Óscar Contardo's Blog, page 24
December 8, 2017
En la dirección correcta
La Ley de Tenencia Responsable de Mascotas y Animales de Compañía (21.0120) es una buena ley que apunta en la dirección correcta. Sin duda es perfectible porque no es un punto de llegada, sino de partida. Fue creada con participación de legisladores, animalistas y la ciudadanía. Y solo eso es un paso adelante.
La iniciativa legal es parte de un conjunto de leyes que busca cambiar nuestra mirada antropocéntrica y hacer entender que todos los seres vivos -muchos, nuestros ancestros evolutivos- somos parte de una misma trama de vida. Y de ellos depende la existencia de la humanidad, que enfrenta hoy uno de sus mayores desafíos: una sexta extinción masiva de especies, pero esta vez -a diferencia de las cinco anteriores- es consecuencia de nuestras propias acciones.
Hace 14 años, con un fuerte lobby en contra, se aprobó la Ley de Protección Animal que sanciona el maltrato en general. Pese a que se exceptuó el rodeo y las corridas de vacas y no se pronunció sobre la responsabilidad ciudadana, fue un buen avance.
Once años tardó la promulgación de Ley de Tenencia Responsable, conocida como Ley Cholito en recuerdo a un perro callejero asesinado a palos, y cuyo espíritu es: tener una mascota es como tener un hijo. Nadie está obligado, pero si lo hace debe mantenerlo sano, bien alimentado, bajo resguardo, sacarlo a pasear con correa y hacerse cargo de sus heces. Si lo abandona o maltrata será penalmente sancionado.
La ley faculta y financia a los municipios para poner un chip de identidad a cada mascota y trasladar a los perros vagos a un centro transitorio donde serán sanados, sanitizados, desparasitados y esterilizados. Luego son devueltos al hábitat urbano donde fueron rescatados, pero sin poder reproducirse.
Antes, simplemente se les “dormía” como se le llamaba al cruel asesinato masivo que nunca solucionó el problema.
La Ley Cholito también regula la tenencia de perros potencialmente peligrosos y obliga a tener cercos seguros, al uso de bozal al pasear, a contar con seguro de daños a terceros y prohíbe el adiestramiento agresivo.
En caso de agresión -hay 65 mil ataques al año- establece durísimas sanciones y penales y la responsabilidad objetiva del dueño porque un perro de esas características es como tener un arma cargada.
Quedan desafíos pendientes y ya presentamos nuevas iniciativas en la misma dirección. Tal como una reforma constitucional que le otorga a plantas y animales calidad y derechos de seres sintientes y los saca de la categoría de cosa mueble que tienen actualmente en el Código Civil.
También está en trámite una la ley que prohíbe el encarcelamiento animal, ya sea en circos y zoológicos, porque a estas alturas de la evolución no es humano disfrutar del sufrimiento de otros. Tampoco se les podrán utilizar para experimentar los efectos de productos con fines cosméticos.
Pediremos al gobierno urgencia para estos proyectos pendientes.
Éstas son políticas civilizatorias que cambiarán la manera de tratar a estos compañeros que dan afecto a muchos que lo carecen y un trato digno es la mínima reciprocidad.
Es cierto que están enfocadas principalmente en perros y gatos que son la mayor arista del problema; es evidente que con la participación de la comunidad organizada se les mejorará mucho más; es efectivo que aún queda mucho por hacer, pero sin duda -al menos en esta materia- hoy Chile es un mejor país.
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Drama en Honduras
Ocho años después de la crisis que provocó el chavista Manuel Zelaya en Honduras al violar la Constitución para hacerse reelegir y provocar una intervención armada que lo expulsó de la Presidencia, ese país vuelve a las primeras planas. Otra vez Zelaya, infatigable demagogo, está detrás de la violencia y la incertidumbre que reinan en Honduras, ahora en torno al ajustadísimo resultado de las elecciones presidenciales del pasado 26 de noviembre.
Hay que admitir que, si bien Zelaya es un factor determinante en el caos de estos días, el actual Presidente, Juan Orlando Hernández, su adversario, tiene una alta cuota de responsabilidad. Todo empezó cuando, en 2015, unos diputados del Partido Nacional afines a él plantearon ante la Corte Suprema un recurso (al que se sumó el ex Presidente Rafael Callejas, del mismo partido) contra el impedimento de reelección consagrado en la Constitución. Una vez que la Justicia falló en favor del recurso, era inevitable el envenenamiento político. No hay que olvidar que la expulsión de Zelaya del poder -con apoyo del Partido Nacional, además de un sector de su propio Partido Liberal- se había producido en 2009 precisamente por tratar de perpetuarse en el cargo.
