Óscar Contardo's Blog, page 16
December 19, 2017
La advertencia de Alexis
Irónicamente, se suele despreciar la opinión de aquellos ciudadanos que parecieran ser ajenos a la praxis del mundo político. Así ocurrió semanas atrás, por ejemplo, con el ex número uno del tenis mundial, Marcelo Ríos, cuando expresó abiertamente, a través de su cuenta de twitter, su preferencia política a favor de uno de los candidatos. Los policías del pensamiento y lo políticamente correcto de las redes sociales, que se presumen moral e intelectualmente superiores, le dijeron de todo al ex jugador.
Ayer, nuevamente fue visible ese desprecio en redes sociales. El diputado Hugo Gutierrez no dudó en calificar de estúpidas a las mayorías que decidieron, soberanamente, que Piñera debía ser el futuro presidente. De seguro, al legislador comunista lo tenía estresado el constatar que no era parte de la mayoría triunfante sino de la minoría derrotada en términos electorales. Un chiste cruel sin duda para quien es parte de una coalición que se hace llamar, a estas alturas irónicamente, “Nueva Fuerza de Mayoría”.
El desprecio de Gutierrez con respecto a la mayoría de los electores no fue aislado sino generalizado de parte de quienes apoyaban la opción de Alejandro Guillier. En las redes sociales abundaban las quejas despectivas de gente con “sensibilidad social” que no duda en repudiar con desdén a aquellos votantes que no se ajustan a los cánones socioeconómicos elitistas de la izquierda. Ha sido tal la verborrea clasista contra los “fachos pobres” que no votaron como suponen las élites izquierdistas, que incluso Gabriel Boric y Jorge Sharp salieron a cuestionar tales discursos emitidos por gente bien, culta y sofisticada “con consciencia social”. Lección para la derecha en ese sentido, pues los pueblos son más razonables de lo que se presume generalmente.
Detrás de ese desprecio a los electores hay un claro sesgo antidemocrático e intolerante. Los malos perdedores, ante su “tragedia”, comienzan a prometer que romperán la pelota y tirarán piedras a la cancha y a los jugadores para impedir que siga el juego. Obviamente, si hubiera ganado Guillier estarían alabando el amplio respaldo democrático y soberano de las mayorías a sus ideas, a sus reformas y su proyecto político para Chile. Pero, como perdieron, acusan al votante de estar engañado, de ser incapaz de elegir bien o se quejan del número de rubios en Recoleta y otras boberías.
En relación a lo anterior, el gobierno de Piñera será complejo porque tendrá como contraparte a una masa de ciudadanos cuya disposición democrática es más bien precaria, utilitaria y facciosa. Hablan de democracia pero no creen en ella en ningún sentido. Por eso, ante la derrota en las urnas, se disponen a impedir el normal curso del gobierno a como dé lugar. En ese contexto, de seguro surgirán nuevos promotores de marchas y tomas por doquier, cuyo único sentido será entorpecer el proceso político bajo la excusa de la justicia social, pero cuyo fin no es otro que hacer ingobernable el entorno. La ética detrás de aquellos no es otra que la del Guasón, que lo único que quiere es ver arder la ciudad para saciar su sed de caos. Nada más. De ahí, lamentablemente, surgirán algunos que luego lograrán su cupo para ser diputados o asesores, mientras los tontos útiles que los apoyaron dañando sus propias escuelas o universidades, terminarán siendo la futura clientela que clama derechos a los privilegiados luchadores sociales en el poder.
En relación a lo anterior, la “enigmática” frase compartida por Alexis Sánchez el mismo día de la elección, que para muchos podría parecer un cliché, refleja el contraste entre una ética política responsable, de un ciudadano común, versus la retórica peyorativa de ciertos sectores de la izquierda. Claramente, a diferencia de los malos perdedores, el jugador del Arsenal apela a la ética de la responsabilidad en cuanto a la democracia y sus eventuales resultados. La idea de volar con las dos alas es una apelación a los equilibrios razonables y pluralistas que en una sociedad democrática deben existir y primar por sobre los antagonismos. Alexis, en ese sentido, da una lección de responsabilidad política a aquellos que, incluso altamente instruidos y presumiendo de animales políticos, ven la política como un juego de suma cero que se debe polarizar al extremo y en el cual es válido voltear el tablero.
