue alguien por él? −preguntó mientras trataba de recuperar el aire perdido en la carrera.


−No, aún no. −dijo ella dubitativa− ¿Quieres averiguar si alguien se presta para ir por él?


−¡Yo voy! –dijo ella rápidamente.


−Pero… −objetó preocupada buscando una excusa para decirle que no− Ni siquiera sabes dónde está la casa. ¿Qué tal que te encuentres con algún Bleizen? No podemos darnos el lujo de arriesgarnos así.


La enöriana guardó silencio unos segundos observando la mesa del primer vagón. Su respuesta estaba ahí, en las lucecitas que brillaban sobre el mapa.


−Yo no, pero el mapa sí sabe. −dijo ella poniendo la mano sobre la pequeña esfera que simbolizaba a Bramms.


−¿Cuál es la prisa? Insisto −dijo temiendo lo peor− Puede ir quien sea, podemos enviar a uno de los etéreos que Ethan invocó.


−¿Ethan? −preguntó Voriana al no reconocer el nombre.


−El arcano mayor, maestro de Bhel −dijo ella impaciente− Insistió mucho en que debe haber función mañana y puso al Éter a trabajar para que todo esté listo en la mañana y nosotros podamos dormir. Si te nos pierdes, sería terrible. No queremos molestarlo, ¿o sí?


−¡Volveré más pronto de lo que esperan! −mintió bajando con prisa del tren después de haber memorizado la lucecita que señalaba donde tenía que ir.


−¡DAHLIA DUNOD! −gritó la adivina con una voz más imponente que la suya−  ¡VUELVE AQUÍ!


−¡No tardo! −volvió a mentir fingiendo inocencia con una sonrisa y esperando que eso hubiera funcionado.


La adivina la vio desaparecer entre los árboles del bosque sin decir nada, preocupada por el destino de ambos. Dime que es una muy mala broma, ¿Éter? Pensó molesta al sentirse inútil. Tanto viaje, tanto plan, tanta precaución para proteger a los dos que ahora estaban lejos de su alcance. ¿Con qué cara vería a Ethan y a Bhel si no volvían al día siguiente?


 


Dahlia caminó por las afueras del pueblo hasta un pasaje que se veía bastante oscuro a falta de las esferas de éter que lo iluminaban. El pueblo terminaba ahí, pero sus habitantes le habían dicho que ese era el camino a seguir para llegar con la pareja de sabios. Que avanzara con precaución le habían dicho, ya que el bosque llegaba a ponerse realmente oscuro. Eso fue un consejo que realmente a Dahlia le importó menos que un comino, era obvio que no sabían lo poco que podrían hacer para intentar atacarla.


La noche parecía hacerlo todo más silencioso, podía escuchar el crujir de las hojas siendo arrastradas por el viento. Irónicamente, estaba sorprendida de todos los sonidos que podía percibir tras ese silencio. Se sentó bajo un árbol a descansar unos minutos antes de proseguir, tenía que pensarlo todo dos veces. No podía negar que un remordimiento por haberle mentido a Voriana le estaba zumbando en la cabeza, pero si estaba decidida a huir con Bramms tendría que superarlo, no podía estar lamentándose todo el tiempo, si no lo había hecho por su ciudad, tampoco lo haría por gente que tiene unos meses de conocer, pensó. Luego, el mismo pensamiento la hizo sentirse tremendamente mal pero algo la distrajo, el viento que transitaba entre los arboles sonó de una manera tan armoniosa que detuvo la lluvia de pensamientos que estaba cayendo en su cabeza y se dispuso a oír.  El concierto que el viento daba era algo digno de su completa atención.


−Gracias −le dijo al viento y éste sopló un poco más en contestación. No escuchó palabras, ni la paz que había sentido en aquél sueño donde había hablado con el Éter, pero sabía que le había contestado.


Tal vez debería aprovechar la oportunidad y consultar con los sabios si escapar con Bramms es buena idea. Si son tan sabios como dicen, sabrán darme un buen consejo. Pensó viendo el pequeño pedazo de cielo que los árboles dejaban entrever. Según le había dicho Karad, ellos sabían mucho de todo Angharad, ya que eran muy viejos, “de otra época” había dicho el director del circo cuasi bromeando. Después de los guardianes del árbol de las almas, eran el oráculo más consultado de toda la isla. Por donde lo viera, tenía que escuchar lo que pudieran decirle.


Se descubrió a sí misma cabeceando cuando un ruido que no provenía del bosque la hizo volver en sí, eran pasos, estaban cerca y se movían rápidamente,  identificó que eran seguidos por otros pasos que se escuchaban agitados. Interesada en saber quiénes eran los dueños de esos sonidos, se dejó guiar por su oído. Se movió sigilosamente hasta un claro donde alcanzó a ver a un par de hombres iluminados por la luz de la luna, los trajes blancos resaltaban más de lo normal en aquella oscuridad natural. Inconscientemente de escondió detrás de un árbol observando qué sucedía. ¿Porqué había bleizens cerca de pueblo? ¿No se habían ido de ahí todos? Pensó mientras los observaba a lo lejos. Amenazaban a una mujer acorralada bajo la sombra de un árbol, pero también pensó que si se distraían,  la mujer podría moverse rápidamente y huir de los embusteros que querían abusar de la desconocida.


Los bleizens no se movieron de donde estaban por un buen rato. Pensó que tal vez estarían discutiendo algo que no alcanzaba a escuchar. Fue cuando uno de ellos levantó el brazo y lo transformó en una filosa espada de agua, que Dahlia gritó “¡Déjenla!”. Al oír el grito, los soldados olvidaron por un segundo a quien atacaban y pusieron su atención en ella. La pura energía de su voz concordaba más con lo que estaban buscando. Genial, así podrá escapar, ya veré qué hago yo. Pensó la enöriana.


Pero eso no fue lo que la mujer en peligro hizo. Dahlia vio cómo la mujer de pelo corto y blanco salió de la sombra tranquilamente, como si fuera algo que hace todos los días, rápidamente abrazó por la espalda al ser de agua y poco a poco se fue hundiendo en su cuerpo. El otro bleizen vio a su compañero fusionarse con aquella mujer, esperando que éste reaccionara o lo impidiera. Al ver que no decía nada, se acercó a ver qué sucedía.


−¡Lárgate o te mato! −gritó el bleizen de agua a su camarada.


Sin dudarlo, el otro ladrón obedeció aquél grito. Estaba tan asustado de haber visto a aquella mujer fusionarse con él que ignoró a Dahlia cuando pasó corriendo a un lado de ella. El que había gritado, ahora estaba retorciéndose en el suelo de dolor. ¿Y la mujer? Pensó Dahlia ¿Desapareció?


Se acercó al hombre que se retorcía en el suelo, cuando estaba a sólo unos pasos de él, éste dejó de moverse. Ella se detuvo en seco, pensó que en cualquier momento se levantaría, pero lo que se puso en pie no fue otra cosa que la mujer de pelo blanco saliendo del hombre inerte.


−Tú… −dijo impactada, viéndola a los ojos mientras ella se hacía a un lado.


−¿Yo? ¿Quién eres tú? −dijo la mujer de pelo blanco agitadamente. Se sentó al lado del hombre y se recargó en el árbol para recuperar el aliento.


Dahlia pensó por varios segundos qué contestar, había tantas cosas que quería decir. Tenía enfrente a la mujer que había hecho que Ellioth se separara del Circo, estuvo a punto de gritarle toda la sarta de quejas personales que juró decirle si alguna vez se la encontraba. Pero se detuvo antes de hacerlo.  Esperaba que no se notara lo impresionada que estaba de habérsela encontrado en ese lugar. Después pensó decirle que venía con el Circo del Alma y toda la faramalla, pero al final decidió que no quería decirle nada. De esa manera terminó por decir:


−Estoy buscando el consejo de los viejos sabios. ¿Sabes dónde está su casa?


−No lejos de aquí… pero no son sabios, no saben nada, ni te molestes en ir. −dijo en respuesta, sonando bastante molesta sin separar la mirada de sus ojos. Estaba sorprendida del parecido que tenían, Dahlia reconoció la misma mirada de aquel cuadro de Ellioth, se sintió culpable de saber quién era ella y que ella no supiera, pero por otro lado le gustaba tener esa ventaja. Tenía que mirar a otro lado para esconder la mirada como si con ello pudiera esconder su secreto, volteo al suelo y vio al hombre que estaba inconsciente.


−¿Y tú? −dijo la enöriana sin mirarla−. ¿Qué le hiciste?


−Está muerto. −dijo muy seria− Fue en defensa propia, él me quería matar a mí.


−¿Por qué? ¿Qué le hiciste? –Dahlia estaba impaciente por saber cómo lo había hecho. ¿Acaso su parecido iba más allá de apariencia física? No recordaba haber oído sobre ninguna maldición que rodeara a la mujer de Ellioth.


−Nada. Venía de consultar a los sabios y a mi regreso me salieron de entre los árboles, no dejaban de repetir algo sobre la niebla y la mujer del secreto, nunca entendí lo que querían, estaba demasiado ocupada pensando como escapar. En un intento de acorralarme rompieron mi último… −la mujer se calló antes de terminar, hurgó en las bolsas de su falda y extrajo un pendiente roto. Al verlo partido en sus manos, sollozó− Era lo último que tenía de él.


−¿De él? −se puso Dahlia en cuclillas para poder verlo de cerca.


−De alguien con quien vivía, un pintor. −dijo la mujer aún mirando el dije roto.


Dahlia no quería tocar el tema “del pintor” con ella, por lo menos aún no. Tenía que hablarle de otra cosa antes de que algo que no quería, sucediera.


−Y… cómo… ¿eres como yo? −preguntó Dahlia tratando de sonar interesante.


−¿Cómo tú? −volteó a verla confundida.


Bien, pensó Dahlia. Por lo menos ya  había ganado su atención.


−Sí, cómo yo. Mira. −dijo la enöriana estirando un brazo para atravesar uno de sus hombros. La mujer miró a la enöriana sin interés hasta que sacaba su mano de su hombro.


−¿Eres un médico de Soleth? −preguntó la mujer suponiendo que entendería.


−¿Eh? No… hasta donde sé… soy de Enör. −dijo confundida.


−Entonces, ¿por qué puedes entrar en las personas? −preguntó Alieth igual de confundida.


−No… no puedo meterme, sólo atravieso las cosas. Nadie puede tocarme y no puedo tocar nada. −dijo un poco decepcionada de repetir la misma historia otra vez.


−Yo sí puedo −dijo Alieth con una sonrisa traviesa.


−Inténtalo si quieres. −Dijo la enöriana incrédula con un poco de impaciencia en su voz. Alieth sonrió de nuevo y murmuró una palabra que la otra no alcanzó a escuchar. Tranquilamente levantó el brazo derecho y con su mano le acarició la cara. Aún incrédula, Dahlia agarró la mano que la estaba acariciando para cerciorarse de que, en efecto, la podía sostener. La volvió a mirar a los ojos con esperanza y un par de lágrimas salieron de ellos.


Pero… ¿Por qué? ¿Cómo? −dijo Dahlia sollozando.


−¿Por qué, qué?  −preguntó Alieth


−¿Por qué me puedes tocar?


−De donde vengo, los médicos tienen la habilidad entrar en las personas. Así, podemos mirar por dentro las enfermedades de los pacientes, curar lo que podamos y darle tratamiento a lo que necesita más tiempo que medicina. Por lo tanto, también podemos destruir a nuestros enemigos desde adentro, podemos meternos a lo que sea mientras sea más o menos de nuestro tamaño. Y pues… yo vengo una familia de médicos. Mira… ¿me dejas intentarlo?


Emocionada, Dahlia asintió pensando que si podía curarla sería muy feliz, podría abrazar a Bramms que había sido muy lindo con ella y por fin podría ser una mujer normal.


Alieth se acercó más a ella y la abrazó tiernamente. Era raro sentir aquella paz viniendo de alguien que acababa de matar a un sujeto, pero no trató de impedir que hiciera lo que estaba tratando de hacer, total, no tenía ninguna razón para hacerle daño. Ninguna que ella supiera, mejor dicho. Sentía como si cada vez la abrazara más y más hasta que el sentimiento de un abrazo venía de dentro de ella.


−Intenta tocar algo, mientras esté dentro de ti, no debe haber problema. −dijo la mujer utilizando la voz de Dahlia.


No tuvo que decírselo dos veces para que la mujer se pusiera de pie e intentara tocar el árbol más cercano. Había olvidado la textura tan especial de la corteza. Sin pensarlo, lo abrazó.


−¡Es genial! −dijo llena de felicidad− Oye… no sé si funcione… pero… si eres lo que dices. ¿Podrías saber qué es lo que está mal en mí? Creo que es algo arcano… pero nada se pierde.


−¡Sin problema! –dijo Alieth dentro de ella.


Alieth empezó a buscar por todo su ser revisando parte por parte. Repasando todo el cuerpo físicamente no podía encontrar ningún error. No había nada que estuviera funcionando mal como para que necesitara arreglo; así que decidió intentar penetrar su alma. Dahlia sentía cómo una esfera de calor se paseaba por todo su cuerpo, era una sensación extraña que no sabía cómo describir.


−Creo que encontré algo. –dijo indecisa la  voz de Alieth.


−¿Qué es?


No recibió respuesta, la llamó un par de veces más y siguió sin contestar, empezó a preocuparse, no quería que se enterara de todo lo que ella sabía. La llamó a gritos por su nombre, pero seguía sin responder, se preocupó aún más cuando dejó de sentir la esfera cálida que se movía de un lado a otro dentro de su cuerpo. Una sensación de pánico estaba a punto de apoderarse de ella cuando sintió un par de puertas abrirse, como aquél día en que se unió al circo.


−¡No! ¡Espera! No te me… −histérica no alcanzó a demandarle que no se metiera. El anfiteatro de su memoria la llamaba a función y no admitía prórrogas. Pero esta vez no podía ver nada dentro de él, no había proyecciones como la vez pasada, ni escenario, ni butacas, ni nada, estaba todo oscuro. Intentó avanzar para averiguar si llegaba a algún lado, pero nada cambiaba, todo era tan negro como en el río del éter, pero sin esa presión intentando aplastarla. En eso, a lo lejos, vio una mariposa color carmín acercarse, conforme se aproximaba, el negro empezaba a bañarse de rojo con lo que ella pensó era una luz que provenía de la misma mariposa. Se posó frente a ella agitando sus alas y una pantalla apareció entre las dos. Ésta proyectaba imágenes fijas como hologramas, pero pasaban demasiado rápido como para que Dahlia tuviera tiempo de identificar qué eran. Pero no lo necesitaba, estaba segura de que todas y cada una eran escenas de su vida. Estaba tan preocupada por saber si sólo ella estaba viendo aquellas imágenes que no se dio cuenta que la mariposa cambiaba de color. De repente, las imágenes se detuvieron en el cartel del Circo, la imagen creció y la mariposa, ahora de color violeta, expandió sus alas. Lo último que Dahlia alcanzó a ver antes de caer inconsciente fue a la mariposa aletear alrededor de la imagen del cartel del circo.


−Dahlia… ¡Dahlia! Despierta. ¿Estás bien? −dijo la voz de la mujer que había estado dentro de ella.