Zelaya, ni corto ni perezoso, ideó la respuesta perfecta: una “Alianza de la Oposición contra la Dictadura” que a la postre desembocó en la candidatura opositora, bajo ese rótulo, de Salvador Nasralla, hombre dócil al ex Presidente. El enfrentamiento entre Hernández y Nasralla ha producido unos comicios muy igualados, cuyo resultado, ligerísimamente favorable a Hernández, Nasralla no acepta. La respuesta ha sido la violencia, abiertamente impulsada por Zelaya y Nasralla.
Los observadores tanto de la OEA como de la Unión Europea han advertido que el proceso está plagado de problemas y han exigido al ente electoral, cuyo escrutinio ha sido lento y algo confuso, revisar un buen número de actas. Con el 60% del voto escrutado, Nasralla llevaba una ventaja que luego se revirtió, inflamando la hoguera. Las explicaciones -especialmente el hecho de que los votos del interior, más inclinados a Hernández, tardaron en llegar a Tegucigalpa, donde se había decidido centralizar el recuento de las actas- no han reducido las sospechas de juego sucio de los votantes de oposición. A la debilidad institucional se ha sumado la demagogia incendiaria de Zelaya y Nasralla, interesados en deslegitimar el proceso.
El escrutinio ha terminado y Hernández gana con 42,98% contra 41, 39% (no hay segunda vuelta en Honduras). Pero la oposición ha pedido revisar cuidadosamente algo más de cinco mil actas, algo que los observadores respaldan. El problema, sin embargo, no es sólo ese sino algo que ya se puede anticipar: aún si esas cinco mil actas confirman el resultado, Nasralla y Zelaya no lo aceptarán.
Sabemos esto porque, una vez desatada la pugna en torno a los resultados, los observadores internacionales lograron que ambos candidatos, el Presidente y el aspirante, firmaran un documento comprometiéndose a aceptar el resultado final que diera el Tribunal Supremo Electoral. Sin embargo, poco después Nasralla retiró su firma, a instancias de Zelaya, su titiritero.
Hernández abrió, con su malhadado intento reeleccionista, una Caja de Pandora de la que han salido ingratas sorpresas. Ahora padece Honduras el embate de un chavista, Manuel Zelaya, armado con una poderosísima arma moral -la denuncia de una elección que dice que le robaron a su pupilo- en una Centroamérica donde ya está eternizado en el poder Daniel Ortega y donde el FMLN pretende algo similar en El Salvador. El populismo es como el juego de Guaca-Mole (Whack-a-Mole en inglés): mientras más golpes le dés por un lado, más cabezas brotan por el otro.
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El reino de lo urbano
No existe antecedente, al menos no en las últimas décadas, de un género que haya dominado sin contrapeso el mundo del cancionero latino. El informe más reciente de Spotify, la plataforma más popular de escucha digital, viene a confirmar lo que ha sido la tendencia más visible y creciente del último tiempo. Que el ritmo urbano, antes llamado reggaetón y con todas sus variantes, es el estilo predominante entre el mundo popular.
Los titulares se inclinaron por lo más meritorio para nuestra realidad local y que tiene que ver con el gran desempeño que tuvo Mon Laferte durante 2017 en la plataforma antes mencionada. Sin embargo, el resumen más general da cuenta del monopolio urbano que también se ha visto en otros espacios: a través de los nominados y ganadores de los Grammys latinos; la parrilla de la ultima Teletón e incluso los confirmados para el próximo Festival de Viña, evento que ha tenido 28 shows del género desde 2006 hasta la fecha.
Respecto de lo visto en el cierre de la más reciente jornada solidaria no hay dudas sobre lo que hoy tiene mayor arrastre. De los 16 números que subieron al escenario montado en el Estadio Nacional, diez fueron de música urbana. El estilo en cuestión también ha terminado domesticando a los viejos baladistas o pachangueros del rubro. Prácticamente no existe cantante del mundo latino que no haya sido protagonista de algún featuring con algún reggateonero de moda. Incluso a través de vertientes más recientes, como el trap, ya se advierte en nombres que más temprano que tarde van a terminar también ingresando a las listas de festivales grandes o a espacios que antes sólo estaban destinados para las estrellas del pop.