Probablemente Alexis entiende mucho mejor que varios autoproclamados paladines de la justicia social, la democracia y la política, que para favorecer el desarrollo de oportunidades para las personas en una sociedad, es necesaria una política equilibrada que favorezca la gobernabilidad y la divergencia democrática, no para propiciar una especie de gatopardismo sino para propiciar cambios estables y beneficiosos para la mayor parte de los ciudadanos. Ningún ave puede volar sin una de sus alas. El problema es que algunos creen que es preferible volar en círculos que alzar el vuelo.
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Hacer grande al planeta nuevamente
“Make our planet great again” es el eslogan con el que el presidente francés Emmanuel Macron reafirmó su liderazgo en el Acuerdo de Paris sobre el cambio climático. Más allá de la alusión directa a la oposición del presidente estadunidense sobre el acuerdo, este 12 de diciembre Macron lideró el encuentro de líderes “One Planet Summit” principalmente para acelerar los pasos de implementación del acuerdo del cambio climático.
Son tres objetivos en los que el encuentro hace hincapié: La adaptación, la mitigación y la movilización de recursos para financiar las políticas publicas tanto del sector público como privado de esta manera evitar el incremento de la temperatura promedio del mundo por encima de los 2ºC.
El mundo emergente es el llamado a ser el protagonista en la realización de estos objetivos. Si hablamos de adaptación al cambio climático, la carencia en infraestructura es el principal argumento por el cual partir para generar una adaptación a fenómenos que se mostraban extremos en el pasado, y que dado el cambio climático, se ven incrementados en la frecuencia de ocurrencia. Un ejemplo por demás actual es el de Puerto Rico, una nación afectada severamente por un huracán que según el profesor Amir Jina de la Universidad de Chicago tardará en promedio 20 años en recuperar el nivel de bienestar en base a la experiencia empírica.
De igual manera, si enfocamos los esfuerzos de las políticas públicas en la mitigación el desafío se encuentra en la heterogeneidad de los diversos sistemas de tarificación del carbono. Un reciente estudio de los profesores Mehling (MIT), Metcalf (Tufts) y Stavins (Harvard) señala que en el proceso de mitigación el acuerdo de Paris logró uno de los dos requisitos importantes para su implementación que es la base de participación y ahora el desafío es lograr una ambición colectiva que permita la mitigación necesaria para lograr la meta. En este aspecto, la complementariedad de políticas ya sea de tipo fiscal como un impuesto al carbono o de manera regulatoria como un esquema de cuotas a las emisiones deben ser entendidas en una misma escala para poder ser agregadas en torno a la misma meta de reducción. Según las diversas realidades y contextos el desafío de la complementariedad permitirá una mitigación efectiva para evitar el incremento de la temperatura en el planeta.
Finalmente, la movilización de recursos financieros y humanos es el motor que permitirá la materialización de los dos objetivos anteriores. En particular, una de las señales más importantes realizadas también en esta semana, el la emitida por el Banco Mundial al parar de financiar actividades de extracción de gas y petróleo desde 2019. Además, un actor multilateral tan importante, se propone a ser el catalizador del financiamiento de obras de mitigación y adaptación siendo el puente del sector privado y los gobiernos.
Claramente, estos tres objetivos junto a los antecedentes de las agendas de desarrollo en las regiones del mundo presentan este desafío como uno de los más complejos en la historia de la humanidad. El “Hacer grande al planeta nuevamente” implica un gran esfuerzo social pero principalmente económico, donde la administración de los recursos escasos debe ser administrados lejos del populismo y en base a la evidencia y rigurosidad de los datos.
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December 18, 2017
Derrota histórica
Finalmente, los resultados de esta segunda vuelta vinieron a ratificar lo obvio: un gobierno y un programa de reformas con niveles de desaprobación tan altos y por más de tres años no podían tener continuidad. Más aún, después de la ‘lectura surrealista’ que la Presidenta Michelle Bachelet decidió hacer de la primera vuelta, donde arriesgadamente sumó el resultado de todas las candidaturas de centroizquierda y consideró esa sumatoria como un respaldo a la vocación transformadora de su gobierno. Ayer, lo que se confirmó, además del mayoritario rechazo a la actual administración, fue la heterogeneidad irreductible de ese supuesto voto progresista, un segmento en el que al parecer conviven fenómenos electorales muy diversos, y desde donde también terminaron saliendo votos decisivos para la holgada victoria de Sebastián Piñera.
