Óscar Contardo's Blog, page 22
December 11, 2017
La última semana del pugilato
Esta semana va a ser recordada por siempre en la historia política chilena. Lo que parecía una segunda vuelta aburrida se ha convertido en un embrollo con campañas del terror y acusaciones de todo tipo. La escasez de datos fiables que permitan hacer una predicción de los resultados hace aún más erráticos los comportamientos de los comandos. Todo puede pasar.
Nadie quiere aventurar públicamente un resultado, a diferencia de la vez anterior, donde los medios estaban llenos de pronósticos hechos por los analistas de la plaza. Pero hay algunos datos que, si se exprimen con cuidado, hablan de qué esperar el próximo domingo.
Uno de ellos es la cantidad de votos que cada candidato debe reunir. Las segundas vueltas son un ejercicio de captura de nuevos electores. Quienes votaron por Guillier o Piñera el pasado 19 de noviembre no querrán dejar de ser actores en la serie de televisión que se ha convertido la segunda vuelta. El gran problema consiste en capturar a los que votaron por otros y los que se quedaron en la casa.
Según un análisis publicado por el chat conversacional de noticias Labot, la mayor dificultad es para el senador por Antofagasta. Si votan los mismos que lo hicieron en primera vuelta, tendría que conseguirse 1 millón ochocientos mil votos para ganarle a Piñera. Esto es mucho más de lo que obtuvo en primera vuelta. En contraste, a Piñera le faltan pocos para llegar a la mitad más uno. En términos de proporciones, por cada voto adicional que se consigue el candidato de la derecha, el de la Nueva Mayoría debe buscar tres. Muchos en la izquierda, incluyendo el gobierno, creen que el antipiñerismo puede llevar más gente a votar, pero olvidan que por muchos errores que cometa, el ex presidente no va a perder los votos que ya tiene o los que le sumó Kast.
El bolsón de votos más interesante para Guillier son los del Frente Amplio en la Región Metropolitana, y sobre todo, como en los Juegos del Hambre, en el distrito 12. El apoyo de la Sinsajo ayuda mucho, pero no garantiza el traspaso. Las redes territoriales en realidad las maneja el “Bromance”, como se denominan a sí mismos los diputados Jackson y Boric. Y en ninguno de los dos se ve mayor pasión por mover su infantería a favor del senador por Antofagasta.
Esto podría haber sido un desastre para la Nueva Mayoría si no fuera por la gran ayuda por parte del comando de Chile Vamos. Su estrategia ha sido polarizar la elección e insultar al gobierno, al sistema electoral, a los migrantes, a “Joven y Alocada” y a las personas transexuales, entre otra larga lista de estridencias. Tanto trumpismo motiva a electores de izquierda a abandonar sus remilgos hacia la Nueva Mayoría y apoyar a Guillier. Piñera no les ha sacado el jugo a los rostros moderados que han ido a apoyarlo. Como símbolo de lo que realmente pasa por su cabeza, en el acto donde varios de ellos fueron a apoyarlo -incluyendo al prestigiado ex ministro Alejandro Jadresic- ocupó la tribuna de ese espacio para comparar a Guillier con Maduro.
La Moneda ha sido, contrario al sentimiento que primaba en el invierno de centrarse en el legado de la Presidenta, un factor en esta campaña. En una entrevista reciente a este medio, el candidato de Chile Vamos se queja amargamente de ello. El problema es que fue su propia campaña antirreformas la que convenció a la Presidenta de que con la foto de devolución de la banda presidencial no había legado que valiera; pues Piñera en la Moneda se iba a dedicar a desmantelar, tornillo por tornillo, su gestión. Por ello, y no por simpatías a Guillier, La Moneda entró en la batalla. Se anotará entre la larga lista de errores de la campaña de la derecha haber despertado a la leona dormida.
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La política por sobre las políticas públicas
Se ha discutido sobre la conveniencia de modificar el régimen de urgencias en el proceso legislativo, particularmente entre la primera y la segunda vuelta presidencial. ¿Tiene sentido ponerle suma urgencia a un proyecto de ley incompleto y con falta de consenso “para sacar al pizarrón” al adversario político?
Lamentablemente, no se ha logrado llegar a un acuerdo respecto a este tema y, honestamente, es difícil lograrlo. ¿Quién podría dirimir cuál proyecto de ley tiene mérito público para su discusión y cuál responde a un oportunismo político?