Y quizás ahí esta el verdadero dilema del asunto: esos viejos nichos palidecen frente a lo que hoy reina en el mundo latino. Porque, seamos francos, difícilmente lo urbano califique en las listas de lo mejor de la temporada, pero cuenta con tal apoyo popular que su presencia revive incluso esa vieja discusión entre la calidad artística versus el éxito masivo. La imagen más simbólica en ese sentido fue la de Manuel García en la última Teletón, responsable de un espectáculo de alto vuelo, pero que terminó siendo una rareza, una excepción, una curiosidad en el contexto de una velada en que Sebastián Yatra, Joey Montana, Zion & Lennox y otros con menos repertorio se llevaron la mayor cantidad de aplausos.
En Viña 2018 es probable que pase lo mismo, porque lo sabe cualquiera que haya ido al certamen durante los últimos 12 años donde lo urbano ha tenido presencia ininterrumpida: que los números del reggaetón, y que hoy son noches completas de reggaetón, son lejos las más convocantes, las que se venden más rápido y las que generan un nivel de fervor que antes, y en ese mismo viejo entablado, eran propiedad exclusiva de lo que hace ya muchos años se conocía como la música latina.
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U2: El fuego olvidado
Sin ser una banda progresiva U2 necesita conceptos tras sus discos. The Joshua tree (1987) era la crónica sobre el aprendizaje de la música estadounidense. Achtung baby (1991) y Zooropa (1993) ahondaban en la posmodernidad con psicodelia, voltios y la interconexión antesala a Internet. Pop (1998) proclamó el derecho a reconvertirse en artistas de discoteca. En paralelo el grupo irlandés creció hasta alcanzar ribetes corporativos y así llevamos más años comentando escenarios monumentales y millones de tickets en giras mundiales, que álbumes y canciones para atesorar. Ya no se trata de una banda sino de una transnacional del rock.
Con esas reglas la misión es convocar más y más gente. U2 apunta a la vida misma y el repaso autobiográfico. Songs of innocence (2014) intentó describir la infancia y juventud del cuarteto, y Songs of experience -una especie de segunda parte- debía abordar la adultez. Se dijo que este disco estaba casi listo junto al anterior, pero las declaraciones dejaban entrever un lento proceso de composición y grabación, más una infinidad de productores en un registro itinerante y desarticulado. Finalmente poco convencidos del material, Trump, el Brexit y el fenomenal porrazo que Bono se dio pedaleando en Central Park, ofrecieron la posibilidad de un borrón y cuenta nueva. El líder tenía una cantera temática a sus anchas: la política de las súper potencias con cuyos líderes se reúne a la manera de un alto dignatario, en un incómodo abrazo entre rock y poder que arrojó luces de sus resultados, al conocerse las últimas revelaciones de los Panama papers que lo involucran.
La adultez o los giros de la altas esferas anglosajonas, como sea los conceptos superan la inspiración de los músicos. U2 siempre ha sido una entidad de roles descompensados. El tiempo sigue acentuando la irrelevancia de Larry Mullen y Adam Clayton. The Edge, responsable de la música, suma tres álbumes sin ideas. Lo de Bono es igual de grave. No solo es la pérdida de caudal vocal sino extraviar su propio sello. Sin material consistente para erigir su parte casi no quedan rastros de la emotividad y la épica que le hicieron célebre, hasta convertirlo en un legendario dominador de estadios.
Con los elementos vitales de la personalidad musical del grupo adormecidos -inexplicablemente la guitarra parece desconectada de la maraña de efectos clásicos de U2-, quedan unas canciones desesperadas además por agradar a públicos juveniles. Bono recurre a un burdo vocoder en la liturgia fracturada y repetitiva de Love is all we have left. The showman (little more better) semeja un descarte playero de One Direction, y Love is bigger than anything in its way samplea con flojera una de sus huellas dactilares, el socorrido “oh oohh oh”- rúbrica en Pride (in the name of love). Kendrick Lamar tiene una aparición fugaz e injustificada en una transición entre temas, como el tipo de canción construida con la progresión de Beautiful day, convertida en el molde central de U2 en este milenio -cartografía con la cual Coldplay ha escrito su carrera-, se repite anodinamente en Get of your own way. The little things that you away sintetiza el descalabro, presionados por destilar un nuevo himno como una mala copia de si mismos.