El error de lectura de la primera vuelta llevó a Michelle Bachelet y a su gobierno a jugarse por entero para hacer del balotaje un ‘plebiscito’ respecto de su legado. El resultado está a la vista: la peor derrota de la centroizquierda desde el retorno a la democracia, teniendo la Mandataria que hacerse cargo de un verdadero ‘milagro’ histórico: sus dos gobiernos terminaron convenciendo a una mayoría electoral de que era mejor girar a la derecha; una derecha que gana dos elecciones presidenciales en menos de una década, algo que no ocurría en Chile desde hace 150 años.
Si de legado político se trata, Bachelet y la Nueva Mayoría dejan a la centroizquierda en ruinas: dividida, mermada en su representación parlamentaria, humillada electoralmente y sin liderazgos visibles para empezar el complejo proceso de la recomposición.
En rigor, el intento de seducir al Frente Amplio (y de dejarse seducir por él) resultó letal en un país donde cada día con más evidencia las elecciones se ganan en la clase media y, por tanto, en el centro político. La izquierdización fomentada por La Moneda en función de la idea que la Nueva Mayoría y el FA podían tener diferencias en los medios, pero respecto de los fines eran casi lo mismo, terminó llevando al oficialismo al despeñadero.
Un error político de dimensiones históricas, que deja a la centroizquierda atenazada por una derecha electoralmente mayoritaria y un Frente Amplio que amenaza con seguir sacándole márgenes de representación electoral.
Al final del día, el derrotado ayer no fue Alejandro Guillier, un personaje circunstancial en esta historia, cuyo principal desacierto fue dejarse usar por los oportunistas de siempre. En verdad, los grandes perdedores en la jornada de ayer fueron Bachelet y su legado; una Presidenta que habita una realidad paralela y un programa de reformas mal diseñado y peor implementado, basado en una mirada completamente antojadiza e ideologizada del Chile actual.
En definitiva, si realmente hubo alguna lógica plebiscitaria en lo sancionado ayer por la ciudadanía, no son pocos los que debieran dar la cara y salir a reconocer que el Chile de los últimos 30 años les ganó por paliza.
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La noche de la paliza
Las elecciones generales de este año han favorecido a la derecha en todos los campos, un desplazamiento estructural que ha concluido con una paliza en la contienda presidencial. La diferencia de nueve puntos era inesperada para todos, adherentes u opositores, y si no llegó a ser humillante es sólo porque ha habido peores. Toda la estridencia empeñada por el gobierno en la segunda vuelta se muestra ahora como lo que fue desde el primer momento: un gesto tardío, apenas por cumplir, inconvincente y desenergizado. El gobierno hizo el gesto, ya no se sabe si porque Piñera le cae mal o porque no ha querido ser acusado de entregar de nuevo el gobierno al adversario, igual que hace ocho años, pero es difícil considerarlo como un gesto comprometido.
Nuevamente, la elección de ayer se realizó en dos mundos: el apasionado campo de los comandos, encarnado sobre todo en los apoderados, y el espacio más racional, encadenado al aburrido rigor de los datos, de los propios candidatos, que saben que al final del día deben cumplir un rito desigual: victorioso el uno, triste el otro.
Este último papel le tocó ayer a Alejandro Guillier, el candidato independiente que quedó en pie después del suicidio masivo de la Nueva Mayoría, y lo encaró con la dignidad que tuvo durante casi toda la campaña presidencial, una de las más extenuantes de lo que va del siglo. Guillier soportó no sólo los ataques políticos propios de una contienda presidencial, sino también ofensas directas y una clara propensión al basureo. Poco sacó Marco Enríquez-Ominami con llamar a “no repetir mi error del 2009” después de usar cuanto foro tuvo para decir que Guillier era incapaz (además de desganado). Poco podían convocar los otros candidatos de la primera vuelta a respaldar a un candidato al que dieron un trato personal tan desagradable. Y muy poco podían ayudar los dirigentes del Frente Amplio que llamaron a votar por Guillier advirtiendo siempre que los votos suyos no eran suyos y que el candidato no se había allanado a asumir sus propuestas.