En inglés hay una buena distinción entre politics (política) y policy (política pública). El primer término hace referencia al ejercicio del poder y al debate entre quienes lo ostentan o pretenden hacerlo. El segundo, a un curso de acción para la solución de un problema público, para lo cual se definen objetivos, metas, instituciones y mecanismos, entre otros.
Evidentemente, la política pública se formula en un contexto político donde hay ideología y temporalidades, pero idealmente también debe incorporar evidencia, coherencia, eficiencia y capacidad de implementación.
El programa del actual gobierno, presentado en octubre de 2013, ya establecía una reforma a la educación superior: modernizando la institucionalidad pública, creando la Subsecretaría de Educación Superior, una Superintendencia de Educación Superior, una Agencia de Calidad de la Educación Superior, la gratuidad universal (parcial al 70% más vulnerable de la población) y un nuevo sistema de acreditación. En julio de 2015 el Mineduc presentó un documento titulado “Bases para una Reforma de la Educación Superior”, el cual fue posteriormente desechado por la autoridad. En febrero y marzo de 2016 se presentó “Minutas sobre la reforma” que planteaba nuevas miradas sobre esta reforma. Posteriormente, en julio de 2016, el gobierno presentó un proyecto de ley de Educación Superior que tuvo una mala recepción y en la práctica perdió su respaldo político. En octubre de 2016, la autoridad difunde un “Protocolo de rediseño de la reforma” con nuevos elementos. Finalmente, en abril de 2017 el ejecutivo introduce una indicación sustitutiva que cambia completamente el proyecto ingresado nueve meses antes, que en la práctica tampoco implica modificaciones estructurales, pero sí elimina lo referido a Educación Superior Estatal, que se incorpora en un nuevo proyecto de ley que, por lo demás, no logró dejar contento a ninguno de los actores del sistema de educación superior.
En suma, a pesar de todo este proceso de definiciones e indefiniciones, idas y vueltas, desconocimiento, falta de consenso y recursos insuficientes, se llega a que, por tercera vez, una de las políticas icónicas de la administración se vuelve a implementar por la vía de la glosa presupuestaria de la partida del Ministerio de Educación en la Ley de Presupuestos.
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El derecho a la ciudad
*Esta columna fue escrita junto a Genaro Cuadros, equipo programático de Guillier.
Es verdad, existen muchos lugares comunes sobre la ciudad en el debate presidencial. Todos estamos por acabar con los campamentos, la sustentabilidad, por mejor convivencia vial, por ciudades inteligentes y sin violencia. Pero otra cosa es garantizar que se cumplan, porque todas ellas disputan el mismo suelo y el mismo espacio público. Allí está la decisión, y la diferencia entre Piñera y Guillier.
Mientras la nueva Política Nacional de Desarrollo Urbano era debatida en la comisión convocada por el expresidente, su ministro confrontó a decanos de universidades y al Colegio de Arquitectos, señalando “sobre mi cadáver incluiremos una política de suelo”, y resulta que para tener parques, plazas, equipamientos e infraestructura adecuadas, así como para disponer de una movilidad sustentable, barrios y viviendas sociales bien localizados con accesos a los beneficios de la ciudad, es necesaria más gestión pública de suelo.
Para una mejor ciudad se requiere garantizar constitucionalmente la función social del suelo hoy debilitada, donde se establezca el derecho a la vivienda y a la ciudad, para lo cual se necesita una nueva Constitución que lo consagre, lo demás es música.
Es por eso que es necesario profundizar la mirada integral de movilidad y ciudad, el enfoque inclusivo y el acceso a beneficios garantizados, al mismo tiempo que elegir al gobernante de nuestras regiones, que constituyen un cambio de paradigma, que ha animado la Presidenta Bachelet. Allí están la elaboración de una política de suelo; la ley del 7% de aportes al espacio público, la de transparencia de suelo y la de convivencia vial que los senadores de derecha se niegan a apoyar.
Guillier mira la ciudad y su enorme potencial con optimismo. Los planes de ciudad son una buena oportunidad para contar con la participación activa y temprana de la ciudadanía. Los grandes proyectos urbanos deben respetar a los vecinos, y las autoridades deben defenderlos de abusos que enfrentan diariamente con la creatividad destructiva del mercado sin gobierno.