 


Al abrir los ojos, vio el rostro de la mujer que no había sido más que una pintura hasta ese día. Estaba recostada cerca de uno de los árboles del bosque.


−¿Cómo sabes mi nombre? −de pronto la intuición de que su pregunta fue  bastante estúpida la invadió−. Oh, cierto. Viste mi vida.


−Sí y me gustaría saber… −dijo ella interrogante.


−Vengo de un circo que acaba de instalarse en las afueras del pueblo, la imagen que viste es el cartel de la gira que estamos presentando, te llevaría con ellos, pero estoy huyendo de ahí. En la casa de los sabios me espera con quien huiré −Dahlia interrumpió a Alieth antes de que terminara.


−Sólo quiero saber quien lo pintó. −dijo un poco molesta de que no la dejara hablar.


−Alguien en Wynn. −dijo Dahlia mordiéndose la lengua por no decir la verdad completa.


−Las imágenes no me lo mostraron. –dijo Alieth decepcionada.


−Es que yo no lo conocí. −Dahlia mintió dejándose llevar por un ataque interno de celos, agradeciéndole a su memoria no haber mostrado a Ellioth− ¿Encontraste algo sobre mí?


−Muy poco, las imágenes por si solas no dicen mucho. ¿Sabes? Tiene que ver con Enör. Pero no sé qué… Todos los caminos invariablemente terminaban en tu ciudad. ¿Dónde dices que se instaló el circo? −terminó esperanzada de que ahí podría saber algo sobre su pintor− ¿Te molesta si voy?


−¡Pero tu dijiste que podías curarme! – dijo Dahlia emberrinchada.


−Nunca dije que podía… puedo curar enfermedades, pero no maldiciones. Supongo que en tu ciudad podrían ayudarte. −replicó renuente− ¿Me llevas al circo, por favor?


−No sin ver a los sabios antes. −dijo la enöriana tercamente− Necesito ir por mi amigo.


−Los sabios no saben nada… vengo de hablar con ellos. Les pregunté sobre la gente de Soleth, mi gente, y todo lo que me dijeron es que la ciudad de donde vienen está cerca de la capital. ¡Pero Soleth está al norte de Lienns! Debajo del lago. Y la ciudad nunca fue atacada por magos, ni guardianes, ni nada por el estilo. En mi opinión son unos viejos seniles que no saben de lo que hablan.


−Pero… se dice que saben mucho. –dijo tratando de defenderlos sin saber porqué− Lo que me interesa es encontrar a mi amigo, ¿no lo viste ahí?


−A menos de que sea uno de los dos viejos o su gato, no vi a nadie. −dijo Alieth burlonamente.


−¿Segura?−respondió Dahlia sin entender la burla.− Debería estar ahí, esperándome.


−Te doy mi palabra que ahí no había nadie más. −dijo Alieth levantando la mano− Si me llevas al circo, te llevo con los sabios para que te quedes tranquila.


Tranquilidad, eso era lo que estaba buscando desde hace varios días y lo que el ser de fuego le había prometido, pero Bramms se había ido. No sólo se había ido, si no que ahora estaba sola en el bosque, no había cumplido su promesa. Se sentía traicionada, burlada… molesta.


−¿Sabes dónde está Enör? −preguntó interesada.


−¡Claro! Todo mundo sabe dónde está Enör: a sólo un par de horas de Lienns. −aseguró tratando de sonar como una persona con autoridad sobre el tema sólo para impresionarla, porque realmente no conocía del todo bien la isla.


−Más bien… ¿sabes llegar? −dijo pensando que había formulado mal su pregunta.


−Ya te lo dije, está cerca de Lienns… hacia el norte. −la miró intrigada ¿acaso está sorda?− Si tienes un mapa de Angharad, puedo decirte donde está, sería mi forma de agradecerte que hayas distraído a los que me perseguían. Si no hubieras llegado, no sé qué hubiera hecho.


−En el circo tenemos uno muy bueno. −dijo Dahlia resignada a regresar− No tienes nada que agradecer, no podía quedarme y ver cómo te mataban… Oye, ¿y el muerto?


−Cuando desperté, sólo encontré su ropa mojada donde había muerto −dijo Alieth tratando de recordar el momento− ¿Por?


−Eh… No nada… −dijo la enöriana sin saber qué decir. La tranquilidad con la que aquella mujer decía las cosas la dejaba boquiabierta. En sus palabras parecía que no hubiera pasado nada extraordinario, como si fuera matar fuera cosa de todos los días.


−Por cierto, soy Alieth. –dijo la solethense con una cálida sonrisa− Mucho gusto.


−Ya sabía −dijo Dahlia respondiéndole la sonrisa.


−¿Ah sí?


−Sí −dijo ella pensando en cómo terminar la conversación. Decirle “ya sabía” no fue buena idea, pero no pudo evitarlo. Fue un golpe de guante blanco que el orgullo la obligó a dar− ¿Estuviste dentro de mí, recuerdas? Así como tú viste toda mi vida, mínimo yo puedo saber tu nombre, ¿no?


−Pues… sí, supongo. −contestó Alieth no muy convencida.




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Published on June 20, 2016 09:31

Ver desde adentro

Los preparativos para el nuevo viaje habían requerido más tiempo del pensado, llevándose consigo las horas de sueño de los integrantes del circo. Habían estado demasiado ocupados alistándose, viendo cómo partía la ilusión creada por Bhel y esperando a ver si el ejército del Gremio mordía el anzuelo. Para cuando el circo ilusión se topó con ellos, el original ya había desaparecido de la vista humana, de nuevo bajo el mismo decreto que la adivina utilizaba desde que necesitaron no ser vistos.



El sol llegó a saludarlos con la noticia arcana de que, como dictaba el plan, el Gremio había caído en su trampa y estaban siguiendo a toda velocidad al circo que se dirigía hacia Kali y su ejército. En cuanto eso se confirmó, el Circo del Alma partió hacia Zhür escondido en el viento. Las casi doce horas de viaje sirvieron para que los integrantes fueran retirándose uno a uno a sus camarotes, a reponer la deuda somnolienta que arrastraban y para que nadie además de los directores se dieran cuenta en qué momento Bramms abandonó la caravana antes de llegar a su destino, donde Ethan los esperaba en el punto indicado.


En el mapa que Kali les había dado, el pueblo de Zhür se encontraba a la izquierda, debajo de Kynthelig en la falda de una pequeña loma. Era como un hermano recién nacido de la capital. El Circo del Alma se instaló al norte del pueblo al anochecer de ese mismo día mientras se encendía el alumbrado de los callejones, que funcionaba con pequeñas esferas de éter que se encontraban resguardadas en faroles de madera que salían de la tierra como si fueran arboles esparcidos por todas las calles. Algunos parecían, a primera vista, estar situados a la mitad de la nada, pero al observar más detenidamente, se podía notar que había un par de casas cerca o iluminaba un parque que se disfrazaba con los árboles del pueblo.


A la luz de la noche, el escenario resultaba romántico y tranquilo. En comparación con Kynthelig, el cambio de ritmo de vida era claramente notorio, muy poca gente transitaba el pueblo, menos de lo normal.


Ethan se presentó ante Voriana y Karad como estuvo acordado y, antes de saludar, fijó la vista sobre los vagones que cargaban todo el circo y sus integrantes, hizo un gesto de preocupación y preguntó dónde se encontraba el que faltaba.


−Hace falta una presencia. −dijeron sus labios tranquila y lentamente mirando ahora a Karad y Voriana. Ethan se molestó mucho al escuchar que habían modificado el plan. Si las instrucciones habían sido que todos llegaran a Zhür para ser protegidos, él se refería a todos, Bramms incluido. Ante tal postura no les quedó más que disculparse y prometer que mandarían a alguien por él lo más pronto posible. El maestro puso mala cara al escuchar eso, pero finalmente accedió, aunque agregó que mientras esto sucedía tenían que instalarse, ya que deberían ofrecer función al día siguiente. Karad al principio renegó alegando que era casi imposible, ya que montar la carpa y dejar todo listo para que la obra pudiera llevarse a cabo sin problema alguno, llevaba mucho más tiempo. Pero mientras él expresaba todas sus quejas, el maestro se encontraba dibujando un par de runas en el aire de los cuales nacieron un grupo de seres traslúcidos esperando órdenes.


−Si los dejan trabajar, tendrán todo listo por la mañana en lo que ustedes duermen, se ven cansados. −dijo haciendo una seña con la mano, la cual el pequeño ejército de Viento y Éter interpretó como la señal de ponerse a trabajar.


 


−Los veo mañana en la función −dijo Ethan retirándose lentamente hacia donde habían sido informados que vivía. −Quiero conocer a la mujer de la niebla. Fuera de eso, hagan lo que quieran, están en su casa y no se preocupen, están seguros.


No lo tenían muy lejos, el pueblo no era lo suficientemente grande como para no llegar en diez o quince minutos caminando a donde fuera.


 


Dahlia, que fue la última en dormirse a causa de los nervios, despertó en uno de los sillones del vagón al aire libre cuando escuchó el ruido que los etéreos causaban al mover todo del tren a un claro cercano donde se ubicaría el escenario y el carnaval. Al darse cuenta lo qué estaba sucediendo se puso de pie de prisa, molesta por haberse quedado dormida, pues ahora no tenía idea dónde quedaba la casa de los sabios, aunque probablemente ya habían enviado a alguien a recoger a Bramms. Bajó del tren y corrió con mucha prisa a donde estaban montando el circo. La urgencia de saber qué estaba sucediendo la empezaba a carcomer por dentro, algo dentro de ella le decía que las cosas no iban por buen rumbo. Entonces, vio a lo lejos a la adivina subiendo al tren y corrió lo más rápido que pudo en línea recta sin evitar chocar con algo, al cabo nada estorbaría su trayectoria.


−¡Vorianaaaaaa! −le gritó mientras se acercaba a ella− ¿Dónde está Bramms?


−Tú sabes dónde pequeña, el plan fue de ustedes. −dijo ella consternada por la pregunta− ¿Cuál es la urgencia?


−¿Ya fue alguien por él? −preguntó mientras trataba de recuperar el aire perdido en la carrera.


−No, aún no. −dijo ella dubitativa− ¿Quieres averiguar si alguien se presta para ir por él?


−¡Yo voy! –dijo ella rápidamente.


−Pero… −objetó preocupada buscando una excusa para decirle que no− Ni siquiera sabes dónde está la casa. ¿Qué tal que te encuentres con algún Bleizen? No podemos darnos el lujo de arriesgarnos así.


La enöriana guardó silencio unos segundos observando la mesa del primer vagón. Su respuesta estaba ahí, en las lucecitas que brillaban sobre el mapa.


−Yo no, pero el mapa sí sabe. −dijo ella poniendo la mano sobre la pequeña esfera que simbolizaba a Bramms.


−¿Cuál es la prisa? Insisto −dijo temiendo lo peor− Puede ir quien sea, podemos enviar a uno de los etéreos que Ethan invocó.


−¿Ethan? −preguntó Voriana al no reconocer el nombre.


−El arcano mayor, maestro de Bhel −dijo ella impaciente− Insistió mucho en que debe haber función mañana y puso al Éter a trabajar para que todo esté listo en la mañana y nosotros podamos dormir. Si te nos pierdes, sería terrible. No queremos molestarlo, ¿o sí?


−¡Volveré más pronto de lo que esperan! −mintió bajando con prisa del tren después de haber memorizado la lucecita que señalaba donde tenía que ir.


−¡DAHLIA DUNOD! −gritó la adivina con una voz más imponente que la suya−  ¡VUELVE AQUÍ!


−¡No tardo! −volvió a mentir fingiendo inocencia con una sonrisa y esperando que eso hubiera funcionado.


La adivina la vio desaparecer entre los árboles del bosque sin decir nada, preocupada por el destino de ambos. Dime que es una muy mala broma, ¿Éter? Pensó molesta al sentirse inútil. Tanto viaje, tanto plan, tanta precaución para proteger a los dos que ahora estaban lejos de su alcance. ¿Con qué cara vería a Ethan y a Bhel si no volvían al día siguiente?


 


Dahlia caminó por las afueras del pueblo hasta un pasaje que se veía bastante oscuro a falta de las esferas de éter que lo iluminaban. El pueblo terminaba ahí, pero sus habitantes le habían dicho que ese era el camino a seguir para llegar con la pareja de sabios. Que avanzara con precaución le habían dicho, ya que el bosque llegaba a ponerse realmente oscuro. Eso fue un consejo que realmente a Dahlia le importó menos que un comino, era obvio que no sabían lo poco que podrían hacer para intentar atacarla.


La noche parecía hacerlo todo más silencioso, podía escuchar el crujir de las hojas siendo arrastradas por el viento. Irónicamente, estaba sorprendida de todos los sonidos que podía percibir tras ese silencio. Se sentó bajo un árbol a descansar unos minutos antes de proseguir, tenía que pensarlo todo dos veces. No podía negar que un remordimiento por haberle mentido a Voriana le estaba zumbando en la cabeza, pero si estaba decidida a huir con Bramms tendría que superarlo, no podía estar lamentándose todo el tiempo, si no lo había hecho por su ciudad, tampoco lo haría por gente que tiene unos meses de conocer, pensó. Luego, el mismo pensamiento la hizo sentirse tremendamente mal pero algo la distrajo, el viento que transitaba entre los arboles sonó de una manera tan armoniosa que detuvo la lluvia de pensamientos que estaba cayendo en su cabeza y se dispuso a oír.  El concierto que el viento daba era algo digno de su completa atención.


−Gracias −le dijo al viento y éste sopló un poco más en contestación. No escuchó palabras, ni la paz que había sentido en aquél sueño donde había hablado con el Éter, pero sabía que le había contestado.


Tal vez debería aprovechar la oportunidad y consultar con los sabios si escapar con Bramms es buena idea. Si son tan sabios como dicen, sabrán darme un buen consejo. Pensó viendo el pequeño pedazo de cielo que los árboles dejaban entrever. Según le había dicho Karad, ellos sabían mucho de todo Angharad, ya que eran muy viejos, “de otra época” había dicho el director del circo cuasi bromeando. Después de los guardianes del árbol de las almas, eran el oráculo más consultado de toda la isla. Por donde lo viera, tenía que escuchar lo que pudieran decirle.


Se descubrió a sí misma cabeceando cuando un ruido que no provenía del bosque la hizo volver en sí, eran pasos, estaban cerca y se movían rápidamente,  identificó que eran seguidos por otros pasos que se escuchaban agitados. Interesada en saber quiénes eran los dueños de esos sonidos, se dejó guiar por su oído. Se movió sigilosamente hasta un claro donde alcanzó a ver a un par de hombres iluminados por la luz de la luna, los trajes blancos resaltaban más de lo normal en aquella oscuridad natural. Inconscientemente de escondió detrás de un árbol observando qué sucedía. ¿Porqué había bleizens cerca de pueblo? ¿No se habían ido de ahí todos? Pensó mientras los observaba a lo lejos. Amenazaban a una mujer acorralada bajo la sombra de un árbol, pero también pensó que si se distraían,  la mujer podría moverse rápidamente y huir de los embusteros que querían abusar de la desconocida.