Guillier sufrió una paliza, pero en el discurso con que reconoció el triunfo de Piñera dio una verdadera lección política, convocando a una autocrítica que la centroizquierda no quiso hacer después de que los hechos le mostraban que ya no era mayoritaria. Guillier tuvo anoche la estatura que le faltó en muchas ocasiones durante la campaña, en una gran medida porque se lo impidieron, y en otra medida porque él mismo tuvo serias dificultades para asumir una candidatura que exigía dar más órdenes y recibir menos consejos.
Guillier encabezó una coalición que se hundía, mientras tenía al frente a otra organización seducida y ordenada por su experiencia en el gobierno. Lo que hizo es más que heroico, pero de seguro no faltarán los que digan que la derrota se debió principalmente al candidato. En política siempre es más fácil matar al portavoz.
Increíblemente, fue Piñera y no Guillier quien logró el milagro de aumentar el número de votantes en segunda vuelta, fenómeno que sólo había logrado Ricardo Lagos después de sufrir un serio susto ante Joaquín Lavín.
Que la derecha dé muestras de esta capacidad de movilización es otra confirmación de la complejidad que está teniendo el cambio social en Chile, y que su dirección no es una “propiedad” de la izquierda. Además de elegir mayoría de alcaldes, un sólido volumen de cores y el mayor número de parlamentarios que nunca había conseguido, ahora ha logrado aumentar el número de votos cuando se ha visto amenazada en una segunda vuelta. La manera negativa de decir esto es que fue motivado por el miedo, como el laguismo en 2000. La manera alternativa es constatar que la derecha tiene ahora una fuerza que se creía reservada en forma exclusiva a la izquierda.
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Tres derrotas y Sebastián Piñera
El contundente resultado de las elecciones de ayer puede ser leído de muchos modos. Es, en primer lugar, la confirmación de la debilidad intrínseca del candidato Guillier, quien se vio siempre incómodo y fastidiado por las exigencias propias de una campaña. El senador podría haber sido, quizás, un buen candidato con el viento a favor, pero definitivamente carecía de las condiciones para revertir un escenario desfavorable, hasta el punto de que logró la proeza de darle a la centroizquierda su peor resultado histórico desde el regreso a la democracia. El error estratégico de la Nueva Mayoría se ve reflejado en el hecho siguiente: todo indica que Guillier no jugará ningún papel relevante en el futuro. Así, el oficialismo desperdició la oportunidad para proyectarse, al elegir -con un grado de frivolidad culpable- al candidato de las encuestas. Contra lo que se piensa, el pragmatismo rasante suele costar muy caro.
La segunda derrota importante fue la de Michelle Bachelet. En las últimas semanas, el gobierno llegó hasta el límite apoyando a Guillier, y el resultado no fue muy estimulante. Si esta elección era un plebiscito sobre el legado y las transformaciones del gobierno actual, pues bien, simplemente se perdió.
Por su lado, el Frente Amplio tampoco puede sacar cuentas muy alegres. La diferencia de votación entre Beatriz Sánchez y su lista parlamentaria nos había dado una señal sobre el carácter volátil de ese electorado, que ayer se vio confirmada. De hecho, es patente que los líderes frenteamplistas conocen mal a sus propios votantes y no saben aquello que están encarnando. Hay allí un voto que no puede explicarse por la lógica aritmética del duopolio, a la que se rindieron tan fácilmente los Boric, Jackson y Sharp. En el fondo, la adhesión a Beatriz Sánchez sigue siendo una gran incógnita que nadie ha sabido descifrar.
Desde luego, Sebastián Piñera supo sacar el mejor provecho de todos estos errores y malos entendidos. Hay algo raro en la inédita movilización que logró ayer la derecha, que le da una fuerza innegable para lo que viene.
Sebastián Piñera enfrenta ahora el enorme desafío de darle a este triunfo macizo una traducción política efectiva. Sabemos que la oposición no le allanará el camino, que el Congreso está fragmentado, y también sabemos que el mismo candidato cedió en cuestiones fundamentales en un momento de desesperación.
Terminada la campaña, debe pensar muy bien sobre el rumbo que le quiere imprimir a su administración, para evitar los errores cometidos hace ocho años. Hay allí un reto discursivo mayúsculo, y también una exigencia de renovación de liderazgos (su gabinete no puede ser la repetición del anterior). Al final, nopuede olvidarse que el éxito de su gobierno se medirá casi exclusivamente por su capacidad de darlecontinuidad el 2021. Esto lo obliga a asumir nuevas categorías conceptuales y a darles parte de las luces a los eventuales delfines. En su caso, ambas cosas equivalen a negarse a sí mismo. Si no lo hace, pasará a la historia como aquel extraño Rey Midas que convirtió en derrotas políticas todos y cada uno de sus triunfos electorales.