Su programa propone implementar Planes de Ciudad desde el territorio que sean el resultado de un Pacto Social de confianza y una visión compartida con cada barrio, comuna y ciudad. Se trata de un Contrato de Ciudad que garantice viabilidad financiera con acuerdos de ciudadanía, empresas y servicios públicos. Que aborde la provisión de vivienda y bienes públicos, garantizando transporte público y movilidad de calidad.
Para su implementación convocaremos a profesionales de todo el país a una Misión Ciudad, un programa nacional de servicio al país para transferencia técnica dirigido por nuestros principales arquitectos e ingenieros urbanistas para dotar de capacidades técnicas que permitan implementar los proyectos estratégicos de los Contratos de Ciudad.
Chile requiere un Presidente que sepa escuchar. Guillier representa el derecho a la ciudad que queremos, una más justa para tod@s.
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Los números de la segunda vuelta
La sociedad chilena habló el 19 de noviembre, y lo hizo en forma muy sorpresiva: La clase media se movilizó y se transformó en el grupo determinante, los jóvenes mostraron un nuevo protagonismo, los grupos populares por contraste se desmovilizaron y una contundente mayoría de ellos se expresó negativamente quedándose en la casa. Nada de esto estaba previsto.
Ahora enfrentamos una segunda vuelta, nunca antes tan incierta. Es que en ninguna ocasión, desde el retorno a la democracia, las dos primeras mayorías de la fase inicial habían concitado tan escasa votación (en números absolutos). La votación combinada de Guillier y Piñera de primera vuelta no supera 3,9 millones de sufragios. Esto es apenas 27% del padrón total. Así, el resultado final depende ahora de lo que haga este domingo un grupo diferente y mucho más numeroso que el anterior: más de 10 millones de ciudadanos que optaron en la fase anterior por no votar ni por Guillier ni por Piñera. De éstos, 2,8 millones son los que decidieron por alguna otra de las alternativas en la papeleta; y el resto, una gran masa de 7,6 millones, que decidió no ir a votar, pero que esta vez sí podría hacerlo.
Es una elección y una campaña enteramente nuevas, literalmente son nuevos electores, donde el ganador entre Piñera y Guillier será quien logre atraer y movilizar a las urnas a este inmenso grupo que, a no olvidar, ya optó antes por alternativas diferentes.
La tarea es difícil e improbable para ambos. Convengamos dos supuestos razonables: Que el número de votantes se mantendrá constante, y que quienes ya votaron por Piñera o Guillier en primera ronda volverán a hacerlo en la segunda. (De acuerdo, ambos supuestos podrían discutirse). En estas condiciones, Piñera requiere 900 mil votos adicionales a los 2,4 millones que ya obtuvo. Esta cifra es muy superior a todo el voto de Kast (520 mil aprox.), por lo que requiere una cantidad no despreciable de electores adicionales que deben aparecer ya sea de votantes de otros candidatos diferentes a Kast, o personas que no votaron en primera fase. Sabemos algo inquietante de estos votantes indispensables: No se entusiasmaron con el Piñera de primera vuelta.
Para Guillier la tarea parece aún más dificultuosa. A los 1,5 millones que obtuvo en primera vuelta, tiene que agregar 1,8 millones de personas adicionales que, al igual que en el caso anterior, ya optaron por alternativas diferentes, incluyendo no ir a votar. El abanderado oficialista debe más que duplicar su votación anterior apelando a un mundo de electores para quienes, tambien inquietantemente, Guillier no fue su primera opción.
Ninguna de las candidaturas estaba preparada para este escenario. El fondo y la forma de las campañas en la segunda vuelta ha sido tosco, improvisado, lleno de errores. La sorpresa parece campear en comandos y candidatos, golpeados por un resultado que estuvo muy por debajo de las expectativas. ¿Quién será capaz de convocar a esos sectores medios esperanzados pero también inseguros? ¿Quién convocará a esos jóvenes que rechazaron la forma tradicional de hacer política? ¿Quién será capaz de movilizar a los más pobres que masivamente se abstuvieron?
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¿Hacia dónde va Chile?