Los bleizens no se movieron de donde estaban por un buen rato. Pensó que tal vez estarían discutiendo algo que no alcanzaba a escuchar. Fue cuando uno de ellos levantó el brazo y lo transformó en una filosa espada de agua, que Dahlia gritó “¡Déjenla!”. Al oír el grito, los soldados olvidaron por un segundo a quien atacaban y pusieron su atención en ella. La pura energía de su voz concordaba más con lo que estaban buscando. Genial, así podrá escapar, ya veré qué hago yo. Pensó la enöriana.


Pero eso no fue lo que la mujer en peligro hizo. Dahlia vio cómo la mujer de pelo corto y blanco salió de la sombra tranquilamente, como si fuera algo que hace todos los días, rápidamente abrazó por la espalda al ser de agua y poco a poco se fue hundiendo en su cuerpo. El otro bleizen vio a su compañero fusionarse con aquella mujer, esperando que éste reaccionara o lo impidiera. Al ver que no decía nada, se acercó a ver qué sucedía.


−¡Lárgate o te mato! −gritó el bleizen de agua a su camarada.


Sin dudarlo, el otro ladrón obedeció aquél grito. Estaba tan asustado de haber visto a aquella mujer fusionarse con él que ignoró a Dahlia cuando pasó corriendo a un lado de ella. El que había gritado, ahora estaba retorciéndose en el suelo de dolor. ¿Y la mujer? Pensó Dahlia ¿Desapareció?


Se acercó al hombre que se retorcía en el suelo, cuando estaba a sólo unos pasos de él, éste dejó de moverse. Ella se detuvo en seco, pensó que en cualquier momento se levantaría, pero lo que se puso en pie no fue otra cosa que la mujer de pelo blanco saliendo del hombre inerte.


−Tú… −dijo impactada, viéndola a los ojos mientras ella se hacía a un lado.


−¿Yo? ¿Quién eres tú? −dijo la mujer de pelo blanco agitadamente. Se sentó al lado del hombre y se recargó en el árbol para recuperar el aliento.


Dahlia pensó por varios segundos qué contestar, había tantas cosas que quería decir. Tenía enfrente a la mujer que había hecho que Ellioth se separara del Circo, estuvo a punto de gritarle toda la sarta de quejas personales que juró decirle si alguna vez se la encontraba. Pero se detuvo antes de hacerlo.  Esperaba que no se notara lo impresionada que estaba de habérsela encontrado en ese lugar. Después pensó decirle que venía con el Circo del Alma y toda la faramalla, pero al final decidió que no quería decirle nada. De esa manera terminó por decir:


−Estoy buscando el consejo de los viejos sabios. ¿Sabes dónde está su casa?


−No lejos de aquí… pero no son sabios, no saben nada, ni te molestes en ir. −dijo en respuesta, sonando bastante molesta sin separar la mirada de sus ojos. Estaba sorprendida del parecido que tenían, Dahlia reconoció la misma mirada de aquel cuadro de Ellioth, se sintió culpable de saber quién era ella y que ella no supiera, pero por otro lado le gustaba tener esa ventaja. Tenía que mirar a otro lado para esconder la mirada como si con ello pudiera esconder su secreto, volteo al suelo y vio al hombre que estaba inconsciente.


−¿Y tú? −dijo la enöriana sin mirarla−. ¿Qué le hiciste?


−Está muerto. −dijo muy seria− Fue en defensa propia, él me quería matar a mí.


−¿Por qué? ¿Qué le hiciste? –Dahlia estaba impaciente por saber cómo lo había hecho. ¿Acaso su parecido iba más allá de apariencia física? No recordaba haber oído sobre ninguna maldición que rodeara a la mujer de Ellioth.


−Nada. Venía de consultar a los sabios y a mi regreso me salieron de entre los árboles, no dejaban de repetir algo sobre la niebla y la mujer del secreto, nunca entendí lo que querían, estaba demasiado ocupada pensando como escapar. En un intento de acorralarme rompieron mi último… −la mujer se calló antes de terminar, hurgó en las bolsas de su falda y extrajo un pendiente roto. Al verlo partido en sus manos, sollozó− Era lo último que tenía de él.


−¿De él? −se puso Dahlia en cuclillas para poder verlo de cerca.


−De alguien con quien vivía, un pintor. −dijo la mujer aún mirando el dije roto.


Dahlia no quería tocar el tema “del pintor” con ella, por lo menos aún no. Tenía que hablarle de otra cosa antes de que algo que no quería, sucediera.


−Y… cómo… ¿eres como yo? −preguntó Dahlia tratando de sonar interesante.


−¿Cómo tú? −volteó a verla confundida.


Bien, pensó Dahlia. Por lo menos ya  había ganado su atención.


−Sí, cómo yo. Mira. −dijo la enöriana estirando un brazo para atravesar uno de sus hombros. La mujer miró a la enöriana sin interés hasta que sacaba su mano de su hombro.


−¿Eres un médico de Soleth? −preguntó la mujer suponiendo que entendería.


−¿Eh? No… hasta donde sé… soy de Enör. −dijo confundida.


−Entonces, ¿por qué puedes entrar en las personas? −preguntó Alieth igual de confundida.


−No… no puedo meterme, sólo atravieso las cosas. Nadie puede tocarme y no puedo tocar nada. −dijo un poco decepcionada de repetir la misma historia otra vez.


−Yo sí puedo −dijo Alieth con una sonrisa traviesa.


−Inténtalo si quieres. −Dijo la enöriana incrédula con un poco de impaciencia en su voz. Alieth sonrió de nuevo y murmuró una palabra que la otra no alcanzó a escuchar. Tranquilamente levantó el brazo derecho y con su mano le acarició la cara. Aún incrédula, Dahlia agarró la mano que la estaba acariciando para cerciorarse de que, en efecto, la podía sostener. La volvió a mirar a los ojos con esperanza y un par de lágrimas salieron de ellos.


Pero… ¿Por qué? ¿Cómo? −dijo Dahlia sollozando.


−¿Por qué, qué?  −preguntó Alieth


−¿Por qué me puedes tocar?


−De donde vengo, los médicos tienen la habilidad entrar en las personas. Así, podemos mirar por dentro las enfermedades de los pacientes, curar lo que podamos y darle tratamiento a lo que necesita más tiempo que medicina. Por lo tanto, también podemos destruir a nuestros enemigos desde adentro, podemos meternos a lo que sea mientras sea más o menos de nuestro tamaño. Y pues… yo vengo una familia de médicos. Mira… ¿me dejas intentarlo?


Emocionada, Dahlia asintió pensando que si podía curarla sería muy feliz, podría abrazar a Bramms que había sido muy lindo con ella y por fin podría ser una mujer normal.


Alieth se acercó más a ella y la abrazó tiernamente. Era raro sentir aquella paz viniendo de alguien que acababa de matar a un sujeto, pero no trató de impedir que hiciera lo que estaba tratando de hacer, total, no tenía ninguna razón para hacerle daño. Ninguna que ella supiera, mejor dicho. Sentía como si cada vez la abrazara más y más hasta que el sentimiento de un abrazo venía de dentro de ella.


−Intenta tocar algo, mientras esté dentro de ti, no debe haber problema. −dijo la mujer utilizando la voz de Dahlia.


No tuvo que decírselo dos veces para que la mujer se pusiera de pie e intentara tocar el árbol más cercano. Había olvidado la textura tan especial de la corteza. Sin pensarlo, lo abrazó.


−¡Es genial! −dijo llena de felicidad− Oye… no sé si funcione… pero… si eres lo que dices. ¿Podrías saber qué es lo que está mal en mí? Creo que es algo arcano… pero nada se pierde.


−¡Sin problema! –dijo Alieth dentro de ella.


Alieth empezó a buscar por todo su ser revisando parte por parte. Repasando todo el cuerpo físicamente no podía encontrar ningún error. No había nada que estuviera funcionando mal como para que necesitara arreglo; así que decidió intentar penetrar su alma. Dahlia sentía cómo una esfera de calor se paseaba por todo su cuerpo, era una sensación extraña que no sabía cómo describir.


−Creo que encontré algo. –dijo indecisa la  voz de Alieth.


−¿Qué es?


No recibió respuesta, la llamó un par de veces más y siguió sin contestar, empezó a preocuparse, no quería que se enterara de todo lo que ella sabía. La llamó a gritos por su nombre, pero seguía sin responder, se preocupó aún más cuando dejó de sentir la esfera cálida que se movía de un lado a otro dentro de su cuerpo. Una sensación de pánico estaba a punto de apoderarse de ella cuando sintió un par de puertas abrirse, como aquél día en que se unió al circo.


−¡No! ¡Espera! No te me… −histérica no alcanzó a demandarle que no se metiera. El anfiteatro de su memoria la llamaba a función y no admitía prórrogas. Pero esta vez no podía ver nada dentro de él, no había proyecciones como la vez pasada, ni escenario, ni butacas, ni nada, estaba todo oscuro. Intentó avanzar para averiguar si llegaba a algún lado, pero nada cambiaba, todo era tan negro como en el río del éter, pero sin esa presión intentando aplastarla. En eso, a lo lejos, vio una mariposa color carmín acercarse, conforme se aproximaba, el negro empezaba a bañarse de rojo con lo que ella pensó era una luz que provenía de la misma mariposa. Se posó frente a ella agitando sus alas y una pantalla apareció entre las dos. Ésta proyectaba imágenes fijas como hologramas, pero pasaban demasiado rápido como para que Dahlia tuviera tiempo de identificar qué eran. Pero no lo necesitaba, estaba segura de que todas y cada una eran escenas de su vida. Estaba tan preocupada por saber si sólo ella estaba viendo aquellas imágenes que no se dio cuenta que la mariposa cambiaba de color. De repente, las imágenes se detuvieron en el cartel del Circo, la imagen creció y la mariposa, ahora de color violeta, expandió sus alas. Lo último que Dahlia alcanzó a ver antes de caer inconsciente fue a la mariposa aletear alrededor de la imagen del cartel del circo.


−Dahlia… ¡Dahlia! Despierta. ¿Estás bien? −dijo la voz de la mujer que había estado dentro de ella.


 


Al abrir los ojos, vio el rostro de la mujer que no había sido más que una pintura hasta ese día. Estaba recostada cerca de uno de los árboles del bosque.


−¿Cómo sabes mi nombre? −de pronto la intuición de que su pregunta fue  bastante estúpida la invadió−. Oh, cierto. Viste mi vida.


−Sí y me gustaría saber… −dijo ella interrogante.


−Vengo de un circo que acaba de instalarse en las afueras del pueblo, la imagen que viste es el cartel de la gira que estamos presentando, te llevaría con ellos, pero estoy huyendo de ahí. En la casa de los sabios me espera con quien huiré −Dahlia interrumpió a Alieth antes de que terminara.


−Sólo quiero saber quien lo pintó. −dijo un poco molesta de que no la dejara hablar.


−Alguien en Wynn. −dijo Dahlia mordiéndose la lengua por no decir la verdad completa.


−Las imágenes no me lo mostraron. –dijo Alieth decepcionada.


−Es que yo no lo conocí. −Dahlia mintió dejándose llevar por un ataque interno de celos, agradeciéndole a su memoria no haber mostrado a Ellioth− ¿Encontraste algo sobre mí?


−Muy poco, las imágenes por si solas no dicen mucho. ¿Sabes? Tiene que ver con Enör. Pero no sé qué… Todos los caminos invariablemente terminaban en tu ciudad. ¿Dónde dices que se instaló el circo? −terminó esperanzada de que ahí podría saber algo sobre su pintor− ¿Te molesta si voy?


−¡Pero tu dijiste que podías curarme! – dijo Dahlia emberrinchada.


−Nunca dije que podía… puedo curar enfermedades, pero no maldiciones. Supongo que en tu ciudad podrían ayudarte. −replicó renuente− ¿Me llevas al circo, por favor?


−No sin ver a los sabios antes. −dijo la enöriana tercamente− Necesito ir por mi amigo.


−Los sabios no saben nada… vengo de hablar con ellos. Les pregunté sobre la gente de Soleth, mi gente, y todo lo que me dijeron es que la ciudad de donde vienen está cerca de la capital. ¡Pero Soleth está al norte de Lienns! Debajo del lago. Y la ciudad nunca fue atacada por magos, ni guardianes, ni nada por el estilo. En mi opinión son unos viejos seniles que no saben de lo que hablan.


−Pero… se dice que saben mucho. –dijo tratando de defenderlos sin saber porqué− Lo que me interesa es encontrar a mi amigo, ¿no lo viste ahí?


−A menos de que sea uno de los dos viejos o su gato, no vi a nadie. −dijo Alieth burlonamente.


−¿Segura?−respondió Dahlia sin entender la burla.− Debería estar ahí, esperándome.


−Te doy mi palabra que ahí no había nadie más. −dijo Alieth levantando la mano− Si me llevas al circo, te llevo con los sabios para que te quedes tranquila.


Tranquilidad, eso era lo que estaba buscando desde hace varios días y lo que el ser de fuego le había prometido, pero Bramms se había ido. No sólo se había ido, si no que ahora estaba sola en el bosque, no había cumplido su promesa. Se sentía traicionada, burlada… molesta.


−¿Sabes dónde está Enör? −preguntó interesada.


−¡Claro! Todo mundo sabe dónde está Enör: a sólo un par de horas de Lienns. −aseguró tratando de sonar como una persona con autoridad sobre el tema sólo para impresionarla, porque realmente no conocía del todo bien la isla.


−Más bien… ¿sabes llegar? −dijo pensando que había formulado mal su pregunta.


−Ya te lo dije, está cerca de Lienns… hacia el norte. −la miró intrigada ¿acaso está sorda?− Si tienes un mapa de Angharad, puedo decirte donde está, sería mi forma de agradecerte que hayas distraído a los que me perseguían. Si no hubieras llegado, no sé qué hubiera hecho.


−En el circo tenemos uno muy bueno. −dijo Dahlia resignada a regresar− No tienes nada que agradecer, no podía quedarme y ver cómo te mataban… Oye, ¿y el muerto?


−Cuando desperté, sólo encontré su ropa mojada donde había muerto −dijo Alieth tratando de recordar el momento− ¿Por?


−Eh… No nada… −dijo la enöriana sin saber qué decir. La tranquilidad con la que aquella mujer decía las cosas la dejaba boquiabierta. En sus palabras parecía que no hubiera pasado nada extraordinario, como si fuera matar fuera cosa de todos los días.


−Por cierto, soy Alieth. –dijo la solethense con una cálida sonrisa− Mucho gusto.


−Ya sabía −dijo Dahlia respondiéndole la sonrisa.


−¿Ah sí?


−Sí −dijo ella pensando en cómo terminar la conversación. Decirle “ya sabía” no fue buena idea, pero no pudo evitarlo. Fue un golpe de guante blanco que el orgullo la obligó a dar− ¿Estuviste dentro de mí, recuerdas? Así como tú viste toda mi vida, mínimo yo puedo saber tu nombre, ¿no?


−Pues… sí, supongo. −contestó Alieth no muy convencida.


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Published on June 20, 2016 09:31

June 10, 2016

Una guerra sin apellidos

¿Esto es mi casa? No es la usual bodega de vinos abandonada donde suelo vivir; es una gran mansión, docenas de cuartos, un colosal salón, un comedor, todo un monstruo de gente adinerada. Definitivamente nada comparada con mi actual vivienda. ¿Por qué siento esa familiaridad como la que se siente en mi bodega? Espera, ya lo recuerdo, era donde habitaba cuando mis padres aún tenían vida.