El presidente tiene la palabra.
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Persistente, optimista y conectado
Sebastián Piñera volvió a conseguirlo. Con decepciones, con esfuerzo y con el apoyo incluso de gente que, rechazándolo, volvió a preferirlo, el ex presidente refutó por segunda vez en la década la tesis sociológica y matemática según la cual Chile es un país de izquierda. A esta ilusión se había aferrado el gobierno aun con mayor vehemencia que el propio comando de Alejandro Guillier. Se trata de un cuento antiguo y persistente: no es que en Chile la derecha gane las elecciones. Lo que ocurre es que las pierde la izquierda. La curiosa conciencia democrática de amplios sectores de opinión asume que si la izquierda fuese algo más inteligente y disciplinada, no tendría cómo ni por qué perder. Vaya, vaya.
Aunque el de anoche fue un triunfo claro, el mandato de Piñera no necesariamente es robusto. Entre otras cosas, porque su votación es heterogénea. Piñera nunca fue de los candidatos que encienden a las masas. El voto suyo es racional y, con frecuencia, bastante escéptico. A él jamás se le dio bien eso que la cátedra llama carisma. Aun así el país volvió a elegirlo. Es el mismo presidente que ganó raspando el 2010, que arañó la gloria con el rescate de los mineros y que, enseguida, cuando su administración se volcaba a fondo a la reconstrucción, fue sometido -por el movimiento estudiantil, por la centroizquierda desbancada del poder y por las emociones del igualitarismo- a la más corrosiva operación de descrédito que mandatario alguno haya enfrentado en democracia. Aunque es evidente que hizo rectificaciones y fortaleció el frente político de su gobierno, nunca se sabrá con exactitud cómo logró salir de ese atolladero y cómo pudo terminar su mandato con las cuentas de la economía muy a su favor, con las de la política muy en contra, pero en un clima de completa estabilidad.
Ahora, Piñera se apronta a iniciar un nuevo gobierno bajo expectativas inciertas. Tendrá que cuidarse del error inicial de su gobierno anterior de subestimar la política. También de creer que recibió un cheque en blanco para cumplir su programa. La sociedad chilena está muy dividida y será fundamental su trabajo para conseguir nuevos consensos.
Es extraña la singularidad de Piñera, el derechista que estuvo con el No. Siendo un magnate en un país donde el resentimiento no es infrecuente, algo tiene que haber en su liderazgo que termina conquistando la confianza de amplios sectores. Si triunfó en la elección de ayer, no fue solo por descarte. Otros factores también jugaron en su favor. La perseverancia, desde luego. Pero también la seriedad de su discurso y la aterrizada sensatez de sus promesas. Se dirá que su candidatura arriesgó poco y es cierto. Pero vaya que es mérito haber advertido que el país no estaba para la aventura, sino más bien para un retorno ordenado a los puertos de la moderación y el sentido común. Bachelet está dejando el aparato público muy estresado y a la sociedad muy dividida como para que el nuevo gobierno siguiera en las mismas. Piñera advirtió antes que nadie que había que salir del túnel, bajar el volumen y corregir los extravíos. El país tiene que volver a ser el que fue, el que estaba creciendo, el que estaba fortaleciendo sus capas medias, el que inspiraba reconocimiento internacional, el que venía corrigiendo sus indicadores de desigualdad y que incluso, durante estos años, logró mejorar la transparencia de sus instituciones democráticas.
La figura de Piñera es más compleja de lo que se cree. La derecha dura lo tiene por blandengue y la izquierda lo ve como un lobo. Inteligente, competitivo a rabiar y algo tieso como candidato, nunca pareciera conectar muy bien con las grandes audiencias. Se le dan mejor las cifras que las emociones, y cuando apela a su retórica de los corazones se lo ve anticuado. Sin embargo, ahí está, indemne y victorioso, como el gran aguafiestas del nuevo ciclo político que Bachelet creyó inaugurar hace cuatro años, como el político mejor evaluado de la centroderecha y como el único presidente de esta sensibilidad que ha sido dos veces capaz de levantar el veto que la ciudadanía impuso al sector durante casi cien años. Porque -todo hay que decirlo- el triunfo de Alessandri el año 1958 apenas superó el tercio de los votos.