En U2 hay demasiados intereses en juego, demasiada clientela a la que atender. La única opción para satisfacer esas necesidades es nivelar hacia abajo. En ese ejercicio perdieron el equilibro y van en caída libre.

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Las cosas en su lugar
Termina el año y empiezan a aclararse varios temas que, en rigor, siempre estuvieron claros. El campeonato local -bastante más entretenido, parejo y bien jugado de lo que muchos dijeron- llega al final con buenos partidos, avances tácticos, emociones varias y estadios llenos…si es que se puede llamar estadios llenos a la “gran solución” que encontraron nuestras autoridades: cerrar durante los partidos sectores enteros de los principales reductos del país para así evitarse gastos y problemas.
Lo increíble es que de verdad lo consideren un avance ¿El estado chileno gastó millones de dólares en construir estadios más modernos, seguros y cómodos bajo el plan Bicentenario…para que ahora no puedan utilizarse normalmente? Seamos francos: es dramático acomodarse a lo irregular de tal manera sin que nadie patalee, que tanto la ANFP como Estadio Seguro hagan discursos considerando la violencia como un problema ya resuelto. Más aún si la fórmula usada fue apenas un subterfugio, un resquicio respecto de lo único que podría ser considerado un éxito: estadios repletos con aforos completos, no a medias.
Sigo: los últimos días del año nos han regalado también, en las voces de Esteban Paredes y Marcelo Vega, la postulación de Pablo Guede (el mejor entrenador del año con distancia, más allá de lo que pase hoy en Concepción) como potencial candidato a la Roja… lo que de inmediato fue calificado como “un chiste” por algunos. Casualmente los mismos que encuentran una gran idea nominar para el puesto a Jaime Vera o Miguel Ramírez, como si tuvieran muchos más galones, trayectoria o méritos que el argentino. Gracioso. No es tiempo todavía para Guede, seguramente. Pero menos para cualquier otro técnico del torneo nacional.
¿Otra? Sampaoli fue liberado de cargos por el reputado fiscal Gajardo, lo que trajo mucha tristeza a quienes veían al casildense como un delincuente en vez de un profesional que se hizo pagar como debía por regalarnos muchas horas de trabajo y grandes triunfos…a diferencia de otros “caballeros” que también cobraron bastante caro y se arrancaron sin dar la cara después de fracasar rotundamente. A propósito: sumadas ya las quejas de Marcelo Díaz, de Isla, de Valdivia, de Paredes (y varios más entre pasillos), ¿no sería hora de que tomáramos en serio el “detalle” de que la selección rebajó su nivel de trabajo en el período de Pizzi? Nadie dice que el “macanudo” sea un flojo rematado o una basura como técnico; de hecho es superior a varios que trabajan hoy en Chile y en el mundo. Pero en la comparación con Bielsa y Sampaoli -que es lo único que debe importarnos, ya que fue nuestra realidad de los últimos años- es evidente que tras su llegada se atenuaron, de adelgazaron y aminoraron las cargas de trabajo y el rigor disciplinario…como se dijo aquí desde un comienzo y como el mismo Pizzi, por lo demás, confesó y defendió al llegar a su puesto, ¿o no se acuerda del discurso “anti obsesión”?
El punto es: ¿no da eso para sacar conclusiones, para buscar por ahí también, por sobre todo ahí, las razones del fracaso? ¿O en serio nos vamos a quedar con la simpleza boba de que la clasificación se perdió únicamente en los partidos con Paraguay y Bolivia? ¿No influyeron en nada los errores de planificación o la falta de exigencia permanente?
Chile merece un análisis de mejor calidad que el brindado hasta aquí por los responsables del fracaso ¿Que no hay autocrítica de los jugadores? No, tampoco, es cierto. Todavía no, lamentablemente. Pero al menos algunos de ellos han puesto el foco donde había que ponerlo, lo que es bastante más que lo que hicieron en su momento Pizzi, la ANFP y la mayor parte de los analistas de la plaza. Debatamos otra vez el fondo del “se juega como se entrena”. Y no volvamos a hacer oídos sordos respecto de lo evidente. Por último, para no repetir el error.