Es impresionante como los países cambian después de una elección democrática. Se expresa la voz del pueblo. No la de las encuestas, ni de los liderazgos, ni de los candidatos. El cambio es mayor cuando los resultados son diferentes a los esperados. ¿Cómo entender lo que las urnas expresaron? Aunque cada uno intente llevar agua a su molino, un esfuerzo serio por interpretar lo que los chilenos están demandando, requiere de un distanciamiento imposible entre la primera y la segunda vuelta presidencial.
Pero hay cosas que se manifiestan con más claridad. Por ejemplo, una creciente polarización. Con más opciones que en el binominal, un porcentaje importante se desplazó hacia los extremos. La izquierda se izquierdizó con el Frente Amplio que, con una votación similar a MEO el 2009, conquista una posición relevante en el Congreso con un discurso rupturista, aunque su conglomerado y su votación sean heterogéneos. Por su parte, la derecha se dividió en dos, un sector que se desplaza hacia una derecha extrema (José Antonio Kast y la mayoría UDI), y otro creciendo hacia el centro (RN y Evópolis). En este contexto, el centro político prácticamente desapareció. El intento de Carolina Goic y la Democracia Cristiana de representarlo, sufrió un duro revés. Entre otras razones, porque no contó con el apoyo incondicional de su partido -más bien al contrario-, porque Goic no era conocida y solo fue logrando un discurso coherente hacia el final. Añádase que la marca Democracia Cristiana está desprestigiada (como la de otros partidos tradicionales), identificada con corrupción, divisiones internas, apego al poder. Muchos candidatos jóvenes y valiosos de estos partidos, no fueron elegidos, mientras aquellos vinculados a movimientos nuevos, sí lo fueron.
Hoy nos encontramos con la campaña presidencial más incierta y polarizada desde el retorno a la democracia. El futuro no es auspicioso si perdura este clima de confrontación, agrandado por los discursos de los candidatos. Desaciertos como “meterle la mano al bolsillo de los ricos” o el cuestionamiento a la limpieza del proceso electoral, han debido hacerlos retroceder, pero las palabras quedan. Tampoco son un buen presagio el listado de ofertas cercanas al populismo y menos, los temas ausentes, mientras el gobierno busca que esta elección sea el plebiscito sobre sus reformas. No contribuye una Democracia Cristiana que apoyó rauda al senador Guillier sin condiciones, descartando contribuir a la gobernabilidad, para mantenerse en la intrascendencia.
El país dividido en dos entre los que votan, mientras la mitad se margina; los acuerdos concebidos como algo oprobioso; la intolerancia y la arrogancia de quienes se sienten dueños del progresismo, por un lado, y del crecimiento económico por el otro, solo nos pueden llevar a un país que termine definitivamente entrampado en su desarrollo. Así no se construye un buen futuro.
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December 10, 2017
El oficio de saber
No podemos negar que el final estuvo entretenido. La presión de Unión Española ganando su partido trasladaba toda la atención sobre un Colo Colo irresoluto en Concepción. Hasta que los albos se acordaron de su carácter y sacaron un partido adelante. Con un penal inexistente a mi juicio en el primer gol, pero con oficio y carácter para terminar encerrando a Huachipato.
¿Cuáles son los atributos de este equipo? Son varios y distintos. Los individuales están a la vista. Valdivia será, para muchos, el mejor del torneo. Se insertó muy rápido en un fondo de juego aprendido y aportó su desequilibrio. Cuando Paredes no apareció sí lo hizo Octavio Riveros, qué pasó de estar totalmente cortado a ser una de las grandes vedettes de Colo Colo.
Hay que sumar a Orion y Barroso también. Sin embargo hay un nombre propio que es el gran artífice del poder colectivo albo. Es Jaime Valdés, que a sus 36 años, sigue marcando el ritmo del equipo, tomando decisiones dentro de la cancha. Es probablemente el jugador más importante que tienen hoy los de Macul.
Pero hay otros atributos que necesita un equipo, de manera indefectible, si quiere ser campeón. Además de tener un fondo de juego que le permita atacar (que no es lo mismo que salir a no perder), se necesita un carácter especial. No sólo para ganar los clásicos (que sí ganó esta temporada), también para los partidos enredados. Esos donde la presión te empieza a comer por dentro hasta que colectivamente encuentras el ángulo de solución. Recuerdo el partido frente Wanderers, Curicó y el mismo Huachipato.
Ganar cuando todo parece nublado se te puede dar en alguna oportunidad. Pero no siempre. Y los albos supieron hacerlo.