A pesar de las “piñericosas”, a pesar de la persistente campaña en su contra, a pesar de ser un político más tolerado que querido, Piñera se entiende mejor con el Chile de hoy de lo que muchos creen. Tiene una conexión potente con la gente en el terreno del esfuerzo personal, en el valor de la meritocracia, en su opción por la familia, en su énfasis por la seguridad pública y en el aprecio a las oportunidades de superación. También la tiene en el optimismo. Piñera no conoce la depresión ni el desgano y su discurso nunca fue apocalíptico ni gimotero.
Clarificada la disyuntiva de ayer, al nuevo presidente le esperan varias otras. El país está complicado no solo por asuntos urgentes, sino también por inexcusables vacíos estratégicos de mediano y largo plazo. Los retos que vienen para él, para su coalición y para todo el sistema político serán muy desafiantes. Desde luego, más arduos que la campaña y también más fastidiosos y largos. Y ni siquiera tendrá derecho a quejarse, puesto que él se los buscó.
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December 17, 2017
Una nueva incertidumbre
“Cualquiera menos Piñera” era el grito de guerra. No fue suficiente. En los sectores altos de Santiago se anima la fiesta. En los barrios populares reina la indiferencia. El dólar bajará y la Bolsa recuperará la normalidad. Así será en el corto plazo. Pero, luego de las primeras semanas las cosas irán cambiando. A mediano plazo, es el triunfo de Piñera el que abre la mayor incertidumbre. Sus propuestas son conocidas; corresponden a las recetas conservadoras tradicionales que ponen el énfasis en el crecimiento y la ampliación de los espacios para los privados y las soluciones de mercado. Aquí, radican las dudas.
La coalición que lo apoya no tiene mayoría en ninguna de las dos cámaras y su influencia en las organizaciones sociales es escasa. Goza, es cierto, del apoyo abrumador del empresariado que siente que esta vez Piñera debe hacer un gobierno verdaderamente de “derecha” a diferencia de su primera administración, considerada como una suerte de “quinto gobierno” de la Concertación. La tensión entre las dos o tres almas de la derecha será especialmente fuerte. Se unieron en torno a la posibilidad de ganar con Piñera pero las broncas y los enconos no tardarán en aflorar.
Durante la campaña, especialmente entre primera y segunda vuelta Piñera debió hacer concesiones importantes. A contrapelo de sus posturas iniciales asumió la gratuidad, la necesidad de fortalecer el pilar solidario del sistema previsional, la AFP estatal, la profundización del Acuerdo de Unión Civil y la crítica a abusos de las Isapres.
¿Simples promesas de campaña ante la posibilidad de una derrota? A lo mejor, pero no le será fácil pasar por sobre los compromisos adquiridos. Las resistencias serán fuertes. A poco andar de su primer gobierno la movilización estudiantil trastocó sus planes y modificó la agenda nacional. Otro tanto puede ocurrir durante este segundo período que se inicia en marzo.
La oposición a Piñera será mucho más social que política. Las fuerzas de centro y de izquierda que gobernaron casi ininterrumpidamente desde 1990 iniciarán su travesía por el desierto. Se anuncia larga. No podrán ahora eludir un debate en profundidad sobre su herencia si quieren recuperar una opción a futuro. Las cuentas por cobrar son numerosas y abultadas. Esto le puede dar un respiro al nuevo gobierno. A la nueva izquierda representada hoy día por el Frente Amplio se le abre la oportunidad de liderar la oposición. Tendrá sí que ser capaz de sacudirse de las acusaciones de que con sus vacilaciones y falta de compromiso con la campaña de Guillier facilitó el triunfo de la derecha. No será tarea fácil.
El gobierno empeñado en la recta final en transformar la elección en un plebiscito sobre su gestión cosecha una severa derrota. El castigo será duro: Bachelet nuevamente terciándole la banda a Sebastián Piñera. A fin de cuentas, un nuevo avatar en la larga, muy larga lucha por un Chile mejor.
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Piñera, un grande
La primera conclusión que se puede sacar del triunfo de ayer es que la derecha tiene un grande en sus filas: Sebastián Piñera. Porque si bien son muchas las razones que se podrán esgrimir para explicar el resultado, todas ellas pasan por él. Este es un triunfo de Piñera. Así de simple, así de claro.