Éramos la última familia de chamanes de un clan muy importante, los Aevar.



Recuerdo esta noche, fue cuando regresaron mis padres de aquella guerra en la que habían sido reclutados por ser tener la habilidad de transformarse en animales, cosa que herede de ambos. Oí un gran portazo de la entrada principal y corrí hacia allá a ver qué había sucedido. La casa estaba sola y yo tenía que cuidarla. Al llegar, mi sorpresa fue tanta que no supe si llorar o alegrarme. Mi madre, debajo de toda esa bestia de color rojo que la estaba cubriendo poco a poco, estaba mortalmente herida. Mi padre transformado aún en su animal interior cargaba con mi madre en su lomo herido. Quería ayudar pero no podía hacer gran cosa, mucho ayuda el que no estorba dicen, aparte, tendría que ¿unos cuatro o cinco años? Aún no aprendía ni el más mínimo hechizo, ni conocía bien a mi animal interior aunque sabía que es un gato negro.


No quería quedarme sentado pero no podía más que ver como mi padre al volver a su forma humana intentaba curar a mi madre con sus hechizos y conjuros después de curado a si mismo los rasguños y heridas que tenía. Parecía que nunca lo lograría, estuvo horas sincronizando su energía con ella para mantenerla viva. Se veía exhausto, necesitaba de mi ayuda eso, pero él la negó al acercarme. Me pidió que me fuera a mi cuarto y no saliera, que mañana todo estaría bien. Orden que por supuesto no seguí. Me escondí en uno de los tantos rincones que conocía donde podías ver todo y no ser visto por más que buscaran. Ese tipo de lugares han sido mis favoritos toda la vida.


Así fue como sobreviví esa noche.


Cuando mi madre, recostada en la mesa del centro, empezaba a cobrar conciencia y mi padre cayó exhausto un gran estruendo sonó por toda la mansión. Una manada de personas de vestiduras negras con una gran cruz amarilla en el pecho, rasgadas y rotas, había allanado el salón. Eran en su mayoría hombres, un par de mujeres y uno o dos niños. Todos se veían tristes, perdidos, heridos y que habían sufrido por ya largo tiempo. A lo que entendí estaban aquí para exigir algo que les había sido robado, al recibir una negativa de mi familia, ordenaron a los niños esconderse y se alistaron para atacar. Mi padre se encontraba desmayado y débil, mi madre recién curada, no sería gran oposición. Aterrado en mi escondite observe la devastadora disputa. Mi madre, totalmente a la defensiva preocupándose más por mi padre que por ella estuvo esquivando cuanto pudo, hasta que un solo hechizo le pego a mi padre.


Eso fue suficiente para quitarle la vida.


La ira de mi madre fue tal que conjuró su hechizo más poderoso y los exterminó a todos, supongo. Una cegadora luz violeta, proveniente de su conjuro, fue tan intensa que me despertó y no pude ver el resultado de su hechizo. Pero lo recuerdo porque lo viví.


De un brinco volví al mundo real, mi bodega, mi cama, mi hogar. Descubrí que todo había sido un sueño, el mismo sueño que lleva acosándome desde aquella fatídica noche.


 


Les voy a contar algo que hasta el día de hoy, ocho años después, me tiene confundido. He vivido huérfano en esta bodega desde aquella noche, me he esforzado en mis estudios del chamanismo y toda clase hechicería para el día que encuentre una forma de vengar la muerte de mis padres. Aquella mansión quedó inhabitable después de aquella pelea mágica. Esta bodega siempre había sido mi escondite cuando no quería saber nada acerca del mundo, aquí me refugiaba, aquí me sentía seguro. Aquí nadie podía encontrarme. ¿Quién iba a decir que terminaría siendo mi hogar?


Poco después de su muerte, una chica me ayudó a escapar de un problema. “Los huérfanos no tenemos apellidos, somos hijos de nadie” fue lo que me respondió cuando quise saber su nombre. Aalia, otra huérfana por culpa de la guerra y desde entonces comparto la bodega con ella y otras tres personas que cada una tiene su historia que no importa en este momento. Aalia se convirtió en más que mi amiga, me sentía tan identificado con ella y aún lo siento así. Sus papás también murieron en la guerra, también era una chaman y también era una animal, lo cual no es muy común, créanme. Un gato blanco que también buscaba venganza. Es mi alma Gemela, ni más ni menos.


Los sueños conforme pasaba el tiempo iban haciéndose más molestos, más reales. Hasta el punto de que todos en la bodega sabían hasta el más mínimo detalle acerca de ellos. No me importa gran cosa, son mi familia. Aalia harta de mis gritos de media noche un buen día decidió ponerle fin a esto. Tejió para mí un atrapa sueños con la misión especial de capturar ese recuerdo y no dejarlo aparecerse de nuevo en mi mente. No saben cuánto se lo agradecí, realmente funciono y todos hemos podido dormir en paz. Esperen, Esperen, lo curioso no es esto. Otro día, tiempo después, en el cumpleaños de Aalia hicimos una mega celebración entre sus amigos y los que formábamos parte de su familia adoptiva. La luna se fue, llegó el sol y la fiesta seguía bastante viva. Nosotros ya estábamos cansados, así que decidimos transformarnos en gatos y escabullirnos entre la gente a algún rincón cómodo a acurrucarnos y dormir bajo nuestro calor felino. Dormir juntos lejos del atrapa sueños no fue buena idea, menos con la sincronía que tenemos. Ella estaba en mi sueño o yo en el de ella, yo que se… ¿Adivinen que sueño era? Sí, ese mismo… el que tenía el afán de atormentarme, pero esta vez era diferente, lo veía desde otro enfoque y en el sueño no era un Aevar, era un Reun, la gente de las cruces amarillas y me mandaban a esconderme junto con el otro niño. No sufría por mis padres, al contrario sentía un gran alivio al verlos morir. Despertamos en el momento justo de la muerte de los Reun bajo la luz violeta del hechizo fulminante y suicida de mi madre.


Todo estaba silencioso en la bodega, podía sentir encima la mirada de Aalia, tan pesada que incomodaba y el silencio total ayudaba a incrementar este sentimiento. Al voltearla a ver comprendí todo… Ella era una Reun, uno de los niños que traían las mujeres esa noche y por lo tanto éramos la venganza que buscábamos. Al mismo tiempo dijimos el apellido del otro, rápidamente nos pusimos en pie y nos alistamos para atacarnos, pero ninguno de los dos pudo. ¡A ella no podía atacarla, maldita sea! No a ella, a cualquier otra persona pero no a ella. El odio que sentía por los Reun y el cariño que sentía por ella chocaron, combatieron, se debatieron por unos cuantos segundos… y entonces sucedió.

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Published on June 10, 2016 10:02

May 31, 2016

Los tres y la herida

La calle de Havre estaba en silencio, una casa que ante cualquier ojo humano estaba abandonada. Aquello era un simple disfraz para alejar a quien no creyera en la oportunidad y a quien no necesitara la ayuda de un trío de cuervos que, en concilio, podrían parecer toda una parvada.  Lo cierto era que la casa por dentro era también mucho más grande de lo que la fachada te hacía creer.  Ese día se escuchaba una discusión en su interior.



-¿¡Qué hiciste qué!? –le preguntó el cuervo menor al de en medio.


-Le di la caja de los vientos a Oliver –respondió obediente.


-Eso nos quedó claro –dijo el cuervo mayor- y entiendo por qué lo hiciste. Aunque lamento decirte que no va a funcionar como esperabas, sé que a veces no me creen por ser el mayor pero siendo ustedes sé que me van a entender también.


-¿Por qué no? –cuestionó el de en medio- Oliver todo lo que quiere es que su amigo esté bien y podemos sacarle un poco de provecho a eso y poner las cosas a nuestro favor.


-Porque Tobías es parte de la herida del bosque, como nosotros –dijo el mayor-. No se va a curar tan fácil. Y Oliver no tiene cómo regresar. Y en caso de que lo haga, ¿estás listo para lo que pueda suceder al darle al bosque toda la vida contenida en la caja?


-No importa si estamos listos –dijo el cuervo menor-. ¿Estará listo el bosque? Esperemos que el pueblo no esté listo, esperemos que la herida no cause estragos de éste lado, esperemos que Hilda…


-No necesitamos esperar nada –dijo el de en medio, aunque tú seas lo que ya pasó y tú seas todo lo que pasará, los dos también son yo. También son ahora. También son éste momento. Y eso es lo que importa. Ya hemos esperado demasiado tiempo.


-La última vez esa actitud casi te mata –dijo el menor.


-La última vez nos agarró por sorpresa, la última vez estábamos solos y sólo éramos el bosque. Ahora somos el tiempo, somos el poder de las historias y lo más importante es que no estamos solos.


-Aunque estemos fuera de nuestro hogar, hay muchos luchando por que viva todo lo que fuimos –dijo el mayor.


-No sería el primer espacio de tiempo ajeno funcionando a la par de éste lugar –dijo el menor-, ahí están las ciudades escondidas de Londres y toda europa. Todo lo que se refugia en Noruega, Finlandia y demás ante el tiempo humano. O las ciudades Flotantes de China.


-No te vayas tan lejos –dijo el cuervo de en medio- Aquí mismo en Allá Lejos tenemos al Distrito Arcano.


-Podemos vivir –dijo la esperanza del cuervo mayor.


-Podemos vivir –contestaron los otros dos.


 


********


 


En la Merced, en las ruinas de la casa más vieja, Oliver estaba sentado en el suelo del salón donde había perdido a su amigo, donde la tinta había hablado, donde creía que podría volver al bosque donde todo estaba perdido.


Estuvo horas golpeando cada rincón.


Abrió y cerró las puertas de los cuartos incontables veces.


Trató de abrir la caja, de encontrar una llave, de que sucediera algo que fuera parte de toda esa historia de la que él se sentía tan ajeno y, a la vez, tan necesitado de pertenecer. Quizá el problema no era que quisiera pertenecer, quería estar con todos aquellos que apenas podían cargar su soledad, demostrarles que se podía vivir sin problemas siendo amigo de ti mismo.


Aunque la terquedad de volver al bosque, sin que él lo comprendiera todavía, residía en que quería que sus amigos no se fueran y no lo dejaran atrás como tantas veces había sucedido. El único que seguía a su lado después de tantos años era Tobías


-Dame esa caja –escuchó una voz familiar, esa voz que lo hipnotizaba. Levantó la mirada y no vio a nadie, la casa seguía en ruinas, no había regresado aún.


-¿Para qué la quieres? –le contestó al aire sin saber si sólo había imaginado aquella voz.


No hubo respuesta.


Empezó a considerar que era una pérdida de tiempo estar ahí sin encontrar al menos una pista. Consultar con la almohada que era el mejor camino a seguir resultaba muy tentador. Se puso de pie y volvió a escuchar una voz.


Otra voz.


-No le entregues la caja.


Comprendió entonces que las voces provenían del interior de la caja. O al menos la que acaba de escuchar así era.


-Ven al Sargento, pon la caja frente a él y deja que te traiga de regreso.


Por un momento creyó que voz se parecía a la de la mujer que cuidaba de Tobías. Caminó a un paso rápido, no tanto como su ansiedad quisiera pero suficiente para llegar a la entrada de aquél recinto junto con el anochecer.


Las grandes puertas de barrotes de hierro con garigoles ya se encontraban cerradas y un guardia del otro lado lo observaba con atención. Se fue de ahí tranquilamente sin llama la atención, o eso era lo que quería que el guardia creyera. Siguió el cancel en dirección hacia la fuente de la Templanza hasta que pudo verla a lo lejos, del otro lado. Ya estaba oscuro y no había tanto tránsito en la avenida, aquello le ayudó a trepar al encontrar cómo meterse. No había luz que lo guiara por dónde caminar pero sentía que la caja que cargaba con él lo jalaba como si fuera una correa. Cayó del otro lado de un brinco no muy bien aterrizado, la caja se le fue de las manos y se raspó un brazo. Tardó en levantarse y encontrar la caja. Estaba seguro de haber hecho demasiado ruido, seguro iban a encontrarlo y se iba a meter en problemas.


Nadie se acercaba.


Caminó hacia la fuente con cuidado y lentamente subió escalón por escalón.


Escalón por escalón.


Y ahí, enfrente del Sargento estaba alguien dándole la espalda. Levantaba un brazo como tratando de alcanzar algo en el árbol. Consideró que la seguridad de aquél lugar era muy mala si más de una persona podía colarse estando el lugar cerrado.


Lo quiso llamar pero no encontró voz en sí mismo.


La persona no se movía.


Había algo raro en ella.


Se acercó con cuidado y sólo necesitó unos pasos para darse cuenta de que era lo que estaba fuera de lugar. Era una de las estatuas de ceniza en las afueras del pueblo de Hilda. Ahí, del otro lado del tiempo.


-Entrégame la caja –dijo la voz de Hilda desde la caja de nuevo.

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Published on May 31, 2016 09:34

May 27, 2016

Una taza de Cafe de nadie

Para el quinqué siempre es bonito tener historias nuevas sobre las que echar luz para ser leídas, de ese manera en el Festival de los Espíritus del Bosque estarán disponibles en papel la primer temporada de Waldeinsamkeit, ejemplares de Voz de Papel  y algunos de los fósforos que han mantenido la llama prendida. Si alguno de ustedes anda por ésta gran ciudad, ojalá nuestras miradas se encuentren y compartamos algo de tiempo. Si por cuestiones de distancia o demás, les es difícil asistir al festival y quieren su ejemplar, píquenle a tiendita aquí arriba (pueden incluso tenerlo GRATIS a cambio de sus puntos de la membresía en Patreon) o háblenme por el medio digital que prefieran y acordemos otro día.


Y bueno, lo más importante de esta entrada no es todo eso, sino dejarles a su alcance el inicio de lo que será el próximo libro que buscará llegar hasta ustedes así como Voz de papel el año pasado que, 500 copias después, me llena de felicidad que haya encontrado su voz en algunos de sus ojos.


Sin más rodeo, los dejo aquí:


Café de Nadie – Capítulo 1 


Y bueno, ya hablando de cafés, ¿gustas el tuyo negro o con leche?


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Published on May 27, 2016 11:20

May 20, 2016

XVI · El show debe continuar

−… Hoy no ha sucedido nada fuera de lo normal. La última función salió muy bien y pues… los vi a ustedes y ya saben lo demás. –dijo Dahlia con tono de agradecimiento a los tres estudiantes de la Torre que la habían visitado. Habían escuchado sobre su vida durante varias horas. Se sentía satisfecha y relajada sin notar lo avanzada que estaba la noche fuera de su pequeño toldo. Contarle tus problemas a un desconocido sí sirve después de todo. Pensó alegre sin darse cuenta que precisamente eso se le estaba haciendo costumbre.


Los tres jóvenes que habían sido oyentes la miraban con expectación. No se habían dado cuenta de que, aunque no era el final, estaban al día de la historia y por aquella noche, no había más que contar.


−¿Y qué sigue? ¿Qué vas a hacer? −preguntó Aven más interesado en la historia del pintor que en la actual intangibilidad de la mujer. Sus amigos lo voltearon a ver con los ojos bien abiertos, era una pregunta de doble filo que les podría enseñar un poco más de aquella historia, pero también podría significar estar entrometiéndose en terrenos que no les incumbía.