Es tentador acostumbrarse a ganar con más oficio que fútbol, con más categoría que fondo. Pero el desafío es afuera, para Colo Colo y todos los clasificados la responsabilidad es enorme.
Por hoy el equipo de Guede ganó cuando tenía que ganar. Bien o mal supo ganar cuando otros, que tenían que hacerlo, no supieron cómo. Para nuestro torneo, es más que suficiente.
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En blanco
Que Beatriz Sánchez haya tenido que recurrir a un pretexto burdo -el magnificado asunto de los votos marcados de Piñera- para justificar que va votar por Alejandro Guillier, muestra que anunciarlo le provocaba serios costos, no ante el ciudadano común, sino que ante los dirigentes y bases más ideologizadas del Frente Amplio (FA).
Si bien he planteado que el FA se resiste a votar por Guillier por motivos tácticos, ahora pienso que quizás la razón es que votar por él sería permitir que haya gobierno y dar gobernabilidad, o sea, que el país siga adelante, lo que es inconsistente con sus propósitos refundacionales.
Para cambiar de opinión, tengo en vista una reforma constitucional presentada por los diputados Jackson y Boric “para reconocer validez al voto en blanco” en las elecciones presidenciales. Parece un gustito inocuo, pero el efecto que el voto blanco se compute como válido en ellas, según la reforma, sería que: “Si en la elección de Presidente de la República el voto blanco obtuviere más sufragios que cualquiera de los candidatos, deberá repetirse por una sola vez la votación y no podrán presentarse los mismos candidatos”. Esto se aplica tanto a la primera vuelta como a la segunda.
Sucede que en la reciente primera vuelta, hubo dos candidatos (Navarro y Artés) que obtuvieron menos votos que los blancos (0,59%) y si estuviere vigente esa reforma, habría que repetir la votación con otros candidatos, no obstante que el 98,44% de los sufragios manifestó preferencia por uno de los ocho que se presentaron, que quedarían excluidos. Más aún, con esa norma pudiera lograrse el fracaso de la segunda vuelta, incluso si uno de los dos candidatos obtuviere la mayoría absoluta, si el FA obtuviere que los votos blancos superaran a los que obtenga el segundo.
Todo ello, sin que la reforma explique cómo se haría para llevar a cabo una nueva elección con candidatos hoy desconocidos, lo que probablemente haría necesario primarias para seleccionarlos, y una potencial segunda vuelta, si son más de dos y ninguno tiene mayoría absoluta en la primera, antes del 11 de marzo próximo, cuando se acaba el actual gobierno. Es que parece no importar, lo relevante sería que la protesta y el descontento tengan un cauce de expresión -el voto blanco-, incluso si eso significa que no haya gobierno ni gobernabilidad.
Alguien podrá salir en defensa de los diputados, diciendo que la idea es buena pero fue mal plasmada y que habría que corregirla. Eso, a lo menos, habla mal de su capacidad como legisladores, cuando ya llevan cuatro años en la pega, y que por realizarla bien reciben dieta y fondos para costear asesorías. Pero cabe sospechar que no es un error, que el voto blanco que pretenden validar es el camino diseñado para que la minoría descontenta pueda obstruir el avance del país y dejarlo en blanco, para luego moldearlo a su gusto. Eso sí que es ser “contra mayoritario”, el supuesto pecado de la Constitución que pretenden reformar.
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Semana eterna
A siete días de resolverse la elección presidencial, se mantiene la incertidumbre sobre su resultado. El nerviosismo se refleja en el rostro de los protagonistas y sus colaboradores, como también se demuestra en sus vacilaciones y errores de las últimas semanas. En un ambiente apretado, donde cada voto cuenta más que nunca, todos saben que el balotaje podría decidirse menos a favor del candidato con más aciertos y sí más contra el aspirante que cometa mayores equivocaciones.
Se trata, además, de un proceso marcado por la asimetría de las expectativas. Después de que todos daban a Piñera como seguro triunfador y Guillier era sindicado como el símbolo de la estrepitosa derrota oficialista, el solo hecho de que se haya instalado un proceso competitivo se transformó en una pesada mochila para el primero y en una inyección de optimismo para el segundo. Es por eso, y pese a que estamos en presencia de los mismos candidatos, con similares propuestas y despliegue comunicacional, que tanto la prensa como la opinión pública los perciben ahora de manera diferente.