La historia es clara al respecto. Piñera logró algo que nunca la derecha imaginó: ganar dos elecciones. Esto, es inédito en la historia y es un escenario nuevo para todos aquellos que dicen que es muy difícil ganar con ideas de derecha.
Pues bien, Piñera desafió todos los pronósticos y hoy está instalado en La Moneda por segunda vez. Y eso habla de que estamos frente a un personaje político verdaderamente excepcional bajo cualquier punto de vista.
La importancia de esto es vital. Porque la derecha nunca ha querido reconocer esto de Piñera. Por el contrario, muchas de las críticas más ácidas al Presidente provienen de su propio sector. Esto tiene que cambiar. El fuego amigo hizo mucho daño en su primer gobierno y no es deseable que suceda lo mismo en su próximo mandato.
El sector, entonces, tiene que creerse el cuento. Un candidato que gana por la diferencia que obtuvo Piñera merece el respeto de toda la derecha. Ningún otro podría haber logrado aquello, por mucho que algunos digan lo contrario.
Entonces, la primera lección es que hay que cuidar a Piñera. Nadie dice que el hombre es perfecto, pero lo o único cierto es que, gracias a él, la derecha es hoy nuevamente gobierno y eso es suficiente para apoyarlo. En esto, el sector tiene que aprender de la izquierda, que siempre cuida sus candidatos con un celo muy estricto. Incluso cuando piensan que se equivocan. Piñera tiene hoy un apoyo impensado de la gente, lo que habla también de que este país apoya lo que hizo en su gobierno pasado, algo que también a la derecha le cuesta reconocer. Sus críticas son ahora menores, frívolas, por decir lo menos.
El nuevo Presidente demuestra también que el discurso de Bachelet está equivocado. Que su lectura de la primera vuelta, en el sentido de que sus ideas habían triunfado, no era más que una ilusión. Ayer el país votó por las ideas de la derecha que encarna Piñera. Y eso es muy significativo.
Por eso, ésta sería la gran farra de la derecha, sino reconoce el sitial que ya se ganó Piñera en la historia de este país. Basta entonces de pequeñeces, de discursos tibios, de miradas de reojo. Lo que corresponde es aplaudir a una persona que, contra todo pronóstico alcanza por segunda vez la Presidencia.
Muchas personas de derecha estaban aterradas con esta elección. Pensaban que estaba en juego el futuro de Chile. Esos mismos ayer pudieron dormir tranquilos. Bueno, a todos ellos les corresponde ahora que actúen en consecuencia y dejen de lado esa actitud altanera, de sabérselas todo, que es tan desagradable. Ayer el elegido fue Piñera. Lo demás es música.
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La suma equivocada
Los resultados de ayer, reflejan que sumar izquierdas versus derechas no era la más correcta forma de sumar. Había más bien que sumar recambio versus continuidad. Y si así sumamos, la segunda vuelta dio exactamente el mismo resultado que la primera. Chile ha votado en ambas vueltas por el cambio a lo existente. En primera vuelta se impuso categóricamente la discontinuidad, si tenemos la capacidad para sacarnos las anteojeras ideológicas que veían particularmente incompatibles el voto por Piñera y por Beatriz Sánchez. La autorreferencia de la política lo distorsionó todo. “Que los de izquierda somos más”, “que Bachelet es la gran ganadora”, que “todos contra Piñera, que significa la muerte de las reformas”. La segunda vuelta los desautorizó.
La dirección del Frente Amplio, fue incapaz de interpretar a sus propios votantes. No era “el cambio de modelo”, ni “la Asamblea Constituyente”. Era tener una gobernabilidad distinta a la actual. Parte importante de los votantes del Frente Amplio lo hicieron contra el continuismo y no contra Piñera. La ex Nueva Mayoría y el Frente Amplio perdieron el rumbo. Unos, vendiéndose como continuidad de algo que la mayoría quería cambiar; los otros, abandonando el cambio que los sintonizó con la sociedad, para amancebarse con el continuismo.
Guillier era la opción explícita por el continuismo. Piñera y Beatriz Sánchez eran las opciones que se le ofrecieron a la ciudadanía, para abandonar un presente indeseado.