Termino con otras buenas noticias de este fin de año. El éx técnico de Estados Unidos Bob Bradley calificó el Mundial de los Picados como lo que es: una idea terrible. Pero esta vez nadie se amurró. Y la gente, en general, se dio cuenta que quienes le dijeron todo el semestre por los medios que Colo Colo era “puro humo”, que era “defensivo”, que solo “jugaba al contragolpe”, que no era capaz de hacer goles “si no estaba Paredes” o “que no tenía la dinámica prometida”… dieron bote. Pero bote imperial. Con lo cual, más allá de lo que pase hoy en Collao, ratificaron una sentencia notable y triste: hay varios “barreros” en esta comarca que saben mucho más de mala leche y animosidades que de fútbol. Hasta el punto de nublar su capacidad de análisis. Peligroso.
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El duque que estremece
Consistente en una breve selección de las célebres Máximas de La Rochefoucauld, este delgadísimo volumen transmite más sabiduría que las obras completas de decenas y decenas de escritores contemporáneos, más humor que la Biblia completa, más desparpajo que los cientos de entrevistas que han concedido los genios de la provocación, y, bueno, muchas más dosis de cinismo, ingenio e insolencia de las que el hombre común ha sido capaz de desarrollar en millones de años de evolución. La Rochefoucauld escribía con una pluma afilada, lo que no es sólo un decir metafórico, puesto que el ocurrente, lascivo y despiadado autor vivió entre los años 1613 y 1680.
François VI, duque de La Rochefoucauld, tuvo una existencia enmarcada entre la procreación, la espada, la intriga y los amoríos. Se casó con Andree de Vivonne a los 15 años; con ella tuvo 4 hijos y 3 hijas. Participó en varias de las campañas bélicas importantes de su época –en una de ellas, en París, resultó gravemente herido– y conspiró contra el hombre más poderoso del momento, el temible cardenal Richelieu. La osadía le costó relativamente poco: 8 días de reclusión en La Bastilla. Luego de ello fue exiliado por un par de años en Verteuil, el feudo familiar, y allí subsistió bajo un supuesto retiro de la mundanidad. A la par, cultivó la amistad de un distinguido círculo intelectual de damas compuesto por madame de Sevigne, madame de Sable y madame de Lafayette, y ya de vuelta en París retomó las actividades favoritas de los aristócratas de su época: el cambulloneo y los líos de faldas. También escribió un retrato de sí mismo bastante cómico y unas Memorias que desgraciadamente aún no he leído. Pero la posteridad, la fama de inmortal, la alcanzó con sus insuperables Máximas.
Sobre la pasión, el amor y los celos es una selección de las Máximas traducida por Rafael Gumucio. Aquí se leen verdades que pueden alcanzar carácter universal (“Prometemos en la medida de nuestras esperanzas, y cumplimos en la medida de nuestros miedos”), arbitrariedades que, aun así, no dejan de ofrecer una buena cuota de sentido común (“Si se juzga el amor por sus efectos, es difícil no concluir que se parece más al odio que a la amistad”), advertencias valiosas (“La mejor manera de ser engañado es creerse más inteligente que el resto”) y filosofismos profundos (“La violencia que nos hacemos para mantenernos fieles no es mucho mejor que una infidelidad”). Las visiones descarnadas que despiertan en el duque los intentos humanos por hacer el bien abundan, y una de mis preferidas es la que sigue: “Nuestros actos más hermosos nos darían vergüenza si el resto del mundo supiera los motivos que los engendraron”.
Sobra decir que La Rochefoucauld no creía en esa bondad tan ecuménica que la gente suele atribuirle a la condición humana. Pero a la vez es cierto que en sus aforismos rezuma una peculiar clase de bonhomía, un entendimiento cabal hacia lo débiles que somos ante nuestras pasiones, en especial las carnales. No obstante, el autor mantenía códigos de comportamiento, y es ahí, al revelárnoslos, cuando surge el moralista. La envidia, por ejemplo, lo sacaba de quicio: “Somos capaces de enorgullecernos de las más criminales pasiones, pero la envidia es una pasión tan tímida y vergonzosa que no nos atrevemos nunca a confesarla del todo”. “Los celos son de alguna manera justos porque intentan conservar un bien que nos pertenece, o que creemos nos pertenece, mientras que la envidia es sólo el furor de no soportar el bien ajeno”.