Otro rasgo a destacar en este segundo proceso, es su carácter eminentemente emocional. Confirmando que lo más objetivo de la política es justamente su dimensión subjetiva, hoy más que nunca las emociones juegan un rol estelar en la decisión que adoptarán los ciudadanos, y muy especialmente en la capacidad para movilizarlos ese día. En la discusión ya poco importan el programa o las medidas, y menos todavía la racionalidad de sesudos análisis económicos o sociales. Lo que se instaló sobre la mesa son los símbolos e imágenes, que representan conceptos como esperanza, miedo, confianza, empatía, capacidad y voluntad.
Es la propia Presidenta de la República quien mejor ha entendido esta cuestión y así lo hizo ver en las últimas semanas. Azuzada por un renovado aire a consecuencia de la mejor evaluación de su gobierno, ha querido responder a la pregunta de qué se decide la próxima semana. En efecto, en un escenario de mayor polarización, y donde paradojalmente nuestra política se hizo más binaria que nunca, ella se instaló como la barrera que divide a los que están de uno y otro lado. Así entonces, el balotaje es también un plebiscito sobre la inspiración política que animó su administración en general, y sobre el sentido y profundidad de las reformas implementadas en particular.
A días de la elección, y ya que se trata de una variable decisiva para determinar quién será el próximo Presidente de la República, la mayor interrogante es saber cuánto más, o menos, será la participación electoral comparada con la primera vuelta. Y aunque a estas alturas ya no me atrevo a apostar, sí creo que se consolidó la idea de que nos jugamos algo muy relevante.
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Las dos opciones
Es realmente deprimente nuestra política nacional. Después de 40 años, al parecer no hemos aprendido nada de nuestra historia. Estamos exactamente en las mismas discusiones del país de finales de los 60, que ya sabemos tuvo un muy mal final. En ese entonces se hablaba de los vicios de la “politiquería”, y ésta estaba muy desprestigiada. Esa clase política no logró ponerse de acuerdo y tuvimos un quiebre mayor. En la política polarizada, odiosa, descalificante que tenemos hoy, luego de la retroexcavadora, a mí no me interesa participar. Solo estoy disponible para actividades que lleven a entendimientos y acuerdos.
En una semana más se vota la segunda vuelta con dos grandes opciones para el país. Una es la continuación del actual gobierno, que tiene triunfos ideológicos pero a costa del deterioro general del país. Las cosas se han hecho técnicamente muy mal en los últimos cuatro años. La diferencia es que cuando Bachelet asumió su segundo mandato, el país estaba muy bien parado económicamente. Hoy, con la presión de la izquierda dura y el nuevo Frente Amplio, se habla de reformas aun más severas y peor pensadas, en un país que ya no tiene los recursos de entonces. La resaca de la farra se acumula. Más de 100.000 empleados fiscales que no eran necesarios, un lastre enorme del Transantiago, un bono marzo a perpetuidad que es casi mayor a lo que se ha gastado en gratuidad. La nueva deuda pública impone pago de intereses que no estaban considerados, decenas de millones de dólares se han destinado para tapar la mala gestión de TVN, una reforma tributaria vergonzosamente mal hecha, que básicamente afectó la inversión y el crecimiento, crisis de magnitud en el Sename, deterioro de la salud pública, crisis permanente de gabinete, y tantas otras cosas.
Qué es lo que ofrece Guillier, que en mi opinión no tiene las competencias mínimas ni la experiencia necesaria para gobernar. Ofrece básicamente más gasto, condonación del CAE, nueva Constitución, más impuestos -incluso probablemente al patrimonio-, y terminar las AFP. Y acarrea el eslogan de la economía extractivista que cambiará finalmente porque se pondrá más valor agregado. Una idea más vieja que el hilo negro, que no ha sido fácil hasta aquí y que Guillier no explica cómo lo haría. Dicho escenario es muy dificil, fundamentalmente por la polarización a la que siempre lleva la izquierda de manera doctrinaria.