−No sé… −suspiró la mujer− Creo que seguir aquí, me gusta el circo y su gente.


−Pero… ¿y tus sueños? ¡Tienes que volver! −demandó Vhan molesto. La apatía con la que hablaba aquella mujer que, por lo menos él, admiraba hasta hace unos momentos le daba lástima. De cierta forma la consideraba patética, si por él fuera, correría a buscar respuestas, no a encerrarse en un circo donde se sentía especie en extinción. Pero recordó que así era como él funcionaba, no podía hacer que todo el mundo pensara como su cabeza solía hacerlo.


Dahlia mostró una leve sonrisa de asentimiento.


−No sé como regresar. –dijo avergonzada.


−¡Preguntando! ¡No puedes quedarte a esperar que las respuestas lleguen a ti! Eso nunca va a pasar… ¡Tienes que ir a perseguirlas! −explotó en furia Vhan− Si llego a conocer al pintor ese…


−Vhan… basta, el pintor no hizo nada. −dijo Rheud exasperado por la agresividad de su amigo− Es más, él está haciendo lo que tú dices… buscando sus respuestas.


La discusión de los aprendices fue interrumpida por las cortinas de la pequeña carpa que se abrieron a sus espaldas. Voriana y Bramms se sorprendieron de que los jóvenes aún estuvieran con ella. El festival nocturno tenía casi una hora de haber sido cerrado.  Lo único que quedaba fuera, era la carpa principal desmantelada, casi lista para iniciar el viaje a su siguiente destino a primera hora del siguiente día.


−Siento interrumpir su conversación, pero ya es un poco tarde muchachos. −dijo Voriana− No es por correrlos, pero tenemos que viajar mañana temprano y descansar es algo que todos apreciaríamos.


Lo había dicho tan rápido que tomó por sorpresa a los tres estudiantes, que con cara de haber visto un fantasma, escucharon más atentamente lo que la adivina estaba diciendo. Rheud notó un reloj de arena que se encontraba en una esquina de la carpa.


−Perdonen, perdimos noción del tiempo, en un momento nos vamos. −dijo Rheud poniéndose de pie para hacer una pequeña reverencia− Gracias por la función, nos gustó mucho a todos.


−Me da gusto que la hayan disfrutado. Gracias a ustedes por venir. –añadió la adivina contenta por el halago− Dahlia, en cuanto te desocupes, Karad quiere verte.


Las cortinas se cerraron de nuevo, dejando a la enöriana sola con los estudiantes. Se miraron unos segundos tratando de recordar lo que habían dicho antes del contratiempo. Sin decir nada, Aven y Vhan se pusieron también de pie.


−Fue un placer conocerte. −dijo Rheud haciendo otra reverencia− Espero vuelvan pronto a Kynthelig para que nos cuentes qué pasó después. Y pues… ¡Que tengan buen viaje! ¡Cuídense mucho!


−El placer fue mío −respondió Dahlia− Gracias por escucharme.


Los otros dos asintieron y se despidieron con una sonrisa. Salieron de la carpa dejando la cortina abierta. Dahlia se quedó sentada, recapitulando todo lo que había contado. Con un suspiro se puso de pie y arregló sus ropas para acudir al llamado del director.


−Oye… −escuchó una voz que la llamó desde afuera. Al voltear, vio que se trataba de Vhan.


−¿Qué pasó? ¿Olvidaste algo? −dijo ella acercándose a las cortinas para salir.


−Cuando nos volvamos a ver, espero que hayas ido a arreglar todo y pueda darte un abrazo. –dijo Vhan nervioso− Es todo.


Antes de que Dahlia pudiera siquiera abrir la boca, el aprendiz de arcano corrió lejos de ella para alcanzar a sus amigos. En ningún momento volteó la mirada para ver si ella seguía viéndolo mientras se alejaban.


−Yo espero que nos volvamos a ver.  −dijo ella pensando en voz alta cuando los vio desaparecer de su vista.


 


Al ver todo el circo desmantelado sintió un vuelco en el estomago, su seguridad estaba a punto de extinguirse, por lo menos hasta que llegaran al otro pueblo y realmente los pudieran proteger como en Kynthelig lo habían hecho. En cuanto salió de su toldo, Tallod y un par de enanos se prestaron para desarmar la única carpa que quedaba de pie. Todos los demás estaban encargándose de subir todo al último vagón de la caravana destinado para eso. Éste era uno de esos pocos momentos en los que agradecía no poder tocar nada, ya que no le asignaban ninguna tarea en específico a la hora de empacar el circo y viajar. Con esa libertad caminó hacia el primer vagón donde estaba la gran mesa en la que solían cenar todas las noches. Si de por sí ya traía un nudo en el estómago por ese sentimiento de que algo malo se aproximaba, ver lo que sucedía en aquella mesa lo empeoró todo. Karad estaba dándole la espalda y frente a él estaba Bramms, con la cara de niño regañado que suele poner cuando lo sorprenden en alguna de sus travesuras.


Ella avanzó hacia el carro lentamente con la esperanza de que algo sucediera y cambiara las cosas, lo que sea que fueran. No quería que sus presentimientos se hicieran realidad y los regañaran por contemplar la posibilidad de irse del circo, no sabría qué cara poner ante ellos si eso sucediera. La mirada triste que la vio acercarse para subirse al vagón  hizo latir su corazón más rápido que lo que el mismo tren del podría ir jamás. El director la volteó a ver con una gran sonrisa como si su carta triunfal hubiera llegado.


−Que bueno que llegas, Dahlia −dijo el director poniéndose al lado de Bramms, el tono de voz tan serio que había usado encajaba con el momento que se estaba armando en su cabeza a la perfección− Estamos discutiendo el plan a seguir, Bhel no tardará en llegar para crear los espejos que nos ayudarán a escapar.


−¿Y me necesitas para algo? −dijo ella aún asustada.


−Algo por el estilo… −se interrumpió para mirar de reojo a Bramms, si su mirada hubiera sido una espada, estaría partido en dos− Tu amigo aquí me ha hecho notar que no sabemos qué opinas de todo esto.


−¿Yo? −dijo volteando a ver a Bramms en busca de qué decir, el ser de fuego solo bajó la cabeza en silencio.


−No, tú no, la otra enöriana que Voriana se preocupa tanto por defender. −dijo Karad sarcásticamente.


−Estoy muy agradecida de que hagan tanto por mí. −dijo mirando al suelo− Pero no se me hace justo que yo me quede sentada esperando a que se solucione todo.


El director se carcajeó al escucharla y le dio unas palmadas en la espalda a Bramms dejando recargado su brazo sobre su hombro.


−Entonces era cierto lo que Bramms decía −dijo aún riéndose.


−¿Qué? −dijo ella


−Eso… que te sentías incómoda, que pidiéramos tu opinión. −dijo mucho más relajado- Pero tú no te preocupes por eso, fue decisión de Bhel y no eres la única que se quedará sentada esperando a que se solucione todo, estamos todos contigo.


−E… ¿en serio? −titubeo Dahlia antes de estallar− ¡Pero si ni me conoce!


−Pero a Voriana sí y han sido amigos toda la vida, se preocupa mucho por ti porque él y Voriana siempre han compartido sus problemas más allá de lo normal −dijo molesto, tanto que si Dahlia lo conociera mejor, podría decir que estaba celoso.


−Solo tenemos un pequeño inconveniente con el plan –interrumpió Bramms, quien ya conocía los ataques de celos de Karad.


−¿Y ese es…? −preguntó ella sin darse cuenta de nada.


−Que no sabemos si el maestro de Bhel tiene una barrera protegiendo Zhür como la tienen aquí. −dijo Karad regresando a su tono normal de hablar− Sólo tenemos la suposición de que así será, porque si no, ¿de qué otra manera nos podría proteger?


−Si es así, yo no podré entrar a Zhür –dijo Bramms con la voz de tristeza que ella esperaba escuchar desde que los vio a lo lejos.


−¿Y qué haremos si no puedes entrar? −dijo ella tratando de encontrar una solución. ¿Cuál es el plan “B”?


−Tendría que irme a donde me pueda esconder −sus palabras habían sido como un disparo contra ella, sabía lo que significaban, si no se decidía pronto la dejaría atrás.


−Podrías esconderte en un lugar cerca y una vez que averigüemos que todo está a salvo alguien vaya a recogerte a ese lugar, ¿no? –dijo ella tratando de ganarse un poco más de tiempo.


−Eso es lo que yo opino también −dijo Karad− Pero no se me ocurre dónde.


−Ellioth, en una de sus cartas, había dicho que había una casa cerca del pueblo, donde viven los sabios. Con un poco de suerte, esa casa no entra en el rango de protección del maestro de Bhel. −sugirió sintiéndose poseedora de la mejor idea del mundo.


−Pero… −quiso discutir Bramms.


−¡Es muy buena idea! −interrumpió Karad− Dicen que son amigables, no creo que se nieguen a ayudarnos.


−Hay que preguntarle a Voriana a ver qué opina, ¿no? −dijo Bramms sin saber qué decir, por un lado no le gustaba mucho la idea, ya que no podría ejercer presión para que Dahlia decidiera.


−Yo voy a buscarla −dijo Karad cuando ya  bajaba del vagón− ¡Quédense ahí! ¡No se vayan a ir!


Los dos restantes en el vagón mantuvieron un dialogo de miradas en silencio hasta que el director se hubiera perdido de vista.


−¡Estaba tan asustada! −le dijo para romper el silencio.


−¡Yo también! −le contestó soltando todo el aire que traía dentro.


−¿Tú porqué? –dijo ella al no esperar esa respuesta.


−¡Pensé que se habían enterado de nuestro plan! −dijo sonrojado.


−¡Sí! −dijo ella entre risas− ¡Yo también!


−Que sonsos −dijo él, más alegre.


−Ya sé… mi corazón estaba a punto de dejar de latir del miedo.


−Y… − dijo él de repente− ¿tú irías por mí con los sabios?


−No creo que me dejen ir sola si se supone que soy lo que protegen. ¿No crees?


−¿De qué sirve hacerles caso si nos vamos a escapar? −dijo él tentando su suerte. La mujer suspiró sin saber qué decir, miro al caminó por donde Karad se había ido y vio que ya venía de regreso y con compañía, Bhel se les unió para empezar a ejecutar todo como estaba planeado. Sentía que el tiempo que se le acababa, pero no se atrevía a contestar lo que fuera que quisiera salir de su boca. Lo volteó a ver y aquella mirada de niño esperando que le dijeran que sí para realizar una travesura la cautivó.


−Está bien. −dijo mirándolo a los ojos sin saber si eso era lo que quería contestar.


−¿En serio? −dijo él con una sonrisa que fácilmente podría estirársele hasta las orejas.


−Sí, −dijo feliz por verlo tan alegre, pero le preocupaba un poco la cercanía− ahora cambiemos de tema que ahí vienen.


−Si pudiera, te abrazaría bien fuerte −dijo emocionadísimo con la sonrisota en la cara. Los dos trataron de acomodarse para recibir a los tres que se acercaban rápidamente hacia ellos.


−¿Qué tal? −pregunto la adivina desde abajo cuando estuvo lo suficientemente cerca, se oía muy emocionada también− ¿Ya están listos? Vengan con nosotros, vamos a organizarnos bien para que esto salga de la mejor manera.


−Listísimos −dijeron los dos al unísono antes de bajar del vagón y unirse al grupo.

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Published on May 20, 2016 11:47

May 10, 2016

Ropa pintada

Llevo una hora aquí sentado en la acera de enfrente de ese edificio azul con gris; ella no ha tendido su ropa hoy.


Quizá me tiren de loco, pero creo que me he enamorado de una mujer, por la forma en que cuelga su ropa desde aquel balcón en el tercer piso.


Dos semanas de ver infinidad de balcones por una hora entera, todos exhibiendo sus ropas colgadas, me hace pensar cómo es que cada uno de esos espacios puede reflejar la personalidad del dueño.


Es como si la que estuviera colgada fuera ella y su vida diaria.  La vida de uno en una soga, ¡Ja! ¿Cuántas veces se han sentido así?


Como si las sogas fueran las calles y las ropas, las personas. Mira, la del piso 6 va de fiesta. Y al parecer a un lugar muy caro: ese vestido no se lo pone uno nomás por nomás.


El señor del 4 se queda en casa a ver el fútbol.


Ella, mi niña, pinta. Va en busca de un ángel azul mientras le pone color a su lienzo, dándole forma a su imagen mental de ese momento, con su material favorito: El óleo. Es una persona ordenada a su manera que si uno ve por primera vez su balcón, pensaría que es un desorden de mujer; pero en dos semanas le he encontrado mucho orden. Extraño, pero orden después de todo.


Una persona de complexión no muy ancha ni alta a la vista de su talla de ropa; simple, comunicativa y artista. Cómo si colgara su ropa a pinceladas.


¿Cómo? No, no la he visto de cercas en persona, ni he entablado conversación con ella. De hecho, hoy no espero a que cuelgue su ropa. Llegué muy temprano para nuestro primer encuentro.

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Published on May 10, 2016 11:21

April 30, 2016

Desde afuera

No pertenezco a ésta historia, de eso estoy seguro.


Siempre soy el que se queda atrás, el que nunca se entera de lo que sucede hasta que ya pasó, el pudo haber ayudado si le hubieran tenido confianza desde antes.


Conozco a Tobías desde que éramos niños y siempre ha sido así.  Con los años entendí que en cuanto a él sólo sería un mero espectador y que siempre sería sólo Oliver. Por eso cuando entré al bosque me sorprendí de estar ahí, de ver con mis propios ojos todo lo que Tobías decía que había existido.


Aunque todo estuviera muerto.


Cada día que pasábamos en el bosque buscando una solución a su misterio a otra pregunta le crecían las raíces en mí ser: ¿cuánta soledad le cabe a un bosque como éste?



Ya tenía a la estatua de Siobhan, a Augusto y ahora a Iscariote y a Tobías. A pesar de ser huérfano, yo nunca me he sentido sólo. Tobías y su soledad siempre han estado conmigo. También tuve muchos hermanos en el orfanato donde las monjas me cuidaron hasta que tuve edad para valerme por mi mismo.


Si aquí, en el bosque, no estamos solos. Allá en la ciudad tampoco nunca lo estuve.


Supongo que por eso el pueblo me dejó entrar; aunque Hilda haya dejado en claro que fue porque ella lo quiso, porque necesita encontrar la poca vida que le queda al bosque para poder destruirla. Algo tiene en su voz que es imposible negarte a lo que te pide cuando te susurra algo al oído. Tal vez sólo es que me da lástima que haya estado encerrada por tanto tiempo.


Lo primero que me pidió fue encontrar la vida.


Y así, dejé que mis pies me guiaran en el sin rumbo para encontrar el refugio del consejo del bosque. Detrás de un árbol al que llaman El Sargento. Podía observar cómo todos dudaban de mí al verme aparecer ante ellos. Todos menos Tobías que dormía en un rincón manchado de ceniza. Cuando despertó sonrió al verme y luego gritó de dolor, segundos después en su lugar había un lobo de fuego que podía observar en su mirada que tenía toda la intención de arrancarme la cabeza con una mordida.