Todos quedamos con la dura tarea de entender mejor a Chile. Especialmente el mundo político que terminó hablando a un mundo detenido mientras éste vuela. Mirándose el ombligo, le atribuyeron identidades y pertenencias inmutables a esa ciudadanía que en el discurso proclamaban “empoderada” pero en la práctica consideraban sometida a sus lógicas.
Mucho futuro ha quedado pendiente. Curiosamente las opciones que coinciden en la necesidad de cambio que la ciudadanía reclama -Piñera y Frente Amplio – se ven a sí mismas como las más incompatibles y distantes. Sin embargo, algo de ambas le hacen más sentido a la ciudadanía que el continuismo. Si de interpretar a su pueblo se trata, ¿tendrán el coraje, por ejemplo, para concordar una profunda modernización del Estado, como Chile necesita con urgencia? Ambos tienen menos intereses burocráticos que defender y más razones para querer un Estado a las alturas de los desafíos que se le vienen encima.
Los que han representado el cambio y también esos del continuismo tan categóricamente derrotado, están conminados a abrir diálogo sobre el futuro. Las decisiones parlamentarias y presidenciales de la ciudadanía mandatan a la política a construir acuerdos; y al hacerlo así, a interpretar mejor a la “polis” que dejaron de entender. La polarización y el desacuerdo han pasado a ser la impotencia de la política; y el reverso de la voluntad ciudadana de segunda vuelta.
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December 16, 2017
La incógnita
El título no se refiere al resultado de la votación de hoy, que sin duda es imposible de pronosticar, sino a qué sucederá a contar del 11 de marzo en términos de estabilidad y gobernabilidad futura del país. Esto, cuando a consecuencia del cambio del sistema electoral y la división de la izquierda, las fuerzas parlamentarias estarán fraccionadas y que cualquiera de los candidatos que resulte electo no contará con mayoría en el Congreso.
Si bien el expresidente Piñera ya gobernó en minoría y con una oposición que le negó la sal y el agua, la incertidumbre se ve reforzada porque ahora habrá una tercera fuerza en el parlamento, el Frente Amplio (FA), que ha dicho que será opositor a ambos y que por su forma de plantearse, parece dispuesta a negar también el oxígeno.
Pero como suele suceder, del dicho al hecho hay cierto trecho. Desde luego, a pesar de dar un trato que lindó en lo despectivo a Alejandro Guillier -les faltó llamarlo el candidato del 22%-, los principales líderes del FA anunciaron que votarían por él. Lo curioso fue los tres más prominentes lo hicieron invocando burdos pretextos: Beatriz Sánchez se asiló en el magnificado asunto de los votos marcados de Piñera, mientras que Jackson y Boric lo hicieron invocando la necesidad de cerrarle el paso un nuevo peligro: José Antonio Kast. Pretextos que buscaban hacer más digerible el anuncio a sus bases más ultra, pero la cuestión de fondo es que estaban reconociendo que no podían llamar a abstenerse (y favorecer con ello a Piñera) sin molestar y enajenarse al votante de izquierda menos ideológico, que son la gran mayoría. Entonces, resulta que el purismo no es todo y que hay que ser mínimamente razonable, lo que tiene un nombre: “Política”. Es decir, avanzar en la medida de lo posible.
Por lo mismo, no es tan claro que si gana Guillier vayan a ser oposición a ultranza, más allá del discurso, y que se nieguen a toda posibilidad de acuerdo. Pues eso genera el riesgo que al nuevo gobierno no le quedaría otra que llegar a acuerdos con la oposición de centro derecha y hacer solo reformas moderadas, lo que -por lo demás- puede no estar muy lejos del anhelo del ciudadano común. Eso aislaría al FA y lo transformaría cada vez más en un grupo marginal, que al cabo no es capaz de dar gobernabilidad.
Si Sebastián Piñera resulta electo Presidente, la pregunta es si las izquierdas volverán a ser una oposición intransigente. Tampoco es nítido que así sea, porque están divididas y para algunos, como la DC y socialistas, actuar en forma pertinaz sería homologarse y no diferenciarse del FA, mientras que llegar a acuerdos puede resultarles políticamente atractivo, al dar muestras de sensatez y gobernabilidad, lo que nuevamente aislaría al FA.
Lo cierto es que en la etapa política que se abre la mayor complejidad para hallar el tono correcto será para el FA, si no quieren quedarse en el mero testimonio. Al apoyar a Guillier ya anticiparon que la vieja política no cambiará tanto.
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