Por otro lado, Piñera esencialmente ofrece un gobierno republicano de muy buena gestión. No ofrece cosas grandilocuentes ni utopias, y tiene como aval su gestión anterior, en que sin lugar a dudas dejó un país mejor que el que recibió. Eso no significa que no hubo errores. Pero lo más importante a mi juicio, es que al menos en la oferta, está un país de unidad, de acuerdos, de tolerancia. Piñera ofrece la opción más de centro hoy disponible. La DC está en vías de desaparición, y su sector de centro ha sido desplazado del partido. Ciudadanos y Amplitud no lo lograron en las urnas. El nuevo centro del país se aglutinará alrededor de Evópoli y el PRI, que ofrecen una nueva perspectiva política adecuada para este siglo.
Especialmente importante es la propuesta de Piñera en salud, basada en las nuevas tecnologías y un mejor uso de los cuantiosos recursos que se destinan al sector. Es inconcebible que a la fecha no tengamos una ficha electrónica de los pacientes públicos, casi nada de telemedicina, ni motores de big data al servicio de los pacientes.
En fin, la politiquería ya es un desagrado al menos para quienes nos dedicamos a opinar. No vamos por buen camino, volvemos al pasado que nos divide y nos polariza. Basta ya del discurso “ellos” que se da en ambos lados, y que da la impresión de que fueran excluyentes y no conciudadanos. La solución no está ni a la derecha ni a la izquierda sino hacia adelante. Ojalá lo entendieran.
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La línea divisoria
Un fantasma recorre nuevamente nuestra convivencia política y esta elección presidencial ha venido a ser su epifanía: un espectro de resentimiento, de intolerancia y polarización, que refuerza un estado de ánimo donde los acuerdos programáticos se hacen cada vez más inviables. En paralelo, el surco de desconfianza que hoy separa a los votantes de uno y otro sector se alimenta del único factor transversal que todavía parece subsistir: un deterioro evidente en la calidad del debate público y un aumento en la incertidumbre general.
El nivel observado en esta segunda vuelta solo ha confirmado la tendencia: propuestas cargadas de demagogia, de ambigüedad y ofertas que se asumen o se modifican al calor del más puro oportunismo. En efecto, los giros tácticos desplegados por ambas candidaturas en la búsqueda de votos han sido impúdicos, como vergonzosa la forma en que el gobierno ha intervenido para denostar al representante opositor; al final, cual más cual menos, todos han contribuido a niveles de descalificación que no se veían desde hace tiempo en la política chilena.
La pregunta obvia: ¿de dónde viene esta espiral de crispación que hace cada día más difícil concebir a los adversarios como parte de un mismo proyecto de país? Seguramente hay muchas causas, más lejanas o cercanas en el tiempo, pero entre ellas sin duda está una centroizquierda que impuso una agenda de reformas sin ninguna voluntad de construir acuerdos, una agenda fundada en consideraciones más ideológicas que técnicas, y que se usó para dividir a la sociedad de manera maniquea. A ello los opositores respondieron simplemente azuzando el miedo, sin hacer ningún esfuerzo por entender las razones que para un segmento importante de la población daba sentido a los cambios, aunque la forma de implementarlos pudiera ser discutida y cuestionada.
Ahora el proceso de polarización y la desconfianza recíproca no serán fáciles de desactivar. Al contrario, todo indica que continuará profundizándose gane quien gane el balotaje. La irrupción del Frente Amplio terminó de socavar las bases de sustentación de la centroizquierda, anticipando que un eventual gobierno de Alejandro Guillier podrá hacer muy poco sin contar con su venia. Y si triunfa Sebastián Piñera, la natural convergencia entre el FA y lo que sobreviva de la Nueva Mayoría conformarán una oposición implacable, que no estará dispuesta a mostrar el más mínimo espíritu constructivo. La guinda de esta torta de radicalizaciones es el colapso electoral del centro político, un efecto obvio y esperable de este tipo de procesos en que la moderación pierde legitimidad.
La otra pregunta inevitable: ¿habrá en el mediano plazo alguna voluntad de enfrentar esta tendencia, para buscar un piso mínimo de acuerdos en la sociedad chilena? ¿O la lógica inherente a las reformas en curso tenderá a reafirmarse en función de una línea divisoria que al final impide integrar a la otra mitad del país en el mismo proyecto político? ¿Es ésta la única manera?
Cuando se miran las cosas desde esta perspectiva queda claro que el triunfo de Guillier o de Piñera no suponen el fin de nuestra actual y compleja tensión. Al contrario, pueden representar únicamente caminos distintos para seguir profundizándola.
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