-¿Quién eres? –dijo una mujer que parecía una réplica más joven de la estatua de Siobhan, dio un par de pasos y acarició la lobo Tobías en la cabeza. Como acto de magia el odio en su mirada despareció.


-Oliver, el mejor amigo de Tobías –le contesté tratando de que el susto no me dejara sin habla.


-El bosque dice que apestas a Hilda, ¿qué tienes para decir a tu defensa? –me contestó con ese tono en el que uno hace las preguntas sabiendo que la pregunta no te va a convencer.


-Entré al pueblo pero escapé, ella quería que me quedara a encontrar la vida –les dije, básicamente era la verdad.


-Después de tanto tiempo, mi madre no cambia –dijo Augusto con una carcajada nerviosa.


-Escúchame bien –dijo la mujer al acercarse para verme a los ojos a muy poca distancia-, hagas lo que hagas no la vayas a dejar salir. Podría matarnos a todos, ¿viste todas las estatuas a la salida del pueblo? Son su culpa. De cierta manera, que tu mejor amigo esté así también es su culpa. Y todo lo que le ha sucedido al bosque.


-¿Qué le pasa a Tobías? –fue la primera pregunta que logró salir de mi cabeza de las muchas otras que lo intentaron.


-La vida en el bosque pende de un hilo, mucha de ella se esconde en una caja que llamamos “La caja de los vientos”. Cuando tu amigo se fue, el día en el que el tiempo muriera, se llevó parte de esa vida en escondida en una herida que Augusto le causó. También, parte de su propia vida se quedó en éstas tierras cuando sangró a causa de la misma herida. Lo que ves es sólo ambas partes peleando por la existencia de tu amigo.


-¿Y hay forma de ayudarlo? –le pregunté cuándo lo que en verdad quise decir es que no había entendido ni un carajo más allá de que estaba mal y que la vida del bosque.


-Sólo necesita un poco de tiempo y de vida –dijo ella un poco triste-, aunque aquí es lo que menos tenemos. Afuera del bosque, se recuperaría enseguida.


-Creo que tengo una idea, si me permiten iré a ver si resulta –les dije con la única intención de salir y de intentar digerir todo lo que me habían dicho.


-¿Necesitas ayuda? –dijo Iscariote con lo que yo sentí como las ganas de no quitarme la vista de encima para ver qué era lo que iba a hacer.


-No, gracias –le contesté con una sonrisa un tanto falsa-. Cuiden de Tobías, ya volveré.


A la mitad del silencio, me di media vuelta para salir. –Justo antes de cruzar la puerta escuché la voz de Augusto.


-Dile a mi madre que no se va a salir con la suya, lo que sea que esté planeando –dijo su cínica voz-. Y que le mando un beso.


No le contesté nada, ni siquiera voltee a verlo. Esa tampoco era mi historia.


Lo que si hice después de mucho vagar por el bosque sin saber a dónde me dirigía fue terminar en el pueblo otra vez. Una vez que llegué al límite, mis pies me arrastraron hasta Hilda sin que yo quisiera. Le conté lo que había entendido y el beso de su hijo la puso de muy mal humor.


Lo siguiente que me pidió fue encontrar una salida.


No entiendo por qué, si lo que quiere es que nadie salga.


Al salir de la casa, noté una mancha en el brazo.


Era tinta y estaba creciendo.


Cuando me cubrió por completo escuché que una voz infantil me susurró al odio: “lo siento, no podemos dejarte con ella. El tiempo tiene que correr de otra manera”.


Cuando pude ver de nuevo, ya no estaba en el pueblo.


Estaba justo afuera de la casa más vieja, sí, pero en la ciudad de Allá Lejos. Me molestó mucho que me echaran de aquel lugar. Pero entonces, al ver mí alrededor entendí algo, de éste lado el tiempo no estaba muerto. Caminé sin rumbo o más bien, me dejé llevar por la memoria de los pasos que había recorrido de la casa de Hilda hasta el corazón del bosque. Así llegué hasta los cuatro pilares en la entrada de los jardines del castillo que guardaba incontables historias de la ciudad, ese lugar era mejor conocido como bosque.


La curiosidad y la emoción me estaban carcomiendo.


Conocía ese lugar muy bien.


De los pilares caminé a la izquierda por el camino hasta la fuente de la templanza. Me detuve a examinar la estatua de la fuente con cuidado. O sabía si mi imaginación ya estaba empezando a volar o el hombre esculpido tenía un gran parecido al hombre que acompañaba a la mujer que cuidaba de Tobías.


Detrás de la estatua, estaba el cadáver del enorme árbol que marcaba la entrada a la aldea del consejo en la burbuja del tiempo. El árbol donde allá en el otro lado se dice que está el corazón del bosque. El Sargento. Subí las escaleras que rodeaban a la fuente para acercarme al árbol y sentado a la orilla de la jardinera estaba uno de los cuervos que le entregaron la llave de la casa a Tobías. Me observaba acechante. Cuando me detuve, él se puso de pie e hizo un ademán para que me acercara.


-Hueles al bosque –me dijo en una ronca voz.


-Allá me dijeron que olía a Hilda –le contesté confundido-, de hecho casi me arrancan la cabeza por eso.


-Hilda… -susurró exasperado- La llave, ¿la tienes?


-No, Tobías es al que se la entregaron. Está… pues… supongo que enfermo.


-¿Enfermo?


–El bosque lo transformó en un lobo de fuego, que necesita tiempo y vida para sobrevivir.


-Le dijimos que tuviera cuidado cuando le entregamos la llave, necesitábamos que alguien impidiera que nos transformáramos en cuervos. Alguien que nos ayudara a volver al bosque.


-Pues… buen trabajo, el bosque está casi muerto, mi amigo es una bestia de fuego que apenas se puede poner en pie, Siobhan es una estatua con su alma atrapada dentro del bosque e Hilda quiere salir. Creo que las cosas están peor que antes.


-Eso parece –dijo el cuervo mirando a sus espaldas-, pero puedo ayudar. Creo.


-¿Cómo?


-¿Ves a lo alto del Sargento?


-¿Eso qué tiene que ver?


-Tiene retoños, hay esperanza, ven.


El cuervo me guio a espaldas del árbol, a entrar a un pequeño recinto escondido detrás del monumento que vigilaba al sargento. Al fondo de aquel recinto había una pequeña cueva.


-Espera aquí –dijo el cuervo antes de adentrarse a la cueva. Minutos después regresó con una caja de madera entre las manos, tenía ramas talladas y una rosa de los vientos pintada en la tapa superior- Aquí adentro hay vida y tiempo. Esto debe ayudar. Con Siobhan también.


-Esta caja…


-Sí y no.


-Ni siquiera me dejaste terminar.


-Aunque no estemos allá, lo sabemos todo. Esa cueva, es la entrada al inframundo. Ahí se resguarda mucho de lo que pasó. Cuando la burbuja del tiempo se creó y nos expulsó junto con tu amigo e Iscariote, Luna y Orfeo se vieron perdidos de aquél lado. En ésta caja está toda la vida que le entregaron al bosque y todo el tiempo que le han dedicado. Es la misma caja del bosque y a la vez no, así como nosotros la misma tinta que está con ellos de aquél lado y a la vez no. Toma la caja y arregla todo lo que puedas. Es una buena salida.


Esas últimas palabras retumbaron en mi memoria, “una salida” dijo. Para no ser mi historia, ya me terminé embarrando demasiado.

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Published on April 30, 2016 08:48

April 20, 2016

XV · El plan a seguir

−Por lo que me cuentan… no creo que enfrentar al ejército del gremio, solos, sea buena idea. −Dijo Bhel rascándose la barba con una mano− Necesitamos ayuda.


−¿Nosotros? −dijo Fenez que se había unido al grupo recientemente, se veía un tanto fuera de lugar al no saber de qué estaban hablando.


−¡Claro! ¿Acaso creen que los voy a dejar solos? −dijo el director de la torre mientras caminaban por los pasillos de la torre. Bhel iba a la cabeza del grupo, guiándolo hacia pisos arriba según ellos creían. Pero cuando bajaron un par de pisos, caminaban hasta el otro lado del gran edificio, luego volvieron a subir un par más por otro lado, todos menos Voriana se sentían absolutamente perdidos. Siguieron al hombre de pelo blanco por unos minutos hasta llegar a un piso muy amplio y lleno de gente que dejaba ver las puertas abiertas hacia el exterior.


−Vayan e instálense donde quieran −dijo Bhel deteniéndose en las puertas de la torre volteando a ver a todo el grupo del circo.



−Pero… ¿no íbamos a trazar un plan o algo por el estilo? −dijo Bramms aún confundido de haber llegado a la planta baja después de subir infinidad de pisos desde lo que parecía estar ya en un piso muy alto.


−Ese es mi trabajo −dijo Bhel mirándolo a los ojos, luego a Voriana y a Dahlia− El de ustedes es dar una muy buena función.


−No es como… ¿peligroso? –dijo Dahlia preocupada de que los volvieran a atacar.


−Pequeña… estás en Kynthelig, nada puede atacarte, todos ustedes están bajo nuestra protección. Un grupo de maestros arcanos ya se encargaron de poner una barrera con sus artes, ningún Bleizen será capaz de pasar a través de esa barrera.


−¿Y yo qué? −rezongó Bramms.


−Me temo que si sales, no podrás volver a entrar. −dijo Bhel portando una sonrisa cínica en el rostro.


−¿Estás de acuerdo con eso, Voriana? −preguntó Karad a la adivina que estaba perdida viendo el paisaje de la ciudad desde aquellas puertas.


−Sí. −dijo sin separar la mirada de aquellas calles− Digo, si nos vamos a quedar aquí un tiempo, necesitamos un lugar donde desmontar, ¿no?


−Bien… entonces, los dejo. Tengo mucho que hacer. −dijo el director pasando a través de ellos para adentrarse en el edificio.


−Siéntanse en su casa. −se escuchó la voz del director desde las escaleras.


 


Siguiendo instrucciones, todos se reunieron donde habían dejado el circo la última vez y se fueron en busca del lugar que les permitiría ofrecer su obra. Después de un par de horas revisando plazoletas y parques, se instalaron cerca de un gran parque en las afueras de la ciudad, en los límites de la barrera. Los días pasaron y no escuchaban noticias de Bhel, pero la ciudad les ofreció un recibimiento familiar y una hospitalidad más cálida que un buen abrazo. Todo gracias a Voriana que conocía a la perfección todos y cada uno de sus rincones. Siempre había en la mesa más de un viejo conocido que tenía alguna buena anécdota que contar o con ganas de escuchar todo lo que había sucedido desde que Voriana dejó Kynthelig para fundar el circo, todo alrededor de una buena cena.


Durante uno de esos banquetes llegó la segunda carta de Ellioth donde decía que le había ido muy bien en su exposición, que había ido con los sabios a escuchar su consejo y lo enviaron a visitar a los guardianes del árbol de las almas en la isla de Welzehn, aduciendo que si alguien podía ayudarlo eran ellos. Decía que, aunque tuvieran razón, no sabía por qué sentía que lo que querían era alejarlo aún más.


Días después llegó otra carta diciendo que había llegado con bien a la isla y que estaba impresionado con los guardianes de aquel inmenso árbol que consistía de hojas etéricas en su mayoría azules. En sus letras describía que el árbol en sí era como un gran archivo del mundo. Cada hoja pertenecía a un ser y los guardianes podían leer en ellas la vida de cada persona, desde el momento en que nació hasta la última acción que hayan hecho. No contaba en su carta mucho más, sólo que empezaría a buscar la hoja de Alieth al día siguiente y que los guardianes estaban extrañados por una pequeña zona del árbol que se había tornado purpura y todo el registro en sus hojas había desaparecido.


Que todas las fuerzas naturales, no naturales, vivas y no vivas le estuvieran repitiendo una y otra vez que no entienden qué sucede con su raza empezaba a molestarle. Si ellos no podían averiguarlo, ¿qué iba a saber ella que sólo era un integrante de un pequeño circo? La idea de buscar una salida a todo eso comenzaba a sonar agradable.


Como cosa hecha a propósito Bhel apareció el mismo día de la carta de Ellioth. No venía solo, traía entre manos todo un plan a seguir para intentar solucionar todo el problema. El plan era el siguiente:


En una semana, el circo partiría hacia Zhür. Según la carta de Ellioth y el mapa de Kali, las tropas bleizen ya se habían retirado de ahí y el arcano mayor Ethan, quien fue maestro de Bhel en otros tiempos, los protegería en Zhür como Bhel lo estaba haciendo en Kynthelig. Ethan había insistido en que el grupo se instalara en su pueblo, alegando que tenían cosas de qué hablar, que probablemente podría ayudar a solucionar el asunto de la mujer de la niebla.


Para que la partida fuera más fácil, los arcanos de la torre prepararían una copia del circo, una ilusión cuyo propósito era llamar la atención de la gente del Gremio para llevarlos lejos de Kynthelig, camino a Briah donde el ejército de Kali los esperaría para aniquilarlos. Bhel y Voriana se mantendrían en constante comunicación, para que en cuanto arreglaran las cosas con el gremio, por las buenas o por las malas, pudieran salir de Zhür sin problemas. Ya que eso sucediera, podrían preocuparse por el problema de Dahlia y Enör.


 


Pasada la cena y una vez que los invitados de aquella noche se habían ido, Dahlia se encontraba recostada en su cuarto viendo el colguije de la estrella que le permitía tocar las cosas en ese camarote e imaginándose cómo se vería el árbol que Ellioth nombraba en su carta cuando escuchó que alguien golpeaba su puerta.


−Soy yo, Dahlia, ¿puedo entrar? −dijo Bramms girando la perilla de la puerta desde afuera.


−¡Adelante! −dijo sentándose sobre la cama− ¿Qué sucede?


−¿Podemos ir a otro lugar? −dijo el joven de fuego mirando para otro lado y sonrojado


−¿Que tiene de malo aquí? −dijo ella buscándole la mirada− ¿Qué pasa?


−Tú sabes… hay… −dijo volteándola a ver unos segundos y luego desviando la mirada rápidamente− …muchos pájaros en el aire, pueden escuchar cosas.


−Bramms, es media madrugada, todos tus “pájaros” están dormidos. −dijo Dahlia riéndose de la actitud infantil que su amigo estaba teniendo.


−Sólo sígueme y no hagas ruido, ¿sí? −dijo él agarrando valor para sostenerle la mirada. No fueron muy lejos, de hecho, terminaron sentados en las gradas de la carpa principal. Dahlia había insistido todo el camino que le dijera qué sucedía que parecía ser de vital importancia, él solo le decía que esperara a que estuvieran en un lugar seguro de otros oídos. Realmente no sabía qué diferencia había entre la carpa y su camarote, cualquiera podría estar pasando por ahí por error y escuchar, pero decidió que si él se sentía lo suficientemente tranquilo como para contarle, lo dejaría seguir con su juego.


−Dahlia… ¿qué opinas de todo el plan de guerra? −dijo él con una mirada completamente diferente a la que tenía cuando llegó a su cuarto, se veía serio y decidido.


−Pues… ¿qué te puedo decir? −dijo ella viéndolo a los ojos sin entender por donde iba la conversación− Si eso va a ayudar a que podamos estar en paz, supongo que está bien, ¿no?