La publicación de este libro indispensable vuelve a resaltar la vigencia de un genio del aforismo del siglo XVII, un tipo que, comparado con los gigantes del género veloz de cualquier época, obsequia una calidez, una risilla o un estremecimiento que no son comunes en todos los grandes cultores de la frase corta, punzante y en ocasiones aniquiladora.
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December 7, 2017
“Ley Uber”: otro paso atrás
Cuando en 1998 se congeló el parque nacional de taxis -en ese mismísimo día-, nació el incentivo para servicios más baratos y flexibles como Uber, Cabify y otros. Hoy, a casi 20 años de ese paso en falso, prorrogado luego por sucesivas leyes, una nueva equivocación se cierne: la llamada Ley Uber.
Si bien es importante velar por la seguridad, el actual proyecto tiende a vestirse del elegante ropaje de la seguridad, del mejor uso de las vías públicas, la transparencia tributaria y otros loables fines, pero en definitiva produce la elitización de los servicios más competitivos, y la protección artificial de un mercado que por dos décadas se ha asegurado a los taxis. ¿Es esto solo política pública o hay asuntos de constitucionalidad en juego? Por cierto que los hay.
La Carta asegura como derechos el libre emprendimiento, la no discriminación arbitraria por el Estado en materia económica, y la igualdad tributaria. También impone un sano principio de administración fiscal: la ley no puede crear tributos y amarrar rígidamente su recaudación a un fin determinado. Todos estos preceptos aparecen quebrantados.
En primer lugar, el proyecto crea un nuevo impuesto bajo la fórmula de un pago por kilómetros recorridos. Se trata así, primero, de atribuir un destino específico a los fondos recaudados, asignado a financiar programas ¡para el solo beneficio de los taxis! Una vulneración sin precedentes del principio de no afectación tributaria.
Además: no es la ley la que define los elementos esenciales del impuesto, ya que esta operación se delega en un panel de expertos que fija las tarifas del Transantiago, según un reglamento, vulnerando el principio de legalidad tributaria.
Pero hay más. Algunas indicaciones parlamentarias buscan establecer límites o bandas de precios a lo cobrado por las plataformas tecnológicas. Otras imponen un sistema de cuotas, con porcentajes máximos de operadores.
Se trata de fijaciones de precios discriminatorias que no descansan en racionalidad económica alguna, porque no existe en estos servicios un monopolio natural. Otra inconstitucionalidad. La Carta ni tolera la creación de cuotas artificiales en mercados sin justificación económica, medioambiental, de seguridad. La protección pura y simple de rentas actuales no es suficiente.
Pero hay otros preceptos peligrosos constitucionalmente, que lesionan derechos civiles y políticos apreciados transversalmente: la prohibición de pago en efectivo a los usuarios (discriminación arbitraria que afecta especialmente a los usuarios de los sectores más vulnerables); el bloqueo del DNS de las plataformas como sanción (afortunadamente cuestionada por ONG pro-derechos digitales); o el potencial acceso del Estado a información sobre los usuarios y sus desplazamientos a la autoridad administrativa. Ambos lesionan los estándares constitucionales básicos de privacidad.
El proyecto Uber contradice la innovación, el cambio tecnológico y los imperativos de las nuevas economías colaborativas. Algunos de los errados paradigmas regulatorios del siglo XX, centrados en las bondades de un Estado asignando cuotas, fijando tarifas o disfrazando impuestos bajo fórmulas ingeniosas, debiesen seguir donde corresponde: en los libros de historia.
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El fiel de la balanza
Amedida que se acerca el 17D, se vuelve aparente que quienquiera triunfe en las urnas, no recibirá un mandato masivo ni dramático que pudiera entenderse como cambiar el rostro de Chile. Más allá de la encendida retórica de los candidatos, la verdad es que ambos bloques en pugna deben prepararse para un periodo de empate de fuerzas.
Empate en el plano político, como resultado del balotaje y del hecho de que una mitad de la población no concurrirá a votar. Tampoco los liderazgos en competencia reivindican para sí alguna misión histórica.