−Dahlia, prácticamente somos prisioneros hasta que arreglen ese asunto. Si es que lo llegan a arreglar. −dijo Bramms con un tono de tristeza mirando al suelo.


−¿A qué te refieres? −dijo ella, tratando una vez más de encontrarle la mirada.


−A que nos vamos a encerrar en no sé qué pueblito a esperar a que arreglen nuestros problemas. −dijo él con el mismo tono de voz


−Pues a mí tampoco se me hace justo, pero no se me ocurre ninguna otra cosa, ¿a ti sí?− dijo ella sentándose en el suelo para por fin encontrarle los ojos.


−Quería proponerte que… −se interrumpió para agarrar valor y verla a los ojos− que huyéramos. Que nos fuéramos de Angharad.


−¿Hay algo fuera de Angharad? –dijo sorprendida, nunca se le había ocurrido pensar en eso.


−¡Claro! Dos grandes continentes donde escondernos. −dijo el ser de fuego abriendo los brazos lo más que pudo, como si con eso pudiera explicar el tamaño de los continentes a donde pretendía que huyeran −Nunca nos encontrarían. ¿Qué dices?


−Ay Bramms… −dijo ahora ella desviando la mirada− No voy a negar que es muy tentador.


−¿Pero? −insistió el hombre de fuego.


−No podemos dejar sola a Voriana. −respondió la enöriana.


−Vamos… ¿no será más bien que te sentirías sola sin ella? −dijo sonando molesto por la respuesta.


−Pues me ha salvado la vida más de un par de veces. −dijo apenada.


−Yo puedo protegerte. −dijo él sonando seguro− Para mí eres una persona muy valiosa, no eres un fenómeno que hay que sobreproteger y esconder, tú mereces mucho más que eso.


−Bramms… −dijo con los ojos llorosos− Déjame pensarlo, ¿sí?


−¡El tiempo que quieras! −casi lo gritó con una sonrisa de oreja a oreja.


Salieron de la carpa sonriendo los dos después de platicar varias horas sobre su forma de ver todo lo que estaba sucediendo. Habían descubierto que los dos tenían ese humor acido para burlarse de los infortunios, lo cual había resultado en una buena tanda de carcajadas antes de dormir. Ya en su camarote, acompañada una vez más por el colguije en su ventana, recapituló una vez más lo que había sucedido esa noche, mientras el sueño llegaba. No es tan mala idea pensó, en realidad tenía sentimientos encontrados. No quería que, como habían dicho, alguien más resolviera sus problemas, tampoco quería volver a Enör y dejar atrás lo poco que había ganado. Pero irse con Bramms sería dejar todo atrás también. Luego llegó un sentimiento que pensó que ya había olvidado: Ellioth.


 


Los días pasaron tranquilos después de aquella noche. Las funciones iban sin contratiempos y Dahlia mantenía su mente ocupada con los detalles del circo para no pensar en la decisión que tenía que hacer. Durante el penúltimo festival, Voriana llegó a la pequeña carpa de Dahlia con un invitado que estaba interesado en conocerla: un maestro de la Torre que se hacía llamar Lazhward.


Cuando los dos entraron, vieron que la enöriana no tenía muy buena cara, acababa de ser traspasada por un par de visitantes. Diariamente, había más de una docena de curiosos que la hacían sentir el fenómeno más grande en existencia. Nunca pensó que se sentiría tan mal por eso. El circo la había hecho sentirse en casa, pero desde que empezaron las noches de festival, no podía evitarlo. Odiaba sentir que era la única de su especie, la hacía recordar todo lo que había dejado atrás.


No sabía el porqué, pero sentía que ese maestro la haría sentirse peor que todas las otras visitas juntas. Seguramente se querría meter en su maldición más lejos que los mocosos aficionados que la perseguían sólo para atravesarla con una mano y salir corriendo. Un arcano que quiere meter su nariz en lo que no le importa, para variar. Pensó. Aún así lo saludó con un intento desganado de amabilidad, esperando que Voriana no notara lo molesta que estaba.


−Si te molesta mi presencia, puedo irme −dijo el maestro tomando asiento frente a ella, contradiciendo con sus hechos lo que acababa de decir.


−Bueno, estaré con Karad si me necesitan. −interrumpió Voriana antes de que Dahlia pudiera decir cualquier cosa. Cerró la cortina y se fue sin esperar respuesta.


−No, no es eso. Perdón. −dijo la enöriana sin moverse de lugar, mirándolo un tanto seria− No ha sido un buen día.


−Te creo. Supongo que debe ser difícil estar en tu lugar. Voriana me ha contado un poco sobre ti. −le dijo con una sonrisa de simpatía− ¿Te puedo preguntar algo?


−Puedes preguntar lo que quieras, lo que no puedo asegurarte es que pueda o quiera responderte, supongo que dependerá de tu pregunta. −dijo molesta, ¿Por qué todos tenían que enterarse de su desgracia? ¿No podía ser sólo una mujer intangible sin ningún pasado oscuro y bizarro?


Lazhward no hizo ninguna cara ante la respuesta ruda que había recibido, ella supuso que tal vez la esperaba. Segundos después él habló:


−Antes que cualquier otra cosa, debo decirte que tienes todo mi respeto y admiración. Tienes una fuerza de voluntad impresionante. ¿Qué te mantiene aquí? En tu situación, yo hubiera salido corriendo a buscar el lugar al que pertenezco en cuanto me enterara de su existencia. La curiosidad por saber que pasó me comería vivo.


La enöriana lo miraba incrédula. El encuentro, era tal y como lo había imaginado ¿Por qué no podían dejar de que ella se preocupara de sus propios problemas? Pero no podía negar que de cierta manera, su comentario la había halagado.


−Gracias. –dijo secamente antes de pensar qué podría contestarle− No te voy a negar que no lo haya pensado mil veces. Irme por mi lado, buscar donde está mi gente y no volver a sentirme sola jamás.


−Pero… no estás sola. –dijo él con un dejo de tristeza− Tienes a Karad, a Voriana y a todos los demás.


−¿De qué sirve si no los puedo tocar fuera de mi maldito cuarto? Si no puedo estar realmente con ellos. −Dahlia se miró las manos con lágrimas en los ojos, tanto que se había esforzado por no decirlo desde aquél día que habló con Bramms sobre huir y tenía que llegar alguien a embarrárselo en la cara− ¿¡De qué sirve!?


−Pues… −tartamudeo Lazhward. Empezaba a sentirse mal por haberla hecho llorar, pero cómo arcano de la percepción, su intuición le decía que tenía que seguir hablando con ella.


−De qué sirve… si con quien quiero estar… −se interrumpió para tallarse los ojos limpiándose las lágrimas− …está buscando a otra, a alguien mejor que yo, alguien a quien sí puede tocar.


−¿Y dónde la está buscando? ¿Dónde está él? −preguntó Lazhward tratando de sacar más información.


−¡Yo qué sé! Buscándola entre las hojas del árbol de las almas supongo. −dijo sollozando− ¿Por qué no puedo olvidarlo? ¡Que alguien me lo borre de la memoria! Así como lo-que-sea que haya borrado a mi ciudad de mi mente… ¡que lo hagan con él!


−Dahlia… La gente saldrá de tu vida todo el tiempo, no debes detenerte en tu camino por ello. Son cosas que pasan, cambios necesarios; es inevitable. Seguir sin alguien importante es una de las pruebas más duras que hay, pero es imprescindible pasarla. Sólo sigue adelante con tu vida y no te olvides de lo que esa persona te hizo aprender.


 


Al escuchar esto, Dahlia paró de llorar instantáneamente. Como si lo que acabara de escuchar hubiera apretado un botón dentro de ella que la hizo tomar en cuenta las palabras del maestro que tenía enfrente.


−Crees… que… ¿debería intentar volver? −dijo ella mirándolo a los ojos− Buscar mi ciudad, sin rendirme, como él la está buscando a ella. ¿No sería eso aferrarme? Tú mismo acabas de decir que deje ir…


−No Dahlia, me entendiste mal. Ve a la ciudad sólo si te interesa saber qué ocurrió. Pon prioridades. ¿Qué es lo que más quieres? Tu interés más grande. −dijo el maestro respondiéndole la mirada.


−Pues hace unos meses creía que era saber de dónde venía y cómo regresar ahí. −dijo como si se arrepintiera de lo que estaba saliendo de su boca− pero ahora… ya no sé. Perdí el interés de volver cuando decidí unirme al circo. Pero ya no quiero ser intocable. Quiero saber que existo y me pueden tocar; recordar lo que se siente tocar a alguien sin necesidad de ayuda arcana.


−Pues… creo que la respuesta a eso sólo está en un lugar.


−¿¡Dónde!? −demandó la mujer


−En tu ciudad.


−Pero… no puedo abandonarlos. Soy parte de la obra. Me necesitan tanto como yo a ellos.


−Solo piénsalo −dijo Lazhward poniéndose de pie− Que tengas buenas noches.


Sin decir nada, lo dejó ir. En su cabeza una gran horda de engranes hacían girar  demasiadas cosas como para preocuparse por alguien que salía de su carpa. Después de digerir todo lo que había sucedido y poder detener un poco la velocidad de sus pensamientos, salió  de su carpa y se dirigió hacia donde estaban todos. Ya era tarde, la feria estaba cerrada y olía a comida deliciosa que podría probar más tarde en su camerino.


Después de cenar, los miembros del circo se fueron retirando uno a uno a sus respectivos cuartos. Debían descansar, ya que el siguiente día sería el último en Kynthelig. Sólo Dahlia y Voriana se quedaron en la mesa, platicaban sobre lo que Lazhward le había dicho. Para Dahlia, la opinión de Voriana se había convertido en algo mucho más grande que la opinión de una señora loca, sobre todo desde que el Viento había hablado con ella. Voriana sirvió un poco de comida en un plato y ambas se fueron al cuarto de la enöriana a terminar su plática.


Disfrutando de la comida, con el plato en las piernas, la adivina miraba a Dahlia con ojos de una madre que no sabía cómo ayudar a su hija.


−Cómo te dijimos el día que despertaste en este cuarto, eres libre de irte cuando quieras. −dijo tratando de sonar fuerte; pero por dentro estaba resquebrajándose.


−¡No te preocupes! −dijo sonriendo con un gran bocado en la boca− Si me fuera… terminaría volviendo días después. Mi vida está con ustedes.


−Lo sé, buenas noches, mi niña. −dijo la adivina sintiéndose feliz de lo que acababa de escuchar. Aunque sabía que si se iba, no regresaría. −Descansa, que mañana será un día largo.


Esa noche, como muchas otras, Dahlia se soñó en Enör, estaba una vez más sobre uno de los jardines flotantes. Esta vez no veía a nadie sobre él, pero podía escuchar gritos que venían de todas direcciones. Al acercarse a la orilla del jardín, extrañamente no había niebla, así que pudo observar la ciudad. Sintió escalofríos, Enör estaba llena de sombras. Sombras de seres que parecían tener la misma forma que ella. Se puso de pié y miró las ruinas del castillo, se sintió atraída por él. Satisfaciendo su curiosidad por lo desconocido caminó hacia él, tratando de ignorar el chirrido interminable que las sombras causaban.


Dentro del castillo todo parecía vacío. No sabía cómo podía haber vivido alguien en aquél lugar que parecía haber sido abandonado hace miles de años. Avanzó por los cuartos para encontrarlos todos igual de devastados, hasta que llegó al cuarto principal, el del trono y vio la silueta del niño que regularmente la acompañaba en aquellos sueños.


−¡Eodez! −gritó sin saber porqué.


La sombra sentada en el trono levantó la mirada en respuesta.


−No regreses, es horrible… esto no es por lo que luché. −Una voz muy grave provino de la sombra que asustó a Dahlia, no era la voz de su amigo.


−¿A dónde? −preguntó ella.


− Aquí…

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Published on April 20, 2016 10:38

April 10, 2016

Como un lienzo

Ante de empezar tengo que contarles que este cuento se desarrolla mucho antes de todo lo que sucede en La mujer detrás de la niebla.


Es un cuento que nació mucho antes de que escribiera todo lo que es aquella historia, antes de que fuera una novela llena de capítulos (y por esa razón lo pongo aparte), básicamente es la noche en que Elliot conoció a su mujer.


Sí, esa mujer.


Bueno, aquí va:



Como un lienzo


Provengo de Soleth, una ciudad sepultada mágicamente debajo de un lago, lugar natal que a mis ojos resulta más que nefasto. Esto es porque la gente allá es blanca, pero no de piel, sino de espíritu, son ­aburridos, vacíos, sin color. Fuera de que mantienen diferentes oficios que los caracterizan, todos son iguales, son como un lienzo antes de ser pintado. El problema es que todos esos lienzos jamás serán usados. Los habitantes de Soleth vivirán vacíos toda su existencia, abandonados en el desván, guardando polvo por la eternidad. El futuro de mi ciudad se mira igualmente desteñido, su gente nunca conocerá la amistad, la hermandad, el amor, ni todas esas cosas que he conocido aquí afuera, los colores que iluminan mi pintura, los que me han hecho lo que soy.


Es nuestra culpa que las cosas sean así en Soleth, o por lo menos eso dicen los sabios, quienes aseguran que por nuestra sangre corre la deuda de aquella traición al mundo y a nosotros mismos. Por si todavía se lo están preguntando, sí, así es, pertenezco a una raza maldita… ¿Cuál es la maldición? Que hemos borrado nuestro pasado, desapareció junto con nuestra memoria.


Cuando viví ahí dentro, hubo un tiempo en el que me interesó un detalle significativo: la gente en ese lugar siempre tiene el mismo semblante, el de “aquí no pasa nada”, o mejor dicho: estoy aburrido. Sin embargo, había ciertos momentos ocasionales en los que parecía que sí vivían. Observar lo que sucedía en esos instantes capturó por completo mi interés y de alguna manera afectaron mi memoria también, ya que nunca los olvidé. Puedo recordar todas y cada una de las veces que lo vi, era como si un brillo emergiera de su interior reviviendo a la persona en cuestión y segundos después una pequeña ala grisácea, aparecía en su espalda.


La pequeña ala se desplegaba y, al llegar a su punto máximo, se desmoronaba. Cual ceniza siendo arrastrada por el viento, al tratar de aferrarse se llevaba esa poca vida que el portador había recuperado. Esa ala gris es el sello de nuestra maldición. ¿Qué sucedió? No lo sé, nadie lo sabe ya… si nos enteramos de cualquier cosa relacionada a nuestro pasado, las cenizas vienen a llevarse el recuerdo. Pero mi interés y mi memoria crecieron junto conmigo, misteriosamente pude guardar celosamente las imágenes de esas alas haciendo lo suyo.  Pero averiguar el porqué de este olvido maldito fue una labor difícil, ya que, como les dije anteriormente, nadie sabe absolutamente nada más que lo necesario para poder sobrellevar su cotidianidad: su trabajo, hacer de comer, cuidar de su salud, relacionarse con personas afines -yo no podría llamarlas amistades-. Todo lo demás, es decir aquello que tiene que ver con trascender, es material para el olvido.