Adicionalmente, la sociedad civil está en relativa calma, volcada en los mundos de vida personal. En el ámbito económico, los recursos fiscales no abundarán, el crecimiento demorará en tomar vuelo y un entorno global incierto obligará al futuro gobierno a navegar por rumbos conocidos. También la cultura pública favorece el empate, pues las visiones de mundo, las ideas y las ideologías en disputa se encuentran en equilibrio, sin que exista una hegemonía a favor de la ruptura o la conservación.
Además, el empate será reforzado institucionalmente por un Congreso sin definidas mayorías, propenso por ende a acuerdos puntuales más que a una agenda de clivajes ideológicos.
¿No hay cabida entonces para políticas de modernización y reformas sociales en el próximo futuro? No es así. Solo que la gobernabilidad del cambio y la continuidad será más difícil, pues tendrá que lidiar con aquel empate social, político y cultural y con las restricciones impuestas por la economía y el Congreso.
Agréguese la inflación de expectativas que ambas candidaturas en campaña han alimentado sin reparar en las consecuencias futuras. En efecto, han desplegado un amplio abanico de ofertas en los más diversos aspectos de la vida en sociedad.
A partir de marzo próximo llegará el momento de hacer las cuentas y de reformular las promesas en términos de un plan gubernamental serio, acotado y sostenible. Habrá pues que estar preparado para gobernar el empate. Frente a este cuadro, el comportamiento de los candidatos, sus comandos y coaliciones al acercarse el cierre de la campaña aparece como particularmente insensible. Confundidos en batallas retóricas, no se hacen cargo de las dificultades que se avecinan, no llaman a moderar las expectativas, ni buscan tampoco preservar un tono de amistad cívica, que será imprescindible para la gobernabilidad futura.
Quien quiera sea elegido tendrá que partir, esa misma noche, mostrando que entiende la situación de empate y hablar a las tres “mitades” que conforman la sociedad chilena, cada una con sus variados grupos internos: la mitad que no concurre a votar y la mitad de los votantes que desea un gobierno de centroderecha o uno de centroizquierda.
Habrá que ver si ganadores, perdedores y no votantes se ponen a la altura del desafío.
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Antipatriotas
Hace un par de meses tuve una larga conversación con un importante empresario de nuestro país. En medio de ella llegamos al tema de la persistente caída que ha tenido la inversión en Chile en los últimos cuatro años y las razones que la explicarían. Yo comencé señalando que obviamente la reforma tributaria y los cambios en la legislación laboral habían influido negativamente en la rentabilidad de los proyectos y como consecuencia de ello habían deprimido la inversión. El empresario, al que de aquí en adelante llamaremos Mr. X, asintió con su cabeza como validando mis comentarios. Pero para mi sorpresa tomó la palabra y me dijo: “Es cierto que las reformas de este gobierno han influido negativamente en la inversión, pero en mi caso el discurso antiempresarial ha sido más relevante. Por casi 30 años en que me tocó crear empresas, expandirlas en Chile y en el extranjero y contribuir a general miles de puestos de trabajo, pensé que era parte de la solución de los problemas de nuestro país. Sin embargo, el discurso de este gobierno ha terminado por convencer a miles de chilenos que los empresarios como yo somos parte del problema de Chile y no parte de la solución.” Mr. X, continuó su relato contándome cómo el discurso antiempresarial de la Nueva Mayoría lo había afectado muy profundamente, hasta el punto de pensar seriamente en abandonar Chile. Cosa que finalmente no hizo.
Traigo a colación esta conversación con Mr. X , a raíz de la acusación que hizo hace algunos días el candidato Alejandro Guillier, en la cual acusó a los empresarios chilenos de antipatriotas y amenazó con meterles la mano al bolsillo si llegaba a ser Presidente de la República para que por fin contribuyeran en algo a nuestro país.
Desde la elección de primera vuelta, el candidato Guillier ha tomado como propias varias de las propuestas de Frente Amplio. Condonar el CAE y desintegrar el sistema tributario (alza de impuestos a las empresas), cobrar impuestos al patrimonio, dar más poder a los sindicatos y hacer una nueva Constitución. Es decir otra reforma tributaria, otra reforma laboral y una súper retroexcavadora que borre nuestro orden constitucional y lo reemplace por uno completamente nuevo. Todas estas propuestas son como un tren fantasma que a su paso por Chile va espantando a los profesionales talentosos, a los inversionistas y los emprendedores.