¿Acaso se necesitaba algo diferente para arquear naturalmente la boca hacia arriba? Algo que me motivara a hacerlo. A hacer eso que aquí afuera le llaman sonreír…  o por lo menos en las proyecciones de los tecno-magos así le llaman. Pero todos sabemos que todo lo que salga en ellas, es ficticio. Ahí todo es gris, la realidad tiene color. Aunque  si a esta ciudad le falta algo es precisamente eso. Tal vez nadie sepa en realidad  lo que  es el color, lo que ansío saber, quizá sólo sea un invento de alguien que pensaba como yo y encontró que lo podía plasmar en sus películas.


Conforme pasaba el tiempo, mi investigación tomó un curso curioso. Era una lucha entre el pedazo de condena que a mí me tocaba por ser un habitante de Soleth y mi terquedad que intentaba rebelarse. Debido a que provengo de una familia de médicos, solía tener acceso a muchas fuentes de información que sabían o podían saber muchas cosas. Varias veces me encontré leyendo algo o platicando con alguien y de repente las conversaciones cambiaban de rumbo sin sentido o explicación alguna. Al intentar recordar qué había hecho que cambiáramos de tema no encontraba nada, ni siquiera el por qué estaba hablando con esa persona. Pero todo lo que había logrado recordar antes de eso, seguía en mi mente. Así que podía regresar a lo que sí recordaba y retomar el camino recorrido sin volver a caer al olvido.


Así, llegué a la conclusión de que algo debe de existir más allá de la ciudad. Algo o alguien que me pueda enseñar lo que quiero y  no olvide lo que está diciendo a mitad de la conversación.  Con esa convicción en mente, me dispuse a buscar una salida de aquella ciudad que creía sellada. Tenía que existir en algún lado. Era lógico pensar que si llegaban cosas de fuera, por algún lugar tenían que entrar. Obviamente no era algo que algún vecino me pudiera decir y créanme que indagué hasta donde pude, mi decepción no pudo ser más grande cuando al hablar con varios de ellos ni siquiera sabían el significado de la palabra “Salida”.


Pero con todo y contratiempos, no tardé mucho en encontrarla… sólo era cuestión de caminar hasta que se acabara la ciudad y rodear todo el borde interior hasta encontrar un pasaje o algo por donde pudiera atravesar al otro lado. Al otro mundo. No tenía nada que perder, y sin saber si era un lugar completamente diferente a lo que hasta entonces conocía me embarqué en esta aventura, para descubrir un poco más tarde que mi ciudad natal me era casi tan desconocida como el mundo exterior.


Un día, mientras los pálidos habitantes de Soleth se sumían en sus labores cotidianas con el mismo aburrimiento, me fui con la esperanza de encontrar esa otra ciudad, ese lugar donde encontraría las respuestas a mis preguntas, a la intuición de que había algo más antes de esta maldición que nos habría sumido en el olvido. .


Atravesé las puertas de la ciudad y salí al aire libre. Afuera vislumbraba un cielo tan azul y tan grande como nunca lo había visto. Era casi aterrador. Toda mi vida había visto un gran lago arriba de nosotros, mi cielo estaba en constante movimiento todo el tiempo. Pero este era una gran plasta azul, sin una mancha, inmóvil, sereno. Tanta quietud estaba a punto de matarme. Aunque por un momento me absorbió la quietud del cielo y casi podía perderme en ella, lo que había frente a mí me sacó de mi abstracción. Había un cúmulo de árboles espesos que no me dejaban ver qué había más allá, así que avancé a través de ellos por mucho tiempo. Deambulé por ahí admirando el gran tamaño de la flora, buscando con qué alimentarme, durmiendo al lado de las cómodas raíces de los árboles que encontraba por ahí. A cada paso andado, el miedo al cielo se iba disipando, e incluso me parecían hermosas las manchas blancas que avanzaban sobre él como si trataran de cubrirlo. A veces me sentía perdida entre tantos árboles y plantas. Pero un par de días después encontré lo que me dio ánimos a seguir. Era un pequeño poblado, ¡por fin! Eran unas diez o doce casas tratando de mantenerse en pie como un niño que apenas está aprendiendo a caminar.


Al acercarme a los pocos pobladores que ahí habitaban noté un par de diferencias con la gente de mi raza, diferencias que en su inicio eran sólo físicas y que luego también eran psicológicas o de carácter. Sus cuerpos eran más grandes y llenitos, con orejas redondas. Los de mi raza somos de complexión pequeña y tenemos las orejas ligeramente picudas, del mismo tamaño que las de estos seres, pero picudas.


En Soleth somos más distantes, nunca nadie pone atención a los de su alrededor a menos que tenga algo que hacer o sacar provecho. No es como si por puro impulso le hablaran a una cara desconocida que poco habría de importarles, aunque fuera la persona perfecta para solucionar sus problemas. Esa persona a la que sólo necesitas decirle “hola” para que cambie tu vida. A veces me pregunto cómo es posible que nos reproduzcamos. Pero llegué a la conclusión que todo tiene el puro fin de continuar nuestra especie. De dejar alguien para que continué aquello  que dejamos pendiente o por el simple hecho de tener una razón de existir. Así es como ahora lo veo, me guío por pura intuición, la realidad es algo que todavía no se me presenta clara.  Traté de dejar de compararlos, de ver en qué más podrían ser diferentes. Si había logrado salir era para olvidarme de Soleth. Así que me dispuse a vagar por las pequeñas calles del pueblo y estudiar las motivaciones que la gente tiene ahí, que, al parecer son muchas más que las de mí aburrida ciudad donde nunca pasa nada. Hasta en ese pueblito que no corresponde en tamaño ni con una colonia de mi ciudad, solían pasar muchas más cosas de las que pasaban en todo Soleth.


Mientras me adentraba al pueblo, algunos se me quedaban viendo dejando de hacer lo que estuvieran haciendo. Otros sólo me hojeaban, me saludaban o mandaban una mueca y se protegían ellos mismos. Otros como si no quisieran verme, se daban cuenta de mi andar por sus calles y se metían en alguna casa, se ponían detrás de alguna vitrina y fingían no verme. Algunas veces me acercaba a los comercios para preguntar alguna indicación, pero nunca me respondían. Al principio creí que tal vez no hablábamos la misma lengua, pero si así fuera, ¿cómo era que yo sí entendía lo que decían? Fui ignorada más de un par de veces. Cómo si fuera un bicho raro al que temían. No era ningún dragón o demonio intentando comerme sus vidas. Sólo quería saber a qué se dedicaba ese pueblo. Sin entender qué pasaba, continué mi travesía y mi atención se fijó en un hombre de una de las últimas casas del pueblo.


Con un trazo de barba cerrada que delineaba su cara se encontraba detrás de un caballete con todo y bastidor. El bastidor estaba asentado frente a las escaleras de una pequeña casa y el hombre usaba de silla aquellas escaleras donde a su lado tenía una docena de tubitos de diferentes colores, usaba uno a la vez. Dejaba el que traía en la mano junto con los demás y agarraba otro para continuar lo que hacía en el lienzo que tenía enfrente.


Así estuve observándolo unos momentos como si fuera invisible. Ni siquiera una ligera mirada de él salió de la obra que estaba creando en esos momentos. Pero de todos aquellos habitantes tan distintos a mí, él era el único que tenía ese brillo en los ojos que buscaba. Quería ver qué estaba haciendo, qué lo mantenía tan ensimismado. Pero no podía esperar hasta que volteara, hasta que se diera cuenta que era observado y me invitara a acercarme. Así que me armé de valor y dejé que la curiosidad me diera un empujón.


A un par de pasos de distancia, el hombre volteó como si no tuviera nada mejor que hacer, cosa que a decir verdad me sorprendió ya que parecía totalmente sumergido en su trabajo.


– Ho… hola – dije por puro instinto sin saber qué más hacer.


– ¿Qué tal? – Me respondió indiferente – ¿Puedo ayudarte en algo?


– Perdón por interrumpir… Sólo quería… ¿puedo ver lo que está haciendo? Lo vi desde lejos y no pude evitar acercarme.


El pintor dejó el tubito que tenía en la mano junto con los demás y le dio media vuelta al caballete, dejando frente a mí su propia obra. Sólo había un par de trazos de diferentes colores sin forma y sin intención de tenerla. No era nada, estaba casi en blanco.


– Como veras aún no tengo nada.  – Dijo en voz baja, suspirando decepcionado-.No he hecho nada bueno en días. Esperaba que salir a pintar al aire libre me sirviera de inspiración, pero parece que el viento no me traerá nada el día de hoy. Lástima.


– Pues… me trajo a mí, pero yo no sé gran cosa y no tengo a donde ir. – le dije mirando hacia abajo, intentado esconder la mirada.


El hombre me miró y de sus labios brotó una pequeña sonrisa de esperanza. Se puso de pie, se acercó más animado y volvió a sonreír tomándome una mano. Debo confesar que me sorprendí de su cambio tan súbito ¿Fue mi culpa que se pusiera así? Esperando que no o mejor dicho, que no fuera nada malo, intenté sonreír de vuelta.


– ¡Mira!, después de todo parece que sí trajo algo interesante. ¿Te gustaría quedarte un rato a tomar algo? Podría traer dos tazas de café y sentarnos a platicar aquí en las escaleras si no  quieres entrar.


En ese momento, algo empezó a dar muchas vueltas dentro de mí, como un niño emocionado con un regalo sin abrir, no me dejaba pensar con claridad. Fue como si el deseo por aprender se transformara en un impulso que cobró vida propia y contestó en su nombre sin mi consentimiento-. Sí, sí quiero, ¡me encantaría!


De dónde diablos salió esa respuesta, no sé, pero la curiosidad de platicar con alguien con verdadera memoria era avasalladora y la gente de aquél pueblo no había sido precisamente amigable.


El hombre había entrado para salir de su casa con dos tazas. Era de mi estatura, lo cual lo hace bastante promedio, aunque tal vez un poco chaparro para los pocos que había visto de su raza. Pero era corpulento y tal vez un poco relleno. Pelo castaño, corto y lacio. Vestido con unos pantalones de color tierra y una camisa verde que contrastaban con el mandil negro con el que había estado pintando antes de que llegara a interrumpir.


Antes de sentarse me ofreció una de las tazas y volvió a sonreír.  Me senté a su lado y le di unos sorbos a la oscura bebida amarga que me ofreció. Al sentir su sabor en mi boca, recordé que en casa solían beberla con frecuencia sin saber qué era, ahora lo sé, le llaman simplemente;  café.


– Así que… cuéntame, ¿qué haces aquí? ¿No estás buscando problemas verdad? -Dijo él sacándome de mis recuerdos, – ¡No! O bueno… eso creo… -dije dudando de si hablar me traería problemas.


– ¿Eso crees? -Dijo él curioso- ¿Cómo puedes no saber?


– Pues… es una historia larga, no sé por dónde comenzar.


Hilando toda la historia que estaba a punto de contarle, descubrí que no había olvidado nada desde que salí. Los recuerdos estaban intactos. La tarde se nos fue como agua entre las manos. El tiempo transcurrió entre mis palabras, la suyas, carcajadas porque la gente no supiera qué era una salida y varias preguntas que no supe contestar. Así la noche llegó. Con ella interrumpimos nuestra conversación para ayudarle a meter todo su material dentro de la casa y continuar la conversación dentro debido al frio.  Descubrí que el cielo inmóvil, con manchas blancas que ahora sé que son nubes, de noche se torna casi negro y miles de puntitos brillantes lo adornan. Esto me gusta mucho más que cuando el cielo se pone azul, no siento que se vaya a caer en cualquier momento sobre nosotros.


– Por cierto, si no vas a regresar, ¿Dónde pasaras la noche? ¿Quieres quedarte aquí? Puedo prepararte un lugar donde dormir en la sala. El sillón es bastante cómodo. O podrías dormir en cama si quieres y yo duermo en el sillón, cómo tú quieras. No sería recomendable que te quedaras fuera. Hace frio y la gente de este lugar no confía mucho en los de tu raza como ya te habrás dado cuenta. -Dijo el pintor.


– No quiero molestar, pero tal vez te tome la palabra. Como dices, eres la única persona amigable con la que me he podido acercar desde que salí. ¿Por qué son así? Yo pensaba que sólo en mi ciudad temíamos a los extraños. -Le contesté un poco intrigada a  su amable invitación.


– Porque tú no eres la primera en salir de ahí. Han salido muchísimos y más de la mitad, no han traído más que problemas a este pueblo. Ha habido contadas excepciones que se van a negociar a las ciudades grandes o a viajar como un par de ermitaños que me tocó conocer hace tiempo y ahora viven cerca de Zhür. Son gente buena y honrada, que como tú, quieren conocer el mundo y no quieren más problemas. Pero con los antecedentes de tu raza, en algunos lugares como este, te será un poco difícil hacer que te escuchen. -Dijo el pintor mientras dejaba las tazas en la cocina para ser lavadas-. ¿Podrías traerme el par de platos que están en la mesa?


Le llevé los platos caminando hacía su cocina con cuidado de no tirarlos o estropear algo. En el camino mi vista se topó un poco de comida en la alacena que se encuentra frente al lavadero donde estaba limpiando las tazas y mi estómago puso más atención en ella que mi mente en digerir lo que me acababan de contar.


– Oye, me… ¿me invitas a tener la comida de noche? – le dije al entregarle las tazas, todavía con un poco de timidez.


– ¿Comida de noche? -Dijo carcajeándose-. Aquí se llama cena. Sólo termino de lavar esto y te doy algo de cenar con mucho gusto.


– Gracias. -Dije sintiendo cómo mis mejillas se ponían cada vez más calientes y rojas- Y… este… perdón por todo lo que mi gente haya causado. Son unos idiotas que no saben nada, más que yo.


El hombre dejó la taza y me volteó a ver con una cara que fácilmente podría decir que estaba a punto de llorar, pero su mirada me mostraba que no estaba triste.  Me dio un fuerte abrazo y me dijo mirándome a los ojos:


– No eres idiota… ¡Eres tan pura e inocente como un lienzo en blanco! No eres para nada como los demás de los tuyos que he conocido. Por favor no dejes que malas manos te pinten.  -dijo suspirando con ansiedad-. Por cierto, me llamo Ellioth, ¿y tú?


Esa era otra pregunta que me iba a costar mucho trabajo contestar.


– ¡Qué nombre tan corto! En Soleth nos nombran según el lugar donde vivimos, de esta forma siempre recordamos el camino a casa. Yo por ejemplo soy hija ala blanca debajo del puente del rio medio. Pero ya estoy fuera de ahí… no quiero que me llames así. Así que… no tengo nombre.


– ¿Y cómo te gustaría llamarte? -dijo él bastante interesado.


– ¿Puedo escogerlo?


– Sí, escoge uno o invéntalo, como tú quieras.


– Uuumm… –  Pensé por unos momentos. Tenía que ser un nombre que pudiera recordar fácil. Que significara algo. Dejé que el impulso que me llevó a aceptar su taza de café me indicara el nombre correcto. No tardó nada en encontrarlo, casi podría decir que ya lo tenía listo para cuando preguntara por él.


– Alieth. -Le dije bastante decidida.


– ¿Alieth? -Me miró con mucha expectación a la respuesta.


– Sí, es un nombre que me recuerda a ti y que se parece al primer nombre que conocí estando fuera. Será un bonito nombre.


– Ya lo es, sin duda lo es.

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Published on April 10, 2016 20:19