Sin embargo, recordando la conversación con Mr. X, probablemente ninguna de las amenazas vertidas hasta ahora por Guillier se compara en su efecto destructivo para el crecimiento y el progreso de nuestro país con haber acusado a los empresarios de antipatriotas a los que estaba permitido robarles.
En un mundo donde el talento y el capital no tienen fronteras, las amenazas de Guillier podrían tener un efecto devastador en la confianza de consumidores y empresarios, y producir una fuga significativa de inversionistas y profesionales de alto nivel.
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Convivencia entre gasto militar y gobernabilidad
En marzo de 2016 Barack Obama, por entonces presidente de Estados Unidos, visitaba Argentina escoltado por cuatro aviones de combate aéreo extraordinario ya que la Fuerza Aérea de ese país no poseía la capacidad para proteger el avión presidencial de Estados Unidos. Asimismo, la UK Defence Journal, medio británico conformado especializado en defensa, informaba en 2015 que Argentina había perdido casi en su totalidad su capacidad militar. Hoy, por un inadecuado mantenimiento de la flota naval, la Armada trasandina tiene que lamentar una de sus peores tragedias en tiempos de paz: la pérdida del submarino ARA San Juan y la vida de sus 44 tripulantes.
Argentina tiene uno de los gastos en defensa más bajos de la región. Según datos del Banco Mundial, los países latinoamericanos promediaron en 2016 un gasto militar de 1,3% en relación a su producto, mientras que Argentina en el mismo año registró una cifra de 0,95%. Más aún, en 2011 dicha cifra fue de 0,8%, la más baja en 50 años. Las estadísticas explican buena parte de la “política” de defensa de Argentina de los últimos años, basada principalmente en el desmantelamiento y el castigo de las fuerzas armadas por su rol en la inestabilidad política argentina del siglo XX. En 1930, las fuerzas armadas llevaron a cabo el primer golpe de estado del siglo XX, luego, sobrevinieron cinco golpes más entre 1943 y 1976. Esta serie de eventos, y en particular la convulsionada época de los años 70, se convirtieron en una justificación ideal para el desmembramiento de las fuerzas. Medido en relación al producto, el gasto militar promedio se redujo de 2,5% en los años 80 hasta 0,93% en la primera década del siglo XXI y a 0,8% entre 2011 y 2016.
Mirando la historia, el argumento podría resumirse en que las fuerzas armadas son una amenaza para la estabilidad política. Sin embargo, es una hipótesis difícil de sostener si se consideran otros hechos. Uno de ellos, es que en las últimas semanas de diciembre de 2001 Argentina tuvo cinco presidentes sin ninguna intervención militar. Otro hecho, es que países de la región como Chile y Uruguay sostienen un gasto militar muy superior al promedio de la región (1,9% en relación al PIB en ambos casos) y al mismo tiempo conservan elevados índices de estabilidad política. Asimismo, en Latinoamérica, la correlación entre gasto militar y estabilidad política en la última década es de apenas 1,6%.
El trabajo de Besley y Robinson (2010) da importantes indicios sobre este rompecabezas. En principio, señalan que un ejército poderoso puede traer beneficios como la defensa ante una agresión externa o bien un cumplimiento más efectivo de la ley, pero también puede incrementar el riesgo de un golpe de Estado. Sin embargo, también advierten que las fuerzas armadas son poco peligrosas para la gobernabilidad cuando el ejército está bien remunerado y los límites institucionales del país obligan a los gobiernos a dedicar su gestión al bien público y no a otro tipo de intereses. Esto, ayuda a explicar la convivencia entre altos índices de gobernabilidad y gasto militar como lo tienen países desarrollados como Estados Unidos, Francia o el Reino Unido, o bien países latinoamericanos como Chile o Uruguay.
Otra conclusión a la que llegan Besley y Robinson es que, cuando los limites institucionales a un gobierno son débiles, la única alternativa que tienen los países de evitar una desestabilización política es mantener un ejército débil. Esto pareciera ser el caso de Argentina y según las sugerencias de los autores, la estrategia del país pareciera ser lógica. Sin embargo, el país se queda sin medios para defenderse, y peor aún, tiene que lamentar la pérdida de vidas humanas por diseñar una política basada en la estigmatización de una institución de la que pocos países prescinden.
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